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Lecturas y Hermenéutica

Índice

1 Una Biblia, muchas lecturas

2 Sentido literal, alegórico, espiritual, moral, pleno

3 Exégesis y hermenéutica

4 Lectura, abordaje, método: el problema de la nomenclatura

5 Exégesis y texto original

6 Lecturas sincrónicas

6.1 Análisis de la estructura literaria

6.2 Análisis de la narrativa

6.3 Análisis retórico

6.4 Análisis linguísticos

7 Lecturas diacrónicas

7.1 Literarkritik

7.2 Análisis de los géneros literarios

7.3 Análisis de la tradición

7.3 Análisis de la redacción

8 Lectura fundamentalista

9 Nuevos abordajes

9.1 Lectura socio-antropológica y política

9.2 Lectura feminista

10 Referencias bibliográficas

1 Una Biblia, muchas lecturas

El libro que llamamos “Biblia” o “Sagrada Escritura” está abierto a muchas interpretaciones, no solamente las espirituales, religiosas y teológicas, sino también otras más laicas y “profanas”. Así que deja la mano del autor, el texto adquiere vida propia y significados que ya no dependen de quien lo escribió. Con la Biblia no es diferente: hay muchos modos de leer la Escritura, muchos sentidos para el mismo texto, muchas interpretaciones para el mismo versículo.

Lo que da riqueza y pobreza a una lectura de la Bíblia no es el texto en sí mismo, sino la capacidad (o falta de ella) de encontrar las diversas posibilidades de interpretarlo, desde los significados más aparentes e inmediatos, hasta los significados más profundos e subentendidos.

Un largo abanico de interpretaciones – algunas vezes en conflicto, aunque no siempre – se abre para el lector que no se contenta con apenas una lectura, pero que acepta la máxima rabínica: “la Escritura tiene setenta faces”, esto es, tiene muchos modos diferentes de leer la Palabra de Dios y, por tanto, no hay “un” significado del texto, y sí “diferentes” significados del texto.

Esta multiforme interpretación de la Biblia deriva de varios factores: del propio texto (la lengua y el estilo del autor), del lector (sus intereses personales, sus conocimientos sobre el universo bíblico), de las etapas de la historia de la teología (dogmas, controversias, concilios) y del desenvolvimiento de las ciencias en general (arqueología, historia, sociología).

Es posible leer la Biblia no solo de modo espiritual y pastoral, sino también de modo científico.

Por “modo científico” de leer la Biblia, se comprende no solamente la aplicación de los postulados y de los instrumentos de las varias ciencias modernas (psicoanálisis, medicina, sociología) sobre el texto bíblico, sino un conjunto de metodologías, presupuestos y criterios para hacerse “exegesis”, es decir, para “extraer, llevar para fuera” el significado más profundo. Dicho de otro modo, hacer exégesis es romper la superficialidad de la explicación inmediata y aparente y buscar otros significados, otros sentidos y otras relaciones, a través de pasos metodológicos consistentes y criteriosos.

2 Sentido literal, alegórico, espiritual, moral y pleno

A lo largo de la teología cristiana, el problema hermenéutico conoció diversas respuestas que dependían no solo del desenvolvimiento de la propia teología, sino también del desenvolvimiento del conocimiento científico en general. No obstante, es posible observar una constante: gradualmente se va delineando la necesidad de distinguir entre el sentido literal y el sentido espiritual del texto.

En la Edad Media, se solidificó la subdivisión del sentido espiritual en tres – el alegórico, el espiritual y el moral – que, con el sentido literal, forman los así llamados “cuatro sentidos medievales de la Escritura”. La articulación de estos cuatro sentidos fue así sintetizada:

“La letra enseña los hechos; la alegoría, aquello en que debes creer.

Lo moral, aquello que debes hacer; la anagogía, aquello a lo que debes tender”

El sentido literal (o histórico) expresa los hechos y los acontecimientos.

El sentido alegórico esclarece las verdades de la fe (teológicas, cristológicas, mariológicas) transmitidas por el sentido literal.

El sentido moral (o tropológico) guía a quien cree en la acción, cómo debe actuar en su vida de fe.

El sentido anagógico orienta este mismo fiel hacia los fines últimos, en una espécie de contemplación de la vida eterna.

Estos cuatro sentidos poseen una jerarquía que es fácilmente percibida cuando se lee el Antiguo Testamento. La tradición medieval sigue los pasos de la tradición patrística y considera el sentido literal como el menos importante e, inversamente, supervaloriza el alegórico, una vez que toda la Sagrada Escritura (principalmente el Antiguo Testamento) es interpretada dentro de la clave  cristiana, esto es, toda la Biblia habla de Cristo, de la Iglesia y de sus dogmas.

Como fue afirmado en el inicio de esta sección, el desenvolvimiento de la teología y del conocimiento científico a lo largo de los siglos postuló cuestionamientos a la lectura de la Biblia y obligó a repensar no solamente las definiciones del “sentido literal” y del “sentido espiritual”, sino también los sentidos en sí mismos, una vez que la distinción entre un “sentido literal” y otro “espiritual” abren la posibilidad de afirmar que, solamente después de Jesús, las Escritura hebraicas ganaron un significado espiritual en el que, entre otros problemas, coliden los conceptos de revelación y de inspiración.

Solamente en la primera parte del siglo XX surgió la expresión “sentido pleno” (en latín, sensus plenior), acuñado por A. Fernández, en 1925, para designar un sentido más profundo del literal, deseado por Dios, pero que no estaba suficientemente claro para el autor humano. Para llegar a este “sentido pleno” de un texto bíblico, es necesario estudiarlo a la luz de la revelación ulterior, esto es, con la ayuda de textos bíblicos escritos posteriormente y que citen e interpreten el texto estudiado.

3 Exégesis y hermenéutica

Exégesis y hermenéutica no se confunden, aunque estén íntimamente ligadas. A Grosso modo, normalmente se dice que “hermenéutica” es la ciencia de los principios de interpretación de un texto, en cuanto  que “exégesis” es la aplicación de esos principios para explicar el texto. Sin embargo, esta distinción no es suficiente.

En el uso actual, el término “hermenéutica” designa ampliamente las metodologías de lectura de la Biblia que tienen como objetivo encontrar los significados del texto bíblico y aplicarlos a la realidad del lector. Por eso, se habla de “hermenéutica rabínica”, de “hermenéutica medieval” etc.

A su vez, el término “exégesis” es aplicado a un conjunto de procedimientos y abordajes críticos que tienen como objetivo interpretar el texto en sí mismo: su significado original, su organización linguística y literaria, sus conceptos teológicos, sus motivos literarios, la historia de su formación.

La exégesis es practicada en dos direcciones complementares: la sincronía y la diacronía (cf. inmediatamente a continuación).

También ha de distinguirse entre exégesis y teología bíblica. Se trata de dos ciencias muy ligadas y complementares. No se puede separarlas, porque los problemas de una se vuelven también problemas para la otra. Sin embargo, en cuanto la teología bíblica hace un esfuerzo de síntesis del mensaje bíblico, la exégesis realiza un trabajo analítico. En simples palabras, la teología bíblica busca lo que los textos tienen de semejante, la exégesis busca lo que los textos tienen de diferente.

4 Lectura, abordaje, método: el problema de la nomenclatura

Los manuales y los artículos sobre exégesis utilizan una  nomenclatura variada para definir los diversos pasos y aspectos de la interpretación del texto bíblico: método, lectura, abordaje, análisis. Por ejemplo, lo que un estudioso cualifica como “métodos diacrónicos” otro denomina “lecturas diacrónicas”, en cuanto un tercero habla de “abordajes diacrónicos”!

El uso de éste o del otro término parece tener como razón la preferencia personal de quien escribe más que un fundamento objetivo. Por consiguiente, hasta el momento no se llegó a un consenso sobre qué es lo que distingue un “análisis” de una “lectura” y, en una tentativa de jerarquía  y agrupación, si el “análisis” es un tipo de “lectura” o si la “lectura” es un tipo de “análisis”.

No obstante, algunos sintagmas acabaron  imponiéndose, mucho más por el uso que por su rigor terminológico. Tal es el caso de “método histórico-crítico”, “análisis de la estructura literaria”, “lectura socio-antropológica”, “crítica textual”. En otros casos, sin embargo, hay una completa falta de consenso, al punto de hacer suponer que los términos sean intercambiables: se habla tanto de “análisis” como de “crítica” de los géneros literarios; tanto de “análisis”, como de “abordaje” retórico; tanto de “lectura” como de “análisis” sincrónico.

El término “método” normalmente es usado para designar un conjunto articulado de análisis, abordajes, lecturas y críticas. En las modernas ciencias bíblicas, se consagró el método histórico-crítico, pero mucho antes de éste, el método rabínico (targúmico/deráshico) y el método alegórico alcanzaron un alto grado de complejidad y articulación de criterios.

Aparentemente, el término “análisis” indica el estudio sistemático de un aspecto del texto, siguiendo una serie de criterios: análisis estilístico, análisis semántico, análisis de la estructura/organización del texto. Debido a la complejidad y el examen cuidadoso de los datos que evalúan, algunos análisis se llaman “crítica”: crítica textual, crítica literaria, crítica de los géneros literarios, crítica de la redacción.

A su vez, “Lectura”, es muchas veces usado para designar los modos de interpretación que no son fáciles de clasificar, como “método” o “análisis” o “crítica”. Son tres aquí las posibilidades. En primer lugar, cuando la lectura no sigue rígidos criterios y categorías de interpretación, pero valoriza el diálogo con el texto y, como consecuencia, puede ser practicado más de forma empírica que de forma sistemática. Este es el caso de la “lectura popular”, de la “lectura orante” y de la “lectura pastoral”. En segundo lugar, cuando la lectura aplica al texto bíbilico criterios y procedimientos de otras ciencias. Éste es el caso de la “lectura socio-antropológica” y la “lectura psicoanalista”. Por último, en tercer lugar, cuando la lectura asume un horizonte hermenéutico o un aspecto del mismo. Es el caso de la “lectura feminista” y de la “lectura liberadora”

Sin embargo, la falta de consenso respecto a la nomenclatura no implica afirmar que todos estos modos de interpretar la Biblia tengan la misma validad científica (aunque se deba decir que algunos son más científicos que otros), ni que deban ser deslegitimados y descartados los modos “menos científicos” de leer e interpretar la Sagrada Escritura.

Es necesario, antes que más nada, adaptar el modo con el que se lee el objetivo de la lectura y, por lo tanto, más que de “interpretación correcta”, es necesario hablar de “interpretación adecuada”: existe un modo “adecuado” para leer la Biblia en la oración, que no es el mismo modo adecuado con el que se lee la Biblia cuando se quiere hacer teología y exégesis que, a su vez, puede no ser el modo más adecuado para hacer una buena catequesis basada en los textos bíblicos.

5 Exégesis y texto original

El término “exégesis” viene del verbo griego ex-ágo, que significa: “llevar para afuera, sacar, extraer, hacer salir”. En simples palabras, exégesis es la ciencia de la interpretación que “extrae” el significado que está oculto en el texto. Ella pertenece a las llamadas “ciencias bíblicas”, esto es, un conjunto de abordajes críticos altamente elaborados, corregidos y completados a lo largo de siglos.

La verdadera exégesis se hace sobre el texto “original”. Por consiguiente, no se puede hacer exégesis sin conocer las lenguas bíblicas (hebráico, arameo y griego). De lo contrario, cualquier afirmación acerca del significado de un texto quedará rehén de la imposibilidad natural de ser  traducido con total exactitud a la lengua de llegada lo que palabras y frases significan en la lengua de partida.

Cuando se habla de texto “original”, el adjetivo “original” va entre comillas porque lo que tenemos son copias de copias de copias que, hasta la llegada de la imprenta, fueron reproducidas a mano. La exégesis desenvolvió toda una ciencia llamada crítica textual, para confrontar y evaluar los diferentes manuscritos y, basada en los resultados de este análisis, reconstruir aquella que, muy probablemente, fue la redacción del texto.

Una vez establecido el texto “original”, llega el momento de analizarlo metódicamente. La exégesis toma dos direcciones: la sincronía y la diacronía. En exégesis, estos términos tienen un significado un poco diferente del otorgado por Saussure en su tratado fundante de semiología. En exégesis, la sincronía (del griego syn+chronos) se refiere a la lectura del texto como él es, en su redacción final, que es la que conocemos. De diferente forma, la diacronía (del griego dia+chronos) se preocupa con la evolución del texto hasta que llega a ser lo que es hoy, o sea, cuáles fueron las etapas y los elementos que fueron tomados en cuenta para la redacción final. En la história de la exégesis, el conjunto de los análisis diacrónicos recibió el nombre de “método histórico-crítico”.

Sincronía y diacronía son complementarios, lo que significa que la buena exégesis no se puede  reducir a una u otra. Sin embargo, es preferible hacer primero la lectura sincrónica, pues es más prudente comenzar comprendiendo el texto como él está hoy, y sólo después cuestionar como llegó a ser lo que es.

6 Lecturas sincrónicas

Las principales lecturas sincrónicas son:

6.1 Análisis de la estructura literaria

Por definición, un texto no es solamente una suma de palabras y frases inconexas, ni tampoco una sumatoria de hechos lineales o de ideas encadenadas aleatoriamente. Al contrario, para ser verdaderamente un texto, debe estar articulado por un hilo conductor, que hace que el escrito tenga comienzo, medio y fin.

El análisis de la estructura literaria estudia cómo el texto se organiza, cómo las palabras, frases y parágrafos se articulan para transmitir el contenido y el significado del texto. Para eso, se subdivide el texto en bloques menores, de una frase a varios versículos, conforme las funciones y las relaciones de cada una de esas pequeñas partes con el conjunto.

Luego, el análisis de la estructura literaria coloca en evidencia y analiza esas funciones y relaciones, para determinar la fluidez de los momentos narrados y la concatenación de las enseñanzas transmitidas.

6.2 Análisis de la narrativa

Como el nombre lo dice, se trata de una lectura adecuada para narraciones o relatos. Estudia las relaciones entre los personajes, las acciones, los acontecimientos, la trama, las fuerzas que actúan en el desenvolvimiento de la historia. Sin duda, los relatos bíblicos son muy diferentes de los modernos romances de ficción; pero por el simple hecho de hacer parte del género narrativo, los relatos bíblicos poseen las mismas características de cualquier otro texto en el que son descriptas las acciones de personajes en situaciones (ficticias o no) por medio de una trama bien elaborada con comienzo, medio e fin.

De este modo, a los relatos bíblicos son hechas las mismas preguntas que se le hacen a  cualquier trama narrativa: los personajes y sus papeles, los “motores” de la acción, el tiempo de la historia y el tiempo del discurso, las subdivisiones de la trama, el narrador, el lector, el punto de vista.

6.3 Análisis retórico

Una vez que el propio término “retórica” adquirió diversas acepciones, también en el universo de las ciencias bíblicas el “análisis retórico” tomó más de una dirección, desde la aplicación de los elementos de la retórica griega a los textos neo testamentarios (principalmente los escritos epistolares), hasta la búsqueda de una retórica “semita” en los textos vetero testamentarios (principalmente los escritos proféticos y sapienciales).

El análisis retórico estudia los diferentes tipos de discurso (judiciario, deliberativo, demostrativo), con el fin de identificar los efectos que se quiere producir y cuál es el lenguaje usado para este fin. Es por esto que se aproxima del juicio estético, aunque no se reduce a él, una vez que su objetivo no es la belleza del texto en sí misma, sino cómo este aspecto estético alcanza la faceta  racional y afectiva del lector, a fin de persuadirlo y convencerlo.

6.4 Análisis linguísticos

Estudian el vocabulário, la sintaxis y también las figuras de lenguaje.

El análisis del vocabulario (o lexicográfico) se preocupa con el uso y la significación de las palabras utilizadas en el texto, definiendo los valores y los matices, tanto para la teología como para la exégesis. Esto significa que el análisis lexicográfico no se preocupa solamente con los vocablos que se tornaron densos de significado por su extenso uso en la teología, sino también por los vocablos raros y los usados una única vez (hapaxlegómena) en un libro o, en casos más extremos, en toda la Biblia.

El análisis de la sintaxis tiene como finalidad identificar el modo y los niveles en que el vocabulario es usado y articulado. El valor de las preposiciones, las regencias y los tiempos de los verbos, la alternación de los sujetos, etc. Todo eso tiene vital importancia para la interpretación del texto.

El estudio de las figuras del lenguaje corresponde al análisis estilístico: de qué modo el autor da mayor expresividad, colorido y vivacidad al texto o, al contrario, cómo – propositalmente – lo deja más ambiguo, sombrío y lento. Las figuras del lenguaje pueden ser divididas en tres grupos: las figuras del pensamiento o de la retórica (ligadas al modo de organizar las ideas); las figuras de la construcción o de la sintaxis (ligadas al modo de formular las frases); las figuras de las palabras o del estilo (ligadas al uso de los vocablos y de los conceptos).

7 Lecturas diacrónicas

Las principales lecturas diacrónicas son:

7.1 Literarkritik

Este término alemán provocó mucho desacuerdo sobre cómo traducirlo para las lenguas latinas, ya que  “crítica literaria” no traduce con eficiencia lo que Literarkritik significa en alemán. Por eso, algunos prefirieron utilizar “crítica de las fuentes”. Sea cual fuera la traducción del término preferida por el exégeta, este paso metodológico pregunta si el texto actual no es el resultado de la reelaboración de uno o más textos previos. Cuestionando si el texto estudiado es unitario o compuesto, la Literarkritik intenta identificar estractos redaccionales, fuentes, acrecentamientos e otros elementos utilizados por el autor[1] en la composición del texto que tenemos hoy.

7.2 Análisis de los géneros literarios

Hay cierto disenso entre los exégetas: en cuanto algunos hablan de “géneros literarios”, otros optan por “formas literarias”, y otros aún, en determinados casos, prefieren hablar de “escenas típicas”. Esta discusión tiene que ver con opciones metodológicas asumidas por los que crearon y desenvolvieron este tipo de análisis.

Independiente de la nomenclatura adoptada, este paso metodológico se aprovecha de los resultados del análisis de la estructura literaria y compara textos formalmente semejantes (esto es, con los mismos elementos estructurales), en busca de un esquema mínimamente común, así como también las diferencias debidas al autor.

Para que se pueda hablar de “género literario”, es necesario que haya al menos dos textos formalmente semejantes y, de preferencia, en cuerpos literarios distintos.

7.3 Análisis de la tradición

No necesariamente los autores bíblicos compusieron textos desde cero. En muchos casos, ellos utilizaron material preexistente, tanto escrito como oral. No sólo relatos y formulaciones, sino también conceptos, temas, imágenes, convenciones, esquemas de pensamiento.

Este material tradicional heredado ya había alcanzado un cierto grado de fijación y, en muchos casos, era de algún modo ya conocido por los lectores para quien los autores bíblicos escribían. Por eso, se trataba de un excelente conjunto de códigos a disposición para ser apropiado, usado y modificado en la fase de redacción, con el fin de transmitir nuevas enseñanzas, lanzar luz sobre nuevos aspectos de algo ya conocido o aplicar antiguos preceptos a una nueva realidad.

7.4 Análisis de la redación

A pesar de que se puedan haber utilizado textos y tradiciones orales heredados de otras personas, los autores bíblicos no fueron meros compiladores, sino que, al contrario, actuaron de modo creativo, algunas veces modificando material preexistente, y en otras ocasiones componiendo un texto totalmente nuevo. Ya sea en el caso de un texto específico, o en el caso de todo un libro, el análisis de la redacción investiga cuáles fueron los criterios que los autores bíblicos utilizaron para seleccionar, organizar y, eventualmente, completar el material que tenían a su disposición.

El expediente redaccional de los autores bíblicos nos legó correcciones estilísticas, adiciones etiológicas, contextualizaciones culturales, molduras literarias, reutilización de textos y dichos tradicionales, conexiones hermenéuticas de textos independientes, Leitmotive y varios otros elementos textuales, en los que se hacen nítidos el plano general de la obra y el objetivo literario-teológico pretendidos pelos hagiógrafos.

8 Lectura fundamentalista

El fundamentalismo es un tema bastante complejo y muy estudiado por sociólogos, antropólogos, psicoanalistas, historiadores y estudiosos de la religión, entre otros, que no se limita a la lectura de la Biblia y mucho menos al campo religioso. Se puede, por ejemplo, hablar de fundamentalismo político.

Por lo tanto, la lectura fundamentalista de la Biblia es reflejo y expresión de la actitud fundamentalista que lleva a alguien a buscar valores y/o ideas básicas, simples, claras e universalmente válidas.

Quien lee el texto bíblico de modo fundamentalista tiene dificultad para lidiar con la complejidad del texto bíblico – tanto en lo que se refiere a la composición del texto bíblico (contextos históricos, diversidad de formas literarias, etc.) como en lo que se refiere a su teología (pluralismo de concepciones teológicas, divergencias en relación al mismo tema, etc.) – y, por eso, prefiere creer que no es necesario interpretar el texto, que no se lo debe cuestionar sobre los posibles significados de sus palabras y frases, pues todo está expreso de un modo claro y perfectamente comprensible.

La actitud fundamentalista en relación a la Biblia adopta las siguientes posturas:

  1. La Biblia está libre de los errores, de las imperfecciones y de los condicionamientos de la palabra humana, gracias a la acción divina en la revelación y en la inspiración. Por eso,
  2. El sentido del texto bíblico es claro y expresado en palabras perfectamente adecuadas. Por eso, no es necesario interpretar el texto, pues el significado es evidente por sí mismo. De este modo,
  3. La Biblia es la única autoridad para la doctrina y para la moral. Es el principio de que “sólo la Escritura” tiene relevancia para la fe y la moral cristianas. Mas aún,
  4. Los textos bíblicos tienen una aplicación moral, resistente al tiempo, a la historia y a las diferencias culturales. La Biblia no necesita de actualización: ella es perenne y ahistórica. Por eso,
  5. El texto bíblico es un tesoro de argumentos que confirman el credo y la doctrina de un grupo. El texto bíblico es usado para probar que determinada doctrina o postura moral es universalmente válida. Y aún,
  6. Del inicio al fin, toda la Biblia puede ser interpretada del mismo modo. Por eso, se debe renunciar al sentido crítico y a la propia capacidad de buscar sentidos nuevos para el texto bíblico.

9 Nuevos abordajes

9.1 Lectura socio-antropológica y política

Este tipo de lectura examina no solamente la sociedad que aparece en el texto, sino también la sociedad que está por detrás del texto, es decir, las instituciones sociales, las costumbres, las realidades económicas, históricas y políticas que el texto supone y que influenciaron en la producción de la literatura bíblica. Para eso, es necesario situar el autor, los personajes, los hechos y las circunstancias en su adecuado contexto histórico, ideológico y simbólico. De este modo, no sólo los acontecimientos narrados, sino también los conceptos teológicos subyacentes al texto adquieren nuevos contornos, dimensiones y significaciones.

La lectura socio-antropológica y política está muy ligada a los métodos histórico-críticos, ya que también es un abordaje histórico en el cual la propia formación del texto es vista no como algo espiritual y supra natural, sino situado y condicionado por la cultura, la economía, la política y la ideología.

9.2 Lectura feminista

La lectura feminista de la Biblia surgió al final del siglo XIX, en el contexto de la lucha por la igualdad de derechos, y se la asocia a la teología feminista. El punto de partida es saber si es posible leer la Biblia y, más ampliamente, hacer teología “como mujer”. No solamente si es realizable, sino también y principalmente si es académicamente válido e importante.

El primer y principal criterio de la lectura feminista es la “cuestión de género” como herramienta de interpretación y análisis de los textos bíblicos. En la práctica eso significa asumir algunos presupuestos: que la sociedad en la cual la Biblia nació y fue escrita era patriarcal y androcéntrica; que también las traducciones y las interpretaciones de textos bíblicos son marcadas por el patriarcalismo y androcentrismo; que el propio texto bíblico tiene, casi en su totalidad, una visión masculina, aun cuando habla de mujeres.

