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Espiritualidad cósmica y holística

Índice

Introducción

1 Religión sin culpas

2 El tiempo sin tiempo del amor

3 Cosmologías y espiritualidades

4 Del determinismo a la indeterminación

5 Realidades excluyentes y, sin embargo, complementarias

6 Espiritualidad cósmica y holística

7 Una visión holística de lo real, donde la diferencia no coincide con la divergencia

8 Rescate cuántico del sujeto histórico

9 La era de la mística

10 Espiritualidad en la posmodernidad

11 Diafonía

Referencias

Introducción

En el siglo XX, el arte cinematográfico nos introdujo en un nuevo concepto de tiempo. Ya no es el concepto lineal, histórico, que atraviesa la Biblia y también las obras de Aleijadinho o Sagarana, de Guimarães Rosa. En el cine predomina la simultaneidad. Se eliminan las barreras entre el tiempo y el espacio. El tiempo adquiere un carácter espacial y el espacio adquiere un carácter temporal. En el cine, el vídeo y otros recursos de la era imagética, la mirada de la cámara y del espectador pasa, con total libertad, del presente al pasado y, de éste, al futuro. No hay continuidad ininterrumpida.

La televisión, cuyo advenimiento oficial tuvo lugar en 1939, llevó esto al paroxismo. Frente a la simultaneidad de tiempos distintos, la única ancla es el aquí y ahora del (tele) espectador. No hay durabilidad ni dirección irreversible. El fondo de la historicidad, en el que se basan el relato bíblico y los paradigmas de la modernidad, incluido uno de sus frutos favoritos, el psicoanálisis, se diluye en el cóctel de eventos donde todos los tiempos se fusionan. Elis Regina, Gonzaguinha y Tom Jobim aparecen muertos y, en sus ataúdes, los clips los muestran vivos, interpretando sus éxitos musicales.

Así, poco a poco, el horizonte histórico se apaga, como las luces de un escenario después del espectáculo. La utopía abandona el escenario, lo que permitió a Fukuyama predecir: “el fin de la historia” (FUKUYAMA, 1992). Al contrario de lo que advierte Qohélet en Eclesiastés 3, no hay más tiempo para construir ni tiempo para destruir; tiempo de amar y tiempo de odiar; tiempo para hacer la guerra y tiempo para establecer la paz. El tiempo es ahora. Y en él se superponen construcción y destrucción, amor y odio, guerra y paz.

La felicidad, que en sí misma resulta de un proyecto temporal, entonces se reduce al mero placer instantáneo derivado, preferiblemente, de la expansión del ego (poder, riqueza, proyección personal, etc.) y de los “toques” sensitivos (óptico, epidérmico, gustativo, etc.). Ella resulta, supuestamente, de la suma de placeres (BETTO; BOFF; CORTELLA, 2016). Se privatiza la utopía. Todo se reduce al éxito personal. La vida ya no se mueve por valores e ideales ni se justifica por la nobleza de las causas abrazadas. Basta tener acceso al consumo que proporciona seguridad y comodidad: el apartamento de lujo, la casa en la playa o en la montaña, el nuevo coche, el kit electrónico de comunicaciones (teléfono móvil, ordenador, etc.), los viajes de placer. Una isla de prosperidad y paz inmune a las tribulaciones que rodean un mundo impulsado por la violencia. Mientras que la Iglesia predica el cielo más allá de la vida en esta tierra, el consumismo señala el cielo en la tierra – es lo que prometen la publicidad, el turismo, los  nuevos equipos electrónicos, el banco, la tarjeta de crédito, etc. El nuevo aforismo posmoderno es “consumo, entonces existo” (LIPOVETSKY, 2008).

Ni la fe escapa a la sustracción de la temporalidad. El Reino de Dios deja de estar “más adelante” y se espera “allá arriba”. En esta perspectiva, como mero consuelo subjetivo, la fe se reduce a la esperanza de la salvación individual.

Impulsado por las nuevas tecnologías de la era de las imágenes, el tiempo ahora se limita al carácter subjetivo. Experimentarlo es tener consciencia tópica del presente. Si en la Edad Media lo sobrenatural impregnaba el ambiente que se respiraba y en la Ilustración era la esperanza del futuro lo que justificaba la fe en el progreso, ahora lo que importa es el presente inmediato. Se busca ansiosamente la eternización del presente. Michael Jackson era eternamente joven, y la multitud ejercita su cuerpo como si bebiera el elixir de la juventud. Moriremos todos sanos y delgados.

Se pulverizan los proyectos, incluso porque, en la mente de muchos, el tiempo es cíclico. La misma agua siempre fluye en el mismo río. En el pasado, existía el flirteo, el noviazgo, el compromiso y el matrimonio. Ahora se enrollan. Después de años de casado, puedes volver al tiempo de flirteo, noviazgo y, de nuevo, al de casado.  La creencia en la reencarnación gana terreno en la cultura occidental. Todo es susceptible de empezar de nuevo.

1 Religión sin culpas

La destemporalización de la existencia y la deshistorización del tiempo se alían con la desculpabilización de la conciencia. Este es el secreto de los templos electrónicos: no hay culpa personal ni social. Rodeados de ángeles por todos lados, somos amados por un Dios que ya no requiere cambios ni conversiones, comunidades y doctrinas. Solo la emoción de saber que te ama.

Una misma persona vive diferentes experiencias sin preguntarse por principios morales o religiosos, políticos o ideológicos. ¿No hay pastores y obispos corruptos? ¿No hay utopías que resultaron en opresión? ¿No muestra la televisión el honesto ayer y estafador hoy haciendo gestos humanitarios? ¿Dónde está la frontera entre el bien y el mal, lo cierto y lo erróneo, el pasado y el futuro? “Todo lo sólido se desmorona en el aire” (ARANTES, 1998).

Aire irrespirable de este inicio de siglo, cuya temporalidad se fragmenta en cortes y disolvencias, close-ups y flash-backs, con muchas nostalgias y pocas utopías. Mientras las Iglesias intentan alcanzar la modernidad, el mundo naufraga bajo los vientos de la posmodernidad (LOVELOCK, 1991).

2 El tiempo sin tiempo del amor

Sin embargo, hay algo positivo en esta simultaneidad, en este aquí y ahora, que se nos impone como negación del tiempo. Es la búsqueda de la interioridad. Del tiempo místico como tiempo absoluto. Tiempo síntesis / supresión de todos los tiempos. Kairós. He aquí, que irrumpe la eternidad, la eterna edad. Puro disfrute. Donde la vida es tierna.

El período medieval dio lugar a una espiritualidad de sumisión meritoria, basada en la obediencia a quienes representaban a Dios en el mundo: papas, reyes, abades y príncipes. Los creyentes vivían recluidos en esta Tierra considerada el centro del Universo (GUITTON, 1992).

La modernidad cambió el eje de la Tierra al Sol, estableció distancia entre el ser humano y el conjunto de la naturaleza, y estableció la espiritualidad de la conquista y – en el rescate del clasicismo griego – del héroe capaz de subir montañas a través de los escalones de las virtudes.

Ahora, la posmodernidad restaura la comunión holística entre el ser humano y la naturaleza, y nos invita a una espiritualidad sin mediaciones institucionales, centrada en la subjetividad abierta a lo Trascendente (RUMI, 1993). Esto se debe a que descubrimos que no fuimos caprichosamente creados por las manos de Yahweh. Somos hijos de simios y nuestros cuerpos están tejidos con átomos producidos hace 13,7 mil millones de años en el calor de las estrellas. La tierra que habitamos es solo un punto diminuto en las afueras de una estrella de quinta magnitud, el Sol, una de las 100 mil millones de estrellas que iluminan la Vía Láctea que se extiende a través del espacio cósmico de más de 200 mil millones de galaxias similares (BETTO, 2012).

¿Estaremos perdidos, sin salidas y sin metas? Sí, en el caso de que busquemos nuestro eje en algún punto geográfico, “en Jerusalén o en el monte Garizim”, como le pidió la samaritana a Jesús (Juan 4). Y él respondió que, ahora, se trata de adorar “en espíritu y en verdad”. La dimensión subjetiva (despojamiento) y la dimensión objetiva (coherencia).

Por tanto, no hay riesgo de perdernos si creemos, como decía san Agustín, que “Dios es más íntimo a nosotros que nosotros mismos” (AUGUSTINHO, 2017). Y la teoría de la relatividad viene en nuestra ayuda para especificar que el centro del Universo es siempre el punto donde se encuentra el observador. Así, de una cosmología geocéntrica, se cambió una cosmología heliocéntrica y, ahora, vivimos el advenimiento de una cosmovisión antropocéntrica. Esto tiene importantes consecuencias para la espiritualidad. Ese niño de la calle, babeante, raquítico, es el centro del Universo. Y, según el Evangelio, morada viva de Dios (Juan 14,23).

3 Cosmologías y espiritualidades

Cada vez que cambia la cosmología, cambia nuestra idea del mundo, del ser humano y de Dios. Así fue cuando la modernidad abandonó la concepción geocéntrica de Ptolomeo para abrazar la concepción heliocéntrica de Copérnico. Miguel Ángel, en su fresco en el techo de la Capilla Sixtina, retrató bien esta transición del teocentrismo al antropocentrismo. Yahvé, cubierto de túnicas y barbas, extiende su dedo al Adán desnudo atraído magnéticamente hacia la Tierra, y Adán se esfuerza, también con el dedo extendido, por no perder el contacto con la fuente original.

El Dios inefable y pleno de atributos griegos del tomismo, dio paso al Dios amoroso cantado como “el Amado” por Teresa de Ávila y Juan de la Cruz y, poco antes, por el anónimo inglés de La nube del no saber (ANÓNIMO, 1998). Como en Elías, el fuego que sacudió los cimientos del mundo fue reemplazado por la suave brisa (1 Reyes 19,10-15).

Ahora somos contemporáneos de un nuevo cambio en los paradigmas cosmológicos. La mecánica celeste de la física de Newton, que explica muy bien lo infinitamente grande, da paso a la teoría de la relatividad de Einstein y, sobre todo, a la física cuántica de Planck, Bohr y Heisenberg, para explicar mejor lo infinitamente pequeño. A Teilhard de Chardin le hubiera gustado presenciar la confirmación científica de sus intuiciones sobre el corazón del Universo y el tejido de la materia (BETTO, 2011).

Universo, materia y espíritu son un solo tejido de líneas atómicas, en el que los místicos descifran el diseño del rostro de Dios. Es le milieu divin, el medio divino, centrado en el Punto Omega, el eje magnético que baña la energía divina toda la Creación. (CHARDIN, 1980).

4 Del determinismo a la indeterminación

Los paradigmas de la modernidad se basan en la filosofía de Descartes y la física de Newton. Racionalismo y determinismo serían las claves para llegar al conocimiento científico, libre de injerencias subjetivas, prejuicios y supersticiones. Llevada al paroxismo, la mecánica clásica -que describe las leyes deterministas que gobiernan el macrocosmos- sugirió al pensamiento marxista la idea, considerada ineludible y científica, de que el determinismo histórico gobernaría las sociedades hacia formas más perfectas de convivencia humana. Así, el materialismo histórico explicaría el avance del feudalismo al capitalismo y, de éste, al socialismo, sin evidencia de retrocesos sustanciales.

Ahora bien, el Muro de Berlín también cayó sobre esta transposición de la mecánica clásica a las ciencias sociales, enterrando el determinismo histórico y, con él, los paradigmas que daban una aparente consistencia a la modernidad. Para salvarnos de las teorías hipotéticas del caos y el azar, la formulación de nuevos paradigmas debe tener en cuenta dos parámetros fundamentales, derivados de la física cuántica (que se ocupa del microcosmos o partículas – quantum – existentes dentro del átomo): el principio de indeterminación o incertidumbre, de Werner Heisenberg, y el principio de complementariedad, de Niels Bohr (HEISENBERG, 1961).

El carné de identidad química del átomo se encuentra en el número de protones que contiene su núcleo. Son ellos los que determinan la carga eléctrica del núcleo, que a su vez proporciona el número de electrones en órbita alrededor del núcleo. Un solo átomo de hidrógeno tiene un solo protón, que también es su núcleo, rodeado por un electrón. Los átomos más pesados ​​tienen más protones y neutrones, y también más electrones que coronan el núcleo.

Medir la ubicación y trayectoria de miles de millones de partículas y, con los resultados, predecir el movimiento de los protones, es física clásica. Heisenberg pretendía demostrar que nunca podremos saber todo sobre los movimientos de una partícula. Aunque seamos conscientes de que en la ciencia todo resultado es provisional, no se puede dejar de admitir que el principio de indeterminación revolucionó la visión que tenía la física newtoniana del mundo. Ahora la física cuántica desafía nuestra lógica. Cuando un fotón, que es un quantum, alcanza un átomo y obliga al electrón a pasar instantáneamente de la órbita inferior a la superior, el electrón, como un acróbata, lo hace sin cruzar el espacio intermedio. Es lo que se llama salto cuántico que, además de ser un desafío científico, también es un problema filosófico. Es esta misma incertidumbre cuántica la que explica la colisión de protones con protones en las estrellas, lo que, a la luz de la física clásica, parece tan imposible como un buey volador. (ZOHAR, 1991).

Es más fácil creer en el buey volador que acoger sin interrogantes la teoría cuántica. El propio Einstein, uno de los pioneros de esta teoría y que formuló la hipótesis del fotón como un quantum de luz, llegó a afirmar que estaba íntimamente convencido de que los físicos no podían contentarse durante mucho tiempo con esta “descripción insuficiente de la realidad”. No estaba de acuerdo con la interpretación probabilística de la mecánica cuántica. Pero, por lo general, la insuficiencia no está en la naturaleza, sino en nuestra cabeza, lo que no significa que podamos alimentar la pretensión de penetrar todos los secretos de la naturaleza. Como si fuera una joven modesta, conservará para siempre ciertos misterios, como argumenta la Escuela de Copenhague al demostrar que ciertos accesos no están permitidos por la propia naturaleza (DAVIES, 1994).

Sin embargo, cuando Aristarco afirmó, diecisiete siglos antes de Copérnico, que la Tierra gira alrededor del Sol, los griegos apelaron al sentido común y convocaron a nuestros sentidos como testigos confiables de que la Tierra no se mueve, incluso si lo hiciera, los habitantes de Atenas serían arrojados por el viento hacia el Este, y los atletas de Olimpia darían un salto más grande que las piernas. Siglos después, se aplicó la misma lógica, en vano, para intentar descartar las teorías de Copérnico y Galileo.

5 Realidades excluyentes y, sin embargo, complementarias

La ruptura decisiva de la física cuántica con la física clásica se produjo en 1927 cuando Heisenberg estableció el principio de incertidumbre: se puede conocer la posición exacta de una partícula (un electrón, por ejemplo) o su velocidad, pero no ambas al mismo tiempo. (HEISENBERG, 1961).

Es imposible saber, simultáneamente, dónde está un electrón y hacia dónde se dirige. Se puede saber dónde está, pero nunca capturar su velocidad al mismo tiempo. Se puede medir su trayectoria, nunca su ubicación exacta.

En una cámara húmeda podemos observar la dirección en la que se mueve un protón, hasta que atraviesa el vapor de agua, cuando su desaceleración nos impedirá saber dónde se encuentra. La alternativa consiste en irradiar el protón tomando una foto de él, pero la luz o cualquier otra radiación utilizada en la fotografía lo desviará de su trayectoria, por lo que nunca sabremos cual habría sido su trayecto si no hubiese sido perturbado por el científico paparazzi.

Al contrario de lo que suponía Einstein, Dios parece jugar a los dados con el Universo. Las leyes inmutables y predecibles de la naturaleza en su dimensión macroscópica no se aplican a la dimensión microscópica; este es el descubrimiento fundamental de la física cuántica.

En la esfera de lo infinitamente pequeño, de acuerdo con el principio cuántico de indeterminación, el valor de todas las cantidades mensurables – velocidad y posición, momento y energía, por ejemplo – está sujeto a resultados que permanecen en el límite de la incertidumbre. Esto significa que nunca tendremos un conocimiento completo del mundo subatómico, donde los eventos, como pensaba Newton, no están necesariamente determinados por las causas que los preceden. Todas las respuestas que, en esa dimensión, nos brinda la naturaleza, se verán comprometidas ineludiblemente por nuestras preguntas.

¿Esta limitación de conocimiento no estaría condicionada actualmente por los recursos tecnológicos con los que contamos? ¿No podría crearse, en el futuro, un dispositivo capaz de seguir el movimiento del protón sin interferir en su trayectoria? La incertidumbre cuántica no depende de la calidad técnica del equipo utilizado para observar el mundo subatómico. Esta es una limitación absoluta (CAPRA, 1996).

En el mundo cuántico, la naturaleza es, por tanto, dual y dialógica. Dual, y no dualista, en el sentido platónico, pero, como enfatizó el físico danés Niels Bohr, en una interacción de complementariedad. También fue en 1927 cuando Niels Bohr formuló el principio de complementariedad. En el interior del átomo, la materia aparece con una aparente dualidad, a veces comportándose como partículas, que tienen trayectorias bien definidas, a veces comportándose como una onda, interactuando sobre sí misma. Ella es ser y no ser, hasta el punto de que los físicos toman prestados conceptos de la espiritualidad oriental para intentar definir los nuevos datos científicos. (ZOHAR, 1991).

De hecho, en el mundo cuántico, onda y partícula no son mutuamente excluyentes, aunque lo sean a la luz de nuestro lenguaje, que todavía es incapaz de desprenderse de los parámetros de la física clásica. Al establecer el principio de complementariedad, Bohr articuló dos concepciones que, a la luz de la física clásica, son contradictorias.

Bohr demostró que la noción de complementariedad se puede aplicar a otras áreas del conocimiento, como la psicología, que revela la complementariedad entre razón y emoción; el lenguaje (entre el uso práctico de una palabra y su definición etimológica); ética (entre justicia y compasión) etc. En resumen, hay más conexiones que exclusiones entre los fenómenos que el racionalismo cartesiano pretende distintos y contradictorios. ¡Este es el advenimiento de la holística! (BOHR, 1995).

Si un electrón aparece a veces como una onda, a veces como una partícula, energía y materia, Yin y Yang, esto significa que cesa la autonomía del reino de la objetividad: hay una interrelación entre observador y observado. Se derrumba, de este modo, el dogma de la inmaculada concepción de la neutralidad científica (JAPIASSU, 1975). La naturaleza responde a las preguntas que nos planteamos. La conciencia del observador influye en la definición e incluso en la existencia del objeto observado. Entre los dos hay un mismo sistema. Miro el ojo que me mira.

En 1926, en conversación con Heisenberg, Einstein le dijo: “Observar significa que construimos alguna conexión entre un fenómeno y nuestra concepción del fenómeno”. Así, la física cuántica afirma que no es posible separar cartesianamente por un lado la naturaleza y por otro, la información que se tiene sobre ella. En última instancia, predomina la interacción entre lo observado y el observador. De esta interacción sujeto-objeto trata el principio de indeterminación. Y sobre él, se erige la visión holística del Universo: hay una conexión íntima e indestructible entre todo lo que existe, desde las estrellas hasta el helado que disfruta un niño, desde las neuronas en nuestro cerebro hasta los neutrinos dentro del Sol. Mi yo está constituido por la misma energía primordial del Todo. Por tanto, todo lo que existe preexiste, subsiste y coexiste (BRANDÃO, 1991).

6 Espiritualidad cósmica y holística

Para los Hechos de los Apóstoles, “en él vivimos, nos movemos y existimos” (17, 28). El Dios de Jesús es el mismo Dios creador y liberador. La física cuántica nos permite saber que, dentro del átomo, la materia es energía y la energía es materia. Como se dio cuenta Teilhard de Chardin, el Universo entero es una expresión sensible de una profunda densidad espiritual  (CHARDIN, 1963). Todo el material que teje la textura de la naturaleza no es más que energía condensada. No se trata, por tanto, de ceder al panteísmo y creer que todas las cosas son dioses. Mejor panenteísmo, es decir, Dios se manifiesta en todas las cosas, según capta la mirada del místico.

Quizás haya una sola tristeza, la de no hacer del Amor la única religión. ¿Qué más importa? No hay nada sustancialmente importante además de este movimiento ascendente engendrado en el útero de la naturaleza, donde el caos ha sido fertilizado por la luz, capaz de reunir materia infinitesimal y agregarla en quarks, electrones, protones, átomos, moléculas y células.

Esta emergencia, tan bien celebrada por Teilhard de Chardin en sus textos, deja a la naturaleza preñada de historia, con su vientre lleno ofreciendo todas las formas de vida posibles, y confirmando la intuición primordial de que todo el Universo no busca otra cosa más allá del Amor. (CHARDIN, 1962).

No importa si el movimiento parte de la mónada que tiembla al contacto con el agua o de la mujer que gime bajo el cuerpo rígido del amado. Hay, a lo largo de este camino, una sed insaciable de fusión, de comunión, que nos hace sentir una atracción compulsiva por la belleza, por la unidad, por todo aquello que nos trae armonía interior y exterior.

Sin embargo, el Amor siempre se nos escapa, como si quisiéramos retener el agua nutritiva de la fuente con nuestras manos. Y, al escapar, abre grietas en nuestro ser y en nuestra convivencia social. La nostalgia del amor genera desilusión y, con ella, esta forma disminuida de desesperación que consiste en querer institucionalizar la encantadora fluidez de la vida. Como no podemos volar y ni siquiera sabemos apreciar el vuelo libre de las aves, hacemos jaulas. Contienen aves, pero nos impiden disfrutar de la belleza del vuelo (CARDENAL, 1989).

Así ocurre en las relaciones contaminadas por la rutina, donde el deber reemplaza al placer y el beso siempre es despedida, nunca encuentro. O en Iglesias que creen aprisionar en los sagrarios la fuerza revolucionaria de la presencia de Jesús. Ahora, el vigoroso ascenso de la vida rompe necesariamente todos los límites impuestos por la razón implacable, indócil ante la imposibilidad de producir, dentro de la jaula, la curva sincronizada del vuelo que marca de infinito el horizonte.

El rostro del niño nunca corresponde al sueño de los padres y no hay dos panes, hechos por las mismas manos, con el mismo sabor. En el acto verdaderamente creativo, hay un punto de ruptura con el proyecto inicial: es cuando brota y se expande lo que hay de divino en cada creador, no importa si es la luz blanca que envuelve de silencioso sosiego el restaurante La Sirene, en el dibujo de Van Gogh, o el feto que toma forma en vientre materno.

Es este salto el que asusta tanto a la razón institucionalizada (COX, 1974).

Podemos aplicar estos principios a la historia de las religiones. En el pasado, no había conciencia de la interacción entre los fenómenos de la naturaleza. El mundo era una realidad fragmentada. La luz del día se oponía a la oscuridad de la noche, al igual que las tormentas y los relámpagos, los terremotos y los volcanes se veían como manifestaciones de la ira de los dioses. Principios antagónicos regían la morada de los vivos. Este aparente antagonismo entre fuerzas opuestas de la naturaleza creó el caldo de cultura favorable al politeísmo y la multiplicidad de deidades griegas.

La fe monoteísta de Abraham corresponde a una nueva visión del Universo. Se cierra el abanico. Ahora, todo depende de un solo principio: Yahweh. Es el creador de todas las cosas que, a través de su palabra, aparecen en la sucesión paradigmática de los siete días de la Creación. En la cultura semítica, 7 significa “muchos”, ya que el símbolo matemático ∞ significa “infinito”. Es por eso por lo que nuestros pecados serán perdonados “setenta veces siete …” El relato del Génesis propone la evolución de la naturaleza que la ciencia constataría muchos siglos después (HAWKING, 1988).

Aunque la creencia en un Dios único y creativo nos lleve a percibir la correlación entre todas las cosas creadas, la razón instrumental abrió una escisión entre la naturaleza y el ser humano. A diferencia de los pueblos indígenas que todavía están tribalizados, no vemos la naturaleza como un sujeto, sino como un objeto. La Mona Lisa de Leonardo da Vinci simboliza esta distancia entre los seres humanos y la naturaleza. En las pinturas medievales, las figuras humanas aparecen insertadas en el paisaje. De repente, vemos el rostro de una mujer, la de la Mona Lisa, interpretada por Leonardo da Vinci, sin que ni aparezca el resto del cuerpo. Comienza el proceso que daría lugar al Cogito ergo sum de Descartes, que rompe los lazos que unen el mundo interior y el mundo exterior. Fuera de la razón, capaz de desentrañar el mundo exterior sin depender de supersticiones y creencias, no hay salvación, proclamaron los padres de la modernidad.

7 Una visión holística de lo real, donde la diferencia no coincide con la divergencia

Para Descartes, el mundo era una máquina de la que los seres humanos son maestros y propietarios. La física de Newton permitirá el conocimiento científico de esta máquina, basta con desmontarla en sus partes constituyentes. Francis Bacon dirá que debemos “arrancar los secretos de la naturaleza mediante la tortura” (1653). Así, la ruptura entre un dato de la naturaleza – el ser humano – y el conjunto de la Creación, hizo que se perdiera la aprehensión cualitativa de la naturaleza, prevaleciendo su dimensión cuantitativa, medible (WEBER, 1991). Dios se convirtió en un fabricante de máquinas. El relojero invisible de Newton, capaz de dotar al Universo de leyes tan lógicas como el mundo de crear sociedades tan perfectas como, supuestamente, la institución eclesiástica …

Para el principio de indeterminación -que supone el de complementariedad- existe una conexión intrínseca entre conciencia y realidad. Así como la plenitud espiritual también se logra a través de la abstinencia, renunciando al imperio de los sentidos, no es posible comprender la teoría cuántica sin renunciar al concepto tradicional de materia como algo sólido y palpable.

En el umbral de este nuevo paradigma -que algún día también será viejo- debemos dejar atrás ideas que, a lo largo de las generaciones, han sido consideradas universales e inmutables.

Según los padres de la teoría cuántica, Heisenberg y Bohr, en la esfera subatómica, conceptos sensatos como distancia y tiempo, y la división entre conciencia y realidad, dejan de existir. De modo que los científicos se ven obligados a renunciar a la simetría que tanto los seduce para doblegarse a la imposición de la naturaleza, porque quien gobierna el átomo no es la mecánica newtoniana, sino la mecánica cuántica.

En la esfera de lo infinitamente pequeño, la ciencia se ve obligada a entrar en el reino impredecible y oscuro de las probabilidades. El principio de indeterminación revoluciona nuestra percepción de la naturaleza y la historia. Y nos hace tomar consciencia de que, en la naturaleza, la incertidumbre cuántica no está presente solo en las partículas subatómicas. Miles de millones de años después del predominio cuántico en los albores del Universo, emergería un extraño e inteligente fenómeno dotado de la imprevisibilidad inherente a su libre albedrío: los seres humanos. (CHARDIN, 1955).

8 Rescate cuántico del sujeto histórico

El principio de indeterminación también se aplica a la historia. La libertad humana es un reducto cuántico. A menudo vemos personas a las que podríamos llamar “partículas”, como los políticos, y otras que se parecen más a “ondas”, como los artistas. En cada uno de nosotros se manifiesta también esta doble dimensión, superponiéndose, como análisis e intuición, razón y corazón, inteligencia y fe. Una expresión humana típicamente cuántica es el jazz, donde cada músico improvisa dentro de las leyes de la armonía, interpretando su propia melodía con su instrumento. No es posible predecir exactamente la intensidad y el ritmo de cada improvisación, sin embargo, el resultado es siempre armonioso.

No existen leyes ni cálculos que predigan lo que hará un ser humano, aunque sea un esclavo. En el núcleo central de nuestra libertad, la conciencia, nadie puede penetrar. Ni siquiera se puede obligar al ser humano a la aceptación de la verdad. Tomás de Aquino, que no sabía nada de física cuántica, pero sabía mucho de la condición humana, llega a decir que es “ilícito incluso el acto de fe en Cristo realizado por alguien que, absurdamente, estaba convencido de obrar mal al hacerlo”. (LIMA VAZ, 1999).

El rescate de la libertad humana a través de la óptica cuántica y, por tanto, el abandono de los viejos esquemas deterministas reinstala al ser humano como sujeto histórico, superando cualquier intento de atomización y potenciando su interrelación con la naturaleza y con sus semejantes. Esta visión holística también descarta los intentos de aprisionar al individuo en un mundo sin historia, ideales y utopías, restringido a los medios de supervivencia y sujeto a las leyes implacables del mercado.

Cualquier síntesis es incómoda para cualquiera de los extremos. La reintroducción de la subjetividad en la esfera de la ciencia afecta a   los bloqueos emocionales asentados en profundas raíces históricas. En nombre de la fe, una experiencia subjetiva, innumerables científicos, etiquetados como herejes o magos, fueron condenados al fuego de la Inquisición. A mediados del Renacimiento, Giordano Bruno murió quemado y Galileo se vio obligado a retractarse. Con la Ilustración, en el siglo XVIII, los científicos asumieron la hegemonía del conocimiento y el control de las universidades, identificando creatividad y libertad con objetividad, y relegando a la subjetividad todo lo que parecía irracional e intolerante (EINSTEIN, 1981).

En la práctica, todavía estamos lejos de rescatar la unidad. En Occidente, las universidades permanecen cerradas a métodos de conocimiento y experiencia simbólica como la intuición, la premonición, la astrología, el tarot, el I Ching y, en el caso de América Latina, las religiones y ritos y mitos de origen indígena y africano.  Tales “supersticiones” son ignoradas por los currículos académicos, aunque hay teólogos que leen las manos y asisten a terreiros y mães de santo[1], así como profesores y alumnos que consultan el I Ching, las cartas del Zodíaco y los búzios[2].

Por otro lado, en las escuelas de formación religiosa o teológica todavía no hay lugar para la actualización científica, ni se mira al cielo a través de las lentes de la astronomía ni a la intimidad de la materia a través de ecuaciones cuánticas. La pluridisciplinariedad, hacia la epistemología holística, sigue siendo un desafío y una meta. Sin embargo, hay motivos para el optimismo cuando vemos la creciente apertura de la cartesiana medicina occidental a la acupuntura y el interés de científicos de renombre por la sabiduría contenida en las culturas de India y China. Y hay motivos para regocijarse al leer en la encíclica socioambiental Laudato Si, del Papa Francisco, que “todo el universo material es un lenguaje del amor de Dios, de su ilimitado cariño por nosotros. El sol, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios” (LS 84).

La teología enseña que hay tres fuentes de revelación divina: la Biblia, el magisterio y la tradición de la Iglesia. El Papa Francisco se atreve a incluir una cuarta, la naturaleza: “Junto con la Revelación propiamente dicha, contenida en la Sagrada Escritura, se produce una manifestación divina cuando brilla el sol y cuando cae la noche” (LS 85).

En política se habla cada vez más de ética y, en religiones, se recupera la dimensión mística. La ecología rehumaniza la relación entre los seres humanos y la naturaleza, y las comunicaciones reducen el mundo a una aldea global. Queda por afrontar el gran desafío de poner el capital -en forma de dinero, tecnología y conocimiento- al servicio de la felicidad humana, rompiendo las barreras de la discriminación racial, social, étnica y religiosa. En ese momento, encontraremos los caminos que conducen al jardín del Edén.

9 La era de la mística          

André Malraux sugirió que el siglo XXI sería la era de la mística. El teólogo Karl Rahner predijo que el hombre del futuro será místico, alguien que experimenta algo o no podrá ser religioso. Como decía Newman, una fe pasiva, de herencia familiar, corre el riesgo de desembocar, en las personas cultas, en indiferencia; en la gente sencilla, en superstición.

Dios se comunica con nosotros a través de las fuentes de su revelación y su Espíritu. Nos comunicamos con Dios a través de los sacramentos, la oración, la apertura a su gracia. Esto es religiosidad. Una comunicación intensa se convierte en comunión. Esto es místico.

Dios es, en la experiencia fundacional de Elías, una suave brisa (1 Reyes 19, 10-15). Para Jesús, el Espíritu divino es como el viento que sopla donde quiere; escuchamos su ruido, pero nadie sabe de dónde viene ni hacia dónde va (Jn 3,8).

Espiritualidad es hacer experiencia de ese Ser. Por lo tanto, la espiritualidad requiere más que la adhesión de la inteligencia a las verdades reveladas. Exige apertura a lo Trascendente y, en las relaciones personales, la práctica del amor, inclusive al enemigo (Mt 5,43-44); y, en las relaciones sociales, compartir los bienes de la Tierra y los frutos del trabajo humano. Raíz y fruto no pueden estar separados.

La tradición religiosa nos ofrece una amplia gama de espiritualidades: hindú, judía, cristiana, islámica; y, dentro del cristianismo, católica, ortodoxa, protestante; y, dentro del catolicismo, benedictina, franciscana, dominicana, jesuita, carmelitana, vicentina, etc. Lo que identifica estas diversas espiritualidades es abrir al ser humano la posibilidad de transformar el corazón de piedra en un corazón de carne, deshacerse de los miedos y egoísmos, volverse mejores, más compasivos y solidarios, despojados de los apegos e ilusiones que dificultan una existencia marcada por el predominio de lo espiritual. A su vez, lo que caracteriza a la espiritualidad cristiana es todo eso centrado en el seguimiento de Jesús (BETTO, 2015).

Al entrar a una librería católica, encontramos una sección de espiritualidad. Allí, los grabados muestran imágenes de montañas al amanecer, lagos paradisíacos, bosques otoñales cubiertos de hojas y atravesados ​​por rayos dorados del sol. Este es también el caso de las portadas de los libros de espiritualidad cristiana. Lo que sugieren esas imágenes es que estaremos más cerca de Dios cuanto más lejos del mundo.

Al observar aquellas fotos, pienso en los trabajadores y desempleados que durante años asesoré en la Pastoral Obrera del ABC en São Paulo. Al considerar las tribulaciones de sus vidas, siempre amenazadas por la pobreza, solo regalándoles un boleto a Suiza para que puedan acercarse a Dios …

Afortunadamente, esas sugerencias monásticas poco tienen que ver con el paradigma de la espiritualidad cristiana: Jesús de Nazaret. Lo que nos comunica el Evangelio está más cerca de las fotos de Sebastião Salgado. Jesús es aquel que vivió la espiritualidad del conflicto. El conflicto marcó toda su existencia, desde la fase prenatal, por la desconfianza del adulterio de María, hasta la muerte como maldito en la cruz. Por tanto, se engañan quienes buscan una espiritualidad desencarnada en nombre del Verbo encarnado.

Las pautas de la espiritualidad de Jesús están muy bien delineadas en el Sermón de la Montaña, especialmente en las Bienaventuranzas, en el capítulo 25 de Mateo, y en los capítulos 13 al 17 de Juan. Dos aspectos las caracterizan: la apertura a quienes necesitan los dones esenciales para la vida y la intimidad con Dios, sobre todo en los momentos especialmente reservados para orar a solas (Lucas 6,12; 9,18). Jesús se deja desinstalar permanentemente por el prójimo y por el Padre. El Espíritu de Dios no cabe dentro de los límites geométricos de nuestros apegos y proyectos, ya que, en el camino que va de Jerusalén a Jericó, siempre hay alguien que requiere nuestro cambio de ruta.

Todas las peticiones que Jesús escucha se reducen a dos: “Señor, ¿qué debo hacer para merecer la vida eterna?” Esta primera pregunta nunca sale de la boca de un pobre. Esto es lo que piden los que ya tienen asegurada la vida terrena: Nicodemo, Zaqueo, el hombre rico y el doctor de la ley en la parábola del buen samaritano. A estos Jesús responde con desagrado e ironía.

La segunda petición viene de la boca de los pobres: Señor, tengo la mano seca y necesito trabajar; mi hija está en agonía y la quiero viva; mi criado está enfermo y quiero verlo en buena salud; mi ojo está ciego y quiero ver, etc. A quienes piden vida en esta vida, Jesús les responde con compasión y cariño. Porque vino “para que todos tengan vida y vida en plenitud” (Jn 10,10).

10 Espiritualidad en la posmodernidad

Nosotros, hombres y mujeres de la modernidad, somos hijos de padres separados: cultura semítica, no dualista, y cultura griega, dualista, cuyo matrimonio fue bendecido por San Agustín. La lectura de la Biblia con lentes griegas favoreció una espiritualidad donde predominaba la adhesión a un catálogo de verdades sobre la conversio cordis y conversio morum: cambio de valores, hábitos y actitudes.

Platón había situado las ideas en un mundo aparte, contrario a nuestra sensibilidad. Aristóteles tuvo el mérito de encarnarlas en el corazón de la materia. No hay ideas a no ser a través de la puerta de los sentidos. Ahora bien, ¿no hay algo platónico en una espiritualidad que pretende prescindir de los sentidos? El ascetismo medieval, influenciado por Plotino, creó el antagonismo entre cielo y tierra, sobrenatural y natural, cuerpo y espíritu y, en consecuencia, Iglesia y mundo. El racionalismo moderno ha definido campos entre lo profano y lo sagrado, la religión y la política, la Iglesia y el Estado. A Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César …

La posmodernidad hace que la experiencia religiosa sobrepase los límites de las instituciones religiosas e irrumpa en los círculos científicos y políticos. El mundo se reencanta, suprimiendo las mediaciones entre lo humano y lo sagrado. Los físicos buscan ansiosamente lo que está en la mente de Dios, y políticos, como Gandhi, Luther King y Mandela, extraen de sus experiencias y creencias religiosas la ética que guía sus actividades políticas.

Al igual que el juego de búsqueda de Wally, hoy nadie más escucha el anuncio de Nietzsche de que Dios ha muerto, y todos preguntan: ¿Dónde está Dios? (BETTO, 2013).

Hay multitud de respuestas. La Nueva Era se apresura a proponer movimientos religiosos sin iglesias, sin mandamientos, sin Dios, bien adaptados al individualismo que marca la sociedad actual. Habría una especie de conspiración cósmica universal, que hace converger energías positivas a través del yoga, la meditación trascendental, la medicina alternativa, la alimentación macrobiótica. La relación entre los seres humanos y la naturaleza ya no es conflictiva; la serenidad favorece el amor; la paz interior se convierte en el bien mayor.

Todo esto es bueno, siempre y cuando no caigas en la trampa del sistema de dominación, que pretende aislar en islas de utopías aquellas energías que podrían converger para transformarlo. Cambio mis hábitos, pero no cambio el mundo. Excepto por las ballenas, pero no me esfuerzo por liberar del hambre a los niños del África subsahariana. Busco mi serenidad, sin amenazar las estructuras sociales que perpetúan las desigualdades y engendran violencia.

El sistema no es indiferente a tales manifestaciones. Por eso, busca cooptarlas. El consumismo construye centros comerciales con líneas arquitectónicas de catedrales estilizadas; transfiere los iconos a los objetos de consumo; hace del mercado un templo; y los índices bursátiles y las fluctuaciones del dólar se convierten en los oráculos que deciden nuestra salvación o perdición.

En ausencia de utopías y alternativas históricas, es la experiencia religiosa la que da sentido a la vida de las personas. Aunque esta experiencia está inversamente contenida en el valor agregado a una mercancía: el coche que me hace más importante; la ropa de marca que me hace más notable; los hábitos de consumo que me introducen en el estrecho círculo de quienes, en la vida, son canonizados por el estatus que disfrutan.

La religión hoy tiene que ser una elección del sujeto, lo que implica cierta experiencia. Ya no se nace religioso. Se adhiere a una de las propuestas del mercado de la credulidad. Se adopta un estilo de religiosidad deliberadamente sincrético, con elementos de múltiples tradiciones. Se convierte a comunidades capaces de configurar entre sí sus sistemas de creencias, prácticas, actitudes y ritos, que constituyen el cuerpo de mediaciones de cada religión. La era de la subjetividad traslada el centro de la religión a la experiencia personal, que requiere el factor místico, como personalización de la experiencia religiosa.

El desafío ahora es rescatar la dimensión cósmica e histórica de la revelación judeocristiana y romper el dualismo entre Marta y María. Nuestro Dios no es un dios cualquiera. Tiene una impronta histórica, un currículum, es el “Dios de Abraham, Isaac y Jacob”. Es el Dios de Jesús y los apóstoles. Es el Dios creador. A su vez, la acción debe surgir de la contemplación y la contemplación debe alimentar la acción. “Marta y María deben estar juntas para albergar al Señor …” (Teresa de Ávila, Moradas 4, 12).

Debemos aprender de los místicos a relativizar las mediaciones que nos llevan a la unión con Dios. El templo no es mejor que la calle; la vida religiosa no es mejor que la profana; la liturgia no es mejor que el trabajo; el bosque bañado al amanecer no es mejor que las fábricas de ABC paulista. El encuentro con Dios no se hace por éxtasis o emociones piadosas. Se hace a la manera del Samaritano, cuando alimentamos al hambriento y damos de beber al sediento. Se da por el sentido histórico que nos lleva al lugar que tenemos por delante: el Reino de Dios.

11 Diafanía

Identificar el ideal de la vida cristiana con la figura tradicional del místico, el anacoreta, el monje, es proponer al pueblo de Dios una entrega al universo religioso y un radicalismo ascético incompatible con la vida actual, la familia, la profesión. Es dividir la vida cristiana entre un pequeño grupo de personas selectas llamadas a la perfección y el resto, obligado a conformarse con una vida mediocre. Rahner habló de “mística cotidiana” y de la “intensa experiencia de Trascendencia”. J.B.Metz enfatiza la “mística con los ojos abiertos”. Levinas enfatizó el carácter ético de la espiritualidad cuando afirmó que “la voz de Dios es el rostro de los demás” (RAHNER, 1969).

Por tanto, debemos aprender de Jesús a conciliar el anuncio del Reino en medio de la multitud y los momentos de intimidad solitaria con el Padre. Oración y acción como caras de una misma moneda. Así, si somos capaces de reconocer el carácter sacramental de la naturaleza y encontrar el tesoro escondido en el rostro de quien se identificó con los condenados de la Tierra (Mt 25,31), entonces habremos encontrado el Agua Viva que sale de nuestro propio pozo (BETTO, 2019).

Todo lo dicho arriba parece resumirse en este texto de La Misa sobre el Mundo, que Teilhard de Chardin escribió en China, en 1923, en el desierto de Ordos:

Cristo glorioso, influencia secretamente difundida en el seno de la Materia y Centro deslumbrador en el que se encuentran las innumerables fibras de lo Múltiple, potencia implacable como el Mundo y cálida como la vida. Tú, en quien la frente es de nieve, los ojos de fuego, y los pies son más centelleantes que el oro en fusión; tú, cuyas manos aprisionan las estrellas, tú, que eres el primero y el último, el vivo, y el muerto y el resucitado; tú, que concentras en tu unidad exuberante todos los encantos, todos los gustos, todas las fuerzas, todos los estados; a ti era a quien llamaba mi ser con un ansia tan amplia como el Universo: ¡Tú eres realmente mi Señor y mi Dios!

Señor, introdúceme en lo más profundo de las entrañas de tu corazón. Y una vez ahí, abrázame, purifícame, inflámame, sublímame hasta la más completa satisfacción de tus gustos y hasta la más completa aniquilación de mí mismo.

Toda mi alegría y mis éxitos, toda mi razón de ser y mi gusto por la vida, Dios mío, penden de esa visión fundamental de tu conjunción con el Universo. ¡Que otros anuncien, conforme a su función más elevada, los esplendores de tu puro Espíritu! Para mí, dominado por una vocación anclada en las últimas fibras de mi naturaleza, no quiero ni puedo decir otra cosa que las innumerables prolongaciones de tu Ser, encarnado a través de la materia: ¡nunca sabría predicar más que el Misterio de tu Carne, oh, alma que transparece en todo lo que nos rodea!

