Trabajo

Índice

1 Definición

2 El contexto del mundo del trabajo

3 Doctrina Social de la Iglesia

4 América Latina

5 Sistematización

6 Referencias bibliográficas

1 Definición

El trabajo es el ámbito de la existencia donde la persona se enfrenta a todos los aspectos que marcan su identidad como individuo y como ser social. El verbo trabajar viene del latín tripaliare (torturar), derivado de tripalium, una especie de instrumento de tortura compuesto de tres palos. En casi todos los idiomas, se utiliza ese verbo para expresar idea de fatiga. El concepto alemán arbeit se usa con un significado equivalente. El idioma portugués y español, se deriva de tripalium, como travailler en francés significa sufrir por lo menos hasta el siglo XVI.

En la historia de Occidente, el sentido del trabajo sufre mutaciones según los contextos históricos (cfr. MERCURE, SPURK, 2005). En la civilización grecorromana, estructurada sobre el modo de producción esclavista, el trabajo no era un elemento de la vida buena. En Historias, Heródoto registra que los trabajos manuales (cheirotecnai) eran rechazados por los hombres libres. Filósofos como Platón enseñaban que tanto los cheirotecnai como el trabajo artesanal (banausia) eran actividades inferiores. Cicerón clasificaba el trabajo manual en el nivel más bajo de la jerarquía de los valores. El trabajo para la supervivencia era identificado con la palabra negocio, literalmente, negación del ocio. El ocio era la forma noble de ocupar el tiempo con el arte del gobierno de la política (política) y con la filosofía (contemplación de las ideas). Las actividades relacionadas con la supervivencia material quedaban a cargo de los siervos, esclavos y campesinos, personas de segunda categoría (ARENAS POSADAS, 2003).

El Cristianismo inaugura un lento y progresivo cambio de perspectiva. En ella, los monjes tuvieron una influencia incuestionable. San Basilio (330-379) enseñaba que “sobran palabras para mostrar los males de la ociosidad, como enseña el Apóstol: ‘Aquel que no trabaja que no coma’ (2Tes 3,10). De la misma manera que cada uno tiene necesidad del alimento, así también debe trabajar según sus fuerzas “(BASILIO, 1857-1866, 37).

Los monjes no estaban sometidos a criterios económicos, sino a la espiritualidad. Esto explica su preocupación por las distracciones de la vida contemplativa: “Ocúpate en algún trabajo, de modo que el diablo te encuentre siempre con las manos en la obra”, exhortaba San Jerónimo (347-420). La sentencia ora et labora, de la Regla de San Benito (Siglo VI), es el origen de la moderna ética del trabajo. La regla sobre el trabajo manual – De opere manuum Quotidiano – instruye que la ociosidad es enemiga del alma; por eso en determinados tiempos los monjes se ocupan de él. Los monjes que se ocupaban en hacer cestas para romperlas enseguida y rehacerlas tenían como fin “juntar tesoros en el cielo” (Mt 6,20). El trabajo estaba motivado por la caridad. La preocupación por garantizar el sustento estaba acompañada por el socorro a los necesitados (JACCARD, 1971).

San Agustín (354-430) profundiza esta vinculación entre trabajo, oración y caridad. En su estado original el trabajo era agradable al cuerpo y la mente, un libre ejercicio de la razón y una forma de alabar a Dios. El cansancio es una consecuencia de la finitud humana y un recuerdo de la primitiva infidelidad. Su extremo es la ociosidad. Monjes de Cartago defendían la renuncia al trabajo manual para dedicarse totalmente a la contemplación. En respuesta, Agustín escribió el libro De Opere monachorum. La razón fundamental para el trabajo, sin duda es la edificación de la ciudad de Dios, concretando el concepto cristiano de charitas en la historia de la humanidad. El trabajo y los bienes materiales bien ordenados ayudan a edificar la ciudad de Dios-núcleo de la intención bien ordenada (AGOSTINHO, Ciudad de Dios).

