Índice
Introducción
1 CEBs: ¿movimiento o Iglesia?
2 Entender la eclesialidad
3 Primeros pasos
4 Lo que dicen los teólogos y pastoralistas
5 Lo que dice el Magisterio de la Iglesia
5.1 El magisterio de la Iglesia en Brasil
5.2 Conferencias Generales del Episcopado de LAyC
5.3 El Magisterio Pontificio
Conclusión
Referencias
Introducción
El soplo del Espíritu Santo despertó en la Iglesia muchas experiencias de renovación que, a lo largo del siglo. XX, prepararon el Concilio Vaticano II. Entre estas experiencias podemos mencionar con seguridad el movimiento comunitario. Alentó muchas iniciativas para la participación de los laicos, incluidos los jóvenes, hacia una experiencia profunda de comunidad eclesial, con participación en la vida litúrgica, en la comunidad parroquial, mirando no solo al interior de la Iglesia, sino también descubriendo la dimensión del empeño de renovación social a través de la práctica de la justicia y la solidaridad (cf. LIBANIO, 2005, p. 21-48).
Entre las muchas experiencias de renovación, no podemos dejar de mencionar la de las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs). Hoy, después de varias décadas de experiencia de las CEBs como escuelas para la formación de la fe eclesial, podemos decir que ya forman parte del patrimonio teológico-pastoral de la Iglesia, especialmente en el continente latinoamericano y caribeño (= ALyC).
En su trayectoria, las CEBs se han enfrentado a muchas dificultades. Uno de ellos y el más persistente fue, sin duda, la eclesialidad. ¿Las CEBs son movimiento dentro de la Iglesia o Iglesia en la base eclesial?
1 CEBs: ¿movimiento o Iglesia?
Como fenómeno histórico-eclesial, las CEBs están sujetas a la ambigüedad propia de los fenómenos históricos. Tuvieron que definir su identidad eclesial desde muy temprano, delimitándose con los nuevos movimientos eclesiales. Para quienes viven el día a día de estas comunidades, ellas expresan proféticamente la nueva comprensión de la Iglesia del Concilio Vaticano II. Pero hay quienes hacen una lectura diferente, interpretándolos más como un movimiento contestatario de la estructura jerárquica de la Iglesia institucional. Es decir, ellas también enfrentan escollos, despiertan entusiasmo y pasión, dudas e incluso rechazo.
Para evitar desviaciones, las CEBs fueron constantemente objeto de la atención de teólogos y pastoralistas y de la preocupación pastoral del magisterio de la Iglesia, a nivel de las Conferencias Episcopales, del Episcopado del Continente Latinoamericano e incluso del magisterio de la Iglesia universal, velando por su eclesialidad.
La exhortación postsinodal Christifideles Laici (CfL), 1988, recogiendo los frutos del Sínodo sobre la Vocación y Misión de los Laicos en la Iglesia y en el Mundo, 1987, nos ofrece una preciosa indicación para responder a la cuestión de la diferenciación entre CEBs y movimientos eclesiales. En la parte en que se ocupó de las parroquias como “la Iglesia misma que vive en medio de las casas”, el texto pontificio nos hace ver que la realidad eclesial de los movimientos tiene aspectos que difícilmente encajan en una categoría ligada a territorio, edificio, estructura. Esta realidad eclesial está más ligada a “la familia de Dios”, “fraternidad animada por el espíritu de unidad”, arraigada en una comunidad de fe, esperanza y caridad, en definitiva, en una comunidad eucarística. De hecho, en el contexto de la vida parroquial, se desarrollan estructuras parroquiales que promueven la participación de los laicos, por un lado, y las “pequeñas comunidades eclesiales de base, también llamadas comunidades vivas”, por otro (CfL n. 26). El texto, por tanto, nos ayuda a distinguir aquellas estructuras que apoyan la participación de los laicos en la vida eclesial y las “pequeñas comunidades de base”.
Posteriormente, el texto se abre a “formas asociativas de participación” y a una “nueva era asociativa”. Estas “formas asociativas” no son una mera concesión de la autoridad. Son el resultado del bautismo, vivido bajo la responsabilidad del laico (cf. CfL n. 29). Corresponde a la autoridad eclesiástica indicar claramente los criterios de eclesialidad, tal como se indica en la Exhortación Apostólica (cf. CfL n. 30). Estas agrupaciones o los nuevos movimientos tienen algunos aspectos similares a las CEBs. Ellos también pueden pensarse como “una nueva forma de ser Iglesia”, de la Iglesia realizarse. Se puede decir que “la vocación apostólica de cada bautizado se expresa también con iniciativas colectivas o grupales que caracterizan a los movimientos eclesiales” (MAÇANEIRO, 2015, p. 644).
Por su parte, las CEBs tienen características distintas y más amplias que los movimientos eclesiales. En ellas se destaca la participación de los miembros de la comunidad como “Iglesia local” que involucra a todos: niños, jóvenes, adultos y ancianos, hombres y mujeres. Todos se reúnen alrededor de la comunidad que celebra su fe, esperanza y caridad. Será instructivo recordar uno de los textos más esclarecedores de la historia de las CEBs. El Documento de Medellín (DMd) afirma que
la experiencia de la comunión a la que fue llamado debe ser encontrada por el cristiano en su “comunidad y base”, es decir, en una comunidad local o ambiental, que corresponda a la realidad de un grupo homogéneo, y que tenga una dimensión que permita el tratamiento personal fraterno entre sus miembros. (DMd 15, 10)
Nuestra siguiente preocupación es entender esta eclesialidad como la identidad de las CEBs.