Adoptando y adaptando sus propios presupuestos a los métodos de la exégesis, bien como de otras ciencias (sociología, antropología, historia etc.), la lectura feminista busca poner en evidencia el androcentrismo bíblico y revertir la interpretación de los textos. En este proyecto, la lectura feminista asumió varias líneas, tales como: analizar críticamente el patriarcado y los conceptos que de él dependen, ligados a la sociedad y a la religión; exponer la política sexual de los textos bíblicos; reclamar el universo femenino (lenguaje, corporeidad, status público etc.) subyacente en los textos; reevaluar y rescatar el modo femenino de vivir y de practicar la religión.

10. A modo de conclusión

Todos los métodos de lectura y todas las hermenéuticas tienen fortalezas y debilidades. Por lo tanto, ningún modo de interpretar la Biblia es tan completo que pueda substituir y desechar todos los demás. Más bien, la Biblia está siempre abierta a nuevos abordajes y nuevas interpretaciones.

Es importante señalar que los tres documentos post-conciliares[2] de la Iglesia Católica respecto a la interpretación de la Biblia – La Interpretación de la Biblia en la Iglesia, de 1993; Verbum Domini, de 2010; Inspiración y Verdad de la Sagrada Escritura, de 2014 – afirman enfáticamente que todos los métodos de lectura son válidos y útiles para buscar los significados del texto bíblico. La única lectura rechazada es la lectura fundamentalista!

Cássio Murilo Dias da Silva, PUC RS. Brasil. Texto original en Portugués.

11 Referencias bibliográficas

FITZMYER, Joseph A. A Bíblia na Igreja. São Paulo: Loyola, 1997.

PONTIFÍCIA  Comissão Bíblica. Interpretação da Bíblia na Igreja. São Paulo: Paulinas, 1994.

SILVA, Cássio Murilo Dias da. A Bíblia não serve só para rezar. São Paulo: Loyola, 2011.

Para saber más

SILVA, Cássio Murilo Dias da. Metodologia de exegese bíblica. São Paulo: Paulinas, 1999.

ALETTI, Jean-Noël e outros. Vocabulário ponderado da exegese bíblica. São Paulo: Loyola, 2011.

SIMIAN-YOFRE, Horacio, coord. Metodologia do Antigo Testamento. São Paulo: Loyola, 2000.

SCHNELLE, Udo. Introdução à Exegese do Novo Testamento. São Paulo: Loyola, 2004.

GILBERT, Pierre. Pequena história da exegese bíblica. Petrópolis: Vozes, 1992.

FITZMYER, Joseph A. A interpretação da Escritura. São Paulo: Loyola, 2011.

PARMENTIER, E. A Escritura viva. São Paulo: Loyola, 2009.

FIGUEIREDO, Telmo, coord. Bíblia: teoria e prática. Leituras de Rute. Estudos Bíblicos 98 (2008).

[1] Aunque se pueda hacer la distinción entre autor y redactor, para simplificar la exposición, usaré siempre el término “autor” a menos que la distinción sea absolutamente necesaria.

[2] Es decir, después del Concilio Vaticano II (1962-1965).

La cuestión del mal

Índice

Introducción

1 La experiencia humana del mal en la historia de la teología moral

1.1  La experiencia humana del mal

1.2 En la historia de la teología moral

2 Características del mal

3 Simbólica del mal

4 Culpa y pecado

5 Formas de expresión

6 Respuesta al mal

7 Jesús frente al mal

8 Referencias Bibliográficas

Introducción

Antes de iniciar el desarrollo de cada uno de los puntos enunciados es necesario situar, de manera muy breve, el asunto del mal. En primer lugar, es importante tener presente que el asunto del mal ha sido y puede ser planteado de diversos modos, por ejemplo, desde el punto de vista psicológico; otros consideran que el mal es un asunto de naturaleza metafísica, otros que es casi exclusivamente de índole moral. Pero, en primer lugar, en lo que todos están de acuerdo es que el mal es una realidad que afecta a los seres humanos; segundo, existen varias teorías acerca de la naturaleza del mal, entre éstas están las que afirman: a) el mal forma parte de la realidad; b) el mal es el último grado del ser, entendido este grado como pobreza ontológica; c) el mal forma parte de lo real, pero como una entidad que opera dinámicamente y contribuye al desenvolvimiento lógico-metafísico de lo que hay; d) el mal es el sacrificio que ejecuta una parte en beneficio del todo; e) el mal es una falta completa de realidad, es pura y simplemente el no ser, f) el mal es concebido como un alejamiento de Dios y desde esta perspectiva religiosa se concibe como una manifestación del pecado; tercero, las doctrinas más destacadas sobre el origen del mal plantean que: a) el mal procede de Dios o de la causa primera; b) el mal tiene su origen en el ser humano; c) el mal es consecuencia del azar; d) es consecuencia de la naturaleza, de la materia o de otras fuentes; cuarto, tradicionalmente las clases de males se han clasificado entre el mal físico, que equivale al dolor y al sufrimiento, y el mal moral que es identificado con el pecado y que algunos autores concluyen que éste es el origen del mal físico. A partir de Leibniz, que clasificó el mal en tres tipos: metafísico, físico y moral, se habla también de mal metafísico; finalmente, las siguientes maneras de enfrentar el mal, o actitudes frente a éste, que se han identificado son: a) la aceptación del mal; b) la desesperación; c) la huida; d) la adhesión; e) la acción individual o colectiva para trasformar radicalmente el mal. (FERRATER MORA, 1979, p. 2079-2086).

Por último, es importante subrayar que en su mayoría las religiones han comprendido el problema del mal esencialmente desde su dimensión moral y no como una cuestión física o metafísica, aunque en los relatos míticos siempre se hayan relacionado todos estos aspectos. Para una gran mayoría de religiones el mal ha consistido en una infracción de la ley divina, por lo tanto el sufrimiento, el dolor y la muerte son consecuencias de la infracción. (González, p. 49).

1 La experiencia humana del mal en la historia de la teología moral

1.1  La experiencia humana del mal

Debemos empezar señalando que abordar una reflexión sobre la cuestión del mal no resulta ser una tarea fácil ni sencilla porque de todos los problemas, la presencia del mal en el mundo es, sin duda alguna, el que suscita más preguntas; la dificultad radica también en la multiplicidad de aproximaciones debido a la diversidad de las formas con las que se presenta el mal (Latourelle, 1984, p. 335-337).

De la misma manera, debemos aclarar que plantear la cuestión del mal en términos de problema es una consideración que puede resultar incompleta y quedarse corta, ya que el mal es una realidad que, también se presenta como misterio (LACOSTE, 2007, p. 733); por tanto, podemos decir que si el mal es a la vez problema y misterio, su abordaje no pertenece exclusivamente al campo filosófico, sino también al campo religioso y teológico (Latourelle, 1984, p. 337-339). “Todo el enigma del mal radica en que comprendemos bajo un mismo término, por lo menos en el occidente judeocristiano, fenómenos tan diversos como en una primera aproximación, el pecado, el sufrimiento, y la muerte. Hasta podría decirse que si la cuestión del mal se distingue de la del pecado y la culpa, es porque el sufrimiento es tomado constantemente como término de referencia” (Ricoeur, 2007, p. 23-24).

Por otra parte, el fenómeno del mal es un hecho indiscutible en la experiencia humana  (Bravo, 2006, p.17).  De una cosa, todos los seres humanos, y no solo los cristianos, somos conscientes: de la existencia del mal. No necesitamos de una revelación particular o de una demostración específica para constatar la experiencia de sus efectos (Gutierrez, 2014, p. 21). Todos podemos ver cómo “El problema del mal atraviesa como una espada, dura y terrible, la entera historia de la humanidad. Ninguna cultura, y dentro de ella ningún individuo, ha podido escapar a su afrontamiento”, (TORRES, 2011, 11). De esta experiencia del mal surgen las acuciantes preguntas de ¿por qué el hambre?, ¿por qué los genocidios?, ¿por qué tanta crueldad?, ¿por qué tantas guerras sin sentido?, ¿por qué el sufrimiento de tantos y tantos seres humanos inocentes?, etc. (RUBIO, 1999, 151-155).

Esta experiencia humana del mal la encontramos en los fenómenos naturales como terremotos, sequías, volcanes, inundaciones, etc.; en los males  físicos y psíquicos que están relacionados con las enfermedades físicas y mentales; por último, la experiencia del mal está presente en el mal moral que afecta tanto a los individuos como a los grupos. Podríamos decir que este último, el mal moral, desde una perspectiva teológica hace referencia al pecado; tiene su fuente en el corazón humano y es la causa de la mayoría de los males físicos y psíquicos (Latourelle, 1984, p. 339-340). Por consiguiente, la experiencia del mal está vinculada a lo que teológicamente llamamos pecado estructural, pecado colectivo o pecado social (Estrada, 2012, p. 92). Entonces, el mal moral compete a una problemática de la libertad. Intrínsecamente. Por eso se puede ser responsable de él, asumirlo, confesarlo y combatirlo. El mal está inscrito en el corazón del ser humano. El mal compete a una problemática de la libertad. O de la moral (Ricoeur, 2007, p. 15) si esto es así, la pregunta ya no es de dónde viene el mal sino de dónde viene que lo hagamos.

1.2 En la historia de la teología moral

Los Padres de la Iglesia, desde Orígenes, Clemente de Alejandría, Gregorio de Niza, hasta Agustín, plantearon el problema del mal con referencia a la creación; sin embargo, y a partir de Agustín, el mal se concibe no solo como negatividad sino, y sobre todo, como decisión libre de la persona. La causa es la deficiencia de la persona que se aplica a toda su voluntad. Porque aunque ésta tiende por naturaleza al bien, tiene la posibilidad de optar por el mal. Aquí radica la grandeza del ser humano pero también la mayor deficiencia de su ser. (Gonzalez, p. 5-9). Desde este planteamiento debemos hablar, ya no del mal, sino del pecado constitutivo, y éste como causa del pecado personal y del mal moral.

2 Características del mal

En el contexto de la racionalidad occidental y de la religión judeo-cristiana, el mal se caracteriza por ser universal, irracional, personal y social. Es universal porque de él dan testimonio los mitos más antiguos que buscan explicar la presencia del mal en el mundo.[1] Todas las etapas de la historia están atravesadas por la presencia del mal que, bajo diversas formas, llega hasta el presente. El mal, al menos como amenaza, se encuentra en todas las realidades creadas y adopta una multiplicidad de formas, de ahí que podamos afirmar que su presencia es universal y pluridimensional (Gelabert, 1999, p. 191-192). El mal es irracional. El mal siempre es irracional, no tiene razón de ser y está fuera de toda razón (Gelabert, 1999, p. 192-193). Por ejemplo, podemos ver esta irracionalidad en los campos de concentración de Auschwitz, en las bombas de  Hiroshima y Nagasaki; solo para ilustrar lo que decimos. Sin embargo, son muchísimas las situaciones que nos muestran esta irracionalidad del mal.

Una de sus características más importantes es que el mal es una problemática de la libertad humana. Por esta razón se puede ser responsable de él, asumirlo, confesarlo y combatirlo. El mal está inscrito en el corazón humano, en consecuencia, el mal es también de orden moral como ya lo hemos señalado (RICOEUR, 15).

3 Simbólica del mal

La simbólica del mal consiste en un intento de interpretar, comprender y explicar el asunto del mal, en otras palabras es una hermenéutica porque como afirma Ricoeur, “Si ‘el símbolo da que pensar’, lo que la simbólica del mal da que pensar concierne a la grandeza y al límite de toda visión ética del mundo, ya que el hombre, que esta simbólica pone de manifiesto, no parece ser menos víctima que culpable” (Ricoeur, 2004, 17)). Los símbolos son signos que expresan y comunican un sentido, con toda razón afirma Ricoeur que mythos ya es logos (Ricoeur, 2004, p. 179.183). Dentro de las cosmovisiones religiosas que presenta Ricoeur se pueden describir cuatro tipos de mitos sobre el mal: 1) en el primer relato mítico, Ricoeur sitúa el comienzo del mal en el origen mismo del ser, en los Dioses que crean el mundo; 2) en un segundo grupo de mitos, se afirma que el destino marca los acontecimientos, el mal, por lo tanto es intrínseco a la existencia y al sufrimiento permanente; 3) en tercer lugar está el mito adámico judeo-cristiano, el cual señala que es el ser humano el que introduce el mal en el mundo; 4) por ultimo, está el mito órfico que señala que un alma de origen divino es encarcelada en un cuerpo que la arrastra hacia el mal (DE COSSIO, 2011, 338-339). No hay, en efecto, un lenguaje directo, no simbólico, del mal padecido, sufrido o cometido. Ya sea que el hombre se reconozca a sí mismo como responsable o como víctima de un mal que lo ataca y que lo expresa desde el principio en una simbólica, (Ricoeur, S.M., p. 27). Sin embargo, los símbolos del mal por antonomasia,  son la indigencia y la finitud (Estrada, 2012, p. 74).

4 Culpa y pecado

Afirmábamos en el primer punto de este escrito que el mal se concibe no sólo como carencia o negatividad sino también como decisión libre del ser humano. Es decir que “el mal pertenece al drama de la libertad humana. Es el precio de la libertad”, (SAFRANSKI, 2005, 10). Por lo tanto, es desde este planteamiento desde donde debemos hablar, ya no del mal, sino del pecado constitutivo.[2] Sin embargo, al hablar de pecado debemos dar un paso más y es el paso de la razón a la fe porque, como señala Ricoeur, la relación personal con Dios establece el espacio espiritual en el que se intenta explicar el mal pero a nivel de pecado. Por consiguiente, la categoría que rige la noción de pecado es la categoría ante Dios. De esta forma, el pecado es una magnitud religiosa antes de ser ético, no es la lesión de una regla abstracta, ni la violación de una ley o norma sino, y principalmente, es la ruptura de un vínculo personal (Ricoeur, 2004, 214). Y el mal no aparece solo como carencia sino como la ruptura de una relación (Bravo, 218).

Además del pecado personal existe la realidad de un pecado social o estructural, en el sentido de que todo pecado personal tiene una repercusión sobre toda la comunidad. (Mathias, 2011). El autor afirma en su libro que existe un pecado estructural, cuyo sujeto está constituido por la comunidad presente en aquella institución social que atenta abiertamente contra la vida humana; y analiza también los efectos en los que se reconoce la existencia de un pecado estructural en un sistema social dado.  (VIDAL, 2012, P.261-292).

5 Formas de expresión

Es un hecho indiscutible que el ser humano se encuentra habitando un mundo en el que existe el mal y en el que se pueden reconocer varios tipos o formas de cómo éste se expresa. (Montero,  coord. 2010, p.7). Entre las  diversas manifestaciones del mal que el ser humano ha encontrado están las catástrofes naturales, el mal físico que se manifiesta en enfermedades como el cáncer, el Sida, el ébola, las enfermedades mentales, etc. Sin embargo, la presencia del mal moral como las guerras, el terrorismo, el hambre, la crueldad, la pena de muerte, la explotación, el maltrato y abuso a mujeres y niños, el mal vestido de progreso, la corrupción, y un sinfín de etcéteras, (López, 2012, p. 20-49) debe hacernos pensar porque aquí todos somos responsables. Para ilustrar lo dicho presentaremos algunos datos; en el 2000 el presidente del Banco mundial afirmaba:

Son demasiados los países donde el VIH/SIDA ha echado por tierra el aumento de la esperanza de vida y provocado tanto dolor y penurias. Son demasiados los países donde las armas, la guerra y los conflictos han echado por tierra el desarrollo. (..)

Vivimos en un mundo marcado por la desigualdad. Algo marcha mal cuando el 20% más rico de la población mundial recibe más del 80% del ingreso mundial. Algo marcha mal cuando el 10% de la población recibe la mitad del ingreso nacional, como sucede actualmente en muchos países. Algo marcha mal cuando el ingreso medio de los 20 países más ricos es 37 veces superior al ingreso medio de los 20 países más pobres, diferencia que se ha duplicado con creces en los últimos 40 años. Algo marcha mal cuando 1.200 millones de personas continúan subsistiendo con menos de US$1 al día y 2.800 millones viven con menos de US$2 al día. En vista de todas estas fuerzas que acercan más al mundo, ha llegado el momento de cambiar nuestra manera de pensar. Ha llegado el momento de reconocer que todos vivimos en un mundo, no en dos; esta pobreza está en nuestra comunidad, donde sea que vivamos. Es nuestra responsabilidad. Ha llegado el momento de que los dirigentes políticos reconozcan esa obligación, (Wolfensohn).

Stiglitz, premio nobel de economía 2001, afirma que el 1% de la población tiene lo que el 99% necesita. El 1 % de la población disfruta de las mejores viviendas, la mejor educación, los mejores médicos y el mejor nivel de vida.

El 1 de abril del 2014 Jim Yong Kim, presidente del Banco mundial afirmaba:

Vivimos en un mundo de desigualdades. Las disparidades entre ricos y pobres son tan evidentes aquí en la ciudad de Washington como en cualquier otra capital del mundo. Sin embargo, para muchos de nosotros en el mundo de los ricos las personas que están excluidas del progreso económico siguen siendo en gran medida invisibles. Como expresó textualmente el Papa Francisco: “Que algunas personas sin techo mueren de frío en la calle no es noticia. Al contrario, una bajada (…) en las bolsas constituye una tragedia.

El Papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii gaudium señala:

Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida, (EVAENGELII GAUDIUM 53).

Vivimos en un mundo roto por la injusticia, el hambre, las guerras, y un largo etcétera. Y algo estamos haciendo mal porque estas cifras que hemos presentado y otros muchos informes que se presentan cada año muestran la inequidad en el mundo, en vez de disminuir van en aumento.

Respuesta al mal

Debería ser un hecho indiscutible que “El mal convoca a todos a luchar en un frente común: el de encontrar respuestas que, a pesar de los terribles e inacabables envites del mal, permitan vivir sin sucumbir al absurdo y sin rendirse en el esfuerzo por reparar los estragos y buscar las mejoras posibles”, (TORRES, 2011, p. 111). Sin embargo, frente al mal encontramos un abanico muy diverso de respuestas, entre las que están: la aceptación alegre del mal (actitud que encuentra en el mal satisfacción o complacencia); la aceptación resignada (actitud pasiva o racionalizada ante el mal); la desesperación (actitud de escape psicológico); la adhesión (actitud de sometimiento o reconciliación con el mal); y finalmente, la acción (actitud de confrontación y contestación), individual y comunitaria (FERRATER MORA, 1979, p. 2084).

No cabe duda que para la teología la realidad del mal es un desafío (RICOEUR, 2006), y una invitación a pensar éste como la raíz común del pecado y del sufrimiento. La cuestión del mal exige una convergencia del pensamiento y la acción, que política y moralmente, exige a su vez una trasformación de los sentimientos. Por lo tanto, desde esta trasformación surge, no la clásica pregunta de un por qué, sino ¿qué hacer contra el mal?  (Ricoeur, 2006, p. 25. 58. 60).

La respuesta desde la fe en un Dios que libre y gratuitamente se autocomunica al ser humano (DV 2), nos lleva a afirmar con Ellacuría que hay que encararse con la realidad, cargar con ella y encargarse de transformarla (Estrada, 2012, 789). Teniendo presente que J. Sobrino considera la misericordia ante el sufrimiento de las víctimas como la actitud fundamental de todo ser humano cabal ante el sufrimiento de las víctimas y como categoría articuladora de la reflexión teológica. (Tamayo 241-242). Este enfoque hacia la acción no pretende dar una solución ya hecha, sino presentar, sólo es el esbozo de una respuesta (Bravo 220). Porque sabemos que “El triunfo humano sobre el mal es siempre parcial y toda conquista es precaria, antesala de nuevos desafíos (…)”, (ESTRADA, 2012, 87). Sin embargo, frente al mal, debemos tener esperanza, porque el amor del Dios encarnado en Jesús capacita al ser humano para generar el bien desde la experiencia de mal (Estrada, 2012, 94). No hay duda que el misterio del mal es muy profundo, pero más profundo es todavía el abismo del amor de Dios. La fuerza para luchar contra el mal la encontramos en un Dios que se ha comprometido con un amor misericordioso en la cruz y nos ofrece la esperanza del triunfo en la resurrección. En consecuencia, lo que nos hace cristianos es creer que la última y definitiva palabra de esperanza en la lucha contra el mal nos ha llegado en la cruz y en la resurrección (TORRES, 2005a, 267) de Cristo de quien se dijo que “(…) pasó haciendo el bien (…)” (Hch 10,38).

7 Jesús frente al mal

En el apartado anterior hemos hecho una breve aproximación al asunto de la respuesta al mal y hemos insinuado los límites y las posibilidades que ésta tiene. También hemos insinuado que la fuerza y la esperanza, en este intento de respuesta al mal, la encontramos en el amor de un Dios que se ha autocomunicado en Jesús de Nazaret. Por consiguiente, acercarnos a mirar cómo se situó Jesús frente al mal puede orientarnos en esta gran tarea que tenemos pendiente de responder y luchar contra el mal.

Debemos empezar señalando que uno de los rasgos característicos de Jesús es su sensibilidad hacia el sufrimiento. “Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor” (Mt 9, 36). Esta sensibilidad se transforma en compasión y solidaridad con quien está sufriendo y así nos lo demuestra con la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 29-37) donde nos muestra que no basta con ser cumplidores con los deberes religiosos, sino que nuestro amor a Dios debe traducirse en una solidaridad efectiva con los que sufren (TAMAYO 243).

Como consecuencia de su sensibilidad hacia el sufrimiento, Jesús es solidario con los que son estigmatizados y excluidos por causas religiosas, políticas y sociales como los leprosos (Lc 5, 12-15; 17, 11-19; Mt 8, 1-4), los ciegos (Mt 9, 27-31 ), los paralíticos (Mt 9, 1-8; Lc 5, 17-26), los poseídos por demonios (Mt 8, 28-34; 9, 32-34), los pecadores (Mt 9, 10-13; Lc 5, 29-32; Lc 7, 36-50), los samaritanos (Jn 4, 9- 10), etc. Son relaciones de reconocimiento y acogida. Es una solidaridad tan profunda que el propio Jesús se identifica con todos aquellos que sufren:

Porque tuve hambre, y me diste de comer; tuve sed, y me diste de beber; era forastero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel y viniste a verme. (…).  En verdad os digo que cuanto hiciste a cada uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.  (Mt 25, 31-46).

Pero Jesús no se queda únicamente en su trato misericordioso, solidario y compasivo con los que sufren, sino que va más allá y denuncia al poder religioso, político, social y económico que están causando este sufrimiento (Mt 23, 1-32; Lc 11, 37-54). Podríamos decir que su actitud con los marginados, excluidos y estigmatizados por todos estos poderes ya es una denuncia y una confrontación contra el mal; este mal que en términos teológicos identificamos con el pecado social o con las estructuras de pecado (Nebel, 292-340; SARMIENTO, 869-881; Moser, 1369-1383)

Resulta evidente que la persecución, el juicio, la condena, la cruz y la muerte que sufrió Jesús fue el resultado de su vida, de su lucha frontal contra el mal y de su compromiso en favor de la justicia y del bien (GELABERT, 217). Por lo tanto, la cruz no es signo de la debilidad de Dios, sino símbolo de la fuerza de su amor. La cruz no es el símbolo de un Dios que pacientemente acepta el sufrimiento al ser él mismo víctima del mal, al contrario, la cruz es el grito de protesta más fuerte que jamás alguien haya expresado contra el mal. La cruz no es signo de fracaso y desesperanza en la lucha contra el mal porque “(…) Dios se solidariza con la víctima. (…) Dios está en el crucificado y en todos los masacrados de la historia, incluyendo el que colgaba en las alambradas de Auschwitz. (…) Dios se implica en el mal no desde el poder sino desde el amor. (…) No elimina la muerte pero ofrece, desde ella, la vida”. (Lois, 35-36).