A tu Cuerpo, con todo lo que comprende, es decir al mundo transformado, por tu poder y por mi fe, en el crisol magnífico y vivo en el que todo desaparece para renacer me entrego para vivir y para morir en tu servicio, Jesús.

Muchos siglos antes de Teilhard de Chardin, el apóstol Pablo nos aseguró:

La propia naturaleza creada será liberada de la servidumbre de la corrupción en que se encuentra para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que toda la creación todavía gime a una, como si tuviera dolores de parto. Y no solo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra adopción como hijos, y la redención de nuestro cuerpo. (Rm 8, 21-23).

Frei Betto es fraile dominico y escritor, asesor de movimientos pastorales y sociales. Texto original portugués. Postado en diciembre del 2020.

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[1] Nota del traductor: terreiros son los espacios en los que se celebran los ritos de los diferentes cultos afrobrasileños, como la macumba y el candomblé (religiones importadas desde África por los esclavos, que fueron desarrolladas en Brasil y que pervive arraigada en algunos estamentos populares); mãe de santo es la mujer responsable del culto, es la   oficiante de estos ritos.

[2] Búzios es una de las artes adivinatorias utilizadas en las religiones tradicionales africanas y en las religiones de la diáspora africana instaladas en muchos países de América.

Ecología integral y ética planetaria

Índice

Introducción

1 Ecología integral: un “nuevo” paradigma

2 El surgimiento de una “ética planetaria”

2.1 La “impotencia de la ética” y el desafío de una ética planetaria

2.2 Dignidad de los pobres: dignidad de la Tierra

2.2.1 Dignidad de la humanidad o del género humano

2.2.2 Dignidad de la Tierra y su Comunidad de vida

Conclusión: una “nueva” ética para un paradigma  “nuevo”

Referencias

Introducción

Nuestra intención, aquí, es sondear las posibles consecuencias de la relación entre “ecología integral” y “ética planetaria”. Constatamos, inicialmente, que los paradigmas emergentes postulan una recomposición total de la vida en su complejidad. En este sentido, asistimos a una mutua implicación entre procesos de agotamiento del viejo paradigma y paisajes y caminos desvelados desde el paradigma emergente. Y con eso, somos cuestionados sobre el tipo de relación que habría entre el viejo y el nuevo paradigma. Zigmunt Bauman dijo, a propósito de este tema: “El viejo mundo está muriendo. Pero lo nuevo aún no ha nacido”. El choque entre viejo y nuevo paradigma aparecería, en nuestra perspectiva, dentro del mismo proceso histórico en el que un paradigma alternativo va emergiendo a través de un proceso doble y simultáneo: radicalización de las contradicciones del paradigma hegemónico y potenciación de las vetas alternativas que emergen en medio de sus contradicciones internas.

 1 Ecologia integral: un “nuevo” paradigma

Puede parecer redundante hablar de “ecología integral”, ya que el término “ecología”, entendido a partir de los étimos que la componen (oíkos + logos), nos remite a principios que rigen una convivencia armónica dentro de la casa común. Y, de ahí, la obvia conclusión de que la integralidad se convierte en una condición indispensable para hablar de Ecología. Como es notorio, la “ecología” es un neologismo creado por el biólogo alemán Ernst Häckel quien, en su obra Generale Morphologie der Organismen, publicada en 1866, escribe:

Por ecología nos referimos a la ciencia de la relación entre los organismos y el mundo exterior, en la que podemos reconocer ampliamente los factores de la lucha por la existencia. […] A las condiciones de existencia de naturaleza inorgánica, a las que debe someterse cada organismo, pertenecen, en primer lugar, las características físicas y químicas del hábitat, el clima (luz, temperatura, humedad y electrización de la atmósfera), la calidad del agua, la naturaleza del suelo, etc. Bajo el nombre de condiciones de existencia entenderemos el conjunto de relaciones entre organismos, relaciones favorables o desfavorables. (HÄCKEL, 1866 apud KERBER, 2006, p. 71)

Por tanto, se destaca la elección de la relación como hilo conductor que une, como en una red, la complejidad de los organismos entre sí. Inscrita en la propia definición de ecología – “ciencia de la relación de los organismos con el mundo exterior” -, la noción de relación es también intrínseca a la concepción misma de las “condiciones de la existencia” de la relación entre los organismos y la naturaleza inorgánica, a saber: “conjunto de las relaciones de los organismos entre sí”.

Entonces, ¿cuál es la razón para seguir hablando de “ecología integral”? ¿No sería toda la ecología, después de todo, integral? ¿De qué sirve, entonces, añadir el adjetivo integral al sustantivo ecología? La justificación de este recurso  ¿no sería finalmente la conciencia de que, dada la complejidad intrínseca de la ecología como tal, es necesario utilizar adjetivos para distinguir y explicar, una a una, cada dimensión que, articulada a las demás, conforman esta intrincada red?

Durante las últimas décadas, fue necesario añadir adjetivos al sustantivo “ecología” para hacer explícitas otras dimensiones que no fueran reducibles únicamente al ámbito de la biología. Y esto se debió básicamente al hecho de que el término ecología se identificaba, incorrectamente, cada vez más sólo con “medio ambiente”. Y, en consecuencia, los discursos y prácticas ecológicas fueron entendidos cada vez más como relativos única y exclusivamente a la defensa del medio ambiente, concebido como un mero escenario de presencia y actividad humana. En definitiva, reducir la complejidad de la ecología a la dimensión ambiental delataría la presencia del inveterado antropocentrismo moderno.

No pretendemos, aquí, reconstruir todo el proceso dentro del cual se han ido añadiendo adjetivos a la ecología para explicar varias de sus dimensiones constitutivas, con el objetivo de articularlas recíprocamente y no separarlas y mucho menos contraponerlas. Además, ni siquiera sería éste el lugar para hacerlo (cf. KERBER, 2006, p. 61-85). Quizás sea oportuno, al respecto, señalar que la explicación de las otras dimensiones se dio a partir de la delimitación de la denominada ecología natural o ambiental. Es conocida la propuesta de Félix Guattari de tres ecologías: natural, social y mental (cf. GUATTARI, 1990). La ecología natural se ocuparía del medio ambiente y temas  a él vinculados; la social de cuestiones relacionadas con las relaciones intersubjetivas y sociales; y la mental se relacionaría con la subjetividad de las personas.

Con respecto a la ecología mental, se afirma que la naturaleza también es interior del ser humano y que, por tanto, se da en la mente en forma de energías psíquicas, símbolos, arquetipos, patrones de comportamiento y mentalidades que expresan actitudes de agresión o de acogida y cuidado (cf. BATESON, 1985; NAESS, 2017).

La ecología social se ha desarrollado más en el sur global (cf. SHIVA, 1991) y, especialmente, en el continente latinoamericano (cf. GUDYNAS, 1988; 1991). En estas latitudes, se procuró articular el grito de la Tierra con el grito de los pobres, desenmascarando la complicidad entre la crisis ambiental y la injusticia económica y social. El presupuesto básico de tal posición es que los límites de la Tierra coinciden con los límites del capitalismo neoliberal (cf. BOFF, 2009, p. 42).

Sin embargo, a lo largo de los años, se ha vuelto cada vez más claro que, para salvaguardar la amplitud del término ecología, tendríamos que imaginarla como un nuevo arte, un nuevo paradigma para guiar nuestras relaciones con el sistema de vida y con el sistema-Tierra. De ahí la oportunidad de concebirlo como un nuevo paradigma civilizatorio, añadiendo al término ecología otro adjetivo más, en este caso, “espiritual-integral”, que corresponda a una cuarta dimensión, de capital importancia para amalgamar las otras tres ya conocidas. De ahí la razón para hablar de “cuatro ecologías” (cf. BOFF, 2012). En este caso, la ecología se concebiría desde una mirada sistémica y, por tanto, como una singular complejidad compuesta por cuatro dimensiones: ambiental, social, mental y espiritual / integral. A raíz de las posiciones epistemológicas de F. Capra (“pensamiento sistémico”), E. Morin (“pensamiento complejo”) y Boaventura de Sousa Santos (“ecología del conocimiento”), Boff escribe:

Por tanto, se impone la tarea de ecologizar todo lo que hacemos y pensamos, rechazando conceptos cerrados, desconfiando de las causalidades unidireccionales, proponiendo ser inclusivos frente a todas las exclusiones, conjuntivos frente a todas las disyunciones, holísticos frente a todos los reduccionismos, complejos frente a todas las simplificaciones. Así, el nuevo paradigma comienza a hacer su historia.” (BOFF, 1995, p. 32).

2 El surgimiento de una “ética planetaria”

2.1  La “impotencia de la ética” y el desafío de una ética planetaria

Hoy nos encontramos en una situación de “impotencia de la ética”. De hecho, la ética se encuentra incapaz de impedir a la tecnología la realización de sus posibilidades. Todo lo que se puede hacer parece haber adquirido legitimidad en nuestros días y, por tanto, se empieza a buscar a través de una especie de compulsión obsesiva. En medio del paradigma moderno – antropocéntrico y científico-técnico – se utilizaron los medios para lograr ciertos fines. En ese contexto, a través de la relación clásica entre instrumentalidad y propósito, se garantiza una composición relativamente armoniosa entre técnicas y ética. Si bien la ética estaba destinada a los fines últimos, las técnicas se ocupaban de los medios adecuados para lograrlos. Era, por tanto, la ética la que promovía la técnica, al tiempo que le correspondía la decisión sobre los fines que, a su vez, debían guiar los procesos técnicos.

Hoy en día, esta situación parece haberse revertido. La tecnociencia ya no necesita de la ética para prescribir las reglas y propósitos de su funcionamiento. La ética se encuentra condicionada por la tecnociencia en el sentido de sentirse constreñida a formar parte de una realidad artificial. Los fines ahora se convierten en el resultado de procedimientos técnicos. El hacer concebido como una simple producción de resultados asume la primacía sobre  el actuar concebido como una elección y decisión de fines. La ética, a su vez, encuentra ante sí los resultados de los procedimientos técnicos y, sin haberlos elegido, ya no puede prescindir de ellos. (cf. GALIMBERTI, 2006; 2015).

En la “Era de la tecnociencia”, hay una primacía de un hacer sin finalidad. Presionada por la creación de un mundo cada vez más artificial, producto de las tecnologías contemporáneas, la ética ya no puede disponer de otra referencia que no sea la producción técnica continua. Al caracterizarse como un hacer sin finalidad, también se revela, después de todo, como impersonal. Hoy en día, los efectos de este hacer no son el resultado de decisiones tomadas por la acción humana. Por el contrario, son el resultado de procedimientos y métodos ya en marcha y que tienen su única base en el conocimiento acumulado. En este sentido, las tecnologías observan el siguiente razonamiento: los resultados se acumulan a lo largo de, y mediante, los  propios procedimientos, de tal manera que los efectos ya no puedan ser más reconducidos a los agentes iniciales.

Nuestras éticas, maduradas dentro de la tradición occidental, tenían, sin excepción, una referencia diversa: cosmológica (Antigüedad clásica), teológica (Edad Media), antropológica o ideológica (Modernidad). Precisamente por su carácter religioso o humanista, tales éticas se encuentran hoy en una situación de impotencia ineludible. No logran transponer el universo de las relaciones intersubjetivas para alcanzar una realidad artificial que tiene pretensiones de universalidad y cuya extensión es, a todos los efectos, planetaria.

En este sentido, incluso los intentos recientes de proponer una ética que abrace los grandes desafíos que enfrentamos hoy se topan con esta condición antropocéntrica y / o religiosa. Éste parece ser el caso de la “ética de la responsabilidad” propuesta por Hans Jonas (JONAS, 2006), la “ética comunicativo-discursiva” de Habermas (HABERMAS, 2003), la “ética global” del teólogo suizo Hans Küng ( KÜNG, 1992) y, finalmente, la “ética de la liberación o comunidad” de Enrique Dussel (DUSSEL, 1987). En la medida en que el referente fundamental para la construcción de la ética aún siga siendo el ser humano (primer y segundo caso), la religión (tercer caso) o incluso la sociedad (cuarto caso), continuamos estando referidos al paradigma antropocéntrico, propio de Modernidad occidental científico-técnica .

Al proponernos una “ética planetaria”, Leonardo Boff es quizás el único que, de hecho, abraza los desafíos que plantea la llamada crisis ecológica, entendida como crisis sistémica: crisis del paradigma civilizatorio hegemónico. Por eso mismo propone una ética que se sitúa en medio de un paradigma nuevo y emergente, el ecológico. (BOFF, 2003; HATHAWAY; BOFF, 2009).

Una posible alternativa a las éticas elaboradas en el meollo de la tradición occidental, tal vez, podría proponerse a partir de la revisión de las experiencias y principios éticos de nuestros pueblos amerindios por las Constituciones Plurinacionales de los Estados de Bolivia y Ecuador. Ambas Constituciones se inspiraron en los principios éticos de las naciones y pueblos Aimara, Quechua y Guaraní para elaborar sus actuales Cartas Magna. La Constitución del Estado Plurinacional del Ecuador reconoce los derechos de la Tierra como superorganismo, elaborando leyes que protejan la justicia ecológica y sancionen a los responsables de delitos ambientales. La Constitución de Bolivia recupera y recrea el “Buen Vivir” como principio ético fundamental de su Estado Plurinacional. “Buen vivir ” no es lo mismo que “vivir bien” entendido como “vivir mejor”, lema de nuestras civilizaciones occidentales consumistas. “Buen vivir” implica: priorizar la vida, retomar la unidad de todos los pueblos, aceptar y respetar las diferencias entre seres que viven en un mismo planeta y priorizar los derechos cósmicos (ACOSTA; MARTÍNEZ, 2009a; 2009b e 2011).

2.2 Dignidad de los pobres: dignidad de la Tierra

La elección del término “dignidad” como alternativa a “derechos” necesita una justificación previa. Los “derechos” y sus derivados remiten, a nuestro juicio, al típico proyecto de la Modernidad colonial de emancipación del sujeto en su afán de dominio y autonomía. A través de la reivindicación, sobre todo del derecho a poseer y dominar, el sujeto colonial moderno se emancipa de todos y de todo lo que lo vincula de alguna manera con la propia “comunidad de vida”. “Dignidad”, por el contrario, nos remite a la conciencia bíblica de un don recibido gratuitamente y, solo como tal, susceptible de ser recibido, en medio de una relación entre Creador y criatura y, por tanto, entre el Creador y todas las criaturas.

En este sentido, los intentos posteriores a la Ilustración de trasladar la discusión sobre los derechos humanos al terreno moral se vuelven cada vez más problemáticos porque, en última instancia, son ambiguos. Con esto, no queremos menospreciar la posición inaugurada por I. Kant, quien reconoció la dignidad humana basada en la libertad y la razón autónoma y, por tanto, emancipada. En su opinión, la especificidad de la dignidad humana estaría ligada a la voluntad y libertad de los seres humanos para poder otorgarse una ley que trascienda sus necesidades naturales, psicológicas y sociales. De esta forma, yendo más allá de sus propios intereses, el ser humano sería capaz de proyectarse libremente y sin trabas en la realización de imperativos éticos universales.

Una concepción tan elevada resulta, paradójicamente hablando, sumamente frágil precisamente porque presupone una valoración excesivamente sublime del sujeto. ¿Esta concepción elevada del ser humano, fundada en la razón, el libre albedrío y la capacidad de dominar el tiempo, a través de la memoria y la capacidad proyectiva, resistiría ante la constatación de que hay personas a las que les faltan o que perdieron esas eminentes cualidades? Por muy alta que sea esta concepción, ¿no se configuraría como una trampa cuyos rehenes serían los más débiles y, por tanto, los que más necesitan que se proteja su dignidad? En este sentido, ¿hoy no estaríamos percibiendo mejor la relevancia de lo que, al respecto, decía Schopenhauer: “sólo como ironía se puede aplicar el concepto de dignidad a un ser con una voluntad tan pecaminosa y un cuerpo tan vulnerable y frágil como el ser humano” ?

Otra muy distinta es la concepción de los textos inspiradores de nuestra tradición judeocristiana, para los que la dignidad se entrega como un don gratuito a todos los seres vivos y a cada ser vivo en particular. Ésta era, de hecho, la conciencia presente en los textos primordiales de nuestra tradición de fe cuando, por ejemplo, según la legislación veterotestamentaria, los días y años sabáticos deberían aplicarse también a los animales y a la propia tierra. El texto de Lv 25-26 prescribe el “sábado de la tierra”; y los textos de Ex 23 y Lv 25 recomiendan que, durante el año sabático, se deje la tierra sin cultivar para dar a los pobres el derecho de la respiga y para que la propia tierra descanse de su fatiga. Sin embargo, el texto más expresivo de esta conciencia es la amenaza divina de que el pueblo elegido será entregado al cautiverio de Babilonia hasta que la tierra, la tierra de Dios, haya disfrutado de todos sus sábados. (cf. 2Cr 36,21).

2.2.1 Dignidad de la humanidad o del género humano

¿Tiene la humanidad en su conjunto dignidad? Aparentemente, esta pregunta no se ha hecho a pesar de su pertinencia y relevancia. Aunque parezca obvio, la respuesta a esta pregunta no es tan fácil, porque la dignidad de la humanidad no coincide simplemente con la suma de la dignidad de cada ser humano tomado de manera singular. La mayor amenaza a la dignidad de la humanidad son los denominados “crímenes de humanidad”, entre los que destacan los siguientes: armas nucleares, armas químicas y biológicas de destrucción masiva, investigación en el campo de la biotecnología y nanotecnología y, más recientemente, la aparición de epidemias virales provocadas por la invasión  y la destrucción humanas de los diversos ecosistemas naturales.

La especie humana nunca se ha encontrado tan vulnerable y mortal como en la actualidad. Sabemos que hoy tenemos, por ejemplo, suficientes armas nucleares para, en cuestión de minutos, destruir no solo una, sino varias veces el planeta. Además, vivimos bajo la amenaza constante de la posibilidad de guerras químicas y nucleares y, en los últimos años, rehenes del surgimiento de epidemias virales. Se ha acuñado una expresión que podría caracterizar esta peculiaridad de nuestras sociedades occidentales contemporáneas: “sociedad de riesgo” (BECK, 2010). Y el carácter paradójico y, al mismo tiempo, alarmante de tales sociedades es que el riesgo ya no está representado por la experiencia ontológica del carácter incompleto del ser humano ni  por la histórica sensación de límite, sino por la desastrosa consecuencia de la propia actividad humana. De la expresión de la impotencia fundamental de los seres humanos ante un mundo que los supera, el riesgo ahora se percibe como el precio a pagar por el exacerbado e inconsecuente poder humano sobre ese mismo mundo.

A la vista de las recientes investigaciones en el campo de la biotecnología, surge una nueva amenaza en línea con nuestro horizonte cultural: la de la autodestrucción genética. Porque, a riesgo del uso espurio de la eugenesia y la teoría de la evolución, no se descarta la hipótesis de que las manipulaciones genéticas puedan alterar el tipo genético de la especie humana. Peor aún, esta espantosa pesadilla del riesgo constante ha propiciado aún más el individualismo, en lugar de fomentar la búsqueda de soluciones viables a través de una creciente conciencia de la dignidad de la especie humana. La capacidad de aprender a afrontar y vivir con el riesgo constante se ha convertido en uno de los principales objetivos a perseguir por el ser humano. Como resultado, la realización humana pasa a consistir, sobre todo, en una operación individual.

Por todo ello, vemos que el énfasis exagerado que se le ha dado a los derechos individuales en nuestros días nos está llevando, paradójicamente hablando, a una situación de negación sistemática de los derechos de la humanidad a la existencia y a la supervivencia. Lo que está en juego, en definitiva, es el derecho a la existencia y supervivencia de las generaciones futuras y, por tanto, de la especie humana. Por ello, es cada vez más urgente prestar atención a que, en determinadas situaciones, el derecho de la humanidad en su conjunto debe ejercer una primacía incondicional sobre los derechos particulares e individuales.

En este particular contexto , es necesario ampliar nuestra concepción habitual de lo que llamamos “humanidad”. No debe considerarse solo desde un corte transversal del tiempo, como el grupo de personas que viven en una época determinada. Hay que entenderlo también desde un corte longitudinal, como la sucesión de generaciones humanas. Esta ruptura, que ha caracterizado notablemente a la civilización occidental actual, puede resultar fatal para la humanidad en su conjunto. Ejemplos de esta falta de percepción sobre el conjunto de la humanidad y el futuro de la especie humana, lamentablemente, no faltan.

Hoy se sabe que, principalmente debido al inmenso crecimiento de las naciones industrializadas, corremos el riesgo de que se agoten las fuentes de energía no renovables como el petróleo, el carbón, la madera y el petróleo, incluso en la generación actual. Por lo tanto, disfrutamos de las ventajas y el bienestar que produce la industrialización, empujando la pesada carga y sus desastrosas consecuencias para las generaciones futuras. El ejemplo más característico, quizás, es el de la basura excesiva que producimos. Toneladas de basura y desechos producidos por nosotros llevarán décadas, en el mejor de los casos, para ser reciclados.

Otro tema que casi nunca se plantea en tal contexto es la protección de los derechos económicos fundamentales como condición mínima para que la especie humana viva con dignidad. Nos referimos aquí a derechos elementales, como: alimentación, salud, educación, trabajo, vivienda. Estos derechos, que por ser fundamentales, se vuelven imprescindibles para garantizar a todas y cada una de las personas las condiciones mínimas para vivir con dignidad (cf. BOFF, 1991). La protección de estos derechos económicos fundamentales implica una mayor democratización de la economía y la solidaridad, permitiendo el surgimiento de un mundo en el que quepan todos los mundos. Porque el mundo en el que vivimos se ha caracterizado por una exclusión sistemática y creciente de no menos de 2/3 de la población total del planeta. Precisamente aquí se revela el carácter estructuralmente excluyente de la globalización neoliberal. Agrava aún más la situación la constatación de  que no solo los seres humanos, sino también el planeta Tierra, están a merced de una economía neoliberal que se impone como la mayor de todas las fatalidades de “nuestro tiempo”. A la injusticia social y económica se une ahora la injusticia ecológica. Por eso los derechos sociales y económicos deben ser problematizados en sintonía con las condiciones cósmicas y naturales del planeta. (cf. MOLTMANN, 1990, p. 135-152; BOFF, 2015).

2.2.2 Dignidad de la Tierra y su Comunidad de vida

La mejor caracterización que tenemos de la globalización neoliberal y sus efectos desastrosos en relación con el planeta Tierra y las personas que lo habitan puede ser la que hace con envidiable rigor y plasticidad Edgard Morin. Según él, navegamos hacia una era planetaria propulsada por dos hélices. Las hélices no están exactamente relacionadas con la imagen del avión, sino con los modelos helicoidales de nuestro ADN. La primera está bajo la hegemonía del poder-dominio y está impulsado por cuatro motores: la ciencia sujeta a la técnica, que a su vez se somete a la industria, que a su vez se subordina a la lógica del lucro. De esta forma, según Morin, la nave espacial Terra es puesta en movimiento por estos cuatro motores interconectados. La segunda se distingue por la lucha por los derechos de la persona humana, por el derecho de los pueblos a la soberanía, a los ideales de libertad, igualdad, fraternidad, democracia (cf. MORIN, 2002, p. 225-243). Consciente de esta alarmante situación, E. Morin pregunta: “¿Seremos capaces de avanzar hacia una sociedad mundial portadora del nacimiento de la propia humanidad ? Esa es la cuestión. La humanidad está en formación. ¿Es posible rechazar la barbarie y civilizar realmente a los humanos? ¿Será posible salvar a la humanidad realizándola? Nada está definido, ni siquiera lo peor” (MORIN, 2002, p. 295).

Quizás la afirmación de que estamos experimentando, a todos los efectos, una crisis ecológica se ha convertido en un tópico. Lo que se ha llamado una crisis ecológica en realidad corresponde a una crisis del paradigma de la civilización occidental. En este caso, sería una crisis en el sistema disciplinado a través del cual la sociedad actual se orienta y organiza el conjunto de sus relaciones. Es decir, esta crisis se produciría más precisamente en el conjunto de modelos o patrones desde los que organizamos nuestra relación con nosotros mismos, con otras personas y con el conjunto de realidad en el que estamos insertos.

Lo que está en crisis, de hecho, es el paradigma típicamente occidental, síntoma de un antropocentrismo incorregible, expresado en la peculiar actitud de ponerse sobre las cosas, objetivándolas y juzgándolas distantes y desconectadas del ser humano considerado como sujeto.  La voluntad desenfrenada del ser humano de dominar todo ha marcado los destinos de la civilización científico-técnica occidental. La exacerbación del conocimiento concebido como poder nos está llevando, paradójicamente hablando, al sometimiento total a los imperativos de una Tierra degradada. En definitiva, la ilusión de un crecimiento desenfrenado y un progreso ilimitado nos está conduciendo a una degradación sin precedentes, notoria, sobre todo, en el progresivo deterioro de nuestra calidad de vida, de los demás seres vivos y del propio Planeta.

Desde el punto de vista del derecho privado, este antropocentrismo empedernido se revela en la oficialización legal de la existencia de sólo “personas” y “cosas”. Esta rígida división, aparentemente clara y distinta, refleja la cosmovisión moderna que separa la realidad en “sujetos” y “objetos”. Según esta configuración epistemológica, el sujeto es, estrictamente hablando, sólo el individuo considerado en sí mismo: ¡cogito, ergo sum! (Descartes). Todo lo demás, incluidas las demás personas, se reduce sistemáticamente a la condición de meros “objetos”. Este es la fatalidad de nuestro paradigma de civilización moderno. Según este supuesto, sólo el ser humano existe “por amor a sí mismo” (Kant). Todo lo demás existe solo por él y por él. El significado de las otras “cosas” radica en su puesta a disposición del ser humano. Este antropocentrismo moderno acaba produciendo así una situación en la que la naturaleza no tiene alma y los seres humanos, meros sujetos incorpóreos.

Hoy es más importante que nunca enfatizar la reciprocidad entre la protección de la dignidad humana y la defensa de la dignidad de la Tierra y, por tanto, la implicación mutua entre ambos. Cada vez que se daña la dignidad de otras criaturas y del planeta en su conjunto, se falta al respeto a la dignidad de la persona humana. La naturaleza, entendida como el conjunto de todas las criaturas, debe ser protegida por lo que es y no por su eventual potencial disponible para los seres humanos. Por tanto, el planeta debe ser salvaguardado en nombre de una dignidad que, a todos los efectos, le es propia. En este sentido, destacamos la peculiar relevancia de la “Carta de la Tierra”. Este documento representa, en opinión de L. Boff, miembro de su equipo de redacción: “una forma avanzada de comprender los derechos como derechos humanos,  derechos sociales,  derechos ecológicos y  derechos de la Tierra, como Planeta vivo” (BOFF, 2004, p. 10).

Conclusión: una “nueva” ética para un paradigma  “nuevo”

Recordando que texto proviene del término latino textum, que significa tejido, nos gustaría tejer algunos hilos que aparecieron a lo largo de nuestro itinerario. Concebimos la ecología como una singular complejidad  que involucra cuatro dimensiones: ambiental, social, mental y espiritual / integral. Y entendemos aquí paradigma, en un sentido amplio, como: un conjunto de modelos o estándares desde los que la sociedad actual se orienta y organiza el conjunto de sus relaciones. Por eso utilizamos el término paradigma en el sentido de un sistema disciplinado a través del cual organizamos nuestra relación con nosotros mismos, con otras personas y con el conjunto de la realidad en la que estamos insertos. Nos resta aún justificar la presencia del adjetivo “nuevo (a)” que acompaña a los sustantivos paradigma y  ética. “Nuevo (a)”, aquí, no significa reciente, ni “de moda”, menos aún “de última generación”. Este adjetivo se propone aquí en el sentido de “alternativo”. Cuando hablamos, por tanto, en un nuevo paradigma queremos referirnos a la emergencia de posibles alternativas al paradigma hegemónico que ha caracterizado a grandes rasgos el tiempo presente mediante la imposición de la tecnociencia, el mercado y los medios de comunicación (TAVARES, 2014a, p. 382-401).

En definitiva, proponemos el surgimiento de un nuevo paradigma civilizacional, precisamente el ecológico, concebido como una red tejida en torno a tres nudos: complejidad, sustentabilidad y cuidado (TAVARES, 2014b, p. 13-24). También creemos que la emergente “ética planetaria” se caracteriza por actitudes de pertenencia y cuidado con todos los seres vivos. En la narrativa de Gn 2,4b-25, por ejemplo, las relaciones de pertenencia y cuidado emergen como constitutivas del acto creador de Dios. Y todo se dice metafóricamente. Allí, el Creador aparece como un cuidadoso artesano que da forma al ser humano a partir de la propia arcilla de la tierra para que él sea su cultivador / cuidador. Porque al estar hecho de la arcilla de la tierra, el ser humano está llamado a ser el cultivador de la tierra. La pertenencia y el cuidado, por lo tanto, constituyen simultáneamente la reinvención de nuestra nueva relación con el sistema-Vida y el sistema-Tierra.

Sinivaldo S. Tavares OFM. Facultad Jesuita de Filosofía y Teología. Texto original en portugués. Postado en dicembre del 2020.

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Eclesialidad de las CEBs

Índice

Introducción

1 CEBs: ¿movimiento o Iglesia?

2 Entender la eclesialidad

3 Primeros pasos

4 Lo que dicen los teólogos y pastoralistas

5 Lo que dice el Magisterio de la Iglesia

5.1 El magisterio de la Iglesia en Brasil

5.2 Conferencias Generales del Episcopado de LAyC

5.3 El Magisterio Pontificio

Conclusión

Referencias

Introducción

El soplo del Espíritu Santo despertó en la Iglesia muchas experiencias de renovación que, a lo largo del siglo. XX, prepararon el Concilio Vaticano II. Entre estas experiencias podemos mencionar con seguridad el movimiento comunitario. Alentó muchas iniciativas para la participación de los laicos, incluidos los jóvenes, hacia una experiencia profunda de comunidad eclesial, con participación en la vida litúrgica, en la comunidad parroquial, mirando no solo al interior de la Iglesia, sino también descubriendo la dimensión del empeño de renovación social a través de la práctica de la justicia y la solidaridad (cf. LIBANIO, 2005, p. 21-48).

Entre las muchas experiencias de renovación, no podemos dejar de mencionar la de las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs). Hoy, después de varias décadas de experiencia de las CEBs como escuelas para la formación de la fe eclesial, podemos decir que ya forman parte del patrimonio teológico-pastoral de la Iglesia, especialmente en el continente latinoamericano y caribeño (= ALyC).

En su trayectoria, las CEBs se han enfrentado a muchas dificultades. Uno de ellos y el más persistente fue, sin duda, la eclesialidad. ¿Las CEBs son movimiento dentro de la Iglesia o Iglesia en la base eclesial?

1 CEBs: ¿movimiento o Iglesia?

Como fenómeno histórico-eclesial, las CEBs están sujetas a la ambigüedad propia de los fenómenos históricos. Tuvieron que definir su identidad eclesial desde muy temprano, delimitándose con los nuevos movimientos eclesiales. Para quienes viven el día a día de estas comunidades, ellas expresan proféticamente la nueva comprensión de la Iglesia del Concilio Vaticano II. Pero hay quienes hacen una lectura diferente, interpretándolos más como un movimiento contestatario de la estructura jerárquica de la Iglesia institucional. Es decir, ellas también enfrentan escollos, despiertan entusiasmo y pasión, dudas e incluso rechazo.

Para evitar desviaciones, las CEBs fueron constantemente objeto de la atención de teólogos y pastoralistas y de la preocupación pastoral del magisterio de la Iglesia, a nivel de las Conferencias Episcopales, del Episcopado del Continente Latinoamericano e incluso del magisterio de la Iglesia universal, velando por su eclesialidad.

La exhortación postsinodal Christifideles Laici (CfL), 1988, recogiendo los frutos del Sínodo sobre la Vocación y Misión de los Laicos en la Iglesia y en el Mundo, 1987, nos ofrece una preciosa indicación para responder a la cuestión de la diferenciación entre CEBs y movimientos eclesiales. En la parte en que se ocupó de las parroquias como “la Iglesia misma que vive en medio de las casas”, el texto pontificio nos hace ver que la realidad eclesial de los movimientos tiene aspectos que difícilmente encajan en una categoría ligada a territorio, edificio, estructura. Esta realidad eclesial está más ligada a “la familia de Dios”, “fraternidad animada por el espíritu de unidad”, arraigada en una comunidad de fe, esperanza y caridad, en definitiva, en una comunidad eucarística. De hecho, en el contexto de la vida parroquial, se desarrollan estructuras parroquiales que promueven la participación de los laicos, por un lado, y las “pequeñas comunidades eclesiales de base, también llamadas comunidades vivas”, por otro (CfL n. 26). El texto, por tanto, nos ayuda a distinguir aquellas estructuras que apoyan la participación de los laicos en la vida eclesial y las “pequeñas comunidades de base”.

Posteriormente, el texto se abre a “formas asociativas de participación” y a una “nueva era asociativa”. Estas “formas asociativas” no son una mera concesión de la autoridad. Son el resultado del bautismo, vivido bajo la responsabilidad del laico (cf. CfL n. 29). Corresponde a la autoridad eclesiástica indicar claramente los criterios de eclesialidad, tal como se indica en la Exhortación Apostólica (cf. CfL n. 30). Estas agrupaciones o los nuevos movimientos tienen algunos aspectos similares a las CEBs. Ellos también pueden pensarse como “una nueva forma de ser Iglesia”, de la Iglesia realizarse. Se puede decir que “la vocación apostólica de cada bautizado se expresa también con iniciativas colectivas o grupales que caracterizan a los movimientos eclesiales” (MAÇANEIRO, 2015, p. 644).

Por su parte, las CEBs tienen características distintas y más amplias que los movimientos eclesiales. En ellas se destaca la participación de los miembros de la comunidad como “Iglesia local” que involucra a todos: niños, jóvenes, adultos y ancianos, hombres y mujeres. Todos se reúnen alrededor de la comunidad que celebra su fe, esperanza y caridad. Será instructivo recordar uno de los textos más esclarecedores de la historia de las CEBs. El Documento de Medellín (DMd) afirma que

la experiencia de la comunión a la que fue llamado debe ser encontrada por el cristiano en su “comunidad y base”, es decir, en una comunidad local o ambiental, que corresponda a la realidad de un grupo homogéneo, y que tenga una dimensión que permita el tratamiento personal fraterno entre sus miembros. (DMd 15, 10)

Nuestra siguiente preocupación es entender esta eclesialidad como la identidad de las CEBs.

2 Entender la eclesialidad

La Iglesia de Jesucristo tiene su punto de partida en la Santísima Trinidad por el designio eterno del Padre, que quiere la salvación de todos, y por la misión del Hijo y del Espíritu (cf. LG n. 2-4). Dada esta iniciativa, la Iglesia tiene su “ensayo” histórico en la vida de Jesús y su predicación del Reino de Dios, y se explicita desde el kerigma, que vincula a los seguidores de Jesús con su vida, pasión, muerte y resurrección.

Esta acción divina que tiene lugar en el evento de la salvación en Cristo por el Espíritu se convierte en una realidad empírica en la obra de Jesús: anuncia el Reino del Padre, llama a los discípulos a estar con él en el aprendizaje del discipulado y luego a ser enviados en misión. Se puede decir que, por su muerte y resurrección y por Pentecostés, la Iglesia adquiere una densidad histórica palpable y visible, como sacramento universal de salvación. A través de la experiencia del Resucitado y del Espíritu, la Iglesia puede celebrar la gracia liberadora en la historia hasta el fin de los tiempos.

Se puede decir, entonces, que a través de la experiencia del Resucitado y del Espíritu Santo, se constituye la primera comunidad apostólica y todas aquellas comunidades – ekklesiai en el sentido que nos llega en el Nuevo Testamento – que se van formando a lo largo de la historia hasta el fin de los tiempos. Toda y cualquier comunidad cristiana necesita este inicio como hecho estructurante. La fe, la esperanza y la caridad nos constituyen como Iglesia. Dicho de otro modo, la eclesialidad no se da como obra humana, sino que es esencialmente la acción comunicativa de Dios en el mundo. Así se forman todas las Iglesias locales, grandes, pequeñas, pobres, dispersas. A esta experiencia de las comunidades apostólicas se vinculan las CEBs para afirmarse hoy como Iglesia en condiciones históricas-coyunturales distintas a las de los tiempos apostólicos.

En este sentido, nos ayuda la afirmación, de innegable autoridad, de la Lumen Gentium “la Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas comunidades locales de fieles, que, unidas a sus pastores, son también en el Nuevo Testamento llamadas ‘iglesias’”. (LG n. 26). Veamos, entonces, cuál es el significado de esta preciosa inserción, precisamente en el cap. III de Lumen Gentium.

En los debates conciliares sobre la comprensión de la Iglesia surgió la observación de que existía, de hecho, una cierta visión unilateral a favor de la Iglesia universal, ofrecida por los cap.I y II de Lumen Gentium, respectivamente, sobre el misterio de la Iglesia vista desde la Trinidad, y el Pueblo de Dios en su plena historicidad. Así, la dimensión “universal” de la Iglesia se hizo representar muy bien. Pero la Iglesia todavía necesitaba trabajar más de forma inmediata su realidad “local”. Sin ella faltaría la referencia a la vida concreta donde realmente se realiza la Iglesia en sus diferentes niveles: en la Iglesia diocesana, en la parroquia o en las CEBs. Estos diversos niveles, aunque diferentes, se complementan entre sí, siempre bajo el pastor del obispo. Se trata, por tanto, de la comprensión de la Iglesia no tanto desde su “universalidad abstracta”, sino desde la comunidad concreta, en la que se anuncia la Palabra y se celebra la Memoria del Señor. De esta manera, la salvación escatológica se hace presente en la comunidad viva. Por tanto, la pequeña comunidad es Iglesia en el verdadero sentido del término. Desde esta realidad escatológica, presente y real, se puede buscar comprender la Iglesia en su conjunto. Esto se debe a que el misterio de la Iglesia, en su universalidad, está realmente presente (en el texto latino: vere adest) en la comunidad local.

El texto conciliar tiene un contexto específico, en el que se hace explícito el lugar del ministerio del obispo, que, por la plenitud del sacramento del orden, preside la Iglesia particular o local. Desde este ministerio apostólico se puede decir que la Iglesia de Cristo se encuentra en todas las legítimas asambleas locales de fieles, sean pequeñas, pobres o dispersas. En ellas está presente el Señor Resucitado. Por esta presencia victoriosa del Resucitado la comunidad local se une al misterio de la Iglesia de Cristo una, santa, católica y apostólica, como profesamos en el Credo Apostólico (cf. RAHNER, 1966, p. 242-245).

Después de estos presupuestos para la comprensión de la “eclesialidad”, recorreremos el camino seguido por las CEBs, preguntándonos sobre los primeros pasos de esta experiencia y sobre la lectura que de ella hicieron sus actores históricos.

3 Primeros pasos

Colocadas las condiciones estructurantes de la eclesialidad, ahora vemos cómo sus actores vivieron la experiencia de las CEBs y la expresaron en el día a día. En este itinerario, es fundamental, de entrada, decir que las CEBs no surgieron de una planificación previa. No hubo un momento concreto en el que los participantes decidieron que iban a “crear una comunidad de base”, es decir, una comunidad cristiana con otra figura de la Iglesia que no es solo la Iglesia de siempre, que expresa esta identidad que viene de los apóstoles y que presenta con nueva visibilidad, un modelo histórico en construcción.

El impulso renovador del Espíritu Santo, ya presente en muchas Iglesias particulares de la Iglesia latinoamericana, responde al anhelo de renovación que precede al Concilio Vaticano II y se manifiesta de modo creciente, especialmente en los años 50 y 60 del siglo XX. Destacamos que, en este punto, privilegiamos el camino recorrido por las CEBs en la Iglesia en Brasil, por el hecho evidente de vivir dicha experiencia eclesial en esta Iglesia. Sin duda los participantes de otras realidades eclesiales podrán ampliar nuestra visión, enriqueciéndola con sus experiencias.

En torno al Concilio Vaticano II en nuestro continente hay una nueva conciencia eclesial. Se anuncian nuevos hechos: primero, el surgimiento de un nuevo sujeto social en la sociedad de nuestro continente, el sujeto popular, que anhelaba la participación; en segundo lugar, el surgimiento de un nuevo sujeto eclesial, con una nueva conciencia en la Iglesia. Anhelaba participar activa y responsablemente en la vida y misión de la Iglesia. Este sujeto provoca nuevos descubrimientos y conversiones pastorales (cf. Doc. CNBB, 1986, n. 7).

¿Dónde encontramos las semillas de esa experiencia? Para responder a esta pregunta, debemos dirigir nuestra mirada a nuestra historia y descubrir los factores que causaron la aparición de las CEBs. En el pasado de nuestra historia, hemos notado que en muchos rincones de nuestro continente fueron los fieles laicos quienes, poblando el interior, llevaron consigo la fe y sus expresiones, construyendo oratorios y capillas, alimentando su propia fe sencilla pero ferviente y devota. Se aseguraron de que la propia experiencia de la vida cristiana garantizara la transmisión de la fe eclesial, incluso antes que el clero que por allá llegase. Más recientemente, este fondo histórico se encontró con los distintos movimientos renovadores que prepararon el Concilio Vaticano II. Tales movimientos tenían al “sujeto moderno” como sujeto portador de cambios. Este encuentro entre lo que nos llegó de la tradición con este nuevo espíritu, sobre todo de participación, de renovación comunitaria, dio lugar a nuevas experiencias, entre las que se encuentran las CEBs. Se da, así, el despertar de una nueva conciencia eclesial.

En el contexto de este despertar del Espíritu en el corazón de la Iglesia, las primeras experiencias de renovación comunitaria tuvieron lugar en la década de 1950 en Brasil, Chile, Panamá y en muchas otras Iglesias locales. En el caso brasileño, mencionamos dos iniciativas pioneras, presagiando las pequeñas comunidades cristianas, luego llamadas de base. La primera es la experiencia de la catequesis popular en la diócesis de Barra do Piraí (RJ), impulsada por el entonces obispo diocesano Don Agnelo Rossi. Estimuló la participación de los laicos en los salones comunitarios, bajo la guía de los catequistas, para la proclamación de la Palabra de Dios y la catequesis. La segunda experiencia tuvo lugar en el llamado Movimiento de Navidad, que comenzó en la década de 1950. En él se articulaba la promoción humana, a través de la educación popular y la sindicalización rural, con la formación de la fe, valorando la comunidad local. Esta iniciativa fue impulsada por Don Eugenio Sales, de la arquidiócesis de Natal, en el estado de Rio Grande do Norte. (cf. TEIXEIRA, 1988, p. 56-67).

Junto con la renovación comunitaria, también crece la renovación del ministerio sacerdotal. Los sacerdotes descubren su lugar eclesial en comunidades que se entusiasman y crecen. El ministerio de la Iglesia deja a un lado su tradicional sentido de estatus clerical y establece una relación orgánica con la comunidad. La parroquia también se renueva. Poco a poco se produce una verdadera conversión espiritual y pastoral, como anticipándose a lo que la Conferencia de Aparecida explicitaría después (cf. DAp n. 370).

Converge con esa renovación la preocupación que el Papa Juan XXIII expresó poco después de su elección, en un discurso a los miembros de la Comisión para América Latina (CAL), el 15 de noviembre de 1958. Este llamamiento no tuvo el efecto deseado.  Por eso, el Papa insistió en otro discurso, el 8 de diciembre de 1961. En él, Juan XXIII subrayó nuevamente la urgencia de una movilización que involucrase a los diversos aspectos de la vida eclesial en la pastoral de conjunto y en una planificación pastoral realista (cf. FREITAS, 1997, p. 78).

