El libro del profeta Joel

Sumario

Introducción

1 Elementos generales

2 La dinámica literaria

3 El tema del “Día del Señor”

Conclusión

Referencias

Introducción

Una mirada atenta al libro del profeta Joel permite, casi de inmediato, percibir la centralidad temática del “Día del Señor” (yôm YHWH), dado que esta frase en genitivo aparece en sus cuatro capítulos (Jl 1, 15; 2, 1.11; 3,4; 4,14).

Si, por un lado, el anuncio de la venida de ese día, en el libro, se puede presentar como si fuera una “antología sobre el tema”, por otro lado, y quizás por ello, quiere ambientar y preparar al oyente-lector a vislumbrar, dentro de la secuencia canónica de los Doce Profetas (hebreos y cristianos), la lógica de este anuncio que se da también en Am 5,18-20. Ab 15; Sf 1,7.14-18; Mal 3,23 (también en Is 13,2-16; Ez 13,2-16).

Uno de los problemas relevantes del libro del profeta Joel, que debe abordarse con la debida cautela, se refiere a la cuestión de su formación, subdivisión y unidad literaria. En general, el tema del “Día del Señor”, fundamental en esta cuestión, se ofrece en dos direcciones, pero, en las introducciones y comentarios, se destaca la dicotomía en cuanto a la estructura del libro.

En la primera dirección, el anuncio de ese día se concibe como un “castigo” divino que cae sobre Judá-Jerusalén. En la segunda, se trata como una acción favorable, ya que el Señor se retracta de su decisión y “restaura” a Judá-Jerusalén, concediendo las lluvias que traen la abundancia de los frutos de la tierra y, principalmente, liberando al pueblo de sus enemigos por la gloria de su Nombre. Debido a este movimiento, el libro se subdivide comúnmente en dos partes, atribuyéndose incluso a dos manos diferentes: Jl 1-2 trataría del “castigo” y Jl 3-4 de la “restauración”.

Hay, sin embargo, buenos argumentos para proponer una lectura y análisis del libro en clave unitaria, precisamente por el tema del “Día del Señor”, que permite superar la dicotomía. El criterio principal es la ausencia de pecado explícito o implícito, ya que rompe con el esquema: pecado – castigo – pedido de perdón – restauración (FERNANDES, 2014, p. 77-80).

Superando esta dicotomía, el mensaje, por su carácter literario y teológico, aparece más fácilmente conjugado y permite admitir que la venida del “Día del Señor” sea reconocida como una causa capaz de producir un doble efecto. Para el pueblo, incitado por el profeta, ponerse en las manos del Señor será salvífico, mientras que para los impíos será punitivo, por los males que han cometido. La distinción, dentro de esta lógica, se puede percibir al notar que el libro comienza con relatos de penurias, tiene una promesa universal en Jl 3, 1-5 y termina con la reversión de la situación.

La claridad de la función del “Día del Señor” y del “pueblo numeroso y poderoso”, que está ligado a él (Jl 2,2), confirma la presentación de ese día como una causa con un doble efecto: un juicio de condenación para los impíos y, simultáneamente, juicio de salvación para los justos. El efecto aterrador estampado en los rostros de los pueblos puede testimoniar este doble efecto (Jl 2,6). Téngase debidamente en cuenta que el oráculo del juicio, expresado en una palabra profética, debe manifestar en su naturaleza la revelación de una verdad sobre una realidad concreta, en cuanto al bien o al mal, a través de una duda, acusación o alabanza. (MONLOUBOU; DUBUIT, 1987, p. 476-477).

1 Elementos generales

Desde el punto de vista canónico, el libro del profeta Joel ocupa la segunda posición, tanto en la Biblia hebrea como en la Vulgata (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías), orden que se siguió en las ediciones cristianas. La Septuaginta (LXX) presenta diferencias en la secuencia de los Doce Profetas (Oseas, Amós, Miqueas, Joel, Abdías, Jonás, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías).