Al observar cuál es la actitud de Jesús frente al mal, debemos tener presente que “la referencia vinculante a la memoria del crucificado y resucitado, memoria subversiva y subyugante (…) permite intuir al creyente qué es lo que su Dios quiere de él en la relación con el mal existente (Lois, 40). Por consiguiente, el cristianismo no es, en primera línea, una doctrina que hay que mantener lo más pura posible sino una praxis que hay que vivir lo más radical posible (METZ, 33).

Algo aparece claro a partir de la vida y el mensaje de Jesús, de su  muerte y de su resurrección: Dios, su Dios, como señala Schillebeecbx, es el anti-mal. Ésta es la gran aportación de la fe cristiana al problema del mal. Al situar Jesús en el centro de su vida y mensaje el servicio a un Reino de justicia y de fraternidad, la lucha contra el mal se convierte en componente esencial de la vida de todo seguidor de Jesús (Lois, 40).

La actitud de Jesús frente al mal nos muestra que ni el pecado ni la muerte tienen la última palabra. La última palabra la tiene la cercanía amorosa e indulgente del Dios que se ha comunicado a Sí mismo y ha querido venir a formar parte de nuestra historia.

María Isabel Gil Espinosa, Facultad de Teología, Pontificia Universidad Javeriana

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Zimbardo, P. G.  El efecto Lucifer: el por qué de la maldad. Barcelona: Paidós, 2008.

[1] “El mal aparece en los mitos más antiguos como una potencia cuyas raíces se encuentran en un caos primordial o en los dominios de lo divino. Pertenece, como señaló M. Elaide, al mundo de lo religioso y supera las posibilidades del conocimiento, de la acción del hombre hasta que en los tiempos modernos empieza a sufrir un proceso de secularización”, Montero, 2010, p. 6-7.

[2] “La decisión de entrar en el problema del mal por la puerta estrecha de la realidad humana no expresa, por consiguiente, sino la elección de una perspectiva central (…) Se objetará que la elección de esta perspectiva es arbitraria, que es en sentido fuerte de la palabra, un prejuicio. En absoluto. La decisión de abordar el mal desde la perspectiva del hombre y de su libertad no es una elección arbitraria sino adecuada a la naturaleza misma del problema”, ( RICOEUR, 2004, p. 14).

Ética y teología en el Antíguo Testamento

Índice

1 La imagen de Dios

1.1 El Dios de la liberación

1.2 El Dios de la Alianza

1.3 El Dios de la Torá

2 La imagen del ser humano

2.1 La imagen y semejanza

2.2 El apelo a “caminar con Dios”

2.3 El actuar radicado en la libertad

3 Fe y ética

3.1 Dos caras de la misma moneda

3.2 La historicidad de la fe

3.3 Lo secundario del culto

4 Grandes vertientes de la ética bíblica

4.1 El amor entrañable a Dios

4.2 El cuidado con el prójimo

4.3 La recreación de la fraternidad

5 Cuatro palabras fundamentales

5.1 Derecho – mishpat

5.2 Misericordia – hesed

5.3 Justicia – sedaqah

5.4 Fidelidad – emet

 

Las entrelíneas del texto bíblico revelan una indisociable relación entre la teología y la ética. La atención de Dios está orientada hacia el ser humano y sus acciones en la historia. El ser humano, a su vez, se enfrenta con el proyecto de Dios que debe ser elegido o rechazado. Ser elegido o rechazado, a partir de los actos de la libertad humana, significa decidirse o no por un proyecto de vida sintonizado con los anhelos divinos para la humanidad. Los actos del hombre y de la mujer de fe son expresiones de la comunión o de las discrepancias con lo que se reconoce como las orientaciones del Creador para con sus criaturas. A lo largo de la trayectoria del pueblo de Israel, que desemboca en las comunidades cristianas, se describe la trayectoria de la humanidad deseosa por adecuar su camino (ética) a aquello que quiere Dios que sea su fe (teología).

La vertiente ética se hace presente en todas las grandes tradiciones literario-teológicas del Antiguo Testamento. Cuando se refieren al diálogo entre Dios y la humanidad, conllevan exigencias divinas al ser humano, insertado en la historia y desafiado a vivir, en ella, la fidelidad al Dios del pueblo. La Tradición Legal (la Torá), por naturaleza, se reporta al proyecto de Dios hacia su pueblo formulado por las leyes apodícticas y casuísticas pero, también, como narraciones que sugieren modos de proceder. La Tradición Profética, al denunciar los desvíos de conducta del liderazgo y del pueblo, apunta hacia lo que Dios espera de Israel. La Tradición Histórica relata las consecuencias de la fidelidad y de la infidelidad del pueblo a su Dios y se muestra como un apelo hacia una vida de virtud, presupuesto para la bendición divina. La Tradición Sapiencial enfrenta al fiel con la exigencia de decidirse por Dios – el camino de la vida – evitando la impiedad y la injusticia – el camino de la muerte. La Oración de Israel, cuyo repertorio más significativo se encuentra en los Salmos, apunta hacia la práctica de la piedad realizada en comunión con Dios y con el prójimo. Así, cualquiera sea la puerta de entrada de la lectura bíblica veterotestamentaria, el fiel se enfrentará con indicativos éticos incontestables. La numerosas imágenes de Dios, desde el Dios de la Creación, pasando por el Dios de la Liberación y también el del Exilio, hasta desembocar en el Dios de la Esperanza, todas ellas contienen apelos de conducta al israelita fiel.  Enfrentarse con Dios (teología) significa escuchar sus exigencias (ética).

1 La imagen de Dios

El lenguaje teológico de la Biblia siempre se refiere a Dios en relación con sus criaturas y, de un modo particular, con el ser humano. En el diálogo de Dios con el ser humano se revela la preocupación con la realidad de cada persona, su situación y su modo de proceder en la historia. Un dato original de la religión de Israel consiste en el enraizamiento histórico de la teología, con un consecuente desdoblamiento ético.

1.1 El Dios de la Liberación

El hecho fundador de la religión bíblica es la liberación de los israelitas de la opresión egipcia. Un Dios de índole ética es instigado a intervenir para arrancar de las garras del opresor al pueblo condenado al exterminio por la crueldad del faraón: “Yo vi, yo vi la miseria de mi pueblo que está en Egipto. Oí su grito causado por sus opresores, pues conozco sus angustias. Por eso descendí, con el fin de liberarlo de la mano de los egipcios y hacerlo subir de esta tierra hacia una tierra buena y vasta, una tierra que emana leche y miel” (Ex 3,7-8).

Los verbos ver, oír, descender, liberar, hacer subir definen el actuar ético de Dios y apuntan hacia la conducta que es esperada del ser humano. Ver y oír suponen una proximidad y atención frente al que sufre. Descender corresponde al desinstalarse con el propósito de actuar. Liberar y hacer subir son gestos concretos en favor del oprimido. Constatar la realidad del oprimido sin una acción consecuente resulta en  conmiseración estéril y, por lo tanto, dispensable. Es por esto que Dios toma las providencias para revertir la suerte de los israelitas. Serán sacados de la tierra de la opresión y conducidos a la tierra de la fraternidad.

La expresión “mi pueblo” subraya el afecto divino en el trato con los israelitas. Dios se siente vinculado a aquel pueblo insignificante, “el menor entre todos los pueblos” (Dt 7,7), asumiéndolo como su pueblo predilecto. Israel será el Pueblo de Dios, liberado de la esclavitud y del riesgo de ser eliminado. El gran desafío consistirá en dejarse guiar por el Dios libertador, a quien no le agrada ni la injusticia ni la opresión.

1.2 El Dios de la Alianza

La liberación fue el gesto salvífico de Dios. Aunque sienta a los israelitas como “mi pueblo”, está en la dependencia de ser elegido como el Dios del pueblo. La relación deberá ser sellada con un pacto – berit – bilateral, comprometiendo ambas partes. Los términos del pacto pueden ser formulados de dos modos complementarios: en la perspectiva de Dios, “Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo”; en la perspectiva del pueblo, “Nosotros seremos tu pueblo, tú serás nuestros Dios” (cf. Jr 31,31-34; Ez 11,20). Cabe a los israelitas la decisión, pues de la parte de Dios, la elección ya fue realizada: Israel es “su pueblo”.

Por lo tanto, la salvación antecede a la alianza. Dios liberó a los israelitas de la opresión antes de ser elegido como el Dios de Israel. Al tomar cuenta de los dolores de Israel, su gesto de misericordia fue enteramente gratuito e independiente de los méritos del pueblo o de cualquier obligación de su parte,  por ser incapaz de mantenerse impasible frente al sufrimiento de los débiles y los pequeñitos.

La alianza es una propuesta para ser abrazada o rechazada. YHWH no se impondrá a Israel, atropellando su libertad. Sin embargo, al aceptarlo como su Dios, Israel estará comprometiéndose con un proyecto de vida fundado en la compasión y en la misericordia, experimentadas en la liberación de la esclavitud egipcia. La fe resultante de la alianza apelaría a relaciones justas en el trato con el semejante. Ésta sería la manera correcta de ser fiel al pacto sellado con Dios. El componente ético de la alianza es imprescindible.

1.3 El Dios de la Torá

El proyecto ético de YHWH está codificado en el Decálogo  (cf. Ex 20,1-17; Dt 5,6-22), en el Código de la Alianza (cf. Ex 20,22–23,19), en el Código Deuteronómico (cf. Dt 12–26) y en el Código Sacerdotal  (cf. Lv 17–26). Estas formulaciones, en el estilo de los códigos legales de la antigüedad, abarcan todas las áreas de acción de la persona de fe, sin que se limiten al culto. Corresponden a una especie de código de ética para los que adhirieron a la alianza con YHWH.

Las leyes de la Torá tienen como objetivo regular las relaciones humanas para evitar cualquier forma de injusticia o de detrimento en relación a los más débiles, cuya dignidad es envilecida por la acción de los prepotentes. Cualquier acto que resulte en hacer de los pobres y los indefensos víctimas será divinamente reprobado y consistirá en un insulto al Dios de Israel. En la dirección contraria, tomar partido a favor de ellos significa actuar en sintonía con Dios.

De forma diferente a los códigos legales de otros pueblos, la Torá bíblica es atribuida a YHWH. Su origen es divino y, por lo tanto, incuestionable. “Dios pronunció estas palabras diciendo …” (Ex 20,1), “YHWH dijo a Moisés …” (Ex 20,22), “YHWH habló con vosotros cara a cara, en el medio del fuego, sobre la Montaña. Entonces yo estaba entre YHWH y vosotros, para anunciaros la palabra de YHWH, pues quedasteis con miedo del fuego y no subisteis a la montaña. Él dijo … ” (Dt 5,4-5). “YHWH habló a Moisés y le dijo: “Dile a Aarón, a sus hijos y a todos los israelitas. Tú les dirás: Esto es lo que ordena YHWH …´” (Lv 17,1-2). Son maneras de atribuir a YHWH el proyecto ético por el cual los israelitas deberán guiarse.

2 La imagen del ser humano

Las exigencias éticas de la Biblia suponen una concepción del ser humano, pensado en relación con Dios, donde se desdoblarán las relaciones con los semejantes. El trato con el prójimo transcurre en la apertura hacia el querer divino; el querer divino apunta al modo de proceder adecuado en el trato con el prójimo. Teología y antropología, por lo tanto, se interpenetran convirtiendo en indisociables el modo de ser y de proceder del ser humano y el modo de ser y de proceder del Dios libertador.

2.1 La imagen y  semejanza

La decisión divina de crear al ser humano a su “imagen y semejanza” (Gn 1,26.27) tiene un fuerte componente ético. Diferente de las otras criaturas, tendría como vocación fundamental seguir los pasos de Dios en la creación, ejerciendo el dominio sobre las demás criaturas en su condición de continuador de la obra divina. Dominar significa responsabilizarse por lo que surgió de las manos de Dios con el sello de la bondad, como declara el refrán repetido al final de cada etapa de la obra creadora – “Deus vio que esto era bueno!” – para concluir con la constatación – “Dios vio todo lo que había hecho: y era muy bueno” (Gn 1,31). Por ser imagen y semejanza de Dios, el ser humano debe actuar como Dios, en el trato con los semejantes y con las demás criaturas

Elemento fundamental en la obra de la creación es la igualdad de la posición entre el hombre y la mujer: “Dios creó al hombre a su imagen, a la imagen de Dios él lo creó, hombre y mujer, él lo creó” (Gn 1,27). El componente ético de esta declaración es innegable. Queda de esta forma anunciado como contrario al deseo del Creador toda tentación de sobreponer el hombre a la mujer, considerándola inferior. El machismo, hierva dañina en la historia de la humanidad, es una deturpación del querer divino original.

La “imagen y semejanza” apela para la capacidad del ser humano a actuar en sintonía con el Creador. Fue depositado en su corazón lo que Dios tiene de mejor. La bondad, la misericordia y la compasión son características del ser humano, distinguiéndolo de los demás seres vivos. Los gestos humanos de bondad, en última instancia, expresan la bondad de Dios, presentes en lo más íntimo del hombre bueno. Lo mismo se dice de las acciones misericordiosas, de los cuidados con los semejantes y de la compasión frente a los sufrientes. Por este lado, Dios se presenta en la historia como “el Dios de la ternura y de la compasión” (Ex 34,6).

2.2 El apelo para “caminar con Dios”

El profeta Miqueas formuló con precisión el apelo que resuena en el corazón de cada ser humano. “Oh hombre, te fue anunciado lo que es bueno y lo que YHWH exige de ti: nada más que practicar la justicia, amar la bondad y que te sujetes a caminar con tu Dios” (Mq 6,8). Esta propuesta de vida supone una relación inquebrantable entre el ser humano y lo divino. El hecho de caminar con Dios – el camino de la fe – se concreta en los gestos de justicia y de bondad, en las relaciones interpersonales. De esta manera, caminar con Dios significa caminar con el prójimo.

Caminar es el verbo de la acción que apunta hacia la dinámica de la vida humana, siempre en movimiento, donde surgen nuevas posibilidades de ser justo y bondadoso. En la medida que se está con Dios, el ser humano, al enfrentarse con el prójimo, será interpelado a actuar como actuó Dios al apiadarse del pueblo de Israel que estaba sufriendo en las manos del faraón egipcio. La ética bíblica, por lo tanto, supone un ser humano caminante, sin cansarse de practicar el bien. Detenerse y cruzar los brazos corresponde a bloquear la posibilidad de Dios de hacer el bien a la humanidad, por la mediación de la persona de fe.

La presencia de Dios en la caminata del fiel tiene la fuerza de inspirarle acciones en consonancia con el proyecto divino, en línea con el amor misericordioso. La renuncia a caminar con Dios tiene el efecto de dejar al ser humano suelto a su propia suerte con el riesgo de desviarse del buen camino y de transitar por los caminos tortuosos del vicio y de la impiedad. Tener a Dios como compañero de esta marcha le posibilita perseverar en la práctica del bien, aunque deba enfrentar desafíos que ponen a prueba la consistencia de su fe.

2.3 El actuar radicado  en la libertad

El tema de la libertad cruza toda la Biblia. La imagen y semejanza divina no priva al ser humano de su elemento identificador, o sea, la capacidad de tomar decisiones. La decisión más radical consiste en poder decir “no” al querer divino y seguir los apelos de las pasiones y de los instintos. El relato de la creación nos alerta sobre este dato de la realidad humana al hablar de Adán y Eva oyendo a la serpiente, en contra del orden divino. “YHWH Dios dio al hombre este mandamiento: ‘Puedes comer de todos los árboles del jardín. Pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas tendrás que morir’” (Gn 2,16-17). A su vez, la serpiente sugiere a la mujer: “¡No, no morirás! Pero Dios sabe que, el día en que lo muerdas, vuestros ojos se abrirán y seréis como dioses, entendidos en el bien y el mal” (Gn 3,4-5). La mujer se deja llevar por lo que dice la serpiente e induce al marido a hacer lo mismo. El mandamiento de Dios es dejado de lado. Dios es misterioso por no haber cumplido la promesa de infringirles la muerte. Antes que eso, los expulsa del Jardín del Edén, ahorrándoles la vida. De allí en más, su existencia consistirá en un contínuo desafío por elegir correctamente.

En muchas ocasiones, la Biblia hace referencia a la encrucijada en la que el ser humano se encuentra continuamente. “Hoy pongo delante de tí la vida y la felicidad, la muerte y la infelicidad” es la constatación de Dt 30,15. Más adelante se da un consejo sensato: “Elije pues la vida para que vivas, tú y tu descendencia, amando a YHWH tu Dios, obedeciendo su voz y apegándote a él” (Dt 30,19-20). Dt 11,26-28 formula la decisión en forma de obediencia o desobediencia a los mandamientos de YHWH, teniendo como resultado la bendición o la maldición de acuerdo a la elección realizada. La suerte del fiel depende de un acto de libertad, sin cualquier imposición por parte de Dios. El Salmo 1 describe el camino de los justos y el camino de los impíos, con sus respectivos resultados (cf. Pr 4,18-19). Cabe al ser humano decidir y asumir las consecuencias. Eclo 15,11-20 trata de la libertad humana. Una afirmación muy clara define la condición humana: “Desde el principio Dios creó al ser humano y  dejó en sus manos su propia decisión” (Eclo 15,14). Donde la responsabilidad por los actos le compete a cada uno, sin la excusa de atribuirle  la culpa al otro.  “No digas: Es el Señor quien hace que yo peque… No digas: Es él quien hace que me equivoqueEclo 15,11-12). La personificación de la Sabiduría (cf. Pr 9,1-6) y de la Insensatez (cf. Pr 9,13-18) aluden a la doble voz que resuena en lo más profundo del corazón humano, frente a las cuales es desafiado a tomar una postura.

La ética bíblica, aunque sea de carácter religioso, jamás atropella la libertad humana. Existe una propuesta divina que puede ser elegida o rechazada. Abrazarla significa adherir a YHWH y decidirse a caminar con él. Por el contrario, rechazarla es la decisión de alejarse de YHWH y lanzarse sólo a la aventura de la vida, con el riesgo de perderse. Bajo ninguna hipótesis, la decisión será producto de la presión o de la amenaza. Cabe al ser humano optar en hacerse cargo de las consecuencias de la opción elegida.

3 Fe y ética

La fe bíblica, expresada en la imagen de Dios, se concreta en un ethos, correspondiente a la propuesta de vida de origen divino para el fiel. El binomio fe-ética puede ser desdoblado en los binomios fe-vida, contemplación-acción, oración-compromiso social, adoración-cuidado con el prójimo y otros. En todos ellos, la relación con lo Trascendente mueve a las personas de fe a un compromiso con los hermanos y las hermanas y con la comunidad.

3.1 Dos caras de la misma moneda

En la Biblia, Teología y Ética son como dos caras de la misma moneda. ¡Caminan siempre juntas! La vertiente teológica habla de un Dios preocupado y atento al ser humano, a su conducta y a su suerte. Jamás se piensa en un Dios alienado, cerrado al mundo celeste, despreocupado con el destino de la humanidad y de sus criaturas. Por el contrario, es un Dios filántropo, en la expresión de Sb 11,24-26 – “Tú amas todo lo que creaste, no te molestas con nada de lo que hiciste; si odiaras alguna cosa, no la hubieras hecho. ¿Y cómo podría subsistir alguna cosa, si no la hubieras querido? ¿Cómo conservaría su existencia, si no la hubieras llamado? Sin embargo a todos se les ahorra, porque son tuyos: Señor amigo de la vida”. El Dios de Israel se caracteriza por su preocupación con la vida.

La vertiente ética apunta al llamado del ser humano a adecuar su vida al querer divino, convirtiéndolo en la guía de su acción. Esta forma de teonomía de ningún modo lo transforma en juguete en las manos de la divinidad, pues en su origen hay una decisión libre por abrazar el proyecto de Dios como el camino de la vida. Por otro lado, la posibilidad de romper con Dios y seguir el camino de la impiedad y de la muerte estará siempre frente al ser humano. El Salmo 73(72) se refiere a la tentación del justo de irse para el lado de la infidelidad. “Por poco mis pies tropiezan y mis pasos resbalan, porque envidié a los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos” (v. 2-3). Sin embargo, el justo supera la tentación y se decide por Dios. “En cuanto a mí, estoy siempre contigo, tú me tomaste de la mano derecha; tú me conduces con tu consejo y  con tu gloria me atraerás … ¡La roca de mi corazón, mi porción es Dios, para siempre! ¡En cuanto a mí, estar junto a Dios es mi mayor bien!” (v. 23-28).

La actitud del impío, al negar la existencia de Dios, es atípica en la sociedad de Israel. “Dice el insensato en su corazón: ‘¡Dios no existe!’ …. ¿No lo saben todos los malvados que devoran mi Pueblo con si estuvieran comiendo pan, y no invocan a YHWH?” (Sl 14,1.4). El fenómeno moderno del ateísmo era desconocido. Ir por el sendero de la maldad significa romper con el Dios de Israel y su ley. En la dirección contraria, practicar la justicia se vuelve un acto de piedad de alta consistencia religiosa.

3.2 La historicidad de la fe

La interacción de la fe con la ética se debe al enraizamiento histórico de la revelación del Dios de Israel. YHWH se hace conocer en la historia y, en la historia, se establece el relacionamiento con él. La relación del fiel con su Dios no sucede fuera de la historia.  Ahí es que se da el acto de fe, a través del desdoblamiento entre fidelidad e infidelidad. Allí el fiel se compromete con su Dios y se dispone a obedecerlo. Allí es posible experimentar la conversión, al escuchar los apelos de Dios, de un modo especial, por medio de la voz de los profetas. “Volved, Israel, a YHWH tu Dios, pues tropezaste con tu falta. Tomad con vosotros palabras y volved a YHWH. Dígale: ‘Perdona toda culpa, acepta lo que es bueno. En lugar de toros, nosotros queremos ofrecer nuestros labios … porque es en tí que el huérfano encuentra misericordia’” es el apelo de Oseas al Israel infiel (Os 14,2-4).

El líder Josué, habiendo reunido todas las tribus en Siquém, les urge tomar una decisión, en el momento en que están instaladas cada una en su respectivo territorio. “Elegid hoy a quien quieres servir … En cuanto a mí y a mi casa, serviremos a YHWH” (Js 24,15). El pueblo responde unánime: “Nosotros también serviremos a YHWH, pues él es nuestro Dios … Es a YHWH a quien serviremos … A YHWH nuestro Dios serviremos y a su voz  obedeceremos” (Js 24,18.21.24). Servir a YHWH corresponde a vivir el día a día según el “estatuto” y el “derecho” fijado por Josué, como la “Ley de Dios” (cf. Js 24,25-26). El desafío consistirá en hacer valer la misericordia en el trato mutuo, de forma que la fraternidad suceda, dejando atrás la opresión egipcia. La obediencia y el servicio a YHWH serán visibles en el estilo de vida de las tribus. De la misma manera, ¡la desobediencia y la infidelidad!

3.3 Lo secundario del culto

Los profetas de Israel llamaron la atención del papel secundario del culto en relación con la ética. A Dios no se lo agrada con los sacrificios o los holocaustos cuando la vida del fiel está fuera de ritmo con su querer. Solo la correcta relación con el prójimo, basada en el derecho y la justicia, dispone al creyente hacia el culto verdadero.

Isaías se levantó contra el culto practicado en su tiempo  (cf. Is 1,10-20). Dios mismo declara estar harto de los holocaustos, los sacrificios, las ofrendas, las fiestas y las peregrinaciones realizadas para honrarlo. “Estoy harto … no soporto más falsedad y solemnidad” (v. 11.13). “Cuando extendéis vuestras manos, desvío de vosotros mis ojos. Aun cuando multipliquéis la oración, no os oiré. Vuestras manos están llenas de sangre”  (v. 15). El culto agradable a Dios tiene presupuestos éticos bien claros. “¡Tirad de mi vista vuestras malas acciones! ¡Haced justicia a los huérfanos, defended la causa de la viuda! (v. 16-17). ¡El culto sin respaldo de la ética está vacío!

