Sumario
Introducción
1 Mesianismo: semántica y modalidades
2 El mesianismo preexílico: punto de partida de una larga tradición
3 El mesianismo postexílico: una tradición en continuo desarrollo
Referencias
Introducción
Entre los temas complejos de los estudios bíblicos está el mesianismo. Mucho se ha escrito y se seguirá escribiendo al respecto. En el fondo del problema está la imposibilidad de rescatar el pasado de Israel y recuperar su historia, en el sentido moderno, para obtener pruebas fehacientes. Los textos bíblicos, en su conjunto, son de carácter narrativo-teológico. Están enraizados en contextos histórico-geográficos muy precisos, y responden a las múltiples crisis de fe del pueblo de Israel, para las que pretenden ofrecer una clave de comprensión. La teología narrativa, de la que se revisten, se preocupa por el presente y remite al pasado en la medida estricta en que puede vincularse al momento de los narradores, con miras a desvelar un futuro. Por tanto, sería erróneo el intento de reconstruir la historia de Israel, con textos cuya única intención fuera narrar la historia de YHWH con su pueblo. Lo mismo ocurre cuando se trata del mesianismo.
La complejidad se agrava aún más cuando se sabe que muchos estudiosos se dejan atrapar por sus opciones religiosas e ideológicas, defendidas a fuego y hierro. Pasando por alto una lectura honesta del texto bíblico, con los métodos adecuados, cultivan posturas intolerantes y belicosas, cuando se esperaba que buscaran el consenso, en la pluralidad de enfoques, para trabajar la misma tradición escriturístico-teológica.
Nuestro objetivo es mostrar cómo las narraciones histórico-bíblicas, especialmente la Historiografía Deuteronomista, describen el nacimiento del mesianismo davídico, que se fue gestando en la tradición histórica y profética de Israel, así como, en los salmos, hasta el punto de, en el posexilio, ya no se espera un rey personal, sino un David escatológico y, más difusamente, un tiempo mesiánico.
El mesianismo se desplegó de diversas maneras, “pero al mismo tiempo conservó algunos rasgos característicos comunes” (SOUSA, 2009, p. 10). Entre ellos: los mesías se presentan como libertadores, enviados por YHWH, con una misión al pueblo; una de sus principales tareas es restaurar el Reino de David, dentro de sus límites geográficos y con la grandeza de los tiempos antiguos; reedificarán el Templo de Jerusalén; restablecerán la unidad de las tribus dispersadas por el exilio babilónico y, finalmente, harán que la Torá recupere su centralidad en la vida del pueblo porque es la voluntad de YHWH (SILVA; SILVA, 2017, p. 252). ¡Cada mesías dice ser “el” Mesías!
El mesianismo bíblico adquirió dos connotaciones distintas. Antes del exilio, se refiere al rey reinante o, en el caso de un rey impío, al esperado rey justo. Cuando Jeremías denuncia la impiedad del rey Joaquín (609-597 aC), en su horizonte está el deseo de que le suceda un rey justo (Jr 22,13-19). Después del exilio babilónico, ante la imposibilidad de restaurar la dinastía davídica, dificultada por los gobernantes persas, las esperanzas mesiánicas serán cada vez más postergadas, hasta asumir dimensiones escatológicas. Así, debe entenderse que “las semillas del mesianismo estaban presentes en el pensamiento israelita desde tiempos mucho más primitivos, aunque no brotaron y florecieron antes del período posexílico” (BARTON, 2005, p. 387).
Nuestro camino se detendrá en los albores del posexilio, cuando los retornados de Babilonia hagan un discreto intento de confiar el liderazgo de los judaítas, en el proceso de reconstrucción de las instituciones de Israel, a un davídida nacido entre los exiliados. Ha corrido mucha agua bajo el puente a lo largo de la historia, dando lugar a un abanico enorme de tradiciones mesiánicas, tanto en Qumran, en el judaísmo rabínico, en la diáspora alejandrina, como en el ámbito de lo que convencionalmente se denomina Nuevo Testamento, con la figura de Jesús de Nazaret transformado por sus discípulos en el Mesías: Jesucristo (FABRY; SCHOLTISSEK, 2008).
Los ideales mesiánicos, de los más diversos tipos, desbordan el mundo de la tradición bíblica y están tácitamente presentes en las esperanzas cultivadas por los seres humanos. Aquí y allá aparecen personalidades, principalmente políticas y religiosas, en las que se depositan expectativas mesiánicas, como sucedió, en el pasado, con el mesías esperado, tanto antes como después del exilio. Se recomienda una lectura discernida de los textos bíblico-mesiánicos a la hora de evaluar a los candidatos a mesías de todos los tiempos, con aspiraciones de salvadores, como enviados de la divinidad para iniciar un tiempo nuevo, como si de una era escatológica se tratara. Los tiempos de crisis son propicios para el surgimiento de mesías, en el contexto de los anhelos de salvación presentes en los corazones humanos, encarnados en luchas sociopolíticas por la liberación, con motivaciones religiosas o no religiosas, a veces de carácter nacionalista. En este sentido, se puede hablar de un mesianismo ateo, a veces no menos militante que los mesianismos religiosos.
El trasfondo de los mesianismos se presenta como una utopía, nunca completamente realizada, ya que siempre se abren nuevos horizontes a medida que se avanza. Sería razonable decir que ningún ser humano o comunidad sería capaz de vivir dignamente si dejara de cultivar ideales mesiánicos. ¡La experiencia bíblico-cristiana constituye un excelente paradigma!
1 Mesianismo: semántica y modalidades
La palabra mesianismo, que no aparece en el texto bíblico, se refiere a la raíz verbal hebrea mashah, con el significado de ungir. En el ámbito de la Biblia, apunta a quién fue elegido por Dios – hamashiah – para asumir tareas muy concretas y especiales, en línea con la práctica de las monarquías en el Cercano Oriente Antiguo, adaptadas al yahvismo israelita. “Aun siendo deudor de religiones anteriores, como la egipcia, la babilónica y el zoroastrismo, el mesianismo, en el antiguo Israel, adquirió contornos únicos y definidos” (SILVA; SILVA, 2017, p. 250).