En respuesta a los llamamientos del Papa Juan XXIII, en 1962 la CNBB lanzó un Plan de Emergencia (PE), buscando la renovación pastoral, que enfatiza la necesidad de dinamizar las parroquias para responder a la realidad y ser verdaderamente “una comunidad de fe, de cultura y de caridad”. Y añadió dos cosas importantes para la experiencia de las CEBs: a) “los laicos tienen un papel muy decisivo en estas comunidades” (CNBB, 1963, n. 5.5). Se trata de la iniciativa evangelizadora o “del papel de todos los bautizados en la vida y en la misión de la Iglesia, dejando atrás la pasividad”; b) en esta tarea evangelizadora, “el método más seguro es la evangelización a partir de los problemas de la vida” (CNBB, 1963, n. 5,6).

Pero el impulso más fuerte proviene del entusiasmo y la alegría eclesial creados por el Concilio Vaticano II. El espíritu eminentemente pastoral que irradia el Concilio crea un nuevo clima de renovación pastoral en las parroquias y comunidades. Por ello, sería muy útil recordar aquí algunos puntos básicos de la eclesiología del Concilio y que encajan muy bien en el entendimiento de las CEBs.:

  • el primer punto que influye profundamente en la vida de las CEBs es la nueva concepción de la Iglesia como pueblo peregrino de Dios y misterio de comunión;
  • el segundo punto se refiere a Gaudium et Spes, que nos presenta la Iglesia en el mundo contemporáneo, en un diálogo crítico, especialmente desde la teología de los “signos de los tiempos” (cf. CNBB, 1963, n. 4 y 11);
  • el tercer punto se refiere a la dimensión pastoral, abriendo espacios para nuevas experiencias comunitarias además de la clásica pastoral sacramentalista de conservación, propia de las cristiandades. A través de esta ventana abierta por el soplo del Espíritu pasa una de las creaciones más esperanzadoras: las pequeñas comunidades que, inspiradas por la experiencia de las comunidades apostólicas, se presentan ahora como una respuesta viva y creativa, procedente de dentro mismo del pueblo del Dios peregrino.

4 ¿Qué dicen los teólogos y pastoralistas?

En esta ya larga historia de las CEBs, muchos teólogos y pastoralistas se han pronunciado. En Brasil, tuvimos el primer Encuentro Intereclesial de las CEBs en Vitória (ES), con un extenso análisis de la experiencia de las CEBs,  de Carlos Mesters,  bajo el título El  futuro de nuestro pasado. “¡Lo que debe ser tiene fuerza!” (ENCUENTRO DE VICTORIA, 1975, p. 120-200). En el mismo informe, Leonardo Boff hace una rápida reflexión sobre las eclesiologías presentes en las Comunidades Eclesiales de Base (ENCONTRO DE VITÓRIA, 1975, p. 201-209).

Pero fue en 1977 cuando Leonardo Boff profundizó sistemáticamente en el tema de las CEBs en su libro reconocido internacionalmente: Eclesiogénesis. Las comunidades eclesiales de base reinventan la Iglesia (1977). Él enfrenta la pregunta crucial: “¿la CEB es Iglesia o solo tiene elementos eclesiales?” (BOFF, 1977, pág.21). Parte de un supuesto teológico indiscutible: “la Iglesia se constituye como Iglesia cuando los hombres se dan cuenta del llamado salvífico hecho en Jesucristo y se reúnen en comunidad, profesan la misma fe, celebran la misma liberación escatológica y tratan de vivir el seguimiento de Jesucristo”. Y concluye que “sólo podemos hablar en sentido propio de Iglesia, cuando surge esta conciencia eclesial” (BOFF, 1977, p. 22). Poniendo esta condición a priori, admite que en el momento concreto de las CEBs existen opiniones divergentes que él atribuye a la posición que alguien ocupa en la estructura de la Iglesia.

En su argumentación, Boff sigue la línea que le ofrecen las experiencias que provienen de las bases eclesiales y de sus intérpretes. Entre los apoyos que cita aparece, en primer lugar, J. Marins: “para nosotros, la CEB es la Iglesia misma, sacramento universal de salvación, continuando la misión de Cristo, profeta, sacerdote y pastor. Por tanto, comunidad de fe, culto y amor. Su misión se hace explícita a nivel universal, diocesano y local (de base)”(BOFF, 1975, p. 405). Y en segundo lugar, A. Antoniazzi, en su interpretación más matizada. Para él, las CEBs son realidades eclesiales, pero carentes de un desarrollo más pleno: “desde el punto de vista pastoral, estos grupos o comunidades de base deben ser considerados una auténtica realidad eclesial, sin duda carente de desarrollo, pero ya integrada en la única comunión con el Padre en Cristo por el Espíritu Santo” (cf. BOFF, 1977, p. 25). Antoniazzi entiende a las CEBs en su eclesialidad básica, aún en crecimiento.

Por otro lado, esta comprensión de la Iglesia como realidad local ya se encuentra en el NT, especialmente en la literatura paulina. Al principio, Pablo es testigo de la existencia de diferentes iglesias (ekklesiai). Son Iglesias locales que están constituidas no por el número de miembros, sino por la vocación a la que los seguidores de Jesús están llamados para constituir el “pueblo nuevo”, que reúne a los santificados por el bautismo y que Pablo llama “el cuerpo de Cristo”.  Sólo en un segundo momento surge la conciencia de que las numerosas Iglesias locales en su conjunto se entienden como Iglesia universal, con el fin de calificar la comunión de las Iglesias en el único misterio trinitario como pueblo de Dios peregrino en la historia.

Otro aspecto en el que debemos profundizar rápidamente se refiere a la relación entre lo “universal” y lo “particular” o “local” en la Iglesia. De hecho, “universal” y “particular” no son cosas comparables. Lo “universal” de la Iglesia no es una realidad histórica eclesial visible, tangible, que englobe al conjunto de las Iglesias, sino el misterio de salvación que está presente en las diferentes Iglesias locales. Lo universal existe en lo particular, es decir, en la realidad de la historia concreta en el momento y lugar donde se ofrece el misterio de la salvación y donde “la fe constituye la realidad mínima constituyente de la Iglesia particular” (BOFF, 1977, p. 32). Desde esta perspectiva, “el fiel, por su fe-comunidad, ya es presencia de la Iglesia universal” (BOFF, 1977, p. 33). En estos términos, la Iglesia “universal” no es “visible”. Es “misterio”. Lo “visible” es la Iglesia particular en la que concretamente nos entendemos como discípulos de Cristo en comunión.

Boff afirma, en conclusión, que las CEBs “son” Iglesia universal realizada en la base “(1977, p. 37). Como Iglesia de base eclesial, la CEB es un signo visible, históricamente perceptible del misterio de la voluntad salvífica universal de Dios en Cristo a través del Espíritu.

5 El magisterio de la Iglesia

En esta parte pretendemos exponer, en primer lugar, lo que dice la enseñanza de la Iglesia en Brasil por el simple hecho de que hablamos desde aquí. Pero se puede partir de cada Conferencia Episcopal; en segundo lugar , lo que dicen las Conferencias Generales del Episcopado de LAyC; tercero, las principales declaraciones del magisterio pontificio.

5.1 El magisterio de la Iglesia en Brasil

La enseñanza de la Iglesia en Brasil sobre las CEBs comenzó en 1962 con el Plan de Emergencia. Ya nos referimos antes a él. Al final del Concilio, la CNBB lanzó un audaz Plan Pastoral de Conjunto (PPC) en 1966. En él, la Iglesia en Brasil se fijó el objetivo de “crear los medios y las condiciones para que la Iglesia en Brasil se ajuste, lo más rápida y plenamente posible, a la imagen de la Iglesia del Vaticano II” (CNBB, 1966, p. 25). En el esfuerzo de renovación, el PPC indicó que “la descentralización de la parroquia es urgente”, dando lugar a “comunidades de base”. En ellas “los cristianos no son personas anónimas, que solo buscan un servicio o cumplen una obligación, sino que se sienten acogidos y responsables, y parte integrante de ella, en comunión de vida con Cristo y con todos sus hermanos” (CNBB, 1966, pág.38).

Para que la Iglesia en Brasil se adapte a la imagen de la Iglesia del Vaticano II, el PPC nos dice: “La Iglesia es y será siempre una comunidad. En ella siempre estará presente y activo el ministerio de la Palabra, la vida litúrgica y especialmente la eucarística, la acción misionera, la formación en la fe de todos los miembros del pueblo de Dios, la presencia de Dios en el desarrollo humano, la organización visible de la propia comunidad eclesiástica” (CNBB, 1966, p. 27).

Para el PPC, la CEB ya forma parte de la estructura de la Iglesia diocesana a su nivel. Señala que las CEBs “corresponden, en las zonas rurales, a las capillas rurales”. Sin embargo, no deja de señalar que “en el medio urbano es necesario intensificar las experiencias incipientes” (CNBB, 1966, p. 106). Desde el inicio, destaca la dificultad que tuvieron las CEBs para establecerse en el espacio urbano.

De hecho, las CEBs continúan enfrentando nuevos desafíos. En la década de 1970, el desafío era garantizar la plena eclesialidad, con un mayor énfasis en el ámbito interno de la Iglesia. En la década de 1980, el desafío estaba más relacionado con su relación con los movimientos sociales. En el clima de cambio hacia un estado democrático, en una situación de relativa libertad, se abren nuevas perspectivas para partidos políticos, movimientos sociales, sindicatos, entre otros. Surgen entonces interrogantes relacionados con la articulación de las CEBs con estos nuevos actores políticos, sociales y populares, que implican aspectos particulares de la pastoral de las CEBs. Para dar cuenta de esta nueva coyuntura y, así, orientar la vida eclesial y la práctica pastoral de las CEBs, los obispos editaron, a principios de los años ochenta, el documento titulado Comunidades eclesiales de base en la Iglesia de Brasil (CNBB, 1986). De él recogemos los puntos básicos, incluso corriendo el riesgo de repetición:

a) Se reafirma con énfasis la eclesialidad de las CEBs. Son un “fenómeno estrictamente eclesial” y “nacieron dentro de la Iglesia-institución” para convertirse en “una nueva forma de ser Iglesia” (CNBB, 1986, n. 3) y “una nueva forma de estar la Iglesia en el mundo” (CNBB, 1986, n. 4);

b) Se destaca que los pobres tienen un lugar privilegiado en la Iglesia. En este contexto, las CEBs “son expresión del amor preferencial de la Iglesia por el pueblo sencillo” (CNBB, 1986, n. 47, cf. DPb n. 643). Pero las CEBs no pueden reducirse a los pobres, dejando la parroquia y otras organizaciones a las clases medias y ricas (CNBB, 1986, n. 48). Al contrario, “el fundamento de las CEBs se dirige como ideal a todos los cristianos” (CNBB, 1986, n. 51). En ellas se ponen a prueba “formas de organización y estructuras de participación capaces de allanar el camino hacia un tipo de sociedad más humana”. En ellas se muestra que “sin una comunión radical con Dios en Jesucristo, cualquier otra forma de comunión puramente humana … termina inevitablemente volviéndose contra el hombre mismo” (CNBB, 1986, n. 54, cf. DPb n. 273);

c) Otro aspecto se refiere a la relación entre las CEBs y la dimensión sociopolítica de la evangelización. El Sínodo de 1971 sobre la justicia en el mundo ya había afirmado que “la acción por la justicia y la participación en la transformación del mundo se nos presenta claramente como una dimensión constitutiva de la predicación del Evangelio, es decir, de la misión de la Iglesia por la redención del género humano y la liberación de toda opresión ”(Introducción). Al afirmar que la misión evangelizadora de la Iglesia es “eminentemente pastoral”, no quiere decir que pueda omitirse en temas sociopolíticos pues “presentan una dimensión ética relevante” (CNBB, 1981, n. 2). Ante esto, el documento 25 de la CNBB insta a las CEBs y otras comunidades eclesiales a permanecer fieles a la propia fe, en contenido y métodos, en la búsqueda de la liberación plena, superando la tentación de “reducir la misión de la Iglesia a las dimensiones de un proyecto puramente temporal” (CNBB, 1986, n. 64, cf. Evangelii Nuntiandi 32);

d) Otro punto se refiere a la relación entre las CEBs y los movimientos populares en la lucha por la justicia. Las CEBs “no pueden arrogarse el monopolio del Reino de Dios”. De hecho, la CEB debe ser consciente de que “como Iglesia, es signo e instrumento del Reino, es esa pequeña porción del pueblo de Dios donde la Palabra de Dios se recibe y se celebra en los sacramentos … especialmente en la Eucaristía” (CNBB, 1986, núm. 70). Así formadas, ellas buscan “la colaboración fraterna con personas y grupos que luchan por los mismos valores” (CNBB, 1986, n. 73). El Documento, sin embargo, expresa una salvedad sobre “los grupos ideológicos encerrados en sí mismos”, especialmente aquellos que “repudian explícitamente la fe y la apertura a Dios” (CNBB, 1986, n. 74). Finalmente, se solicita mantener “una clara distinción entre las CEBs y los movimientos populares”. Ni las CEBs pueden ocupar el espacio de un movimiento secular, ni pueden acomodarse a los movimientos populares, con el riesgo de perder su propia identidad eclesial. (CNBB, 1986, n. 76);

e) Dos cuestiones también preocupan a los obispos dentro de la Iglesia. Primero, la relación entre las CEBs y los movimientos laicos. En el contexto, el Documento establece claramente que “la CEB no es un movimiento. Es una nueva forma de ser Iglesia”. Al ser Iglesia, “el ministerio pastoral o jerárquico es parte de la CEB” en su papel específico de “hacer presente a Cristo Cabeza” (CNBB, 1986, n. 79). En segundo lugar, con respecto a la coordinación y la responsabilidad última de las CEBs, el mismo Documento aclara la relación entre los Encuentros Intereclesiales de las CEBs y el ministerio pastoral de los obispos. De hecho, para “garantizar la plena eclesialidad” de estos encuentros, pide que “la coordinación general sea asumida por la Regional o diócesis que lo acoge”. Y añade el principio general que rige la eclesialidad en toda la Iglesia: “La coordinación de la pastoral es uno de los aspectos del ministerio episcopal y debe ejercerse en profunda comunión con el Obispo y bajo su responsabilidad última” (CNBB, 1986, n. 86).

Coronando este punto, señalamos otro documento de la CNBB, el número 92 (2010). Representa el compromiso de los obispos con la animación de las CEBs, ahora frente a otros desafíos de una realidad plural, que sugiere “diferentes formas de vivir la misma fe en la sociedad posmoderna. El cambio de época, aunque se manifiesta en el nivel más profundo de la cultura y la lógica del mercado, erosiona la estructura fundamental de la sociabilidad básica (cf. CNBB, 2010 p. 12). En respuesta al nuevo clima coyuntural, el documento propone: “valorar las experiencias de sociabilidad básica” (CNBB, 2010, p. 13) y expresar con énfasis la experiencia de los intereclesiales como “manifestación visible de la eclesialidad de las CEBs … comunión entre los fieles y sus pastores” (CNBB, 2010, p. 14).

5.2 Conferencias Generales del Episcopado LAyC

En el ámbito latinoamericano, se puede decir que las CEBs “ganan un foro de ciudadanía” en Medellín (TEIXEIRA, 1988, p. 294). De hecho, la II Asamblea General del Episcopado Latinoamericano (1968) abordó las CEBs de manera positiva y alentadora. Enumera los puntos fundamentales que constituyen las CEBs como Iglesia: a) ser “una comunidad de fe, esperanza y caridad”; b) ser “el primer y fundamental núcleo eclesial”, es decir, “célula inicial de estructuración eclesial”; c) “foco de evangelización” y d) “actualmente un factor primordial para la promoción y el desarrollo humano” (DMd n. 15, 10). En este contexto, la parroquia se convierte en “un conjunto unificador de las comunidades de base”. A su vez, las CEBs se convierten en un dinamismo renovador y descentralizador de la pastoral (DMd no. 15, 13), dando lugar a nuevos ministerios y espacios de participación en la acción pastoral de la Iglesia, en las nuevas pastorales que surgen.

Finalmente, el documento de Medellín recomienda tres puntos para asegurar el seguimiento y estímulo de las CEBs en el futuro: a) que los obispos y párrocos se preocupen por el descubrimiento y la formación de líderes para las CEBs (DMd No. 15, 11); b) que se realicen estudios teológicos, sociológicos e históricos, con la debida divulgación de las experiencias (DMd n. 15, 12); c) que los seminaristas estén mejor preparados para el ambiente latinoamericano, es decir, “formación básica en la pastoral de conjunto,  preparación para fundar y ayudar a las comunidades de base, conveniente formación y entrenamiento en dinámicas de grupo y relaciones humanas (…)” (DMd n. 13, 21).

La fase de experiencia incipiente se cierra positivamente con la legitimación de las CEBs por parte del episcopado latinoamericano. Allí se reconoce que ellas corresponden tanto a los anhelos de los fieles de participar en la vida y misión de la Iglesia como a las enseñanzas del Concilio sobre la Iglesia. Esto hizo de las CEBs una esperanza para la Iglesia en el continente.

Si en Medellín las CEBs “ganan un foro de ciudadanía”, en Puebla (1979) se confirman. Pasando por dificultades e incluso persecuciones, maduran. Debido a la intensificación de la represión contra los movimientos sociales y políticos, y de la censura, las CEBs se convirtieron, en muchos lugares, en espacio de la sociedad civil y, en particular, de los movimientos populares. La voz de la Iglesia para la sociedad resonaba en ellos. De hecho, “la Iglesia se fue desconectado de quienes tenían el poder económico o político” (DPb n. 623).

Para asegurar la plena eclesialidad de las CEBs, el Documento de Puebla parte de la pregunta: “¿Cuándo se puede considerar una pequeña comunidad como comunidad eclesial de base?”. Y responde, didácticamente: es comunidad cuando “integra familias, adultos y jóvenes, en una íntima relación interpersonal de fe”; es eclesial cuando “es una comunidad de fe, esperanza y caridad; celebra la Palabra de Dios y se nutre de la Eucaristía … realiza la Palabra de Dios en la vida ”; es de base cuando “está constituida por unos pocos miembros, de forma permanente y como célula de la gran comunidad” (DPb n. 641).

Puebla también hace un discernimiento sobre la llamada “Iglesia popular”. De hecho, había en la década de 1970 divergencias sobre el tema. Para evitar desvíos del proyecto original como “nueva forma de ser Iglesia”, el Documento de Puebla trabaja la Iglesia como “pueblo peregrino” y afirma que las CEBs se insertan “vitalmente” dentro de la Iglesia “como pueblo histórico institucional” (DPb n .261). En consecuencia, integradas a la totalidad del pueblo de Dios, las CEBs evitarán los escollos de la secta, del autoabastecimiento como “Iglesia popular” (DPb n. 262).

Allí se distingue el correcto sentido de “popular”: “que busca encarnarse en los círculos populares”, “que surge de la respuesta de la fe” y, así, evita el escollo de la “Iglesia que nace del pueblo”. Esta Iglesia “viene de lo alto”. No acepta ese sentido de “popular” que establece un contraste entre la Iglesia llamada “institucional” u “oficial” y la que nace de abajo, del pueblo. Ese sentido introduce una “división dentro de la Iglesia” que es inaceptable (DPb n. 263). Lleva consigo el peligro de “degenerar en anarquía organizativa” o “elitismo cerrado o sectario” (DPb n. 261). En cualquier caso, el texto concluye que “esta designación parece infeliz” (DPb n. 263).

Superando las ambigüedades que a veces trae consigo el calor de la lucha, el Documento de Puebla todavía puede afirmar positivamente que

el compromiso con los pobres y el surgimiento de las comunidades de base han ayudado a la Iglesia a descubrir el potencial evangelizador de los pobres, al mismo tiempo que éstos la desafían constantemente, llamándola a la conversión y por lo  mucho que ellos realizan en su vida  los valores evangélicos de solidaridad, servicio , sencillez y disponibilidad para acoger el don de Dios. (DPb n. 1147)

Dos acontecimientos notables de esta fase se pronunciaron sobre las CEBs. Primero, la Conferencia de Santo Domingo concibe a la parroquia como una “comunidad de comunidades y movimientos” y coloca a las CEBs dentro de ella como una “célula viva” (DSD n. 61). El segundo fue el planteamiento que se hizo de las CEBs en la V Conferencia General de Aparecida, objeto de controversia entre los defensores de las Comunidades y quienes ya planteaban objeciones. A éstos últimos no les gustó el énfasis que el Documento Final (DAp), aprobado por los Obispos, daba a las CEBs. Por eso fue objeto de cambios. De hecho, el texto de las CEBs, que fue aprobado en la tercera redacción del Documento de Aparecida, desapareció en la cuarta versión. Fue reintroducido a pedido de 10 Conferencias Episcopales.

Después de haber sido bendecidas por Medellín, por la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi n. 58 (Pablo VI) y por Puebla, es curioso encontrarnos en la situación de tener que defender esta experiencia legítima y original de la Iglesia en América Latina y que hace historia también en otros continentes, como la Iglesia en la base: la estructura más simple y humanamente perceptible de la presencia de los discípulos de Jesucristo en la sociedad.

De hecho, el balance entre lo que fue eliminado del texto aprobado en Aparecida y el texto “corregido”, que en cierto modo es negativo, puede considerarse preocupante. De hecho, lo que se eliminó es alentador, positivo, con una mirada hacia el futuro de la Iglesia y de la experiencia de renovación que traen las CEBs. Mientras que lo que se ha puesto en su lugar se caracteriza por la precaución, mirando más al pasado que al futuro de esperanza que las CEBs anuncian. Este texto no distingue claramente la presencia de las CEBs de otros grupos dentro de la parroquia. De hecho, las CEBs no se añaden a grupos y movimientos, sino que son realmente Iglesia local en la que caben grupos, movimientos y otras realidades eclesiales. El texto corregido acaba reduciendo la gran experiencia eclesial de las CEBs a la “experiencia eclesial de algunas Iglesias de América Latina y el Caribe” (DAp n. 178).

Finalmente, cabe mencionar que el Documento de Aparecida llama la atención sobre la importancia de la Eucaristía en la comunidad “como centro de su vida” (DAp n. 180). Incluso enfatiza “la gran importancia del precepto dominical” (DAp n. 252). Allí, los obispos expresan su preocupación por la mayoría de nuestros CEBs que “no tienen la oportunidad de participar en la Eucaristía dominical”, debido a la falta de un ministro. Por eso, nuestros obispos recordaron una reflexión, que ya se hacía en la patrística, sobre la presencia real y verdadera de Jesucristo en la Palabra proclamada. Así, nuestras CEBs “pueden alimentar su ya admirable espíritu misionero, participando en la ‘celebración dominical de la Palabra’, que hace presente el Misterio Pascual en el amor que congrega (cf. 1Jn 3,14), en la Palabra acogida (cf. Jn 5,24-25) y en la oración comunitaria” (DAp n. 253).

5.3 El Magisterio pontificio

Fijándonos en el magisterio pontificio, es oportuno recordar la preciosa enseñanza de Pablo VI, en la exhortación postsinodal Evangelii Nuntiandi (1975). La multiplicación y diversificación de las CEBs en la Iglesia universal llevó al Sínodo sobre la evangelización en el mundo contemporáneo (1974) a realizar un discernimiento eclesial sobre ellas. Pablo VI, ya en el discurso final del Sínodo, nos dice: “notamos, no sin alegría, que las pequeñas comunidades cristianas traen gran esperanza a la Iglesia, y que tienen su origen en el Espíritu Santo” (REB 136, 1974, p. 945). En Evangelii Nuntiandi, el Papa, retomando las contribuciones de los padres sinodales, señala que las CEBs, “que florecen más o menos en todas partes de la Iglesia, difieren mucho unas de otras” (EN n. 58). Por eso es necesario discernir constantemente su valor eclesial. Ante esto, analiza dos tipos de CEBs:

  • las hay que “nacen y se desarrollan en el interior de la Iglesia, se solidarizan con la vida de la Iglesia y, alimentadas por su doctrina, permanecen unidas a sus pastores” (EN n. 58);
  • hay otras que “agrupan comunidades de base con un espíritu de fuerte crítica con relación a la Iglesia”, contrastando Iglesia “institucional” y “comunidades carismáticas, liberadas de estructuras”. Ellas “cuestionan radicalmente a la Iglesia”. Estas “comunidades de base”, según el Papa, tienen “una designación puramente sociológica”. Por eso, “no podrían, sin abuso del lenguaje, llamarse comunidades eclesiales de base” (EN n. 58).

Esta designación de CEBs, dice también el Papa, “pertenece a las otras, es decir, a las que se reúnen en Iglesia, para unirse a la Iglesia y aumentar la Iglesia”. Éstas, sí, son Iglesia, porque: a) “nacen de la necesidad de vivir más intensamente la vida de la Iglesia”; b) “viven una dimensión más humana”; c) “se congregan para escuchar y meditar la Palabra de Dios y celebrar los sacramentos para el vínculo del Ágape” (EN n. 58).

Conscientes de las condiciones de su eclesialidad, advierte el Papa, “las comunidades eclesiales de base corresponderán a su vocación más fundamental: de oyentes del Evangelio que se les anuncia y de destinatarios privilegiados de la evangelización, ellas mismas se convertirán sin demora en anunciadoras del Evangelio”. Así, serán “lugar de evangelización” y “esperanza para la Iglesia universal” (EN n. 58).

Con su peculiar claridad, Juan Pablo II, en su Mensaje a las Comunidades Eclesiales de Base (Manaus, 1980) explica cómo debe entenderse el término Base: “Ser eclesial es su marca original y su forma de existir y operar. Y la base a la que se refieren es de carácter nítidamente eclesial y no meramente sociológico o de otro tipo.” (JOÃO PAULO II, 1980, n. 3).

Finalmente, queremos subrayar la reciente contribución del Papa Francisco a una nueva dinámica misionera en la Iglesia. Primero, hay que decir que Francisco no hizo el Concilio, sino que lo asimiló dentro de la Iglesia en América Latina, donde captó el espíritu conciliar de apertura al mundo de hoy en el que la Iglesia debe ser misionera. En Evangelii Gaudium (EG) acuñó la feliz expresión “Iglesia en salida” para decir que una comunidad misionera no se cierra sobre sí misma (cf. EG n. 24). En segundo lugar, con respecto a las CEBs, podemos decir que forma parte de la experiencia del joven jesuita Bergoglio la labor pastoral en las periferias de la arquidiócesis de Buenos Aires, donde florecieron las CEBs. En tercer lugar, como obispo y luego arzobispo, siempre alentó la renovación pastoral hacia la conversión eclesial y la transformación de la sociedad.

Cabe mencionar su participación, como presidente de la Comisión de Redacción del Documento Final, en la V Conferencia General de Obispos Latinoamericanos y Caribeños de Aparecida. En él se privilegia la dimensión misionera, se anima a las comunidades de base y pequeñas comunidades a ser evangelizadoras, sin perder el contacto con la parroquia, en el contexto de la pastoral orgánica (cf. EG n. 29).

Como obispo de Roma, el Papa Francisco, a pesar de sufrir incomprensiones de algunos grupos dentro de la Iglesia, continúa su preocupación por las periferias del mundo de hoy, por lo que convocó un Sínodo especial de los obispos para la Amazonía en 2019. Así, él quiere situar en el centro de la preocupación de la Iglesia a los más pobres de los pobres.

Conclusión

En conclusión, afirmamos que las CEBs son el fruto de la acción del Espíritu que renueva a la Iglesia desde sus bases eclesiales. Ellas no son comprendidas por sus participantes, especialmente los pobres, como Movimientos en la Iglesia, sino como Iglesias en la base eclesial dentro de las Iglesias particulares. Esta porción del Pueblo de Dios, por pequeña y pobre que sea, es la Iglesia de Cristo que “está verdaderamente presente en todas las legítimas comunidades locales de fieles”. Siempre unidos a sus pastores, generan “una nueva forma de ser Iglesia” y “de la Iglesia estar presente en el mundo” (CNBB, 1986, n. 3 y siguientes).

Cleto Caliman, SDB. PUC Minas – texto original en portugués. Postado en diciembre del 2020.

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TEIXEIRA, L. C. Faustino. A Gênese das CEBs no Brasil. Elementos explicativos. São Paulo: Paulinas, 1988.

La eucaristía

Índice

1 Realidad actual de la eucaristía

2 Valoración del magisterio

3 Sacramento principal

4 Nombres

5 La doctrina fundamental

5.1 Instituida por Cristo en la última cena

5.2 Memorial de la Cena

5.3 Memorial del sacrificio

5.4 La presencia real de Cristo

5.5 La transubstanciación

5.6 La materia de las especies y la fórmula esencial

6 La eucaristía y la iglesia

7 La celebración, en síntesis

Referencias

1 Realidad actual de la eucaristía

La eucaristía, como principal celebración litúrgica de la Iglesia, sufre en estos tiempos las mismas tensiones y contradicciones que la fe cristiana en las sociedades contemporáneas. No es extraño, pues celebra, precisamente, la fe en Jesucristo muerto y resucitado en la vida actual de la humanidad y de cada creyente. La liturgia es sensible a los cambios en el mundo y en la Iglesia porque no se celebra en espacios y tiempos abstractos, sino en los concretos contextos humanos, culturales y eclesiales, de cada creyente y de cada comunidad. En general, se puede afirmar que en el último decenio gran número de católicos han dejado de participar en la eucaristía dominical y de practicar la vida sacramental. En general son aquellos cuya vinculación con la Iglesia estaba basada sobre todo en la recepción de los sacramentos y en la participación en funerales y grandes fiestas cristianas del año litúrgico o de santuarios. Las comunidades eclesiales de base, capillas de barrios más homogéneos o de sectores rurales, en cambio, suelen mantener una praxis celebrativa más viva y regular. Pero también ellas se han resentido muy a menudo con el alejamiento de los jóvenes y la dificultad para comprometer laicos y laicas en los diversos roles litúrgicos ligados a la eucaristía: coros, lectores, acólitos. La crisis por los abusos de poder, de conciencia y sexuales de miembros del clero, que en estos años ha sido ampliamente publicitada y ha afectado fuertemente a la Iglesia en muchos países del continente, ha sido un factor que, para muchos católicos con una pertenencia más frágil a la Iglesia, y/o una formación más superficial, los ha llevado a cesar prácticamente toda participación en ella, comenzando por la eucaristía dominical.

Ciertamente, la realidad de la celebración de la eucaristía es demasiado vasta y diversa para resumirla o generalizarla en unas pocas líneas. De un lado, hay comunidades con celebraciones muy vivas y participativas, y en el otro extremo, iglesias donde el número de fieles que asiste a la misa dominical ha disminuido drásticamente, a la vez que la edad media de los participantes ha subido con la misma drasticidad. Los planes pastorales diocesanos, el carisma de los párrocos o sacerdotes que presiden la eucaristía, la formación de los laicos y laicas y la tradición de la Iglesia local son determinantes para la calidad de vida litúrgica y, en particular, de las celebraciones eucarísticas. Las grandes diferencias en estos aspectos determinan también en buena medida las diferencias en la calidad, la participación y la vivacidad de las misas.

Esta mirada realista, que no pretende ser pesimista, se hace necesaria al inicio de un tratamiento doctrinal de la eucaristía, ya que los católicos hemos puesto este sacramento en el lugar más alto de la vida litúrgica de la Iglesia y no dejamos de proclamar su centralidad e importancia. A muchos puede parecerles que actualmente dichas declaraciones no corresponden a la realidad y, a decir verdad, no les faltaría razón. Por otra parte, ¿puede la Iglesia renunciar a afirmar y enseñar la importancia y centralidad de la eucaristía, sin afectar con ello el corazón mismo de su praxis litúrgico-sacramental?

2 Valoración del magisterio

El magisterio de la Iglesia continúa situando a la eucaristía en un lugar eminente de su praxis cultual. El Catecismo de la Iglesia Católica (en adelante, CEC) reafirma que la eucaristía es “fuente y cima de toda la vida cristiana”, citando Lumen Gentium 11 (CEC 1324); que “contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua”, citando Presbyterorum ordinis 5 (CEC 1325), y culmina afirmando que “la eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe” (CEC 1327).

Anteriormente la constitución sobre la liturgia del Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium (en adelante, SC), había afirmado que la liturgia, de la cual la eucaristía es la máxima expresión, es “la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (SC 10).

El Papa san Juan Pablo II dedicó a la eucaristía importantes páginas en su magisterio, entre las que destaca su última Carta encíclica, “Ecclesia de Eucharistia” (2003, en adelante, EdE). En ella hay pasajes testimoniales de una gran hondura, como el que dice: “Aquí (en la eucaristía) está el tesoro de la Iglesia, el corazón del mundo, la prenda del fin al que todo hombre, aunque sea inconscientemente, aspira. Misterio grande, que ciertamente nos supera y pone a dura prueba la capacidad de nuestra mente de ir más allá de las apariencias” (EdE 59).

También el Papa emérito, Benedicto XVI, escribió sobre la eucaristía. Particularmente importante es su exhortación apostólica Sacramentum caritatis (2007, en adelante SC) en la que integra la reflexión del sínodo de obispos de 2005, cuyo tema fue precisamente la eucaristía.

El magisterio del papa Francisco, por su parte, ofrece una gran cantidad de catequesis, homilías y frases sobre la eucaristía. En su catequesis del 22 de noviembre de 2017, Francisco recuerda el antiguo e impresionante episodio de los mártires de Abitinia:

No podemos olvidar el gran número de cristianos que, en el mundo entero, en dos mil años de historia, han resistido hasta la muerte por defender la eucaristía; y cuantos, aun hoy, arriesgan la vida por participar en la misa dominical. En el año 304, durante la persecución de Diocleciano, un grupo de cristianos del norte de África fueron sorprendidos mientras celebraban la misa en una casa y fueron arrestados. El procónsul romano, en el interrogatorio, les preguntó por qué lo habían hecho, sabiendo que era absolutamente prohibido. Y ellos respondieron: «Sin el domingo no podemos vivir», que quería decir: si no podemos celebrar la eucaristía, no podemos vivir, nuestra vida cristiana moriría. De hecho, Jesús dice a sus discípulos: “Les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6, 53-54). Estos cristianos del norte de África fueron asesinados por celebrar la eucaristía. Han dejado el testimonio que se puede renunciar a la vida terrena por la eucaristía, porque ella nos da la vida eterna, haciéndonos partícipes de la victoria de Cristo sobre la muerte. Un testimonio que nos interpela a todos y nos pide una respuesta sobre qué cosa signifique para cada uno de nosotros participar en el sacrificio de la misa y acercarnos al Banquete del Señor (FRANCISCO, 2017).

La pregunta del Papa Francisco es clave en nuestros días: ¿Qué significa la eucaristía, hoy, para nosotros? Si hubo tiempos en los que no era necesario plantearse tal cuestión, no son estos. Ciertamente, para valorar la eucaristía no basta con saber más acerca de ella. Si el saber no está en vital conexión con toda la vida de fe, no sirve de mucho. Puede hacernos más sabios, pero no celebrar mejor nuestra fe. La eucaristía es ante todo una experiencia. Una experiencia celebrativa, festiva, que brota de la gratuidad de ser cristianos. Podemos saber mucho sobre ella, pero para que adquiera su pleno sentido como sacramento de la Iglesia, debe ser experimentada, vivida, celebrada en la comunidad de los creyentes. Desde esa perspectiva se intenta aquí sintetizar su doctrina fundamental.

3 Sacramento principal

La liturgia y los ministerios de la Iglesia están orientados hacia la eucaristía. “Los demás sacramentos”, afirma el CEC 1324, “como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan”. Su centralidad en la Iglesia Católica es clara y está bien fundamentada en la praxis y doctrina de su historia. Por eso es necesario conocer esos fundamentos en tiempos en que la formación catequética de la Iglesia suele ser débil y escasa.

La eucaristía es el principal de los siete sacramentos. Dentro del mundo sacramental se ordena con el grupo de los sacramentos de la iniciación cristiana, junto al bautismo y a la confirmación. La tríada bautismo-confirmación-eucaristía fue durante los primeros siglos de cristianismo la puerta de ingreso a la comunidad cristiana, como una única celebración sacramental, simultánea, de la que la eucaristía era la culminación. Muy tardíamente en la historia de la Iglesia, recién a inicios del siglo XX, se generalizó la costumbre de adelantar la eucaristía a una edad más temprana, cambiando así el orden tradicional en el que se impartían los sacramentos de la iniciación: 1-bautismo, 2-confirmación y 3-eucaristía, a uno nuevo: 1-bautismo, 2-eucaristía y 3-confirmación. Pero ya anteriormente, en la Iglesia latina, la confirmación se había separado del bautismo en su momento de administración. La razón fue que, en el Occidente, contrariamente a las comunidades del Oriente cristiano, se estableció al obispo (y no al presbítero) como ministro ordinario (hoy lo denominamos originario) de la confirmación. Los presbíteros bautizaban a los recién nacidos, y sólo cuando el obispo visitaba el lugar, o cuando los niños o jóvenes podían ir a la sede episcopal, podían ser confirmados. Y a menudo pasaban años entre uno y otro sacramento. Pero aún en esa modalidad, la eucaristía se recibía por primera vez sólo en la confirmación, conservando así el orden tradicional: 1-bautismo, 2-confirmación y 3-eucaristía y, por ende, se conservaba también el signo concreto de la eucaristía como culminación de la iniciación cristiana.

Hoy se considera importante recuperar la unidad de estos tres sacramentos, teológica y pastoralmente vinculados e interdependientes. Ya que en las iglesias latinas dicha unidad no puede ser temporal – la costumbre y ciertas ventajas pastorales de administrar la primera eucaristía primero, y más tarde la confirmación, están demasiado arraigadas –  se procura que al menos sea clara catequética y litúrgicamente: en la formación y en la ritualidad. Considerar a la eucaristía como la culminación de la iniciación cristiana se puede afirmar sólo teóricamente, ya que el signo establece como culminación (al menos, temporal) al sacramento de la confirmación.

El bautismo y la confirmación imprimen carácter, es decir, son sacramentos que sólo se reciben una vez en la vida, pues dejan una marca espiritual indeleble en quien los ha recibido. La eucaristía, en cambio, es el sacramento del camino cristiano: se recibe cuantas veces sea necesario, como alimento para vivir la unión personal con Cristo y el discipulado. Es el sacramento del caminante, del peregrino que quiere vivir su fe en seguimiento y fidelidad a la misión encomendada. En su homilía de Corpus Christi de 2015, el Papa Francisco afirmó que “la Eucaristía no es un premio para los buenos, sino la fuerza para los débiles; para los pecadores es el perdón, el viático que nos ayuda a andar, a caminar”. Imagen profunda y realista: la comunión eucarística no puede erigirse en una recompensa por los méritos que tenga un cristiano, sino que, precisamente, es el alimento que necesita en su fragilidad y vulnerabilidad, para vivir y testimoniar su fe en el complejo mundo actual.

4 Nombres

La eucaristía ha recibido varios nombres a lo largo de la historia. Cada uno de ellos pone de relieve algún aspecto de su contenido teológico o de su forma celebrativa. El CEC los enumera más exhaustivamente en los números 1328 a 1332. Tres de ellos son particularmente importantes:

Fracción del pan. Esta expresión se halla en Hch 2,42.46, en el contexto de la descripción de la primera comunidad cristiana, y en Hch 20,7.11, en un contexto que se puede llamar litúrgico, de una asamblea en “el primer día de la semana” (domingo, día del Señor), con una larga charla (homilía) de san Pablo. La expresión fracción del pan alude directamente a una acción propia de la eucaristía, como es la de partir el pan para repartirlo, pero tiene su raíz en una costumbre judía mucho más antigua: la del padre de familia que, luego de bendecir la mesa, partía y repartía el pan a los suyos. En la cena de la Pascua judía, que es el antecedente inmediato de la eucaristía, este gesto era particularmente significativo.

Cena del Señor. En 1Co 11,20, san Pablo utiliza esta expresión para distinguir la cena fraternal que precedía a la “cena del Señor” (la eucaristía) en las primeras comunidades cristianas. En la comunidad de Corinto, las cenas previas eran escenario de excesos y desprecio por los más pobres, lo que motiva la crítica de Pablo. A pesar de no producirse en la misma cena del Señor, su inmediatez con ella debiera hacerlas coherentes con el espíritu cristiano de fraternidad, solidaridad y aprecio por los más pobres.

Eucaristía. Se halla este nombre, en su forma verbal, dar gracias, en Lc 22,19: “Tomó el pan, dio gracias…” y en 1Co 11,24: “Tomó pan, dando gracias lo partió…” Muy cercano es el término bendecir, que usa Mc 14,22 y Mt 26,26: “Tomó el pan, lo bendijo…” Dado que la acción de gracias y la bendición son acciones inherentes a la liturgia cristiana, y que en la eucaristía se manifiestan con particular claridad, es éste el término que la liturgia actual ha privilegiado sobre los demás.

¿Misa? Si bien la expresión “misa” sigue siendo utilizada en el lenguaje coloquial y pastoral en portugués, español y otros idiomas, es un término que ha dejado de ser usado en el lenguaje teológico por su escasa relación con algún aspecto central de la eucaristía. Su origen está en el medioevo, en la fórmula de despedida de los fieles al finalizar la eucaristía: “Ite, missa est” (literalmente, “vayan, ha sido enviada”, refiriéndose implícitamente a la celebración). De allí, por metonimia, la eucaristía pasó a ser denominada “misa”.

5 La doctrina fundamental

5.1 Instituida por Cristo en la última cena

La tradición cristiana, basándose en el Nuevo Testamento, afirma que la eucaristía fue instituida por Jesucristo en la cena que celebró con sus apóstoles la noche antes de su pasión. Los textos fundamentales son Mt 26,26-29; Mc 14,22-25; Lc 22,19-20; 1Co 11,23-25. Ellos trasmiten, con pequeñas variaciones, el relato de la institución que hasta hoy constituye la parte central de las Plegarias eucarísticas. También es fundamental Jn 13,1-15, que relata el lavatorio de los pies que Jesús hizo durante la cena, considerado un signo cuyo contenido y significado es paralelo y análogo al de la fracción del pan: la entrega radical de su vida al servicio de la humanidad. Dice que el Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo. Sabiendo que había llegado la hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de la cena, les lavó los pies y les dejó como misión el mandamiento del amor. Se trata del mismo contenido de la ofrenda del pan partido y el vino repartido, signos de la entrega radical de Jesús a los suyos, que sus discípulos deben imitar en su memoria.

En la cena Jesús dio a la Pascua, principal fiesta judía, su “sentido definitivo” (CEC 1340). “Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico, (…) banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura” (SC 47).

Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles (“a quienes constituía sacerdotes del Nuevo Testamento”, Concilio de Trento, Denziger-Hünermann [en adelante DH] 1740) que hicieran lo mismo “en memoria suya” (Lc 22,19 y 1Co 11,24). Eucaristía y sacerdocio ministerial son dos temas que la tradición católica ha mantenido esencialmente vinculados.

Al hablar de la institución de la eucaristía, es preciso aludir a la comprensión contemporánea de “institución”: ella no es meramente un momento fundacional de un sacramento, sino sobre todo la voluntad de Jesús de salvar por medio de determinados signos rituales en los cuales él mismo sigue actuando por medio del Espíritu Santo, a través de ministros que lo hacen en su nombre y en su lugar. Es decir, la institución no es sólo una acción del pasado histórico, sino un efecto permanente de la misma, cada vez que el sacramento – en este caso, la eucaristía – se celebra de nuevo: allí está Jesucristo, ahora resucitado y glorioso, presidiendo cada asamblea que celebra su fe. 