Al asumir uno u otro orden canónico de los libros como relevante para la lectura en secuencia, la comprensión del mensaje contenido en los Doce Profetas, que fueron escritos en un solo rollo en la Biblia hebrea antes de la invención de la imprenta, de alguna manera presentará diferentes resultados sobre la lógica del tema “Día del Señor”. La razón tiene que ver con la aceptación de que este tema, de carácter escatológico, es un elemento importante tanto para la formación del libro de Joel como para este corpus profético (FERNANDES, 2014, p. 17-19).

Nada se sabe sobre la autoría del libro del profeta Joel y tampoco se sabe si más de un autor, a pesar de su brevedad, actuó en su proceso de formación. Junto a esto, existe la posibilidad de admitir la inexistencia de la figura histórica del profeta y que el libro haya sido elaborado para cerrar este corpus, pudiendo así ser catalogado como una “profecía literaria”. El principal argumento a favor de esta perspectiva descansa en las referencias intertextuales y, en particular, en la elaboración antológica del tema del “Día del Señor” (ZENGER, 2005, p. 803-805).

El plan de lectura del libro, en su forma final, exige mayor atención que el plan que los estudiosos intentan identificar con su reconstrucción redaccional o compositiva. El hecho de que el título de Joel no ofrezca referencia temporal y el nominal se restrinja al del profeta y su padre (“Palabra de Jehová que vino a Joel, hijo de Fatuel”) es un elemento particular.

Quien lo escribió quiso dejar abierta en el tiempo esta profecía, para servir a la comunidad de fe en situaciones que requerían una apelación consciente al Señor. Jl 1,2-3 así lo retrata, porque en ello radica la preocupación por la transmisión a las generaciones futuras de hechos, que no deben identificarse inmediatamente con las carestías, sino partir de ellas para lograr aquello que es capaz de determinar la vida personal y comunitaria: la presencia del Señor y su disponibilidad para actuar.

La situación exacta en la que se encuentra la profecía de Joel va más allá de lo que cualquier erudito pueda intentar interpretar. Si, por un lado, no es plausible dudar de que detrás del escrito hay un proceso redaccional, por otro lado, es igualmente cierto que el intento de identificar sus etapas no puede hacerse con total claridad y objetividad. Son hipótesis discutidas y si se llega a una opinión ecuánime, esta sólo es útil si contribuye a la comprensión del conjunto. No son las partes las que determinan el todo, sino que es la intención del conjunto la que determina el significado de las partes, ya que el resultado final es la razón por la que ellas existen y no al revés.

En cuanto a la estructura, es común dividir el libro en dos partes. La primera corresponde a Jl 1-2 y presenta calamidades y escaseces, provocadas por varios factores, con la promesa de reversión. La segunda corresponde a Jl 3-4 y presenta un horizonte futuro de grandes proporciones. Sin embargo, la duda crucial entre los estudiosos surge en la propuesta de desdoblar estas dos partes. Si el criterio es la forma, la división sería Jl 1,1–2,17; 2,18–4,21; pero si fuera el contenido sería Jl 1,1–2,27; 3,1–4,21 (Joel 2,18 es el eco de 2,17 y prepara para el cambio de suerte de la tierra y del pueblo que comienza en Jl 2,19). No se trata de una escisión, sino de una secuencia lógica con la súplica sacerdotal, que se acerca a la forma elocuente utilizada por Moisés (Nm 14,13-19).

En lugar de admitir cesuras, para identificar las partes, sería mejor considerar los temas contenidos en Jl 1-2 que ayudan a comprender Jl 4, ya que están en correspondencia, lo que permite evitar la dicotomía en cuanto al mensaje transmitido en el anuncio del “Día del Señor”, para percibir su progresión, a través del cual se puede admitir la promesa del don universal del Espíritu en Jl 3,1-5 como puente temático (FERNANDES, 2014, p. 86). Entonces, tan cierto como la venida del “Día del Señor” será el derramamiento del “Espíritu del Señor” sobre toda carne.