El mesianismo no está tan presente en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento.
En el Antiguo Testamento, hay treinta y nueve usos de la palabra mashiah. La mayoría de las veces designan al rey. No debe sorprender que se encuentren esencialmente en el libro de Samuel (quince apariciones), donde la unción dispensada por el profeta sucesivamente a Saúl, luego a David, tiene su importancia porque se trata de la consagración de los primeros reyes. Para el Segundo Isaías (45,12), el “ungido” es un gobernante extranjero, el conquistador persa Ciro, que permite que los exiliados de Judá regresen a Jerusalén. (HADAS-LEBEL, 2006, p. 53)
El rey, de manera muy particular, recibe la unción como forma de consagración a su tarea. “La unción es un rito religioso. Va acompañada de una venida del Espíritu. Diríamos que confiere la gracia”, por eso “el rey, persona consagrada, participa así de la santidad de Dios. Es inviolable” (DE VAUX, 1982, p. 161). Se puede decir que todo rey, por ser ungido, cuando asciende al trono, se convierte en mesías, considerando la etimología de la palabra. ¡Todos los que reciben la unción están revestidos de identidad mesiánica! Sin embargo, la unción de reyes, en el contexto bíblico, tiene especial relevancia. Se habla de la unción de Saúl (1S 10,1; 24,7), David (1S 16,12-13), Salomón (1R 1,34-40), Hazael (1R 19,15), Jehú (1R 19,16; 2Rs 9,6), Joás (2R11,12) y Joacaz (2R 23,30) (FABRY; SCHOLTISSEK, 2008, p. 23).
Cuando desaparece la monarquía en Israel, los sumos sacerdotes reciben la unción; después, todos los sacerdotes (DE LA POTTERIE, 1977, col. 1049). En cuanto a los profetas, solo se habla de Elías que recibió el mandato divino de ungir a Eliseo como su sucesor (1 Rs 19,16). Eclo 48,8 recuerda este hecho, al exaltar al profeta Elías: “ungiste reyes vengadores y profetas para sucederte”. Por su parte, Is 61,1 –“YHWH me ungió”– alude a la unción del profeta anónimo en el exilio, al inicio de su ministerio. Sin embargo, se trata de una unción de carácter simbólico-espiritual, no precisamente física. “El Mesías aparece en la mayoría de los casos como un rey, generalmente de ascendencia davídica, con influencia en el ámbito político y religioso (indisolublemente unidos)”; en el Antiguo Testamento la palabra nunca se usa “como título para referirse a ‘un rey salvador de los últimos tiempos’” (SICRE, 1995, p. 17,18).
El rito de la unción de los nuevos reyes indica el poder que YHWH les otorga con vistas a una misión (1S 10,1-10; 16,13). También puede entenderse como una forma de adopción –“Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy” (Sal 2,7)–, que los inviste de especial grandeza e inviolabilidad (1Cr 16,22; 2Cr 6,42; Sal 105[104], 15), hasta el punto de que podrían ser considerados la presencia de Dios o, al menos, su lugarteniente entre el pueblo.
El significado específico de la palabra mesianismo apunta a la espera de la llegada del Mesías (en griego, christós; en español, ungido) que, investido de autoridad divina, se presenta como portador de la salvación histórica para el pueblo, en tiempos difíciles de la opresión Por lo tanto, tiene connotaciones positivas de esperanza al develar un tiempo propicio, en el cual terminarán el dolor, el sufrimiento y todo tipo de violencia, por medio de la intervención divina a través del ungido de YHWH. “En el estricto sentido judío, el mesianismo es la expectativa de un descendiente del rey David (un davídida) para el fin de los tiempos” (FABRY; SCHOLTISSEK, 2008, p. 13).
En el Antiguo Testamento, la palabra mesías aparece principalmente en 1 y 2S (15 veces), refiriéndose a la unción de los primeros reyes de Israel, Saúl y David. Is 45,1 lo aplica a Ciro, el conquistador persa que permitiría a los israelitas exiliados volver a Jerusalén. Lv 4,3.5.16; 6,15 se refiere al sumo sacerdote como mesías. En Hab 3,13 y Sal 28,8 se trata del pueblo de Israel. Las alusiones al mesías davídico, en Sal 2,2; 18[17],51; 20[19],7; 105[104],15, apuntan a la esperanza puesta en un rey humano, sin connotación escatológica. En ningún momento se piensa en una figura que abriría una era de salvación, como ocurrirá en las expectativas mesiánicas forjadas a lo largo de la historia del judaísmo. Aunque haciendo uso de mediaciones humanas, en última instancia, YHWH se presenta como el autor de la salvación en beneficio de su pueblo. Si algo sucedió o sucederá, se le debe atribuir la autoría. YHWH se presenta como el realizador de la salvación-liberación, no el mesías, aunque éste sea el anunciador de la obra divina.
En sentido abierto, el mesianismo se relaciona con la escatología, la consumación de los tiempos, donde la figura del Mesías asume un lugar secundario en un “mesianismo sin mesías”, pues apunta a un nuevo tiempo en el camino de la humanidad, más allá de los tormentos del regalo “’Mesianismo’ se convirtió así en un concepto general para muchas representaciones escatológicas y apocalípticas que tenían diferentes orígenes y funciones” (FABRY; SCHOLTISSEK, 2008, p. 18).
En el ámbito de la tradición bíblica, el Mesías asumió tres modalidades: rey, profeta e Hijo del Hombre, cada una subrayando un elemento de su acción y de su identidad. El mesías rey se centra en la dimensión político-social (Is 11,1-9). El mesías profeta tiene una palabra de YHWH, en el sentido de llamar al pueblo a la conversión y disponerlo a obrar según la voluntad divina (Jr 7,1-15). El Hijo del Hombre adquiere una dimensión celestial, al descender del cielo para establecer el plan de Dios en la historia (Dn 7,13-14).