5.2 Memorial de la Cena

La eucaristía es “memorial”: “Hagan esto en memoria (conmemoración) mía”. Este concepto es clave en la comprensión sacramental contemporánea. Permite entender mejor el misterio de la presencia y actualización de la obra salvadora de Cristo en la liturgia, y especialmente en la eucaristía. No se trata de un mero recuerdo subjetivo individual, sino de una acción ritual y eclesial que hace actual y presente la fuerza liberadora de las acciones de Jesús. La eucaristía es así el memorial del misterio pascual de Cristo: no solamente evoca o recuerda, sino que trae de algún modo al aquí y ahora la obra de la salvación realizada por su vida, muerte y resurrección. Esa obra se hace presente y actual por medio de la acción litúrgica celebrada por la Iglesia.

Los ritos y las palabras constituyen la “materia prima” del mundo sacramental cristiano, y en particular, de la eucaristía. Esos ritos, que son acciones simbólicas realizadas por los creyentes en lugares y con objetos significativos, y acompañados de palabras igualmente significativas, habladas o cantadas, son los elementos básicos de toda celebración litúrgica. En la historia de la eucaristía, el ámbito significativo se extendió, más allá de los ritos y palabras, al edificio en el cual se celebra, cuyo centro visual y ritual lo ocupa el altar, acompañado por el ambón de la Palabra, a otros lugares significativos dentro de él (fuente bautismal, sagrario, sede, lugar de la penitencia, imágenes), y a la vestimenta de los ministros. Todos esos signos son elementos que “hablan”, comunicando un significado que excede la mera comprensión racional e involucra toda la persona de los que forman la asamblea que celebra su fe. En el “edificio-iglesia” se realiza la “Cena del Señor” que en su forma ritual evoca la cena de Jesús con sus discípulos antes de su pasión y muerte. Mesa (alimento) y palabra (comunicación) son también los elementos centrales de toda cena convival.

La eucaristía es memorial de la única cena histórica que Jesús celebró con sus discípulos antes de padecer. Tanto la última cena relatada por los Evangelios, como la pasión, muerte y resurrección de Jesús, que aconteció inmediatamente después, sólo se han realizado una vez en la historia (“ephapax”). Lo que temporalmente se dio una vez para siempre, sacramentalmente, por obra del Espíritu Santo, se puede realizar “en memoria suya” todas las veces y en cualquier lugar que un grupo de cristianos quiera celebrar su fe, “hasta que venga” (1Co 11, 26), actualizando hic et nunc (aquí y ahora) la salvación que aconteció en el misterio pascual. Toda eucaristía de la historia participa así, sacramentalmente, de la única cena del pasado temporal por obra del Espíritu Santo. Toda eucaristía es memorial o conmemoración de la última cena.

5.3 Memorial del sacrificio

SC 47 afirma: “Nuestro Salvador, en la última cena, la noche que le traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz…”.

Así como es memorial de la cena, la eucaristía es también memorial del único sacrificio histórico de Cristo en la cruz. Corrientemente se expresa esto diciendo, simplemente, que la eucaristía es sacrificio. Pero esa expresión puede suscitar comprensiones erróneas. Tal como sucede con la cena, cuando se dice que la eucaristía es sacrificio, no se afirma en sentido histórico, pues históricamente Jesús murió una sola vez en la cruz, sino en sentido sacramental o memorial: la eucaristía es el “sacramento del sacrificio (de la cruz)”. Sin embargo, esto no explica por qué o en qué sentido la cruz misma, es decir la muerte histórica de Jesucristo crucificado, es un sacrificio. El libro bíblico que desarrolla esta idea es la carta a los Hebreos (Heb 7,26-27; 10,1-14), afirmando que Cristo es el único sacerdote que ofrece un único sacrificio (ofreciéndose a sí mismo en la cruz), de una vez para siempre. Es decir, el sacrificio lo realiza Jesús ofreciéndose a sí mismo. De allí la expresión de que él es “sacerdote, víctima y altar”. Fuera de la Biblia, la Didajé, escrito contemporáneo a los últimos libros del Nuevo Testamento, es el primer escrito que habla de la eucaristía como “sacrificio”.

La eucaristía no es “sacrificio” en el sentido habitual de la palabra, es decir, una ofrenda hecha a Dios para atraer su favor, expiar alguna falta o purificarse. El Dios de Jesucristo no necesita sangre ni sacrificios humanos –como la terrible tortura y muerte en la cruz– para amar y favorecer a su pueblo. Jesús no se ofreció en sacrificio en ese sentido. El “cordero de Dios”, Jesucristo, que evoca aquel cordero sacrificado cada Pascua judía para comerlo en familia, haciendo memoria de la rápida comida de cordero asado, panes ázimos y verduras amargas antes de partir al éxodo, no puede ser comprendido como una ofrenda presentada por el ser humano como sacrificio a Dios, para aplacarlo o conseguir su favor.

Por otra parte, la crítica profética del Antiguo Testamento ya había advertido que los sacrificios cruentos (de animales sacrificados en distintas formas) no agradan a Dios si no conllevan una vida cotidiana coherente con el culto. “Misericordia quiero, no sacrificios”, dice Oseas 6,6, profetizando contra el culto vacío. E Isaías dice: “Harto estoy de holocaustos de carneros… y sangre de novillos y machos cabríos no me agrada. (…) Busquen lo justo, den sus derechos al oprimido, hagan justicia al huérfano, aboguen por la viuda” (Is 1,11. 17). Un sacrificio “espiritual”, es decir la oración creyente y el amor al prójimo, es más agradable a Dios que los sacrificios materiales de animales.

Lo que Jesús hizo fue entregar su vida por amor extremo, radical, a la humanidad, coronando así una vida y un ministerio de servicio humilde a la humanidad, representado en el lavatorio de los pies que el Evangelio según Juan pone en el lugar de la cena del Señor. Jesús no quería morir de la forma que vislumbraba: de ahí su oración desgarrada en el huerto de Getsemaní. Su entrega a la voluntad del Padre es la consecuencia de una misión entregada a la misión de dar vida, que con su muerte tendría su máxima expresión, la resurrección de entre los muertos. Sólo en este sentido se puede decir que la muerte de Cristo fue un sacrificio. Su vida entera fue ser pan partido/cuerpo entregado y vino/sangre derramada para su prójimo. En el sacrificio de la cruz culmina una actitud permanente de Jesús, que él entendió como esencial en la misión encomendada por el Padre: el despojo de sí mismo tomando condición de esclavo (Flp 2,6-8), sirviendo a la humanidad hasta la entrega voluntaria de la propia vida.

Por lo tanto, el carácter sacrificial de la eucaristía, afirmado siempre por la doctrina de la Iglesia católica, con fuerza extrema luego que Lutero y la Reforma del siglo XVI lo negaran, debe entenderse como una participación memorial en la entrega voluntaria y extrema de su vida, aceptada por Jesucristo como consecuencia de su misión en el mundo. Al mismo tiempo, y de allí el verdadero sentido de la presentación de las ofrendas en la celebración de la eucaristía, la asamblea actualiza el sentido sacrificial de su propia vida cristiana, es decir, se ofrece como instrumento del amor de Dios por la humanidad, y se compromete a perpetuar la misión de Cristo de anunciar y hacer presente el Reinado de Dios en el mundo.

La eucaristía es sacrificio en este horizonte. En cuanto es un don recibido de Dios, la eucaristía es memorial de su extremo amor, y en cuanto es ofrenda a Dios, es sacrificio: no para obtener algo de él, sino para entregar la propia vida por su Reinado, como Jesús.

5.4 La presencia real de Cristo

La Iglesia ha afirmado siempre que en las especies del pan y del vino “eucaristizados”, Cristo está presente. La base bíblica fundamental son las palabras de Jesús en los relatos de la institución: “Este es mi cuerpo… esta es mi sangre” (Mt 26, 26.28). La fe en la presencia de Cristo en la celebración y en las especies eucarísticas está desde el inicio de la formación de la liturgia cristiana.

Luego surgió, en el desarrollo histórico de la eucaristía, la veneración de las especies, especialmente del pan cuando quedaban pedazos después de la celebración. Eran conservados con respeto para distribuirlos a los enfermos o imposibilitados de participar en la eucaristía, y más adelante comenzaron a ser objeto de devoción y conservados en sagrarios o tabernáculos especialmente hechos para ese fin. Finalmente, en paralelo con una pérdida del sentido de la comunión eucarística, cuando nadie o muy pocos se acercaban ya a comulgar, se desarrolló más intensamente la adoración al pan consagrado como liturgia propia e independiente de la celebración de la eucaristía, y la construcción de los altares barrocos, que a menudo exaltaban la custodia para la adoración en exuberantes retablos que ocupaban todo lo ancho y lo alto del ábside de las iglesias.

La presencia de Cristo en la eucaristía es doctrina firme de la Iglesia Católica, que comparten también, aunque con diversos matices en su interpretación, las grandes iglesias reformadas. El Concilio de Trento formuló dogmáticamente esta afirmación diciendo que bajo las especies consagradas Cristo mismo, vivo y glorioso, está presente de manera verdadera, real y substancial, con su Cuerpo, su Sangre, su alma y su divinidad (DH 1640, 1651).

Sin embargo, la presencia real de Cristo en la eucaristía nunca ha sido fácil de comprender racionalmente; menos para la mentalidad científico-técnica contemporánea. Se advierte con mucha claridad, como sucede con todas las verdades cristianas fundamentales, que es sólo por la fe que puede ser aceptada. La pregunta acerca de cómo puede suceder eso ha acompañado siempre a los cristianos.

5.5 La transubstanciación

Fue esa permanente dificultad para comprender racionalmente la afirmación de que el pan y el vino consagrados son el cuerpo y la sangre de Cristo, cuando el sentido común y la evidencia de los sentidos de la vista, el olfato, el gusto y el tacto dicen que allí hay sólo pan y vino, la que llevó. ya en el tardo medioevo. a complejas reflexiones y arduas discusiones acerca de cómo acontece el cambio en las especies. Fruto de ellas fue la teoría finalmente aceptada por la Iglesia Católica: la doctrina de la transubstanciación (DH 1642).

Según ella, en el relato de la institución se realiza la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. La doctrina explica que allí se efectúa un cambio de sustancia, o de esencia, del pan y del vino, que pasan a ser el Cuerpo y la Sangre de Cristo, pero sin que cambien sus accidentes de pan y de vino (apariencia, peso, color, sabor, olor y textura), de modo que, aunque conserven las características del pan y del vino, han cambiado su esencia, siendo ahora, verdaderamente, la del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

La doctrina de la transubstanciación sigue siendo una explicación plausible del cómo sucede la transformación del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, pero ha sido complementada o ampliada por otros aportes en época contemporánea, que critican en ella su concentración en lo que pasa con las especies sin considerar un factor esencial de la eucaristía: su significado y su finalidad; es decir, afirman que la doctrina de la transubstanciación considera las especies estáticamente, y postulan que la transformación de las especies debe ser entendida dinámicamente y conforme al significado del sacramento de la eucaristía: alimento espiritual, fuerza para la vida eclesial. De allí los nombres de dichas teorías: transignificación y transfinalización.

Especialmente interesante es la segunda, ya que Jesús, en la última cena, no se limitó a decir: “Esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre”; sino que realizó aquellos gestos y pronunció aquellas palabras con una finalidad: para repartir ese alimento y esa bebida entre los comensales y ser consumidos por ellos. Es decir: a la afirmación de que ese pan es su Cuerpo y ese vino es su Sangre, pertenecen teológica y ritualmente su consumo en la cena festiva y fraterna, como una sola acción litúrgica. Y, más allá aún, ese consumo tiene por finalidad alimentar la vida interior y la fidelidad al seguimiento de Cristo por parte de quienes lo hacen, no sólo individualmente, sino como Iglesia, Cuerpo de Cristo. No es suficiente considerar la transubstanciación en sí misma, sin hacerlo junto con su finalidad. Es por eso por lo que no podría haber una eucaristía en la que, al menos, comulgue el sacerdote celebrante, pues ella se celebra para la comunión eucarística, aunque se conserven luego parte de las especies para ser distribuidas más tarde o para la adoración eucarística.

5.6 La materia de las especies y la fórmula esencial

El pan de harina de trigo, hecho recientemente, y el vino natural, de uva, no corrompido, son la “materia” del sacramento. Al vino se debe mezclar un poco de agua. El Código de Derecho canónico especifica que “según la antigua tradición de la Iglesia latina, el sacerdote, dondequiera que celebre la Misa, debe hacerlo empleando pan ácimo” (CIC 924§1). El pan ácimo es pan hecho sin levadura. Los ritos orientales en general usan pan con levadura para la eucaristía.

La comunión, según la Introducción de la última edición del Misal Romano (2002), se puede ofrecer en muchas ocasiones bajo las dos especies (con pan y con vino), más que en el pasado. Pero sigue siendo válida la comunión bajo la sola especie del pan y, en caso de necesidad, cuando alguien no está en condiciones de deglutir sólidos, bajo la sola especie del vino. Más allá de la validez, la verdad del signo aconseja comulgar habitualmente bajo las dos especies, ya que así fue realizado por el Señor en la última cena y así se hizo durante siglos en todas las comunidades cristianas.

Todos los sacramentos tienen una fórmula esencial, a cuya proclamación está ligada su validez y que es tradicionalmente muy cuidada por la Iglesia. En la eucaristía se considera que dicha fórmula es la Plegaria eucarística completa, desde el diálogo antes del Prefacio hasta la doxología con el Amén final. El núcleo de la plegaria lo constituye el relato de la institución, que no corresponde literalmente a ninguno de los relatos bíblicos arriba mencionados (Mt, Mc, Lc y 1Co), pero contiene lo esencial de ellos: “Tomen y coman todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por ustedes. / Tomen y beban todos de él, porque éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados. Hagan esto en conmemoración mía”.

6 La eucaristía y la iglesia

San Pablo afirma que los cristianos son el cuerpo de Cristo, y Cristo su cabeza (1Co 12, 13-30). Esta imagen tiene una expresión particularmente intensa en la celebración de la eucaristía. En ella los creyentes se encuentran como “asamblea” y se identifican como “iglesia” de Cristo (iglesia deriva del griego ecclesía, que significa originariamente asamblea). Cada vez que celebran la eucaristía, los cristianos se constituyen como comunidad de discípulos que continúa en la historia la misión de Jesús. Celebran reunidos en su nombre y “en memoria suya”, presididos por el mismo Cristo, presente en el ministro (SC 7) y en la asamblea misma, que es su Cuerpo.

Toda la liturgia, y de manera muy especial la eucaristía, es “ejercicio del sacerdocio de Cristo”, según la expresión de SC 7. Aquí está la raíz teológica de la participación activa que la reforma del Concilio Vaticano II impulsara para la liturgia. Cristo total, es decir, Cabeza y Cuerpo, ejerce su sacerdocio en la celebración de la eucaristía. Por lo tanto: no el sacerdote ministro solo ni aislado, sino él junto con toda la asamblea, que por el bautismo ha sido constituida en un “pueblo sacerdotal” (1Pe 2,9), y cada hombre o mujer bautizados, en “sacerdotes, profetas y reyes” (Ritual del Bautismo, oración de la unción con el crisma), lo que los hace protagonistas de la liturgia por la participación activa, plena, consciente y fructuosa (SC 48). La eucaristía, cada vez que es celebrada, es una expresión de la Iglesia entera, un signo histórico de la Iglesia celestial.

La participación activa de los fieles en la liturgia fue uno de los grandes logros del Concilio Vaticano II. Desde entonces se quiere que los cristianos no asistan a la eucaristía como extraños y mudos espectadores, sino que, conscientes de que en la eucaristía se produce un encuentro con Jesucristo vivo, y al mismo tiempo, comprendiéndola lo más posible, participen por la intimidad de la fe, por los ritos y oraciones, los servicios y ministerios, los cantos y gestos simbólicos, en la riqueza de la celebración. La renovación de ritos, textos y cantos, y sobre todo los esfuerzos de inculturación, han facilitado este propósito, aunque hoy, como se ha dicho más arriba, la eucaristía sufra otras amenazas desde nuestras sociedades secularizadas.

La Iglesia se nutre de la eucaristía: vive de ella porque es el sacramento del camino, de la peregrinación cristiana por las luces y las sombras de la vida y de la historia, continuando la misión de Jesucristo, hacia la plenitud del Reinado. La relación entre la eucaristía y la Iglesia pone particularmente de relieve la dimensión soteriológica (relativa a la salvación) y la escatológica (relativa al final de los tiempos), que están, además estrechamente vinculadas entre sí. Cuando celebra la eucaristía, la Iglesia es una Iglesia que experimenta la salvación y se alimenta para ser liberadora, y a la vez, por participar anticipadamente de la liturgia celestial (SC 8), es una Iglesia de la esperanza.

Esto no significa que la vida de los cristianos se reduzca a la eucaristía; significa más bien que, siendo la eucaristía cumbre y la fuente (LG 11) de la vida de la Iglesia, es el momento en el que toda nuestra vida se ofrece a Dios y recibe de él fuerza para continuar su camino. La eucaristía supone la vida y es para la vida, así como supone la fe y es para fortalecerla. Todos los sacramentos alimentan la vida cristiana, pero la eucaristía lo hace de una manera única, como encuentro del creyente en el centro mismo de su fe: Jesucristo muerto y resucitado para que todos tengan “vida en abundancia” (Jn 10, 10).

La participación activa en la celebración de la eucaristía es un signo de madurez de los cristianos. Responder en los diálogos con el ministro que preside, cantar cuando lo hace el coro, saludar a las personas vecinas en el rito de la paz y, sobre todo, comulgar, forman parte integrante de una buena celebración de la eucaristía y un signo visible de que ella no es una simple fiesta humana, sino un encuentro personal y eclesial con Cristo resucitado y vivo en la humanidad.

7 La celebración, en síntesis

La liturgia de la eucaristía se desarrolla conforme a una estructura fundamental que se fue formando y consolidando muy tempranamente y se ha conservado hasta nuestros días. Comprende dos grandes momentos que forman una unidad básica, “un solo acto de culto” (SC 56): la liturgia de la Palabra y la liturgia eucarística. A ellas están asociados los dos principales centros significativos del espacio litúrgico: el altar y el ambón, que deben ser siempre únicos. Se habla así de “las dos mesas”: la de la palabra y la de la eucaristía. Estas dos grandes partes están enmarcadas en los ritos iniciales y los ritos finales. Al primero pertenecen el acto penitencial y el canto del Gloria; al segundo la bendición final que envía a la asamblea a vivir lo que se ha celebrado.

La reforma litúrgica del Concilio Vaticano II acentuó notoriamente la importancia de la Sagrada Escritura en la eucaristía y en toda la liturgia de la Iglesia. Enriqueció para ello el anterior ciclo anual, que se repetía cada año y ofrecía mucho menor cantidad de pasajes bíblicos y mucha repetición de algunos de ellos, ideando un ciclo de tres años para los domingos y de dos para las misas feriales, con una mucho mayor riqueza de pasajes bíblicos cuyo criterio de selección y distribución fue que quien celebre la eucaristía cada domingo, tenga en los tres años una visión global del conjunto de la Sagrada Escritura. Los ciclos (o “años”) dominicales se llamaron A, B y C, y a cada uno de ellos se asignó la lectura de un Evangelio: Mateo para el ciclo A, Marcos y Juan para el B y Lucas para el C. Para las eucaristías dominicales se establecieron lecturas del Antiguo y del Nuevo Testamento.

Para las eucaristías feriales se estableció un ciclo de dos años, llamados I (años impares) y II (años pares), en los cuales se repite el Evangelio cada año, pero la primera lectura es distinta en los años pares e impares. Tanto en cantidad, como especialmente en calidad (criterios de selección de los textos), la Biblia tiene, desde la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II, una presencia digna de su condición de “mesa de la Palabra”, parte esencial de la eucaristía y no mera preparación para la comunión. En relación con la riqueza bíblica, que necesita ser leída y aceptada como palabra viva, es decir como iluminación de la realidad de la asamblea celebrante, la reforma pide a los sacerdotes que hagan una homilía todos los domingos, y ojalá en toda eucaristía, y que ella se base en la Palabra de Dios proclamada.

La celebración de la eucaristía no ha sido ni puede ser estática. Manteniendo el núcleo testimoniado por la Biblia, sobre todo el Nuevo Testamento, y la primera praxis cristiana, ella corre la suerte de todo lo humano: se desarrolla, se adapta, cambia a lo largo de la historia. La esclerosis de sus normas o la inflexibilidad para adaptarlas a las culturas y grupos humanos sólo la ha alejado del Pueblo de Dios, que necesita celebrar su fe y siempre halla modo de hacerlo. Que ese modo tenga siempre a la eucaristía en el lugar principal, es la tarea permanente de la Iglesia para ser fiel a Jesús, que nos pidió hacer eso “en memoria suya”.

Referencias

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NOCKE, F.-J., Doctrina especial de los sacramentos, en: Th. Schneider, Manual de teología dogmática, Ed. Herder, Barcelona 1996 (Eucaristía: 892-932).

Reconciliación

Sumario

Introducción

1 Reconciliación: condición para la perfecta integración del ser humano consigo mismo, con Dios, con la comunidad eclesial, con la sociedad y con el cosmos.

2 La experiencia de la reconciliación en la Sagrada Escritura

2.1 Pecado – misericordia – conversión, en el Antiguo Testamento

2.2 Pecado – misericordia – conversión, en el Nuevo Testamento

3 La experiencia de la reconciliación en la práctica de la Iglesia

3.1 siglos I-VI: reconciliación a través de la penitencia canónica

3.2 Siglos VII-XI: reconciliación mediante penitencia tarifada / privada

3.3 siglos XI-XX: reconciliación a través de la penitencia de confesión

4 La experiencia de reconciliación propuesta en el Ritual de la Penitencia de 1973 y sus desafíos pastorales

4.1 El ritual de la penitencia de 1973

4.1.1 Aspectos teológico-litúrgicos destacados

4.1.2 Avances y límites

4.2 Celebrar la reconciliación hoy: pistas para la acción

Referencias

Introducción

El acercamiento al sacramento de la reconciliación se basará en los siguientes puntos: 1) La reconciliación como condición para la perfecta integración del ser humano consigo mismo, con Dios, con la comunidad eclesial, con la sociedad y con el cosmos; 2) La experiencia de la reconciliación en la Sagrada Escritura; 3) La experiencia de la reconciliación en la práctica de la Iglesia (enfoque histórico-teológico); 4) La experiencia de reconciliación propuesta en el nuevo ritual de penitencia y sus desafíos pastorales.

1 Reconciliación: condición para la perfecta integración del ser humano consigo mismo, con Dios, con la comunidad eclesial, con la sociedad y con el cosmos.

Entre las cuestiones existenciales planteadas por los seres humanos, a lo largo de la historia, quizás la que más preocupe sea la de la búsqueda de la paz. Entre las múltiples formas de comportamiento, tanto a nivel personal como social, existen aquellas que generan serias rupturas que van más allá del ámbito de las relaciones humanas, hasta el punto de poner en peligro incluso la viabilidad de la vida en el planeta. Parece que las divisiones y tensiones en el mundo tienden a desarrollarse en círculos concéntricos, es decir, desde simples conflictos interpersonales y familiares hasta grandes enfrentamientos generados por los intereses políticos de los pueblos y las naciones. El Papa Francisco, en su Constitución apostólica Veritatis Gaudium, enfoca lúcidamente en aspectos de este tema:

“…hoy no vivimos sólo una época de cambios sino un verdadero cambio de época, que está marcado por una «crisis antropológica» y «socioambiental» de ámbito global, en la que encontramos cada día más «síntomas de un punto de quiebre, a causa de la gran velocidad de los cambios y de la degradación, que se manifiestan tanto en catástrofes naturales regionales como en crisis sociales o incluso financieras». Se trata, en definitiva, de «cambiar el modelo de desarrollo global» y «redefinir el progreso»”. (VG n.3)

Este cambio y redefinición del modelo de comportamiento al que se refiere el Papa puede vincularse con la palabra “reconciliación”, tan querida por la tradición bíblico-litúrgica. Se sabe que los seres humanos, en esencia, aspiran a un mundo mejor, justo, fraterno y reconciliado. La realización de tal aspiración requiere que la persona de buena voluntad decida ponerse en un proceso continuo de metanoia, de un cambio radical en su pensar, actuar y sentir. Esto se debe a que el ser humano “no es ni un ‘no’ ni un ‘ya’, sino un ‘todavía no’, un ser inacabado llamado a perfeccionarse, que debe ser creativo y debe sentirse llamado a luchar y avanzar” (BOROBIO, 2009, p.298).

La reconciliación es una condición sine qua non para la perfecta integración del ser humano consigo mismo, con Dios, con la comunidad eclesial, con la sociedad y con el propio cosmos. Este proceso ocurre, en primera instancia, con el reconocimiento de las limitaciones y debilidades que inducen al ser humano a prácticas ilícitas e injustas.

Es falsa, por lo tanto, la reconciliación de quienes cierran los ojos a la realidad y hacen como si no existiera; o del que comienza disculpándose a sí mismo totalmente; o la de alguien que quiere reconciliarse aniquilando al contrario; o la de alguien que renuncia a todos los esfuerzos de reconciliación diciéndose a sí mismo: “No hay nada que hacer”. Estos caminos son falsos porque niegan, en principio, la condición básica para la reconciliación: aceptar los dos polos o realidades que deben reconciliarse (BOROBIO, 2009, p.297).

La reconciliación es, por lo tanto, el resultado de un proceso continuo de conversión que impregna toda acción humana, desde la simple tarea de cumplir con el deber cotidiano hasta acciones más grandes como: solidaridad, corrección fraterna, perdón mutuo, compromiso con la justicia, compromiso con la justicia. defensa de la vida en el planeta, etc. Por lo tanto, esta comprensión de la “conversión” y la consiguiente “reconciliación” suplantarán la mentalidad de que el perdón de Dios se limita solo al momento de celebración del sacramento de la reconciliación.

2 La experiencia de la reconciliación en la Sagrada Escritura

La historia de Israel está marcada por la intervención constante de aquel que es “paciente y misericordioso”, que no tiene en cuenta las faltas y los pecados de ese pueblo (Salmo 130,3). Esta acción salvadora del Eterno impregna toda la Sagrada Escritura. Aunque admitimos que hay otras posibilidades de enfocar el tema en cuestión, para el alcance de este texto optamos por elaborar algunas notas sobre la experiencia de reconciliación a partir de la tríada: pecado – misericordia – conversión (cf. NOCENT, 1989, p.149-154).

2.1 Pecado – misericordia – conversión, en el Antiguo Testamento

a) El pecado se remonta a los orígenes, es decir, al momento en que el ser humano aspira a tomar el lugar de Dios mismo. Debido a este pecado de origen, fuimos creados en la culpa (Sal 51,7). El pecado está relacionado con la Alianza. Es, por lo tanto, una apostasía de la fidelidad a Dios. Hay varios tipos de pecado, el más común y el más grave es el de la idolatría. Debido a estas “infidelidades”, el pueblo de Israel está sujeto a “castigos” y experimenta la alegría de “volver” a Dios. Aunque es responsabilidad de todos, incluidos los reyes, el pecado también es una responsabilidad individual. El pecado es esclavitud y, por lo tanto, atrae el castigo de Dios. Este castigo a menudo se interpreta como un tipo de medicina dada por Dios para corregir a sus hijos e hijas del pecado.

b) La misericordia de Dios se canta ampliamente en los textos sagrados, ya que él siempre ha sido misericordia (Dt 4,31). En el libro de los salmos, por ejemplo, encontramos voces elocuentes que cantan este acto de Dios: “Él perdona todas tus iniquidades y sana todas tus enfermedades” (Sal 103,3); “Has perdonado la maldad de tu pueblo, has cubierto todos sus pecados” (Salmo 85,3); “No actúa con nosotros según nuestros pecados, y no nos paga según nuestras iniquidades” (Sal 103,10); “Den gracias al Señor, porque él es bueno: su misericordia es para siempre” (Sal 136,1).

c) La conversión se experimenta como un regalo de Dios mismo. Él, en persona o por medio de los profetas, invita a su pueblo a la conversión: “Hijos de hombres, ¿hasta cuándo tendréis un corazón pesado? ¿Por qué amáis la vanidad y buscáis la mentira?” (Sal 4,3); “No endurezcáis vuestros corazones como en Meribá, como en el día de Massa, en el desierto” (Sal 95,8); “Que cada cual vuelva atrás de su mal camino. Mejorad vuestra conducta y vuestras obras” (Jr 18,11); “Venid, volvamos al Señor” (Os 6,1). Finalmente, el Salmo 51 sintetiza, elocuentemente, la teología de la culpa, la conversión y la misericordia de Dios en el Primer Testamento.

2.2 Pecado – misericordia – conversión, en el Nuevo Testamento

a) El pecado, y todas sus implicaciones, debe abordarse a la luz del misterio de Cristo. Según el apóstol Pablo, el pecado entró en el mundo por un solo hombre (Rm 5,12) y por un hombre la muerte será vencida (1 Cor 15,21). Por lo tanto, el pecado proviene del comienzo del mundo y todos los seres humanos están involucrados en él: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros” (1 Jn 1,8); “Aquel de vosotros que esté sin pecado, ¡que le arroje la primera piedra!” (Jn 8,7).

En general, en los escritos del Nuevo Testamento, el pecado consiste en el rechazo de la Palabra (Mt 13,22), en la negación de la Palabra y de la luz (Jn 3,19), el no reconocimiento de la propia ceguera (Jn 9,41), el rechazo de Cristo (Jn 1,11), en la práctica de la iniquidad (1 Jn 2,14-17). Finalmente, del “pecado” surgen los pecados, como señala el apóstol Pablo en una de sus listas: “libertinos, idólatras, adúlteros, sodomitas, ladrones, codiciosos, borrachos, maldecidores, estafadores (…)” (1Cor 6,9-10).

b) La misericordia caracteriza al Dios de los cristianos. Los fieles son el objeto de esta misericordia divina: “Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia” (Mt 5,7). Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. “Cuando se completó el tiempo previsto, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido sujeto a la Ley, para rescatar a los que estaban sujetos a la Ley, y todos recibimos la dignidad de hijos” (Ga 4.4-5). El evangelista Lucas es ciertamente el que mejor reúne los diferentes comportamientos de Jesús que manifiestan misericordia. La parábola del padre y sus dos hijos es paradigmática: el padre, lleno de compasión, se apresura a encontrarse con el hijo que regresa y, después de haberlo abrazado cariñosamente (con abrazos y besos), haber escuchado su “confesión”, lo lleva al banquete (Lc 15,11-32). De hecho, la actitud de Jesús de mostrarse amigo de los pecadores, marginados, enfermos, afligidos, – ¡y que fue motivo de escándalo para los fariseos e incluso para algunos de sus discípulos! – se deriva de su misión principal, que es revelar la misericordia del Padre.

En fin, misericordia

es condición de nuestra salvación; es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad; es el acto último y supremo por el cual Dios viene a nuestro encuentro; es la ley fundamental que vive en el corazón de cada persona, cuando ve con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida; es el camino que une a Dios y al hombre” (MV n.2).

c) La conversión es un medio efectivo para obtener misericordia y tiene lugar bajo dos vertientes: el deseo humano de un cambio radical en la vida (metanoia) y el auxilio divino para su plena realización. Sin embargo, vale la pena mencionar que la iniciativa siempre es de Dios, como bien expresa el apóstol Pablo, Cristo fue enviado no cuando estábamos decididos a convertirnos, sino cuando estábamos en plena situación de pecado. (cf. Rm 5,6s).

Escuchar la Palabra de Dios y la consecuente adhesión a ella nos reposiciona en el camino de seguir a Cristo, porque él nos perdona el pecado y nos hace nuevas criaturas, gracias al misterio de su muerte y resurrección. En otras palabras, se trata de llevar a cabo, en nuestras vidas, la dinámica del misterio pascual de Cristo.

3 La experiencia de la reconciliación en la práctica de la Iglesia

La Iglesia, a lo largo de su historia, ha experimentado diferentes modalidades con respecto a la comprensión teológica y la práctica de celebración de la reconciliación. Para el alcance de este texto, el enfoque histórico-teológico tendrá lugar en los siguientes períodos: a) siglos I-VI (a través de la penitencia canónica); b) siglos VII-XI (reconciliación mediante penitencia tarifaria / privada); c) siglos XI-XX (reconciliación a través de la penitencia de la confesión).

3.1 siglos I-VI: reconciliación a través de la penitencia canónica

En los primeros dos siglos de la era cristiana, hay pocos datos que aludan a la práctica penitencial de los cristianos. Como ejemplo, citamos Didaché, la Carta de Bernabé, la Primera Carta de Clemente de Roma a los Corintios y El Pastor de Hermas. (cf. NOCENT, 1989, p.165-169).

a) La Didaché (siglo I), siguiendo los escritos del Nuevo Testamento, enumera algunos pecados graves, correspondientes a los mandamientos (cap. 2). También habla de la “confesión” de los pecados a la asamblea (cap. 4) e impone condiciones (confesión de los pecados) para participar plenamente en la mesa del Señor (cap. 14). Vale la pena señalar que tal “confesión” es posiblemente una especie de reconocimiento público de los propios pecados, como el “acto penitencial”, de nuestras celebraciones eucarísticas.

b) La primera carta de Clemente de Roma a los Corintios (siglo I) trae algo más concreto: Vosotros, pues, los que fuisteis origen de esta sedición, estad sometidos a los Presbíteros, y recibid esta corrección como penitencia, doblegando vuestros corazones” (57,1).

c) La Carta de Bernabé (siglo II), además de enumerar una serie de vicios que deben evitarse, trae advertencias de naturaleza escatológica: “El Señor está cerca, con su salario” (cap. 19).

d) El Pastor de Hermas (siglo II) aborda el tema penitencial desde los aspectos de la perspectiva escatológica, la conversión y la única posibilidad de recibir el perdón de la Iglesia.

A partir del siglo III, se ve más claramente la práctica penitencial. Se establece la penitencia “canónica” o “pública”, otorgada solo una vez en la vida por los pecados más graves. Es una disciplina estricta de expiación, que termina con la reconciliación eclesial, a través del ministerio del obispo. Consistía, básicamente, en tres momentos muy distintos: a) la confesión secreta del pecado, al obispo. Esto admitía a la persona en el grupo de “penitentes”; b) el tiempo necesario para llevar a cabo las obras de penitencia, es decir: ayunos prolongados, restricciones alimenticias, uso de prendas penitenciales y de cilicio, oración de rodillas, etc. El penitente también era responsable de pedir a los miembros de la comunidad de fe que rezaran por ellos; c) reconciliación o paz. Es el momento de celebración cuando el obispo y los ancianos presentes imponían las manos a los penitentes, otorgándoles la remisión de los pecados y su readmisión a la asamblea eclesial.

En fin, nadie duda del valor pedagógico de esta antigua práctica de la penitencia, respaldada por la conciencia de su estrecha conexión con el sacramento del bautismo. Éste es, de hecho, la “primera penitencia”. El sacramento de la reconciliación, a su vez, fue visto como un segundo bautismo. Sin embargo, el rigor extremo y el hecho de que se otorgase solo una vez en la vida y tuviese consecuencias para toda la vida contribuyó a que las personas pospusiesen, en la medida de lo posible, el acceso al sacramento de la reconciliación. Esto dio lugar a efectos colaterales como: la salida progresiva de la comunión eucarística y la transformación de la reconciliación en un sacramento para los ancianos y los moribundos.

3.2 Siglos VII-XI: reconciliación mediante penitencia tarifada / privada

El siglo VII es visto como un hito en términos de disciplina penitencial. Hay una ruptura con la vieja práctica: la reconciliación que podía realizarse privadamente y ser repetida. Esta práctica disciplinaria, utilizada por monjes irlandeses y escoceses, también se había extendido a las comunidades parroquiales. El hecho de que la mayoría de los obispos también sean monjes contribuyó a la expansión de esta “novedad”. De ahí los famosos “libros penitenciales”. Estos libros contienen tablas y listas de pecados y la pena correspondiente (tarifa) que se impondrá al penitente, por cada pecado cometido. La duración de estas oraciones varía según la gravedad del pecado, y puede extenderse a lo largo de días, semanas, meses, años de ayuno, etc. Por otro lado, continuaba vigente el principio: “Para el pecado grave y oculto, la penitencia secreta; para pecado grave y público, penitencia pública”.

En la práctica, la penitencia tarifada causó dudas, tales como: ¿cómo resolver casos en que, en una sola confesión, la persona se vea obligada a reparar muchos años de penitencia? En vista de esto, se crearon las llamadas conmutaciones o redenciones de la acción penitencial. Tales conmutaciones podrían realizarse de acuerdo con los cálculos previstos, por ejemplo: a) acción penitencial de larga duración: podría reemplazarse por una más corta pero más dura; b) acción penitencial intercambiada por dinero: el monto varía de acuerdo con la pena; c) acción penitencial substituida por la misa: se encargaba una determinada  cantidad de misas como pago de la penitencia impuesta; d) acción penitencial rescatada a través de otra persona: se basaba en el precepto evangélico de que algunos soportaran la carga de otros (cf. BAÑADOS, 2005, p.217).

Aunque el acceso repetido al sacramento ha sido un hecho positivo en la historia de la Penitencia, con respecto a la práctica pastoral, hubo límites considerables, por ejemplo, a la “mercantilización” de las penas. Esto, además de acentuar el carácter individual y mágico del sacramento, reforzó el binomio confesión-absolución, relativizando la penitencia como tal.

3.3 Siglos XI-XX: reconciliación a través de la penitencia de confesión

Aunque todavía existía penitencia pública reservada para los pecados públicos, considerados escandalosos, la confesión auricular gradualmente tomó su espacio, hasta el punto de convertirse en la única forma de celebrar el sacramento. Se desencadenó un tipo de “confesión devocional”, caracterizada por la acusación de pecados (por parte del penitente) y la absolución inmediata (por parte del ministro ordenado). Esta “confesión” se estaba convirtiendo gradualmente en una condición para la comunión eucarística, incluso una vez al año, como lo propuso el Consejo de Letrán (1215). Finalmente, la reconciliación que, en los primeros siglos, era concedida una vez en la vida, ya que este sacramento era visto como un segundo bautismo o “bautismo laborioso”, ahora se vuelve obligatoria una vez al año. Esta práctica se extendió hasta el Concilio de Trento. (siglo XVI).

En la época del Concilio de Trento, el problema teológico y disciplinario del sacramento de la penitencia era complejo no solo por la Reforma y su actitud hacia el sacramento, sino también por la complejidad del problema, de la disciplina del sacramento y de la Iglesia misma. De hecho, desde el punto de vista de la disciplina del sacramento, hubo varias divergencias en sus aplicaciones (NOCENT, 1989, p.204).

Limitándose a dar una respuesta dogmática a los ataques de los reformadores, el Concilio de Trento trata el sacramento de la penitencia en sí mismo, y cuando lo considera en relación con la Eucaristía, lo hace bajo el aspecto de la dignidad necesaria para la comunión y también para enfatizar que la Eucaristía no puede substituir la absolución en el caso de un pecado grave. De la doctrina sobre el sacramento de la penitencia enseñada por Trento, vale la pena destacar: a) la declaración sobre la institución del sacramento por Cristo y su necesidad por derecho divino, para la salvación de los que cayeron después del bautismo; b) la enseñanza de que la confesión solo se hace al sacerdote y es secreta; c) la necesidad de confesar todos los pecados, incluidos los veniales, al menos una vez al año.

Trento enfatiza la estrecha relación entre individuo y confesor: por parte del individuo se requiere una actitud de profunda contrición, seguida de la declaración de todos los pecados (confesión) y la satisfacción de las penas; El confesor, representante de Dios y juez, será responsable de absolver los pecados del penitente.

También vale la pena mencionar la enseñanza de Trento sobre la diferencia entre el sacramento de la penitencia y el sacramento del bautismo:

Es evidente que este sacramento es diferente del bautismo por muchas razones. Además de ser muy diferentes la materia y la forma que constituyen la esencia del sacramento, también consta que el ministro del bautismo no debe ser juez, porque la Iglesia no ejerce jurisdicción sobre la persona que no haya entrado primero por la puerta del bautismo. (…) Lo mismo no se da con los que son de la familia de la fe, los que Cristo el Señor, con el baño del bautismo, hizo, de una vez por todas, miembros de su cuerpo. De hecho, si éstos se contaminasen después de algún delito, deben, según su voluntad, purificarse, no mediante un nuevo bautismo, que de ninguna manera es legal en la Iglesia Católica, sino compareciendo como reos ante este tribunal de la penitencia, para que, por la sentencia del sacerdote, puedan ser liberados, no solo una vez, sino cada vez que, arrepintiéndose de sus pecados, recurriesen a él (DENZINGER-HÜNERMANN, 2007, n.1671).

En los siglos siguientes (post-tridentinos), la teología y la práctica pastoral del sacramento de la penitencia siguen el camino trazado por Trento y no presentan cambios sustanciales, a pesar de las acaloradas discusiones sobre la intensidad de la “contrición”. La “satisfacción” impuesta después de la absolución, además de llevar al penitente a aceptar la pena (cura de las consecuencias del pecado cometido), lo vuelve más cauteloso y vigilante en el futuro. Durante este período, también hubo repetidos llamados a la “confesión individual”, casi siempre vista como una condición para recibir la Eucaristía con dignidad. La confesión frecuente de todos los pecados (incluidos los veniales) se convierte en una obsesión por parte del clero.

4 La experiencia de reconciliación propuesta en el Ritual de la Penitencia de 1973 y sus desafíos pastorales

Esta última sección tratará, primero, del estudio del Ritual de la Penitencia de 1973, buscando resaltar su teología en él. Luego, se presentarán tres posibilidades de acción, con miras a una participación consciente, activa y fructífera de los fieles en la celebración de la reconciliación.

4.1 El ritual de la penitencia de 1973

En respuesta a la solicitud expresa del Concilio Vaticano de que “el rito y las fórmulas de la Penitencia sean revisadas de manera que expresen más claramente la naturaleza y el efecto de este sacramento” (SC n.72), la Sagrada Congregación para el Culto Divino publicó, en Roma, el 2 de diciembre de 1973, el nuevo Ritual de la Penitencia (RP).

Este ritual consiste en una “Introducción general”, un “Rito para la reconciliación individual de los penitentes”, un “Rito para la reconciliación de varios penitentes con la confesión individual y la absolución”, un “Rito para la reconciliación de varios penitentes” con confesión y absolución general ”; un amplio “Leccionario”; y tres “Apéndices”, a saber: a) absolución de censuras y dispensa de irregularidades; b) ejemplos de celebraciones penitenciales: Cuaresma, Adviento, Celebraciones ordinarias para niños, para jóvenes, para enfermos; c) esquema para el examen de conciencia.

4.1.1 Aspectos teológico-litúrgicos destacados

La “Introducción general” del RP, en sintonía con Sacrosanctum Concilium, comienza con el enfoque del ministerio de reconciliación en el contexto de la historia de la Salvación: el Padre siempre ha mostrado su misericordia y reconcilió el mundo consigo mismo. Este plan divino alcanzó su apogeo en el misterio pascual de Cristo. Desde entonces, la Iglesia nunca ha dejado de convocar a hombres y mujeres a la conversión, mediante la celebración del sacramento de la reconciliación. Este sacramento está asociado con el bautismo, “por el cual el hombre viejo es crucificado con Cristo para que, destruido el cuerpo del pecado, ya no sirvamos al pecado, sino que resucitemos con Cristo, vivamos para Dios”, y la eucaristía, que construye la Iglesia y hace de sus miembros “un solo cuerpo y un solo espíritu” (RP n. 1-2).