Amós va en la misma dirección (cf. Am 5,21-27). La injusticia quita el sentido del culto.  “Yo odio, yo desprecio vuestras fiestas y no me gustan vuestras reuniones. Porque, se me ofrecéis holocaustos … no me agradan vuestras ofrendas y no miro los sacrificios de vuestros animales cebados. Alejad de mí el ruido de tus cantos, yo no puedo oír el sonido de tus harpas” (v. 21-23) son las palabras puestas en la boca de Dios. La atención de Dios está direccionada al corazón de quien lo cultua, sin importar lo que hace o lo que le ofrece. La exigencia es precisa: “!Que el derecho corra como el agua y la justicia como el río caudaloso! ” (v. 24). Por lo tanto, el culto auténtico solo se realiza con el respaldo del derecho y de la justicia.

En otro oráculo, el profeta ironiza las peregrinaciones a los santuarios tradicionales de Israel (cf. Am 4,4-5). Peregrinar a Betel y a Guilgal es un camino hacia el pecado. Los sacrificios, los diezmos y las ofrendas voluntarias satisfacen el gusto de los adoradores – “Porque es así que les gusta, israelitas” (v. 5) –, pero no así a YHWH. La motivación se repite: la sociedad de Israel carece de derecho y de justicia en el trato a los débiles y los indefensos. La mala conducta ética vuelve el culto despreciable a Dios.

Jeremías se hace eco de los profetas que lo antecedieron. “ ¿Qué me importa el incienso que viene de Seba, y la caña aromática de los países lejanos? Vuestros holocaustos no me agradan y vuestros sacrificios no me complacen” (Jr 6,20). Más adelante, el profeta se levantará contra el Templo de Jerusalén, lugar único de culto en su época, por estar instalado allí el culto despojado de compromiso ético (cf. Jr 7,1-15). El culto agradable a Dios no se vincula con la práctica de la injusticia, de la opresión al extranjero, al huérfano o la viuda, con el derramamiento de la sangre inocente “en este lugar” y con la idolatría. La suerte del Templo debería de ser la misma del antiguo santuario de Silo, donde quedaba el Arca de la Alianza (cf. 1Sm 4,1-11).

La denuncia de Jeremías evoca la proclamación de Miqueas que, como él, había anunciado la ruina de Jerusalén debido a la corrupción general instalada en la ciudad. “Por culpa vuestra, Sión será arada como un campo, Jerusalén se convertirá en ruinas, y la montaña del Tempo, cerro de matos! Mq 3,12; cf. Jr 26,18). La grandeza de los lugares de culto a YHWH no resulta de la grandiosidad de las liturgias y sí de la cualidad ética de quien le presta culto.

4 Grandes vertientes de la ética bíblica

Son dos los vectores de la ética en el ámbito de la Biblia: Dios y el prójimo. Por aquí pasa toda la acción de los israelitas de fe preocupados en vivirla de forma auténtica. Les corresponde dos desafíos: la idolatría y el egoísmo. Pasarse para el lado de otros dioses tiene como consecuencia adherir a otros ethos, lo cual es incompatible con el proyecto de YHWH. Buscar los intereses personales, en detrimento del hermano carente, esto solo es posible para aquellos que se distanciaron de su Dios.

4.1 El amor entrañable a  Dios

La formulación más perentoria de la relación del creyente con YHWH exige de él una adhesión incondicional e irrestricta. “Oye, oh Israel: ¡YHWH nuestro Dios es el único YHWH! ¡Por lo tanto, amarás a YHWH, a tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza!” Dt 6,4-5).  El corazón del fiel estará enteramente orientado hacia YHWH, al punto de determinar su conducta. Cada gesto tendrá, allí, su raíz y estará cargado de densidad teológica.

Ninguna criatura, jamás, podrá ocupar el lugar reservado apenas para Dios en la vida del creyente, bajo la pena de desdecir totalmente su fe. Los profetas de Israel se sirvieron de las metáforas matrimoniales para denunciar la idolatría del pueblo, considerándola adulterio. La experiencia personal de Oseas le sirvió de parábola para comprender lo que le pasaba a su pueblo (cf. Os 1,2-9). La conversión corresponde a la reconstrucción de la fidelidad matrimonial, a la conducta esperada de la esposa fiel. “¡Yo mismo, la seduciré, la conduciré al desierto y le hablaré al corazón!” (Os 2,16).  La fidelidad se procesa en lo más íntimo del fiel, determinándole todo su modo de proceder. Es donde sucede el amor entrañable a Dios.

4.2 El cuidado con el prójimo

La ética bíblica tiene un foco bien preciso: el prójimo necesitado o debilitado. Los esclavos no pueden ser maltratados (cf. Ex 21,1-11; Dt 15,12-18). El pobre y el inocente gozarán de protección, evitando ser explotados (cf. Ex 23,6-8). La mujer, casada o no,  a quien le faltaba status social, era protegida por la Ley (cf. Ex 22,25-26; Dt 22,22—23,1). La vida humana gozaba de un cuidado especial, al punto de quitarle la vida a los asesinos (cf. Ex 21,12-36; Lv 24,17; Dt 24,7). La práctica del usurero era condenada con fuerza por colocar como víctimas a las personas más débiles de la sociedad (cf. Ex 22,24; Lv 25,35-37; Dt 23,20-21). El manto tomado en empeño debía ser restituido antes de la puesta del sol, por ser un abrigo con el que el pobre se protegería del frío (Ex 22,25-26; Dt 24,12-13). El diezmo trienal pertenecía al extranjero, al huérfano y a la viuda, para comer y para saciarse  (cf. Dt 14,28-29; 26,12-13).  El falso testimonio era cohibido, para no castigar al inocente, víctima de la maldad ajena (cf. Dt. 19,15-21). Aquel que trabajaba por el día tenía el derecho de recibir el salario en el mismo día, antes que cayera el sol por ser pobre y tener necesidad de ello (cf. Dt. 24,14-15; Lv 19,13).  Una sociedad que no cuide de los pobres, de las viudas, de los huérfanos y los extranjeros camina en la contramano de Dios.

4.3 La recreación de la fraternidad

La desobediencia de Adán y de Eva (cf. Gn 3)  y el fratricidio de Caín (cf. Gn 4) quiebran el proyecto divino original, fundado en la comunión. Los relatos de la creación describen la perfecta armonía de las relaciones entre Dios y el ser humano, de los seres humanos entre sí y de éstos consigo mismos y con la naturaleza. La nueva realidad abrió las puertas a toda suerte de desigualdad, dando origen a la banalización de la vida humana. La venganza sin freno puede ser rastreada en los inicios de la humanidad. “Caín es vengado siete veces y Lamec, setenta y siete veces” (Gn 4,24).  Pero más adelante se hace una constatación espantosa: “YHWH vio que la maldad del hombre sobre la tierra era grande y que continuamente era malo todo designio surgido en su corazón. YHWH se arrepintió de haber traído al hombre a la tierra, y su corazón se afligió ” (Gn 6,5-6).

La secuencia de la narración bíblica puede ser entendida como el esfuerzo por recrear la comunión y la fraternidad queridas por Dios. Los seres humanos fueron desafiados a encontrar una forma de convivencia que hiciese de ellos hermanos y hermanas de una gran familia de hijos e hijas. La ética que de allí viene se entiende como el resultado del diálogo entre YHWH y el ser humano, en busca de la forma más conveniente de convivir. El querer divino corresponde a todo lo que favorezca y promueva el entendimiento y el respeto entre las personas. En la dirección contraria se sitúan las acciones generadoras de la división, de la injusticia y de la muerte. Esta es la clave para comprender lo que en la historia sintoniza con la verdadera ética de matiz teológico.

5 Cuatro palabras fundamentales

Hay cuatro palabras que se presentan insistentemente, cuando los textos bíblicos aluden a la ética, que proviene de la fe en YHWH, el Dios de Israel: derecho, misericordia, justicia y fidelidad. Son términos que apuntan hacia la relación de Dios con los seres humanos y de los seres humanos entre sí. Puede suceder que sean utilizadas en paralelo – “Soy el Señor que practicó el amor, el derecho y la justicia en la tierra” (Jr 9,23) – o en pareja – “La justicia será el cinturón de sus lomos y la fidelidad, el cinturón de sus riñones” (Is 11,5). En la visión bíblica, importa la realidad y no el concepto abstracto. Así, más importante que las bellas teorías sobre la justicia y la misericordia son las situaciones concretas que se vuelven realidad.

5.1 Derecho – mishpat

Se refiere al querer divino, regulador de las relaciones interpersonales. Puede ser entendido como la Torá, en cuanto orientación de YHWH a ser puesta en práctica en las relaciones interpersonales. Atropellar el derecho corresponde a darle la espalda a YHWH y seguir la dirección contraria a su querer. Respetar el derecho y dejarse guiar por él es la actitud de quien está sintonizado con YHWH y abraza su querer como un proyecto de vida.

De una manera especial, los profetas fueron sensibles a la falta de respecto al derecho. Isaías era conciente de la realidad de su tiempo. Contemplando la Ciudad Santa, constata: “¡Como se prostituyó la ciudad fiel! Llena de derecho, en ella habitaba la justicia, pero agora solo hay asesinos” (Is 1,21). Jeremías denuncia al rey por la descarada falta de respeto al derecho: “Ay de aquel que construye su casa sin justicia y sus aposentos sin derecho; que hace a su prójimo trabajar gratuitamente y no le paga su salario” (Jr 22,13).  En esta misma línea, sigue Ezequiel: “a población practica la extorsión, comete robos, oprime al pobre y al necesitado y maltrata al extranjero sin ningún mishpat” (Ez 22,29).

En este contexto, la misión de los profetas de Israel constituye en pregonar la obediencia al derecho y la adecuación al modo de proceder con los mandamientos de YHWH. Miqueas anuncia de forma intrépida su disposición interior: “Estoy lleno de fuerzas, del Espíritu del Señor, del derecho y del coraje para anunciar a Jacob su crimen y a Israel su pecado” (Mq 3,8). Como los otros profetas, actúa como una instancia crítica, al hablar en nombre de YHWH. “Ella (Jerusalén) se rebeló en contra de mis preceptos y mis leyes … Despreciaron mis preceptos y no vivieron según mis leyes” proclama Ezequiel (Ez 5,6).

Los profetas ansían el día en el que surgirá un rey dispuesto a pautarse por el derecho, como exige Dt 17,14-20.  “Habrá un rey que reinará según la justicia y los príncipes gobernarán según el derecho”, es el deseo de Isaías (Is 32,1). El derecho será la regla de la convivencia entre las personas, pues el Mesías (=rey) fijará su trono “en el derecho y la justicia” (Is 9,6).  Ezequiel alude al Mesías con la imagen del pastor, que, al contrario de los mercenarios (=los falsos pastores), lleva a pastar su rebaño “según el derecho” (34,16).

5.2 La misericordia – heded 

La palabra hebrea hesed es traducida de varias maneras, dependiendo del contexto en el que se encuentra. Amor, misericordia, piedad, benevolencia, bondad y compasión son algunas de las muchas posibilidades. La traducción más común es amor y misericordia, aunque haya otro término para amor (‘ahabah) y para misericordia (rahamim = entrañas; donde la expresión “entrañas de misericordia”). En Zc 7,9, encontramos la exhortación “Practicad el amor (hesed) y la misericordia (rahamim)”. Algunos de los textos hablan de la misericordia de Dios para con los seres humanos (cf. Jr 9,23; 33,11; Is 54,10; Sl 33,5; 103,8). Otros se refieren al amor-misericordia de los seres humanos entre sí (cf. Os 6,6; Pr 3,3; 20,28; 21,21). Mq 6,8  habla de “amar el amor” o “amar la misericordia” (ahabat hesed).  Oseas denuncia la fragilidad del amor de Israel en su amor a Dios, sirviéndose de una imagen sugestiva, puesta en la boca del propio Dios – “Vuestro amor (hesed) es como una nube de la mañana, como el rocío que desaparece temprano” (Os 6,4).

El actuar misericordioso, en el trato con los semejantes, es la característica de la ética bíblica. ¡Es la manera humana de reflejar la bondad de YHWH, cuya “misericordia es eterna!” (SI 136 [135]). “El es bondadoso y misericordioso, lento para la cólera y lleno de misericordia (Jl 2,13). Cuanto más el fiel adhiere de corazón a YHWH, más misericordioso será con los más débiles e indefensos. Y será valiente al defenderlos de la maldad del opresor, pues así lo hace YHWH, apiadado del sufrimiento de los israelitas en las manos del faraón. Como la misericordia de YHWH es firme y para siempre (cf. Is 54,8), de la misma forma deben serlo sus fieles. Los israelitas viven de la promesa de que la misericordia de YHWH jamás se alejará del pueblo preferido (cf. Is 54,10; Sl 118[117],1-4).

5.3 La justicia  – sedaqah

La semántica más rica del vocablo sedaqah proviene de la tradición profética. Se trata de la situación en la cual la comunidad está articulada en el respecto mutuo, sin excluir a nadie, de un modo especial hacia aquellos con los cuales la comunidad debe, en primer lugar, preocuparse: los huérfanos, las viudas, los pobres y los extranjeros. Esto solo es posible cuando el derecho y la misericordia orientan el accionar de la sociedad. Por lo tanto, la justicia resulta de las opciones éticas bien determinadas, en consonancia con el proyecto de YHWH.

La denuncia profética de la injusticia supone una estrecha relación entre derecho y justicia. El profeta Amós denuncia la perversión de la justicia por la falta de derecho (cf. Am 5,7).  A su vez, la perversión del derecho resulta en injusticia (cf. Am 6,12). Jeremías describe la sociedad sin justicia, o mejor, lo que sería una sociedad con justicia. “Así dice el señor: practicad el derecho y la justicia. Librad al explotado de la mano del opresor; no oprimáis al extranjero, al huérfano o a la viuda, no los agredáis ni derraméis sangre de inocentes en este lugar” (Jr 22,3; cf. Am 2,6-8; 5,10-12).  Del mismo modo, Ezequiel: “Así dice el Señor Dios: ¡ya es demasiado, príncipes de Israel! ¡Repeled la violencia y la explotación! Practicad el derecho y la justicia … Tened balanzas exactas” (Ez 45,9-12).

Hablando de los dirigentes del país, toca a aquellos cuya función principal consistía en crear una sociedad fundada en la justicia. Ésta era una función inesquivable del rey, cuya tarea consistía en defender a los más susceptibles de ser víctimas de la injusticia.

YHWH, por su parte, espera la construcción de una sociedad justa, fruto de la obediencia y la sumisión al derecho. La justicia social es la expresión de la fidelidad a Dios. La alegoría de la viña (cf. Is 5) expresa bien la expectativa de Dios en relación a su pueblo. “Él esperaba el derecho, y he aquí la violencia; la justicia, y he aquí clamores de aflición” (v. 7).

La justicia está en estrecha relación con la paz. Los dos vocablos – sedaqah e  shalom – son frecuentemente asociados. Paz apunta a la situación social basada en el respeto a cada persona, a quien se le aseguran los derechos fundamentales. Is 32,17 proclama: “Los frutos de la justicia serán la paz; la obra de la justicia será la tranquilidad y la seguridad para siempre” (cf. Sl 85,11 – “Justicia y paz se abrazarán”).

5.4 Fidelidad – emet

La palabra hebrea emet significa constancia, firmeza, perseverancia. Puede ser traducida como verdad. Aquí será tomada en el sentido de fidelidad. Como en los vocablos anteriores, fidelidad supone el derecho – la Ley de Israel – como punto de referencia. Fidelidad e infidelidad provienen de la obediencia y de la desobediencia al querer de YHWH.

YHWH es un Dios fiel (cf. Jr 10,10)  que se atiene celosamente a la palabra dada. Su fidelidad fue demostrada a lo largo de la historia del pueblo de Israel, en especial en los momentos más difíciles, en cuanto Israel fue desobediente. En estas circunstancias, la fidelidad de Dios se muestra más evidente, por tener motivos para castigar la infidelidad del pueblo.

La infidelidad de Israel se hizo perceptible en la idolatría, en las injusticias sociales y en las alianzas espúreas. Éste fue el resultado de un largo proceso de corrupción. Jr 2,21 expresa este pensamiento – “Yo te había plantado viña excelente, toda de cepas legítimas. Cómo es que te has convertido en una viña degenerada y extraña?”. “Cepas legítimas” traduce la expresión zera’ emet,  cuyo sentido literal es “semilla fiel”. Subraya el desajuste entre el momento fundacional de la fe de Israel, el momento de plantar la viña, y el momento actual de la vida del pueblo. De las semillas buenas, brotó una viña degenerada. La ética de Israel está fuera de ritmo con el actuar y el querer de YHWH. Para Oseas esto era muy evidente. “No hay fidelidad, ni amor, ni conocimiento de Dios en el país” (Os 4,1).

Una acentuada irresponsabilidad ética tomó cuenta del pueblo. La infidelidad a YHWH los llevaba a practicar un culto vacío, sin el fundamento de una vida con consistencia ética. Isaías denunció este equívoco. “(Vosotros) confesáis el Dios de Israel pero sin firmeza (sedaqah) ni sinceridad (emet)” (Is 48,1). Luego, Israel se engañaba a sí mismo, con su práctica religiosa vacía, hecha de pura exterioridad. El retorno a la fidelidad era una exigencia permanente. Conciente de esto, Zacarías advierte al pueblo: “Amad la fidelidad y la paz” (Zc 8,19). Y prevé un futuro de fidelidad por parte del pueblo: Jerusalén será llamada la ciudad de la fidelidad” (Zc 8,3),  cuando YHWH confirme su condición de Dios fiel y justo: “Yo seré su Dios en la fidelidad y la justicia” (Zc 8,8). Esta es la recuperación del verdadero ethos de Israel.

Esta recuperación se presenta en la “nueva alianza” inspirada por el Espíritu de Dios inscripto en los corazones, según la profecía de Jeremías (31,31-34),  cuyo cumplimiento es acreditado a los seguidores de Jesús de Nazaret, como describimos en otro artículo: “Ética y Teología en el Nuevo Testamento”.

Jaldemir Vitório, SJ. FAJE, Brasil. Texto original en Portugués.

6 Referencias Bibliográficas

BARROS, M., Ética e solidariedade na Bíblia, Magis Cadernos de Fé e Cultura 2 (1994) 109-132.

GERSTENBERGER, E. S., A ética do Antigo Testamento: chances e riscos para hoje, Estudos Teológicos 2 (1996) 107-118.

JENSEN, J., Dimensões éticas dos profetas. São Paulo: Loyola, 2009.

Pontifícia Comissão Bíblica, Bíblia e Moral: raízes bíblicas do agir cristão. São Paulo: Paulinas, 2009.

REIMER, H., Sobre a ética nos profetas bíblicos, Estudos Bíblicos nº 77 (2003) 29-38.

Nuevo Testamento

Índice

1 “Nuevo Testamento”

2 Contexto socio-histórico y cultural

3 Documentación

4 Autoría

5 Evangelios y Hechos de los Apóstoles

6 Cartas paulinas (“Corpus paulinum”)

7 Cartas católicas o generales

8 El Apocalipsis

9 Canon del Nuevo Testamento y “apócrifos”

9.1 El Nuevo Testamento canónico

9.2 Textos extra-canónicos o apócrifos del Nuevo Testamento

10 Importancia y actualidad del Nuevo Testamento

10.1 El orígen del hecho cristiano

1.2 La persona y el mensaje de Jesús de Nazaret

11 Referencias Bibliográficas

1 “El Nuevo Testamento”[1]

El Nuevo Testamento (NT) es la parte de la Biblia cristiana que conserva por escrito el testimonio sobre Jesús de Nazaret, testimonio que proviene de los apóstoles de Jesús, que la Iglesia guiada por el Espíritu retuvo como referencia y expresión fundamental de la revelación de Dios en Jesús de Nazaret. Son los documentos que testimonian el momento fundador del “hecho cristiano”.

El nombre del “Nuevo Testamento” (Pacto, Alianza) remonta al concepto hebreo berît (“alianza, pacto atestado”), y apunta a la interpretación de la acción de Jesús de Nazaret – especialmente el sacrificio de su vida – como cumplimiento de la profecía de la “nueva alianza” según Jr 31,31-33 y textos análogos del Antiguo Testamento (AT). En el NT, la expresión sucede en relación a la última cena de Jesús en Lc 22,20 (Mt 26,28; Mc 14,24) y 1Cor 11,25; y también en  2Cor 3,6; Hb 8,8; 9,15; 12,24.

El NT puede ser considerado un “reposicionamiento” del marco referencial de la tradición escrita de Israel (el AT), del Éxodo de Egipto, evento fundador de la conciencia israelita, de la actividad de Jesús Cristo, evento fundador del cristianismo. En este reposicionamiento, las Escrituras de Israel no pierden su validez, aunque fueron leídas en la perspectiva del nuevo evento fundador.

El AT es “antiguo” en el sentido de primordial (algunos lo llaman “primer Testamento). Sin él, el NT sería impensable. Es por esto que la Iglesia incluye en sus Escrituras a las de Israel[2]. Jesús hablaba del lenguaje religioso de su pueblo, por lo tanto, del AT. Rezaba los Salmos, libro de oración y alabanza del AT. Discutía con los escribas sobre cómo interpretar la Torá: en nombre de la justicia y del amor relativizaba las prescripciones ritualísticas  (ex.: Mc 2,21–3,6; 7,1-23)  y radicalizaba las exigencias éticas, acentuando su base en el interior del corazón y su carácter universal, sin discriminación (ex.: Mt 5,17-48).

Para la conservación del AT en la Biblia fue fundamental el hecho de que allí se encuentran las “profesías”, hechos o figuras del AT que pueden ser interpretadas como prefiguraciones de Jesús, cuya obra entonces aparece como la plenitud de las Escrituras[3]. Por eso, el cristiano busca leer, en el AT, aquello que “hace surgir a Jesús”[4]. Pero, para encontrar eso, es preciso conocer bien el AT (“las cosas nuevas y antiguas, Mt 13,52) y transformarse en “judío con los judíos” (1Cor 9,20),  especialmente con el judío Jesús de Nazaret.

El NT es el más antiguo testimonio de la cristalización de la fe en Jesús como Cristo (Mesías), Hijo de Dios y Salvador del mundo. No contiene una teología sistemática como la que fue desarrollada en los siglos posteriores, sobre todo, a partir de los grandes concilios ecuménicos de los siglos 4to e 5to. Es, antes que nada, una colección de testimonios extremamente diversificados según los ambientes y las personalidades que los produjeron.

2 Contexto socio-histórico y cultural

El tiempo al que se refiere el NT comprende menos de un siglo: desde el nacimiento de Jesús hasta el fin del siglo I. Pero es un tiempo de grandes cambios. Palestina, como era llamada la tierra de Jesús desde Alejandro Magno (330 a.C.), después de la relativa autonomía bajo el dominio de los asmoneos (164-63 a.C.), que había sido incorporada al Imperio Romano, que nombró como autoridad local, primero a Antípater, y después al “rey” Herodes Magno. Éste fue sucedido en el siglo 4 a.C. por sus hijos, los “tetrarcas”, Herodes Felipe (Golán), Arquelao (Judea e Samaria) y Herodes Antipas (Galilea y Perea). En el siglo 6 d.C., Arquelao fue substituído por un gobernador romano. Durante la vida pública de Jesús, alrededor del siglo 30 d.C., Galilea era gobernada por el “rey” Herodes Antipas y Judea por el gobernador romano Poncio Pilatos. Más tarde aparecerán como autoridades locales los “reyes” Agrupa I y II, también del clan de Herodes.