2 El mesianismo preexílico: punto de partida de una larga tradición
En el origen del mesianismo bíblico está la idea del mesías rey, ligado a la casa de David, cuya eternidad estaba garantizada por YWHW: “tu casa y tu realeza permanecerán para siempre delante de ti, y su trono será firme para siempre” (2S 7,16). De hecho, “en el Antiguo Testamento, la ideología real es la principal responsable de la posterior elaboración de la expectativa mesiánica” (FABRY; SCHOLTISSEK, 2008, p. 33). “Si Israel no hubiera tenido reyes, nunca hubiera llegado a formular la idea mesiánica. Aunque hubiera habido reyes, sin la figura de David y la promesa de una dinastía eterna, tampoco habría surgido el mesianismo en Israel” (SICRE, 1995, p. 18).
David fue ungido por Samuel, de acuerdo con el mandato divino: “YHWH le dijo: ‘¡Levántate y úngelo, es él!’ Samuel tomó el cuerno de aceite y lo ungió en presencia de sus hermanos. El espíritu de YHWH descendió sobre David desde aquel día en adelante” (1Sm 16,13). David era todavía un niño, sin ningún peso social. Posteriormente, las tribus de Israel, reunidas en Hebrón, “ungieron a David por rey sobre Israel” (2S 5,5) para confirmar el gesto de Samuel.
Sin embargo, ya podrían haberse dado alusiones a la realeza en Israel en Gn 49,10, incluso sin que aparezca la palabra mesías: “no será quitado el cetro de Judá, ni el bastón de mando de entre sus pies”, y Nm 24,7.17: “Un héroe surge en su descendencia, y gobierna sobre muchos pueblos. Su rey es más grande que Agag, su reinado es exaltado. […] Una estrella procedente de Jacob se convierte en jefe, un cetro se levanta procedente de Israel” (COPPENS, 1967, p. 153-179). En el período de los Jueces, Abimelec fue “proclamado rey junto a la encina de la estela que está en Siquem” (Jc 9,6), en un intento de introducir un nuevo modelo de liderazgo de las tribus. Su hermano Jotam denunció la locura de la opción a través de una fábula (Jc 9,7-15) que describe una asamblea de árboles para elegir quién los conduciría (Jc 9,16-21). ¡Una mala elección tiene graves consecuencias!
Los líderes de las tribus presionaron a Samuel para que les concediera un rey, tal vez insatisfechos con la forma precaria en que se ejercía el liderazgo entre ellos: “ahora, pues, pon sobre nosotros un rey que ejerza justicia entre nosotros, como sucede en todas las naciones” (1S 8,5). La petición y la motivación desagradaron a Samuel (1S 8,6). Por un lado, YHWH era el Rey de Israel; en cambio, Israel no era un pueblo como los demás, sino el pueblo escogido por Dios. Pedir un rey significaba rebelarse contra YHWH y negarse a ser guiado por él. Sin embargo, una orden divina guio a Samuel a atender el pedido del pueblo. YHWH reveló el verdadero significado de lo que estaba sucediendo: “No eres a ti a quien rechazan, sino a mí a quien rechazan, porque ya no quieren que yo reine sobre ellos” (1S 7,7).
YHWH consiente en conceder el deseo del pueblo. Sin embargo, manda a Samuel: “pero solemnemente recuérdales y explícales el derecho del rey (mishpat hamelek) que reinará sobre ellos” (1S 8,9). Así lo hace Samuel, describiendo al rey con colores oscuros (1S 8,11-17) y advirtiendo de la inconveniencia de haberse puesto contra YHWH, el verdadero Rey de Israel. “Aquel día clamaréis contra el rey que habéis elegido, pero YHWH no os responderá en aquel día” (1 S 8,18). Aun así, la gente permaneció inflexible en su intento.
Entonces YHWH ordena a Samuel: “escucha su voz y haz que un rey reine sobre ellos” (1S 8,22). Comienza así una nueva etapa en la vida del pueblo de Israel, con la novedad de tener un rey (melek) a la cabeza, de tal forma que oscurece el liderazgo divino. “A partir de ahora, el rey irá delante de vosotros” (1S 12,2). En otras palabras, un mesías sería el rey de Israel. David se refiere a Saúl como mesías (1S 24,7.11; 26,16); y castiga con la muerte al extranjero amalecita que asestó el golpe de gracia al moribundo Saúl, “ungido de YHWH”, a petición suya (2S 1,14.16). Abisai propone la pena de muerte para Semei, que maldijo a David, el “ungido de YHWH” (2S 16,5-14; 19,22). El título se aplica también a David, con la expresión “ungido del Dios de Jacob” (2 S 23,1).
La unción de Saúl, el primer rey, sucedió por iniciativa de Samuel, guiado por la “palabra de YHWH”, como si el mismo YHWH lo estuviera ungiendo. Sin embargo, el narrador no se refiere a Saúl como rey (melek), por lo tanto, ungido, sino como comandante (nagid) (1S 9,27–10,1). Al llamarlo nagid, en cierto modo, el narrador bíblico da la impresión de no considerarlo un auténtico “mesías”, dignidad reservada a David. En el período premonárquico, los jefes de las tribus, llamados jueces (sofetim), recibían la vocación divina y pasaban a actuar sin el rito de la unción.
David, a su vez, fue ungido por Samuel cuando aún era un niño, porque YHWH se había arrepentido de haber hecho rey a Saúl (1S 15,11) y ya había encontrado “un hombre conforme a su corazón, y lo había puesto por comandante (nagid) de su pueblo” (1 S 13,14). El pequeño David fue llamado con prisa, en un momento en que cuidaba el rebaño de su padre, habiendo sido rechazados sus siete hermanos adultos (1S 16,10). Al llegar, YHWH le dijo a Samuel: “¡Levántate y úngelo, porque él es!” Entonces, “Samuel tomó el cuerno de aceite y lo ungió en presencia de sus hermanos. El espíritu de YHWH descendió sobre David desde aquel día y también después” (1S 16,12-13). Al inicio efectivo de su misión, David, adulto, recibe una segunda unción: “vinieron los hombres de Judá y ungieron allí a David por rey (melek) sobre la casa de Judá” (2S 2,4). También recibe una tercera unción, que lo hace rey sobre todas las tribus de Israel: “Entonces todos los ancianos de Israel vinieron al rey (melek) en Hebrón, y el rey David concluyó un pacto con ellos en Hebrón, en presencia de YHWH, y ungieron a David por rey sobre Israel” (2 S 5,3).