La segunda sección trata sobre la reconciliación de los penitentes en la vida de la Iglesia: Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla, uniéndola a sí mismo como esposa. Ésta, a su vez, no siempre le es fiel y, por esta misma razón, necesita una purificación y renovación continuas. En el sacramento de la reconciliación, “los fieles obtienen por la misericordia divina el perdón por la ofensa cometida a Dios y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que hirieron por el pecado y que colabora para su conversión con la caridad, el ejemplo y las oraciones “(LG n. 11).

También en esta sección, se presentan las partes constitutivas del sacramento de la reconciliación, a saber:

a) La contrición. De la contrición interior depende la autenticidad de la penitencia. La conversión debe alcanzar íntimamente al ser humano para iluminarlo cada día, con mayor intensidad, y para configurarlo cada vez más en Cristo.

b) La confesión requiere del penitente la voluntad de abrir su corazón al ministro de Dios; y por la parte de éste, un juicio espiritual por el cual, actuando en el nombre de Cristo, pronuncia, en virtud del poder de las llaves, la sentencia de remisión o de la retención de pecados.

c) La satisfacción de la culpa es una expresión concreta de la verdadera conversión, es decir, de la reparación del daño causado. Es necesario, por lo tanto, que la satisfacción impuesta sea realmente un remedio para el pecado y, de alguna manera, una renovación de la vida. Así, el penitente, olvidando lo que pasó (Fil 3,13), se integra nuevamente en el misterio de la salvación, lanzándose hacia adelante.

d) La absolución. A través de la confesión sacramental, Dios concede el perdón mediante el signo de la absolución, y así realiza el sacramento de la reconciliación. A través de este sacramento, el Padre da la bienvenida a su hijo que regresa; Cristo coloca a la oveja perdida sobre sus hombros, llevándola de vuelta al redil; y el Espíritu Santo santifica su templo nuevamente o comienza a habitarlo más plenamente. Esto se manifiesta plenamente en la participación frecuente o más ferviente en la mesa del Señor, habiendo gran gozo en la Iglesia de Dios por el regreso del hijo distante (cf. RP n. 6).

Vale la pena señalar que la satisfacción aparece antes de la absolución, es decir, se ha restaurado el orden ideal de la estructura sacramental.

Con respecto a la reiteración del sacramento, entre otras recomendaciones, el RP aclara que.

no se trata de una mera repetición ritual ni de un cierto ejercicio psicológico, sino de sin constante empeño en perfeccionar la gracia del bautismo, que hace que de tal forma nos vayamos conformando continuamente a la muerte de Cristo, que llegue a manifestarse también en nosotros la vida de Jesús. (…) La celebración de este sacramento es siempre una acción en la que la Iglesia proclama su fe, da gracias a Dios por la libertad con que Cristo nos liberó y ofrece su vida como sacrificio espiritual en alabanza de la gloria de Dios y sale al encuentro de Cristo que se acerca (RP n.7).

La tercera sección trata de las funciones y ministerios en la reconciliación de penitentes. Además de destacar el papel de toda la comunidad en la celebración de la reconciliación, recuerda que la Iglesia está involucrada y actúa en la reconciliación; destaca la responsabilidad del obispo y los presbíteros (que actúan en comunión con el obispo) en la remisión de los pecados; recuerda que “mientras los fieles experimentan y proclaman la misericordia de Dios en sus vidas, celebran con el ministro ordenado la liturgia de una Iglesia que se renueva continuamente” (RP n. 8-11).

La cuarta sección, a su vez, describe las tres formas de celebrar el sacramento de la reconciliación, buscando mostrar su importancia en la vida de los fieles; enfatiza la teología de la fórmula de absolución, en estos términos:

La fórmula de la absolución significa cómo la reconciliación del penitente tiene su origen en la misericordia de Dios Padre; muestra el nexo entre la reconciliación del pecador y el misterio pascual de Cristo; subraya la intervención del Espíritu Santo en el perdón de los pecados; y, por último, ilumina el aspecto eclesial del sacramento, ya que la reconciliación con Dios se pide y se otorga por el ministerio de la Iglesia. (RP n.19)

La quinta sección habla sobre “Celebraciones penitenciales”. En cuanto a la naturaleza y la estructura, estas celebraciones son

reuniones del pueblo de Dios para oír la palabra de Dios, por la cual se invita a la conversión y a la renovación de vida y se proclama, además, nuestra liberación del pecado por la muerte y resurrección de Cristo. Su estructura es la que se acostumbra a observar en las celebraciones de la palabra de Dios, y que se propone en el «Rito para reconciliar a varios penitentes» (RP n.36).

En cuanto a la utilidad e importancia, las “celebraciones penitenciales” fomentan el espíritu de penitencia de la comunidad cristiana; ayudan a los fieles a preparar la confesión que cada uno podrá hacer oportunamente; educan a los niños a adquirir gradualmente una conciencia del pecado en la vida humana y de la liberación del pecado por parte de Cristo; ayudan a los catecúmenos en su conversión. Además, donde no hay ministros ordenados disponibles para otorgar la absolución sacramental, las celebraciones penitenciales son muy útiles para despertar en los fieles una contrición perfecta, nacida de la caridad, por la cual, con el deseo de recibir el sacramento de la reconciliación más tarde, pueden alcanzar la gracia de Dios (cf. RP n.37).

La última sección de la “Introducción general” del RP discute las “Adaptaciones del Rito a las diferentes regiones y circunstancias”. Dichas adaptaciones pueden realizarse por las Conferencias Episcopales (RP n. 38), por el obispo diocesano (RP n. 39) y por el ministro (RP n.40).

4.1.2 Avances y límites

Para emitir un juicio sobre el RP de 1973, es necesario tener en cuenta que este ritual es el resultado de un trabajo laborioso articulado por el Consilium. A. Bugnini, en su obra antológica La reforma litúrgica, se expresa de la siguiente manera: “La revisión de los ritos de la Penitencia ha atravesado un camino muy largo y difícil. Se necesitaron siete años para poner en práctica las pocas líneas que la Constitución litúrgica dedica a este tema” (2018, p.551).

Se discutieron cuestiones importantes, algunas de ellas, de manera “acalorada”, ya en la primera etapa de los trabajos (1966-1969), como el aspecto social y comunitario del pecado y de la reconciliación, la cuestión de una posible celebración comunitaria de reconciliación, con absolución general, sin previa confesión individual, una nueva fórmula sacramental para la absolución y la posibilidad de fórmulas sacramentales facultativas, etc.

Fue a partir de este contexto que se desarrolló el nuevo RP. Los tres tipos de celebración de reconciliación propuestos en este ritual son un buen ejemplo de esto. El célebre liturgista A. Nocent, en un análisis crítico de la RP, reconoce estas modalidades como positivas, bajo tres aspectos: a) el intento de restaurar la unidad entre la Palabra y el sacramento; b) la intervención, al menos parcialmente, de la comunidad eclesial; c) la presentación de un formulario de absolución dogmáticamente más rico, que corrige el aspecto jurídico. Por otro lado, lamenta que ninguna de las tres modalidades sea realmente satisfactoria y adecuada a las circunstancias actuales, en estos términos:

El primer ritual, el relacionado con el penitente que se encuentra con el confesor, no se lleva a cabo fácilmente: supone un contacto humano y espiritual para el diálogo, une al sacramento una breve liturgia de la Palabra, pero carece de la visibilidad de la comunidad y, sobre todo, es difícil de llevar a cabo. en una parroquia o en un grupo de personas que se presentan juntas; y eso imposibilita la práctica prevista por el ritual.

El segundo ritual enfatiza la preparación de la comunidad para la confesión, que no tiene base en la tradición, pero que de hecho constituye enriquecimiento. No obstante, en el momento en que el ritual sacramental debería acentuar el aspecto comunitario del sacramento, la absolución, sin el permiso del Ordinario, sigue siendo individual. Solo la preparación para el sacramento es comunitaria, mientras que el sacramento permanece visiblemente individual.

El tercer ritual, la absolución sin confesión previa, no encuentra apoyo en la tradición, ya que la antigüedad consideraba la absolución coronando la conversión. Aquí, por el contrario, la absolución se coloca en el plano jurídico, sin ningún control sobre cómo el penitente pretende convertirse. Sin embargo, es necesario reconocerlo, vivimos en situaciones nuevas, que la Iglesia antigua no conocía (NOCENT, 1989, p. 215-216).

4.2 Celebrar la reconciliación hoy: pistas para la acción

Celebrar la reconciliación en las comunidades de hoy en día sigue siendo un gran desafío. Aun así, nos atrevemos a señalar tres demandas que consideramos fundamentales para mejorar la pastoral de la reconciliación. Son las siguientes:

a) Promover una formación teológico-litúrgica sobre el sacramento de la reconciliación para el clero y el pueblo en general. Una vez que este sacramento es “un encuentro gozoso del ser humano con Dios, a través de la mediación de la Iglesia”, se puede llevar a cabo dicha capacitación utilizando esta triada:

– Dios: aquel que promueve y hace posible la plena reconciliación;

– La Iglesia: aquella que colabora y hace visible el encuentro de reconciliación;

– El penitente: la persona que acepta y participa activamente en la reconciliación. (BOROBIO, 2009, p.324).

b) Promover celebraciones penitenciales. Estas celebraciones, previstas en el RP, aún carecen de especial atención por parte de los pastores y líderes de las comunidades eclesiales. La liturgista I. Buyst da buenas razones para el aumento de tales celebraciones (cf. BUYST, 2008, p.54-66):

– Las celebraciones penitenciales pueden facilitar la transición de una concepción individualista, legalista y formalista a una mentalidad de reconciliación más bíblica y comunitaria-eclesial. Sin tener que preocuparse por la confesión y la absolución, las personas están más dispuestas a centrarse en la Palabra de Dios y dejarse transformar por ella. Y, sin embargo: el hecho de que la presidencia de estas celebraciones no se limite al ministro ordenado, se hace más evidente la responsabilidad de la comunidad y de cada persona como ministro de penitencia.

– La comunidad podrá favorecer momentos favorables para celebraciones penitenciales, tales como: durante la Cuaresma y el Adviento, en fiestas patronales, en reuniones de peregrinación, en momentos específicos del itinerario eclesial, especialmente en situaciones de enfrentamientos, desacuerdos, disputas, etc.

– Las celebraciones penitenciales pueden ayudar a las comunidades a comprender que la reconciliación es un viaje espiritual que dura toda la vida y que su objetivo principal es el “hombre nuevo”.

– Dado que las celebraciones penitenciales son “reuniones del pueblo de Dios para escuchar su Palabra, que lo invita a la conversión y a la renovación de la vida, proclamando también nuestra liberación del pecado a través de la muerte de Cristo” (RP n. 36), su aumento en la vida de la comunidad, proporcionará a los fieles la experiencia de la eficacia de la Palabra proclamada que, a través de la acción del Espíritu, produce la conversión y la renovación de la vida.

c) Presta atención al horizonte abierto de posibles “adaptaciones”. Como vimos anteriormente, la “Introducción general” del RP propone adaptaciones del rito a diferentes regiones y circunstancias, abarcando los niveles de la conferencia episcopal, el obispo diocesano y el ministro (RP n. 38-40).

Para los dos primeros niveles (de la conferencia episcopal y del obispo diocesano), a excepción de la exigencia explícita de que la fórmula sacramental deba mantenerse en su totalidad, el resto del ritual puede ser adaptado, inclusive con la composición de nuevos textos.

A nivel del ministro, especialmente los párrocos, la posibilidad de adaptar el rito a las circunstancias concretas de los penitentes está abierta, siempre que se conserve su estructura esencial y la integralidad de la fórmula de absolución. También se recomienda usar celebraciones penitenciales con frecuencia durante todo el año.

Por lo tanto, en el RP, hay una amplia gama de posibilidades para las adaptaciones del rito. Esto permitirá que la comunidad de fe celebre la reconciliación de una manera más consciente, activa y fructífera.

Concluimos este texto con una nota sobre el título del ritual. A. Bugnini lo justifica así:

El título general del volumen es Ordo Paenitentiae, porque contiene indicaciones para los ritos sacramentales y no sacramentales.

Para la acción litúrgica sacramental se prefiere, en los capítulos individuales de Ordo, el término Reconciliatio. Indica mejor que la penitencia sacramental es tanto la acción de Dios como del hombre, mientras que “Penitencia” enfatiza más la acción del hombre. (…)

Reconciliatio es utilizada más apropiadamente por la Iglesia antigua para el acto sacramental. (…) Esta terminología también sirve para llamar la atención y profundizar en un aspecto fundamental para la comprensión y renovación de la penitencia sacramental (2018, p.560-561).

En resumen, la reconciliación es acción de Dios, es iniciativa de Dios, como bien lo expresa el Apóstol:

“Todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. 19.Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación.” (2Cor 5,18-19).

Joaquim Fonseca, OFM, Instituto Santo Tomás de Aquino. Texto original portugués. Postado en febrero del 2020.

Referencias

BAÑADOS, C. P. Penitência e reconciliação. In: CELAM. A celebração do mistério pascal; os sacramentos: sinais do mistério pascal. São Paulo: Paulus, 2005. Manual de liturgia, v. III, p.205-238.

BOROBIO, D. Celebrar para viver; liturgia e sacramentos da Igreja. São Paulo: Loyola, 2009.

BUGNINI, A. A reforma litúrgica (1948-1975). São Paulo: Paulus; Paulinas; Loyola, 2018.

BUYST, I. As celebrações penitenciais. In: CNBB. Deixai-vos reconciliar. São Paulo: Paulus, 2008, p. 49-66. Estudos da CNBB, n.96.

DENZINGER – HÜNERMANN. Compêndio dos símbolos, definições e declarações de fé e moral. São Paulo: Paulinas / Loyola, 2007.

FRANCISCO. Veritatis Gaudium. Sobre as universidades e as faculdades eclesiásticas. Disponible en: http://w2.vatican.va/content/francesco/pt/apost_constitutions/documents/papa-francesco_costituzione-ap_20171208_veritatis-gaudium.html Acceso en: 12 sept 2019.

______. Misericordiae Vultus. O rosto da misericórdia. Bula de proclamação do jubileu extraordinário da misericórdia. São Paulo: Paulus, 2015.

NOCENT, A. O sacramento da penitência e da reconciliação. In: NOCENT, A. et al. Os sacramentos; teologia e história da celebração. São Paulo: Paulinas, 1989, p.143-221. Anamnesis, 4.

VISENTIN, P. Penitência. In: VV.AA. Dicionário de liturgia. São Paulo: Paulus, 1992. p. 920-937.

Misal de San Pío V

Índice

1 Terminología

2 Historia

3 Controversias en torno al Misal de San Pío V

4 De las controversias a la separación

5 En busca de la reconciliación y la paz litúrgica: Benedicto XVI y el Summorum Pontificum

6 Desafíos que permanecen

Referencias

1 Terminología

Los términos “Misal de San Pío V”, “Misal Tridentino”, “Misal tradicional”, “Misal de siempre”, “Misal gregoriano”, “Misal romano clásico” y también misal de la forma antiquior (de la forma más antigua), usus antiquior (uso antiguo) o vetus ordo (antiguo ordo) forman el campo léxico en torno a esa forma de celebración eucarística que Benedicto XVI designó como “Misa según la forma extraordinaria del rito romano”. Con esta clasificación, Benedicto XVI aclaró que el Misal Romano, promulgado por Pablo VI en 1969, es la expresión ordinaria de lex orandi de la Iglesia Católica de rito latino. Sin embargo, desde 2007 y debido al Motu Proprio Summorum Pontificum, se han abierto más posibilidades de celebración de acuerdo con el usus antiquior, consolidado en la edición típica del Misal Romano de 1962, bajo el pontificado de Juan XXIII. Estos no son dos ritos diferentes, sino dos formas diferentes del mismo rito. Debido a su uso generalizado y su importancia histórica, conservaremos en esta entrada la designación “Misal de San Pío V”. Esta designación también es utilizada por la Instrucción General del Misal Romano. (IGMR n.8).

2 Historia

Fue a partir del siglo X cuando el término “misal” y sus correlativos (liber missalis, missale plenum, missale plenarium) se hicieron frecuentes para indicar los libros litúrgicos con todos los textos eucológicos y bíblicos necesarios para la celebración de la misa. El término misal surgió por razones prácticas que produjeron la fusión de varios textos prescritos para las misas en un solo volumen portátil. Anteriormente, estos textos estaban separados, parte de ellos en los sacramentarios, que también incluían las oraciones eucarísticas y el rito de comunión, y las otras partes en los leccionarios, salterios y antifonarios.

El creciente desuso y olvido de la concelebración eucarística, el fenómeno de la multiplicación de “misas privadas” por razones devocionales, especialmente el sufragio de los difuntos causó la edición de fascículos con series de misas (libelli missarum) con numerosas misas cotidianas por los difuntos y otras misas votivas.  La practicidad de estos folletos, por dispensar del manejo de los voluminosos sacramentarios y los antiguos leccionarios, agradaron al clero religioso y secular. Así, en el siglo XIII, ya se había completado la transición que estableció la preferencia por el misal como libro litúrgico del altar.

Correspondió principalmente a los franciscanos, en sus actividades misioneras y en la expansión de las fundaciones conventuales, difundir en toda Europa lo que se ha convertido en el misal más extendido hasta ahora. Es el Missale secundum consuetudinem curiae, es decir, el misal de la Capilla Papal que, a su vez, reproducía fielmente el misal vigente en el pontificado de Inocencio III (1198-1216). Con el advenimiento de la imprenta, este misal recibió su primera edición impresa en 1474 y más tarde fue la referencia fundamental para la elaboración del Misal de San Pío V, en 1570.

El siglo XVI estuvo profundamente agitado por los acontecimientos derivados de la Reforma Protestante, iniciada por Lutero en 1517. La ola de desafíos teológicos también alcanzó la praxis litúrgica de la Iglesia romana. Por otro lado, ya había un movimiento constante de renovación teológica y pastoral en la propia esfera romana. Tal renovación requirió aclaraciones doctrinales, profundización espiritual y normas disciplinarias con respecto a los sacramentos, especialmente la Eucaristía. Es en este contexto donde se lleva a cabo el Concilio de Trento (1545-1563) y la consiguiente edición de libros litúrgicos revisados. Es de este ambiente de donde emerge el Misal Romano de San Pío V.

Con respecto a la Eucaristía, aunque con diversos matices, el protestantismo emergente cuestionó la comprensión tradicional de la presencia de Cristo en el sacramento eucarístico y rechazó la comprensión de la Misa como una actualización del sacrificio del Calvario, ofrecido de una manera mística y sin sangre en el altar. a través del ministerio de sacerdotes. El Concilio de Trento defendió y reafirmó la doctrina católica sobre la Misa, haciendo hincapié en la presencia real de Cristo bajo la especie eucarística y el carácter sacrificial de la Misa (DH 1738-1743, 1751-1754). También se catalogó una serie de abusos a evitar en la misa y se indicó la forma correcta de su celebración (BOROBIO, 1993, p.232-240).

Desde el período medieval, los numerosos abusos litúrgicos han sido una dolorosa herida abierta en la vida de la Iglesia. El Concilio Tridentino se esforzó por frenar la irreverencia y el descuido, así como por castigar el sacrilegio, la superstición y la codicia que frecuentemente distorsionaban los actos litúrgicos (JUNGMANN, 2010, p.145-149). Le correspondió al Papa Pío IV (1499-1565) recibir oficialmente la pesada tarea de una gran revisión de la praxis litúrgica, pero fue su sucesor inmediato, el Papa Pío V (1504-1572) quien realmente la llevó a cabo.

El objetivo principal de la revisión litúrgica tridentina era salvaguardar la ortodoxia doctrinal y eliminar los abusos. La revisión y edición de los libros litúrgicos reformados fue el camino elegido. Al tratar de llevarlo a cabo, el objetivo era restaurar los ritos litúrgicos de acuerdo con la antigua norma de los Santos Padres. Los límites de la investigación, en esos tiempos verdaderamente difíciles, hicieron que San Pío V eligiera preservar esas formas históricas de la tradición litúrgica a las que tuvieron acceso los eruditos de la época. En vista de esta tradición litúrgica impugnada por los reformadores, también se optó por introducir las modificaciones mínimas en los ritos sagrados. Por esta razón, “el misal de 1570 difiere poco del primer misal impreso en 1474 que, a su vez, reproduce fielmente el del tiempo del Papa Inocencio III” (IGMR n. 7). La limitación impuesta a los liturgistas tridentinos también se refirió a las fuentes investigadas: “además, los manuscritos de la Biblioteca del Vaticano, aunque sugiriesen algunas correcciones, no permitían ir más allá de los comentarios litúrgicos medievales, en la investigación de los antiguos y probados autores” (IGMR n.7). La culminación de este proceso tuvo lugar en 1570 con la bula Quo primum tempore, en la que Pío V promulgó el misal revisado, más tarde asociado con su nombre.

La comprensión sobre la “norma de los Santos Padres”, es decir, la praxis litúrgica de los Padres de la Iglesia fue la guía inspiradora de la revisión que generó el Misal de San Pío V. La comprensión de la liturgia de la Iglesia antigua se amplió y enriqueció en gran medida con el avance de la investigación litúrgica. Las numerosas ediciones críticas de los venerados sacramentarios del período patrístico, así como el redescubrimiento de libros litúrgicos hispanos y galicanos, rescataron eucologías de gran valor espiritual hasta entonces olvidadas. Del mismo modo, las tradiciones de los primeros siglos, antes de la formación de los ritos de Oriente y Occidente, ahora son más conocidas, después del descubrimiento de numerosos documentos litúrgicos. Además, el progreso de los estudios patrísticos ha arrojado luz sobre la teología eucarística a la luz de la doctrina de los Padres más eminentes de la antigüedad cristiana. (IGMR n.8).

Por lo tanto, “la norma de los Santos Padres” no solo exige que se conserve lo que nuestros antepasados más recientes nos legaron. Estos “antepasados recientes”, según lo entendió Pablo VI, son los promotores de la gran revisión litúrgica tridentina. También es imperativo que “el pasado de la Iglesia y todas las manifestaciones de fe se asuman y juzguen como del más alto valor, en formas tan variadas de cultura humana y civil como la semítica, griega y latina” (IGMR n.9), lo que implica una comprensión integral de lo que realmente es la Tradición de la Iglesia y su relación con los procesos naturales de revisión y reforma de sus ritos litúrgicos: “esta visión más amplia nos permite percibir cómo el Espíritu Santo otorga al Pueblo de Dios una admirable fidelidad en preservar el depósito inmutable de la fe, a pesar de la enorme variedad de oraciones y ritos” (IGMR n.9).

3 Controversias en torno del Misal de San Pío V

La promulgación del Misal Romano de Pablo VI, en 1969, se convirtió en el punto de partida de una controversia que se extiende hasta nuestros días. Controversia que opone no solo el Misal de Pablo VI al Misal de Pío V, sino que se despliega en la afirmación inusual de un antagonismo entre el Concilio Vaticano II (1962-1965) y el resto de la Tradición de la Iglesia. El punto de partida de esta controversia fue el Breve examen crítico del Novus Ordo Missae, preparado por los cardenales Alfredo Ottaviani y Antonio Bacci en el mismo año de 1969. Las declaraciones contenidas en este examen crítico fueron de la mayor gravedad y proyectaron una tremenda sospecha de herejía en relación con el Misal. de Pablo VI. En él encontramos la acusación impactante de que el nuevo misal se aparta de una manera impresionante, en su conjunto y en particular, de la teología católica de la Santa Misa. Pesó aún más la condición del firmante principal del examen crítico: el cardenal Alfredo Ottaviani, pro-prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe hasta 1968. El controvertido examen crítico expresó la opinión de un grupo de teólogos vinculados al arzobispo francés Marcel Lefèbvre (1905 -1991), marcado por el rechazo radical tanto del Misal Romano de Pablo VI como del Concilio Vaticano II. Los cardenales Ottaviani y Bacci patrocinaron el texto, asumiéndolo como propio. La llamada “intervención de Ottaviani” es, incluso hoy, la fuente privilegiada de argumentos contra Novus Ordo Missae.

Analicemos brevemente algunas objeciones planteadas por quienes usan el Misal de San Pío V para rechazar el Misal de Pablo VI. El primero de ellos se refiere a la perpetuidad de la bula Quo primum tempore de San Pío V. En este documento, parece que dicho papa fija una forma inmutable para el Ordo Missae (la forma de celebración de la misa) y en esa inmutabilidad compromete toda su autoridad pontificia, prohibiendo cualquier modificación posterior a los ritos y ceremonias codificados por el misal de 1570. En la práctica, los tradicionalistas a menudo afirman una supuesta intangibilidad del Misal de Pío V, canonizado por la Quo primum tempore. Sin embargo, no se sustenta una interpretación estrecha de esta perpetuidad. En una respuesta oficial, fechada el 11 de junio de 1999, la Congregación para el Culto Divino aclaró que ningún papa puede fijar un rito perpetuamente. Además, el Concilio de Trento, al reflexionar sobre la administración de los sacramentos, declaró que la Iglesia puede mejorar las celebraciones litúrgicas modificando y estableciendo nuevos elementos, siempre que no se altere la identidad específica de los sacramentos. Puede hacerlo teniendo en cuenta la utilidad de quienes reciben los sacramentos según la variedad de cosas, tiempos y lugares (DH 1728). Desde un punto de vista canónico, cuando un papa escribe perpetuo concedimus, uno siempre debe entender “hasta que se ordene lo contrario”. Está en la autoridad soberana del Romano Pontífice no estar limitado por leyes meramente eclesiásticas, y mucho menos por las disposiciones de sus predecesores. Un papa está, por supuesto, limitado por la inmutabilidad de las leyes divinas y naturales, además de la propia constitución de la Iglesia. (cf. RIFAN, 2007, p.45-46).

Fue esta comprensión la que tuvieron los diversos sucesores del Papa Pío V cuando modificaron o introdujeron elementos en el misal que promulgó en 1570. Lo hicieron sin contradecir la bula Quo primum tempore. Así, a modo de ejemplo, en 1604, Clemente VIII abolió una oración prescrita por el sacerdote al ingresar a la iglesia, la palabra ómnibus en las dos oraciones después del Confiteor y la eventual mención del nombre de un emperador en el Canon romano. León XIII agregó, al final de la Misa, las oraciones leoninas, y Pío X, en 1904, y Pío XI, en 1929, hicieron otros añadidos. Sin embargo, fue Pío XII quien, en 1951 y 1955, realizó la mayor modificación litúrgica previa al Vaticano II con una notable reforma de las celebraciones de Semana Santa. Finalmente, Juan XXIII, ya en los albores del Concilio, insertó, en 1960, el nombre de San José en el Canon romano.

Otra objeción frecuente que opone indebidamente el Misal de Pío V al Misal de Pablo VI es la “cuestión del ofertorio”. En el Misal de Pío V, la preparación y presentación de las ofrendas van acompañadas de largas oraciones que resaltan claramente el carácter sacrificial de la Misa. El Misal de Pablo VI optó por oraciones más cortas en las que Dios es bendecido por los dones de pan y vino que se convertirán en el cuerpo y la sangre del Señor. La objeción tradicionalista establece que el cambio en el ofertorio destruyó el carácter sacrificial de la Misa, que, como resultado, dejó de ser católica y, por lo tanto, se volvió ilícita o incluso inválida. Tal objeción, plagada de prejuicios, se refuta con la observación de que la mención principal del sacrificio tiene su debido lugar, no en el ofertorio, sino en la anamnesis del propio Canon. El llamado “ofertorio” fue originalmente una simple preparación de ofrendas en el altar. Hasta el siglo X, predominaba el gesto realizado en silencio. En los siglos siguientes, las oraciones se elaboraron y luego se incluyeron en el Misal de Pío V (BOROBIO, 1996, p.335-338). Después del Concilio Vaticano II, varios liturgistas abogaron por la eliminación de las palabras de este rito, reanudando la simple elevación en silencio, pero Pablo VI insistió en la recuperación de fórmulas cortas enraizadas en las fuentes más antiguas de la liturgia cristiana y que revelen la verdadera naturaleza de ese momento: la presentación de las ofrendas en el altar (TABORDA, 2009, p.142-144).

La llamada “cuestión del misterio pascual” es probablemente la objeción tradicionalista más fuerte planteada contra el Misal de Pablo VI. Afirman que el nuevo misal es heterodoxo, ya que su teología enfatiza la celebración del misterio pascual de Cristo. A su vez, el Misal de Pío V es ortodoxo en el sentido de que conserva y expresa plenamente la teología del sacrificio expiatorio de Cristo, perpetrado de manera incruenta en los altares. El entonces cardenal Ratzinger clasificó como extraña e irrazonable la oposición lanzada entre las categorías “misterio pascual” y “sacrificio” (RIFAN, 2007, p.53-54). Esta anómala oposición es el argumento central, defendido por la Fraternidad de San Pío X, de que existe una ruptura dogmática real entre la liturgia renovada después del Concilio Vaticano II y la liturgia anterior (FSSPX a, p.55-68). En otras palabras, la acusación de heterodoxia lanzada en el Misal de Pablo VI se basa en el juicio de que ahora todo se interpreta a partir del misterio pascual, que usurpó el lugar del sacrificio expiatorio de Cristo. Tal acusación no puede sostenerse y el malentendido es evidente. La categoría del misterio pascual no reemplaza, elimina o relativiza la importancia y la realidad del sacrificio de Cristo. La Pascua de Cristo es el misterio salvador en toda su amplitud y donde realmente se sitúa su sacrificio.

El término misterio pascual conduce claramente a las realidades que tuvieron lugar entre el Jueves Santo y la mañana de Pascua: la cena como anticipación de la cruz, el drama del Gólgota y la resurrección del Señor. La categoría de misterio de Pascua entiende estos eventos como un evento unitario que manifiesta toda la obra de Cristo. Obra salvífica que tiene un lugar histórico eminente, pero que al mismo tiempo lo trasciende. Dado que este evento único y trascendente es el más perfecto culto a Dios, puede convertirse en culto divino y estar presente en todos los momentos de la historia porque fue asumido por Dios mismo en su misterio de salvación. La teología de la Pascua del Nuevo Testamento sugiere esto: el episodio aparentemente profano de la crucifixión de Cristo es un sacrificio de expiación, un acto de reconciliación realizado por Dios hecho hombre. La teología de Pascua es una teología de la redención, una liturgia del sacrificio expiatorio ubicado en el centro del misterio pascual (RIFAN, 2007, p.54). Se demuestra así que la oposición entre sacrificio y misterio pascual es artificial e inconsistente.

4 De las controversias a la separación

La polémica en torno al Misal de Pío V experimentó crecientes tensiones y rupturas, especialmente en torno a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X (FSSPX), fundada por el arzobispo francés Marcel Lefèbvre. Esta fraternidad fue aprobada en 1970 por el obispo de Lausana (Suiza) y recibió una carta de recomendación de la Congregación para el Clero en 1971. La posición extremadamente crítica en relación con el Concilio Vaticano II y el rechazo del nuevo rito de la misa, llamado peyorativamente “misa nueva”, provocó un alejamiento progresivo de Lefèbvre y sus seguidores en relación con Roma.

Sus declaraciones programáticas son incisivas. La FSSPX se adhiere “de todo corazón, de toda el alma, a la Roma católica, guardiana de la fe católica y las tradiciones necesarias para el mantenimiento de esta fe, a la Roma eterna, maestra de la sabiduría y la verdad”. Pero se niega, “por el contrario, y siempre [se negará] a seguir a Roma de tendencia neo-modernista y neo-protestante que se manifestó claramente durante el Concilio Vaticano II y, después del Concilio, en todas las reformas que se originaron allí” (FSSPX a). Tal distanciamiento culminó con la suspensión a divinis de Dom Marcel Lefèbvre en 1976, por insistir en formar y ordenar sacerdotes dentro de esta perspectiva de rechazo del Vaticano II. Posteriormente, en 1988, la situación empeoró con su excomunión latae sententiae debido a la ordenación de cuatro obispos sin el mandato pontificio necesario, un evento que se conoció como el “cisma tradicionalista”.

La misa de San Pío V se ha convertido desde entonces en un verdadero estandarte de lucha. Su conservación, defensa y expansión se ha convertido no solo en la razón de la existencia de la FSSPX, sino en un verdadero principio operativo en relación con la Iglesia actual, que siempre ha sido evaluada negativamente y reconocida como propensa al modernismo apóstata. De esta manera, no se trata solo de preservar la Misa Tridentina, sino de participar en un programa de restauración de la Iglesia basado en el paradigma entendido por la FSSPX como la “Tradición auténtica de la Iglesia”.  El retorno a la tradición conforme al modelo tridentino es asumido como el único camino de superar la profunda crisis de la Iglesia. Las palabras del Padre Davide Pagliarini, Superior de la FSSPX, son significativas y reveladoras; “Debemos tener el coraje de reconocer que incluso una buena postura doctrinal no será suficiente, si no se acompaña de una vida pastoral, espiritual y litúrgica coherente con los principios que queremos defender” (FSSPX b). La misa tradicional pedirá una reconfiguración de la Iglesia basada en el modelo supuestamente tridentino e interpretado como la mejor expresión de la tradición. Pagliarini continúa: “concretamente, necesitamos pasar a la Misa Tridentina y todo lo que eso significa; necesitamos ir a la misa católica y sacar de ella todas las consecuencias” (FSSPX b). Estas consecuencias cubren la totalidad de la vida eclesial contemporánea y forman un verdadero programa de restauración: “no se trata de restaurar la Misa tridentina porque es la mejor opción teórica; se trata de restaurarlo, vivirlo y defenderlo hasta el martirio, porque solo la Cruz de Nuestro Señor puede sacar a la Iglesia de la catastrófica situación en la que se encuentra” (FSSPX b). Entendido de esta manera, el retorno previsto a la tradición implica una ruptura con numerosas realidades consideradas como los grandes logros del último Concilio. Tales logros se interpretan como grandes males que deben ser eliminados. Las consecuencias lógicas de esta restauración serían el rechazo total de la reforma litúrgica posconciliar, la suspensión del  camino  ecuménico, la reinterpretación de la libertad religiosa, el cuestionamiento de la colegialidad episcopal y de las conferencias episcopales, la sospecha generalizada en relación con el magisterio y  sínodos postconciliares, la recuperación de la teología escolástica y la “filosofía perenne”, la postura combativa y apologética ante el mundo contemporáneo y la secularización. En resumen: un cambio radical en la cosmovisión católica que ha existido desde el Concilio Vaticano II. El instaurare omnia in Christo, interpretado de acuerdo con esta lógica, tiene este alcance radical. El polo irradiador de esta restauración es la Misa de San Pío V con todas las consecuencias que se pueden extraer de ella en este horizonte de comprensión. Comienza con la liturgia tradicional y termina con el derribo del Vaticano II.

Sin embargo, no todos los partidarios de la liturgia tradicional se sentían identificados con el radicalismo de esta propuesta, especialmente el rechazo amplio y vehemente del Concilio Vaticano II. El riesgo que preveían no era solo de una mentalidad reaccionaria y cismática, sino también de las peores formas de sectarismo y aislamiento voluntario, promoviendo una equivocada defensa y la preservación de la fe católica. De ahí el surgimiento de varias iniciativas para el diálogo con Roma y para acoger e incluir a los fieles tradicionalistas en plena comunión eclesial.

En 1984, Juan Pablo II concedió que, con indulto y bajo condiciones específicas, el Misal de San Pío V pudiese ser usado regularmente. A través de la Motu Proprio Ecclesia Dei afflicta (1988), el mismo Papa normatizó la recepción de los tradicionalistas que rompieron con el obispo Marcel Lefèbvre debido a la excomunión en la que este arzobispo y los obispos ordenados por él incurrieron. Este hecho hundió a la FSSPX en una complicada situación canónica que persiste hoy, a pesar de la retirada de la excomunión en 2009. En 1988, el surgimiento de la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro, fundada a partir de aquellos que salieron de la fraternidad lefebvriana, y vinculada directamente a la Santa Sede, dedicándose al apostolado con los fieles tradicionalistas que deseaban mantener la plena comunión con Roma. También en esta perspectiva, surgieron otras asociaciones centradas en el uso exclusivo de la liturgia tradicional: el Instituto Cristo Rey y Sumo Sacerdote (1990) y el Instituto Buen Pastor (2006). A medida que se acercaba el Gran Jubileo del año 2000, los diálogos y los tratos de varios grupos tradicionalistas con la Santa Sede se intensificaron. En Brasil, este movimiento para superar la ruptura resultó en la creación de una circunscripción eclesiástica que tiene su propio obispo en plena comunión con Roma y conserva la liturgia romana tradicional para su clero y fieles. Es la Administración Apostólica São João Maria Vianney, establecida en 2001 y con sede en Campos dos Goytacazes, RJ.

El “mundo tradicionalista” no es uniforme y monolítico, sino amplio y diverso. Alberga en sí desde las posiciones más radicales de oposición y rechazo del Concilio Vaticano II a posiciones más abiertas al diálogo y la interacción. Su punto de convergencia es el Misal de Pío V. Su eje de tensión, conflicto y dispersión atraviesa la hermenéutica del Vaticano II.

5 En busca de la reconciliación y la paz litúrgica: Benedicto XVI y el Summorum Pontificum

Dentro del proceso descrito anteriormente, ya en el pontificado de Benedicto XVI, la Carta Apostólica en forma de Motu Proprio Summorum Pontificum merece una mención especial, sobre el uso de la liturgia romana anterior a la reforma llevada a cabo en 1970. A partir de la declaración de que el Misal de Pablo VI es la expresión ordinaria de la lex orandi de la Iglesia Católica de rito latino, el Misal de San Pío V (en su edición de 1962) es admitido como la expresión extraordinaria de la misma lex orandi. En su venerable y antiguo uso debe disfrutar del debido honor, pero sin que tal disposición genere la división de la liturgia de la Iglesia, ya que son dos usos (ordinario y extraordinario) del único rito romano (SP n. 1). Así, Benedicto XVI estableció que “es lícito celebrar el Sacrificio de la Misa según la edición típica del Misal Romano promulgado por el Beato Juan XXIII, en 1962, y nunca abrogado como forma extraordinaria de la liturgia de la Iglesia” (SP n. 1 ) También establece que todo sacerdote católico, en misas celebradas sin el pueblo y con la excepción de los días de triduo pascual, puede celebrar de acuerdo con ese misal sin la necesidad de ningún permiso de la Sede Apostólica o su Ordinario (SP n. 2). Los religiosos, en sus comunidades individuales o como institutos o sociedades, pueden tener tales celebraciones con frecuencia, habitual o permanentemente, mediante la aprobación de los superiores mayores y siguiendo las normas del Derecho y las leyes y estatutos particulares (SP n.3). Los fieles pueden ser admitidos a las celebraciones siempre que lo soliciten espontáneamente y se observen las normas de derecho (SP n. 4). En las parroquias donde hay un grupo estable de fieles que prefieran la forma extraordinaria, que los párrocos o los rectores de la iglesia acojan tal solicitud, armonizando el bien de estos fieles con la atención ordinaria de la parroquia, bajo la dirección del obispo, pero “evitando la discordia y favoreciendo la unidad de toda la Iglesia”(SP n. 5 §1). Si tal grupo de fieles no obtiene lo que piden, infórmese al obispo diocesano sobre el hecho. “Se pide encarecidamente que el obispo satisfaga sus deseos. Si no puede proveer tal celebración, que el asunto se remita a la Pontificia Comisión Ecclesia Dei ”(SP n. 7). Del mismo modo, el párroco puede otorgar una licencia para el uso del ritual más antiguo en la administración de los sacramentos del bautismo, el matrimonio, la penitencia y la unción de los enfermos “si lo requiere el bien de las almas” (SP n.9 §1). “Los ordinarios tienen la opción de celebrar la Confirmación usando el antiguo Pontifical Romano” (SP n.9 §2) y los clérigos también pueden usar el Breviario Romano promulgado en 1962 (SP n.9 §3). El Ordinario local, si se considera oportuno, puede erigir una parroquia personal “para las celebraciones, de acuerdo con la forma más antigua del Rito Romano, o designar un capellán” (SP n.10).

Junto con el Summorum Pontificum, Benedicto XVI envió una “Carta a los Obispos”, también fechada el 7 de julio de 2007, detallando los motivos de su decisión, aclarando puntos controvertidos y alentando una generosa bienvenida a través de la caridad pastoral y la justa prudencia. En esta carta al episcopado, Benedicto XVI reconoció que en vista de su iniciativa “hay reacciones muy divergentes entre sí, que van desde la aceptación entusiasta hasta una fuerte oposición a un proyecto cuyo contenido no se conocía realmente”. Hizo hincapié en que el miedo a la negación de la autoridad del Concilio Vaticano II y una de sus decisiones esenciales, que es la reforma litúrgica, debe eliminarse, porque el Misal de Pablo VI sigue siendo la forma normal u ordinaria de la liturgia eucarística. Afirmó que el Misal de San Pío V nunca fue derogado y siempre fue legalmente permitido. También aludió a la división causada por el arzobispo Lefèbvre en la que “la fidelidad al antiguo misal apareció como un signo distintivo externo, pero las razones de la división, que entonces nacía, se encontraban a un nivel más profundo”. Por esta razón, había “muchas personas que claramente aceptaron el carácter vinculante del Concilio Vaticano II y fueron fieles al Papa y a los obispos, pero que deseaban recuperar la forma que les era querida de la Sagrada Liturgia”. Esto sucedió principalmente porque en muchos lugares ya no se celebraba con fidelidad a las normas del nuevo misal, lo que a menudo condujo a deformaciones de la liturgia en el límite de lo soportable. De manera autobiográfica, Benedicto XVI agrega: “Hablo por experiencia, porque yo también viví ese período con todas sus expectativas y confusiones. Y vi cómo fueron profundamente heridas, por las deformaciones arbitrarias de la liturgia, personas que estaban totalmente enraizadas en la fe de la Iglesia”.

 En esa misma Carta a los Obispos, después de una serie de consideraciones canónicas y pastorales, Benedicto XVI ve la posibilidad de una interacción fructífera entre las dos formas, a la que llamó enriquecimiento mutuo. “Las dos formas del Rito Romano pueden enriquecerse mutuamente. En el antiguo misal, se pueden y se deben insertar nuevos santos y algunos de los nuevos prefacios”. Por otro lado, “en la celebración de la misa de acuerdo con el Misal de Pablo VI, será posible manifestar, de una manera más intensa de lo que ha sucedido hasta ahora, esa santidad que atrae a muchos al uso antiguo “. La garantía más segura de que el Misal de Pablo VI una las comunidades parroquiales y sea amado por ellas es su celebración “con gran reverencia de acuerdo con las rúbricas; esto hace visible la riqueza espiritual y la profundidad teológica de este misal”. Por lo tanto, concluyó Benedicto XVI, no hay contradicción entre una edición y otra del Misal Romano, porque en la historia de la liturgia hay crecimiento y progreso, pero no ruptura.

6 Desafíos que permanecen

El camino propuesto por Benedicto XVI en el Summorum Pontificum corresponde perfectamente a uno de los ejes de su enseñanza, es decir, la “hermenéutica de la continuidad”. Sin embargo, los movimientos de ruptura en el campo litúrgico existieron y continúan existiendo. Por un lado, la postura negacionista del tradicionalismo lefebvriano que no otorga ningún valor a la reforma litúrgica posconciliar y aboga por la ruptura más drástica con su prohibición total de la vida de la Iglesia. Por otro lado, los defensores del legado litúrgico del Vaticano II, conscientes de sus logros y avances, pero firmemente decididos a no retroceder ni ceder ante nada (ISNARD, 2008, p.20). Posiciones extremas, a veces cargadas de pasión por las banderas respectivas, lo que resulta en un clima tenso que agrava las divisiones existentes.