2 La dinámica literaria

¿Quién “fue” el profeta Joel? ¿Existió? ¿Cuándo actuó? ¿Qué problemas enfrentó? ¿Qué quiso transmitir? Preguntas válidas, pero chocan con la posibilidad de que el libro sea, como decíamos más arriba, una “profecía literaria”. Aunque esta hipótesis puede ser plausible, la acción de “un profeta” subyace en el escrito, lo cual se evidencia en los diversos rasgos de su personalidad y lo que significa su nombre: Joel = “el Señor es Dios”, reverso del nombre Elías = “Dios es Señor”.

A diferencia de los títulos que aparecen en Os 1,1; Am 1,1; Mq 1,1; Sf 1,1, en Joel no se hace referencia a ningún monarca y, en ese sentido, se acerca más a Ab 1; Jn 1,1; Na1,1; Hb 1,1; Ml 1.1. En el caso de Ag 1,1 y Zc 1,1, la referencia es Darío, rey persa y sucesor de Ciro. A pesar de ello, el libro se refiere a un profeta que supo posicionarse con firmeza y desafiar a las “autoridades” o líderes de la época: ancianos (Jl 1,2.16; 2,16) y sacerdotes (Jl 1,9.13; 2,17).

Ante las catástrofes provocadas por una diferenciada invasión de langostas (Jl 1,4), feroces enemigos como leones (Jl 1,6-7), sequía (Jl 1,12-13) y fuego (Jl 1,19), el profeta no sólo se lamentaba, sino que se dirigía a los que se embriagaban (Jl 1,5), a la comunidad vista como una virgen viuda (Jl 1,8), a los agricultores (Jl 1,11) y, en particular, al Señor, citando la flora y la fauna que también sufrieron las consecuencias de las desgracias (Jl 1,19-20). La falta de alimentos no sólo afectó a diferentes grupos de personas, sino que también privó al templo de ofrendas (Jl 1,13).

El resultado fue el desaparecimiento en cadena, con la falta de los frutos de la tierra, de la alegría y del júbilo que afectó al templo (Jl 1,16). En cambio, el profeta tenía ante sí una comunidad apática y sin perspectivas. El primer intento de superarlo se produjo en el orden penitencial dirigido a todos, motivado por el primer anuncio del “Día del Señor” (Jl 1,13-15). Junto a esta orden, el profeta clamó al Señor, evocando el grito de los animales (Jl 1,19-20). Nadie quedó fuera (como en Jn 3,7, animales y humanos asumieron gestos penitenciales).

Del primer anuncio del “Día del Señor” (Jl 1,15), el profeta pasó al segundo anuncio, mucho más elaborado en forma poética y que recapitula los temas catastróficos (Jl 2,1-11). En lugar de una palabra de condenación para Judá-Jerusalén, hay una provocadora sacudida del ánimo, evidenciando la presencia del Señor y su control total sobre la realidad. Hay, bajo el mando del Señor, un ejército invencible, organizado y obediente a sus órdenes.

Frente a este nuevo anuncio, hay otra llamada más aguda a la conversión basada en la exigencia de sinceridad (Jl 2,12-17). A la acción del pueblo correspondió la reacción del Señor (Jl 2,18), con la que declaró el fin de las penalidades y la liberación de la opresión enemiga (Jl 2,19-20). A través de esta respuesta favorable, una verdadera bendición, se anunció la restauración de la fertilidad del suelo a través de las lluvias, trayendo abundancia de bienes agrícolas y de pastos para los animales. Es el fin de las desgracias lo que da fe de la presencia y acción del Señor, único Dios entre su pueblo, por el cual acaban el hambre, la vergüenza y el oprobio (Jl 2,21-27).

Hasta aquí se puede observar la siguiente secuencia: constatación de la penuria – súplica motivada por el anuncio del “Día del Señor” – respuesta favorable del Señor – reversión de la situación a través de las bendiciones. En esta secuencia aparece el tercer anuncio del “Día del Señor” (Jl 3,4). Las nuevas intervenciones divinas, que se anuncian, se producirán según una disposición eficaz ligada a los hechos anteriormente narrados y servirán, del mismo modo, para fundamentar los hechos nuevos que se seguirán de Jl 4,1.