La tradición escolástico-tomista acentuó nuevos sentidos al trabajo. En la Suma Teológica, de Tomás de Aquino (1225-1274), el trabajo se aborda a partir del principio universal de la preservación de la vida. La necesidad de supervivencia es su primera razón. El trabajo pertenece al orden de la materia y no se debe buscar más que el sustento. Otro criterio es el de la utilidad común. El valor de una cosa depende de su utilidad para la comunidad (ST II-II q.179-189).

En la modernidad ocurre un cambio radical en el concepto de trabajo (DÍEZ, 2001). Se abandona el sentido religioso en favor de fines primordialmente materiales. La revolución industrial solidificará este proceso de cambio. John Locke, uno de los padres de la economía política del liberalismo, ve en el trabajo el origen de la propiedad privada (LOCKE, 1990). Adam Smith, fundador de la moderna ciencia económica, ve en el trabajo el principal origen de la riqueza de las naciones (SMITH, 1996). Con la consolidación del capitalismo, el trabajo en la industria y la relación salarial pasan a definir todas las demás relaciones sociales (PARIAS, 1965). El proceso de proletarización es un acontecimiento nuclear de la consolidación de la modernidad occidental. En la economía de mercado, el valor de los bienes está establecido por la ley de la oferta y la demanda. El salario es el precio de la mercancía de trabajo (POLANYI, 2000). El individuo configura su personalidad a través del trabajo. Los “mejores” trabajos son los mejor remunerados y prestigiosos. Max Weber (1864-1920), al investigar los orígenes del racionalismo occidental del capitalismo concluye que la espiritualidad del trabajo de la Reforma Protestante impulsó una ética profesional (WEBER, 2004). La teoría de la predestinación individual del calvinismo amplió el concepto de vocación a todas las profesiones honestas. El hombre debe agradar a Dios con su trabajo.

Para Karl Marx, el trabajo es primero, una categoría antropológica, pues se trata de una actividad esencial de la naturaleza humana. El progreso económico y cultural ocurre en torno al perfeccionamiento de los medios de trabajo (MARX, 2013). El trabajo libre es la esencia del hombre y el motor de la historia de las civilizaciones. La historia universal es la creación del hombre por el trabajo (cf. MARX, 2007). Sin embargo, la economía política lo condujo al proceso de degradación traducido por el concepto de alienación. El trabajador fue convertido en una bestia de trabajo cuyas exigencias se reducen a necesidades físicas esenciales de los animales (MARX, 2004). El mecanismo de la plusvalía y la propiedad privada redujeron al trabajador a esta condición (MARX, 2013). El trabajo alienado representa una verdadera mutilación de la humanidad y una nueva forma de esclavitud (cfr. MARX, 2004). Aquí está el origen del conflicto entre trabajo y capital, la lucha de clases (cfr MARX, 2007).

2 El contexto del mundo del trabajo

Desempleo y precariedad, capitalismo neoliberal globalizado y economía financiera,  nuevas tecnologías y  competitividad, son conceptos que traen nueva manera de comprender el trabajo. La convergencia entre desarrollo tecnológico e información produjo una mutación profunda. Las tecnologías ajustan el ser humano al mercado y el trabajador a las máquinas. El trabajo en el suelo de la fábrica pierde espacio para el trabajo inmaterial, aquel que crea bienes como el conocimiento, la información, el diseño, la imagen, emociones e ideas (GÓRZ, 2005). Las nuevas tecnologías reforzaron la capacidad de expansión del sistema financiero. Mientras que la parte del capital aplicada a la producción de bienes y servicios disminuye, aumenta el valor del capital aplicado en las finanzas. Los empleos desaparecen a la misma velocidad del crecimiento de las finanzas. El estatuto del trabajador se sustituye por contratos temporales (CASTEL, 1998). Las políticas de tercerización eliminan los derechos garantizados en la ley. Los sindicatos pierden capacidad de negociación. La clase obrera tiene un perfil más heterogéneo, fragmentado y empobrecido. El trabajo en régimen de esclavitud es una realidad.

El crecimiento poblacional inunda el mercado de trabajo con millones de personas; el agronegocio expulsa a los pequeños agricultores a las ciudades, convirtiéndolos en reserva de mano de obra barata. Conflictos religiosos, políticos y económicos y desastres ambientales obligan a miles de personas a desplazarse en busca de supervivencia, siendo expuestas a una situación de fragilidad que puede conducir a la explotación.