2 Entender la eclesialidad
La Iglesia de Jesucristo tiene su punto de partida en la Santísima Trinidad por el designio eterno del Padre, que quiere la salvación de todos, y por la misión del Hijo y del Espíritu (cf. LG n. 2-4). Dada esta iniciativa, la Iglesia tiene su “ensayo” histórico en la vida de Jesús y su predicación del Reino de Dios, y se explicita desde el kerigma, que vincula a los seguidores de Jesús con su vida, pasión, muerte y resurrección.
Esta acción divina que tiene lugar en el evento de la salvación en Cristo por el Espíritu se convierte en una realidad empírica en la obra de Jesús: anuncia el Reino del Padre, llama a los discípulos a estar con él en el aprendizaje del discipulado y luego a ser enviados en misión. Se puede decir que, por su muerte y resurrección y por Pentecostés, la Iglesia adquiere una densidad histórica palpable y visible, como sacramento universal de salvación. A través de la experiencia del Resucitado y del Espíritu, la Iglesia puede celebrar la gracia liberadora en la historia hasta el fin de los tiempos.
Se puede decir, entonces, que a través de la experiencia del Resucitado y del Espíritu Santo, se constituye la primera comunidad apostólica y todas aquellas comunidades – ekklesiai en el sentido que nos llega en el Nuevo Testamento – que se van formando a lo largo de la historia hasta el fin de los tiempos. Toda y cualquier comunidad cristiana necesita este inicio como hecho estructurante. La fe, la esperanza y la caridad nos constituyen como Iglesia. Dicho de otro modo, la eclesialidad no se da como obra humana, sino que es esencialmente la acción comunicativa de Dios en el mundo. Así se forman todas las Iglesias locales, grandes, pequeñas, pobres, dispersas. A esta experiencia de las comunidades apostólicas se vinculan las CEBs para afirmarse hoy como Iglesia en condiciones históricas-coyunturales distintas a las de los tiempos apostólicos.
En este sentido, nos ayuda la afirmación, de innegable autoridad, de la Lumen Gentium “la Iglesia de Cristo está verdaderamente presente en todas las legítimas comunidades locales de fieles, que, unidas a sus pastores, son también en el Nuevo Testamento llamadas ‘iglesias’”. (LG n. 26). Veamos, entonces, cuál es el significado de esta preciosa inserción, precisamente en el cap. III de Lumen Gentium.
En los debates conciliares sobre la comprensión de la Iglesia surgió la observación de que existía, de hecho, una cierta visión unilateral a favor de la Iglesia universal, ofrecida por los cap.I y II de Lumen Gentium, respectivamente, sobre el misterio de la Iglesia vista desde la Trinidad, y el Pueblo de Dios en su plena historicidad. Así, la dimensión “universal” de la Iglesia se hizo representar muy bien. Pero la Iglesia todavía necesitaba trabajar más de forma inmediata su realidad “local”. Sin ella faltaría la referencia a la vida concreta donde realmente se realiza la Iglesia en sus diferentes niveles: en la Iglesia diocesana, en la parroquia o en las CEBs. Estos diversos niveles, aunque diferentes, se complementan entre sí, siempre bajo el pastor del obispo. Se trata, por tanto, de la comprensión de la Iglesia no tanto desde su “universalidad abstracta”, sino desde la comunidad concreta, en la que se anuncia la Palabra y se celebra la Memoria del Señor. De esta manera, la salvación escatológica se hace presente en la comunidad viva. Por tanto, la pequeña comunidad es Iglesia en el verdadero sentido del término. Desde esta realidad escatológica, presente y real, se puede buscar comprender la Iglesia en su conjunto. Esto se debe a que el misterio de la Iglesia, en su universalidad, está realmente presente (en el texto latino: vere adest) en la comunidad local.
El texto conciliar tiene un contexto específico, en el que se hace explícito el lugar del ministerio del obispo, que, por la plenitud del sacramento del orden, preside la Iglesia particular o local. Desde este ministerio apostólico se puede decir que la Iglesia de Cristo se encuentra en todas las legítimas asambleas locales de fieles, sean pequeñas, pobres o dispersas. En ellas está presente el Señor Resucitado. Por esta presencia victoriosa del Resucitado la comunidad local se une al misterio de la Iglesia de Cristo una, santa, católica y apostólica, como profesamos en el Credo Apostólico (cf. RAHNER, 1966, p. 242-245).
Después de estos presupuestos para la comprensión de la “eclesialidad”, recorreremos el camino seguido por las CEBs, preguntándonos sobre los primeros pasos de esta experiencia y sobre la lectura que de ella hicieron sus actores históricos.
3 Primeros pasos
Colocadas las condiciones estructurantes de la eclesialidad, ahora vemos cómo sus actores vivieron la experiencia de las CEBs y la expresaron en el día a día. En este itinerario, es fundamental, de entrada, decir que las CEBs no surgieron de una planificación previa. No hubo un momento concreto en el que los participantes decidieron que iban a “crear una comunidad de base”, es decir, una comunidad cristiana con otra figura de la Iglesia que no es solo la Iglesia de siempre, que expresa esta identidad que viene de los apóstoles y que presenta con nueva visibilidad, un modelo histórico en construcción.