Se puede ver que Jl 3,1-5 contiene promesas favorables del Señor en tono universal, ya que está dispuesto a salvar a todos los que se vuelvan a él, invocando su nombre, elemento que nos recuerda el significado de la palabra del profeta. nombre: “el Señor es Dios”. Mientras Jl 3,1-2.5 enmarca el tercer anuncio, Jl 3,3-4 da fe de la participación de la creación como antesala a la manifestación del “Día del Señor”, ampliando la gran descripción bélica de ese día que se hizo en Jl 2,1-11.

Así, el vínculo entre el “Día del Señor” y el don universal del “Espíritu del Señor” proporciona el paso necesario a Jl 4,1-21. El punto de partida es una promesa basada en el género literario llamado “contienda”, “disputa” o “litigio” (rîb) contra todos los pueblos y naciones que hicieron el mal a Israel, denominado por el mismo Señor: “mi pueblo y mi heredad”. Los crímenes que se cometieron contra Israel serán debidamente castigados (Jl 4,1-3).

Si en Jl 1,6 encontramos información genérica sobre un pueblo poderoso y numeroso, depredador como el león, en cambio Jl 4,4-8 revela, nominalmente, cinco pueblos directa e irónicamente implicados en el mal practicado contra Israel y quienes se hicieron dignos de castigo: Tiro, Sidón, Filisteos, Egipto y Edom; y dos indirectamente: griegos y sabeos. El uso insistente de gôyim (naciones extranjeras) extiende la decisión del Señor, abarcando a todos los que serán sentenciados en base a la “ley del talión”, también utilizada en un contexto bélico (Jl 4,9-14).

Sin embargo, no aparece claramente que el Señor, en el día de su juicio, invadiría el valle de Josafat como las langostas invaden los campos, invadiendo el territorio como un ejército enemigo, sin dejar nada en pie; pero, como sucede durante una sequía severa, todo quedará desolado como un desierto. Además de esto, no se explica por qué sólo en Sion brotará un manantial que regará los surcos de Judá-Jerusalén (Jl 4,18). Si esta opinión es correcta, se da un paso a favor de vincular todas las catástrofes presentes en Jl 1,4-20 con las mencionadas en Jl 4,1-17, debido al alcance integral del “Día del Señor”. Se advierte, entonces, que este día comienza a figurar en primer orden, explicando las catástrofes y no siendo explicado por ellas.

Finalmente, a través de una fórmula temporal, “En aquel día” (Jl 4,18), se abre la última sección del libro. Esta fórmula introduce un tema nuevo y sintetiza la cantidad y la calidad esperadas a nivel de bendición, anunciando un escenario contrastante opuesto a la aridez (Jl 4,18), mientras la tierra vuelve a su condición fértil (Jl 2,3). La palabra final del SEÑOR aclara el porqué de su acción (Jl 4,21), condensa todo lo ya descrito en el libro, pero deja, una vez más, en suspenso la ejecución de los hechos para un futuro indeterminado, exactamente como el profeta instó al principio como un compromiso común para las generaciones futuras (Jl 1,2-3).

3 El tema del “Día del Señor”

Las calamidades, la queja hecha al Señor, la súplica del profeta, las llamadas a la conversión, la súplica de piedad, la restauración de la bendición, el don del Espíritu, la victoria sobre las naciones enemigas y la restauración de la suerte del pueblo elegido en Sion son temas entrelazados con el “Día del Señor” y son los argumentos que dan unidad y sentido teocéntrico a la profecía de Joel. A través de ellos se muestra la presencia y la acción soberana del Señor sobre la creación y el curso de la historia, tanto para el pueblo elegido como para otras naciones.

En el contexto de las catástrofes que asolaron al pueblo elegido, está el suspiro del profeta por el “Día del Señor” visto como una acción devastadora del Todopoderoso (Jl 1,15). Antes de que llegue la solución, el nuevo discurso del Señor, después de su queja (Jl 1,6) con un nuevo orden para la comunidad, es una “Palabra del Señor” explícita sobre el “Día del Señor” (Jl 2, 1). Así, la profecía joeliana ofrece el mapa de la situación catastrófica: el lamento del Señor por su tierra y el anuncio de su “Día”, que se concretará en un oráculo de juicio capaz de producir un doble efecto (Jl 2,1-11). De estos tres elementos pasamos a la solución, que comienza con la descripción y acción del “pueblo numeroso y poderoso” que es “poderoso agente de su palabra” (Jl 2,2.11).