La discriminación racial y de género es otra de las características del mundo del trabajo. Los negros y las mujeres ganan proporcionalmente menos que los hombres blancos. El desempleo alcanza de forma más intensa a la población negra. Las mujeres negras son doblemente discriminadas, por la raza y el sexo. La mujer viene ocupando espacios en el mercado. Sin embargo, esa incorporación ha sido desigual en relación al hombre. Los contratos suelen ser de corta duración y los salarios inferiores. Muchas mujeres tienen doble jornada, es decir, realizan el trabajo doméstico y en la empresa. Se mantiene la división sexual del trabajo.

3 Doctrina social de la Iglesia

a) Rerum novarum

El punto de partida de la conciencia eclesial sobre la explotación del trabajador impuesto por el capitalismo es la encíclica Rerum novarum (RN) de León XIII (1878-1903). La condición de los obreros fue la razón de la publicación de la primera encíclica social de la DSI (GASDA, 2011). Los obreros fueron arrojados en una situación de desgracia y de miseria inmerecida y terrible (RN, n.1). La idea del trabajo como mercancía es rechazada por la Iglesia: “Es vergonzoso e inhumano usar los hombres como de viles instrumentos de lucro, y sólo estimarlos en proporción al vigor de sus brazos” (RN, n. 10). El trabajo es un derecho natural, es personal y necesario (RN, n. 32) y al trabajador corresponden los frutos de su trabajo, es decir, da el derecho de propiedad (RN n.3, 33). Pío XI, en 1931, se hace eco de estas palabras: “El trabajo no es un simple producto comercial, sino que debe reconocerse en él la dignidad humana del obrero, y no puede permutarse como cualquier mercancía” (Quadragesimo anno, n.5 ).

b) Concilio Vaticano II

El elemento teológico del trabajo humano es destacado en el Concilio Vaticano II. Todo trabajo realizado para lograr mejores condiciones de vida contribuye de alguna forma a la construcción del Reino de Dios. La pregunta sobre el sentido de la actividad humana (GS, n.33) también se dirige al trabajo: “La actividad humana individual y colectiva, ese inmenso esfuerzo con que los hombres, a lo largo de los siglos, intentaron mejorar las condiciones de vida, a la voluntad de Dios. “(GS, n. 34). El trabajo puede ser una coparticipación en la obra de la Creación:

Los hombres y las mujeres que, al ganar el sustento para sí y sus familias, de tal modo ejercen la propia actividad que prestan conveniente servicio a la sociedad, con razón pueden considerar que prolongan con su trabajo la obra del Creador, ayudan a sus hermanos y dan una contribución personal a la realización de los designios de Dios en la historia (GS, n.34).

Se señala el crecimiento personal como un aspecto importante: “Cuando actúa, el hombre no transforma sólo las cosas y la sociedad, sino que se realiza a sí mismo (…). “Este desarrollo, bien comprendido, vale más que los bienes externos que se puedan alcanzar” (GS, 35). A la luz de la Revelación, el valor del trabajo se aclara plenamente en Cristo: “ofreciendo a Dios su trabajo, el hombre se asocia a la obra redentora de Cristo, el cual ha conferido al trabajo una dignidad sublime, trabajando con sus propias manos en Nazaret “(GS, n.67). El trabajo es un “esfuerzo temporal que interesa en gran medida al Reino de Dios” (GS, n.39).

En la vida socioeconómica (GS, n. GS 63-72), el trabajo se enmarca en el marco del principio de la dignidad humana: “el hombre es el autor, el centro y el fin de la vida socioeconómica” (GS, n.63). Por lo tanto, el trabajo es muy superior a los demás elementos de la economía, ya que éstos no tienen otra función que la de instrumentos (GS, nº 67). No hay trabajo sin descanso. El esfuerzo responsable y arduo dedicado al trabajo debe ser seguido por “tiempo de reposo y descanso que permita cultivar la vida familiar, cultural y religiosa. Aún más, que sea capaz de desarrollar libremente energía y cualidades, que en el trabajo profesional sólo es posible preservar “(GS, n. 67).