El impulso renovador del Espíritu Santo, ya presente en muchas Iglesias particulares de la Iglesia latinoamericana, responde al anhelo de renovación que precede al Concilio Vaticano II y se manifiesta de modo creciente, especialmente en los años 50 y 60 del siglo XX. Destacamos que, en este punto, privilegiamos el camino recorrido por las CEBs en la Iglesia en Brasil, por el hecho evidente de vivir dicha experiencia eclesial en esta Iglesia. Sin duda los participantes de otras realidades eclesiales podrán ampliar nuestra visión, enriqueciéndola con sus experiencias.
En torno al Concilio Vaticano II en nuestro continente hay una nueva conciencia eclesial. Se anuncian nuevos hechos: primero, el surgimiento de un nuevo sujeto social en la sociedad de nuestro continente, el sujeto popular, que anhelaba la participación; en segundo lugar, el surgimiento de un nuevo sujeto eclesial, con una nueva conciencia en la Iglesia. Anhelaba participar activa y responsablemente en la vida y misión de la Iglesia. Este sujeto provoca nuevos descubrimientos y conversiones pastorales (cf. Doc. CNBB, 1986, n. 7).
¿Dónde encontramos las semillas de esa experiencia? Para responder a esta pregunta, debemos dirigir nuestra mirada a nuestra historia y descubrir los factores que causaron la aparición de las CEBs. En el pasado de nuestra historia, hemos notado que en muchos rincones de nuestro continente fueron los fieles laicos quienes, poblando el interior, llevaron consigo la fe y sus expresiones, construyendo oratorios y capillas, alimentando su propia fe sencilla pero ferviente y devota. Se aseguraron de que la propia experiencia de la vida cristiana garantizara la transmisión de la fe eclesial, incluso antes que el clero que por allá llegase. Más recientemente, este fondo histórico se encontró con los distintos movimientos renovadores que prepararon el Concilio Vaticano II. Tales movimientos tenían al “sujeto moderno” como sujeto portador de cambios. Este encuentro entre lo que nos llegó de la tradición con este nuevo espíritu, sobre todo de participación, de renovación comunitaria, dio lugar a nuevas experiencias, entre las que se encuentran las CEBs. Se da, así, el despertar de una nueva conciencia eclesial.
En el contexto de este despertar del Espíritu en el corazón de la Iglesia, las primeras experiencias de renovación comunitaria tuvieron lugar en la década de 1950 en Brasil, Chile, Panamá y en muchas otras Iglesias locales. En el caso brasileño, mencionamos dos iniciativas pioneras, presagiando las pequeñas comunidades cristianas, luego llamadas de base. La primera es la experiencia de la catequesis popular en la diócesis de Barra do Piraí (RJ), impulsada por el entonces obispo diocesano Don Agnelo Rossi. Estimuló la participación de los laicos en los salones comunitarios, bajo la guía de los catequistas, para la proclamación de la Palabra de Dios y la catequesis. La segunda experiencia tuvo lugar en el llamado Movimiento de Navidad, que comenzó en la década de 1950. En él se articulaba la promoción humana, a través de la educación popular y la sindicalización rural, con la formación de la fe, valorando la comunidad local. Esta iniciativa fue impulsada por Don Eugenio Sales, de la arquidiócesis de Natal, en el estado de Rio Grande do Norte. (cf. TEIXEIRA, 1988, p. 56-67).
Junto con la renovación comunitaria, también crece la renovación del ministerio sacerdotal. Los sacerdotes descubren su lugar eclesial en comunidades que se entusiasman y crecen. El ministerio de la Iglesia deja a un lado su tradicional sentido de estatus clerical y establece una relación orgánica con la comunidad. La parroquia también se renueva. Poco a poco se produce una verdadera conversión espiritual y pastoral, como anticipándose a lo que la Conferencia de Aparecida explicitaría después (cf. DAp n. 370).
Converge con esa renovación la preocupación que el Papa Juan XXIII expresó poco después de su elección, en un discurso a los miembros de la Comisión para América Latina (CAL), el 15 de noviembre de 1958. Este llamamiento no tuvo el efecto deseado. Por eso, el Papa insistió en otro discurso, el 8 de diciembre de 1961. En él, Juan XXIII subrayó nuevamente la urgencia de una movilización que involucrase a los diversos aspectos de la vida eclesial en la pastoral de conjunto y en una planificación pastoral realista (cf. FREITAS, 1997, p. 78).
En respuesta a los llamamientos del Papa Juan XXIII, en 1962 la CNBB lanzó un Plan de Emergencia (PE), buscando la renovación pastoral, que enfatiza la necesidad de dinamizar las parroquias para responder a la realidad y ser verdaderamente “una comunidad de fe, de cultura y de caridad”. Y añadió dos cosas importantes para la experiencia de las CEBs: a) “los laicos tienen un papel muy decisivo en estas comunidades” (CNBB, 1963, n. 5.5). Se trata de la iniciativa evangelizadora o “del papel de todos los bautizados en la vida y en la misión de la Iglesia, dejando atrás la pasividad”; b) en esta tarea evangelizadora, “el método más seguro es la evangelización a partir de los problemas de la vida” (CNBB, 1963, n. 5,6).