Así, la presencia y la acción divinas son inherentes a la expresión “Día del Señor” y se declaran en la profecía en un punto central, en el momento en que el Señor manda al pueblo lo que debe hacer: “Y ahora, oráculo del Señor, vuélvete, ven a mí con todo tu corazón, con ayuno, lágrimas y lamentaciones” (Jl 2,12).

En el “retorno” (šûb), asumido y obedecido en la dirección del Señor, el pueblo estará dando el paso decisivo para ver el “retorno” benéfico del Señor en su dirección (Jl 2,18-27). Jl 2,13-14 confirma Jl 2,12 con un acto de fe del profeta que sabe quién es el Señor y que tiene compasión de su pueblo. Si, en un contexto de pecado, el corazón contrito y humillado es el gesto que el Señor no desprecia en el penitente arrepentido (Sal 51,17; Jn 3,10), mucha más conmiseración empleará en el momento en que su pueblo se presenta con los gestos penitenciales que se identifican con la crisis que le quitó los medios de subsistencia y que tanto le hizo sufrir. Como no hay nada que ofrecer, el pueblo es llamado por el profeta a ofrecerse a sí mismo y a su propio sufrimiento.

El significado de “el que sabe” (Jl 2,14) no está en contradicción con la ortodoxia anunciada en Ex 34,6-7. No es una duda del profeta Joel, sino la reflexión que confirma la acción divina por su poder universal y que se encuentra también en los labios del rey de Nínive, actitud que inquietó al profeta Jonás (Jn 3,9). Por el contrario, Joel, al usar “compasivo” (niḥān), amplió los atributos divinos, porque estaba seguro de que el Señor le otorgaría sus beneficios.

A diferencia de la crisis personal que le sobrevino a Jonás, porque sabía que anunciaba una palabra fallida sobre la destrucción de Nínive, Joel sabía que no fallaba, porque el Señor responde desde Sion a las súplicas de misericordia, está atento al sufrimiento de su pueblo y dispuesto a mostrar su soberanía universal en la decisión de castigar a las naciones que le eran hostiles.

Allí donde la crisis ha arrebatado los medios de subsistencia y privado al templo de sus ofrendas, el mandato “volveos a mí de todo corazón” es la solución (Jl 2,12). El retorno exigido no es el acto formal de un simple rito de lamentación, sino la exigencia de una firme disposición a volverse al Señor con gestos compatibles con los efectos producidos por las crisis que aquejaron a toda la comunidad (Jl 1,4-20; en Am 4,6-12, es el SEÑOR el que se queja de la falta de conversión).

La convocatoria al culto en Sion en Jl 2,15-17 no contradice la orden anterior dada a los sacerdotes en Jl 1,13-14, y no significaría necesariamente que un primer intento de culto hubiera fracasado por falta de obediencia. La misión teofánica, atribuida al “Día del Señor”, supera en beneficios a los males causados ​​por el hambre, pues los planes del Señor son grandes e inauditos (Jl 3,1-5).

Esta misión, en efecto, corresponde a dos objetivos entrelazados con los llamados del Señor y del profeta que tiene un nombre doblemente teofórico (yô + ‘el): a) mostrar lo que de hecho depende de la comunidad: la solución de la penuria debe involucrar a la intimidad del pueblo elegido, impulsándolo a la acción; b) mostrar lo que no depende de la comunidad: la generosidad del Señor, el don del Espíritu y la justicia que hace con su tierra y sus habitantes, revirtiendo la situación de hambre y trayendo de vuelta a Jerusalén a sus hijos esparcidos por todo las naciones

El contenido de la súplica sacerdotal (Jl 2,17) no era: ten piedad de tu pueblo que está sin comida y sin agua (Jl 1,4-20); pero entronca con el lamento del Señor, que resume los males y necesidades del pueblo en la tierra escogida. La respuesta del Señor revela que Él está lleno de celo por Su tierra (Jl 1,6-7), tiene compasión de su pueblo (Jl 2,18) y no quiere que sufran oprobio entre naciones opresoras (Jl 2,19.26 – 27).