c) Laborem exercens

La encíclica Laborem exercens (1981), de Juan Pablo II, es el texto más importante de la DSI en este tema. En ella, “la cuestión de los obreros ha dejado de ser un problema de clase, y debe ser tenido en cuenta en el ámbito mundial de las desigualdades y de las injusticias” (LE, n.2). El documento identifica la cuestión antropológica que es el origen de los conflictos sociales. Se trata de una inversión en el orden de los conceptos, es decir, la primacía del ‘capital’ sobre el ‘trabajo’ que resulta en la alienación de la persona (GASDA, 2011b). El capital transformó el trabajo en instrumento de acumulación material (véase LE, n.13). Frente a esta inversión, que provoca la explotación, la esclavitud y la alienación, el primado del ‘trabajo’ sobre el ‘capital’ debe ser reafirmado (LE, n.11). El valor primordial del trabajo está vinculado al hecho de que quien lo ejecuta es una persona creada a imagen y semejanza de Dios (LE, n.4). “Antes que todo el trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo” (LE, n. 6).

De esta esencia del trabajo emerge su sentido objetivo y su sentido subjetivo. El sentido objetivo se refiere al conjunto de actividades, recursos, instrumentos, técnicas, formas de gestión y tecnologías. Son factores contingentes que varían en sus modalidades con el cambio de las condiciones técnicas, culturales, sociales y políticas (LE, n. 5). En sentido subjetivo es el actuar humano mientras lleva a cabo las acciones que pertenecen al proceso del trabajo y corresponden a su vocación. El trabajo procede de las personas creadas a imagen y semejanza de Dios, llamadas a prolongarse, ayudándose mutuamente, la obra de la Creación (LE, n. 6). La subjetividad impide considerar el trabajo como simple mercancía. El trabajo es superior a todo y cualquier otro elemento de la economía (LE, n. 10). Este principio vale, en particular, en lo que se refiere al capital (LE, n. 12). También el capital es fruto del trabajo. Se trata de la “traducción, en términos económicos, del principio ético del primado de las personas sobre las cosas” (LE, n 12). La propiedad de los medios de producción debe estar al servicio del trabajo (LE, apartado 14). La Laborem exercens inserta los derechos laborales en el conjunto de los Derechos Humanos (LE, n. 16). Tales derechos se basan en la naturaleza humana. Los sindicatos y las organizaciones de trabajadores son exponentes de la lucha por la justicia social (LE, n. 20).

El sentido subjetivo del trabajo revela la dimensión espiritual de la persona humana, su apertura a la trascendencia, es decir, la espiritualidad del trabajo. Juan Pablo II recupera los elementos teológicos desarrollados principalmente en la GS en forma de síntesis, en los cuatro últimos párrafos de la encíclica (cf. LE 25-27): El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, participa de su obra creadora; tiene en Cristo, el hombre del trabajo y anunciador del Reino, su punto de referencia. El mundo del trabajo es un lugar imprescindible para asumir este compromiso con la transformación de la sociedad a la luz del Reino (cf. LE 27). Considerar el trabajo únicamente en su sentido económico es mutilarlo en su esencia y reducirlo a una tarea mecánica. Pensar un trabajo que libere las potencialidades para el cuidado y cultivo de la Creación (Gen 2, 15).

d) Benedicto XVI y el Trabajo decente

Benedicto XVI, en sintonía con la OIT (Organización Internacional del Trabajo), inserta los derechos laborales en el marco de los derechos humanos. Actualmente el Programa de trabajo decente es el punto de convergencia de las propuestas y convenciones de la OIT. La calidad del empleo es tan importante como la cantidad.

Benedicto XVI explica la palabra decencia al trabajo:

Significa un trabajo que, en cada sociedad, sea la expresión de la dignidad esencial de todo hombre y mujer: un trabajo escogido libremente, que asocie eficazmente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, permita a los trabajadores ser respetados sin discriminación alguna; un trabajo que consienta satisfacer las necesidades de las familias y dar la escolaridad a los hijos, sin que éstos sean obligados a trabajar; un trabajo que permita a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio suficiente para reencontrar las propias raíces a nivel personal familiar y espiritual; un trabajo que asegure a los trabajadores jubilados una condición decorosa (CV, n. 63).