El narrador bíblico considera a David, de hecho, el primer rey de Israel. La triple unción, que no se repite para ningún otro rey, apunta en esa dirección. Por otro lado, la forma en que describe al personaje de Saúl, reduciéndolo en importancia, da la impresión de que, después de todo, era una especie de término medio entre los jueces y el rey David. La profecía de Natán (2S 7,4-17), que anuncia la perpetuidad de la realeza en Israel, en efecto, se refiere a David y a su descendencia, cuando declara: “cuando se cumplan tus días y te acuestes con tus padres, haré que quede tu linaje después de ti, el que habrá salido de tus entrañas, y afirmaré su realeza. (2S 7,12).
La unción de Salomón, realizada en un contexto de intriga palaciega, continúa la serie de unciones de los reyes de Israel. El poder comenzó a escapar de la mano de David, ya “viejo y de avanzada edad” (1 R 1,1). Dos partidos chocan para tomarlo. Por un lado, está Adonías, hijo del rey, quien se jactaba, junto con sus partidarios, diciendo: “¡Yo soy el que reinará (malak)!” (1R 1,5). Por otro lado, el profeta Natán con Betsabé, la madre de Salomón, se articula para desbaratar los planes de Adonías y obtener el trono para Salomón. La artimaña consistía en exigir al decrépito David una supuesta promesa hecha a Betsabé: “Tu hijo Salomón reinará después de mí y él se sentará en mi trono” (1 R 1,19). Sin embargo, no se da información al lector sobre la existencia de tal promesa y su contexto. El rey se deja convencer, ordenando: “como te juré por YHWH, Dios de Israel, que tu hijo Salomón reinaría (malak) después de mí y se sentaría en mi lugar en el trono, así lo haré hoy”. (1 R 1,30). Inmediatamente determina la unción real de Salomón, a cargo del sacerdote Sadoc, acompañado del profeta Natán y del general Benaía: “el sacerdote Sadoc tomó el cuerno del aceite de la Tienda y ungió a Salomón. Sonó la trompeta y todo el pueblo gritó: ¡Viva el rey Salomón!” (1 R 1,39).
Habiendo recibido el reino con un beso, Salomón es extremadamente activo, ya sea eliminando los cabecillas del bando contrario (1R 2,26-46a), de manera que “el reino se consolidó en sus manos” (1R 2,46b), o mostrando signos de astucia política (1R 1,1-2,46), de ser amigo de Dios (1R 3,1-15; 8,14-61; 9,1-9), de tener sentido de la justicia (1R 3,16-28), de ser sabio (1R 5,9-14; 10,1-13), de ser un excelente constructor (1R 5,15–6,14) y de ser un rico comerciante (1R 10, 14 -29).
Sin embargo, un paso en falso lo llevó a su caída. La grandeza de su reino resultó de una extensa política de alianzas, que el texto bíblico indica al referirse a su harén hiperbólico: “tuvo setecientas princesas y trescientas concubinas, y sus mujeres desviaron su corazón” (1 R 11, 3). Construyó templos para las deidades nacionales de sus esposas y concubinas, llegando incluso a adorarlas (1 R 11,5-8). YHWH se irrita por tal desvío de conducta (1R 11,9-10) y decide: “Te quitaré el reino y se lo daré a uno de tus siervos” (1R 11,11).
Comienza entonces el desmoronamiento del Reino de Israel, ya en sus albores, por la infidelidad de su mesías. El narrador bíblico cuenta con detalle una historia que culminó con la deportación del rey Joaquín (597 a.C.) a Babilonia, junto con “todos los dignatarios y todos los notables, diez mil desterrados, y todos los herreros y artesanos, quedando sólo la población más pobre de la tierra” […] “todos los hombres valientes, en número de siete mil, y todos los hombres capaces de tomar las armas”, llevando también “los tesoros del Templo de YHWH y los tesoros del palacio real, además de romper todos los objetos de oro que Salomón, rey de Israel, había hecho para el Templo de YHWH, como YHWH había anunciado” (2 R 24,13-17). Un mesías espurio, Sedequías, fue colocado en el lugar del rey exiliado (2 R 24,17).
A continuación, se produce una segunda deportación (587 a. C.) –“Judá fue desterrado lejos de su tierra” (2R 25,21b)–, tras el saqueo y destrucción del Templo de YHWH (2R 25,13- 17) y el asesinato de los consejeros de la corte (2 R 25,18-21a). En cuanto al rey Sedequías, impuesto por los dominadores, fue apresado y llevado a Rebla, donde estaba el cuartel general de Babilonia, en presencia de Nabucodonosor, quien lo sometió a juicio. “Hicieron decapitar a los hijos de Sedequías en su presencia, luego Nabucodonosor le sacó los ojos, lo esposó y lo llevó a Babilonia” (2 R 25,6).
La narración desde el Libro de Josué hasta el Segundo Libro de los Reyes, conocida como Historiografía Deuteronomista, concluye con una escena intrigante. El rey babilónico Evil-Merodac, cuando ascendió al trono, amnistió a Joaquín, el rey desterrado de Israel, sacándolo de la prisión. “Él le habló con bondad y le dio un trono más alto que el de los otros reyes que estaban con él en Babilonia. Jeconías (Joaquín, 2 R 24, 6.8) dejó su ropa de prisionero y comenzó a comer siempre en la mesa del rey, por el resto de su vida. Su sustento estaba garantizado constantemente por el rey, día tras día, mientras viviera” (2 R 25,29).
Joaquín, en la convicción del pueblo, era el verdadero rey de Israel, el mesías, porque Sedequías carecía de legitimidad. Su supervivencia, en tierras extranjeras, apuntaba a la esperanza de restaurar la realeza davídica, en la línea de la profecía de Natán (2S 7,1-17), donde YHWH declara la eternidad de la casa de David, v. 16: “Tu casa y tu realeza estarán para siempre delante de ti, y su trono será firme para siempre” (Sal 18[17],51).