El espacio del NT es en primer lugar la tierra de Jesús, Palestina (Judea, Samaria, Galilea). Después de Jesús, el escenario se trasladará a las regiones en la cuenca oriental del mar Mediterráneo, como se puede ver en los Actos de los Apóstoles.

El escenario socio-político está determinado por el Imperio Romano, omnipresente a través de su administración y su ejército. La política se hacía en base al clientelismo y el favoritismo: los herodianos en Palestina eran “clientes” del Emperador (el “César”) de Roma, el único que podía usar el título de rey (los herodianos tenían este título por concesión, ésta fue la causa por la cual los romanos ejecutaron a Jesús al ser acusado de haber sido proclamado rey). Las autoridades locales debían recoger los pesados impuestos que el Imperio exigía. Cierto poder en la vida cotidiana y en la comunidad religiosa (que también era política) era atribuído a las autoridades de la comunidad judaica, los sumos sacerdotes y el Sanedrín. La economía, tradicionalmente rural, será cada vez más urbana y mercantil, mientras que los pequeños propietarios muchas veces no conseguían entregar los elevados impuestos y se volvían arrendatarios o, inclusive, esclavos rurales. Es importante conocer la situación urbana en la “diáspora” fuera de Palestina en la época posterior a Jesús, donde los judíos (y por lo tanto los primeros cristianos) vivían en guetos sin derecho a la ciudadanía (Pablo era una excepción: At 16,37-38; 22,25-28). Contrariamente a las costumbres greco-romanas, los cristianos acogían a los esclavos en sus comunidades.

Con respecto a la cultura, se debe distinguir entre el ambiente judío tradicional que reinaba en Jerusalén y en la Baja Galilea (Cafarnaúm), y la cultura helenizada “global”, presente en los países vecinos y, también, en gran parte de Palestina (Samaria, Decápolis e inclusive Jerusalén). En el ambiente judaico, el culto era celebrado en hebraico y la lengua cotidiana eran los dialectos arameo-hebraicos. En los ambientes helenizados (ejército, comercio) se hablaba griego (inclusive en ciertos ambientes dentro de Jerusalén; cf. Hch 6,9  – la sinagoga de los Libertos – y 21,37).  La lengua administrativa era el latín (cf. Jo 19,20).  Para leer el NT es preciso tener conciencia del pluralismo cultural en las inmediaciones de Jesús (la mujer samaritana, la sirio-fenicia, Jesús en la Decápolis, el centurión de Cafarnaúm etc.).

3 Documentación

No contamos con ningún documento (“autógrafo”) del NT (de la mano del propio autor). Los “testigos textuales” más próximos de los originales son los documentos escritos en papiro (material usado hasta los siglos III-IV d.C.), con fragmentos de prácticamente todas las partes del NT. Muchas veces se unen diversos escritos en un solo documento (los evangelios, las cartas paulinas o hasta todo el NT), atestando así no solo la antigüedad de las escrituras individuales, sino también su integración a un canon de las Escrituras. Hay casos privilegiados, como el pap. 66 (Bodmer II),  cuya fecha es de alrededor del 200 d.C., que conserva varias partes del evangelio de Juan, el cual, según el consenso generalizado, habría recibido su forma final poco antes del 100 a.C. Se trata de un testimonio extremamente valioso, a un siglo apenas de la escritura original, un caso rarísimo en los escritos de la Antigüedad.

Además de los más de cien valiosos papiros, disponemos de los “códices”, es decir, de volúmenes encuadernados, escritos en pergamino, que se transformaron en la forma normal de transmitir el NT a partir del siglo IV d.C., tiempo de los grandes concilios. Los más antiguos, llamados “unciales”, fueron escritos solo con mayúsculas y prácticamente sin signos de puntuación, lo que acarrea problemas de interpretación. Los manuscritos unciales más famosos son el Codex Sinaiticus, encontrado en el monasterio de los monjes greco-ortodoxos del monte Sinaí, y el Codex Vaticanus que está guardado en el Vaticano. Ambos provienen de una cuidadosa “recensión” (=restauración del texto) alejandrina (de los cristianos de Alejandría de Egipto), considerada como altamente confiable[5]

Más tarde, el texto griego (en lengua original) continuó siendo copiado por la Iglesia greco-oriental, en letras cursivas minúsculas y con puntuación, en la forma padronizada que se volvió conocida también en Occidente en el inicio de la Era Moderna, cuando se comenzó a imprimir la Biblia. Ganó el nombre de  textus receptus y aun hoy es adoptado como base en algunas de las traducciones de la Biblia, incluso ha tenido una divulgación mundial[6]. Pero las ediciones y traducciones más críticas prefieren basarse en los documentos más cercanos a los originales, sobre todo los papiros.

Además de estos testimonios en griego, los estudiosos recurren también a las traducciones en diversas lenguas, principalmente en siríaco (próximo al arameo) y al latín (África del Norte, Italia, Galia). Estas traducciones remontan a veces a las formas del texto original anterior a los documentos griegos que hoy conocemos; por eso son importantes para la crítica textual (la búsqueda de la forma más original del texto).

4 Autoría

Sobre los autores del NT tenemos poca seguridad. Los estudios críticos reconocen a Paulo como autor de sus “cartas auténticas”  (cf. § 6),  y hay bastante unanimidad para reconocer a Lucas como autor del evangelio que lleva su nombre y de los Actos de los Apóstoles. En cuanto a los otros textos, no siempre la autoría tradicionalmente aceptada resiste los cuestionamientos históricos. Las cartas de Pablo muestran que él utilizaba secretarios (en Cl 4,18, él da a entender que la carta fue escrita por un secretario, mientras que fue él quien acrecentó el saludo “del propio puño”). Éste también fue el caso de los otros apóstoles. En algunos casos, probablemente los escritos fueron redactados por los discípulos para conservar la predicación de un apóstol moribundo o ya fallecido. El apóstol o evangelista es primero “autoridad” antes que escritor en el sentido moderno de la palabra. También las fechas exactas en las que los textos fueron redactados continúa siendo objeto de investigación histórica y no son conocidas de una manera definitiva.

La inspiración y la verdad salvífica de los textos no dependen de la identidad del escritor, sino de su valor como testimonio de los primordios de la fe. La inspiración no se sitúa en el acto mecánico de escribir, sino en la fe que la comunidad recibe y transmite por acción del Espíritu Santo. Por eso, según la Iglesia católica, el principal Autor de las Escrituras es el propio Dios, que utiliza a los autores humanos para que redacten los textos según los procedimientos válidos en toda la literatura (cf. Concílio Vaticano II, Dei Verbum, 11).

5 Evangelios y Hechos de los Apóstoles

Aun cuando los primeros textos del NT sean las cartas paulinas (cf. § 6), el NT coloca primero los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles porque ellos contienen relatos sobre Jesús, sus seguidores y las primeras comunidades, es decir, la tradición de los orígenes presupuestos por los textos restantes del NT.

Los evangelios presentan los relatos de la actividad de Jesús, su mensaje e impacto; alimenta la predicación que es conducida por sus seguidores. Todos ellos siguen el mismo esquema fundamental: la actividad de Juan Bautista, la prédica inicial de Jesús y, a partir de cierto momento, la fricción con los maestros y jefes judíos, culminando con el conflicto final, la muerte y la resurrección en Jerusalén.

Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas son tan parecidos que se los puede comparar en tres columnas paralelas, haciendo una “sinopsis”. Es por eso que son llamados de “sinópticos” y la comparación entre ellos se llama la “cuestión sinóptica”. En la actualidad se acepta por lo general la siguiente hipótesis:

1) Mateo y Lucas adoptaron Marcos como un relato básico (de allí surge el acuerdo Mt=Mc=Lc).

2) Mateo y Lucas insertaron en este relato una colección de palabras de Jesús, ausentes en Marcos, que los estudiosos llaman de “Q” (del alemán Quelle=”fuente”), hoy perdida; es por eso que existe el acuerdo Mt=Lt (sin Mc). Pero este acuerdo es relativo, porque Mateo y Lucas ejecutaron esa operación de forma independiente, incluyendo las materias de Q en diferentes lugares del guión de sus respectivos evangelios. Aun así, el observador atento descubre una relativa coincidencia en el orden de los trechos usados en Q usados por Mateo y Lucas.

Evidentemente, Mateo y Lucas también integraron en sus escritos sus respectivas tradiciones particulares  (por ejemplo, los “evangelios de la infancia de Jesús”, que son diferentes en Mateo y en Lucas y no provienen ni de Marcos ni de Q).

30-50 dC: el evangelio es transmitido en la predicación apostólica oral

51-52: primeras cartas de Pablo

50-60: colección escrita de las palavras de Jesús [Q]

65-70: evangelio de Marcos

70: destrucción del templo de Jerusalén

80: Mateo y Lucas

Predicación apostólica/tradiciones diversas

“triple” Marcos             “doble” [Q]

particular                                 particular

Mateo                                  Lucas

 El cuarto evangelio canónico, titulado “según Juan”, sigue la estructura narrativa fundamental de los tres primeros, pero con numerosas diferencias en el modo de organizar el relato (un orden diferente, selección muy restricta de los gestos de Jesús) y en el estilo (diálogos largos y discursos en el lugar de parábolas breves)

Los Hechos de los Apóstoles constituyen la continuación del Evangelio de Lucas (cf. Hch 1,1-2). Describen el anuncio universal de la salvación según el mandato de Jesús resucitado (At 1,8, cf. Lc 24,48) – lo que es considerado debidamenteencaminado cuando Pablo, misionero por excelencia, llega a Roma, centro del  mundo conocido hasta entonces (Hch 28,16-31).

6 Cartas paulinas (“Corpus paulinum”)

Los primeros escritos del NT son las cartas del apóstol Pablo, escritas aproximadamente entre el 50 d.C. y la muerte de Pablo en el año 64 (o 67). El orden canónico (como aparece en la Biblia el NT) no es necesariamente cronológico. Algunos, inclusive, pueden haber sido publicados después de su muerte por los discípulos (las deutero y tritopaulinas).

Orden canónico en la Biblia Probable orden cronológico y autenticidad
Cartas largas: Rm, 1 e 2Cor, Gl;cartas del cautiverio: Ef, Fl, Cl;primeras cartas: 1 e 2 Ts;cartas pastorales: 1e 2Tm, Tt e Fm;

carta a los Hebreos (Hb).protopaulinas: 1Ts, 1 e 2Cor , Gl , Rm, Fl,  Fm, e talvez Cl;deuteropaulinas: Ef, 2Ts;tritopaulinas: las cartas pastorales 1 e 2 Tm, Tt;atribuidas a Pablo: Hb

1 Tesalonicenses es sin duda la primera carta de Pablo, bañada de esperanza en la espera de la llegada gloriosa de Cristo a la brevedad (“parusía inminente”). 2 Tesalonicenses está fechada varios años después y reinterpreta esa perspectiva.

Entre las cartas largas se acostumbra utilizar 1 Corintios como puerta de entrada al pensamiento paulino, por su carácter bien concreto. Lo mismo se dice de la carta a los Gálatas, que opone un tono polémico a la salvación por la gracia de Cristo (la justificación por la gracia) la confianza en las obras de la Ley judaica, que Pablo considera válida para el pasado judaico, pero inadecuada para los no judíos que entran en la comunidad cristiana. La carta a los Romanos, a veces llamada “el Evangelio de Pablo”, expone la misma idea de modo más sistemático y extenso. 2 Corintios es una colección de diversas cartas posteriores, valiosas, sobre todo, por dejar entrever la personalidad de Pablo. Este acceso directo a la persona de Pablo se encuentra también en la carta a los Filipenses y la nota a Filemón.

En la carta a los Colosenses aparece un lenguaje diferente, en diálogo con el pensamiento helenista-gnóstico. Por eso se cuestiona que sea del propio Pablo, pero nada excluye esta posibilidad. Efesios es una carta circular que amplía Colosenses (la cual estaba destinada a diversas comunidades, como muestra Cl 4,16).

Con respecto a las cartas pastorales, que ya suponen una cierta organización de las iglesias y son dirigidas no a las comunidades, sino a sus jefes, la 2da carta a Timoteo tiene más chances de ser del propio Pablo, ya al final de su recorrido; 1 Timoteo y Tito (que repite 1Tm) parecen ser posteriores.

Debido al tema y al lenguaje, la carta a los Hebreos debe ser atribuida a otro autor, probablemente alguien que pertenezca a una comunidad paulina, lo que explica que ella fue conservada en el Corpus Paulinum.

7 Las Cartas católicas o generales

La Carta de Tiago (Sant), las dos cartas con el nombre de Pedro (1-2Pd), las tres cartas de Juan (1-3Jn) y la Carta de Judas (Jd) son llamadas “católicas” o “generales” (significando el término griego katholikós), a diferencia de las cartas de Pablo destinadas (normalmente) a una iglesia particular. Pero esta diferencia es relativa, pues también algunas cartas paulinas son “generales” (Cl, Ef, cartas pastorales). Las cartas Católicas, junto con la Carta a los Hebreos, nos muestran algo de la enorme diversidad teológica existente en las primeras comunidades cristianas.

8 El Apocalipsis

El último libro del NT, conocido como el Apocalipsis o Libro de la Revelación trae el nombre de su autor: Juan (Ap 1,4.9), aunque no existe un acuerdo sobre quién es ese Juan. Es un texto de género apocalíptico, o sea, de visiones de revelación. Encierra el Nuevo Testamento, no solo por su fecha tardía (ca. de 100 d.C.) sino, sobre todo, por su mensaje de esperanza y su grandiosa versión final, la nueva Creación y la Jerusalén celeste (formando una “inclusión” con el inicio de la Biblia, Gn 1–2).

9 El Canon del Nuevo Testamento y “apócrifos”

Reconociendo en los textos descriptos anteriormente los fundamentos de su fe, la Iglesia estableció desde temprano el “canon”, una lista de los textos que forman parte del NT. Ellos son referencia y norma de nuestra fe, pero no hay que tomarlos necesariamente “al pie de la letra”. Como toda la Biblia, también el NT debe ser entendido según el género y la finalidad de cada texto, dentro del espíritu de la comunidad de fe, la cual, fiel a sus orígenes, hace comulgar sus miembros en la comprensión global y siempre actualizada de la Palabra de Dios.

9.1 El Nuevo Testamento canónico

La “canonización” se dio por la recepción de los textos en las comunidades (con el respaldo de sus pastores). El “canon” (=lista, regla) surgió como reacción contra la proliferación incontrolable de los textos, y también contra la restricción propuesta por el gnóstico Marciano, quien aceptaba solo diez cartas paulinas (debidamente expurgadas) y el evangelio “paulino” de Lucas, vedando las escrituras judaicas y todo lo que en el NT sonara judaico. Tuvo una gran influencia en la canonización progresiva Irineo de Lyon, quien combatió a los gnósticos y sus textos, mostrando que el elitismo y la mente complicada de ellos se oponía diametralmente a la propuesta de Jesús.

Los primeros indicios de la recepción por parte de la comunidad se encuentran todavía en la fase de la tradición oral: la constitución de las colecciones de las sentencias y los hechos de Jesús y, sobre todo, del relato de su pasión, muerte y resurrección, a la que ya apuntaba el apóstol Paulo, alrededor del 52 d.C., en 1Cor 15,3-5 e 11,23-25. Cerca del año 70, el evangelio de Marcos y la colección de sentencias de Jesús (Q) son utilizados por dos escritos posteriores, Mateo y Lucas. Aun existían dudas en relación a muchas cosas que se escribían respecto a Jesús, como muestran las observaciones críticas en Lc 1,1.

No solamente las tradiciones orales y las escritas sobre Jesús, sino también los textos del apóstol Pablo gozaron de rápido reconocimiento, como lo muestra 2Pd 3,15-16, recomendando la lectura de las cartas de Pablo al lado de las “demás Escrituras” (= el AT). Las cartas de Pablo eran, de hecho, leídas en las asambleas (1Ts 5,27) e intercambiadas (cf. Cl 4,16) o llevadas a otras iglesias (es el caso de Ef, derivada de Cl). Otras cartas eran escritas directamente para varias iglesias (las “cartas católicas”, más arriba § 6), recibiendo una rápida “canonización oficiosa”.

La constitución del canon del NT no estuvo libre de problemas. En la Iglesia de Siria se adoptó, a fines del siglo II, un evangelio que fundía los cuatro evangelios canónicos en uno solo, el Diatessaron (=”cuatro en uno”) de Taciano. Este hecho muestra que los cuatro todavía no tenían el peso que recibieron posteriormente. Pero la Iglesia percibió que reducir los cuatro evangelios a uno solo sería una gran pérdida.

El primer elenco de los libros del NT que conocemos es el “canon de Muratori”, texto del siglo II, descubierto por el investigador Muratori en 1740. Aun cuando falta la parte inicial, que con seguridad mencionaba a Mateo y Lucas, este documento comenta Lucas, Juan, Actos, las cartas de Pablo, las cartas católicas y el Apocalipsis. Faltan Hebreos y 2 Pedro. De Juan son mencionadas solamente dos cartas en lugar de tres.

Una distinción clara entre los escritos canónicos y los apócrifos/extracanónicos aparece en la lista de Eusebio de Cesarea, en el inicio del siglo IV. Sin embargo, deja entrever la duda que existe alrededor del Apocalipsis, que en aquel momento todavía era rechazado por un buen número de teólogos. Atanásio, a fines del siglo IV, consiguió romper la resistencia a este libro.

La canonización del NT acompañó a la de toda la Biblia, en el Concilio regional de Hipona (África del Norte) en 393, en el Concilio de Cartago (419), en el Concilio “in Trullo”, en 692 y en el Concilio de Florencia, en 1441. Lutero mostraba reservas en relación a Hb, Tg, Jd e Ap, pero no llegó a excluirlos. Aun cuando el canon existía anteriormente de facto, la proclamación oficial del canon bíblico por el magisterio católico solo ocurrió en el Concilio de Trento en 1546, juntando Mt, Mc, Lc, Jn, Hch, Rm, 1 y 2Cor, Gl, Ef, Fl, Cl, 1 y 2Ts, 1 y 2Tm, Tt, Fm, Hb, Sant, 1 y 2Pd, 1, 2 y 3Jn, Jd, Ap.  Las iglesias orientales y protestantes aceptan el mismo canon para el NT.

9.2 Los textos extracanónicos o apócrifos del NT

Existen unos cincuenta libros de los primeros siglos cristianos que se presentan como evangelios o escritos de los apóstoles, pero que no fueron admitidos dentro del canon. Son comúnmente llamados de “apócrifos”. Las razones de su no aceptación pueden ser diversas. Algunos de esos libros surgieron mucho después del tiempo apostólico, pero otros son casi contemporáneos al NT (hasta el siglo II-III d.C.): Proto-evangelio de Santiago, Evangelio de Pedro, Evangelio de María, Evangelio de Tomás… En este caso, no basta que lleven el nombre de algún apóstol; la comunidad debe reconocer en los textos la experiencia de Dios en Jesús Cristo. Esto es ilustrado en el siguiente ejemplo. El Evangelio de Tomás, conservado en lengua egipcia antigua, puede ser casi contemporáneo del 2Pd. Sin embargo, no posee el espíritu legítimo del evangelio de Jesús, como aparece en esta comparación de la parábola del buen pastor en Mateo y en el Evangelio de Tomás (las cursivas son nuestras):

Mt 18,12-14 Ev. Tomé, 107
¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y se descarría una de ellas. ¿No deja las noventa y nueve y va por los montes a buscar la que se había descarriado? Y si acontece que la encuentra, de cierto os digo que se regocija más por aquella, que por las noventa y nueve que no se descarriaron. Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno solo de estos pequeños. El reino es semejante a un pastor que tiene cien ovejas. Una de ellas, la mayor, se desgarro. Él dejó a las noventa y nueve y la buscó hasta encontrarla. Cansado, dijo a la oveja: “Yo te amo más que a las noventa y nueve”

El texto de Mateo (igual al de Lc 15,4-6) acentúa la universalidad del amor de Dios, especialmente por los más pequeñitos. Cualquier hijo pródigo, al ser reencontrado, completa la alegría de Dios. Pero en el evangelio de Tomás, se trata de la oveja más grande y más bonita: es una lectura elitista de la parábola original de Jesús

Se observa, así, que algunos escritos extra-canónicos no fueron rechazados tan radicalmente. Aquellos que contaban historias populares y piadosas al respecto de Jesús, María, los ángeles, Adán y Eva, etc. penetran en la catequesis popular y continúan influenciándola hasta hoy – no sin problemas, pues muchas veces vehiculan el dualismo y el anti-judaísmo, además de realzar cuestiones periféricas, que tienen poco a ver con lo esencial de la fe. Existe el peligro de privilegiar todo lo que parece extraño y curioso, por encima de la verdadera fe cristiana.

10 La Importancia y la atualidad del Nuevo Testamento 

10.1 El origen del hecho cristiano

El NT nos hace asistir al origen de la fe de los primeiros discípulos y de las primeras comunidades cristianas en Jesús de Nazaret. Estos orígenes están inseparablemente vinculados a un determinado contexto cultural e histórico, que para la tradición cristiana forma parte de la “encarnación”, es decir, de la verdadera humanidad de Jesús no solo biológicamente, sino que también, histórica, social y culturalmente. ¡El cristianismo no es, en primer lugar, un conjunto de simbolismos religiosos y/o de máxima sabiduría universal y supra-temporal, sino un evento situado en la historia y “cómplice” de ella! Por eso, los escritos fundamentales del NT (y de la tradición cristiana) son relatos de la actuación y la predicación de Jesús de Nazaret, cada uno a su modo. En realidad, narran la llegada al mundo de un nuevo paradigma que podemos llamar “hecho cristiano”. Una nueva forma mental y práctica de considerar el mundo y vivir y organizarse en él, abiertos a una trascendencia en la que se ve en Jesús la revelación indicativa: “Yo soy el camino” (Jo 14,6).

10.2 La persona y el mensaje de Jesús de Nazaret

Según el NT, sobre todo en el segundo de los cuatro evangelios canónicos [7], la actuación de Jesús de Nazaret consistió fundamentalmente en anunciar la llegada del Reino de Dios (Mc 1,14-15 parr.), es decir, de una nueva realidad, ya no más dominada por los intereses religiosos y políticos vigentes, sino por el proyecto de amor de Dios para con todos los seres humanos (cf. Mt 5,45-48), realizando la esperanza de la paz y la fraternidad del tiempo final (=>escatología). En su expresión concreta de palabras y gestos, este mensaje desentonó, por un lado, con las estructuras establecidas, y también, por otro lado, de ciertas expectativas mesiánicas inadecuadas que reinaban en el pueblo (cf. Mc 8,27-33). Por eso, Jesús tuvo que enfrentar una previsible oposición, al punto de ser condenado por la propia lideranza del pueblo, en confabulación con la potencia imperial de Roma, que dominaba la tierra de Israel en aquellos días. Después de su muerte, sin embargo, Jesús apareció, resucitado y vivo frente a sus seguidores, quienes organizándose en comunidades, se empeñaron en guardar y llevar adelante su mensaje y su modo de vivir.

Las comunidades conservaron también testimonios del modo en que asumieron el camino de Jesús de Nazaret. Este testimonio nos fue legado en forma de relato por Lucas, en el libro de los Actos (cf. la comunidad como “el camino”, At 9,2; 19,5; 22,4; 24,14.22), pero también en forma de instrucciones, en las cartas de Pablo y de los otros maestros de las comunidades, inclusive, en el Apocalipsis de Juan, que comienza con una evaluación crítica de las siete iglesias de la región de Éfeso (Ap 1-3).

Este “camino” no se estancó cuando las primeras comunidades dejaron de existir, y el próprio hecho de que ellas hayan transmitido los testimonios de aquellos momentos iniciales prueba que el “camino”, o el “hecho cristiano”, continúa hasta hoy. Sin embargo, él pasa por contínuas reconfiguraciones y, en función de esto, por contínuas relecturas de los textos fundadores, enriquecidos no solo por la sucesión temporal, sino también por la pluralidad simultánea de diversas interpretaciones.