El camino del crecimiento y el progreso en la liturgia sigue siendo desafiante y difícil, pero sin rupturas, como idealizó Benedicto XVI. Más que las formas litúrgicas y las peculiaridades de sus ritos, hay una realidad más profunda que precede a todas estas cuestiones. Se trata de la tensión conflictiva entre dos formas de entender a la Iglesia y su posición en el mundo contemporáneo. El debate y las controversias en torno al uso del Misal de San Pío V solo manifiestan un drama y una lucha mucho más profundas que aún están lejos de una resolución pacífica e integradora.

La década que ha pasado desde el Summorum Pontificum merece un análisis más detallado. Las actitudes y opiniones razonablemente tolerantes y dialogantes se han vuelto más frecuentes en ambos lados, pero los duros núcleos de crítica y rechazo tanto en relación con la Misa tradicional como en relación con la Misa de Pablo VI permanecen intactos tanto en los diversos grupos tradicionalistas como en los seguidores de la renovación litúrgica. postconciliar. Las entrevistas y escritos de sus exponentes o partidarios dan fe de este hecho en abundancia. (KWASNIEWSKI, 2018, p.133-144; GRILLO, 2007, p.103-120).

No se puede hablar de una victoria tradicionalista después del Summorum Pontificum (KWASNIEWSKI, 2018, p.223-231). La liturgia de Pablo VI no ha sido abrogada como aún desean los más extremistas, y no hay posibilidad cercana o remota de que ocurra tal abrogación. Por su parte, el Papa Francisco no canceló el camino abierto por Benedicto XVI en relación con los seguidores de la liturgia tradicional ni se cerró al diálogo con la Fraternidad de San Pío X. Sin embargo, el punto muerto en relación con la valoración y la importancia del Concilio Vaticano II persiste. Un posible acuerdo teológico sobre este Consejo, simultáneamente aceptable para Roma y los lefebvrianos, es una condición indispensable para la regularización canónica de la fraternidad tradicionalista. Tal acuerdo aún no se ha alcanzado a pesar de todos los esfuerzos de Benedicto XVI y las demostraciones de bienvenida y benevolencia en el pontificado de Francisco, con la concesión de facultades canónicas en relación con los sacramentos del matrimonio y la penitencia administrados por el clero de la Fraternidad San Pío X. Se dio una reacción extrema ante este acercamiento inicial entre Roma y los tradicionalistas de la FSSPX con la clamorosa salida del obispo Richard Williamson, uno de los consagrados por Dom Marcel Lefèbvre en 1988. Williamson interpretó la incipiente aproximación a Roma como una traición a la causa de la Tradición. Cuando se trata del Concilio Vaticano II, solo se trabaja con la perspectiva de su rechazo. Por esta razón, rompió violentamente con la FSSPX en 2012, llevándose consigo a varios sacerdotes y laicos y fundando una nueva vertiente tradicionalista. Desde 2015, después de haber ordenado obispos sin un mandato pontificio, reincidió en la excomunión latae sententiae. Los partidarios de Williamson en Brasil se vinculan con el Monasterio de Santa Cruz en Nova Friburgo, RJ. La herida cismática de otro tradicionalismo fuera de la plena comunión eclesial fue así reabierta.

Lejos de cualquier conducta cismática, la situación del catolicismo tradicional en los Estados Unidos es reveladora, un país donde el Summorum Pontificum encontró grandes entusiastas. Se podría pensar en un notable avance tradicionalista en ese país, pero no es lo que se ve en términos de realidad. Las investigaciones muestran que el catolicismo tradicionalista ha avanzado en los Estados Unidos, no de manera generalizada, sino puntual y de manera restringida. De los más de 70 millones de católicos estadounidenses, solo alrededor del 0,3% participa de misa tradicional. La gran mayoría del clero de rito romano (95%) celebra exclusivamente según el Novus Ordo. En un artículo en que se analiza la mencionada investigación, encontramos el testimonio de Monseñor Charles Pope sobre este rotundo fracaso pastoral:

En mi propia Arquidiócesis, aunque ofrecemos misa tradicional en cinco lugares diferentes, nunca hemos podido atraer a más de mil personas. Esto es solo la mitad del 1% del número total de católicos que asisten a misa en esta diócesis cada domingo. Esto no convence a los obispos de que la nueva misa no es la liturgia del futuro y que el regreso a la misa tradicional es el mejor camino para seguir. Si los que amamos la Misa tradicional pensamos que la Misa haría sola su propia evangelización, estamos equivocados. Es hermosa y digna de Dios en muchos sentidos, pero en un mundo de placeres y diversiones instantáneos, debemos demostrar el valor perenne de una liturgia tan hermosa. La verdad del asunto es que una liturgia antigua, hablada en un idioma antiguo y, la mayoría de las veces, hablada en susurros, no es algo que la mayoría de la gente moderna apreciaría de inmediato. (BANKE, 2019)

Los ambientes constituidos alrededor de la misa tradicional también tienen sus grandes desafíos. Probablemente el más grande se refiere a la mentalidad de gueto, de grupo selecto, de constitución de los únicos lugares donde es posible que subsista el verdadero catolicismo. En la práctica, esta mentalidad se pervirtió aislándose de los otros miembros del cuerpo eclesial, casi siempre juzgados peyorativamente. Un aislamiento en el cual, debido a un cierto “espíritu de élite”, son muy frecuentes las críticas amargas y las posiciones ofensivas, cargadas de desprecio por todo lo relacionado con la Iglesia postconciliar. Tal perversión genera antipatías y resistencia y acentúa aún más el fracaso pastoral mencionado anteriormente.

A su vez, se estima que el Summorum Pontificum no logró llevar a cabo suficientemente la hermenéutica de la continuidad en el ámbito litúrgico. Por el contrario, dio lugar a un estado anómalo de contradicción en la praxis de celebración de la Iglesia con la coexistencia de dos formas del mismo rito cuyos adherentes no siempre sobresalen en armonía fraterna. En opinión del teólogo Andrea Grillo, hay un “efecto peligrosamente desorientador” de este documento que se cierne sobre todos. Según Grillo (2011), a través de una “ficción jurídica”, dos formas diferentes de celebración de la misa se vuelven artificialmente contemporáneas. Por ser objeto de elección, “se crea una situación híbrida y anómala, que pronto se revela como confusión, con la cual se introduce una seria discontinuidad en la tradición del rito romano”. Lo que es más paradójico y grave es la “libertad absoluta” otorgada al sacerdote u obispo, en la “celebración sin el pueblo”, que ahora puede elegir entre una forma ordinaria o extraordinaria, sin tener que rendir cuentas a nadie. El resultado es que “la reforma litúrgica se convierte así en algo ‘opcional’ de la propia identidad ministerial. Este es también un monstruum sin precedentes en relación con la tradición de la Iglesia”. Y concluye: “Es sorprendente que el Papa Benedicto XVI haya asumido una teoría que es tan inconsistente en el plano jurídico y con consecuencias tan incontrolables en el plano litúrgico, eclesial y espiritual”. En resumen: “una pretensión de paralelismo ritual que establece una coexistencia entre el rito ordinario y el rito extraordinario, lo que, a primera vista, demuestra ser incoherente, ineficaz y muy peligroso para la comunión eclesial” (GRILLO, 2011).

Con la intención de permitir una doble validez en formas diferentes y no armónicas del mismo rito romano, se determina gradualmente un conflicto indomable entre tiempos, espacios, hábitos, ritos, calendarios, ministerios, códigos, competencias diversas. La extensión se refiere tanto a las habilitaciones subjetivas al rito, es decir, a los criterios con los que los sujetos pueden reclamar derechos a este respecto, como a las finalidades objetivas del rito, que, más explícitamente, se definen como “pastorales”. En realidad, este documento, a pesar de sus buenas intenciones, corre el riesgo de hacer imposible cualquier ministerio litúrgico, ya que tiene un efecto peligrosamente desorientador en todos: especialmente en los obispos, que pierden el control de las diócesis, luego en los sacerdotes y, finalmente, también sobre los laicos, por el hecho de substraer la necesidad de la reforma (GRILLO, 2011).

La relativización e incluso el desprecio de la reforma litúrgica del Vaticano II fue uno de los efectos no deseados de Benedicto XVI cuando publicó el Summorum Pontificum. Abusando de la hermenéutica de la continuidad, surgieron críticas tan radicales que incluso la reforma de la Semana Santa realizada por Pío XII, en la década de 1950, fue cuestionada. No solo se cuestionó, sino que en algunos lugares se reanudó la celebración de la Semana Mayor, como en la época de San Pío V. Tales hechos revelan cuán lejos puede llegar el grado de rigidez litúrgica, tomando paradójicamente el Summorum Pontificum como punto de partida.

Este marco preocupante muestra la necesidad de profundizar nuestra comprensión de la verdadera identidad de la tradición litúrgica. El Misal de Pablo VI, un fruto eminente de la reforma litúrgica, lejos de apartarse de la verdadera Tradición, acercó la celebración eucarística a sus orígenes que son eminentemente bíblicos y patrísticos. La reforma litúrgica postconciliar amplió notablemente el acceso a la Palabra de Dios, enfatizó el papel del Espíritu Santo en la acción eucarística y enfatizó la naturaleza ministerial y la participación activa de toda la Iglesia en la oración.

Al analizar las dos formas del rito romano más de cerca, los estudiosos encuentran que el Misal de Pablo VI es de hecho más tradicional que su predecesor tridentino. El misal actual muestra más claramente su vínculo con la “norma de los Santos Padres”, tan valorada por San Pío V y sus contemporáneos, pero no totalmente accesible para ellos en el siglo XVI. De ahí el sorprendente reconocimiento de que el rito tridentino es un rito moderno cuando se ubica en el contexto más amplio de la larga historia de la liturgia romana (CASSINGENA-TRÉVEDY, 2007, p.89-95).

La transición de esta primera forma moderna del rito romano a la segunda forma, postconciliar, comunitaria, relacional, simbólico-ritual, ocurrió a través de un Concilio y una larga fase de reforma, que fue causada por los límites, por las lagunas, por las unilateralidades del rito tridentino, de lo cual la Iglesia se había dado cuenta gradualmente, desde el siglo XIX. La transición que la reforma quiere promover se refiere al sujeto que celebra (del sacerdote individual a la relación asamblea / ministros), al rito (que ya no es solo para ser observado por un individuo, sino que debe ser celebrado por una comunidad), a relación con Dios (que, desde lo monológico, se vuelve dialógico), a la Palabra de Dios (que ahora tiene espacio, visibilidad sacramental y riqueza mucho más significativa), al papel de la comunión (que ahora es hecha por todos como una acción ritual de la Misa y ya no como devoción privada) (GRILLO, 2011).

La evolución histórica del rito romano se verifica a través del paso de sus diversas etapas. En este paso hay una evolución guiada por la fidelidad creativa, como explicó Pablo VI en la Constitución Apostólica Missale Romanum y en el proemio de la Instrucción General del Misal Romano. Las dos formas solo pueden entenderse correctamente en su continuidad si se ubican en una sucesión diacrónica (GRILLO, 2011). Sin embargo, cuando las diferentes formas se vuelven artificialmente contemporáneas y objeto de la libre elección, con el agravante de un contexto de viejos malentendidos y prejuicios no superados, lo que tenemos es el gran riesgo de discontinuidad y ruptura litúrgica y serias amenazas a la propia unidad eclesial.

De hecho, los mayores desafíos van más allá de los límites de la praxis litúrgica. Estos son desafíos de la vida eclesial en sí, marcados por tensiones y esperanzas, conflictos y posibilidades de crecimiento y regresión. La liturgia es “la cumbre hacia la cual tiende la acción de la Iglesia” y, al mismo tiempo, es “la fuente de la que emana toda su fuerza” (SC n.10). Al ocupar esta posición central y vital, es evidente que todo lo que experimenta la Iglesia también se manifiesta, en varias formas, en su liturgia. Incluyendo sus desacuerdos y situaciones de difícil resolución.

Luiz Antônio Reis Costa, Instituto de Teología São José, Mariana, MG. Texto original portugués. Postado en febrero del 2020.

7 Referencias

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Género y Orientación Sexual

Sumario

1 Definiciones de género y orientación sexual.

2 Género: entre estudios e ideología.

3 La discriminación y su confrontación

4 Judith Butler y la controversia sobre género

5 Gestos y palabras del papa Francisco

6 Entre buenos y malos caminos a seguir

7 Referencias bibliográficas

1 Definiciones de género y orientación sexual.

Tradicionalmente, el género se define como lo que identifica y diferencia a hombres y mujeres. Es sinónimo de sexo, refiriéndose a lo que es propio del sexo masculino, así como del femenino. Sin embargo, desde el punto de vista de las ciencias sociales y la psicología, el género se entiende como lo que diferencia socialmente a las personas, considerando los patrones históricos y culturales atribuidos a hombres y mujeres.

En las últimas décadas, los estudios de género también se han relacionado con la orientación sexual. A menudo sirven como base para un notable activismo sociopolítico y para la implementación de políticas públicas. Son investigaciones y reflexiones que muestran el papel de la cultura y las estructuras sociales en la configuración y en la relación entre géneros, cuestionan la subordinación de un género a otro y contemplan la realidad de la población LGBT +, que recientemente adquirió una amplia visibilidad.

La sigla LGBT + se refiere a lesbianas, gays, bisexuales, travestis, transexuales y otros. Para aclarar algunos términos, los travestis son personas que vivencian roles femeninos, pero no se reconocen como hombres ni como mujeres. El término siempre debe usarse en femenino: travestis. Los transexuales, por otro lado, son personas que no se identifican con el sexo que se les asigna al nacer, sino con el otro sexo. Puede haber un hombre transexual, que reclama reconocimiento social y legal como hombre, y una mujer transexual, que reclama reconocimiento social y legal como mujer. Tanto los travestis como los transexuales son transgénero (o simplemente trans), es decir, personas que no se identifican con el sexo que se les asigna al nacer. Lo opuesto a transgénero es cisgénero, que se refiere a personas identificadas con el sexo asignado al nacer (JESUS, 2012, p.14).

Una convención internacional estableció principios para la aplicación de la legislación de derechos humanos en relación con la orientación sexual y la identidad de género. Son los llamados Principios de Yogyakarta, cuyas definiciones han sido ampliamente aceptadas incluso por la ley brasileña. Se considera:

I – Orientación sexual como “

referencia a la capacidad de cada persona de tener una profunda atracción emocional, afectiva o sexual hacia individuos de un género diferente, del mismo género o de más de un género, así como de tener relaciones íntimas y sexuales con estas personas” 

y

II – Identidad de género como

La experiencia profundamente sentida, interna e individual del género de cada persona, que puede corresponder o no al sexo asignado al nacer, incluyendo el sentido personal del cuerpo (que puede implicar, por libre elección, modificación de la apariencia o de la función corporal por medios médicos, quirúrgico u otros) y otras expresiones de género, incluyendo vestimenta, modo de hablar y de actuar. (Resolução nº11, 2014, Art. 1º)

Con esta clasificación, lesbianas, gays, homosexuales, bisexuales o heterosexuales son conceptos que se refieren a la orientación sexual. A su vez, travestis, transexuales, transgénero y cisgénero se refieren a la identidad de género. Muchos, sin embargo, no aceptan tal clasificación. Argumentan que la orientación sexual no define a la persona y que la inclinación homosexual puede ser una tendencia transitoria. Por lo tanto, hablan simplemente de atracción hacia personas del mismo sexo (same-sex attraction). En entornos católicos, no es raro que quienes sienten esa atracción sean dirigidos a la “oración de curación y liberación” para eliminarla o al menos que vivan la continencia sexual. Algunas iglesias evangélicas hacen regularmente exorcismo de homosexuales y transgénero. Hay países y provincias donde las terapias para revertir la orientación homosexual y la identidad de género todavía están permitidas, a las cuales estas personas son sometidas.

2 Género: entre estudios e ideología

En un discurso público, el Papa Francisco habló sobre la familia y la inquietud que le causan los estudios de género. Según la tradición judeocristiana, la institución familiar es un gran regalo que Dios le dio a la humanidad, creando al ser humano hombre y mujer e instituyendo el sacramento del matrimonio. La diferencia sexual está presente en varias formas de vida, pero solo en hombres y mujeres esta diferencia trae la imagen y semejanza divinas. Su propósito no es oposición o subordinación, sino comunión y generación. Los seres humanos necesitan reciprocidad entre el hombre y la mujer para conocerse bien y crecer armoniosamente.

Recientemente, continúa el Papa, la cultura ha abierto nuevos espacios, libertades y profundidades que enriquecen la comprensión de esta diferencia, pero también ha traído muchas dudas y un considerable escepticismo.  E hizo esta cuestión: “Me pregunto si la llamada teoría de gender no es también una expresión de frustración y resignación, que apunta a cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe cómo enfrentarla” (FRANCISCO, 2015b). Para él, existe el riesgo de dar un paso atrás. Eliminar la diferencia sería realmente el problema, no la solución.

Las reservas del Papa sobre los estudios de género reflejan las manifestaciones de la alta jerarquía católica a este respecto en las últimas décadas. Hay un conjunto de proposiciones consideradas inaceptables, para las cuales se acuñó la expresión “ideología de género”. El Sínodo de los Obispos sobre la Familia reiteró esta oposición, ratificada por el Papa en su Exhortación postsinodal sobre la institución familiar. Se dice que esta ideología:

(…) niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. Esta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer. La identidad humana viene determinada por una opción individualista, que también cambia con el tiempo. Es inquietante que algunas ideologías de este tipo, que pretenden responder a ciertas aspiraciones a veces comprensibles, procuren imponerse como un pensamiento único que determine incluso la educación de los niños. No hay que ignorar que « el sexo biológico (sex) y el papel sociocultural del sexo (gender), se pueden distinguir pero no separar (AL n.56).

Este conjunto de proposiciones llamado ideología de género no es defendido por un autor específico, sino que es más bien una agrupación de declaraciones consideradas inaceptables, provenientes de más de un autor. Algo similar sucedió con la condena del modernismo, hecha por la alta jerarquía católica a principios del siglo XX. No hubo autor que, al mismo tiempo, defendiera todas las proposiciones que luego se condenaron bajo el título de modernismo. De hecho, los estudios de género se conocen en inglés como gender theory, comúnmente traducida como teoría de género. Pero en este caso, la teoría no es una traducción apropiada porque estos estudios son bastante heterogéneos. No existe una explicación unificadora e integral, como es el caso de una teoría. Existe un acuerdo general para considerar los complejos comportamientos, directa o indirectamente vinculados a la esfera sexual, como resultado de diferentes dimensiones, no totalmente independientes y, a su vez, complejas: el sexo anatómico, el reconocimiento de uno mismo como hombre o mujer, el rol de género y la orientación sexual. No siempre hay una coherencia necesaria entre el sexo atribuido al nacer, el reconocimiento y la experiencia de la propia identidad como hombre o mujer, el deseo sexual y la práctica. Las diferentes identidades que forman el acrónimo LGBT+ lo demuestran y expresan la compleja diversidad entre hombres y mujeres. Tal es el denominador común de los estudios de género. Por lo tanto, como no hay una teoría, vale la pena hablar de estudios. No debe suponerse que todas las personas son cisgénero y heterosexuales, como en el modelo binario en el que solo hay hombres y mujeres sin más especificaciones. Tampoco se debe ignorar las diversas formas de discriminación y violencia que oprimen y devastan a la población LGBT+.

Con respecto a las sospechas sobre la ideología de género, vale la pena considerar que hay investigaciones de neurociencia que indican que la biología de la sexualidad no se reduce a los genitales y la anatomía. El cerebro juega un papel importante en la identidad de género y la orientación sexual. En el caso de la persona transgénero, el cerebro y la autopercepción no corresponden a los genitales y al resto del cuerpo. La persona se siente como un hombre en el cuerpo de una mujer, o se siente como una mujer en el cuerpo de un hombre. Con respecto a la orientación sexual, hay olores vinculados a la masculinidad y la feminidad, feromonas, que, cuando se inhalan, son identificadas por el cerebro e influyen en la percepción y el comportamiento. En el mundo animal, estos olores son fundamentales en la aproximación entre los sexos y en el apareamiento. La tomografía especializada muestra que el cerebro de las mujeres homosexuales responde a las feromonas de manera diferente al cerebro de las mujeres heterosexuales, y de manera similar al de los hombres heterosexuales. Es decir, tanto las mujeres homosexuales como los hombres heterosexuales se sienten atraídos por otras mujeres. Experimentos similares con hombres homosexuales alcanzaron resultados opuestos y simétricos. El cerebro de estos hombres responde a las feromonas de manera diferente al cerebro de los hombres heterosexuales, y de manera similar al de las mujeres heterosexuales. Es decir, los hombres homosexuales y las mujeres heterosexuales se sienten atraídos por otros hombres (HERCULANO-HUZEL, 2006, p.46-51). Aunque también hay factores psicosociales que afectan esta realidad, ser LGBT + no es una elección ni una opción individualista.

En los estudios de género, también hay perspectivas situadas en el horizonte teológico cristiano. Giannino Piana, por ejemplo, propone no renunciar a la diferencia entre el hombre y la mujer y su fundamental importancia, que se basa en el sexo anatómico y constituye el arquetipo del que se origina la humanidad. Que se pongan de relieve los procesos sociales y culturales sin prescindir completamente del componente biológico, la estructura genética y neuronal del sujeto humano. Más aún, que se considere el papel de la cultura y las estructuras sociales, reconociendo el mérito de los estudios de género para captar la relevancia de las experiencias personales en la definición de identidad de género (PIANA, 2014). Esto contribuye a superar los prejuicios que causan graves discriminaciones, que llevaron y todavía llevan a la marginación de los LGBT +.

La posición de la Iglesia Católica, según Piana, se ha caracterizado por una defensa radical de los datos biológicos, insertándolos en el orden de la creación. A veces la Iglesia consideró la crítica de estos datos como un ataque a la soberanía divina. En esta posición, no se puede negar un aspecto de la verdad: el compromiso de defender la base de lo humano, que se vería seriamente comprometida por la deconstrucción radical de la identidad biológica. Pero esto no debe significar negarse a reflexionar sobre la naturaleza humana y la ley natural, que durante mucho tiempo ha asumido connotaciones rígidamente físico-biológicas. La historia del pensamiento cristiano aporta valiosas contribuciones.

Tomás de Aquino, teólogo escolástico, afirma claramente que los conceptos de naturaleza y ley natural solo se aplican al ser humano de manera análoga. Tiene una doble naturaleza: como animal, que es común a otros animales; y como hombre, que es propio del hombre, en la medida en que, según la razón, distingue lo vil de lo honesto. Tal naturaleza es natura ut ratio (naturaleza como razón), siendo la razón el dato calificante (AQUINO, libro V, lección 12, n.1019). Hoy se diría la cultura. Esto introduce la posibilidad de intervención en dinámicas naturales. Así, se superó una visión del pensamiento patrístico, heredado del dualismo platónico y del naturalismo estoico, que había introducido una posición absoluta y estática en la moral cristiana. La escolástica introdujo la atención en el factor cultural, en el aspecto dinámico y evolutivo.

Los estudios de género, concluye Piana, son una significativa provocación para tomar conciencia de la riqueza de lo humano, para pensar en la identidad a partir de una mayor conciencia de uno mismo y de la propia libertad, teniendo en cuenta la importancia de las decisiones subjetivas y los estilos de vida personales. Esto evita formas de aplanar la realidad en torno a paradigmas universalistas, que no respetan las diversidades individuales. La ética, incluida su vertiente de inspiración cristiana, debe estar atenta a esta nueva interpretación del mundo humano y fundamentar sus orientaciones en bases más amplias, teniendo en cuenta las complejas dinámicas que presiden la construcción de los comportamientos, vinculados a procesos estructurales y culturales de sociedad en la que uno está inmerso (PIANA, 2014).

3 La discriminación y su confrontación

En la educación de niños y jóvenes, se esboza un punto de convergencia entre la Iglesia Católica y quienes defienden a los LGBT +. Es la advertencia contra el bullying: la práctica de actos de violencia física o verbal, intencionales y repetidos, contra una persona indefensa, que puede causar daños físicos y psicológicos, ya sea en el entorno escolar o familiar. La escuela debe ser un lugar de inclusión y pluralidad saludable, educando para una ciudadanía activa y responsable en la que se respete a cada persona en su condición diferente y peculiar. Que nadie sea víctima de violencia, insultos y discriminación (CEC, 2019, n. 16; CNBB, 2019, p.24). Los obispos católicos británicos produjeron y difundieron en sus escuelas de la diócesis un buen manual para abordar el bullying homofóbico, bifóbico y transfóbico (CES, 2017). Esto es muy importante, ya que los niños y jóvenes LGBT + a menudo están muy oprimidos. No es raro que la escuela e incluso la familia se conviertan en un infierno para ellos y ellas.

En el entorno familiar, debe tenerse en cuenta que estos actos de violencia verbal y física son parte de la aversión presente en la sociedad, con un fuerte eco en la escuela. ¡Hay padres que dicen: “Prefiero un hijo muerto a un hijo gay”! Hay madres que dicen: “¡Prefiero una hija prostituta a una hija lesbiana”! No son pocos los trans, gays y lesbianas expulsados de sus hogares por sus padres. Entre los improperios más ofensivos en portugués, hay una referencia a la condición homosexual (¡veado!) Y al sexo anal, común en el homoerotismo masculino. Es decir, está maldiciendo. A menudo, cuando dices: “tal y tal no es un hombre”, se entiende que es homosexual; o “tal y tal no es una mujer”, que es lesbiana. Es decir, ser hombre o mujer supuestamente excluye a la persona homosexual. Esta aversión está profundamente arraigada en la cultura y tiene consecuencias decisivas en la vida de estas personas.

Los informes de las Naciones Unidas y las organizaciones de derechos humanos muestran que, en muchos países, son muy frecuentes los homicidios, especialmente de personas trans. Muchos de estas personas abandonaron la escuela temprano debido al bullying y, por falta de opciones en el mercado laboral, fueron conducidos a la prostitución. Estos asesinatos son cometidos en ocasiones con gran crueldad. También hay suicidios de muchos adolescentes que se descubren LGBT e incluso adultos. Alcanzan esta actitud extrema porque sienten la hostilidad de su propia familia, escuela y sociedad. Se estima que la tasa de suicidios en esta población es, en promedio, cinco veces mayor que en el resto. Toda esta hostilidad, con innumerables formas de discriminación, incluso cuando no conduce a la muerte, a menudo trae profunda tristeza o depresión.

Al enfrentar la violencia y la discriminación, el Estado también tiene un papel esencial. En Brasil, el gobierno federal determinó que los informes policiales incluyan los elementos “orientación sexual”, “identidad de género” y “nombre social”. Y se considera nombre social aquel por el cual los travestis y transexuales se identifican y son identificados por la sociedad. La razón dada es la necesidad de dar visibilidad a los crímenes violentos contra la población LGBT (Resolução nº 11, 2014), y así favorecer las acciones y políticas públicas para enfrentarlos.

El Ministerio de Educación (MEC) estableció que, en la elaboración e implementación de propuestas curriculares y proyectos pedagógicos, los sistemas educativos y las escuelas de educación básica deben garantizar pautas y prácticas con el objetivo de “combatir cualquier forma de discriminación debido a la orientación sexual e identidad de género ”(MEC, 2018, Art.1º) de estudiantes, docentes, gerentes, empleados y sus familias. El objetivo es evitar el abandono escolar, como resultado de casos de discriminación, acoso y violencia en las escuelas, ya que este abandono es un grave ataque al derecho a la educación (MEC, 2018). A esto se agrega la decisión del Supremo Tribunal Federal (STF) de criminalizar la conducta homofóbica y transfóbica, que implica una aversión odiosa a la orientación sexual o identidad de género de alguien, enmarcándola en la Ley de Racismo (STF, 2019).

Con respecto a estas formas de discriminación y odio, vale la pena reflexionar sobre la posición de la Santa Sede en las Naciones Unidas en 2008, cuando Francia propuso la despenalización de la homosexualidad en todo el mundo. La propuesta incluía el fin de la discriminación basada en la orientación sexual y la identidad de género. La delegación de la Santa Sede ante la ONU expresó su agradecimiento por la propuesta francesa de condenar todas las formas de violencia contra las personas homosexuales e instó a los estados, incluidos los musulmanes, a tomar las medidas necesarias para poner fin a todas las sanciones penales contra ellos (INTERVENÇÃO, 2008). Para la Iglesia Católica, basada en una “sana laicidad del Estado”, las relaciones sexuales libremente consentidas entre adultos no deben considerarse un delito por parte del poder civil. Sin embargo, el final de la discriminación por identidad de género y orientación sexual no fue aceptado por ella. Se afirmó que esto podría convertirse en un instrumento de presión contra aquellos que consideran que el comportamiento homosexual es moralmente inaceptable, no reconocen la unión homosexual como una familia, ni su equivalencia a la unión heterosexual, ni su derecho a la adopción y reproducción asistida (DIFESA, 2008).

Para una sana laicidad del Estado, que es un valor para la Iglesia Católica, es necesario considerar el alcance y las implicaciones de la legislación vigente sobre orientación sexual e identidad de género. ¿Es pertinente la acusación de ideología de género? La Resolución sobre informes policiales quiere dar visibilidad a ciertos delitos para enfrentarlos mejor. La resolución del MEC tiene como objetivo evitar el bulliyng y el abandono escolar. La Decisión del STF aclara en la propia sentencia que “no alcanza ni restringe ni limita el ejercicio de la libertad religiosa”. Los fieles y los ministros tienen garantizado el derecho a predicar y divulgar, así como a enseñar de acuerdo con su orientación doctrinal o teológica, “siempre y cuando tales manifestaciones no constituyan un discurso de odio, entendido como aquellas expresiones que incitan a la discriminación, la hostilidad o violencia contra las personas por su orientación sexual o identidad de género”(STF, 2019). Por lo tanto, dicha legislación no es un instrumento de presión contra el derecho de las iglesias o denominaciones religiosas a enseñar pacíficamente sobre la sexualidad, el matrimonio y la familia, sino que es una forma de defender a las personas vulnerables que a menudo son humilladas, hostigadas e incluso masacradas. No cabe aquí, por tanto, la acusación de ideología de género.

4 Judith Butler y la controversia sobre género

Cuando se habla de los defensores de la ideología de género, especialmente en instituciones católicas bien representativas, a menudo se cita a la filósofa Judith Butler por proponer una “construcción variable de identidad”. Una de sus afirmaciones más controvertidas es que no hay identidad de género detrás de las expresiones de género. Esta identidad es performativamente constituida a través de las expresiones tomadas como sus resultados. En este punto, ella se basa en la suposición de Nietzsche de que no hay ningún ser detrás del hacer, del realizar y del “convertirse en”. El hacedor es una mera ficción añadida a la obra. Eso es todo. Para ella, el género es un concepto anti-sustancialista con el que se pretende derrotar la metafísica de la identidad. (CNBB, 2019, p.17-18; BUTLER, 2008, p.47-48).

Por cuestionables que puedan ser estas posiciones, su pensamiento no se limita a esto. Butler también dijo que no es necesario imaginar un futuro en el que la norma binaria, en la que todos son necesariamente heterosexuales y cisgénero, se haya diluido, porque de alguna manera esto ya ha sucedido. El desafío para ella es encontrar un mejor vocabulario para las formas de vivir el género y la sexualidad que no se ajustan tan fácilmente a la norma binaria. Es necesario emitir la palabra en la que se pueda reconocer la complejidad existente, en la que se elimine radicalmente el miedo a la marginación, la patologización y la violencia. Y se arriesga a decir que quizás no sea tan importante producir nuevas formulaciones de género, sino más bien construir un mundo en el que las personas puedan vivir y respirar dentro de su propia sexualidad y su propio género (BUTLER, 2009). Su pensamiento está en construcción. En un momento, recurrió a Nietzsche y a una perspectiva antimetafísica, pero eso no es todo.

Ella reconoce la complejidad del género, que involucra la naturaleza, la cultura y el individuo, sin posiciones definitivas irreconciliables con la antropología de inspiración cristiana:

Entre hombres y mujeres existen diferencias hormonales, fisiológicas, en los cromosomas . Pero, aunque trabajemos con l pensamiento binario, hay variaciones, una continuidad entre uno y otro. Investigaciones revelan que la biología no es una determinación, que el género es el resultado de una combinación única, en cada uno de nosotros, de factores biológicos, sexuales, de función social, de la autocomprensión, de la representación de género. Se ha descubierto que las hormonas son interactivas y hay varias formas en que pueden activarse. Incluso el desarrollo de las neuronas está relacionado con el medio ambiente. Lo que sucede depende en parte de la vida que se vive (CASTILHO, 2015)

 El pensamiento de Butler tampoco rechaza elementos innatos que impregnan la realidad del género en las personas y en la autopercepción de sí mismo, pero es muy cuidadoso en captar la especificidad de aquellos que, por alguna razón, no se ajustan al modelo binario:

Se puede debatir qué aspectos del género son innatos o adquiridos, pero es más importante reconocer el efecto involuntario de la designación de género y la resistencia profundamente consolidada [de algunos] a dicha designación. (…) Acepto que algunas personas tengan un profundo sentimiento de su género y que esto deba ser respetado. No puedo explicar este sentimiento profundo, pero existe para muchos. Puede ser una limitación para mi análisis que yo, personalmente, no tenga este profundo sentimiento de género. Puede ser que esta ausencia sea lo que motivó mi teoría (BUTLER, 2015).

Su libro Problemas de género (2008) recibió fuertes críticas, así como su supuesta negación de la diferencia natural entre los sexos. Sus conferencias en Brasil fueron blanco de protestas públicas hostiles. Butler explicó sus propias motivaciones y comentó:

Algunas personas viven en paz con el género que se les asignó, pero otras sufren cuando se ven obligadas a ajustarse a las normas sociales que anulan el sentido más profundo de quiénes son y quiénes quieren ser. Para estas personas es una necesidad urgente crear las condiciones para una vida que sea posible vivir. (…) De hecho, algo que me preocupa es la frecuencia con la que las personas que no se ajustan a las normas de género y las expectativas heterosexuales son hostigadas, agredidas y asesinadas.

(…) ¿Negó el libro la existencia de una diferencia natural entre los sexos? De ninguna manera, aunque destaque la existencia de paradigmas científicos divergentes para determinar las diferencias entre los sexos y observe que algunos cuerpos tienen atributos mixtos que dificultan su clasificación. También he declarado que la sexualidad humana toma diferentes formas y que no debemos suponer que el hecho de que conocer el género de una persona nos da alguna pista sobre su orientación sexual (BUTLER, 2017).

No es infrecuente que se citen extractos de Butler para hacer un enfoque reduccionista de su trabajo. Identificar simplemente esta autora con ideología de género descalifica indebidamente su investigación y reflexión, ya que la ideología es una idea que se apodera del pensamiento de las personas de una manera acrítica. Al vincular a Butler con la ideología de género, las siguientes acusaciones recaen sobre ella: de querer negar el cuerpo como legítima expresión de la identidad del individuo, de poder expresar esa identidad adecuadamente, de querer eliminar todas las diferencias y todas las estructuras sociales, y de querer demoler el fundamento primario de la sociedad constituido por la familia, como se dice en cierta publicación (CNBB, 2019, p.27 y 32). Si nos atenemos a su pensamiento, no caben estas acusaciones. Esto es pánico moral. Tal pánico se caracteriza por una reacción colectiva desproporcionada de miedo ante las demandas de cambio social, frente a una supuesta amenaza percibida como algo que pone en riesgo un componente crucial de la sociedad, que es el propio orden social.

5 Gestos y palabras del papa Francisco

Aunque los documentos magistrales no expresen una posición más positiva sobre las personas LGBT +, los gestos públicos y las palabras del Papa Francisco al dar la bienvenida a estas personas han sido ejemplos positivos e inspiradores. A principios de 2015, él recibió en su casa la visita del transexual español Diego Neria y su compañera Macarena. La historia de la vida de Diego se hizo conocida en ese momento, mostrando el prejuicio atroz que sufren muchos transexuales y cómo se puede enfrentar.

Él nació con genital femenino, pero desde que era niño se sintió como un hombre. Su cerebro y autopercepción no correspondían al resto del cuerpo. En Navidad, Diego escribía a los reyes magos pidiendo convertirse en un niño como regalo. Al crecer, se resignó a su condición. “Mi prisión era mi propio cuerpo, porque no correspondía a lo que sentía mi alma”, confiesa. Escondió esta realidad tanto como pudo. Su madre le pidió que no cambiara su cuerpo mientras ella viviese. Y aceptó este deseo hasta su muerte. Cuando ella murió, Diego tenía 39 años. Un año después, comenzó el proceso transexualizador. En la iglesia a la que asistía, la gente estaba indignada: “¿Cómo te atreves a venir aquí en tu condición? No eres digno “. Una vez, incluso escuchó de un sacerdote en medio de la calle: “¡eres la hija del diablo”! Pero, afortunadamente, contó con el apoyo del obispo de su diócesis, quien le dio aliento y consuelo. Esto animó a Diego a escribirle al Papa Francisco y pedirle una reunión con él. El Papa lo recibió y lo abrazó en el Vaticano, en presencia de su compañero, con palabras que le brindaron un gran consuelo. Hoy Diego Neria es un hombre en paz (HERNÁNDEZ, 2015).

En los Estados Unidos, el Papa Francisco recibió en la nunciatura apostólica a su antiguo alumno y amigo gay Yayo Grassi y su compañero. Grassi ya había presentado su compañero al papa dos años antes. Esta relación nunca fue un problema en la amistad entre Grassi y Francisco. En el viaje de Brasil a Roma, el Papa había dicho: “Si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarlo? (…) Estas personas no deben ser marginadas por eso” (FRANCISCO, 2013a). Sus ejemplos muestran lo que es dar la bienvenida y no juzgar, y valen incluso más que muchas palabras. Si todos los padres y miembros de la familia de personas homosexuales y transgénero siguieran el ejemplo del Papa, dándoles la bienvenida a sus hogares con sus respectivos compañeros, se resolverían varios problemas de esta población.

Una vez, un periodista le preguntó al Papa qué le diría a una persona transgénero y si él, como pastor y ministro, lo acompañaría. El Papa respondió que había acompañado a personas homosexuales y transgénero, recordando el caso de Diego, y exhortó: “las personas deben estar acompañadas como Jesús las acompaña. (…) en cada caso, acogerlo, acompañarlo, estudiarlo, discernirlo e integrarlo. Esto es lo que Jesús haría hoy” (FRANCISCO, 2016a). La historia de Diego no es una exaltación del individualismo liberal, ni una búsqueda desenfrenada del placer, ni la autosuficiencia humana que se rebela contra el trabajo del Creador. Pero muestra la verdad interna de la persona que sale a la superficie, como en la vida de tantas personas LGBT.

6 Entre buenos y malos caminos a seguir

Los obispos brasileños también allanan el camino para acoger e incluir a las personas homosexuales, sus compañeros e hijos, al publicar un documento sobre la renovación pastoral de las parroquias, teniendo en cuenta las nuevas situaciones familiares. Entre tales situaciones, dicen los obispos, hay niños adoptados por personas del mismo sexo, que viven en una relación estable. Parece que muchos se alejaron y continúan alejándose de las comunidades porque se sintieron rechazados, porque la primera orientación que recibieron consistió en prohibiciones y no vivir la fe en medio de las dificultades. En la renovación de la parroquia, exhortan, debe haber una conversión pastoral para no vaciar la Buena Nueva anunciada por la Iglesia y, al mismo tiempo, tener en cuenta las nuevas situaciones de la vida familiar. “Acoger, guiar e incluir en las comunidades a quienes viven en otra configuración familiar son desafíos urgentes” (CNBB, 2014, n. 217-218).

La realidad de las personas LGBT +, sus conflictos y sufrimientos está ausente en muchas declaraciones oficiales de la Iglesia Católica. En el contexto latinoamericano, por ejemplo, el Documento de Aparecida, cuando se trata de los pobres, los excluidos y los que sufren, menciona: migrantes, víctimas de violencia, refugiados, víctimas de secuestro y trata de personas, personas desaparecidas, personas con VIH, víctimas de enfermedades endémicas, drogadictos, ancianos, niños y niñas víctimas de prostitución, pornografía, violencia o trabajo infantil, mujeres maltratadas, víctimas de exclusión y explotación sexual, personas con discapacidad, grandes grupos de desempleados, excluidos por analfabetismo tecnológico, personas sin hogar en grandes ciudades, indígenas, afroamericanos, campesinos sin tierra y mineros (DAp n.402). Desafortunadamente, hablar sobre LGBT + sigue siendo incómodo en muchos entornos. No es infrecuente que el sufrimiento de esta población sea ignorado o silenciado.

También hay casos en que esta misma población es hostigada. Desafortunadamente, personas como el sacerdote y los fieles que encontró el transexual español Diego Neria, considerándolo indigno y diabólico, están en todas partes. Hay publicaciones en la Iglesia Católica, con gran difusión, que caricaturizan cuestiones de género y orientación sexual, como el material didáctico en varios idiomas distribuido en la Jornada Mundial de la Juventud, en 2013. Éste contenía el dibujo de un hombre sentado preguntándose: ” ¿Qué género voy a elegir para este año? En otra página, el dibujo de un niño desnudo mirando su pene, preguntándose: “¿No soy un hombre? ¿Yo? Entonces … ¿qué es esto? ” (CNPF, 2013, p.68 y 71). Ahora bien, nadie elige ser gay o lesbiana como escoge dónde viajar de vacaciones. Ninguna persona transgénero, cuando era niño o niña, extrañó su propia anatomía simplemente por escuchar una tontería de los demás. Esto es regodearse con el drama experimentado por tanta gente. Estas caricaturas son injustas y crueles. Son ejemplos de acoso homofóbico y transfóbico, combatido por el manual de los obispos católicos británicos.

El Vaticano lanzó un documento reciente sobre género, con el subtítulo: “por una forma de diálogo sobre el tema de gender en la educación” (CEC, 2019). Básicamente reitera las enseñanzas tradicionales de la Iglesia Católica sobre antropología y sexualidad, incluidos sus temores. Pero al mismo tiempo, abre algunas vías que pueden ser prometedoras. Una buena noticia es la distinción que hace entre ideología y diversas investigaciones sobre género realizadas por las ciencias humanas, reconociendo que no faltan investigaciones que busquen profundizar adecuadamente la forma en que, en diferentes culturas, se experimenta la diferencia sexual entre hombres y mujeres (n.6). Por consiguiente, no hay razón para la histeria cada vez que se  habla de género. Como el documento es una propuesta para fomentar el diálogo, y no una declaración definitiva e incuestionable, vale la pena escuchar a los otros posibles socios en este diálogo. Entre ellos se encuentran los diversos investigadores y las personas sobre las que se investiga: mujeres y hombres (heterosexuales y cisgénero), así como LGBT +. Su vivencia y su conciencia no pueden ser pasadas por alto.

Cuando la Pontificia Universidad Católica en Argentina completó su centenario, el Papa Francisco hizo una exhortación a los teólogos que puede ayudar mucho en el tratamiento de cuestiones de género. Él les exhorta a continuar en el camino del Concilio Vaticano II, a reinterpretar el Evangelio desde la perspectiva de la cultura contemporánea. Estudiar y enseñar teología debe significar “vivir en una frontera”, en la cual el Evangelio encuentra las necesidades de las personas a quienes debe ser anunciado de una manera comprensible y significativa. Debe evitarse una teología que se agote en disputas académicas o que contemple a la humanidad desde un castillo de cristal. La teología debe acompañar los procesos culturales y sociales, especialmente las transiciones difíciles, asumiendo los conflictos que afectan a todos. “Los buenos teólogos, como los buenos pastores, tienen el olor del pueblo y de la calle y, con su reflexión, vierten aceite y vino sobre las heridas de los hombres” (FRANCISCO, 2015a), como el buen samaritano del Evangelio.