La esperanza está simbolizada, en la historiografía deuteronomista, con una lámpara (ner) que no debe apagarse. Tal lámpara sería el rey, mesías, de Israel (2S 21,17; 1R 11,36; 1R 15,4; 2R 8,19; cf. 2Cr 21,7; Sal 132[131],17). La supervivencia de Joaquín puede entenderse como la preservación de la pequeña lámpara de Israel, que volvería a brillar en todo su esplendor. con él. […] Tu casa y tu reino permanecerán para siempre en mi presencia; tu trono permanecerá para siempre” (2S 7,14-16; Sal 89[88],29-38) (ALVES, 2015, p. 67-84).
3 El mesianismo postexílico: una tradición en continuo desarrollo
La profecía de Natán está en el origen de la continuidad del mesianismo davídico en el período posterior al exilio. La certeza de que la realeza correspondía al proyecto de YHWH motivó a los israelitas a buscar formas de restaurarla después de la tragedia del exilio babilónico. “Si nunca hubiera existido una monarquía en Israel, y si no hubiera asumido la alta posición ideológica que, con frecuencia, los profetas de hecho criticaron, difícilmente habría arraigado el mesianismo” (BARTON, 2004, p. 389).
Una esperanza amaneció en el horizonte, cuando el rey persa Ciro derrotó a los babilonios, en el 539 aC, y, al año siguiente, publicó el Edicto en el que permitía el regreso de los exiliados (Esd 1,1-11). Este recurso corresponde al modelo persa de dominación que consistía en capturar la benevolencia de los pueblos vasallos, actuando con violencia sólo en caso de insubordinación.
Sin embargo, al regresar a la tierra, a los exiliados no se les dio derecho a restablecer la realeza, con el nombramiento de un rey en el trono de David, vacante desde la deportación de Joaquín. En el relato bíblico, Ciro se reconoce encargado por el mismo YHWH de construir un templo al “Dios de Israel” (Esd 1,3). Por eso, promovió una colecta de fondos para llevar a cabo la obra: “que todos los sobrevivientes, en todas partes, la población de los lugares donde viven, traigan ayuda en plata, oro, bienes, animales y donaciones espontáneas para el Templo de Dios que está en Jerusalén” (Esd 1,4). Nada se dice de quién liderará la obra de reconstrucción, con la posibilidad de ser considerado rey-mesías. Sin embargo, la llama del mesianismo permanece viva como brasas escondidas bajo las cenizas.
El período posterior al exilio abre nuevas perspectivas para el mesianismo en Israel (CARVALHO, 2000, p. 33-37). Los ojos se vuelven hacia Zorobabel, nieto de Joaquín, el rey que murió en cautiverio. 1Cro 3,17-19 enumera, entre los “hijos de Jeconías, el cautivo: Salatiel, su hijo”, padre de Fadaías, padre de Zorobabel. Sin embargo, la tradición más extendida habla de Zorobabel, hijo de Salatiel (Esd 3,2; Ag 1,1; Ne 12,1; Mt 1,12; Lc 3,27). La etimología del nombre, “retoño de Babel”, implica que nació durante el cautiverio en Babilonia. “Fue celebrado como el esperado rey salvífico” (FABRY; SCHOLTISSEK, 2008, p. 45). De hecho, fue un auténtico David, por lo que, “sin duda, los persas, según su costumbre, le hicieron gobernador” (VAN DEN BORN, 1977, col. 1580). Dt 17,14-20, la ley del rey puede entenderse como una pauta de actuación del nuevo David para ocupar el trono, prácticamente vacante desde el destierro de Joaquín. La sumisión a la Ley Mosaica (Dt 17,18-20), para evitar futuros desastres, sería la marca del ethos del nuevo monarca de Israel (Ez 34,23-24; 37,24-25), siempre ¡recordando que YHWH habría de ser el verdadero rey de Israel!
El profeta Ageo se da cuenta de que los ojos de YHWH están sobre él: “En aquel día, declara YHWH de los ejércitos, tomaré a Zorobabel, hijo de Salatiel, mi siervo, oráculo de YHWH, y te pondré como anillo de sellar (hotam). Porque yo os he escogido, dice YHWH Todopoderoso” (Ag 2,23). Tuvo un papel indispensable en la nueva realidad política que estaba por surgir en Israel, ya que contaba con dos cualidades esenciales: era miembro de la dinastía davídica, además de estar acreditado por las autoridades persas. ¡Una verdadera esperanza mesiánica se apodera del pueblo!
El profeta Zacarías aplica a Zorobabel el título de “retoño” (simhah), quien “llevará insignias reales, se sentará en su trono y gobernará. Habrá un sacerdote a su derecha. Entre los dos habrá perfecta paz” (Za 6,13) (RINALDI, 1966). En Za 3,8 ya se le había atribuido el mismo título: “he aquí yo traigo a mi siervo ‘el Renuevo’”, cuyo origen se remonta a Jr 23,5: “he aquí que vendrán días, oráculo y YHWH, en el cual levantaré a David una descendencia justa. Un rey reinará y actuará sabiamente y ejercerá derecho y justicia en la tierra”. Esta afirmación se repite en Jr 33,15 (Is 4,2; 11,1). El rey-mesías hará su entrada triunfal en Jerusalén entre gritos de alegría, “justo y victorioso, humilde, montado en un asno, en un pollino hijo de asna” (Za 9,9; Gn 49,11; Jc 5,10; 10,4; 12,14; 2S 19,27), con la tarea de suplantar la guerra y “anunciar la paz a las naciones”, en su dominio que “irá de mar a mar y del río hasta los confines de la tierra” (Za 9,10); en términos geográficos, el espacio que va desde el mar Mediterráneo hasta el río Éufrates.