Detrás de este doble movimiento está el lugar de reunión, el templo de Sion, el monte santo del mismo nombre del Sinaí, donde el pueblo recibió la Ley como un don. Sion, asolada por el hambre (Jl 1,9, 13, 16), es el lugar prodigioso al que el profeta Joel, como Moisés en el pasado, dirige el corazón del pueblo. El profeta estaba seguro de que en Sion se renovarían los signos teofánicos del Sinaí y los rasgos utilizados para describir la venida del “Día del Señor” confirman su certeza (Jl 2,1-11; 3,4; 4,15).

En Sion, donde se encuentra el santo templo, el pueblo experimentará la presencia y la acción del Señor, cambiando de suerte (Jl 2,12). El Señor, que toma las decisiones desde Sion, recuerda también la promesa que hizo a Abraham (Gn 22,1-14), ratificada en la decisión de liberar al pueblo de Egipto por medio de Moisés (Ex 3,7-12) y que fue defendida a lo largo de la historia, cuando fue amenazada por enemigos externos e internos (Sal 145). Desde su santo monte el Señor se muestra continuamente compasivo y providente (Gn 22,8.14).

Así como la vocación de Moisés en el Sinaí fue una respuesta del Señor al clamor del pueblo oprimido de Egipto, confirmando la elección y las promesas hechas en Abraham (Gn 12,1-3), así en Joel no hay duda de que el Señor, con el anuncio y la llegada de su “día” en Sion (Jl 2,1-11), ya estaba dispuesto a intervenir en la desastrosa situación como justo juez y lo hace actuando concretamente frente a todos los males que su pueblo está sufriendo.

En la base del anuncio joeliano está la certeza del amor-compasión del Señor (Ex 34,6; Sal 103) y la fuerza de las bendiciones prometidas (Dt 28,1-14). Por eso, Jl 2,1-11.12-17 expresa el estatus particular que tiene el pueblo elegido para implorar, mediante la acción sacerdotal, la benevolencia del Señor frente a los males que ponen en peligro su existencia en su tierra elegida (Jl 1, 4 -20), en cuanto se trata de las promesas patriarcales, reafirmadas a Moisés, a los libertos de Egipto y a Josué.

El pueblo sufriente y abatido es, pues, el destinatario directo del anuncio de Joel del “Día del Señor”. Son estas personas las que están interesadas en escuchar la respuesta divina a su súplica, indicando que el tiempo de la carestía terminará y que la bendición traerá no sólo los frutos y dones necesarios (Jl 2,18-27), sino que devolverá lo que de mejor el mismo Señor puede y quiere recibir en su templo como ofrenda: el retorno, como verdadero rescate, de los hijos e hijas traficados y humillados por el león enemigo y opresor (Jl 1,6-7; 4, 2.6-7).

La preocupación por el sarcasmo de las naciones en la súplica de los sacerdotes muestra que no sólo estaba en juego la subsistencia del pueblo, sino la gloria y el poder del Señor ante las naciones enemigas (Joel 2,6.17). Por esta preocupación se entiende por qué el “Día del Señor” golpea con fuerza a las naciones que el Señor decidió convocar al juicio. Sobre ellos pesan varios crímenes que claman por su justicia (Jl 4,21; Sl 72,13-14; Ab 10,14). Así, en lugar de decir “¿dónde está vuestro Dios?” (Jl 2,17), las naciones reconocerán la presencia, la acción portentosa y favorable del Señor entre su pueblo (Jl 2,27).

La convocatoria de los pueblos y naciones opresores para un ajuste de cuentas se efectuará mediante un juicio realizado en un contexto bélico (Jl 4,9-13). La gloria del pueblo elegido se renovará al estar bajo la poderosa protección del Señor. Esto confirma lo que había decidido cuando prometió que la vergüenza de su pueblo sería eliminada para siempre (Jl 2,19, 26-27), ya que el enemigo, en forma de prolepsis, aparece de antemano destruido entre los dos mares, donde se sentirá el olor de su muerte (Jl 2,20).