Pero el impulso más fuerte proviene del entusiasmo y la alegría eclesial creados por el Concilio Vaticano II. El espíritu eminentemente pastoral que irradia el Concilio crea un nuevo clima de renovación pastoral en las parroquias y comunidades. Por ello, sería muy útil recordar aquí algunos puntos básicos de la eclesiología del Concilio y que encajan muy bien en el entendimiento de las CEBs.:
- el primer punto que influye profundamente en la vida de las CEBs es la nueva concepción de la Iglesia como pueblo peregrino de Dios y misterio de comunión;
- el segundo punto se refiere a Gaudium et Spes, que nos presenta la Iglesia en el mundo contemporáneo, en un diálogo crítico, especialmente desde la teología de los “signos de los tiempos” (cf. CNBB, 1963, n. 4 y 11);
- el tercer punto se refiere a la dimensión pastoral, abriendo espacios para nuevas experiencias comunitarias además de la clásica pastoral sacramentalista de conservación, propia de las cristiandades. A través de esta ventana abierta por el soplo del Espíritu pasa una de las creaciones más esperanzadoras: las pequeñas comunidades que, inspiradas por la experiencia de las comunidades apostólicas, se presentan ahora como una respuesta viva y creativa, procedente de dentro mismo del pueblo del Dios peregrino.
4 ¿Qué dicen los teólogos y pastoralistas?
En esta ya larga historia de las CEBs, muchos teólogos y pastoralistas se han pronunciado. En Brasil, tuvimos el primer Encuentro Intereclesial de las CEBs en Vitória (ES), con un extenso análisis de la experiencia de las CEBs, de Carlos Mesters, bajo el título El futuro de nuestro pasado. “¡Lo que debe ser tiene fuerza!” (ENCUENTRO DE VICTORIA, 1975, p. 120-200). En el mismo informe, Leonardo Boff hace una rápida reflexión sobre las eclesiologías presentes en las Comunidades Eclesiales de Base (ENCONTRO DE VITÓRIA, 1975, p. 201-209).
Pero fue en 1977 cuando Leonardo Boff profundizó sistemáticamente en el tema de las CEBs en su libro reconocido internacionalmente: Eclesiogénesis. Las comunidades eclesiales de base reinventan la Iglesia (1977). Él enfrenta la pregunta crucial: “¿la CEB es Iglesia o solo tiene elementos eclesiales?” (BOFF, 1977, pág.21). Parte de un supuesto teológico indiscutible: “la Iglesia se constituye como Iglesia cuando los hombres se dan cuenta del llamado salvífico hecho en Jesucristo y se reúnen en comunidad, profesan la misma fe, celebran la misma liberación escatológica y tratan de vivir el seguimiento de Jesucristo”. Y concluye que “sólo podemos hablar en sentido propio de Iglesia, cuando surge esta conciencia eclesial” (BOFF, 1977, p. 22). Poniendo esta condición a priori, admite que en el momento concreto de las CEBs existen opiniones divergentes que él atribuye a la posición que alguien ocupa en la estructura de la Iglesia.
En su argumentación, Boff sigue la línea que le ofrecen las experiencias que provienen de las bases eclesiales y de sus intérpretes. Entre los apoyos que cita aparece, en primer lugar, J. Marins: “para nosotros, la CEB es la Iglesia misma, sacramento universal de salvación, continuando la misión de Cristo, profeta, sacerdote y pastor. Por tanto, comunidad de fe, culto y amor. Su misión se hace explícita a nivel universal, diocesano y local (de base)”(BOFF, 1975, p. 405). Y en segundo lugar, A. Antoniazzi, en su interpretación más matizada. Para él, las CEBs son realidades eclesiales, pero carentes de un desarrollo más pleno: “desde el punto de vista pastoral, estos grupos o comunidades de base deben ser considerados una auténtica realidad eclesial, sin duda carente de desarrollo, pero ya integrada en la única comunión con el Padre en Cristo por el Espíritu Santo” (cf. BOFF, 1977, p. 25). Antoniazzi entiende a las CEBs en su eclesialidad básica, aún en crecimiento.
Por otro lado, esta comprensión de la Iglesia como realidad local ya se encuentra en el NT, especialmente en la literatura paulina. Al principio, Pablo es testigo de la existencia de diferentes iglesias (ekklesiai). Son Iglesias locales que están constituidas no por el número de miembros, sino por la vocación a la que los seguidores de Jesús están llamados para constituir el “pueblo nuevo”, que reúne a los santificados por el bautismo y que Pablo llama “el cuerpo de Cristo”. Sólo en un segundo momento surge la conciencia de que las numerosas Iglesias locales en su conjunto se entienden como Iglesia universal, con el fin de calificar la comunión de las Iglesias en el único misterio trinitario como pueblo de Dios peregrino en la historia.
Otro aspecto en el que debemos profundizar rápidamente se refiere a la relación entre lo “universal” y lo “particular” o “local” en la Iglesia. De hecho, “universal” y “particular” no son cosas comparables. Lo “universal” de la Iglesia no es una realidad histórica eclesial visible, tangible, que englobe al conjunto de las Iglesias, sino el misterio de salvación que está presente en las diferentes Iglesias locales. Lo universal existe en lo particular, es decir, en la realidad de la historia concreta en el momento y lugar donde se ofrece el misterio de la salvación y donde “la fe constituye la realidad mínima constituyente de la Iglesia particular” (BOFF, 1977, p. 32). Desde esta perspectiva, “el fiel, por su fe-comunidad, ya es presencia de la Iglesia universal” (BOFF, 1977, p. 33). En estos términos, la Iglesia “universal” no es “visible”. Es “misterio”. Lo “visible” es la Iglesia particular en la que concretamente nos entendemos como discípulos de Cristo en comunión.
Boff afirma, en conclusión, que las CEBs “son” Iglesia universal realizada en la base “(1977, p. 37). Como Iglesia de base eclesial, la CEB es un signo visible, históricamente perceptible del misterio de la voluntad salvífica universal de Dios en Cristo a través del Espíritu.