El profeta Ageo reconoce a Zorobabel como “gobernador de Judá” (pehah yehudah – Ag 1,1.14; 2,2,21). No puede llamarlo rey (melek), por las circunstancias, a pesar de desempeñar funciones propias de quienes ostentan el poder real. La tarea principal que le encomendó a él, así como a Josué, sumo sacerdote, el oráculo del profeta Ageo, se refería a la reconstrucción del Templo, reducido a ruinas por los babilonios (Ag 1,3-11). La orden divina fue prontamente obedecida, de modo que “vinieron y trabajaron en el templo de YHWH de los ejércitos, su Dios” (Ag 1,14). La preocupación por la reconstrucción del Templo tiene que ver con un deseo de los retornados del exilio, con recomendaciones expresas de la autoridad persa para hacerlo (Esd 1,3-4), y con la presión del sumo sacerdote Josué, compañero de Zorobabel. Sin embargo, se podría sospechar que se trató de una estrategia de Zorobabel para involucrar al pueblo en una tarea común, un gran esfuerzo conjunto, capaz de enfriar los conflictos entre los que regresaron del exilio y quisieron imponerse y los que se quedaron en la tierra, sufriendo las penalidades de vivir entre las ruinas.
Pasó el tiempo y no fue posible restaurar la realeza a la manera davídica. Después de Zorobabel, no hubo nadie que asumiera el liderazgo de Judá como descendiente de David, dando al cargo colorido real. A su vez, el Templo pasó a ocupar el lugar antaño reservado al palacio real. En consecuencia, el sumo sacerdote, así como su familia, despuntaban cada vez más, relegando a un segundo plano la esperanza, próxima, del ascenso de un davídida que se sentase en el trono vacante, desde que el último rey legítimo, Joaquín, fuese llevado por la fuerza a Babilonia, donde murió.
Con el exilio, se interrumpió la línea de los davídidas y, en consecuencia, la unción quedó suspensa. Pero, a pesar de las experiencias negativas con la monarquía, quedó el recuerdo positivo, que se reformó como una buena expectativa del rey, que inicialmente parecía realizarse bajo Zorobabel, siendo luego frustrada y transformada en una expectativa indeterminada de un David redivivo. Al principio, esta expectativa no era mesiánica, ya que no predecía nada más que el sistema hierocrático posexílico sería sucedido por una toma del poder de un davídida. (FABRY; SCHOLTISSEK, 2008, p. 30)
De aquí nacen dos hilos de esperanza. En el aspecto apocalíptico, comenzaba a esperarse el regreso de David. Jr 30,8-9, una glosa, apunta en esta dirección: “Acontecerá aquel día – oráculo de YHWH de los ejércitos -, […] Israel y Judá servirán a Yahveh su Dios y a David su rey (melek), que yo les suscitaré”; así como Ez 34,23-34: “Les suscitaré un pastor que los apacentará, a saber, mi siervo David: él los apacentará, él les servirá de pastor. Y yo, YHWH, seré su Dios y mi siervo David será príncipe (nashi’) entre ellos”; Os 3:5: “después de esto los israelitas volverán y buscarán a YHWH su Dios y a David su rey (melek). Volverán temblando a YHWH y a sus bienes al final de los días.”
Por la vertiente escatológica, se le da al mesías una proyección más allá del tiempo y del espacio, al hablar de la situación dramática de “YHWH y su mesías”, frente a las conspiraciones perpetradas por los pueblos (Sal 2,2). YHWH, sin embargo, se mantiene firme en la protección de su elegido: “¡Fui yo quien consagró a mi rey (melek) en Sion, mi monte santo!” (Sal 2,6), como un hijo (ben): “Publicaré el decreto de YHWH, que me dijo: ‘Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Pide y te daré por herencia las naciones, como posesión tuya los confines de la tierra. Los romperás como un cetro de hierro. Los despedazarás como vaso de alfarero” (Sal 2, 7-9). El Sal 72[71], a su vez, prospectando al futuro rey, pide a YHWH: “da al rey (melek) tu juicio y tu justicia al hijo del rey; que él gobierne a tu pueblo con justicia, y a tus pobres con rectitud […] con justicia, juzgue a los pobres del pueblo, salve a los hijos de los menesterosos y aplaste a sus opresores” (v. 1-3), de modo que se eviten los errores de los reyes de antaño. En alusión a 2S 7,4-17, se pide: “que su nombre permanezca para siempre, y su fama dure bajo el sol” (Sal 72[71], 17). El Sal 110[109] retoma el tema del mesianismo, ahora con una connotación sacerdotal, cuando declara: “tú eres sacerdote (kohen) para siempre según el orden de Melquisedec” (v. 4). Éste, al que se refiere Gn 14,18-20, se presenta como un sacerdote sin genealogía, aunque es “sacerdote del Dios altísimo”, además de “rey de Salem” (¿Jerusalén?) (v. 18). Por tanto, el futuro rey no será del linaje davídico, aunque su entronización es “para siempre” y su base de acción es Jerusalén-Sion: “desde Sion, YHWH extiende tu poderoso cetro (mateh ‘oz) y domina (radah) en medio de tus enemigos” (v. 2). La referencia al rey-sacerdote Melquisedec, en el Salmo, llama la atención sobre las tareas culturales realizadas por los reyes de antaño (2S 6,17; 1R 8,62-63; 12,32-33; 2R 16,12- 13).
En virtud de su posición especial ante Yahweh […] que surge de la naturaleza sagrada de su realeza; […] para el rey, no hay forma de eludir la responsabilidad de la mediación, no hay forma de elegir no ser sacerdote o no ejercer los deberes sacerdotales. (ROOKE, 2005, p. 201.206)
En cierto modo, el mesías davídico será un rey original, que abrirá una nueva era para el Pueblo de Israel. El Sal 110[109],3 subraya la vocación mesiánica del nuevo rey, llamado a esta misión desde el alba de su existencia: “poder (hayil) para ti desde el nacimiento, honores sagrados desde el vientre (meroham), desde la aurora de tu juventud”.
Asimismo, Is 8,23b–9,6 sirve como clave para comprender el mesianismo real que surgiría de las cenizas del exilio babilónico (VITÓRIO, 2015, p. 27-34). Las expectativas recaen sobre un recién nacido, que es el encargado de continuar la dinastía davídica: “nos nació un niño (yeled), se nos dio un hijo (ben). Recibió poder (misrah) sobre sus hombros” (Is 9,4), para reinar “sobre el trono de David y sobre su reino”, para “establecerlo y afirmarlo sobre el derecho y la justicia” (9,6bc). Una serie de títulos le habilitan para cumplir su misión: “consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno y príncipe de la paz” (9,5b). El tema de la eternidad vuelve, en la afirmación: “desde ahora (me’atah) y para siempre (`ad `olam), el amor celoso de YHWH de los ejércitos hará esto” (9,6d). “En un rey humano pone el profeta su esperanza de que gobernará al pueblo de manera admirable, lo acogerá con cariño de padre, lo defenderá con valentía, establecerá un tiempo de paz y bienestar” (SICRE DÍAZ, 2012, pág. 432).