El concepto incluye a todas las personas que viven de su trabajo. Por principio, todo trabajo humano debería ser decente, generador de valores relacionales, éticos y espirituales.

La implementación del Programa Trabajo Decente depende de la articulación de los propios trabajadores. La Iglesia expresa su apoyo al movimiento sindical (RN nº 34.39-40; GS, n. 68, CDSI, n.305-309). Los sindicatos enfrentan el desafío de redefinirse ante las reconfiguraciones del mercado de trabajo (ANTUNES, 2005, GORZ, 1982). Benedicto XVI reconoce que “el conjunto de cambios sociales y económicos crea grandes dificultades para las organizaciones sindicales en el cumplimiento de su papel de representar los intereses de los trabajadores” (CV, n. 25). Aunque el movimiento sindical luche por los intereses de la categoría, no puede ignorar los problemas de toda la sociedad (SANTANA, RAMALHO, 2003): “la sociedad civil es, de hecho, el lugar más apropiado para una acción en defensa del trabajo, especialmente en a favor de los trabajadores explotados y sin representatividad, cuya amarga condición pasa desapercibida a los ojos distraídos de la sociedad “(CV, n. 64).

e) Papa Francisco

El Papa Francisco, en Laudato Si (LS), articula la ecología integral con el trabajo decente,  la sostenibilidad y la justicia social: “una ecología integral exige que se tenga en cuenta el valor subjetivo del trabajo aliado al esfuerzo de proveer acceso al trabajo estable y digno para todos “(LS, n. 191). La ecología integral involucra dos aspectos: la dignidad del trabajador y el cuidado con el medio ambiente.

El trabajo sostenible pasa por garantizar el acceso universal al trabajo decente y al fomento de la salud. Proporcionar a cada ser humano educación y  recursos para asegurar una condición de trabajo segura. Incluir a los vulnerables habilitándoles a desarrollar sus capacidades. Para poder seguir dando empleo, es indispensable promover una economía que favorezca la diversificación productiva y la creatividad empresarial (LS, n.129).

El trabajo sostenible implica el cuidado del medio ambiente.

De la relación entre naturaleza, trabajo y capital depende el futuro de la especie humana. El mundo del trabajo es parte de la solución de la crisis ambiental.

En cualquier enfoque de ecología integral que no excluye al ser humano, es indispensable incluir el valor del trabajo. En la narración bíblica de la creación, Dios colocó al ser humano en el jardín recién creado (Gn 2, 15), no sólo para cuidar de lo existente (guardar), sino también para trabajar en él a fin de que produciera frutos (cultivar) (LS, n.124).

El Papa Francisco ha sido enfático en la defensa de los trabajadores: “Tierra, techo y trabajo – eso por el que ustedes luchan – son derechos sagrados. (…) No hay peor pobreza material que la que no permite ganar el pan y priva de la dignidad del trabajo “(Encuentro Mundial de Movimientos Populares, Roma, 2014).

4 América Latina

El mundo del trabajo fue abordado en las Conferencias del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano). Reunidos en Medellín, los obispos se dirigieron

a todos aquellos que, con el esfuerzo diario, van creando los bienes y servicios que permiten la existencia y el desarrollo de la vida humana. Pensamos muy especialmente en los millones de hombres y mujeres latinoamericanos que constituyen el sector campesino y obrero. Ellos, en su mayoría, sufren, esperan y se esfuerzan por un cambio que humanice y dignifique su trabajo. Sin desconocer la totalidad del significado humano del trabajo, aquí lo consideramos como estructura intermedia, mientras que constituye la función que da origen a la organización profesional en el campo de la producción (Doc. Justicia).

En Santo Domingo el tema fue tratado de forma más sistemática en el ítem n. 2.2.5. Trabajo). Una de las realidades que más preocupa a la Iglesia en su acción pastoral

es el mundo del trabajo, por su significación humanizadora y salvífica, que tiene su origen en la vocación co-creadora del hombre como ‘hijo de Dios’ (Gn 1,26) y que fue rescatado y elevado por Jesús, trabajador e ‘hijo de hijo carpintero “(Mt 13,55 y Mc 6,3). Por eso, la “Iglesia como depositaria y servidora del mensaje de Jesús, ve al hombre como sujeto que dignifica el trabajo realizándose a sí mismo y perfeccionando la obra de Dios, para hacer de ella una alabanza al Creador y un servicio a los hermanos (Santo Domingo, n. 182).