5 El magisterio de la Iglesia
En esta parte pretendemos exponer, en primer lugar, lo que dice la enseñanza de la Iglesia en Brasil por el simple hecho de que hablamos desde aquí. Pero se puede partir de cada Conferencia Episcopal; en segundo lugar , lo que dicen las Conferencias Generales del Episcopado de LAyC; tercero, las principales declaraciones del magisterio pontificio.
5.1 El magisterio de la Iglesia en Brasil
La enseñanza de la Iglesia en Brasil sobre las CEBs comenzó en 1962 con el Plan de Emergencia. Ya nos referimos antes a él. Al final del Concilio, la CNBB lanzó un audaz Plan Pastoral de Conjunto (PPC) en 1966. En él, la Iglesia en Brasil se fijó el objetivo de “crear los medios y las condiciones para que la Iglesia en Brasil se ajuste, lo más rápida y plenamente posible, a la imagen de la Iglesia del Vaticano II” (CNBB, 1966, p. 25). En el esfuerzo de renovación, el PPC indicó que “la descentralización de la parroquia es urgente”, dando lugar a “comunidades de base”. En ellas “los cristianos no son personas anónimas, que solo buscan un servicio o cumplen una obligación, sino que se sienten acogidos y responsables, y parte integrante de ella, en comunión de vida con Cristo y con todos sus hermanos” (CNBB, 1966, pág.38).
Para que la Iglesia en Brasil se adapte a la imagen de la Iglesia del Vaticano II, el PPC nos dice: “La Iglesia es y será siempre una comunidad. En ella siempre estará presente y activo el ministerio de la Palabra, la vida litúrgica y especialmente la eucarística, la acción misionera, la formación en la fe de todos los miembros del pueblo de Dios, la presencia de Dios en el desarrollo humano, la organización visible de la propia comunidad eclesiástica” (CNBB, 1966, p. 27).
Para el PPC, la CEB ya forma parte de la estructura de la Iglesia diocesana a su nivel. Señala que las CEBs “corresponden, en las zonas rurales, a las capillas rurales”. Sin embargo, no deja de señalar que “en el medio urbano es necesario intensificar las experiencias incipientes” (CNBB, 1966, p. 106). Desde el inicio, destaca la dificultad que tuvieron las CEBs para establecerse en el espacio urbano.
De hecho, las CEBs continúan enfrentando nuevos desafíos. En la década de 1970, el desafío era garantizar la plena eclesialidad, con un mayor énfasis en el ámbito interno de la Iglesia. En la década de 1980, el desafío estaba más relacionado con su relación con los movimientos sociales. En el clima de cambio hacia un estado democrático, en una situación de relativa libertad, se abren nuevas perspectivas para partidos políticos, movimientos sociales, sindicatos, entre otros. Surgen entonces interrogantes relacionados con la articulación de las CEBs con estos nuevos actores políticos, sociales y populares, que implican aspectos particulares de la pastoral de las CEBs. Para dar cuenta de esta nueva coyuntura y, así, orientar la vida eclesial y la práctica pastoral de las CEBs, los obispos editaron, a principios de los años ochenta, el documento titulado Comunidades eclesiales de base en la Iglesia de Brasil (CNBB, 1986). De él recogemos los puntos básicos, incluso corriendo el riesgo de repetición:
a) Se reafirma con énfasis la eclesialidad de las CEBs. Son un “fenómeno estrictamente eclesial” y “nacieron dentro de la Iglesia-institución” para convertirse en “una nueva forma de ser Iglesia” (CNBB, 1986, n. 3) y “una nueva forma de estar la Iglesia en el mundo” (CNBB, 1986, n. 4);
b) Se destaca que los pobres tienen un lugar privilegiado en la Iglesia. En este contexto, las CEBs “son expresión del amor preferencial de la Iglesia por el pueblo sencillo” (CNBB, 1986, n. 47, cf. DPb n. 643). Pero las CEBs no pueden reducirse a los pobres, dejando la parroquia y otras organizaciones a las clases medias y ricas (CNBB, 1986, n. 48). Al contrario, “el fundamento de las CEBs se dirige como ideal a todos los cristianos” (CNBB, 1986, n. 51). En ellas se ponen a prueba “formas de organización y estructuras de participación capaces de allanar el camino hacia un tipo de sociedad más humana”. En ellas se muestra que “sin una comunión radical con Dios en Jesucristo, cualquier otra forma de comunión puramente humana … termina inevitablemente volviéndose contra el hombre mismo” (CNBB, 1986, n. 54, cf. DPb n. 273);
c) Otro aspecto se refiere a la relación entre las CEBs y la dimensión sociopolítica de la evangelización. El Sínodo de 1971 sobre la justicia en el mundo ya había afirmado que “la acción por la justicia y la participación en la transformación del mundo se nos presenta claramente como una dimensión constitutiva de la predicación del Evangelio, es decir, de la misión de la Iglesia por la redención del género humano y la liberación de toda opresión ”(Introducción). Al afirmar que la misión evangelizadora de la Iglesia es “eminentemente pastoral”, no quiere decir que pueda omitirse en temas sociopolíticos pues “presentan una dimensión ética relevante” (CNBB, 1981, n. 2). Ante esto, el documento 25 de la CNBB insta a las CEBs y otras comunidades eclesiales a permanecer fieles a la propia fe, en contenido y métodos, en la búsqueda de la liberación plena, superando la tentación de “reducir la misión de la Iglesia a las dimensiones de un proyecto puramente temporal” (CNBB, 1986, n. 64, cf. Evangelii Nuntiandi 32);