En la apertura del Concilio, el Papa Juan XXIII hizo una fuerte advertencia contra los profetas de la catástrofe que solo ven prevaricación y ruina, siempre anunciando eventos desafortunados, como si el fin del mundo fuera inminente. Repiten que en nuestro tiempo, en comparación con el pasado, las cosas solo han empeorado; y “se comportan como alguien que no ha aprendido nada de la historia” (JUAN XXIII, 1962, IV, n. 2-3). Hoy en día hay muchos profetas de catástrofes, para quienes todo amenaza con destruir la familia y la sociedad. La Iglesia Católica solo tendría que reiterar dogmas, preceptos y prohibiciones.

Por el contrario, para ir a las fronteras, releer el Evangelio en nuevas perspectivas y sanar las heridas en lugar de aumentarlas, es necesario discernir los elementos de los actuales estudios de género y orientación sexual que contribuyen al avance de estos temas en el campo teológico y pastoral.  El buen misionero reconoce la obra del Espíritu Santo en los corazones de los seres humanos y las culturas, incluso en las civilizaciones y las religiones no cristianas. El Espíritu cuida y hace germinar las semillas de la Palabra “presente en iniciativas religiosas y esfuerzos humanos en busca de la verdad, el bien y Dios” (JUAN PABLO II, 1990, n. 28). Lo mismo ocurre con los estudios de género.

El Papa Francisco recuerda la famosa advertencia de su predecesor sobre los profetas de la catástrofe, y agrega que el ojo del creyente es capaz de reconocer la luz del Espíritu Santo que irradia en la oscuridad, de vislumbrar el vino en el que se puede transformar el agua, y de descubrir el trigo que crece en medio de la cizaña (EG n. 84). Ha llegado el momento de abrir caminos que favorezcan la ciudadanía de la población LGBT + en la sociedad y en la Iglesia. Que todos vivan y respiren su género y sexualidad, sin el riesgo de marginación, patología y violencia.

Luís Corrêa Lima, PUC-Rio – Texto original en portugués. Postado en febrero del 2020.

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Para profundizar más:

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CONCILIUM. Revista Internacional de Teología (español). Género en teología, espiritualidad, práctica, n. 347, septiembre 2012. Disponible en: <http://www.verbodivino.es/web/concilium/2012/Concilium%20347.pdf>. Acceso en: 9 ago 2019.

CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA. Varón y mujer los creó: para una vía de diálogo sobre la cuestión del gender en la educación. Roma, 2019. Disponible en: <http://www.educatio.va/content/dam/cec/Documenti/19_0998_SPAGNOLO.pdf>. Acceso em: 1 sept 2019.

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PIANA, Giannino. Sesso e genere oltre l’alternativa. 9 ago 2014. Disponible en: <https://www.viandanti.org/website/sesso-e-genere-oltre-lalternativa/>. Acceso en: 4 nov 2019.

Santa Teresa de Jesús

Índice

Preámbulo

1 Contexto y biografía de Santa Teresa de Jesús

1.1 Vida en familia: 1515-1535

1.2 Carmelita en el monasterio de la Encarnación: 1535-1562

1.3 Escritora y fundadora del nuevo Carmelo: 1562-1582

2 Obras de Santa Teresa de Jesús

2.1 Libro de la vida

2.2. Camino de la perfección

2.3 Castillo interior o Moradas

2.4 Fundaciones, cartas y escritos menores

3 Ejes principales de la mística teresiana

3.1 La oración como amistad

3.2 El recogimiento

3.3 La centralidad de la “Sagrada Humanidad” de Cristo

3.4 La presencia de Dios en la persona humana

3.5 Mística y amor concreto

4 Santa Teresa y los pobres

Conclusión

Referencias

Preámbulo

Santa Teresa de Jesús, o Santa Teresa de Ávila, carmelita española, es una de las grandes figuras de la Iglesia y de la mística cristiana de Occidente. Destaca por su experiencia intensa y humanizadora del amor de Dios, fuente de una vida y obra que se ha convertido en  luz y  sabiduría de las cosas divinas y humanas. Una mujer muy activa en su tiempo histórico trabajó en la reforma del Carmelo y en la fundación de los Carmelitas Descalzos. Propuso un estilo de vida cristiano simple, comprometido y en oración basado en la amistad con Dios. Escribió obras literarias de diversos géneros, tanto doctrinales como autobiográficas, históricas, legislativas y poéticas, así como un epistolario espectacular. Su influencia irradia más allá del alcance del cristianismo occidental. En 1970 el Papa Pablo VI le dio el título de Doctora de la Iglesia. Ella fue la primera mujer en recibir este título.

Se abordarán los siguientes temas: contexto y biografía de Santa Teresa de Jesús; sus obras; los ejes principales de la mística teresiana; y Santa Teresa de Jesús y los pobres.

1 Contexto y biografía de Santa Teresa de Jesús

El español del siglo XVI es considerado el “siglo de oro”. Existe la inserción de la España unificada en Europa, la expansión a través de la conquista de América, las Indias, las guerras ganadas y manifestaciones culturales extraordinarias, especialmente de carácter filosófico y literario. Poder político y económico. Pero, como toda realidad, es un siglo de luces y sombras, con persecuciones inquisitoriales, conflictos entre corrientes de espiritualidad, ruptura de la cristiandad conocida, guerras de religión. Para Santa Teresa, con su lucidez esperanzada, fueron  momentos duros y difíciles. Los males en la Iglesia la llevan a decir que “el mundo está siendo tomado por el fuego” (SANTA TERESA, C 1,5, 1995, p.303); ella denuncia la situación social y eclesial de las mujeres como de sumisión, descalificación y “arrinconamiento” (SANTA TERESA, CE 4,1, 1994, p.531); critica el sistema de poder estructurado sobre el dinero y el honor (SANTA TERESA, V 20,26, 1995, p.135). Establece que en esos tiempos “se necesitan amigos fuertes de Dios para sostener a los débiles” (SANTA TERESA, V 15.5, 1995, p.99). La apertura crítica a la realidad, la oración y la acción valiente la caracterizan (PEDROSA-PÁDUA, 2011a, p.114).

La primera biógrafa de Santa Teresa es ella misma. A los 50 años, escribirá su autobiografía, el Libro de la Vida, complementada por su libro Fundaciones, completada meses antes de su muerte a los 67 años. Las Cartas también proporcionan datos autobiográficos de Teresa. Además, la autora realiza interpretaciones y relecturas de lo que ella vivió (ALVAREZ, 2000a, p.188). Todo esto, combinado con otros registros históricos, brinda abundantes datos sobre la vida de esta santa, tanto de su biografía exterior como de su historia interior de oración y relación con Dios.

Es posible organizar cronológicamente los principales eventos de la vida de Santa Teresa (ALVAREZ, 2000b, p.1302-1326) en tres períodos.:

1º Vida en familia: 1515-1535

2º Carmelita en el monasterio de la Encarnación: 1535-1562

3º Escritora y fundadora del nuevo Carmelo: 1562-1582.

1.1 Vida en familia: 1515-1535

Teresa de Ahumada nació en Ávila (España) el 28 de marzo de 1515, hija de D. Alonso Sánchez de Cepeda con su segunda esposa, D. Beatriz de Ahumada. Fue bautizada el 4 de abril. Vivió en familia numerosa. Eran dos hermanos del primer matrimonio de su padre y nueve (?) de su segundo matrimonio. Ella describe a sus padres como “virtuosos y temerosos de Dios” (SANTA TERESA, V 1,1, 1995, p.27).

En el Libro de la Vida, Teresa nos dice que fue despertada por la lectura “a la edad de seis o siete años” (V 1,1, p. 27) y leía las vidas de los santos con su hermano, Rodrigo, unos años mayor. . Con él, decide huir de su hogar a la “tierra de los moros” para morir mártires y experimentar la gloria eterna del cielo. Les gustaba repetir juntos: “¡para siempre, siempre, siempre!” (V 1,4, p.28). Más tarde, cuando recuerde estos eventos, Teresa identificará la presencia de Dios que la guía: “el camino de la verdad quedó impreso en mí a una edad tan temprana” (V 1: 4, p. 28).

Cuando era adolescente, leía libros de caballería con su madre y se dejaba absorber por esta lectura (SANTA TERESA, V 2,1, 1995, p.30). La muerte de D. Beatriz fue un duro golpe. Teresa tenía trece años (aunque en un lapso de memoria escribe que tenía doce) y, al darse cuenta de “lo que había perdido” (SANTA TERESA, V 1.7, 1995, p.29) elige por sí misma “otra madre” (SCIADINI, 2015, p.29). Se dirige a una imagen de Nuestra Señora, Nuestra Señora de la Caridad, y le ruega que sea su madre. A la edad de 16 años, después de algunos acontecimientos familiares, en los que entra en juego un pariente de carácter dudoso, pero con el cual a Teresa le gusta conversar y divertirse, y un amor incipiente que podría “resultar en matrimonio” (SANTA TERESA, V 2, 9, 1995, p.33), su padre decide internarla en el colegio de monjas agustinas. Allí, poco a poco, madura la vocación religiosa de Teresa (SANTA TERESA, V 3.2, 1995, p.34).

A los 18 años, Teresa decide ingresar como carmelita en el monasterio de la Encarnación, pero al decírselo a su padre recibe una fuerte oposición. Sin embargo, decide esperar un poco, sin cambiar de idea. En el mismo año en que su hermano Rodrigo, gran amigo desde la infancia, se va a América, Teresa sigue adelante con su propósito: ella también abandona la casa “bien de mañana” (SANTA TERESA, V 4,1, 1995, p. .37), sin el conocimiento del padre, y entra en la Encarnación. Tenía 20 años.

1.2 Carmelita en el monasterio de la Encarnación: 1535-1562

Fue en la Encarnación, monasterio de la Orden Carmelita que tenía casi 200 personas, donde Santa Teresa pasó 27 años, la mayor parte de su vida, de los 20 a 47 años. Allí recibió su formación como religiosa, sufrió años de enfermedad y vivió un proceso espiritual de lucha y madurez, no sin incoherencias y mediocridad. Allí comenzó la intensa vida mística con gracias extraordinarias y diseñó los cimientos de un nuevo Carmelo. Más tarde ella regresará a la Encarnación como priora.

Algunos eventos son destacados por ella misma. Contrajo una grave enfermedad  (con cerca de 23 años), que tardará casi cinco años en sanar. En el peor momento, después de un doloroso tratamiento con una curandera cerca de Ávila, llegan incluso a abrirla una tumba en el convento de la Encarnación. Teresa nos cuenta cómo, sin embargo, las hermanas “recibieron viva a quienes esperaban muerta; el cuerpo, sin embargo, estaba peor que muerto ”(SANTA TERESA, V 6.2, 1995, p.47). De allí viene una gran debilidad, de la cual mejora gradualmente, pero se queda “paralítica durante casi tres años” (SANTA TERESA, V 6.2, 1995, p.47). En este momento, ella desarrolla una gran devoción a San José y se siente sanada gracias a él (SANTA TERESA, V 7,8, 1995, p.50).

La muerte de su padre le llega poco después, a fines de 1543. D. Alonso muere asistido por Teresa (SANTA TERESA, V 7.16, 1995, p.58).

Esto es seguido por un proceso tumultuoso en oración y búsqueda de realización, en el que Teresa se encuentra navegando por “un mar tormentoso, cayendo y levantándose” (SANTA TERESA V 8.2, 1995, p.62). La oración coexiste con inconsistencias personales y el ambiente en la Encarnación no proporciona ayuda consistente y solidaria para vivir las dificultades espirituales y existenciales.

En la Cuaresma de 1554, a la edad de 39 años, Teresa experimenta una conversión ante un “Cristo con grandes llagas” (SANTA TERESA, V 9.1, 1995, p.66), un hecho que la fortalece desde dentro. Comienza un nuevo período de la vida, con coherencia ética y gracias místicas. Ella experimenta un gran sentimiento de la presencia de Dios en sí misma y de la presencia de ella, Teresa, en Dios: “No podía dudar de que el Señor estaba dentro de mí o de que estaba inmersa en él” (SANTA TERESA, V 10,1, 1995 , p.70). Locuciones internas, éxtasis, visiones se suceden. La “gracia del dardo”, conocida como la transverberación del corazón, le da una experiencia especial del amor de Dios (SANTA TERESA, V 29,13, 1995, p.194). En el proceso de discernimiento de las experiencias, Teresa siempre dialoga con teólogos y personas experimentadas en la oración de varias órdenes religiosas.

Las gracias místicas ocurren simultáneamente con el nacimiento del proyecto de fundar un nuevo monasterio, cuya génesis está en un pequeño grupo de amigos y familiares (SANTA TERESA, V 32,10, 1995, p.217). Teresa encarna firme y decisivamente este proyecto.

DE esta época es también la redacción de los primeros escritos teresianos: las primeras Relaciones y la primera redacción del Libro de la Vida, hoy perdido.

1.3 Escritora y fundador del nuevo Carmelo: 1562-1582

Este período abarca los últimos 20 años de la vida de Teresa, desde los 47 años hasta su muerte, a los 67 años, en su último viaje. Es el tiempo de la madurez humana y espiritual de Santa Teresa, cuando ella es intensamente activa como escritora y emprende la fundación de los Carmelitas Descalzos. Todo lo que tenemos hoy de Santa de Ávila – fundaciones y obras – se logró durante este período. Al fundar el nuevo Carmelo, adopta el nombre de Teresa de Jesús.

Teresa de Jesús funda diecisiete monasterios, quince de ellos personalmente: San José de Ávila (1562), donde Teresa permanece cinco años, “los años más tranquilos de mi vida” (SANTA TERESA, F 1,1, 1995, p. 597); Medina del Campo (1567); Malagón (1568); Valladolid (1568); Toledo (1569); Pastrana (1569); Salamanca (1570); Alba de Tormes (1571); Segovia (1574); Beas (1575); Sevilla (1575); Villanueva de la Jara (1580); Palencia (1580); Soria (1581); Burgos (1582). Le da a Ana de Santo Alberto la fundación en Caravaca (1576) y, a Ana de Jesús, en Granada (1582). Sueña fundar en Madrid, un proyecto no realizado en vida.

La decisión de fundar también incluye monasterios masculinos: “Seguí pensando en los monasterios de los frailes (…). Entonces decidí tratar el caso en privado con el prior de Medina ”(SANTA TERESA, F 3,16, 1995, p.609). Para este fin, asocia a San Juan de la Cruz con su obra.

Cada fundación está envuelta en una intrincada red de decisiones, providencias y circunstancias. Implica autorizaciones eclesiásticas, problemas jurisdiccionales, contactos con la población civil, compras y reformas de casas, adquisición de objetos de culto y mobiliario. Hay dificultades de transporte en los viajes, las condiciones climáticas adversas, relaciones humanas facilitadoras, conflictos comunitarios, para ejemplificar algunos de los desafíos que enfrentó la fundadora. Gran parte de este gran esfuerzo se registra en el Libro de la Vida (fundación del Carmelo de San José) y particularmente en Fundaciones. Siempre escrito con vida, gracia y riqueza de detalles. En su actividad fundacional, Teresa “recorre los caminos de Castilla, La Mancha y Andalucía. Asocia a Fray Juan de la Cruz a su obra. Amplía su red de relaciones humanas en los diversos estratos de la vida social. (…) Enfrenta valientemente situaciones conflictivas ”(ALVAREZ, 2000b, p.1310). La vida de Teresa de Jesús se desarrolla en la misión.

Simultáneamente con la actividad fundadora, Teresa de Jesús escribe sus libros y cartas (ver más abajo).

Al regreso de su última fundación, Burgos, en dirección a Ávila, se ve obligado a pasar por Alba de Tormes. En su última eucaristía exclama: “Ha llegado el momento, mi esposo, de que podamos vernos” (ALVAREZ, 2000b, p.1325). Allí muere, en Carmelo de Alba, el 4 de octubre de 1582, a la edad de 67 años. Según la reforma del calendario gregoriano, el día siguiente es el 15 de octubre, el día en que la Iglesia celebra a la gran Santa.

El 24 de abril de 1614, Teresa de Jesús es beatificada por el papa Pablo V; el 12 de marzo de 1622, canonizada en la basílica de San Pedro en Roma por el papa Gregorio XV.

El 27 de septiembre de 1970, el Papa Pablo VI proclamó a Santa Teresa de Jesús Doctora de la Iglesia. (PAULUS PP VI, 1970).

2 Obras de Santa Teresa de Jesús

Teresa es una verdadera escritora. Tenía un bagaje teológico y literario adquiridos a través de lecturas, liturgias y diálogos frecuentes con teólogos. Ella misma escribe que cuando era adolescente, “si no tuviese un libro nuevo, no encontraba agrado en nada más” (SANTA TERESA, V 2.1, 1995, p.30). A esto se agrega su observación sensible de l cotidiano, de la vida, de las personas y la naturaleza. Es una escritora con un fuerte estilo personal y una pluralidad de géneros, de acuerdo con el contexto concreto de las redacciones. Gran parte de su éxito editorial se debe a la persuasión de su lenguaje, rico en belleza y elegancia, creativo en símbolos, estimulante sin ser moralista y de buen humor.

Pero es la experiencia de Dios lo que determina la urgencia profética de su escritura, sus inspiraciones más profundas, el discernimiento de los contenidos y el lenguaje místico, siempre a la altura de la realidad sobrenatural experimentada, en sí misma inefable (PEDROSA-PÁDUA, 2011b, p.33 -34). Lo que Santa Teresa intenta comunicar es la acción de la gracia en la interioridad humana, en las relaciones y en el cosmos. Ella es profeta de los “secretos de Dios” (SANTA TERESA, 5M 1,4, 1995, p.489).

A continuación, son presentadas sus principales obras.

2.1 Libro de la vida

El Libro de la Vida es el primer libro importante de Santa Teresa, probablemente escrito en 1565, cuando la autora tiene 50 años y está en el Monasterio de San José. Hay informaciones sobre una redacción anterior que no llegó hasta nosotros. Está escrito en primera persona, rico en datos autobiográficos y, por eso es también conocido como su autobiografía. En él, relata el proceso de su vida mística y el comienzo de su actividad fundadora.

Es una autobiografía poco convencional, en la que el propósito de Teresa de Jesús no es exactamente narrar su vida. No se mencionan los nombres de sus padres y hermanos. Las excepciones, referidas explícitamente, son San Francisco de Borja – jesuita, citado como “Padre Francisco, que era duque de Gandía” (SANTA TERESA, V 24.3, 1995, p.157) y San Pedro de Alcántara – Franciscano, conocido como “Hombre santo de gran espíritu, fray Pedro de Alcántara” (SANTA TERESA, V 27,3, 1995, p.173), con quien Teresa se reunió personalmente; en el Prólogo, cita a San Juan de Ávila como el “Padre Mestre Ávila” (SANTA TERESA, 1995, p. 291).

El propósito principal de Santa Teresa al escribir el libro es contar la historia de su encuentro con Dios a través de la oración y el dinamismo que causa este encuentro. Es la historia de tu vida como una historia personal de salvación y envío misionero. Este es el núcleo de la existencia y de la obra teresiana. El encuentro con Dios tiene lugar como una aventura que comienza en la infancia, atraviesa la adolescencia y la edad adulta, con búsquedas, desajustes, años de lucha por la coherencia entre la oración y la vida, momentos dramáticos de discernimiento, entrada en la vida mística intensa y . profunda, con experiencias sobrenaturales purificadoras: locuciones, éxtasis, visiones, la transverberación del corazón y el encuentro con la humanidad de Cristo, “libro vivo” (SANTA TERESA, V 26.5, 1995, p.171). Se trata de un encuentro dinamizador de su propio ser mujer y de su envío en la misión de escritora y fundadora.

En medio de la narrativa de su vida, la autora discute algunos temas doctrinales, los más importantes son: los grados de oración, en los que Teresa usa el símbolo del alma como jardín y la oración como una forma de regarla (capítulos 11 a 21). ); la centralidad de la sagrada humanidad  de Cristo en todos los grados de la vida mística (capítulo 22).

2.2. Camino de Perfección

Camino de Perfección fue escrito dos veces. Ambas redacciones se conservan y su lectura es accesible para el lector contemporáneo. La primera, el códice de El Escorial, se encuentra en la Biblioteca del Real Monasterio de El Escorial. Es un libro más espontáneo, con lenguaje familiar. El primer lector censuró el autógrafo teresiano con cerca de 50 tachados u observaciones. Teresa prefirió reescribir el libro, en lugar de simplemente corregir la primera versión (MAROTO, 1978, p.269-310). Así tenemos el códice de Valladolid, conservado en las Carmelitas Descalzas de la ciudad de Valladolid. Esta es una redacción más cuidada, pensada para un público más amplio. La redacción de ambas versiones probablemente se hizo en el año 1566, estando Teresa de Jesús en el monasterio de San José.

El libro está escrito desde una perspectiva pedagógica y dirigido a aquellos que están decididos a llevar una vida de oración. En este libro se hacen eco de las vicisitudes de la Reforma y el significado militante y eclesial del nuevo Carmelo: “Decidí hacer lo poco que puedo (…) ayudaríamos en lo que pudiésemos a este Señor mío (SANTA TERESA, C 1,2, 1995, p.302)1995, p.302). Con respecto a las mujeres, Camino denuncia la situación subordinada en la que se encuentran y hace una fuerte defensa teológica de su dignidad (SANTA TERESA, CE 4,1, 1994, p.531).

Algunos temas doctrinales merecen destacarse: los presupuestos existenciales y éticos para ser una persona de oración: una vida regida por el amor, el desapego y la humildad (capítulos 4 a 15); la defensa de la oración de recogimiento y varios consejos para colocarse en el camino de esta oración (capítulos 19 a 26); El comentario a la oración del Padre Nuestro (capítulos 27 a 42).

2.3 Castillo Interior o Moradas

Castillo Interior  es el libro de la madurez humana y espiritual de Teresa de Jesús y completa la trilogía doctrinal de la Santa: Libro de la vida, Camino de Perfección, Castillo interior o Moradas. También es un libro de síntesis de sus grandes convicciones. Fue escrito en 1577, cuando la autora tenía 62 años.

El título ya contiene la naturaleza, autora y las destinatarias del libro. Todo de su propia mano: “Este tratado, llamado Castillo Interior, fue escrito por Teresa de Jesús, monja de Nuestra Señora del Carmelo, para sus hermanas e hijas, las monjas Carmelitas Descalzas” (SANTA TERESA, 1995, p.438). A pesar de esta dedicación familiar, el libro es, como lo llama, un “tratado” sobre teología espiritual y mística, y desde el principio estuvo rodeado por el interés de teólogos y personas de otros campos del conocimiento, como la literatura. Castellano Cervera lo considera un modelo inductivo de antropología teológica (1981, p.117-131).

En el símbolo del castillo interior se articulan quién es la persona humana ante Dios, quién es el Dios que la habita, y el desarrollo de la dinámica del encuentro entre “Dios y el alma” (SANTA TERESA, 1M 1,3, 1995, p. 442). Esta dinámica se narra en términos de grados de intensidad o moradas, siendo la primera la más externa y la séptima la más interna. En esta última, encontramos la experiencia, aún no sucedida cuando se escribieron las grandes obras anteriores, del matrimonio espiritual, como una unión fuerte y permanente con Dios, a través de Jesucristo (SANTA TERESA, 7M 2,1, 1995, p.570). La séptima dirección es la culminación de la dinámica ya presente en las moradas anteriores. En ella hay una mayor experiencia y conocimiento de Dios y de la sagrada humanidad de Cristo, un profundo autoconocimiento, conversión ética y desarrollo de las capacidades de amor y servicio.

Un símbolo menos amplio, pero de gran importancia en el libro, es la metamorfosis del gusano de seda en una “mariposa blanca” (SANTA TERESA, 5M 2,7, 1995, p.495), que indica una nueva vida en Cristo.

2.4 Fundaciones, Cartas y escritos menores

El libro de Fundaciones comienza en 1570, cuando Teresa de Jesús emprende su segunda fundación, y termina en el año de su muerte, 1582. Allí están registradas las motivaciones y las principales circunstancias que rodean el trabajo fundacional de Teresa. Pero no solo eso, sino también la narración de historias de las personas involucradas, nombres con profusión, gestión de asuntos financieros, acontecimientos eclesiásticos, vicisitudes traídas por el sol, lluvias y la nieve en esos caminos difíciles. La obra adquiere características de novela y crónica. En la narrativa hay doctrina, hay humor, hay interés en las personas y las cosas de Dios. Es posible seguir el proceso de discernimiento, espiritual y práctico, necesario para llevar a cabo cada fundación teresiana.

Las Cartas acompañan todo el proceso de las fundaciones y la redacción de los otros libros. Las ediciones modernas traen alrededor de 450 cartas escritas por la Santa desde 1561 hasta menos de un mes antes de su muerte en 1582. Sabemos que pueden haber alcanzado las 15.000 cartas o más. El contenido de estas cartas comenzó a valorarse solo en el siglo XX, cuando las pequeñas cosas, como lo cotidiano, el afecto, las relaciones, la salud y los negocios, se consideraban una fuente importante de conocimiento histórico y antropológico. Para la espiritualidad, esta apreciación significó un formidable giro teológico hacia la acción de Dios en lo prosaico de la vida. La santidad se rescata como la experiencia del amor concreto y la vocación de todos, vivida dentro de las relaciones humanas. El epistolario teresiano ofrece un excelente material para el conocimiento de la persona de Teresa, de su santidad en lo cotidiano, y es un testimonio del contexto histórico en el que vivió.

Además de estos libros, Teresa se dedica a textos sobre su experiencia de Dios, como Exclamaciones del alma a Dios, Conceptos del amor de Dios (Meditación sobre el Cantar de los Cantares) y  Relaciones espirituales . En Desafío Espiritual destaca el buen humor y la capacidad de Teresa para articular a las personas. Los poemas están escritos por una variedad de razones, desde la experiencia profunda de Dios hasta la recreación en fiestas litúrgicas y circunstancias de la vida del convento. También hay textos legislativos, como las Constituciones y Modo de visitar los conventos.

Finalmente, los escritos de Santa Teresa de Jesús son el testimonio de alguien que vivió intensamente la intimidad con Dios y que, como los profetas, necesita hablar para que otras personas también puedan vivirla.

3 Ejes principales de la mística teresiana

Aquí se tratan los siguientes ejes: la oración como amistad; el recogimiento; la centralidad de la “sagrada humanidad” de Cristo; la presencia de Dios en la persona humana; mística y amor concreto.

3.1 La oración como amistad

Santa Teresa hace una contribución original al magisterio sobre la oración al declararla como relación y amistad. El texto del Libro de la Vida condensa esta noción de oración: “(…) es tratar de amistad, estando muchas veces a solas, con quien  sabemos que nos ama” (SANTA TERESA, V 8,5, 1995, p 63 ) La oración-amistad es una práctica de oración que debe ser cultivada “a solas” y con frecuencia; también es una forma de vida en permanente relación dialógica con Dios, fuente de vida y amor. Cristo se hace compañero de camino: “caminemos juntos, Señor; por dondequiera que vayas, tendré que ir; por donde quiera que pases, tendré que pasar”(SANTA TERESA, C 26.6, 1995, p.376). Por lo tanto, la oración como amistad es un encuentro personal, transformador y dinámico. (HERRAIZ GARCIA, 2002, p.55).

3.2 El recogimiento

La oración-amistad se lleva a cabo a través del recogimiento, o entrada dentro de si mismo para el encuentro con Cristo maestro y amigo. “Se llama recogimiento, porque el alma recoge todas las facultades y entra en sí misma con su Dios; su divino Maestro viene a enseñarla … “(SANTA TERESA, C 28,4, 1995, p.381). La contemplación perfecta del Maestro es un don (SANTA TERESA, C 25,2, 1995, p.373) que señala el deseo de Dios de estar y comunicarse con la persona. Este don debe ser acogido y cultivado en la práctica habitual del recogimiento, donde ocurre una educación progresiva de la mirada, de la escucha y del hablar internamente con Cristo (SANTA TERESA, C 26,3 y siguientes, 1995, p.375).

Al mismo tiempo, es necesario cultivar las actitudes primordiales: humildad, desapego y amor concreto. Son la base del camino del recogimiento y sin ellas la oración no encuentra un terreno sólido. (SANTA TERESA, C 4,4, 1995, p.312).

3.3 La centralidad de la “sagrada humanidad” de Cristo

La experiencia de Cristo es central en la mística teresiana. Es ante la imagen de Cristo, con grandes llagas, donde tiene lugar la conversión definitiva de Santa Teresa a la vida de oración y la coherencia de la vida (SANTA TERESA, V 9.1, 1995, p.66). Cristo se manifiesta a ella como un “libro vivo” (SANTA TERESA, V 26.5, 1995, p.171) y la relación con Dios implica una experiencia cada vez más profunda con el Cristo de los Evangelios. Culmina en una unión inseparable, “matrimonio espiritual”, que significa entrega a Cristo en amor concreto y servicial (SANTA TERESA, 7M 2,1, 1995, p.570). En la doctrina teresiana, la humanidad de Cristo, el Hijo encarnado, debe ser considerada en toda la vida espiritual, incluso en el punto álgido de la contemplación. Es a través de la vida, muerte y resurrección de Cristo como se revela el amor de Dios, Cristo es el camino hacia Dios. Además, hay una razón antropológica para la centralidad de la sagrada humanidad en la vida espiritual: “no somos ángeles, porque tenemos un cuerpo” (SANTA TERESA, V 22,10, 1995, p.145). Solo en la sagrada humanidad el místico encuentra apoyo concreto para el pensamiento, la oración y la dinámica misma de la vida y el amor. La encarnación permite la valorización del cuerpo y las realidades corporales y una mística de integración entre el cuerpo y el alma, más allá del lenguaje a menudo dualista de la época de Santa Teresa (PEDROSA-PÁDUA, 2015, p.239 y 317).

El desarrollo doctrinal sobre la centralidad de la sagrada humanidad de Cristo, el Hijo encarnado de Dios, se encuentra en dos capítulos centrales de la obra teresiana: el capítulo 22 del Libro de la Vida y el capítulo séptimo de las sextas moradas.

3.4 La presencia de Dios en la persona humana

La presencia de Dios en la persona humana es el núcleo experiencial y doctrinal que da sentido y unifica la mística teresiana. A partir de ella, Santa Teresa conoce a un Dios cercano, presente, amigo, transformador y que se revela cada vez más como un Dios comunión y comunicación-trinitario. Al comienzo de este proceso, escribe  ella en el Libro de la Vida, sucedía que, al estar en oración, colocándose mentalmente al lado de Cristo, a veces leyendo,  le llegaba un “sentimiento de la presencia de Dios” (SANTA TERESA, V10.1 , 1995, p.70). La experiencia de la presencia de Dios fue tan importante que se repetirá Camino de Perfección, Moradas y otros escritos. En Moradas, la persona humana se presenta como un castillo de diamantes o de un cristal muy transparente y Dios, como el sol, está presente en el centro irradiando su luz (SANTA TERESA, 1M 1,1, 1995, p.441). Para Santa Teresa, el Dios vivo y comunicante se percibe y se siente en el alma, y ésta es como “una esponja que se empapa de agua” (SANTA TERESA, R 45, 1995, p.830).

Poco a poco, esta presencia de Dios en el interior humano se revela como una presencia trinitaria (SANTA TERESA, R 54, 1995, p.833). En la experiencia mística teresiana, Dios habita lo humano, es amor que se comunica personalmente a través de las personas divinas. Teresa de Jesús es “trinificada” (CUARTAS, 2008, p.163). La profundización en el conocimiento de sí misma es, al mismo tiempo, apertura a la alteridad de Dios, del mundo, del prójimo (SANCHO, 2012, p.75). Dios, comunidad de personas que se aman, se comunican y se conocen entre sí, se vuelve hacia la persona humana para hacerla participar en esta comunidad a través del conocimiento, la comunicación-experiencia, el amor y el servicio (PEDROSA-PÁDUA, 2015, p.175).

3.5 Mística y amor concreto  

La interrelación entre la mística y el amor concreto, vivida en la práctica, está clara en la doctrina de Santa Teresa. El amor concreto es el criterio de la verdadera mística: “Es en los efectos posteriores donde se conocen estas verdades en la oración, ya que son el mejor crisol para probarlas” (SANTA TERESA, 4M 2,8, 1995, p.479). Por otro lado, la mística tiene como objetivo la práctica del amor concreto. La verdadera unión con Dios es el amor a Dios y al prójimo, dice Teresa en las quinta Moradas, en sus grandiosas páginas sobre la pedagogía del amor cristiano (SANTA TERESA, 5M 3,7, 1995, p.501 y ss.). Tanto el itinerario de la experiencia ordinaria del seguimiento de Cristo como el itinerario de la experiencia mística de la unión con Cristo, en el matrimonio espiritual, conducen al imperativo del servicio y las obras, como queda claro en las séptimas Moradas: “Porque esto es oración, hijas mías ; para esto sirve este  matrimonio espiritual : para hacer nacer obras, siempre obras ”(SANTA TERESA, 7M 4,6, 1995, p.583). Más adelante: “Deseo, mis hermanas, que busquemos alcanzar exactamente este objetivo. Apreciemos la oración y ocupémonos de ella, no para deleitarnos, sino para tener estas fuerzas para servir “. Y agrega: “Marta y María siempre deben ir juntas” (SANTA TERESA, 7M 4,12, 1995, p.584-585).

4 Santa Teresa y los pobres           

La contemplación y el seguimiento de Cristo logran en Teresa una conversión progresiva a los pobres y a la vivencia de la pobreza evangélica. Es un camino espiritual, arraigado en su experiencia cristiana.

La vida de Cristo se radicaliza en su vida. Encontramos en sus escritos un testimonio que se asemeja al de San Francisco: “Siento una gran pena en mí y deseo remediar su situación [de los pobres], en la medida en que, si siguiera mi voluntad, les daría mi propia ropa. No les tengo ningún asco; trato con ellos y los toco”(SANTA TERESA, R 2,4, 1995, p.783). La solidaridad surge de dentro, de un corazón que pasa a sentir diferente y una mente que pasa a pensar diferente. Vive una verdadera conversión, metanoia, cuya fuente es Dios: “Veo que es un regalo de Dios” (SANTA TERESA, R 2,4, 1995, p.783).

No solo eso. La pobreza se convierte para ella en un compromiso con las nuevas relaciones, basadas en la igualdad y la solidaridad. Actualizando esta exigencia a su contexto histórico y eclesial, establece en sus comunidades una forma de vida no marcada por la diferencia que proviene de los orígenes familiares y de la riqueza: “Quien tenga el linaje más noble debe tener el nombre del padre con menos frecuencia en la boca” . Teresa aboga por la igualdad: “todos deben ser iguales” (SANTA TERESA, C 27.6, 1995, p.380). La vida comunitaria se caracterizó por una pobreza estricta: “la pobreza que instituye Santa Clara en sus monasterios también está presente en este (…)” (SANTA TERESA, V 33, 13, 1995, p.228).

Así tenemos un camino iluminador para la mística latinoamericana: apertura al don del Cristo crucificado, compromiso de vivir en la pobreza, transformación concreta de las relaciones basadas en la discriminación y el dominio mutuo. No se trata de asistencialismo, ni de compromiso externo, sino de un camino espiritual y concreto.

Conclusión

La vida y obra de Santa Teresa de Jesús la convierten en una mística que atraviesa los muros del cristianismo e incluso de las religiones. Su “sabiduría de las cosas divinas y la sabiduría de las cosas humanas” (Pablo VI, 1970) es universalmente valorada por otras religiones, agnósticos e incluso ateos.

Los ejes de la mística teresiana discutidos anteriormente: la oración como amistad, práctica del recogimiento, centralidad de la sagrada humanidad de Cristo, presencia de Dios en el interior humano e interrelación entre mística y amor, manifiestan que el misterio de Dios es inseparable del misterio humano. La mística dinamiza el interior humano y sus relaciones en la Iglesia, en la sociedad y en el cosmos mismo. Conduce a una nueva vida en Cristo, con nuevas relaciones, amor concreto y servicio. En particular, la experiencia teresiana en la interacción con su contexto y con los pobres inspira la teología y el camino espiritual latinoamericanos.

Lúcia Pedrosa-Pádua, PUC Rio – texto original en portugués. Postado en febrero del 2020.

 Referencias

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CASTELLANO CERVERA, J. Guiones de doctrina teresiana. Castellón: Centro de Espiritualidad Santa Teresa, 1981.

CUARTAS LONDOÑO, R. El otro cielo. La presencia de Dios en el hombre según la experiência de Santa Teresa. Burgos: Monte Carmelo, 2008.

HERRAIZ GARCIA, M. Oração, história de amizade. 2.ed. São Paulo: Carmelitanas/Loyola, 2002.

MAROTO, D. P. Camino de Perfección. In: BARRIENTOS, Alberto (dir.). Introducción a la lectura de Santa Teresa. Madrid: Editorial de Espiritualidad, 1978. p.269-310.

PAULO VI. Homilia na Proclamação de Santa Teresa de Jesus Doutora da Igreja, 27 de Setembro de 1970. Disponível em: <http://www.vatican.va/content/paul-vi/pt/homilies/1970/documents/hf_p-vi_hom_19700927.html> Acesso em: 6 nov 2019.

PAULUS PP VI, Litterae Apostolicae ‘Multiformis Sapientia Dei’, 27 Sept. 1970. Disponível em: < http://www.vatican.va/content/paul-vi/la/apost_letters/documents/hf_p-vi_apl_19700927_multiformis-sapientia.html> Acesso em: 4 nov 2019.

PEDROSA-PÁDUA, Lúcia. Santa Teresa de Ávila. Dez retratos de uma mulher “humana e de Deus”. In: ______; CAMPOS, M. B. (Orgs.). Santa Teresa. Mística para o nosso tempo. São Paulo/Rio de Janeiro: Reflexão/PUC-Rio, 2011. p.103-129.

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_____. Santa Teresa de Jesus. Mística e humanização. São Paulo: Paulinas, 2015.

SANCHO FERMÍN, F. J. El conocimiento de sí en la meditación teresiana. In: ______. (Cord.). La meditación teresiana. Ávila: CITeS-Universidad de la Mística, 2012. p.51-90.

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SCIADINI, P. Teresa de Ávila. É tempo de caminhar. São Paulo: Carmelitanas/Loyola, 2015.

Mística, justicia y opción por los pobres

Índice

1 Juan XXIII y la Iglesia de los pobres

2 América Latina y la Iglesia de los pobres

3 El Dios justo y misericordioso es el Dios de los pobres.

4 Jesús y los pobres: la mística de la opción por los pobres

5 El desarrollo de la opción para los pobres en el magisterio del Papa Francisco

6 Referencias

1 Juan XXIII y la Iglesia de los pobres

Poco antes del comienzo del Concilio Vaticano II, Juan XXIII pronunció un histórico mensaje radiofónico en el que declaró: “Con respecto a los países subdesarrollados, la Iglesia se presenta como es y quiere ser: la Iglesia de todos, y particularmente la Iglesia de los pobres”.  Era el 11 de septiembre de 1962 y, de esta forma, irrumpió en la Iglesia y en el siglo XX el tema de la Iglesia de los pobres.

Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el mundo experimentaba un rápido proceso de descolonización que dio lugar a un nuevo sujeto y actor internacional: el Tercer Mundo. La pobreza en el mundo en el siglo XX tomó una nueva forma. Si anteriormente la pobreza estaba relativamente distribuida en todos los continentes, ahora estaba surgiendo una nueva realidad, donde la región Norte del planeta alcanzaba un alto grado de desarrollo y el Sur concentraba altos niveles de desigualdad y escasez en comparación con el Norte desarrollado. Una parte del mundo también estaba vinculada a la experiencia del Colectivismo Marxista. En la década de 1950, el geógrafo francés Alfredo Sauvy acuñará una expresión conceptual que se convertirá en un uso común. Frente al Norte desarrollado, el primer mundo y a los países socialistas, el segundo mundo, los países pobres del sur constituyen un tercer mundo subdesarrollado.

La Conferencia de Bandung en abril de 1955 reunió a 29 países de Asia, Medio Oriente y África subsahariana, marcando el comienzo de una coalición de países del Tercer Mundo y la afirmación de nuevos líderes del tercer mundo como Nasser de Egipto, Sukarmato de Indonesia, Chu Em-Lai de China, Kwame Nkrumah de Ghana, Ahmed Sékou Touré de Guinea, Patrice Lumumba del ex Congo belga, Hailé Selassié de Etiopía. Esta reunión fue seguida por otra reunión en 1961 en Belgrado, donde también participaron países latinoamericanos. Los compromisos adquiridos en Belgrado, en el contexto decolonial y en la afirmación del pensamiento y la acción del tercer mundo, fueron: oposición sistemática al imperialismo y al colonialismo, participación conjunta, como bloque, en los asuntos económicos e políticos internacionales, construcción de un mundo basado en la justicia y la paz y no alinearse con ninguno de los dos bloques de la Guerra Fría. En este período, el panafricanismo, el panarabismo y las experiencias del socialismo árabe surgieron como una expresión política importante, que en las décadas de 1950 y 1960 se implementó de diferentes maneras en Egipto, Siria, Argelia, Irak, Libia. y Yemen del Sur. El socialismo árabe, no directamente relacionado con el marxismo, mantuvo referencia al Islam, sin tener una naturaleza religiosa teocrática, dando paso a la constitución de estados seculares y socialistas en la región. En América Latina, la Revolución Cubana allana el camino para una serie de procesos y luchas revolucionarias en el continente, mientras que otras fuerzas progresistas afirmaron la necesidad de superar la dependencia económica y cultural del Primer Mundo, así como la necesidad de establecer reformas de gran alcance para superar la inmensa desigualdad económica y social, combatiendo la explotación de los pobres y la exclusión de una gran parte de la población del acceso a la educación, la salud y el bienestar.

En este contexto, la Iglesia se enfrentó a la necesidad de estar presente en los procesos de liberación de los pueblos del Tercer Mundo. La Iglesia no podía repetir el inmovilismo que la hizo alejarse de la masa obrera europea durante el siglo XIX. En este nuevo mundo emergente de procesos y luchas descoloniales, la Iglesia debería ser la Iglesia de los pobres.

En respuesta al mensaje de radio del Papa en las vísperas del Concilio, en octubre de 1962, se reunió en el Colegio Belga de Roma, un grupo informal que luego se llamará Iglesia de los Pobres. La primera reunión tiene lugar el 26 de octubre, bajo el liderazgo del arzobispo de Akka-Nazaret Melchite D. Georges Hakim (que había pedido al Pe. P. Gauthier que escribiera un primer texto de convocatoria) y del obispo de Tornei (Bélgica), D. Himmer. En ese momento, doce obispos se reunieron bajo la presidencia del cardenal Gerlier de Lion (Francia). Entre estos obispos había dos latinoamericanos de gran expresión: el brasileño D. Hélder Câmara y el chileno Manuel Larraín. Ya en la segunda reunión, presidida por el Patriarca melquita de Jerusalén, D. Maximus IV, el grupo tenía 50 obispos participantes. Al reunir a obispos de diferentes regiones, el Grupo de la Iglesia de los Pobres tenía una amplia gama de puntos de vista sobre el tema. Estas diferentes perspectivas abarcaron tanto una posición más pastoral en el sentido de establecer como prioridad una pastoral obrera orgánica, como una visión más emotiva y otra más doctrinal y del tercer mundo. En esta última perspectiva, la pobreza fue vista como el resultado de una injusticia y la Iglesia debería comprometerse con los procesos de liberación, acompañando a los pobres y sus luchas. La Iglesia debería hacerse pobre con los pobres e identificarse con el Cristo pobre.