El mundo del trabajo es campo pastoral,

se alerta para un deterioro en sus condiciones de vida y en el respeto a sus derechos; un escaso o nulo cumplimiento de normas establecidas para los sectores más débiles; una pérdida de autonomía por parte de las organizaciones de trabajadores debido a dependencias o autodependencias de diversos géneros; abuso del capital que desconoce o niega la primacía del trabajo; pocas o nulas oportunidades de trabajo para los jóvenes. Alerta para la alarmante falta de trabajo o desempleo con toda la inseguridad económica y social que ello implica (Santo Domingo, n. 183).

Ante esta dura realidad, la defensa intransigente de los derechos del trabajo se impone como el desafío más importante: “Los derechos del trabajador son un patrimonio moral de la sociedad que debe ser tutelado por una adecuada legislación social y su necesaria instancia judicial, que asegure continuidad confiable en las relaciones de trabajo “(Santo Domingo, n.184). Se proponen tres líneas pastorales: Impulsar y sostener una pastoral del trabajo en todas nuestras diócesis, a fin de promover y defender el valor humano del trabajo; apoyar a las organizaciones propias de los hombres del trabajo para la defensa de sus legítimos derechos, en especial de un salario suficiente y de una justa protección social para la vejez, la enfermedad y el desempleo; favorecer la formación de trabajadores, empresarios y gobernantes en sus derechos y en sus deberes, y propiciar espacios de encuentro y mutua colaboración (Santo Domingo, n. 185).

En Aparecida, los obispos estimularon a los empresarios, los agentes económicos de la gestión productiva y comercial, tanto del orden privado como comunitario, a ser creadores de riqueza en nuestras naciones, cuando se esfuerzan en generar empleo digno. Asimismo, estimularon “a los que no invierten su capital en acción especulativa, sino en crear fuentes de trabajo, preocupándose con los trabajadores, considerándolos a ellos y a sus familias” (DA, 404). Uno de los mayores desafíos consiste en

formar en la ética cristiana que establece como desafío la conquista del bien común la creación de oportunidades para todos, la lucha contra la corrupción, la vigencia de los derechos del trabajo y sindicales; es necesario poner como prioridad la creación de oportunidades económicas para sectores de la población tradicionalmente marginados, como las mujeres y los jóvenes, a partir del reconocimiento de su dignidad. Por eso, es necesario trabajar por una cultura de la responsabilidad en todo nivel que involucre a personas, empresas, gobiernos y el propio sistema internacional (DA, n. 406).

Se han señalado dos líneas de acción dirigidas a categorías sociales que más sufren en el mundo del trabajo, los jóvenes y las mujeres: es imperativa la capacitación de los jóvenes para que tengan oportunidades en el mundo del trabajo y evitar que caigan en la droga y la violencia (DA, n o 446); promover el diálogo con las  autoridades para la elaboración de programas, leyes y políticas públicas que permitan armonizar la vida de trabajo de la mujer con sus deberes de madre de familia (DA, n.458). En Aparecida se levantó un desafío inédito: “la formación de pensadores y formadores de opinión en el mundo del trabajo, dirigentes sindicales, cooperativos y comunitarios” (DA, nº 492).

5 Sistematización

La complejidad del mundo del trabajo implica la antropología, la política, el derecho, la cultura, la economía y la filosofía. La relación del ser humano con Dios es la perspectiva del pensamiento teológico sobre el trabajo. Cualquier reflexión sobre el trabajo debe tener como referencia el principio de la dignidad humana. Cada persona, independientemente de la edad, condición o capacidad, es una imagen de Dios y, por lo tanto, dotada de un valor irreductible. Cada persona es un fin en sí, nunca un instrumento valorado por su utilidad. El reconocimiento de esta dignidad es el primer criterio para evaluar modelos económicos y la organización de la división del trabajo. Su estatuto está consolidado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la ONU.