d) Otro punto se refiere a la relación entre las CEBs y los movimientos populares en la lucha por la justicia. Las CEBs “no pueden arrogarse el monopolio del Reino de Dios”. De hecho, la CEB debe ser consciente de que “como Iglesia, es signo e instrumento del Reino, es esa pequeña porción del pueblo de Dios donde la Palabra de Dios se recibe y se celebra en los sacramentos … especialmente en la Eucaristía” (CNBB, 1986, núm. 70). Así formadas, ellas buscan “la colaboración fraterna con personas y grupos que luchan por los mismos valores” (CNBB, 1986, n. 73). El Documento, sin embargo, expresa una salvedad sobre “los grupos ideológicos encerrados en sí mismos”, especialmente aquellos que “repudian explícitamente la fe y la apertura a Dios” (CNBB, 1986, n. 74). Finalmente, se solicita mantener “una clara distinción entre las CEBs y los movimientos populares”. Ni las CEBs pueden ocupar el espacio de un movimiento secular, ni pueden acomodarse a los movimientos populares, con el riesgo de perder su propia identidad eclesial. (CNBB, 1986, n. 76);
e) Dos cuestiones también preocupan a los obispos dentro de la Iglesia. Primero, la relación entre las CEBs y los movimientos laicos. En el contexto, el Documento establece claramente que “la CEB no es un movimiento. Es una nueva forma de ser Iglesia”. Al ser Iglesia, “el ministerio pastoral o jerárquico es parte de la CEB” en su papel específico de “hacer presente a Cristo Cabeza” (CNBB, 1986, n. 79). En segundo lugar, con respecto a la coordinación y la responsabilidad última de las CEBs, el mismo Documento aclara la relación entre los Encuentros Intereclesiales de las CEBs y el ministerio pastoral de los obispos. De hecho, para “garantizar la plena eclesialidad” de estos encuentros, pide que “la coordinación general sea asumida por la Regional o diócesis que lo acoge”. Y añade el principio general que rige la eclesialidad en toda la Iglesia: “La coordinación de la pastoral es uno de los aspectos del ministerio episcopal y debe ejercerse en profunda comunión con el Obispo y bajo su responsabilidad última” (CNBB, 1986, n. 86).
Coronando este punto, señalamos otro documento de la CNBB, el número 92 (2010). Representa el compromiso de los obispos con la animación de las CEBs, ahora frente a otros desafíos de una realidad plural, que sugiere “diferentes formas de vivir la misma fe en la sociedad posmoderna. El cambio de época, aunque se manifiesta en el nivel más profundo de la cultura y la lógica del mercado, erosiona la estructura fundamental de la sociabilidad básica (cf. CNBB, 2010 p. 12). En respuesta al nuevo clima coyuntural, el documento propone: “valorar las experiencias de sociabilidad básica” (CNBB, 2010, p. 13) y expresar con énfasis la experiencia de los intereclesiales como “manifestación visible de la eclesialidad de las CEBs … comunión entre los fieles y sus pastores” (CNBB, 2010, p. 14).
5.2 Conferencias Generales del Episcopado LAyC
En el ámbito latinoamericano, se puede decir que las CEBs “ganan un foro de ciudadanía” en Medellín (TEIXEIRA, 1988, p. 294). De hecho, la II Asamblea General del Episcopado Latinoamericano (1968) abordó las CEBs de manera positiva y alentadora. Enumera los puntos fundamentales que constituyen las CEBs como Iglesia: a) ser “una comunidad de fe, esperanza y caridad”; b) ser “el primer y fundamental núcleo eclesial”, es decir, “célula inicial de estructuración eclesial”; c) “foco de evangelización” y d) “actualmente un factor primordial para la promoción y el desarrollo humano” (DMd n. 15, 10). En este contexto, la parroquia se convierte en “un conjunto unificador de las comunidades de base”. A su vez, las CEBs se convierten en un dinamismo renovador y descentralizador de la pastoral (DMd no. 15, 13), dando lugar a nuevos ministerios y espacios de participación en la acción pastoral de la Iglesia, en las nuevas pastorales que surgen.
Finalmente, el documento de Medellín recomienda tres puntos para asegurar el seguimiento y estímulo de las CEBs en el futuro: a) que los obispos y párrocos se preocupen por el descubrimiento y la formación de líderes para las CEBs (DMd No. 15, 11); b) que se realicen estudios teológicos, sociológicos e históricos, con la debida divulgación de las experiencias (DMd n. 15, 12); c) que los seminaristas estén mejor preparados para el ambiente latinoamericano, es decir, “formación básica en la pastoral de conjunto, preparación para fundar y ayudar a las comunidades de base, conveniente formación y entrenamiento en dinámicas de grupo y relaciones humanas (…)” (DMd n. 13, 21).
La fase de experiencia incipiente se cierra positivamente con la legitimación de las CEBs por parte del episcopado latinoamericano. Allí se reconoce que ellas corresponden tanto a los anhelos de los fieles de participar en la vida y misión de la Iglesia como a las enseñanzas del Concilio sobre la Iglesia. Esto hizo de las CEBs una esperanza para la Iglesia en el continente.
Si en Medellín las CEBs “ganan un foro de ciudadanía”, en Puebla (1979) se confirman. Pasando por dificultades e incluso persecuciones, maduran. Debido a la intensificación de la represión contra los movimientos sociales y políticos, y de la censura, las CEBs se convirtieron, en muchos lugares, en espacio de la sociedad civil y, en particular, de los movimientos populares. La voz de la Iglesia para la sociedad resonaba en ellos. De hecho, “la Iglesia se fue desconectado de quienes tenían el poder económico o político” (DPb n. 623).
