LITURGIA Y SACRAMENTOS

Una buena formulación acerca de la Liturgia se encuentra en la Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II:    Sacrosanctum Concilium. Se dice allí que la Liturgia es “la cima hacia la cual tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, es la fuente de donde emana toda su fuerza” (SC n.10).  No se trata de una definición propiamente dicha. Sabiamente, los padres conciliares evitaron una definición de la Liturgia. Preferían concebirla como la celebración de los misterios de Cristo perpetuados en la vida de la Iglesia. Éste volver presente los misterios de Cristo se realiza simbólicamente, es decir, sacramentalmente, por medio de aquellos gestos y palabras que constituyen la Liturgia de la Iglesia. En este sentido, se comprende por qué la Liturgia es al mismo tiempo cumbre y fuente de vida de la Iglesia.

Presuponiendo que los sacramentos sean el centro de la Liturgia, como nos enseña la Sacrosanctum Concilium, creemos profundizar los surcos abiertos por Vaticano II que, al recuperar esta comprensión de la tradición cristiana de los primeros siglos, propone algo que supera, simultáneamente, dos bloqueos de la teología post-tridentina. El primero se refiere a una comprensión formal y jurídica de la Liturgia. Antes del Vaticano II, lo que se enseñaba en las facultades y seminarios de teología sobre Liturgia se resumía a las rúbricas y otros ornamentos o accesorios técnicos que acompañaban las celebraciones del culto cristiano. El segundo obstáculo habla sobre la comprensión y prácticas sacramentales. Lo que enseñaba la doctrina de los sacramentos obedecía a una definición genérica de sacramento, aplicada indistintamente a cada uno y a todos los sacramentos.

La comprensión de la Liturgia como celebración del misterio pascal de Cristo que se vuelve presente de forma simbólica-sacramental en la vida de la Iglesia, a su vez, desarrolla la dimensión intrínsecamente teológica de la liturgia cristiana, más allá de hacer posible la celebración de cada sacramento como expresión singular del misterio pascal de Cristo presente en el aquí y ahora de la comunidad cristiana. De esta forma, se recupera la singularidad de cada sacramento a medida en que cada uno, en su propia manera, encarna la complejidad de las interfases del misterio pascal de Cristo celebrado en la Liturgia. Así, merece nuestra atención una comprensión de los sacramentos en su inserción en el misterio pascal de Cristo.

Todo lo que fue dicho hasta aquí es comprensible bajo la condición de que se redescubra la dimensión eminentemente simbólica de la existencia humana, de la historia y del mundo en general. La Liturgia es por excelencia la expresión festiva y por lo tanto simbólica de la fe cristiana. Para ello, se vuelve imprescindible abrirse a la dimensión constitutivamente simbólica de la vida en general y de la fe cristiana, en particular. De allí la importancia de considerar símbolo y sacramento a partir de una estrechísima relación entre ambos. Los sacramentos cristianos constituyen, para todos los efectos, una auténtica radicalización de aquellas constantes características antropológicas de la existencia de cada ser humano y de todos los seres humanos. Ellos constituyen también la profundización de aquellas dimensiones históricas y cósmicas que componen la compleja trama en la que se encuentra enredada la vida de las personas y de las otras criaturas.

Otra cuestión prioritaria aquí es la estrecha relación que existe entre Liturgia e Iglesia, entre sacramentos e Iglesia. En verdad, se trata de una fecunda reciprocidad entre liturgia e Iglesia o, más específicamente, entre sacramentos e Iglesia. Si por un lado la Iglesia hace los sacramentos, por el otro, son los sacramentos los que hacen a la Iglesia. Por lo tanto, la eclesialidad de los sacramentos constituye una tendencia de importancia fundamental para la Liturgia.

Finalmente, para que exista de hecho una fecunda circularidad entre celebración y vida, entre Liturgia y vida de fe de las comunidades cristianas, se hace necesario profundizar la cuestión imprescindible de la relación entre Liturgia, religiosidad popular y culturas. Y es por esto mismo que, en cuanto expresión simbólica-sacramental de la vida de fe de las comunidades cristianas, la Liturgia jamás podrá abstenerse del diálogo con las expresiones culturales de los pueblos y con la religiosidad popular.

Sinivaldo Silva Tavares, OFM – FAJE