El trabajo humano es una actividad generadora de relaciones sociales. En virtud de la imago Dei los seres individuales son también seres relacionales. La individualidad y la sociabilidad se objetivan en estructuras y relaciones. El sentido del trabajo no se agota en el éxito profesional. Mi relación en el trabajo dice quién soy para otro. “El principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales son y deben ser la persona humana, la cual, por su misma naturaleza, tiene absoluta necesidad de la vida social” (GS, 25).

Colocar el trabajo al servicio de la dignidad humana es tener como meta el bien común (GS, n. 27). Ningún grupo social, individuo, empresa o estado puede desentenderse del bien común. El trabajo humano es el origen de la empresa como organización de personas. A través del trabajo, las empresas producen muchas de las condiciones importantes que contribuyen al bien común de la sociedad. La creación de puestos de trabajo es un aspecto imprescindible para alcanzar el bien común. No se entiende el trabajo humano desconectado del descanso. En este sentido,

el ápice de la enseñanza bíblica sobre el trabajo es el mandamiento del reposo sabático. La memoria y la experiencia del sábado constituyen un baluarte contra la esclavización del hombre al trabajo, voluntario o impuesto, contra toda forma de explotación, larvada o manifiesta. El reposo sabático, de hecho, más que para consentir la participación en el culto de Dios, fue instituido en defensa del pobre; tiene también una función liberadora de las degeneraciones antisociales del trabajo humano (CDSI, n. 258).

El pueblo de Israel, que comenzó con aquella experiencia de liberación de un grupo de trabajadores sometidos al trabajo forzado, se alimenta del cumplimiento de la promesa de la plena liberación, la irrupción del Reino y el descanso en Dios (Hb 4,10-11 ). En la legislación de Israel la institución del sábado como memorial del éxodo de la alienación del trabajo, es el fundamento que sostiene los seis días restantes.

El Hijo de Dios, al asumir la condición de trabajador de mano, redimensiona el sentido del trabajo. El mundo del trabajo es lugar de irrupción del Reino de Dios y su justicia (Mt 6, 33). Para los cristianos, el verdadero Sábado es Cristo, celebrado el domingo. Es él el Señor del sábado (Mc 2,27) que inauguró el sábado eterno (Hb 4,10) ya prefigurado en el séptimo día de la creación (Gn 2, 1-3). El domingo revela la dimensión escatológica del trabajo. El descanso se identifica con la situación de la creación de Dios (Gn 2, citado en Heb 4,4). El domingo es una prefiguración de este descanso, no es sólo una pausa del trabajo. La autorrealización alcanzada en el trabajo siempre es penúltima. El trabajo es una forma de expresión de la identidad humana, pero no de toda la identidad.

La naturaleza también necesita descansar. El séptimo día representa un límite al poder transformador del trabajo humano entendido como protección y cultivo de la creación. En el trabajo, la persona se descubre creadora, pero también como criatura frágil. La humanidad, hermanada en su capacidad de trabajo, también está hermanada en su debilidad y en los límites de la naturaleza.

Pío XI afirmó que el mayor escándalo del siglo XIX fue la Iglesia haber perdido la clase obrera. Para que este escándalo no vuelva a repetirse en el siglo XXI, no basta con acumular documentos y declaraciones de buenas intenciones. La solidaridad con los trabajadores es una manera de concretar la opción preferencial por los pobres. “Los pobres aparecen, en muchos casos, como resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano” (Laborem exercens, n.8). A partir de la Revolución industrial, la realidad de los pobres y el mundo del trabajo están interconectados. La constitución de una pastoral obrera liberadora es el principal desafío para los cristianos en América Latina. El compromiso de liberar el trabajo de una economía que mata (Papa Francisco) y emancipar a los trabajadores está implícito en la praxis de los cristianos. Liberar el trabajo de los intereses financieros, la competitividad desenfrenada y la obsesión por la riqueza. Rescatar a la economía como instrumento al servicio de la vida.

Élio Gasda, SJ. Facultad Jesuíta, Belo Horizonte, Brasil. Texto original en portugués.

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