Para asegurar la plena eclesialidad de las CEBs, el Documento de Puebla parte de la pregunta: “¿Cuándo se puede considerar una pequeña comunidad como comunidad eclesial de base?”. Y responde, didácticamente: es comunidad cuando “integra familias, adultos y jóvenes, en una íntima relación interpersonal de fe”; es eclesial cuando “es una comunidad de fe, esperanza y caridad; celebra la Palabra de Dios y se nutre de la Eucaristía … realiza la Palabra de Dios en la vida ”; es de base cuando “está constituida por unos pocos miembros, de forma permanente y como célula de la gran comunidad” (DPb n. 641).
Puebla también hace un discernimiento sobre la llamada “Iglesia popular”. De hecho, había en la década de 1970 divergencias sobre el tema. Para evitar desvíos del proyecto original como “nueva forma de ser Iglesia”, el Documento de Puebla trabaja la Iglesia como “pueblo peregrino” y afirma que las CEBs se insertan “vitalmente” dentro de la Iglesia “como pueblo histórico institucional” (DPb n .261). En consecuencia, integradas a la totalidad del pueblo de Dios, las CEBs evitarán los escollos de la secta, del autoabastecimiento como “Iglesia popular” (DPb n. 262).
Allí se distingue el correcto sentido de “popular”: “que busca encarnarse en los círculos populares”, “que surge de la respuesta de la fe” y, así, evita el escollo de la “Iglesia que nace del pueblo”. Esta Iglesia “viene de lo alto”. No acepta ese sentido de “popular” que establece un contraste entre la Iglesia llamada “institucional” u “oficial” y la que nace de abajo, del pueblo. Ese sentido introduce una “división dentro de la Iglesia” que es inaceptable (DPb n. 263). Lleva consigo el peligro de “degenerar en anarquía organizativa” o “elitismo cerrado o sectario” (DPb n. 261). En cualquier caso, el texto concluye que “esta designación parece infeliz” (DPb n. 263).
Superando las ambigüedades que a veces trae consigo el calor de la lucha, el Documento de Puebla todavía puede afirmar positivamente que
el compromiso con los pobres y el surgimiento de las comunidades de base han ayudado a la Iglesia a descubrir el potencial evangelizador de los pobres, al mismo tiempo que éstos la desafían constantemente, llamándola a la conversión y por lo mucho que ellos realizan en su vida los valores evangélicos de solidaridad, servicio , sencillez y disponibilidad para acoger el don de Dios. (DPb n. 1147)
Dos acontecimientos notables de esta fase se pronunciaron sobre las CEBs. Primero, la Conferencia de Santo Domingo concibe a la parroquia como una “comunidad de comunidades y movimientos” y coloca a las CEBs dentro de ella como una “célula viva” (DSD n. 61). El segundo fue el planteamiento que se hizo de las CEBs en la V Conferencia General de Aparecida, objeto de controversia entre los defensores de las Comunidades y quienes ya planteaban objeciones. A éstos últimos no les gustó el énfasis que el Documento Final (DAp), aprobado por los Obispos, daba a las CEBs. Por eso fue objeto de cambios. De hecho, el texto de las CEBs, que fue aprobado en la tercera redacción del Documento de Aparecida, desapareció en la cuarta versión. Fue reintroducido a pedido de 10 Conferencias Episcopales.
Después de haber sido bendecidas por Medellín, por la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi n. 58 (Pablo VI) y por Puebla, es curioso encontrarnos en la situación de tener que defender esta experiencia legítima y original de la Iglesia en América Latina y que hace historia también en otros continentes, como la Iglesia en la base: la estructura más simple y humanamente perceptible de la presencia de los discípulos de Jesucristo en la sociedad.
De hecho, el balance entre lo que fue eliminado del texto aprobado en Aparecida y el texto “corregido”, que en cierto modo es negativo, puede considerarse preocupante. De hecho, lo que se eliminó es alentador, positivo, con una mirada hacia el futuro de la Iglesia y de la experiencia de renovación que traen las CEBs. Mientras que lo que se ha puesto en su lugar se caracteriza por la precaución, mirando más al pasado que al futuro de esperanza que las CEBs anuncian. Este texto no distingue claramente la presencia de las CEBs de otros grupos dentro de la parroquia. De hecho, las CEBs no se añaden a grupos y movimientos, sino que son realmente Iglesia local en la que caben grupos, movimientos y otras realidades eclesiales. El texto corregido acaba reduciendo la gran experiencia eclesial de las CEBs a la “experiencia eclesial de algunas Iglesias de América Latina y el Caribe” (DAp n. 178).
Finalmente, cabe mencionar que el Documento de Aparecida llama la atención sobre la importancia de la Eucaristía en la comunidad “como centro de su vida” (DAp n. 180). Incluso enfatiza “la gran importancia del precepto dominical” (DAp n. 252). Allí, los obispos expresan su preocupación por la mayoría de nuestros CEBs que “no tienen la oportunidad de participar en la Eucaristía dominical”, debido a la falta de un ministro. Por eso, nuestros obispos recordaron una reflexión, que ya se hacía en la patrística, sobre la presencia real y verdadera de Jesucristo en la Palabra proclamada. Así, nuestras CEBs “pueden alimentar su ya admirable espíritu misionero, participando en la ‘celebración dominical de la Palabra’, que hace presente el Misterio Pascual en el amor que congrega (cf. 1Jn 3,14), en la Palabra acogida (cf. Jn 5,24-25) y en la oración comunitaria” (DAp n. 253).