Este dinamismo hizo con que el NT no pudiera ser considerado como testimonio de un pasado muerto, sino que se presenta como la inspiración de un camino vivo y continuamente reinventado, sin perder su identidad, como el mar que es siempre diferente y siempre el mismo.

Es por eso que para el Cristiano creyente, el NT no es apenas un documento arqueológico de los orígenes de su tradición religiosa, sino la referencia permanente y siempre nuevamente inspiradora de su existencia y praxis histórica. Ser fiel significa: hacer suceder, siempre de nuevo y en nuevas constelaciones históricas, el “evento Jesús” del cual el NT da un testimonio único e insustituible.

Johan Konings, SJ. FAJE, Brasil. Texto original en portugués.

11 Referencias Bibliográficas

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BROWN, Raymond E. Introdução ao Novo Testamento. 2.ed. São Paulo: Paulinas, 2012.

MAINVILLE, Odete (org). Escritos e ambiente do Novo Testamento: uma introdução. Petrópolis: Vozes, 2002.

GILBERT, Pierre. Como a Bíblia foi escrita: introdução ao Antigo Testamento e ao Novo Testamento. São Paulo: Paulinas, 1999.

KOESTER, Helmut. Introdução ao Novo Testamento: historia, cultura e religião do período helenístico. São Paulo: Paulus, 2005. 2v.

KONINGS, Johan. A Bíblia, sua origem e sua leitura. 7.ed. Petrópolis: Vozes, 2012.

KÜMMEL, Wener Georg. Introdução ao Novo Testamento. São Paulo: Paulinas, 1982.

LOHSE, Eduard. Introdução ao Novo Testamento. 3.ed. São Leopoldo: Sinodal, 1980.

SCHNELLE, Udo. Introdução à exegese do Novo Testamento. São Paulo: Loyola, 2004.

STOTT, John. Homens com uma mensagem: uma introdução ao Novo Testamento e seus escritores. Campinas: Cristã Unida, [1996].

VIELHAUER, Philipp. História da literatura cristã primitiva: introdução ao Novo Testamento, aos apócrifos e aos pais apostólicos. São Paulo: Academia Cristã, 2005. (Historia de la literatura cristiana primitiva: introducción al Nuevo Testamento, los apócrifos y los padres apostólicos. Salamanca: Sigueme, 1991.)

[1] Para las abreviaciones de los libros bíblicos, =>Abreviaciones bíblicas

[2] Contraria a la posición del teólogo hereje Marciano  (séc. II).

[3] Sobre el uso del AT en el Nuevo, puede leerse: DODD, C. H. Segundo as Escrituras: estructura fundamental del Nuevo Testamento. São Paulo: Paulinas, 1979.

[4] Cf. Martinho Lutero: “was Christum treibt” (Tischreden, Weimarer Ausgabe 38, 364, 25-27).

[5] Además de Alejandría hubo otros centros de recensión del texto del NT, principalmente en Cesarea de Palestina y en Bizancio.

[6] Esto explica la diferencia entre las diversas ediciones, por ejemplo, de la traducción de João Ferreira de Almeida (siglo XVII, continuada en los siglos posteriores ): la “corregida y fiel” (ACF) y la “revisada y corregida” (ARC), que tiene como base el textus receptus, y la “revista y actualizada” (ARA), que adopta el “texto crítico”, actualizado tomando como base los recientes descubrimientos de los antiguos documentos. Todas ellas publicadas por la Sociedade Bíblica Brasileira.

[7] Sobre los evangelios apócrifos , =>Textos extracanónicos.

Los temas emergentes en la ética teológica

Índice

1 La aparición de la justicia en la ética sexual

2 La entrada de la hermenéutica de la justica en la bioética

3La biotecnología

4 Inestabilidad global: Militarización, migración, las crisis ecológicas y la necesidad de un nuevo orden global

5 Los nuevos horizontes en la teología moral fundamental

6 Los temas (ignorados) que precisan atención para un nuevo orden mundial: la raza, el diálogo interreligioso y la igualdad

1 La aparición de la justicia en la ética sexual

En los últimos 50 años la teología moral ha sido testigo de un cambio antropológico fundamental: de lo personal a lo social.  Éste es un paso extraordinario y ha sido posible gracias a la introducción de la justicia como hermenéutica global en las áreas de la ética sexual y  de la bioética.

La hermenéutica de la ética sexual giraba, por lo general, en torno a la castidad, una virtud que básicamente se aplicaba al individuo antes de que él o ella tuviese alguna relación sexual y anterior a las relaciones maritales. Esencialmente, la ética sexual no trataba de las relaciones sino que era preliminar a ellas. Ya que la virtud solamente regulaba la conducta de aquellos que ya estaban preparados para ella, los teólogos morales más recientemente procuraron una virtud que se concentrara menos en la persona individual y más en las relaciones. La decisión de introducir la justicia en la ética sexual fue innovadora y provino, especialmente de las corrientes feministas.

Primero y principalmente, la introducción de la justicia en la ética sexual ha conducido a la cuestión de la igualdad de género. Este tema nos acompañará en los próximos 50 años en cuanto  abordamos los tópicos sobre violencia sexual y  violación, y si la complementariedad de género debe estar en el centro de la enseñanza ética para las relaciones de pareja. La cuestión de los derechos de las mujeres permanece y seguirá profundizándose como el tema central de nuestro tiempo.

El desarrollo de estos derechos y movimientos cambiará radicalmente nuestras nociones de género, así como nuestra comprensión de lo masculino y de lo femenino si se mantienen estas descripciones.  Además, la entera comprensión de la familia y del compromiso, junto con la idea de matrimonio como una asociación, se verá obligada a madurar mientras la cuestión de la igualdad de género siga vigente.

En segundo lugar, la discusión de la homosexualidad hoy ha cambiado debido al hecho de que los temas de la sexualidad de una persona son ahora más y más juzgados por cuestiones de justicia y equidad. Las preguntas no son más lo que una persona homosexual debe o no hacer (quedarse en el armario, callado o casto- cuestiones, una vez más, abordadas desde una hermenéutica de la castidad); ahora la pregunta clave es cómo  la sociedad debería tratar a las personas homosexuales. Mientras que los tribunales, las legislaciones y las poblaciones que votan conceden a las personas homosexuales más derechos , veremos que su bienestar será protegido a nivel mundial. Por consecuencia, a nivel global, las personas transexuales también serán tomadas en cuenta y la pregunta clave será cómo debería tratarlas la sociedad.

Como las personas gay y lesbianas están presentes y surgen de manera normal en nuestro paisaje social, inevitablemente nuestra comprensión clásica de los estereotipos de género masculino y femenino será desafiada, y los teólogos morales necesitarán prestar atención a la ley natural, a la Iglesia y a la cultura local. Debemos esperar futuras y profundas modificaciones en la ley natural, estos cambios nos impulsarán a disminuir el marco rígido y clásico de la ley natural que inhibe la actual dependencia de ese fundamento filosófico. Por último, la comprensión de nuestra sexualidad y de la orientación, comenzará, finalmente, a ser explorada de una manera nueva cuando las distinciones ya problemáticas entre homo y hétero sean vistas como socialmente construidas y no adecuadas.

2 La entrada de la hermenéutica de la justica en la bioética

En bioética, el paso para la justicia se dio en dos plataformas. Primero, de modo general, la bioética surgió en el mundo de las economías fuertes donde las personas podían darse el lujo de ver a un médico y pagar por el cuidado de su salud personal. En su mayor parte, la hermenéutica de la atención médica se desarrolló en un sistema de élite donde la relación médico-paciente era el modelo fundamental, a pesar de que pocas personas en el mundo tenían acceso a esta relación. Sin embargo, esta relación dominó la bioética y con ella los temas relacionados a la confidencialidad, los sustitutos en la toma de decisiones, los testamentos de vida, la reanimación y el uso de medios extraordinarios.

Con la introducción de la justicia en la ética médica, hemos podido entender problemas ético-médicos más urgentes que éstos, sobre todo los que surgen cuando nos damos cuenta de que la mayoría de las personas no tienen acceso a la asistencia sanitaria. Preguntas sobre el acceso a la asistencia sanitaria se volvieron aún más relevantes con la aparición  del SIDA.

Con el SIDA,  la ética de la salud pública surgió como una segunda plataforma y como un campo en sí mismo. Se comenzó a hablar de la bioética en términos de derechos humanos para la sociedad. La hermenéutica de los derechos humanos como el lenguaje de la ética en salud pública está emergiendo actualmente, aunque nació en 1997 cuando Jonathan Mann colocó frente a los funcionarios de salud pública una intuición bastante reconocida pero muy poco mencionada hasta entonces: “está claro, a lo largo de la historia y en todas las sociedades, que los ricos  generalmente viven vidas más largas y saludables que los pobres”. Inmediatamente después de esto añadió: “una pregunta importante que surge del desnivel del status socioeconómico de la salud es por qué existe esa diferencia.

La pobreza finalmente irrumpió en el paisaje de la bioética.  Responder como autoridades de la salud a las cuestiones de la pobreza significó que los especialistas en ética médica necesitaban, además de las cuestiones de salud, una hermenéutica que incluyera los temas del trabajo, la educación, de la estabilidad política y social y  de los salarios justos.  Los especialistas de la salud pública incitaron a otros especialistas en ética médica a reconocer la creciente utilidad del lenguaje de los derechos humanos para analizar y abordar los temas de la salud como pre-eminentemente relacionados a los indicadores sociales.

Reconocer la conexión entre la pobreza y la asistencia sanitaria se convirtió en la intuición fundamental que conduce la bioética contemporánea. Pronto el lenguaje de la justicia dio paso al lenguaje de los derechos humanos y esto tuvo un impacto directo en los más afectados por la pandemia del VIH/SIDA. Ahora la comunidad mundial ya no podía hablar simplemente de proporcionar hospicio a los afectados en la parte sur del globo. Eventualmente, Brasil llevaría la delantera al reconocer el derecho de los infectados por el VIH a tener el tratamiento con los retro-virales.

Claramente, la pregunta persistente de si existe un derecho universal de salud está empezando a emerger en alguna literatura de la India y África , pero todavía no existe un consenso fundamental entre los moralistas. Inevitablemente, los especialistas de la ética necesitarán desarrollar un modelo justo de atención médica para el futuro en un mundo donde la mayor parte de la salud se paga del bolsillo de los propios pacientes. Este modelo tendrá que ocuparse de las cuestiones financieras (precios, necesidades de investigación, aranceles) relacionadas con las corporaciones farmacéuticas.

A medida que avanzamos hacia un modelo de salud universal, los especialistas en ética necesitarán desarrollar argumentos de justicia para incentivar la industria de la salud para que encuentren formas de erradicar enfermedades que son curables, especialmente en el sur del globo. Por ejemplo, no habría razón para que todavía exista la malaria y la tuberculosis si existiera una voluntad colectiva para eliminarlas. Aquí las fallas competen también a los especialistas de la ética, quienes no han abogado aun por una campaña contra estas enfermedades.

La justicia será evidente en la respuesta a posibles pandemias en un mundo que se vuelve más global, como sucedió en el reciente brote del virus del Ébola. La decisión de simplemente cerrar las fronteras no es más una opción en un mundo globalizado donde la justicia es el lenguaje de la ética de la salud. En un mundo que se globaliza cada vez más, ¿desarrollaremos un protocolo internacional para una ética pandémica?

3 La biotecnología

La justicia es también necesaria en el desarrollo de las cuestiones de la biotecnología. Preguntas anteriores sobre ingeniería genética nos mantienen en un marco simplista que distingue lo ético de lo no-ético, de la misma manera que la distinción entre manipulación genética terapéutica y manipulación genética mejorada. Esta división no es ni conceptual ni éticamente defendible. De hecho, algunas mejoras descansan en los diseños terapéuticos (p.e., prótesis y productos farmacéuticos).

Necesitamos repensar cómo trazaremos las líneas morales y preguntarnos qué hace éticamente legítimas las mejoras. Aquí, de nuevo, se ha introducido un cambio de hermenéutica. En el marco anterior, distinguir terapéutica de mejora sobre la base de una creencia, un poco ingenua, era como si temiéramos “jugar a Dios”,  donde hacer alguna mejora no nos estaría permitido. La mejora en sí misma no es realmente un límite moral significativo. Las preocupaciones recurrentes con las mejoras no tienen que ver con la categoría en sí misma, sino con su relación con los recursos limitados, con las prioridades sostenibles que respondan a las necesidades de todos, especialmente de los más marginados. La justicia nos ayuda a ver que las mejoras que dan más poder a un grupo sobre otro son indicadores de la falta de ética.

Por otra parte, tenemos que estar atentos a los transhumanistas que estén interesados en el uso de las mejoras para alterar el sentido y el destino del ser humano.  Necesitamos revisar una antropología que, por un lado, permita algunas mejoras, pero que, por el otro, sea consciente de que el objetivo fundamental transhumanista es el de trascender la muerte y negar la resurrección corporal.

La biotecnología también necesita ser examinada con relación a su presupuesto. Demasiada biotecnología puede ser una obsesión por el glamour o lo exótico, en una palabra, cosmética, y no una preocupación por las necesidades de los más desfavorecidos. En la medida en que más especialistas de la ética le recuerden a las industrias biotecnológicas la justicia distributiva, la opción por los pobres, las estándares mínimos de salud y los temas que acompañan los derechos humanos, tendremos una investigación que acerque el mundo de la biotecnología a objetivos que apunten a la salud completa de todos los seres humanos y no solo la de aquellos que tienen el dinero y el poder para comprarla.

Un gran problema que no ha sido tomado en cuenta es el de la creciente intrusión del poder  militar en el campo de la biotecnología. Por ejemplo, el programa de prótesis revolucionarias, un componente de la agencia de los Estados Unidos de Proyectos de defensa e investigación avanzados (DARPA), por sus siglas en inglés, con un presupuesto de tres billones de dólares es una agencia muy bien financiada y que apunta a un doble objetivo: primero tratar, curar y mejorar los soldados heridos que han perdido miembros, proporcionándoles prótesis mejoradas y; segundo, con ello aprender a cómo preparar un súper ejército mejorado, un ejército robótico de soldados ilimitados. Al proporcionar prótesis bastante sofisticadas a los veteranos que regresan heridos de guerra, vemos que el gobierno de los Estados Unidos responde a las necesidades inmediatas de los soldados, particularmente a las de su sufrimiento, con el fin de conseguir en el futuro una fuerza más fuerte y capacitada. El doble uso es normalmente el modo fundamental de proceder de la DARPA: el incentivo para proveer prótesis a los heridos es la materialización, a largo plazo, de una milicia robótica indomable.

4 La inestabilidad global: Militarización, Migración, Crisis ecológica y la necesidad de un nuevo orden global.

Los especialistas de la ética no han acompañado el crecimiento del complejo militar industrializado. Solo la venta de instrumentos de guerra y armas es una industria enorme que la mayoría de los especialistas en ética fracasan en examinar. Estas ventas no son sólo problemáticas en un mundo de estados-naciones, sino, mucho más, en un mundo de gobiernos deshonestos y numerosas organizaciones terroristas.

Y, así como el ejército aprovecha las condiciones de los veteranos de guerra para desarrollar una armada robótica, el ejército está entrando de modo acelerado en otros campos de la vida en la creciente globalización del mundo. Esta creciente militarización debe ser examinada, ya que su acceso a la tecnología se está desarrollando de manera exponencial.

Un ejemplo de esto es cómo las fuerzas policiales de las grandes áreas urbanas están siendo progresivamente militarizadas con armas sofisticadas para el control de las multitudes, lo cual se convierte en amenazas para las libertades civiles de los ciudadanos. Estas capacidades tecnológicas han sido también utilizadas por los estados para interceptar, ilegalmente, las comunicaciones de gobiernos soberanos de tal manera que los escándalos de espionaje se han vuelto comunes.

Del mismo modo, la militarización del espacio, así como la privacidad de las personas, son temas que permanecen, en su mayoría, sin examinar. La presencia ubicua de drones en nuestro espacio aéreo es una indicación clara de la militarización de nuestro planeta y de la capacidad que se tiene para tomar decisiones no necesariamente amparándose en la ley, sino en el  poder. Sólo los drones, sobre todo por su capacidad de matanzas y asesinatos selectivos, requiere especialista de la ética para desarrollar con urgencia las herramientas para evaluar la legitimidad moral de estas estrategias militares.

El expansionismo militar camina junto a los movimientos migratorios, o mejor dicho, países con ejércitos más fuertes tienen fronteras menos vulnerables. Esto hace que la migración se desplace hacia aquellos países que no tienen las capacidades para enfrentar tales movimientos.  Los pueblos que emigran debido a conflictos civiles, economías deprimidas, persecución religiosa o étnica, desafío medioambientales, etc., deja al mundo en una inestabilidad cada vez mayor. Con el fin de resolver la inestabilidad peligrosa, cada vez más naciones encuentran justificación en las intervenciones humanitarias, aunque éstas ahora han entrado en relación con la así llamada “responsabilidad de proteger”.

El número de refugiados y personas sin ciudadanía sigue aumentando, aproximándose a las cifras vigentes al final de la segunda guerra mundial.  Las personas desplazadas son concentradas, por largos períodos de tiempo, en áreas cada vez más remotas sin una solución adecuada.

Estas situaciones se ven exacerbadas por la degradación continua de nuestra ecología que, al igual que la migración, va desatendida. La necesidad de desarrollar economías adecuadas sigue frustrando el tema de la respuesta a la crisis ecológica. Los pueblos y los gobiernos están más interesados en sostener el empleo y la economía que en parar nuestros abusos contra el medio ambiente. Sin embargo, seguimos poniendo en riesgo el futuro ecológico a pesar de las alarmas catastróficas: derretimiento de las capas de hielo, aumento del nivel mar, quema de flurocarbonos, deforestación y el mal tiempo universal reflejado en las sequías, el festival de huracanes y tifones catastróficos. La decisión de sólo ver la cuestión de la sustenibilidad de la economía sin la sustenibilidad del medio ambiente sigue siendo el tema donde más hace falta una conversión internacional.

Además, ante el despliegue de los desastres ecológicos, todo el mundo teme que estemos entrando en un mundo en el cual el poder militar protegerá a aquellos cuyos líderes, con ese poder, consideren proteger.

Nos encontramos en el siglo XXI, marcado por un expansionismo y una inestabilidad global sin precedentes, pero que nos recuerda al expansionismo europeo del siglo XVI en la  conquista de las Américas y del comercio con Oriente. En ese tiempo, las ambiciones nacionales desenfrenadas, impulsadas por el poder militar, no hubiesen sido controladas sin la visión de un Francisco de Vitoria, Bartolomé de las Casas o Francisco Suárez.

Necesitamos especialistas de la ética en derecho y economía internacional que empujen el discurso del derecho internacional hacia una mayor cooperación, hacia un equilibrio del poder, hacia el restablecimiento del estado de derecho sobre la fuerza y una nueva visión del orden global que valorice la intuición fundamental de la opción por los pobres. La participación y representación internacional deben trazar una distribución más justa de las riquezas y de los bienes necesarios para una vida humana considerada adecuadamente.

Los especialistas de la ética necesitan preparar personas en el mundo y en la Iglesia que se encaminen hacia una reducción de las sospechas, los prejuicios y los miedos para trabajar en pro de un mayor respeto, confianza, tolerancia y cooperación. En pro de esta meta, es importante conseguir una mayor cooperación global entre los especialistas de la ética católicos para modelar el tipo de cooperación con la que el mundo necesita comprometerse.

5 Los nuevos horizontes en la teología moral fundamental

El campo de la teología moral fundamental se ha visto afectado por el enorme cambio del perfil antropológico de la persona. Previamente, la persona era vista como un sujeto individual responsable por sus pecados y por su salvación. Pero hoy en día, la persona se entiende como constitutivamente social y fundamentalmente racional. No podemos imaginar una persona sin relacionarse de algún modo con otro o con nosotros.

Este cambio de visión de la persona, como constitutivamente relacional, se acopló a la aparición de la justicia como una virtud primordial en el discurso teológico que hemos visto anteriormente. La justicia era normalmente pensada dentro de la ética social, aunque se consideraba someramente en la teología moral fundamental.

Este giro hacia la justicia en todos estos campos surgió efectivamente como respuesta a la irrupción del sufrimiento en el discurso teológico. La teología de la liberación latinoamericana fue la primera en introducirlo, pero se volvió apropiado en otros espacios, especialmente en África y en la teología negra y feminista de los Estados Unidos. Responder al sufrimiento se convirtió en el tema dominante en toda la ética teológica, asociándose con disciplinas tales como bioética, ética sexual, ética social y teología moral fundamental.

Por esta razón, necesitamos fuertemente una nueva teología moral fundamental en la que los temas tales como pecado y  santidad no sean tratados, principalmente, como cuestiones individuales, sino de un modo relacional y colectivo.  Las nociones de pecado y de gracia, frecuentemente descritas en el pasado en el ámbito de las acciones individuales, ya no son más adecuadas. El lenguaje del pecado social no debe ser visto como secundario, sino que tiene que ser traído al primer plano. Además, necesitamos pensar las virtudes y los mandamientos desde una óptica más social, necesitamos pensar la acción como más participativa, institucional y estructural.

Junto con esto, necesitamos desarrollar una noción de conciencia mucho más robusta y socialmente consciente y atenta a las necesidades, para responder al sufrimiento en el mundo. Necesitamos desarrollar dentro de la Iglesia una valorización de la conciencia que fue reconocida en el concilio Vaticano II, e inculcar en los laicos y en la jerarquía su valorización, no principalmente por su capacidad de disentir, sino por su sensibilidad social. Necesitamos también una noción de conciencia que vaya más allá de la noción medieval de la conciencia como acto para considerarla, como esa sustentable y continua atención moral a las necesidades y a los signos de los tiempos. Aquí, también necesitamos pensar en las diferentes maneras de formar la conciencia cristiana, en cuanto que la recuperación de la ética de la virtud debe ayudar a los especialistas en el tratamiento de los temas emergentes en torno a la formación contemporánea de la conciencia cristiana.

Necesitamos desarrollar una nueva teología moral que sea global, que valorice la naturaleza racional de la persona y, así, reforzar la influencia formativa en lo cultural y en otras fuerzas sociales. La nueva teología moral debe ser fundamentalmente bíblica. Ya pasaron 50 años desde la famosa declaración de Optatam Totius 16 que nos exhortaba a volvernos más bíblicos. Estos pasos son importantes, pero necesitamos más especialistas de la ética, especialmente católicos, para enriquecernos con una nueva ética bíblica que abrace la doble competencia de la exegesis bíblica y la de una hermenéutica ética complementaria a la altura de aplicar las exigencias bíblicas a la vida contemporánea. Esta doble competencia bien podría necesitar de especialistas de la ética para colaborar más ampliamente con los teólogos bíblicos; al mismo tiempo, esta colaboración les recordará que sus intentos por hacer ética bíblica, sin una adecuada hermenéutica ética, podrá sugerirles que procuren colaborar más ampliamente con la ética teológica.

Mientras buscamos una hermenéutica ética adecuada, los que escriben actualmente sobre ética bíblica apuntan instructivamente a la ética de la virtud, porque capta el tipo de enseñanza que los evangelistas y Pablo ofrecen a las comunidades de fe. De este modo, la ética de la virtud podría ayudarnos a articular los trazos virtuosos que deberían ser encontrados en un discípulo contemporáneo de Cristo. Aquí podemos pensar cómo la valentía, la misericordia, la vigilancia y la solidaridad están profundamente conectadas con la invitación evangélica a trabajar por la llegada del Reino de Dios.

Pero esta nueva teología moral debe ser también teológica. Ella es necesaria para la Iglesia en sus diócesis y parroquias. Tiene que lidiar con los temas de la gracia y del pecado, de la creación y la redención, de los misterios de la encarnación, de la Trinidad y de la liberación escatológica, de la llamada al discipulado y del Reino de Dios y, finalmente, de las virtudes de la fe, de la esperanza y de la caridad.