Is 11,1-9 puede leerse en la perspectiva de esta esperanza mesiánica, ante el fracaso de los reyes de Israel, cuya línea sucesoria quedó suspendida con motivo del exilio babilónico. “La esperanza de restauración pudo haber sido formulada durante el exilio o en los últimos años del siglo VI, durante el reinado de Zorobabel” (SICRE DÍAZ, 2012, p. 435). El profeta tiene en mente la metáfora de un árbol cuyo tronco ha sido cortado, de modo que sólo queda un tocón del que crece un pequeño retoño. La declaración “saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará.” (v. 1) vincula el renacimiento de la realeza en Israel con el tronco ancestral davídico, aunque sea una novedad. A continuación, el profeta describe la identidad carismática del rey-mesías (v. 2-3a), su modo de actuar (v. 3b-5), así como el resultado en la forma de una sociedad donde la solidaridad es la seña de identidad de las relaciones interpersonales, en la búsqueda de entendimiento entre partes contrapuestas (v. 6-9a). La acción benéfica del rey-mesías se extenderá más allá de los límites de Israel y de su pueblo, para llegar a toda la tierra: “la tierra será llena del conocimiento de YHWH, como las aguas llenan el mar” (v. 9b). “En ninguno de estos textos se usa el término Mesías, pero las referencias a la casa de David y su papel de liderazgo constituyen siempre la piedra angular sobre la que se construye la esperanza” (CARVALHO, 2000, p. 33).
La profecía de Isaías también se refiere al mesianismo davídico: “sobre la misericordia se asentará el trono, y sobre él, en la tienda de David, se sentará un juez fiel (sofet), que buscará el derecho y velará por la justicia” (Is. 16,5). Como puede verse, el juez ejercerá las funciones de un rey, “cuando haya cesado la opresión, haya cesado la devastación y hayan desaparecido los que pisotean la tierra” (Is 16,4b). Is 32,1-5, al declarar que “un rey reinará según la justicia”, puede leerse en una perspectiva mesiánica (BARTON, 2005, p. 389). Is 55,3b alude a la perpetuidad de la dinastía davídica, según las promesas de 2S 7,4-17, la única referencia en el Deutero-Isaías que nunca se refiere a la restauración de la monarquía: “voy a firmar con vosotros una alianza eterna (berit olam), asegurándoos las gracias prometidas a David.”
Además de las profecías de Isaías, la profecía de Miqueas también habla de un recién nacido destinado a ejercer funciones reales (Mi 5,1-4a). Originario de Belén-Efrata, como el rey David, tendrá la función de gobernar (masal) Israel (v.1). Vale la pena señalar que no tendrá raíces en el davidismo de Jerusalén, ya que vendrá del interior, de “los más pequeños entre las familias de Judá”. Por otro lado, no será conocido como rey (melek) sino como gobernante (mosel). Así, al tiempo que afirma la continuidad con la dinastía davídica, “sus orígenes se remontan a los tiempos antiguos, desde días inmemoriales” (v. 5b), refiriéndose “al momento histórico de David, ya distante hace varios siglos” (SICRE DÍAZ, 2012, p. 437), se establece una ruptura para subrayar la novedad de un nuevo comienzo, ya que se asemeja a un pastor que cuida de su rebaño: “se levantará y apacentará el rebaño” (v. 3a). ¡Será un rey pastor! Como siempre ha sucedido, en todo, en la historia del Pueblo de Israel, el gran artífice del vuelco histórico será su Dios, pues todo sucederá “por la fuerza (`oz) de YHWH, por la gloria (ga` on) del nombre de su Dios” (v. 3, b). La profecía de Miqueas, por tanto, “anuncia la venida de un verdadero líder y pastor, idéntico al David idealizado y deformado por la tradición, transformado en una figura casi mítica, muy alejada de la realidad histórica” (SICRE DÍAZ, 2012, p. 437).
La profecía de Jeremías incluye oráculos que aluden a una restauración eterna de la realeza en Israel, en la línea de David. Jr 33,14-16 declara:
he aquí vienen días, dice YHWH, en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días, en aquel tiempo, haré germinar una semilla de justicia para David, el cual ejercerá el derecho y la justicia en la tierra. En aquellos días Judá será salvo y Jerusalén habitará segura. Y este es el nombre con que la llamarán “YHWH nuestra Justicia”.
Sigue una palabra basada en la profecía de Natán (2S 7,4-17): “Porque así dice YHWH: A David no le faltará descendencia que se siente en el trono de la casa de Israel”. Jr 17,25 prevé que “por las puertas de esta ciudad entrarán reyes y príncipes, que se sentarán en el trono de David”. O también Jr 33,22: “Como el ejército del cielo que no se puede contar, como la arena del mar que no se puede contar, así multiplicaré la descendencia de David mi siervo”. Aunque no es posible precisar cuándo y quién, la reconstrucción de la dinastía davídica se vuelve incuestionable.
En la misma dirección sigue el profeta Ezequiel cuando, en perspectiva de la reunificación de los reinos de Israel y Judá, anuncia que “habrá un rey para ambos” (Ez 37,22). Además, “mi siervo David será rey sobre ellos, y habrá un solo pastor para todos ellos” (Ez 33,24), como se dijo antes, “les suscitaré un pastor que los apacentará, a saber, mi siervo David, quien los apacentará y será su pastor. Yo, YHWH, seré su Dios y mi siervo David será príncipe entre ellos” (Ez 34,23-24). La imagen del pastor servirá para entender la relación del rey con el pueblo, como YHWH cuidó con amor a Israel, golpeado por el destierro y disperso entre los pueblos (Is 40,11; Jr 31,10; Ez 34,1-31). Imagen similar se encuentra en Jr 23,1-4; 31,10; 37,24, así como en Sal 23[22]. Esta metáfora mesiánica será retomada por el evangelista Juan, cuando habla de Jesús como pastor (Jn 10,1-21) que, clavado en la cruz, fue declarado “rey de los judíos” (Jn 18,33).