Por lo tanto, para las naciones involucradas y destinadas al juicio, la profecía de Joel no sugiere que ellas pudieran o hayan tomado alguna precaución para salir ilesas de ese “día”. A ellas les toca castigar sus delitos y al pueblo elegido le toca saber y constatar que el Señor, cambiando la suerte de Judá-Jerusalén, preparaba el restablecimiento de su gloria en Sion.

Entonces, el evento liberador vinculado al “Día del Señor” adquiere un objetivo didáctico. El contenido a transmitir a las generaciones futuras se identifica no con las catástrofes, sino con la renovación de los gestos salvíficos operados por el Señor (Jl 1,2-3; Ex 10,1-2). Es una acción pedagógica. Por eso, reducir tal contenido únicamente a las crisis sufridas no es coherente con el carácter unitario de la profecía de Joel y con la lógica de la intención reparadora y restauradora del “Día del Señor” dirigida también a los enemigos (Jl 2,19.26). La formación de la conciencia individual y colectiva para ser transmitida en Judá-Jerusalén de generación en generación lo confirma (Jl 4,20).

Conclusión

La gran acción-reacción de la profecía recayó en el protagonismo del Señor. De la pobreza y la apatía del pueblo a la súplica sacerdotal hay un salto cualitativo que se manifiesta en la decisión y en la posición divina que tendrá lugar de Jl 2,19 a 4,21. La reversión de la situación de penuria, a través de la petición de misericordia (Jl 2,15-17), superó con creces cualquier expectativa, porque el Señor, benigno y clemente, nunca se deja vencer en la generosidad hacia los que escuchan su voz, sus llamados y obedecerle (Jl 3,1-2; 4,16-18).

Si Joel 2,11 dejaba abierta una pregunta importante sobre el “Día del Señor”, “¿y quién podrá soportarlo?”, la respuesta que propone el libro se desarrolla a partir de Joel 2,12.

Si el anuncio del “Día del Señor” es la ocasión que el mismo Señor ha establecido para que su justicia se haga sentir en la acción del “pueblo numeroso y poderoso” (Jl 2,2), del mismo modo lo será el Señor para determinar el destino final de su pueblo.

En la acción obediente de este pueblo, se aboga a favor de los propósitos del Señor, que apuntan en una sola dirección: el fin de la vergüenza de su pueblo (Jl 2,19.26-27). Aquellos a quienes el Señor salvará soportarán, por la confianza depositada en él, la llegada de este día implacable sobre el enemigo.

En la acción del Señor, entonces, uno se da cuenta que el foco central es la restauración de la suerte de Judá-Jerusalén. Esto tiene una certeza: “el Señor, desde Sion,  hace oír su voz y los cielos y la tierra temblarán, pero el Señor es refugio para su pueblo y fortaleza para los hijos de Israel” (Jl 4,16; cf. Jl 3.5). Esto certifica y prueba que el ataque en Jl 2,1-11 no podía tener como objetivo central una Jerusalén ya castigada por tantas catástrofes y que, en el fondo, necesitaba con urgencia la acción de su rescatador, el único capaz de ocasionar su salvación. .

Por tanto, la lógica del “Día del Señor”, en la profecía de Joel, se fundamenta en su unidad del libro como tema y como mensaje de esperanza salvífica y restauradora en el Señor que reside, actúa y salva a sus elegidos de Sion , donde se levanta Jerusalén con su templo. Una situación catastrófica que logra una solución a tan gran escala y termina con una promesa abierta (Jl 4,21), induce a la certeza de que nada de malo o terrible puede sucederle al pueblo elegido. Esta es la idea básica que es favorablemente desarrollada o criticada por los profetas que utilizan la expresión “Día del Señor” y que vienen después de Joel según orden canónico en el corpus de los Doce Profetas.

Leonardo Agostini Fernandes (PUC-Rio). Texto original en portugués. Enviado: 14/7/2022. Aprobado: 20/09/2022. Publicado: 28/12/2022.

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