El grupo no tuvo éxito al tratar de hacer del tema de los pobres un eje del Concilio. Sin embargo, logró introducir un párrafo importante en la Constitución dogmática Lumen Gentium:

Pero como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres. Cristo Jesús, «existiendo en la forma de Dios…, se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo» (Flp 2,6-7), y por nosotros «se hizo pobre, siendo rico» (2 Co 8,9); así también la Iglesia, aunque necesite de medios humanos para cumplir su misión, no fue instituida para buscar la gloria terrena, sino para proclamar la humildad y la abnegación, también con su propio ejemplo. Cristo fue enviado por el Padre a «evangelizar a los pobres y levantar a los oprimidos» (Lc 4,18), «para buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10); así también la Iglesia abraza con su amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo. (LG n.8)

 Al final del Concilio, unos 40 obispos que participaron en este movimiento firmaron un documento importante en la Catacumba de Santa Domitila que se conoció como el Pacto de las Catacumbas, en el que se comprometieron a promover un modelo de la iglesia pobre con los pobres. Los compromisos incluyeron renunciar a títulos que expresan grandeza o poder, el uso de vestimentas suntuosas así como el uso de automóviles y residencias que no sean populares, y también se comprometieron a dedicar un tiempo especial al cuidado. de los pobres y los menos favorecidos.

El Papa Pablo VI, influenciado por las posiciones del Grupo de la Iglesia de los Pobres, hizo dos gestos importantes: renunció al uso de la tiara papal, que ofreció a los pobres de África, y asignó a cada uno de los obispos conciliares un anillo simple que deberían usar como anillo episcopal.  Después del Concilio, en marzo de 1967, el Papa promulgó la Encíclica Populorum Progressio, reuniendo parte de los temas desarrollados por los obispos del movimiento de la Iglesia de los Pobres. Inspirado por la Encíclica y liderados por D. Helder Cámara, en agosto del mismo año diecisiete obispos de diferentes países y continentes lanzaron el Manifiesto de los Obispos del Tercer Mundo. El Manifiesto, con tono enérgico, aboga por la igualdad de clases sociales y reconoce la necesidad histórica de los procesos revolucionarios populares liberadores, que deben contar con la proximidad de la Iglesia.

2 América Latina y la Iglesia de los pobres

Después del Concilio, respondiendo a una solicitud de los obispos D. Helder Cámara y D. Manuel Larraín, Pablo VI convocó una nueva Conferencia General del Episcopado latinoamericano, con el objetivo de aplicar el Concilio a la realidad del continente. La reunión tuvo lugar en 1968 en la ciudad de Medellín, Colombia. En esta reunión no solo se dio la recepción latinoamericana del Concilio, sino también del Movimiento de la Iglesia Pobre y de los Pobres, desde una perspectiva del tercer mundo y en línea con el Pacto de las Catacumbas, cuyo texto fue prácticamente acogido en el Documento 14 de las Conclusiones Generales de Medellín.  Aquí la cuestión del pobre no aparece como un tema, sino como una perspectiva, un horizonte estructurante para toda la Iglesia y para toda la vida cristiana. En el período inmediatamente posterior a Medellín, las experiencias de una verdadera eclesiogénesis llevada a cabo por la constitución de las Comunidades Eclesiales de Base y el desarrollo de una pastoral popular articulada con los movimientos de organización y lucha popular condujeron a la creación de la Teología de la liberación y a la formulación teológica de lo que será la marca decisiva de la Iglesia latinoamericana: la opción por los pobres. La expresión “opción para los pobres” aún no se encontraba en Medellín. Ella se afirma a partir de 1972 y contiene en sí dos puntos centrales. El primero es el imperativo de cambiar de lugar social, es decir, de asumir la mirada del pobre, “ver el mundo con los ojos de los pobres”. Esto requiere vivir con los pobres y crear fuertes lazos de empatía, así como dar voz a los pobres y ponerlos en una posición de escucha. No solo permitir que la voz de los pobres se haga sentir, sino también amplificarla, privilegia el lugar de expresión de los pobres y de las víctimas. No pretender ser la voz de los que no tienen voz, sino  dar voz a aquellos que están oprimidos y silenciados continuamente, y asumir sus puntos de vista. El segundo imperativo, estrechamente vinculado al primero, es reconocer la centralidad necesaria de las víctimas como sujetos sociales y eclesiales. Se trata de apoyar cada acción que pueda hacer que los pobres y las víctimas emerjan como sujetos de transformaciones sociales, económicas y ambientales que conduzcan a la superación de las diversas formas de opresión y destrucción de la obra de creación. Por lo tanto, los pobres deben ser reconocidos como portadores de una situación evangélica privilegiada, asumiendo un nuevo protagonismo en la Iglesia, convirtiéndose en sujetos de la evangelización y de la transformación de la Iglesia.

A lo largo de la historia reciente de la Iglesia en América Latina y el Caribe, la opción por los pobres se ha reafirmado ininterrumpidamente en las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano de Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007).

3 El Dios justo y misericordioso es el Dios de los pobres

Yahveh vuestro Dios es el Dios de los dioses y el Señor de los señores, el Dios grande, poderoso y temible, que no hace acepción de personas ni admite soborno; que hace justicia al huérfano y a la viuda, y ama al forastero, a quien da pan y vestido. Por tanto amad al forastero porque forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto (Dt 10, 17-19).

Israel conoce el nombre de Dios en medio del evento de liberación del cautiverio de Egipto. (Ex 3,10; 6, 2-6). El Dios que escucha los gritos de su pueblo y los libera es el mismo Dios de los patriarcas (Dt 7, 7-8), el Dios de la Alianza, el Dios Creador (Gen 1), el único Dios verdadero. Señor de los señores, todopoderoso, este Dios no hace acepción de personas, sino que defiende incondicionalmente a los pobres, generalmente representados en las Escrituras hebreas por las figuras del huérfano, la viuda y el extranjero. El concepto de justicia en la Escritura no es el mismo del derecho grecorromano. Ser justo no es ser imparcial, sino ser fiel al plan original de creación, oponerse a todas las formas de opresión y dominación que lo desfiguran y restaurar el orden original, protegiendo y defendiendo a todas las víctimas. Cuando la monarquía se establece en Israel, la figura del rey ideal, expresada en los Salmos, es la de un rey que debe ser una imagen de Yahweh, un instrumento de su justicia, un defensor y liberador de los pobres, los necesitados y los indigentes: “Oh Dios, concede al rey tu juicio y tu justicia al hijo del rey; permítele gobernar a tu pueblo con justicia y a tus pobres de acuerdo con la ley … con justicia  juzgue a los pobres del pueblo, salve a los hijos de los indigentes y aplaste a los opresores ”(Sal 72, 1-4). La superioridad del rey de Israel sobre otros reyes y naciones se debe a este ejercicio de justicia, su poder se basa en ser como Yahweh, un instrumento de su justicia “porque libera al indigente que clama y al pobre que no tiene protector; ten compasión del débil y del necesitado y salva la vida de los indigentes ”(Sal 72,9-13). Los profetas advierten: los reyes serán juzgados según hayan sido o no, como Yahweh, defensores de los pobres, las viudas y del extranjero (Jer 22, 1-5). A medida que se apartan de la justicia, traen ruina sobre su casa y su pueblo, pero Yahvé no abandona la Alianza, por lo que los profetas también anuncian que vendrá el rey justo (Isaías 11, 1-9).

Los evangelios revelan una profunda continuidad con esta perspectiva fundamental. En Palestina desde la época de Jesús, las condiciones de vida eran bastante modestas. Solo una pequeña parte de la población disfrutaba de condiciones de riqueza, y en general los habitantes de la región vivían de la pequeña agricultura, de la criación de pequeños animales, de la pesca, de la pequeña artesanía o trabajaban como jornaleros en los servicios que encontraban cada día. Muchos vivían en una situación de exclusión económica y social y, debido a las interpretaciones que surgieron en el judaísmo tardío, fueron vistos como pecadores, como si la pobreza o las graves enfermedades fueran un castigo por sus pecados. Otros, debido a que practicaban actividades consideradas impuras, también fueron socialmente excluidos, como los publicanos. Por esta razón, en los sinópticos, los pobres de la época de Jesús se resumen en las categorías de “publicanos y pecadores”, que reemplazan la trilogía veterotestamentaria de huérfanos, viudas y extranjeros. El capítulo 15 del Evangelio de San Lucas comienza con una acusación hecha a Jesús por fariseos y escribas de que “todos los publicanos y pecadores venían a escucharlo”: “Este hombre recibe pecadores y come con ellos “- debe recordarse aquí que en el contexto semítico” comer con ellos “significaba establecer lazos de cercanía y comunión de vida. Jesús responde con las tres parábolas de la Gracia: la parábola de la oveja perdida (v. 4-7), de la dracma perdida (v. 8-10) y del hijo pródigo (v. 11-32). Jesús, él mismo pobre, nacido en un pesebre en Belén, un refugiado en Egipto para sobrevivir cuando era niño, que vivió en una familia pobre en una ciudad periférica, ahora camina con los pobres, les habla, vive con ellos y entre ellos, pues Dios es así. Dios es como el pastor que incluso abandona a las ovejas que están juntas para buscar las ovejas perdidas y vulnerables; Dios es como la mujer que, aunque tiene nueve dracmas, no descansa hasta que encuentra la única dracma perdida; y finalmente Dios es como el padre de la tercera parábola. Un padre tenía dos hijos. Al mayor le correspondía heredar la casa y el negocio de su padre. El más joven, cumpliendo su papel, pide su participación en la herencia paterna y deja el hogar para fundar, como se esperaba en la sociedad hebrea y semítica en general, su propio hogar y hacer sus negocios. Sin embargo, el hijo no cumple con la obligación de honrar la herencia recibida y la disipa en una vida sin sentido. Se queda en la miseria, debía estar en un país extranjero porque encuentra trabajo solo como criador de cerdos, lo que fue particularmente repugnante para un judío impedido por una prohibición religiosa de comer esa carne. Tomando consciencia de su situación, decide regresar a la casa de su padre, buscando trabajo, sabiendo que no tiene ya ningún  derecho en esta casa, ya que se había emancipado de ella . El padre, al verlo a lo lejos, se regocija, se llena de compasión y lo recibe como un hijo, restaurando su condición previa a la emancipación, abrazándolo, besándolo, dándole la mejor túnica, anillo y las sandalias, ordenando a los sirvientes organizar una comida con el mejor novillo, en la que comerían y beberían con él, festejando. Explica su alegría y su acción: “Porque este hijo mío estaba muerto y volvió a vivir; estaba perdido (apolōlōs / ἀπολωλὼς) y fue reencontrado (hĕurĕtē / εὑρέθη).  Em esta  parábola, al usar los mismos verbos (apŏllumi / ἀπόλλυμι e hĕuriscō / εὑρίσκω)  de las dos parábolas anteriores, tenemos una clara indicación de que el padre había buscado activamente al hijo que había salido de casa  (sentido de hĕuriscō / εὑρίσκω); cómo el hijo había disipado todas sus posesiones, convirtiéndose prácticamente en un mendigo, y no había hecho negocios, ni estableció una nueva casa, y de él el padre no tenía noticias, creía que estaba muerto. Al reencontrarlo, se sintió lleno de compasión, porque al final su hijo estaba vivo y ahora podía cuidarlo. El hijo mayor, que había seguido a su padre en todo, siendo celoso en el cumplimiento de la ley y los preceptos paternos, siendo fiel a su padre, ahora no puede seguirlo con la misma alegría, ni sentirse lleno de compasión y se vuelve, así, infiel en el seguimiento del amor. Se niega a asistir a la fiesta, se excluye del banquete y la celebración. El comportamiento de Jesús hacia los pobres está arraigado en la esencia de Dios mismo. En Dios, la justicia y la misericordia son dos caras de la misma moneda. Dios se coloca incondicionalmente del lado de los pobres, porque la situación de pobreza en sí misma constituye una injusticia, hiere a la creación y al designio amoroso de Dios. La difícil situación de los pobres clama al cielo y la respuesta es la misericordia, el amor de Dios, que está a su lado, haciendo justicia.

4 Jesús y los pobres: la mística de la opción por los pobres

En el capítulo 25 del Evangelio de Mateo, encontramos la parábola del juicio final (v. 31ss). En esta parábola se establecen los criterios fundamentales por los cuales seremos juzgados en vista de nuestra salvación o condenación eterna. Los criterios son claros: son acogidos por Dios quienes alimentaron a los hambrientos, dieron de beber a los sedientos, vistieron a los desnudos, acogieron a los extranjeros , visitaron a los enfermos y a los prisioneros. Y fueron condenados los que no se solidarizaron con los pobres. Si los criterios son algo desconcertantes, ya que entre ellos no hay prácticas rituales religiosas, cumplimiento devocional y respeto o falta de respeto por las prohibiciones, hay un punto aún más sorprendente: la identificación entre Jesús y los pobres. El Hijo del Hombre, en el juicio final, declara que unos fueron condenados y otros fueron salvados por haberle dado o no a Él, de comer, beber, o vestido, o visitado cuando estaba enfermo o prisionero. Tanto los que han sido salvados como los que han sido condenados se sorprenden. Afirman que nunca lo habían conocido. Reciben la respuesta: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (v. 40). De la misma manera: “En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo” (v. 45). Y concluye: “”E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna”(v. 46).

En un discurso magistral pronunciado en el Líbano el 12 de abril de 1964 (LERCARO, 2014, p.121-149), el cardenal Lercaro, al comentar sobre Mateo 25, 31ss, subraya el hecho de que Cristo no declara allí, “que lo que hicisteis a estos pequeños es como si me lo hubierais hecho a mí”, sino que “cada vez que lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños , a mí me lo hicisteis “. Estas son palabras cercanas a la institución de la Eucaristía: “Este es mi cuerpo”. Aquí hay una identificación entre Cristo y los pobres que tiene un profundo significado teológico y místico. Los pobres son a su manera la presencia de Cristo entre nosotros, son los sacramentos de Cristo. Revelan el rostro de Dios. Dios no asumió una condición humana cualquiera, una vida en abstracto. Asumió la concreción de una vida pobre, nació pobre, vivió pobre, fue perseguido, arrestado y condenado como pobre. Fue enterrado en la tumba de un amigo porque no tenía tumba propia. Y esto no es indiferente en la economía de la salvación, ya que tiene un significado profundo. Hay una identificación entre Dios y los pobres que se expresa a través de toda la Escritura hebrea y culmina en la propia encarnación del Verbo. En Jesús, pobre entre los pobres, se realiza el proceso kenótico que nos salva. El significado místico salvífico de esta identificación revelado en Mateo 25 es tan profundo que podemos afirmar que nuestra salvación está indisociablemente vinculada con nuestra relación con los pobres. Al final de los tiempos seremos juzgados por el Cristo pobre, quien soportó las injusticias del mundo y quien, habiendo experimentado en su vida y muerte la condición extrema de víctima, será nuestro único juez. Para el cardenal Lercaro, la identificación entre Cristo y los pobres pone claramente un imperativo para la Iglesia:

y aún debemos preguntarnos sobre la extensión eclesiológica de estas dos características de Jesús, Mesías de los pobres y Mesías pobre: la Iglesia como depositaria de la Misión mesiánica de Jesús, la Iglesia prolongación del Misterio de la Kenosis del Verbo, solo puede ser, en primer lugar. y especialmente, en el sentido ahora claro, la Iglesia de los Pobres, enviada a la Salvación de los Pobres; y, por otro lado, solo puede ser también la Iglesia que, como Cristo, solo puede salvar aquello que asume, es decir, no puede salvar a los pobres en primer lugar, si no asume la pobreza. (LERCARO, 2014, p.149)

Podemos decir que los pobres tienen un lugar singular en la economía y en el misterio de la salvación: son una mediación necesaria e inevitable para el encuentro con Cristo y para nuestra salvación, no porque sean puros o sin pecado, sino por su situación de víctimas con quienes Dios se identifica.

 5 El desarrollo de la opción para los pobres en el magisterio del Papa Francisco

El Papa Juan Pablo II quería recordar y celebrar la Encíclica de Pablo VI, Populorum Progressio, promulgando en el vigésimo aniversario de esta Encíclica su segunda encíclica social, Sollicitudo Rei Socialis. En ella, por primera vez en una encíclica social, es recibida la expresión y el concepto latinoamericano de la opción por los pobres (SRS n. 42). En 1991, el Papa Juan Pablo II retoma este concepto en su tercera encíclica social, la Centesimus Annus (CA n.11; 57). La opción por los pobres ganó así ciudadanía en el Magisterio Pontificio. El Papa reconoció en estas encíclicas que “el amor de la Iglesia por los pobres (…) es decisivo y pertenece a su tradición constante”, lo que significó un gran avance en este momento, frente a algunas posiciones conservadoras que negaban el privilegio de los pobres (CA n. 57). Esta realidad fue reafirmada por el Papa Benedicto XVI cuando, el 13 de mayo de 2007, pronunció las siguientes palabras en su discurso inaugural ante la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe, celebrada en Aparecida: “En este sentido, la opción preferencial para el pobre está implícita en la fe cristológica en ese Dios que se hizo pobre para que nos enriquezcamos con su pobreza (cf. 2Cor 8, 9) “.

La elección del Papa Francisco hace que el tema de la Iglesia de los Pobres irrumpiese con nuevo vigor en el Magisterio Supremo de la Iglesia. Francisco reafirma la opción por los pobres y el tema de la Iglesia pobre y para los pobres en su sentido original, tanto del Grupo Iglesia de los Pobres del Concilio Vaticano II como latinoamericano. Francisco, al comienzo de su pontificado, en un discurso pronunciado el 16 de marzo durante su reunión con representantes de los medios de comunicación social, dijo al explicar la adopción del nombre Francisco: “Cómo quería una iglesia pobre y para los pobres! La expresión fue retomada más tarde y explicada en la exhortación apostólica Evangelli Gaudium: “Por lo tanto, deseo una Iglesia pobre para los pobres. Éstos tienen mucho que enseñarnos. Además de participar en el sensus fidei, en su propio dolor conocen al sufrimiento de Cristo. Todos debemos dejarnos evangelizar por ellos”(EG n. 198). En ese mismo documento, el pontífice declara:

No deben quedar dudas ni caben explicaciones que debiliten este mensaje tan claro. Hoy y siempre, «los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio», y la evangelización dirigida gratuitamente a ellos es signo del Reino que Jesús vino a traer. Hay que decir sin vueltas que existe un vínculo inseparable entre nuestra fe y los pobres. ¡Nunca los dejemos solos! (EG n.48)

El llamamiento para ser el instrumento de Dios “al servicio de la liberación y promoción de los pobres” está dirigido a todos sin exclusión, y la falta de solidaridad concreta con los pobres influye directamente en nuestra relación con Dios (EG n.187). El Papa además declara:

En este marco se comprende el pedido de Jesús a sus discípulos: «¡Dadles vosotros de comer!» (Mc 6,37), lo cual implica tanto la cooperación para resolver las causas estructurales de la pobreza y para promover el desarrollo integral de los pobres, como los gestos más simples y cotidianos de solidaridad ante las miserias muy concretas que encontramos. La palabra «solidaridad» está un poco desgastada y a veces se la interpreta mal, pero es mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad. Supone crear una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos. (EG n.188)

La cuestión de los pobres se vuelve central en su pontificado. El Papa Francisco adopta un estilo de vida simple, en continuidad con la forma en que vivió como Arzobispo de Buenos Aires, lo que nos hace siempre presentes ya sea el Pacto de las Catacumba o el Documento 14 de las Conclusiones de Medellín.

En la Encíclica Laudato Sí, el Papa Francisco hace una nueva contribución a la Doctrina Social de la Iglesia al unir los problemas sociales y ecológicos, afirmando claramente que hoy no estamos experimentando dos crisis, una social y una ambiental, sino una gran crisis socioambiental, de vastas proporciones y terribles consecuencias, que tiene su origen en una economía que mata, excluye y destruye la Madre Tierra (FRANCISCO, 2015, n. 3,1). El Papa Francisco elevó al nivel del Magisterio Universal el Magisterio Episcopal Latinoamericano que, desde Medellín hasta Aparecida, afirmó enfáticamente la centralidad evangélica de los pobres, su papel como sujetos activos en la sociedad y la Iglesia, e hizo de la opción por los pobres un criterio fundamental para el ser y la acción de los cristianos y de la Iglesia, en continuidad con las Escrituras, la patrística y una rica y firme   de la Iglesia.

Paulo Fernando Carneiro de Andrade, PUC Rio – Texto original portugués.

 Referencias

 ANDRADE, P. C.; BINGEMER, M. C. A fonte e o futuro da Teologia da Libertação: o legado de Dom Helder Camara. São Paulo: Reflexão, 2017.

BARBÉ, D.; RETUMBA, E. Retrato de Uma Comunidade de Base. Petrópolis: Vozes, 1970.

FRANCISCO, 2015, Segundo Encontro com os Movimentos Populares.

GAUTHIER, P. La Chiesa dei Poveri e Il Concilio. Florença: Vallecchi, 1965.

LERCARO, G. Per la Forza dello Spirito. Discorsi Conciliari, nuova edizione a cura di Saretta Marotta. Bolonha: EDB, 2014.

______.  Per la Forza dello Spirito. Discorsi Conciliari. Nuova edizione a cura di Saretta Marotta. Bolonha: EDB, 2014, p.121-149.

LOIS, J. Teologia de la Opción por los Pobres, Liberación. Madri: Fundamentos, 1986.

OLIVEIRA, P. Ribeiro de. Opção pelos pobres no Século XXI. São Paulo: Paulinas, 2011.

PIXLEY, J.; BOFF, CLODOVIS. Opção pelos pobres. Petrópolis: Vozes, 1986.

Segunda Carta a los Corintios

Índice

Introducción

1 Relevancia de la carta

2 Canonicidad, autenticidad y unidad.

3 Lugar y fecha

4 Ocasión y propósito

5 Estructura, temas y aspectos teológicos destacados

Referencias

Introducción

En el libro de los Hechos de los Apóstoles, al instruir al discípulo Ananías sobre la vocación de Pablo, el Señor Jesús declara: ” Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre” (Hechos 9,16). En el cumplimiento de su misión, en sus esfuerzos por hacer visible el Evangelio, el apóstol encontró sufrimiento en diferentes formas e intensidades. Aunque sus cartas indican episodios de angustia y tribulación, es en la Segunda Carta a los Corintios donde Pablo describe específicamente la naturaleza de los sufrimientos enfrentados. “Es notablemente en 2 Corintios donde el alcance y la gravedad de su sufrimiento reciben su expresión más clara” (DUNN, 2003, p.562).

Pablo defiende su autoridad apostólica ante sus oponentes en la comunidad y destaca el sufrimiento como un elemento distintivo del verdadero apostolado. Además, al considerarse un participante en los sufrimientos de Cristo, el apóstol se identifica con su Señor, un discernimiento que se extiende a todos los cristianos (MURPHY-O’CONNOR, 2000, p.318).

Sin embargo, también es en la Segunda Carta a los Corintios donde Pablo destaca la efectividad del consuelo divino en las dificultades sufridas en el ministerio. El poder del consuelo de Dios es visible en el contexto de sus aflicciones. Por lo tanto, establece, desde el principio en la carta, una teología de consuelo (2Co 1,3-7) y ofrece un ejemplo concreto de su dinamismo a partir del relato de su encuentro con Tito en Macedonia (2Co 7,4-13), con el telón de fondo de la relación conflictiva con la comunidad corintia. Es curioso que de todas las incidencias relatadas en el Nuevo Testamento con la terminología parakaleō / paraklēsis en el sentido de consuelo y aliento, la mayoría se concentre en 2 Corintios.

1 Relevancia de la carta

La Segunda Carta a los Corintios es parte de la interacción entre Pablo y la comunidad cristiana de Acaya y, aunque con lagunas en la información sobre los acontecimientos, muestra la actitud del apóstol hacia los desafíos enfrentados en la relación con los fieles corintios (THRALL, 2004, p.1). Esta carta permite ver el coraje y la angustia del apóstol, el consuelo y su indignación en su relación con los corintios. En esta correspondencia Pablo describe con mayor intensidad sus dolores y alegrías, miedos y convicciones, fuerza y debilidad (FURNISH, 2005, p.3). Pablo en su ministerio no es inmune a las críticas, la oposición y la adversidad, pero reacciona ante ellos desde su relación con Dios en Cristo.

Aunque 2 Corintios es la carta más personal del apóstol Pablo, no sería apropiado interpretarla solo desde una perspectiva autobiográfica, ya que su defensa de sí mismo mantiene el foco en el apostolado cristiano (LAMBRECHT, 1999, p.1). Su importancia radica en la reflexión significativa de Pablo sobre el ministerio apostólico. Por lo tanto, “no es exagerado ver en ella la más desarrollada reflexión de fe sobre el ‘ministerio’ eclesial (diakonia) en el Nuevo Testamento.” (BARBAGLIO, 1993a, p.135).

2 Canonicidad, autenticidad y unidad

Con respecto a los testimonios sobre la canonicidad de 2 Corintios, destacamos el catálogo que Marción, aproximadamente en el año 150,  escribió sobre las cartas paulinas,  y en cuya lista se encuentran las correspondencias destinadas a la comunidad de Corinto (1Co y 2Co). También están presentes en las diez epístolas paulinas mencionadas en el Papiro 46, alrededor del año 200, así como en el fragmento publicado por A. Muratori en 1740, escrito en latín y probablemente datado de finales del siglo II (BARBAGLIO, 1993b, p.224- 225; FURNISH, 2005, p.29).

Las indicaciones más claras de la presencia de 2 corintios en el corpus paulinum son de mediados del siglo II. Aunque no hay evidencia antes de este período de que 2 Corintios fuese conocida por la Iglesia, esto no implica cuestionar la autenticidad de la carta. Es un escrito paulino en forma, estilo y contenido (FURNISH, 2005, p.30).

Sin embargo, su lectura e interpretación están vinculadas a las soluciones propuestas a los problemas de crítica literaria planteados por la propia carta (CINEIRA, 2002, p.249). Las decisiones tomadas a este respecto tienen implicaciones para la exégesis del texto (THRALL, 2004, p.2). La pregunta clave en 2 Corintios es: ¿Nos encontramos ante una escritura paulina unitaria para los fieles en Corinto o ante varias cartas a esa comunidad que se reunieron y unificaron a fines del siglo primero? (BARBAGLIO, 1993a, p.119). La integridad literaria de 2 Corintios es una pregunta compleja, sobre la cual las respuestas deben descansar de alguna manera en la especulación (FURNISH, 2005, p.34; BARBAGLIO, 1993a, p.126).

Hay interrupciones narrativas, cambios de vocabulario y argumentos que sugieren que el orden presente en 2 Corintios puede no representar una única carta, sino un conjunto de fragmentos de otras cartas. Los puntos principales que plantean cuestionamientos entre los académicos son:

a) En 2 Co 2,14-7, 4, Pablo presenta una defensa del ministerio apostólico que interrumpe el flujo de la narración sobre los acontecimientos en Troas y Macedonia, y estos se reanudan a partir del 7.5;

b) El fragmento de carácter judío en 2 Co 6, 14-7,1;

c) Los dos capítulos sobre la colecta para Jerusalén en 8 y 9;

d) El cambio de tono en la defensa del apostolado en los capítulos 10-13.

Además de estos puntos, en 2 Cor 2, 2-3-4 y 7, 8, el apóstol menciona una carta escrita entre lágrimas, probablemente el resultado de un incidente desagradable durante una de sus visitas a la comunidad. Esta carta, cuyo propósito era probar la obediencia de los corintios (2,9), y que entristeció a los destinatarios, también es parte de los debates sobre la unidad de 2 corintios. Algunos creen que la llamada “carta entre lágrimas” se ha perdido, y otros argumentan que está insertada parcial o totalmente en 2 Corintios en los capítulos 10-13. Por ejemplo, los comentaristas Thrall, Furnish y Lambrecht creen que ya no tenemos esta carta. Barbaglio, en su obra São Paulo, afirma lo mismo. Sin embargo, en su trabajo 1-2 Corintios, está de acuerdo con R. Pesch, quien la identifica, sin dirección e introducción, en los capítulos 10 al 13.

Con respecto a la integridad, la mayoría de los exegetas argumentan que 2 Corintios canónica es el resultado de la recopilación de varias cartas del apóstol Pablo a los corintios. Las diferencias varían alrededor del número de letras, o fragmentos de cartas, presentes en 2 Corintios tal como la conocemos.

Existe un consenso creciente de que ella se puede dividir en dos cartas, la primera con los capítulos 1–9 y la segunda con los capítulos 10–13. Sin embargo, hay quienes sugieren la compilación de tres o más cartas. Y además de éstos, hay una minoría que apoya la hipótesis de la unidad de la carta (HAFEMANN, 2008, p.286).

La primera sugerencia de que 2 Corintios sea el resultado de una combinación de varias cartas paulinas distintas proviene de J. S. Semler en 1776 (THRALL, 2004, p.4). Parte del análisis de los capítulos 8 y 9 que tratan sobre la colecta y defiende que Pablo no abordaría el mismo tema dos veces en la misma carta, utilizando prácticamente los mismos argumentos. Por lo tanto, conjetura que 2 Corintios contendría varias cartas más cortas enviadas por Pablo a otras ciudades de Acaya. Así, el esquema de Semler implica tres cartas en 2 Corintios divididas así: primera carta 1–8 + 13, 11-13; segunda carta, capítulo 9; tercera carta, 10-13.

Furnish, a su vez, también parte del trabajo de Semler y apoya la hipótesis de que 2 Corintios resulte de la unión de las partes principales de dos cartas distintas: primeramente, los capítulos 1-9 y después los capítulos 10-13.

Barbaglio, en la obra de San Pablo, sugiere la existencia de tres o cinco cartas en 2 Corintios, dependiendo de la hipótesis adoptada en cuanto a los capítulos 8 y 9: primero, está la carta apologética (2,14-7,4) en respuesta a la acciones de oponentes que intentan minar la autoridad apostólica paulina con los fieles de Corinto; luego, ante el agravamiento de este conflicto, está la carta polémica con un tono más austero (10,1-13.10); más tarde, en vista de las buenas noticias traídas por Tito sobre la reacción de la comunidad corintia, Pablo escribe la carta de reconciliación (1, 1-2, 13 + 7,5-16); y finalmente, después de la reconciliación o simultáneamente, el apóstol envía las dos cartas sobre la colecta, una a Corinto (8) y otra a las iglesias de Acaya (9). Así, la 2 Corintios, como se sabe, sería el resultado de un trabajo posterior de unificación de este intercambio realizado entre los años 54 y 55. Sin embargo, en la obra 1-2 Corintios, Barbaglio (1-2) se suma al argumento de R. Pesch, que atribuye el capítulo 8 a la carta apologética y el 9 a la carta de reconciliación, optando por la presencia de tres cartas en 2 Corintios. Afirma que la hipótesis de Pesch “evita multiplicar innecesariamente las cartas paulinas reunidas por el compilador en nuestra 2 Corintios” (BARBAGLIO, 1993a, p.126).

Dentro de los comentaristas, Lambrecht (1999, p.2) se encuentra entre aquellos que tratan la carta como un texto unitario, aunque reconozca las dificultades que ella impone sobre las cuestiones ya mencionadas, debido a la falta de información precisa sobre lo que realmente sucedió en la relación entre el apóstol y la comunidad, y también por  el tono emocional que hace que sea difícil seguir su línea de argumentación. Hafemann (2008, p.286), quien también adopta en su comentario la hipótesis de la unidad de la carta, afirma que esta posición generalmente se apoya, entre otros argumentos, en una noción de heterogeneidad presente en la iglesia de Corinto. Así, los capítulos 1–9 estarían dirigidos a la mayor parte de la iglesia que se había reconciliado con Pablo. Y los capítulos 10-13 estarían destinados a los oponentes que insistieron en atacar al apóstol y tratar de influir en la comunidad. Estos dos “públicos” explicarían los cambios en el tema y el tono.

En cuanto a la fecha, según Lambrecht, 2 Corintios se encuentra entre la segunda y tercera visita de Pablo a Corinto después de la “carta entre lágrimas”, aproximadamente en el año 54, según el esquema a continuación:

Primera visita de Pablo a Corinto (49-51)
           (A) Carta previa (53)
           (B) 1 Corintios (primavera de 54; cf. 16.8)
Segunda visita: la visita dolorosa (54)
            (C) Carta entre lágrimas (54)
            (D) 2 Corintios (54)
Tercera visita (54-55)

Lambrecht cree que ni la “carta entre lágrimas” mencionada en 2 Corintios ni la “carta anterior” citada en 1 Corintios 5, 9 llegaron hasta nosotros.

3 Lugar y fecha

Pablo estuvo primeramente en Corinto en la fundación de esta comunidad alrededor del año 49-51. El relato de 2Co 1,23-2,1 presupone una segunda visita que resultó ser dolorosa debido a un conflicto, motivando la llamada “carta entre lágrimas” (2,3.4.9; 7,8.12) que fue llevada por Tito a los corintios (LAMBRECHT, 1999, p.9).

De este modo, la 2 corintios canónica sería posterior a la carta que Pablo menciona que fue escrita en medio del dolor, angustia y entre lágrimas. En los versículos 2: 12-13, el apóstol relata haber llegado a Tróade. Sin embargo, incluso con la prometedora oportunidad misionera en aquel lugar, la inquietud de Pablo a la espera de informaciones lo llevó a Macedonia. Por lo tanto, es desde esta región donde habría escrito 2 Corintios después de recibir las buenas noticias traídas por Tito sobre la reacción de la comunidad (7,5-16; 9,4), probablemente en el otoño del año 54.

4 Ocasión y propósito

Al final de la Primera Carta a los Corintios, Pablo declara sus planes de viaje (16,5-9). Sin embargo, a partir de las explicaciones que da en la Segunda Carta, se puede ver que el plan no se realizó como se esperaba (1,15-2,1). Hubo, en su segunda visita a los Corintios, un incidente desagradable en el que Pablo fue ofendido. Aunque no hay suficientes datos para determinar quién fue el ofensor y la naturaleza de la ofensa, sabemos que Pablo les envió una “carta de lágrimas” (2, 3-4).

Más tarde, ante la llegada de Tito con el informe positivo sobre la reacción de los corintios a esa carta, el apóstol escribe a 2 corintios. Y aunque Pablo haya demostrado optimismo con las noticias (7, 4-16), es posible pensar que la reconciliación no haya sido unánime, y que todavía hubiese oposición. Esto explicaría la ambivalencia de su actitud en la carta, donde a veces alaba, a veces exhorta con dureza. Es por eso que justifica su itinerario de viaje y las razones para no regresar a Corinto como había prometido (1,15-17 y 1,23-2,1); También defiende su ministerio frente a los oponentes que cuestionaban la legitimidad de su apostolado (2,14–3,6; 4,1-16; 5,11-12; 6,4-10). El deseo de Pablo parece ser “fortalecer a los que se arrepintieron y recuperar la minoría recalcitrante” (HAFEMANN, 2008, p.286).

Así, el tono apologético en 2 Corintios puede reflejar la búsqueda de la reconciliación con los corintios que habían cedido a la influencia de sus adversarios. Al esforzarse por restablecer su relación con la comunidad, Pablo se dirige a ellos como un padre a sus hijos. Sin embargo, está marcando severamente la diferencia entre el verdadero y el falso apóstol, para que la comunidad pueda identificarlo y tomar una posición a su lado. Y lo hace con la esperanza de que los corintios cambien su actitud antes de su tercera visita, para que no tenga que usar rigurosamente la autoridad que Dios le ha dado. (13,10).

5 Estructura, temas y teología

El siguiente esquema estructural es propuesto por Lambrecht (1999, p.10):

Saludo a los santos (1, 1-2)

Bendición a Dios (1,3-11)

I. Credibilidad de Pablo (1,12-2.13)

II. Apostolado de Pablo (2, 14-7,4)

III. Regreso de Tito (7,5-16)

IV. Colecta (8-9)

V. Autodefensa de Pablo (10, 1-13, 10)

Exhortación final, saludos y bendiciones (13, 11-13)

El tema relacionado con la defensa del apostolado impregna 2 Corintios, siendo más evidente en dos momentos: el primero en el pasaje 2,14-7,4, en el que hay una apología en tono más suave; y más tarde en los capítulos 10-13, en los que el apóstol se defiende con mayor severidad, oponiéndose a los ataques de sus adversarios.

La defensa del apostolado trae consigo el tema del servicio y, dentro de él, el contraste “debilidad humana / poder divino” (BARBAGLIO, 1993, p.175). Presenta con más detalle las circunstancias que rodean la identidad apostólica: los sufrimientos enfrentados, la continua oposición y la presión interna sufrida por el cuidado de las comunidades (LAMBRECHT, 1999, p.1).

Otro tema que se destaca en 2 Corintios es “la relación entre sufrimiento y gloria, la forma en que la experiencia apostólica paulina determina y ejemplifica esta relación” (HAFEMANN, 2008, p.288). Y teniendo los argumentos basados en su escatología y cristología, Pablo demuestra que su sufrimiento no es algo que contradiga su legitimidad, sino que es la plataforma que evidencia la manifestación del poder de Dios en su ministerio (2 Cor 12:10).

El énfasis teológico se refiere a este último tema y se introduce en la carta con la teología del consuelo. Pablo, al presentar en esta carta sus sufrimientos procedentes de diversas causas, especialmente de sus oponentes en la comunidad (CINEIRA, 2002),  muestra cómo responde a ellos a través del consuelo divino. Además, demuestra que el sufrimiento no lo desautoriza como apóstol, sino que es la plataforma que evidencia el poder de Dios.

La teología de la consolación se puede sintetizar a partir de las tres dimensiones que incluye: teológica, cristológica y soteriológica. El título dado a Dios al comienzo de la carta “Dios de toda la consolación” marca el agente principal detrás del consuelo. Dios es el origen de la consolación experimentada en medio del sufrimiento, aunque la instrumentalidad humana esté presente. La acción humana que redunda en la consolación es, en última instancia, una intervención iniciada en él.  Dios consuela en vista de su misericordia frente a las aflicciones a las que están sometidos sus hijos. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo es bendecido, y todos los que son consolados por él también son invitados a bendecirlo.

La teología de la consolación tiene su razón de ser en el contexto de la aflicción, porque ésta es la situación que confronta al cristiano con su debilidad y necesidad del poder de Dios, y señala una expectativa de consolación definitiva. Por lo tanto, el sufrimiento es la circunstancia a partir de la cual la consolación se destaca, resaltando la acción divina y no el poder humano para superar los reveses. La consolación es el contrapunto del sufrimiento que es una parte integral de la existencia cristiana.

Aún más, el consuelo divino no es una abstracción misteriosa, sino que se concreta en los indicadores que lo hacen visible y promueven el alivio en la dimensión externa o interna del cristiano, como lo ilustra Pablo en los peligros y confrontaciones que ha experimentado. Sin embargo, el consuelo no solo significa el alivio o el cese inmediato de la situación de aflicción, sino que está orientado hacia la perseverancia (2 Co 1.6) (FURNISH, 2005, p.121).

El Dios que ofrece consuelo emplea el principio de reciprocidad, es decir, los consolados pueden extender el consuelo a otros afligidos. El consuelo compartido es coherente con el Evangelio que lleva a cada cristiano a vivir más allá de sí mismo, y también ayuda a aumentar el coro de aquellos que bendicen a Dios y declaran su poder en medio del sufrimiento.

Desde la dimensión cristológica, vale la pena destacar la forma en que Pablo enfrenta el sufrimiento, ya que ofrece un paradigma a los cristianos. La comprensión de que el cristiano también participa en los sufrimientos de Cristo se conecta con el consuelo y amplía la perspectiva de aquel que sufre. Porque si el sufrimiento es una realidad ineludible, también lo es el consuelo. Comprender estos dos lados de la moneda también deja espacio para comprender el proceso de muerte y vida que ocurre en la experiencia del seguidor de Cristo.

Por esta lógica, se entiende que Pablo no cuestione la legitimidad de su apostolado debido a los sufrimientos presentes en él, porque no los concibió como elementos extraños a su vocación ni indicaban la ausencia de acción divina, sino todo lo contrario (HAFEMANN, 2008, p.1180). Pablo sufre las circunstancias propias de la existencia, así como el desempeño de su ministerio, pero invita a todos los cristianos a vivir con la certeza de que la participación en el consuelo por medio de Cristo es tan abundante como la participación en los sufrimientos de Cristo. Por lo tanto, de la misma forma que Pablo, cada cristiano participa tanto en el consuelo como en el sufrimiento.

La dimensión cristológica de la teología de la consolación abre espacio a la soteriología, ya que la consolación no solo apunta al sufrimiento terrenal, sino que se sitúa en el arco que comprende el presente y el futuro. El proceso de salvación involucra esta tensión escatológica. Pablo se refiere tanto al consuelo actual como al definitivo cuando explica el efecto que el consuelo divino desea producir en el cristiano: la perseverancia. El horizonte escatológico permite la continuidad a pesar del sufrimiento, como afirma Lambrecht: “En medio de la debilidad hay fuerza, ya en el presente, antes de la muerte física. A pesar de la aflicción, la perplejidad, la persecución y los ataques interminables, gracias a Dios no hay desesperación ni destrucción total” (1999, p.60).

Al reflexionar sobre la función de la teología del consuelo en la Segunda Carta a los Corintios, está claro que esta correspondencia está marcada por un movimiento de fuerza en la debilidad, perseverancia en la adversidad. La realidad del consuelo es importante en la visión paulina de la existencia cristiana, desde la cual entendemos el desgaste del hombre exterior, pero también la renovación diaria del hombre interno (cf. 2 Cor 4, 16-18). En lugar de negar su debilidad en respuesta a las acusaciones de sus oponentes, Pablo desarrolla la teología del consuelo precisamente a partir de ella, ya que son los abatidos los que necesitan consuelo. El sufrimiento no es incompatible con el servicio apostólico o la vida cristiana.

Karina Garcia Coleta, Belo Horizonte, Brasil – Texto original português.

7 Referencias

BARBAGLIO, Giuseppe. 1-2 Coríntios. São Paulo: Paulinas, 1993a.

______. São Paulo: o homem do evangelho. Petrópolis: Vozes, 1993b.

CINEIRA, D. Álvarez. Los adversários paulinos en 2 Corintios. Estudio Agustiniano, v.32, p.249-274, 2002.

DUNN, James. A teologia do apóstolo Paulo. São Paulo: Paulus, 2003.

FURNISH, Victor. II Corinthians. The Anchor Bible. v.32A. New York: Doubleday, 2005.

HAFEMANN, S. J. Cartas aos Coríntios. In: HAWTHORNE et al. (orgs.). Dicionário de Paulo e suas Cartas. São Paulo: Vida Nova; Paulus; Loyola, 2008. p.270-289.

LAMBRECHT, Jan. Second Corinthians. Sacra Pagina Series. v.8. Minnesota: The Liturgical Press, 1999.

MURPHY-O’CONNOR, Jerome. Paulo: biografia crítica. São Paulo: Loyola, 2000.

THRALL, Margaret. The Second Epistle to the Corinthians. The international critical commentary.v.1. New York: T&T Clark International, 2004.