Conclusión
Estos y otros textos de la tradición bíblica de Israel, aludiendo a un rey-mesías y su acción en total fidelidad a YHWH, cuando el trono de David estaba vacante, comenzaron a no tener como objetivo a una persona concreta e inmediata.
Gradualmente, la crítica tejida -principalmente por los profetas- hacia los reyes resultó en la expectativa de una figura idealizada de un rey venidero. La concreción de las concepciones iniciales de la monarquía se vuelve entonces cada vez más utópica e investida de características sobrenaturales y sobrehumanas. (SOUZA, 2009, p. 10)
Al principio, la referencia era el rey efectivamente en ejercicio; ya en el posexilio, el foco empezó a estar puesto en un futuro monarca de tiempos cada vez más lejanos, hasta el final de los tiempos. Con el paso del tiempo, se perfilaron los aspectos apocalípticos y escatológicos, desde la posibilidad de hacer efectivamente subir al trono de Jerusalén a un auténtico descendiente de David. Así, el mesianismo histórico anterior al exilio se convirtió gradualmente en mesianismo escatológico en el posexilio. Cuando se habla de mesianismo, en general, se piensa en un mesianismo escatológico que llega a convertirse en tiempos mesiánicos, en los que la figura-persona del mesías pasa a ser secundaria. En este sentido específico, “el término masiah/christós se utilizó por primera vez como designación del ‘Mesías’ en los Salmos de Salomón y en el Nuevo Testamento” (FABRY; SCHOLTISSEK, 2008, p. 25).
La idea del Mesías […] presupone que llegará un día en que Dios encontrará formas de intervenir para instituir sus preceptos, y lo hará a través de un agente humano y, por tanto, potencialmente político. El Mesías es un ser humano en medio de otros: esto se subraya incluso en el tipo de judaísmo más proclive a creer en la intervención personal de Dios. (BARTON, 2005, p. 390)
Seguidamente, ante la imposibilidad de restaurar la realeza en Israel, el sumo sacerdote y las familias sacerdotales, desde Jerusalén y el Templo, asumen el protagonismo en la dirección del pueblo de Israel, incluidos los que vivían en la diáspora.
Aunque a veces se pueda suponer la forma más antigua en la unción sacerdotal, sus registros deben, casi sin excepción, fecharse tardíamente, de modo que la unción del sacerdote probablemente se desarrolló a partir de la unción del rey solo en el tiempo exílico/posexílico, para legitimar teológicamente el sistema teocrático posexílico. (FABRY; SCHOLTISSEK, 2008, p. 30)
De ahí surgirá un mesianismo sacerdotal, paralelo al mesianismo real davídico que pervive hasta nuestros días (ROOKE, 2005, p. 195-216). De hecho, Za 4,14, en el contexto de una visión, hace una importante identificación: “estos son los dos ungidos (literalmente, hijos del aceite) que están de pie delante del Señor de toda la tierra”. Es el sumo sacerdote Josué y el gobernador davídico Zorobabel, colocados en pie de igualdad. Sin embargo, el mesianismo sacerdotal careció de impulso dentro del judaísmo posterior, aunque una teocracia haya asumido el lugar de la monarquía. Y se impondrá el mesianismo real, en los siguientes términos, aunque no sea el único:
El Mesías es el rey ideal de los tiempos escatológicos, el soberano de los últimos tiempos, es decir, el último de los soberanos de origen davídico, por cuya intermediación se realizarán las predicciones proféticas, universalizadas y espiritualizadas. Inaugurará, pues, una nueva era en la historia de la salvación, que será al mismo tiempo la era definitiva, la era de la salvación y de las promesas salvíficas cumplidas. (COPPENS, 1967, p. 153)
Las expectativas mesiánicas, en torno a Jesús de Nazaret, se articulaban desde este escenario, haciéndose eco de una amplia tradición que comenzaba a enfatizar “los aspectos éticos, religiosos, espirituales de la figura del Mesías y su reino”, en corrientes que mencionaban al “Siervo de YHWH”, el “Hijo del Hombre” e incluso el “Ángel de YHWH” (COPPENS, 1968, p. 126), además de “algún profeta” (1Mc 4,46), “un profeta fiel” (1Mc 14 ,41), “el profeta Elías” (Mal 3,23), “el Elegido” (1Enoc 48,3-6), “el Hijo de David” (Salmos de Salomón XVII,21), “el Ungido” (Salmos de Salomón XVII,32; XVIII,5.7).
A partir de ese momento se empieza a soñar con un auténtico descendiente de David, justo y bondadoso, como el admirable consejero de Is 11, humilde como el rey montado en el burro de Zacarías 9. Como no se tiene en vista ningún descendiente de David, se sigue diciendo que está, con certeza, oculto. (HADAS-LEBEL, 2006, p. 59)
Desde el siglo I hasta nuestros días, los ideales mesiánicos han tomado las más diversas formas y colores, según los momentos históricos y las circunstancias particulares de cada comunidad de fe. Hay dos vertientes principales asumidas por el mesianismo a lo largo del tiempo: la vertiente política, que se inspira en el rey David; y el aspecto apocalíptico centrado en la figura del Hijo del Hombre. “La primera satisfaría más las expectativas de las clases dominantes, el segundo más a las clases pobres” (SILVA; SILVA, 2017, p. 263).
Por otra parte, se multiplican las personas que se dan aires de mesías y se proponen realizar obras dignas que se esperan de un mesías. ¡Se recomienda prudencia y discernimiento a la hora de evaluar la presencia de expectativas mesiánicas en la historia (Mt 24,23-24; Hch 5,34-39)!
Jaldemir Vitório, SJ. Faculdade Jesuíta de Filosofia e Teologia (FAJE). Texto original portugués. Enviado: 31/05/2022; Aprobado: 30/10/2022; Publicado: 30.12/2022.
Referencias
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