5.3 El Magisterio pontificio
Fijándonos en el magisterio pontificio, es oportuno recordar la preciosa enseñanza de Pablo VI, en la exhortación postsinodal Evangelii Nuntiandi (1975). La multiplicación y diversificación de las CEBs en la Iglesia universal llevó al Sínodo sobre la evangelización en el mundo contemporáneo (1974) a realizar un discernimiento eclesial sobre ellas. Pablo VI, ya en el discurso final del Sínodo, nos dice: “notamos, no sin alegría, que las pequeñas comunidades cristianas traen gran esperanza a la Iglesia, y que tienen su origen en el Espíritu Santo” (REB 136, 1974, p. 945). En Evangelii Nuntiandi, el Papa, retomando las contribuciones de los padres sinodales, señala que las CEBs, “que florecen más o menos en todas partes de la Iglesia, difieren mucho unas de otras” (EN n. 58). Por eso es necesario discernir constantemente su valor eclesial. Ante esto, analiza dos tipos de CEBs:
- las hay que “nacen y se desarrollan en el interior de la Iglesia, se solidarizan con la vida de la Iglesia y, alimentadas por su doctrina, permanecen unidas a sus pastores” (EN n. 58);
- hay otras que “agrupan comunidades de base con un espíritu de fuerte crítica con relación a la Iglesia”, contrastando Iglesia “institucional” y “comunidades carismáticas, liberadas de estructuras”. Ellas “cuestionan radicalmente a la Iglesia”. Estas “comunidades de base”, según el Papa, tienen “una designación puramente sociológica”. Por eso, “no podrían, sin abuso del lenguaje, llamarse comunidades eclesiales de base” (EN n. 58).
Esta designación de CEBs, dice también el Papa, “pertenece a las otras, es decir, a las que se reúnen en Iglesia, para unirse a la Iglesia y aumentar la Iglesia”. Éstas, sí, son Iglesia, porque: a) “nacen de la necesidad de vivir más intensamente la vida de la Iglesia”; b) “viven una dimensión más humana”; c) “se congregan para escuchar y meditar la Palabra de Dios y celebrar los sacramentos para el vínculo del Ágape” (EN n. 58).
Conscientes de las condiciones de su eclesialidad, advierte el Papa, “las comunidades eclesiales de base corresponderán a su vocación más fundamental: de oyentes del Evangelio que se les anuncia y de destinatarios privilegiados de la evangelización, ellas mismas se convertirán sin demora en anunciadoras del Evangelio”. Así, serán “lugar de evangelización” y “esperanza para la Iglesia universal” (EN n. 58).
Con su peculiar claridad, Juan Pablo II, en su Mensaje a las Comunidades Eclesiales de Base (Manaus, 1980) explica cómo debe entenderse el término Base: “Ser eclesial es su marca original y su forma de existir y operar. Y la base a la que se refieren es de carácter nítidamente eclesial y no meramente sociológico o de otro tipo.” (JOÃO PAULO II, 1980, n. 3).
Finalmente, queremos subrayar la reciente contribución del Papa Francisco a una nueva dinámica misionera en la Iglesia. Primero, hay que decir que Francisco no hizo el Concilio, sino que lo asimiló dentro de la Iglesia en América Latina, donde captó el espíritu conciliar de apertura al mundo de hoy en el que la Iglesia debe ser misionera. En Evangelii Gaudium (EG) acuñó la feliz expresión “Iglesia en salida” para decir que una comunidad misionera no se cierra sobre sí misma (cf. EG n. 24). En segundo lugar, con respecto a las CEBs, podemos decir que forma parte de la experiencia del joven jesuita Bergoglio la labor pastoral en las periferias de la arquidiócesis de Buenos Aires, donde florecieron las CEBs. En tercer lugar, como obispo y luego arzobispo, siempre alentó la renovación pastoral hacia la conversión eclesial y la transformación de la sociedad.
Cabe mencionar su participación, como presidente de la Comisión de Redacción del Documento Final, en la V Conferencia General de Obispos Latinoamericanos y Caribeños de Aparecida. En él se privilegia la dimensión misionera, se anima a las comunidades de base y pequeñas comunidades a ser evangelizadoras, sin perder el contacto con la parroquia, en el contexto de la pastoral orgánica (cf. EG n. 29).
Como obispo de Roma, el Papa Francisco, a pesar de sufrir incomprensiones de algunos grupos dentro de la Iglesia, continúa su preocupación por las periferias del mundo de hoy, por lo que convocó un Sínodo especial de los obispos para la Amazonía en 2019. Así, él quiere situar en el centro de la preocupación de la Iglesia a los más pobres de los pobres.
Conclusión
En conclusión, afirmamos que las CEBs son el fruto de la acción del Espíritu que renueva a la Iglesia desde sus bases eclesiales. Ellas no son comprendidas por sus participantes, especialmente los pobres, como Movimientos en la Iglesia, sino como Iglesias en la base eclesial dentro de las Iglesias particulares. Esta porción del Pueblo de Dios, por pequeña y pobre que sea, es la Iglesia de Cristo que “está verdaderamente presente en todas las legítimas comunidades locales de fieles”. Siempre unidos a sus pastores, generan “una nueva forma de ser Iglesia” y “de la Iglesia estar presente en el mundo” (CNBB, 1986, n. 3 y siguientes).
Cleto Caliman, SDB. PUC Minas – texto original en portugués. Postado en diciembre del 2020.
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