Este cambio en la antropología teológica fue acompañado por un cambio en el método con el desarrollo de la ética de la virtud. El desarrollo de la ética de la virtud no sólo nos pide desarrollar las virtudes que tienen que ver con la imagen del discípulo de Cristo, sino que como método debemos observar cómo construye normas y provee una orientación prudente concreta. Esto es, aunque las virtudes nos dice cómo ser, ellas tienen que decirnos también qué hacer.

También necesitamos prestar atención a las estructuras sociales en las que vivimos y preguntarnos si son adecuadamente virtuosas, o problemáticamente viciosas. El lenguaje del pecado social debe, por añadidura, incentivarnos a observar las estructuras sociales para evaluar lo que inhibe el pecado y lo que apunta a la virtud. Sobre esto, hay mucho trabajo por hacer.

Este giro hacia la ética de la virtud, con su complemento de una comprensión más social de la persona y de la conciencia, apunta al surgimiento de una pregunta en relación a si el modelo clásico de las cuatro virtudes cardinales es adecuado para quienes las virtudes no son el perfeccionarse a sí mismas, sino perfeccionar sus relaciones. Por ejemplo, mientras que la justicia nos pide dar a cada uno lo que le es debido y ser imparcial a la hora de juzgar a todo el mundo, la fidelidad nos pide reconocer que la amistad, la familia, el compañerismo y otras relaciones más íntimas nos piden una fidelidad en la que no podemos tratar a las personas con imparcialidad, precisamente porque necesitamos mantener esas relaciones especiales. El autocuidado podría acompañar la justicia y la fidelidad. El autocuidado sólo se vuelve importante cuando nos hacemos conscientes de la justa relación entre la justicia y la fidelidad. Por la justicia reconocemos eso en lo que debemos ser imparcial con todos, como cuando damos a cada uno lo que le es debido,  a través de la fidelidad nos damos cuenta que tenemos que mantener esas relaciones especiales, particulares o parciales con amigos, familia, vecinos, colegas y conciudadanos. Sin embargo, a través del autocuidado nos damos cuenta de que somos responsables por nosotros mismos, así como también por el extranjero y el amigo. La virtud de la prudencia nos enseña cómo acompañar estas virtudes, especialmente cuando están en competencia, ¿son éstas las nuevas cuatro virtudes cardinales?

Hasta la fecha, la naciente ética bíblica subraya el enorme impacto que la misericordia tuvo en la primera comunidad. La misericordia, entendida como la disposición a entrar en el caos del otro, tuvo una relación distinta con el auge del cristianismo como la marca irrefutable de la comunidad cristiana primitiva. Más recientemente, otros estudiosos se están volviendo hacia la humildad y, en particular, hacia la humildad epistemológica que nos incita a mirar a nuestra comunidad, y no a nosotros mismos, como el centro de nuestro mundo.

Una tercera virtud que está ganando mucha atención es la solidaridad, emerge también una virtud que no se identifica muy fácilmente con la tradición. La solidaridad surge en la medida que somos conscientes de que nos encontramos en un mundo globalizado y, mientras la prudencia instruye la justicia de modo que sepamos lo que dar a cada uno, la solidaridad describe cómo, en el orden de la justicia, precisamos estar conscientes y juntos a aquellos que se encuentran marginalizados o en situaciones más precarias.

Mientras construimos una ética teológica más global, bíblicamente fundamentada,  veremos en estas virtudes, tanto en las antiguas (misericordia, humildad, justica y prudencia) como en las nuevas (fidelidad, autocuidado y solidaridad) lo mucho que nos podrían ayudar en la formación de las conciencias en el siglo XXI.

6 Los temas (ignorados) que precisan atención para un nuevo orden mundial: la raza, el diálogo interreligioso y la igualdad.

Estas virtudes deberían ayudarnos a apreciar una serie de desafíos importantes que se nos presentan en el horizonte, no sólo los que vienen de la ecología o del poder militar, sino también de nosotros mismos.

A medida que empezamos a entendernos a nosotros mismos en un mundo más globalizado e interesado en el diálogo intercultural, necesitamos prestar atención a los temas que pueden separarnos o alienarnos y. de esta manera, echar para atrás el camino hecho en el campo de la solidaridad. Estos tres temas son raramente abordados por los especialistas de la ética y necesitan ahora emerger como cuestiones urgentes.

Sabemos que cada cultura tiene por lo menos un grupo de personas quienes, por su nacimiento o por su raza, son objeto de discriminación. La capacidad humana para el prejuicio es notable, ese prejuicio se desarrolla socialmente y con el tiempo consigue institucionalizarse en estructuras dañinas y pecaminosas. En muchas sociedades, el tono de la piel es la medida por excelencia del prejuicio y la ética teológica y sus especialistas, _ a pesar de que pensadores como  Shawn Copeland , Jean Marc Ela , Bryan Massingale y Agbonkhianmeghe Orobator han hecho un llamamiento a los especialistas de la ética para encarar este tema moral de longa data, tienen que comprometerse más claramente con esta cuestión de la raza tanto a nivel nacional como global.

Del mismo modo, la intolerancia religiosa es un desafío permanente. Aunque esfuerzos recientes en el discurso teológico comparado muestran el valor del discurso interreligioso. Es notable que los estudiosos de la ética en el campo católico no son todavía contribuyentes significativos de este discurso.

Por último, la cuestión de la enorme desigualdad socioeconómica es un tema que está en la vanguardia de millones de personas, sólo ahora está surgiendo como algo que precisa ganar atención.

James F. Keenan, SJ. Boston College, Chestnut Hill, US. Texto original en Inglés.

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Creer en América Latina

Índice

1 Introducción explicativa

2 Creer/Fe

3 En América Latina: Contexto

4 Hermenéutica liberadora

5 Desafíos y perspectivas

6 Bibliografía

1 Introducción explicativa

En primer lugar, cuando decimos creer en América Latina (AL) afirmamos un lugar geográfico o, mejor, una vasta geografía donde la propuesta de la revelación cristiana se ha hecho y ha hecho historia. La dificultad de reducir esta diversidad geográfica y humana a un concepto, AL, es evidente. La diferencia entre los países del continente y de las islas del Caribe es enorme y, aun en un mismo país, nos encontramos con una diversidad de regiones y de entramados humanos que se resisten a renunciar a su particularidad irreductible.

Cuando se habla de marco social y eclesial de AL y el Caribe no se puede olvidar que se trata de una abstracción, un recurso lingüístico que para nada representa la viva realidad de nuestras tierras. Las imágenes y los conceptos son necesarios para la reflexión, pero, al mismo tiempo, ellos son deficientes e inadecuados. Sería una ilusión intelectual, en cualquiera de sus vertientes realista o idealista, pensar que estas imágenes encarnan el retrato pintoresco y animado de la realidad viva.

A pesar de esta dificultad, erigida en memoria, que honra la complejidad de la realidad y la insuficiencia y la fragmentación de toda explicación sobre ella, se acuerda en afirmar, un “espíritu latinoamericano” que, a la sombra de esta complejidad, se manifiesta como “una simplicidad permanente y, sin embargo, constantemente creadora”.

En segundo lugar, cuando hablamos sobre creer en AL no estamos proponiendo una reflexión teológica sobre la especificidad de la fe (fides qua, fides quae) o la fe entendida y justificada, sino que consideramos la fe quoad exercicium, es decir, como la respuesta viva a una propuesta. No se trata de una teoría sobre la fe en general, la cual no existe, o de la fe en AL, sino de buscar lo que está implícito, como exigencia y desafío, en la respuesta a esa propuesta.

2 Creer/Fe

Cuando el ser humano tiene fe en algo o en alguien se dice que él cree. La correspondencia entre creer y tener fe no es absoluta, pero se puede afirmar que el significado de ambos encuentra una cierta coincidencia en cuanto se relacionan con algo que no es evidente. Desde este punto de vista, según el objeto de la creencia o de la fe, se puede hablar de una fe o de una creencia humana y religiosa.

La fe cristiana tiene una característica singular por su carácter teologal. Esto quiere decir que ella no es meramente humana o religiosa. Cuando humanamente se tiene fe en algo o en alguien no se puede garantizar la fidelidad de la parte de lo que se cree o de a quien se cree. Desde el punto de vista religioso, creer en una divinidad, en una fuerza superior y misteriosa no implica necesariamente una relación personal con esa divinidad. Decir que la fe cristiana tiene un carácter teologal significa que: a) ella tiene su origen en Dios, es Dios mismo quien se propone para ser creído (credere Deum), b) que la fidelidad de Dios está garantizada, se cree porque Dios es el propio motivo por el que se cree (credere Deo) y c) que ella posee una dinámica relacional en la cual la propia divinidad está implicada promoviendo, sosteniendo y encaminando el asentimiento hacia un fin que es Dios mismo (credere in Deum).

El carácter teologal de la fe, precisamente por lo que se cree, a quien se cree y para quien se cree, implica también una oscuridad y una certeza. Oscuridad porque a la verdad del objeto de fe no se llega por la evidencia de la demostración sino por la autoridad de quien se propone para ser creído: “La fe es cierta no porque implica la evidencia de una cosa vista, sino porque es la adhesión a una persona que ve” (J. Moroux, 83). La certeza de la fe no es, por lo tanto, una evidencia que se funda en la visión del creyente, sino en la visión de aquel a quien se cree.

La singularidad de esta certeza es extraordinaria porque la persona a quien se cree se hace, por así decir, pasiva de su propia visión. Creyendo al que ve, vemos a través de él, porque él ve a través de nosotros. En un sentido estricto, la fe no es acompañada de la duda, por este modo singular de visión, el que cree no tiene dudas. No se puede confundir la tendencia a buscar y a comprender con un estado de duda, esta tendencia es inherente a la naturaleza del misterio que no se deja definir o limitar en nuestras representaciones. La certeza de la fe se confirma también, no solo en la confesión, sino también en la práctica, el ejercicio de la caridad aporta una mayor coherencia y sentido a lo creído. La fides quaerens intellectum es también fides quaerens caritatem.

En rigor, creer en AL o la fe en AL son equivalentes. Pero preferimos el verbo creer, precisamente, porque queremos subrayar el dinamismo prospectivo y ascendente de la propuesta que se nos ofrece como camino, verdad y vida (Cfr. Jn 14, 6) y que el sustantivo fe podría oscurecer, por la misma función del sustantivo en el artificio del lenguaje, al sugerirnos la imagen o la idea de una sustancia estable, de un hecho adquirido, de un absoluto. El verbo nos da la imagen viva de este acto singular y único (acto de fe), mantiene su carácter itinerante y provisorio, nos transmite el sentimiento de que en la respuesta queda siempre algo que necesita ser restablecido y completado, nos abre a la invención.

3 En América Latina: contexto

La propuesta cristiana se configura en una trama histórica determinada (historia de la elección del pueblo de Israel) con una pretensión de universalidad. Es una propuesta que alcanza a todas las naciones y en este sentido, el contexto de su configuración histórica no limita la posibilidad de tejerse en otros contextos. La universalidad de la propuesta, su sentido original, solo puede ser recuperada si se entiende en los nuevos contextos donde ella es propuesta. Es en este sentido que podemos entender cualquier tipo de enunciado donde se explicitan las respuestas a la propuesta en un contexto determinado, en este caso, creer en América Latina.

Sin embargo, a pesar de que hoy no entra en discusión el carácter contextual de todo discurso teológico, no se cuestiona la legitimidad de este discurso de recurrir a otros saberes para dar razón de la fe. La reflexión teológica latinoamericana representó una novedad por ampliar considerablemente el abanico de posibilidades de este recurso auxiliar en su esfuerzo intelectivo práctico de la propuesta cristiana.

La consecuencia lógica de estas afirmaciones es que la respuesta (creer) a la propuesta de la revelación está ligada a un contexto relativo y que, sin este vínculo necesario, no sería posible ni responder de modo coherente ni honorar la pretensión absoluta y universal de la propuesta. Esta tarea exige un método adecuado para poder dar cuenta, dar razón de la experiencia de fe, una fe enraizada y fundamentada en toda las experiencias del pasado, pero testimoniada en el presente y proyectada a un futuro de plenitud.

Cuando afirmamos que toda reflexión teológica, toda respuesta de fe a la propuesta de la revelación está situada en un contexto particular, implicamos una pluralidad de modos, de símbolos, de lenguaje para comunicar, dar razón y testimoniar esta experiencia de fe. Ni la vida creyente ni la reflexión teológica poseen el privilegio de una “extra-territorialidad”. Ellas hacen parte de la cultura y del contexto en el seno de los cuales ellas se desarrollan. Olvidar este relativismo, en nombre de lo absoluto del contenido, es justamente cortar toda posibilidad de contacto con el grupo humano relativo y concreto al que está destinado la propuesta y, por consiguiente, condenarse a una manera conservadora de actuar y pensar. La fe practicada y pensada no ha sido ni es autónoma de su contexto. Esta vida y reflexión no se dan en el interior de un laboratorio libre de contaminación, sino en medio de un mundo contaminado por todas las tendencias y luchas ideológicas. Pero, precisamente, porque la fe se “mundaniza” es que ella ha respondido y puede responder a las preguntas y desafíos que han surgido o pueden surgir a lo largo de todos los momentos cruciales de la historia de la humanidad.  Entendiendo como cruciales estos tiempos, donde mas allá de sus movimientos contradictorios, así lo reconoce el Concilio, están marcados por una sincera y profunda búsqueda de sentido. (Cfr. GS, 4-10)

4 Hermenéutica liberadora

La respuesta, en este caso creer, implica ya la instauración de un diálogo. Esto quiere decir que la propuesta cristiana, al entrar en diálogo con un contexto social, cultural y espiritual, se reinventa. Una de las características medulares de este diálogo-“conversación” es la reinvención, esta misma consecuencia del carácter universal de la propuesta y, por así decir, el lugar de su verificación.

Reinventar no es prescindir de toda la preparación que ha hecho posible llegar al punto de la conversación, sino la renuncia a poner como condición que se cumpla la propuesta, previamente leída y entendida, antes de ser acogida. La invención exhibe constantemente un carácter impredecible al mismo tiempo que permanece atada a todo lo que la suscita. Para esta reinvención, el creyente necesita de una teología que se distinga más por el método empleado que por el lenguaje. En AL esta teología se conoce como teología de la liberación (TL) no porque, como lo señaló hace 40 años Juan Luis Segundo, su contenido sea la liberación, sino porque intenta ser una teología liberadora.

El método de esta teología, propuesto por el mismo Segundo, es un círculo hermenéutico definido como:

el continuo cambio de nuestra interpretación de la Biblia en función de los continuos cambios de nuestra realidad presente, tanto individual como social. Hermenéutica significa interpretación. Y el carácter circular de dicha interpretación va en que cada nueva realidad obliga a interpretar de nuevo la revelación de Dios, a cambiar con ella la realidad y, por ende, a volver a interpretar… y así sucesivamente. (J. L. Segundo, 12).

El método es decisivo para mantener y asegurar el carácter liberador de la teología. Es por este método que el teólogo articula las disciplinas que le abren el pasado y las disciplinas que le explican el presente, armándose de los criterios actuales que lo hacen capaz de responder a las nuevas preguntas surgidas del contacto con la nueva realidad.

Para Segundo, hacer teología liberadora será siempre interpretar la palabra de Dios, dirigida al hombre de hoy en su aquí y ahora, de una manera nueva. Esta novedad es exigida por la nueva realidad cuyas preguntas quedarían sin respuestas o recibirían respuestas inservibles o conservadoras, respuestas que buscarían aprobar lo que ya no existe o desaprobar lo existente. En otras palabras, fallar en responder a la nueva realidad por una manera nueva de interpretar la palabra de Dios equivaldría a responder preguntas no hechas o a determinar de antemano las preguntas que deberían ser colocadas, sin percibir que esas respuestas, ellas mismas, fueron suscitadas en un contexto determinado.

Este fallo significaría, en último término, el fracaso de la teología y su pretensión de articular un discurso que anuncia y enuncia con sentido un mensaje elocuente para el hombre de hoy, elocuente por ser capaz de responder y representar con seriedad la pregunta por el sentido y la finalidad última de la historia humana tejida en una multiplicidad de contextos. La teología fracasa cuando diluye la propuesta de fe (kerygma) al privarla de su universalidad y carácter absoluto o, lo que es lo mismo, privarla de su naturaleza histórica y a historizarse. El contenido absoluto, revelación de Dios, está destinado -por ser propuesta- a relativizarse.

Este carácter circular del método teológico también ha sido expresado por Ratzinger en términos de discurso escatológico, como la necesaria tensión entre palabra-esquema y realidad. La palabra-esquema es el relato de una historia posterior y por esta razón solo se llena de contenido por la propia experiencia histórica (realidad). Sin embargo, la palabra no es desprovista de contenido, ella es la fuente de lo cristiano y su norma. La palabra-esquema incorpora la realidad como la historia posterior que, a su vez, revela la amplitud y el alcance de la palabra. La experiencia histórica de la progresiva realidad está llamada a ser superada por la palabra con contenido que vehicula el esquema; ese contenido es suficientemente claro y amplio como para incorporar toda la realidad y, al mismo tiempo, dejar que se aclare su pleno sentido por la incorporación de las experiencias históricas.

El esquema clama la realidad y por eso tiene que relatarla como historia posterior pero, al mismo tiempo, este esquema solo se llena de contenido por la experiencia histórica:

Es solo así como el esquema se va llenando de realidad. Se quedaría, por el contrario, en un vacío esquemático si pretendiera deducir el contenido exclusivamente a partir del texto reconstruido en su forma más primitiva. De esa manera el lector mismo es arrastrado a la aventura de la palabra, no pudiendo comprenderla sino como copartícipe y no como mero espectador. (J. Ratzinger, Escatología, 63-64).

5 Desafíos y perspectivas

A partir de estas consideraciones podemos preguntarnos por los desafíos a los cuales se enfrenta y tiene que responder la vida creyente en nuestro continente, en otras palabras, ¿qué significa creer en AL?, o ¿qué implica o cuáles son las exigencias de responder a la propuesta personal, no individual, de seguir a Jesús? Es claro que esta pregunta no se formularía sin un mínimo de inventario de la realidad. Si alguien se pregunta qué hacer o cuál sería la respuesta que debería dar en una situación determinada, es porque ya el propio contexto le está colocando preguntas nuevas que exigen respuestas nuevas. Se experimenta una insatisfacción y el sentimiento de no estar a la altura de la exigencia de lo que se cree y de ahí la necesidad de interpretar para que el testimonio de la esperanza sea coherente con ella (círculo hermenéutico).

La vida creyente es ella misma, en cuanto vida con sentido, dar razón de lo que se cree o de lo que se espera porque se cree. Aunque este dar razón (apología) aparece en el NT en un contexto de defensa puede ser entendido en un contexto de diálogo, comunicar, dar noticia, explicar la esperanza a todo aquel que se interesa por ella (1Pd 3, 15). Esta conversación nos coloca en la dinámica de un movimiento doble. Por un lado, se da noticia de lo que se cree y, al mismo tiempo, se entra en una búsqueda de la propia identidad, lo cual supone entrar en un camino de conversión.

En AL, este dar razón de la esperanza no está relacionado tanto con la dimensión racional, entendida como coherencia lógica, conveniencia, plausibilidad de lo que se propone para ser creído, cuanto con el divorcio de la propuesta de la vida creyente y su empeño por humanizar el mundo o, lo que es lo mismo, hacerlo según el corazón de Dios.

La TL ha intentado colocar el desafío de la fe y de la teología, en este contexto latinoamericano, en el nivel de las condiciones de injusticia en la que vive la mayoría de nuestra gente. La racionalidad y la credibilidad de creer en AL depende de la fuerza de la fe para ayudar a transformar el mundo de injusticia. No se trata de defender o justificar la racionalidad y la credibilidad de la fe frente a los que eliminan a Dios del mundo o lo consideran una fantasía infantil y estéril, sino, y aquí está el drama de nuestro contexto, a los que han creado y mantienen la “injusticia estructural” y que al mismo tiempo que se confiesan creyentes. En otros términos, se confiesa la fe, sus contenidos (fides quae), pero no existe un acto de fe (fides qua). Este divorcio no hace más que revelar una increencia solapada de credulidad o, lo que es lo mismo, creer en un falso dios o en un dios inexistente y para quien la “injusticia institucionalizada” se convierte en la realidad que la desenmascara.

Motivada por el espíritu del Concilio Vaticano II, la Iglesia latinoamericana quiso ser protagonista del proceso de humanización exigido por el Concilio:

Al proclamar el Concilio la altísima vocación del hombre y la divina semilla que en éste se oculta, ofrece al género humano la sincera colaboración de la Iglesia para lograr la fraternidad universal que responda a esa vocación. No impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido. (GS, 3)

Desde AL, creer se ha traducido en una opción: “opción preferencial por los pobres”, una opción que es “intrínsecamente cristológica”. En el documento final de la Conferencia Episcopal Latinoamericana y del Caribe reunida en Aparecida se afirma: “Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo” (DA, 393).

La opción preferencial por los pobres ha sido el modo cómo la fe en AL ha encontrado su realización histórica y con esto no se ha hecho más que seguir el espíritu del Concilio cuando afirma: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo”. (GS, 1) La opción preferencial por el pobre, sin eufemismo y sin necesidad de notas aclaratorias, constituye el “hecho mayor”, el “signo de los tiempos” de la época y de la realidad latinoamericanas y del Caribe.

Afirmar que la fe tiene una realización histórica significa que ella no es independiente del contexto móvil en el que se anuncia, y que las auténticas aspiraciones humanas encuentran una afinidad con lo que se propone. La propuesta de fe no es autónoma o independiente de estas aspiraciones. En un sentido cristiano se tiene que afirmar que estas aspiraciones son el resultado de una fe implícita, son el fruto de las “seminas verbi” que el Sembrador plantó en el ser humano. En esto consiste justamente la universalidad de la propuesta porque, en definitiva, la propuesta y la auténtica aspiración humana se reconocen. Este podría ser el sentido profundo de la afirmación de Paulo VI “la Iglesia es experta en humanidad” o de las palabras del Concilio:

Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia, por ello, se siente íntima y realmente solidaria del genero humano y de su historia”. (GS, 1)

Su propuesta es plenamente humana y ella se encuentra con la búsqueda auténtica de la humanidad, como dos equipos perforando un túnel a partir de los lados opuestos de la montaña pero que se encuentran en la oscuridad gracias a la habilidad del ingeniero. (Cfr. M. Blondel, L’Action. I, 30 )

Más que intentar un diagnóstico del contexto latinoamericano, ya David Tracy afirmaba al inicio de los noventa, que era imposible darle un nombre al presente, queremos aquí insistir en la importancia del método en la configuración de una respuesta liberadora a la propuesta de la fe. En palabras de J. L. Segundo:

lo único que puede mantener indefinidamente el carácter liberador de una teología, no es su contenido sino su método. En éste está la garantía de que cualquiera que sea el vocabulario usado, y cualquiera que sean las tentativas del sistema para reabsolverlo, el sistema mismo va a continuar apareciendo en el horizonte teológico como opresor. Y en ello está la mayor esperanza teológica para el futuro. (J. L. Segundo, 48)

Para Segundo, el método (círculo hermenéutico) es lo que permite rescatar la soberana libertad de la palabra de Dios para decir, cualquiera sea el nombre que se le dé al contexto, lo que es creadoramente liberador en dicha situación.

La dinámica encarnatoria de la fe no podría ser honorada sin la insistencia en la responsabilidad creyente, como lo decía I. Ellacuría y lo dice J. Sobrino, de hacerse cargo de la realidad, cargar con ella, encargarse de ella y dejarse cargar por ella. Dios se ha manifestado de manera definitiva (Hb 1, 1-6) en la palabra hecha carne (Jn 1, 1-4). Creer en esta propuesta, cualquiera sea el contexto donde esta respuesta se hace vida, será siempre una manera de encarnar su universalidad (Mt 13, 33) y de universalizar su encarnación.

Eugenio Rivas, SJ. FAJE, Brasil/Santo Domingo.

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Sacramentos, centro de la Liturgia

Índice

1 La renovación conciliar de la Liturgia

2 Los siete sacramentos

3 La eucaristía, memorial de la Pascua del Señor, sacramento de los sacramentos

4 Iniciación cristiana por el bautismo y la unción con el santo crisma

5 Los otros sacramentos

6 Resumiendo

7 Referencias bibliográficas

 

1 La renovación conciliar de la Liturgia

¿Qué es la liturgia? De una manera sabia, el Concilio Vaticano II no propuso una definición de liturgia. Definir significa delimitar a partir de conceptos y ¿cómo delimitar la insondable riqueza del Misterio de Cristo que es el Misterio de nuestra salvación celebrado en la liturgia? Pero al mostrar desde diversos ángulos cómo la liturgia, cuyo  núcleo son los sacramentos, se hace presente en el mundo el Misterio de Cristo, el Concilio abre un camino fecundo a la teología de los sacramentos. La teología de los sacramentos debe nacer de la propia práctica litúrgica en su rica diversidad. Se afirma en el documento conciliar que por la liturgia, principalmente en el divino Sacrificio de la Eucaristía, “se actúa la obra de nuestra Redención”, con una expresión sacada de los propios textos litúrgicos, la oración sobre las ofrendas del segundo domingo después del Pentencostés del antiguo Misal. La Liturgia, afirma también la Constitución, “es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza” (SC n.10).

Al presentar los sacramentos como centro de Liturgia, caracterizada como fuente y cumbre de la vida eclesial, el Concilio indica a la Teología el punto de partida de la reflexión sobre los sacramentos: el Misterio Pascual de Cristo celebrado en la propia tradición litúrgica. Se superan, así, las limitaciones de la presentación de los sacramentos a partir de los conceptos de la filosofía escolástica y se devuelve a la liturgia su grandeza y su relevancia teológica. Consecuentemente, la SC determina que la Liturgia sea estudiada en las Facultades de Teología y en los seminarios, como una de las disciplinas más importantes “tanto bajo el aspecto teológico e histórico como bajo el aspecto espiritual, pastoral y jurídico” (n.16). Una determinación obvia de la comprensión de la Liturgia en consonancia con la más antigua tradición. Según el conocido aforismo de los Padres de la Iglesia: la Eucaristía hace la Iglesia, la Iglesia hace la Eucaristía.

Hasta hace poco, en muchas Facultades de Teología y en los Seminarios la disciplina de la Liturgia se limitaba al estudio de las rúbricas y los sacramentos eran estudiados sin mucha relación con la forma concreta de la celebración del Misterio de Cristo en la liturgia. El tratado dogmático de los sacramentos era introducido por una noción común a todos los sacramentos que, aunque analógica, tendía a ocultar la singularidad de la manifestación del Misterio celebrada en cada sacramento.

La reforma litúrgica promovida por la Sacrosantum Concílium tiende a aproximar las liturgias de Occidente y de Oriente, debiéndose esto en parte a la presencia en el Concilio de Obispos orientales. Mientras que en las Iglesias de rito latino los sacramentos se comprenden a partir de la noción de sacramento, en Oriente se mantiene el término más bíblico de mysterium, que los relaciona más intuitivamente con el Misterio de Cristo.

En Occidente, a partir del Concilio de Trento,  el cristiano aprendía en el catecismo que los sacramentos son siete y tanto la práctica litúrgica como la reflexión fueron influenciadas por la forma fragmentada de verlos. Si alguien hubiera preguntado a un cristiano de los primeros siglos por los “siete sacramentos” quedaría sorprendido y no sabría cómo responder. Sin embargo hablaría con entusiasmo de los santos misterios, celebrados de forma eminente en la cena del Señor, como presencia viva y actuante del Misterio de Cristo y del Bautismo, unido desde muy temprano a la unción con el myron o santo crisma. Alrededor de ellos, otros muchos ritos, de forma diversa celebraban este único misterio.

El término latino sacramentum, no es sino la traducción del término griego mysterion cuyo sentido original es el de consagración y se aproxima, por lo tanto, al sentido de mysterion.

2 Los siete sacramentos

La definición de los siete sacramentos tuvo el mérito de destacar, entre las muchas acciones sacramentales de la Iglesia, las más importantes para la vida cristiana y para la misión de la Iglesia. En contrapartida, trajo el inconveniente de desvalorizar algunas acciones litúrgicas en las que se manifiesta la acción de Cristo en la vida cristiana. Éstas fueron denominadas, con un adjetivo sustantivado, “sacramentales”, en contraposición a los “sacramentos”. Inconveniente mayor fue reducir a un común denominador los siete sacramentos, en el intento de encontrar una definición de sacramento.

Lo que está en la base de la presentación conciliar de los sacramentos es la comprensión del carácter sacramental de toda la acción de la Iglesia (Lumen gentium n.1): “la Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”. El Vaticano II se aleja de la presentación preponderantemente jurídica de los sacramentos al alejarse de la visión de la Iglesia como sociedad perfecta viéndola preferentemente como mystérion o sacramento.

¿Qué significa esto? Significa que la Iglesia no ofrece al mundo una salvación de la cual sería autora y que podría reivindicar como propia, porque todas sus palabras, gestos y acciones no hacen sino manifestar y hacer presente la acción de otro:  Jesucristo, que vivió, murió y resucitó para la salvación del mundo, o sea, el Misterio pascual. La Iglesia realiza la misión de ser el Sacramento de Cristo no apenas con los siete sacramentos, sino con toda su vida. Cuando esto no ocurre, la Iglesia traiciona su misión. Por esto debe reconocerse santa y pecadora. Necesitando en cada instante recibir el perdón y la santificación de Cristo, para ser su sacramento.

Sin negar lo anterior, la Iglesia en Occidente reservó la designación de sacramentos a las acciones litúrgicas que son fuente y manifestación privilegiada de su actuar como sacramento de Cristo. No todo es liturgia, afirmó el Concilio. Sin embargo, la liturgia revela que toda la acción de la Iglesia nace de la  liturgia. El trabajo cristiano por la justicia nace de la “vida en Cristo” que se nos es dada por el bautismo y celebramos en la eucaristía. Si la celebración de la eucaristía no conduce a la vida en comunión fraterna deja de ser la mesa del Señor, como sugiere la censura de Pablo a los Corintios por el modo de comportarse en algunas de sus reuniones (cf. 1Cor 11,19 ss.). Por ahí se ve la complejidad de la comprensión de los sacramentos y la imposibilidad de clasificarlos a partir de una noción previa de sacramento.

Las ambigüedades surgieron al aplicar a los sacramentos, por un lado, las categorías aristotélicas del hilemorfismo y, por otro lado, los conceptos de causa eficiente y principal o instrumental que difícilmente escapan a representaciones productivistas y objetivantes. Desde la perspectiva del hilemorfismo la palabra de Cristo es considerada la “forma” del sacramento que unida a la “materia” (el elemento visible: agua, pan, etc.), lo constituye como signo de salvación. Del punto de vista de la causalidad, Dios es afirmado como agente principal del sacramento, siendo el ministro su instrumento. No es que sea falso, pero es una explicación exterior al misterio, que no es otro sino que el Misterio pascual presencializado por el memorial que la Iglesia hace de él.

Las ambigüedades aumentaron al querer distinguir las acciones sagradas “instituídas” por Cristo (los siete sacramentos) de otras que serían creadas por la Iglesia. En la “institución de Cristo” algunos buscaban una acción concreta del Jesús histórico, lo que llevó a la disidencia luterana en este punto, admitiendo sólo dos sacramentos: la eucaristía y el bautismo del cual, sin embargo, no se puede afirmar que haya sido instituido por Jesús durante su vida terrena. En realidad, la teología de los grandes escolásticos, Tomás de Aquino por ejemplo, al afirmar que los sacramentos son instituidos quiere decir que Cristo es el auctor (na ling latina), o “autor” en el sentido de “actor” de los sacramentos, aquel que realiza la acción salvífica visibilizada por la señal sacramental. La iglesia no inventa los sacramentos, como tampoco inventa ninguna acción en la que pretenda hacer presente la acción salvadora de Cristo: los recibe de Cristo al recibir la misión de ser sacramento del misterio pascual de Cristo.

Se relativiza así (no se suprime), la distinción de los siete sacramentos de otras muchas acciones de Cristo por haber sido instituidos por Cristo, así como también la procedencia de la eficacia de las acciones de los sacramentos en relación a otras acciones de la Iglesia que celebran y manifiestan en la liturgia su misión de ser sacramento de la salvación. La eficacia de las primeras era llamada ex opere operato y de las últimas ex opere operantis Ecclesiae, distinciones válidas en el interior del sistema escolástico, que pueden llegar a distorcionar cuando no se domina la terminología del sistema. La noción de ex opere operato, muestra que la eficacia del sacramento procede del hecho de ser acción de Cristo. Mal entendida, abrió las puertas al “sacramentalismo” con la concepción de la eficacia casi-mágica de los sacramentos, olvidando que también los sacramentales reciben su eficacia por el hecho de ser acciones de Cristo y que tanto unos como los otros son signos del actuar de Cristo y exigen la vivencia de la fe en el seno de la Iglesia. Exigen siempre dos actores: Dios actuando por su hijo Jesús Cristo y la Iglesia movida por la fe, don del Espíritu.

La fragilidad de las sutiles distinciones de la escolástica aparece con evidencia cuando la teología, ayudada por la hermenéutica bíblica, comprende mejor que en el pasado no es posible distinguir los sacramentos de las otras acciones de Cristo, a partir de un acto instituyente de Jesús en el tiempo de su vida mortal. Así como también, que la eficacia “ex opere operato” es propiedad de la gracia divina y consecuentemente de toda acción de Cristo por medio de su Iglesia. Más aun, es propiedad de toda acción divina para la salvación de la humanidad presente en el mundo desde su origen, dentro o fuera de la Iglesia. Y todas ellas requieren del hombre el libre recibimiento del don divino.

Estas distinciones surgieron al intentar explicar los sacramentos con la ayuda de la causalidad eficiente (principal o instrumental), dejando en la sombra que los sacramentos, los mysteria de la terminología griega más enraizada en el lenguaje bíblico, son acciones sagradas simbólicas que actúan mediante el mismo acto de simbolizar. En otras palabras: son sacramento y memorial del Misterio de Cristo, “el secreto (mysterion) escondido por siglos y generaciones y ahora revelado a sus santos […] que es Cristo para vosotros, esperanza de la gloria” (Col 1, 26s).

3 La eucaristía, memorial de la Pascua del Señor, sacramento de los sacramentos

La constitución Sacrosanctum Concilium se sitúa en esta perspectiva: la liturgia es presencia y revelación del Mysterion que es el propio Cristo. Al presentar los sacramentos, la SC comienza por la Eucaristía y solo después habla de los otros sacramentos, empezando por el Bautismo que con el Santo Crisma, inicia la vida cristiana iniciando el catecúmeno en el asamblea litúrgica, por medio de la participación progresiva en la celebración eucarística (la liturgia de la palabra es parte constitutiva de ésta), hasta la plena participación “por la comunión del cuerpo y la sangre del Señor”.

La eucaristía, conforme la visión de los primeros siglos, que permaneció hasta hoy viva en la Iglesia – aunque de manera más acentuada tal vez en la Iglesia oriental – no es un mysterion en la Iglesia (uno de los siete sacramentos), sino el mysterion o sacramento de la misma Iglesia. Es el mysterion de los mysteria,  el sacramento de los sacramentos. Esto significa que todos los otros sacramentos se ordenan a la eucaristía y encuentran en ella su plenitud. En consecuencia, todo sacramento es siempre un evento de la Iglesia, en la Iglesia y para la Iglesia, aspectos ocultos tanto para la práctica sacramental de la iglesia latina, como para la teología de los sacramentos anteriores al Concilio, que la reforma litúrgica intenta reestablecer, aunque todavía quede un largo y arduo camino por recorrer.

El mérito de la reforma conciliar fue poner en evidencia esta conexión íntima de todos los sacramentos con la Eucaristía. Los nuevos rituales recomendaron, por ejemplo, la celebración del Bautismo en la asamblea eucarística y prevé también una forma de celebración de la unción de los enfermos dentro de la misa. Las ordenaciones, la confirmación y, con frecuencia, el matrimonio ya venían siendo celebrados tradicionalmente de esta forma. La penitencia es el único sacramento cuya celebración dentro de la Eucaristía, extrañamente, no es prevista por los nuevos rituales. En la antigüedad, la penitencia se realizaba como un largo proceso de conversión que comenzaba por la exclusión de la “comunión” (eclesial y eucarística) y terminaba con la imposición de las manos del obispo. Desde el siglo IV esta reconciliatio altaris tenía lugar en el contexto eucarístico del jueves santo.

Decir que el sacramento es una opción simbólica que actúa significando, implica afirmar que la Palabra bíblica proclamada en la celebración de los sacramentos tiene carácter sacramental, forma parte constitutiva del sacramento y que su recepción en la fe (solo posible como un fin del Espíritu) es uno de los medios por el cual Dios actúa mediante el sacramento. Claro que esto implica extender el carácter del sacramento al conjunto de los ritos que forman en su celebración y no reducirlo a las palabras que la teología clásica consideraba como la “materia y la forma” del sacramentum exigidos por el derecho a la validez. Esta forma de concebir los sacramentos debe ser superada y la mejor manera de comprender la razón de esto es pensar el sacramento como mysterion: memorial sacramental del Misterio de Cristo para la salvación del mundo confiado a la Iglesia. Los escritos de los Padres de la Iglesia sobre los sacramentos testimonian esta concepción amplia y el cuidado que se tenía para que todo el ritual fuera revelador del Misterio celebrado.

Se comprende fácilmente ahora lo que significa afirmar que los sacramentos son instituidos por Cristo, aunque no sea posible encontrar actos instituyentes de Jesús en su vida terrena determinándoles el ritual. Ni la actual hermenéutica de la Escritura ni el bautismo pueden ser reconducidos a una institución verbal de Cristo y en el génesis de la eucaristía post-pascual no debe ser buscada apenas la última cena. La Cena no es la primera de una serie de eucaristías, sino el fundamento de su institución, junto con: 1) la experiencia de las frecuentes refecciones de Jesús con sus discípulos, abiertas a los pecadores y los publicanos, como señal de la apertura de la mesa mesiánica a todos y, sobretodo, 2) la experiencia post-pascual de la presencia del Resucitado en la asamblea de los discípulos reunidos en su nombre, en virtud de la promesa de la cena.

Los sacramentos van naciendo de la obediencia de la Iglesia post-pascual en el testamento de Cristo, en la Cena. En un gesto simbólico, enraizado en la celebración de la pascua judía y llevándola a la plenitud, Jesús, obediente a la voluntad del Padre entrega a los discípulos a su muerte, recibido libremente como gesto último de su amor. El gesto de Jesús de la Cena da sentido a la muerte violenta, absurda y sin sentido, que le es injustamente impuesta, y pide a los discípulos que hagan en su memoria lo que él hizo: vivir para los demás hasta entregar la propia vida si fuera necesario. La orden dada en la Cena es más que repetir el ritual. Es imitar la entrega del Señor en la cruzada a favor de la humanidad. De la obediencia creativa, inspirada por el Espíritu de los discípulos de Jesús, irán surgiendo en la Iglesia los sacramentos como celebraciones de la “memoria” del Misterio pascual.

Comencemos por el sacramento de los sacramentos. La Iglesia hace a la Eucaristía por orden del Señor. No la inventa. Celebra la eucaristía por fidelidad al testamento de Jesús en la última Cena. Amar como su Señor hasta la entrega de la propia vida si fuera preciso. El desarrollo progresivo y diferenciado del ritual se originó del cuidado de reencontrar en cada celebración el significado que Jesús dio al gesto del pan y del vino como sacramento de su entrega en la cruz. El ritual expresará que la comunión en el sacramento de Cristo en la cruz, hace de la Iglesia el Cuerpo de Cristo por la acción del Espíritu. Y lo suplicará, de diversas formas, en las oraciones eucarísticas.

Reducir el sacramento de la eucaristía a la transformación del pan y del vino en el cuerpo y la sangre sacramentales de Cristo, o simplemente centrarlo en eso desfigura el gesto de Jesús en la Cena. Oculta la misión de la Iglesia de ser, como toda su vida, el sacramento de Cristo para la salvación de la humanidad. Esto fue sin duda, en mayor o menor grado, una de las consecuencias de la teología de los sacramentos que no se dejó guiar totalmente por la propia tradición de las prácticas litúrgicas en su rica variedad eclesial.

Cuando se comprende la acción sacramental de la eucaristía, a partir de su celebración y no mediante teologías y prácticas litúrgicas reductoras al querer determinar lo mínimo esencial para la validez del sacramento, las palabras precisas que realizan el sacramento y el momento exacto en que eso sucede, se superan muchas dificultades y controversias del pasado. Recuérdese la dilatada controversia entre las iglesias de Oriente y Occidente, sobre si son las palabras de la institución o la invocación de la epíclesis lo que realiza la consagración.

La práctica litúrgica muestra que el sacramento de la eucaristía es constituido por la acción de Cristo, presente como anfitrión de la Cena desde el comienzo y a lo largo de toda la celebración, en diálogo con la asamblea, invitándola a recibir el don de su vida “por nosotros y para nuestra salvación consumado en la Cruz”, y a dejarse transformar por la comunión del sacramento de su cuerpo y de su sangre entregados en la cruz por amor a todos. Eternizado en la resurrección, el gesto de Cristo en la última cena, consumado en la cruz, se hace presente en cada asamblea litúrgica para hacer de la Iglesia su cuerpo por el Espíritu que brota en la Cruz. La oración eucarística es una acción de gracia mediante el memorial de la acción redentora de Cristo, recibida en la fe. Una fe que debe ir creciendo en el desarrollo de la vida por la acción del sacramento. Por eso la proclamación de la Palabra divina, “la memoria de los actos y de las palabras de Jesús (Justino), y el escuchar amoroso de la misma fueron desde sus orígenes momentos constitutivos del sacramento de la eucaristía, y no apenas preámbulos, cf. IGMR n.8. No se puede negar el carácter sacramental de toda la celebración.

Esto vale analógicamente para el bautismo y para los otros sacramentos. Todos son sacramentos del Misterio pascual en diversas circunstancias, ministerios y misiones de la Iglesia. Símbolos de la misión confiada por el Señor a la Iglesia de ser su sacramento en todas las coyunturas de la vida.

4 Iniciación cristiana a través del Bautismo y la unción con el santo crisma

A partir de este principio es fácil comprender el Bautismo en la diversidad de sus configuraciones históricas. El Bautismo en el agua, desde sus orígenes es acompañado por la unción con el Santo crisma y ordenado a la Eucaristía, configurándose así como sacramento de iniciación a la vida en la comunidad cristiana. En el catecumenado antiguo, que inspiró el rito actual del bautismo de los adultos, era celebrado en etapas sucesivas después de la liturgia de la Palabra de la celebración eucarística. Esta forma tradicional de celebración muestra claramente que la eucaristía es el sacramento de los sacramentos. Ella no puede ser simplemente catalogada como uno más entre los siete sacramentos, ni siquiera como uno entre los sacramentos de iniciación.

Los actores que configuran y constituyen la “acción sacramental” del bautismo – como sucede en todos los sacramentos – son siempre Cristo y la Iglesia, presencializada por la asamblea litúrgica, aun cuando el sacramento busque conferir un don, una misión, un servicio a uno o varios miembros de la asamblea. La celebración del Bautismo en la misa de la comunidad parroquial muestra con transparencia el sentido del bautismo de un niño nacido en el seno de una familia cristiana. Cristo lo recibe en su niñez en el mismo acto de la comunidad que lo recibe en sus brazos y se compromete a iniciarlo progresivamente a su propia vida de fe.

La unción con el santo crisma manifiesta y confiere el don del Espíritu que mediante la catequesis, iniciada en familia y continuada en la comunidad, irá configurando, progresivamente, la forma de pensar y de actuar del niño con la vida de la Iglesia en cuanto cuerpo de Cristo. Para eso la catequesis desde sus comienzos se configuró como “historia” de Jesús, como muestran los cuatro evangelios. ¿Con qué argumentos se negaría el carácter y la eficacia sacramentales a la unción que sigue al Bautismo, acompañada de las palabras del ritual que explican su sentido y su alcance? – “Por el Bautismo, Dios Padre te liberó del pecado y te hizo renacer por el agua y por el Espíritu Santo. Formas ahora parte del pueblo de Dios. Que él te consagre con el aceite santo, para que, como miembro del Cristo sacerdote, profeta y rey, continúes en su pueblo hasta la vida eterna”.

Según la práctica actual del rito latino, en la adolescencia o en la edad adulta, se celebra el sacramento de la confirmación. Pero esto no niega, antes confirma validez de la unción recibida en la infancia y su carácter de sacramento. Al confirmar el cristiano, al llegar a la edad adulta, la fe recibida en la infancia, Dios confirma el don de su Espíritu, ahora mejor comprendido. Aparece así la relativa libertad de la Iglesia en la configuración de los sacramentos a partir de la obediencia al mandato de Cristo de configurar su vida al misterio pascual. Se abre al mismo tiempo un camino para el diálogo ecuménico entre las Iglesias y sus diferentes prácticas sacramentales.

La participación en la mesa eucarística por la comunión del cuerpo y la sangre del Señor, debería ocurrir cuanto antes. Basta para esto que el niño sepa distinguir el pan eucarístico del pan común – me  permito tomar prestada una expresión de Pío X – sin esperar a la conclusión de una determinada etapa de catequesis. Comulgando, el niño irá aprendiendo en diálogo íntimo con Jesús para continuar aprendiendo con Jesús, que entregó su vida por nosotros, a superar el egoísmo y vivir para los demás. Esto debería ser obvio a todo discípulo de Aquel que corrigió severamente los discípulos que querían impedir que los niños llegasen cerca de él. Una asamblea que en sus celebraciones pone barreras a los niños no se configura como Iglesia de Jesús.

La práctica diferente de la Iglesia oriental de admitir a la comunión a los niños muestra de otra forma que la eficacia del sacramento nace de ser acción de Cristo en diálogo con la fe de la comunidad que recibe en su regazo a los niños.

5 Los otros sacramentos

Los otros sacramentos que completan el número de los siete según la definición de Trento son: la ordenación, el matrimonio, la penitencia y la unción de los enfermos. Cuando la Iglesia de Trento los definió, junto con los otros, como las siete acciones sacramentales se basó, en primer lugar, en la práctica eclesial recibida de la tradición. Las razones que en la época se daban para la definición de los siete sacramentos puede ser cuestionada. La teología actual muestra la importancia de estos sacramentos por el hecho de que ellos manifiestan la sacramentalidad de la Iglesia como sacramento de Cristo en su importancia para la edificación de la Iglesia y para la vivencia del ser cristiano en momentos esenciales de la vida. No pueden ser comprendidos a partir de un concepto unívoco del sacramento. Aquí señalaremos de forma breve su relación con la sacramentalidad de la Iglesia manifestada plenamente en la eucaristía.

El sacramento de la ordenación se relaciona inmediatamente con la eucaristía y se ordena en ella. La eucaristía es celebrada por toda la asamblea litúrgica, pero ni ésta, ni ninguno de sus miembros la puede celebrar sin la presencia de Cristo. El ministerio ordenado manifiesta que todo el poder de celebrar la cena del Señor procede de Cristo.

El sacramento del “matrimonio” hace que la unión conyugal del hombre y de la mujer, renacidos en el Bautismo para la nueva vida del Resucitado sea imagen de la unión de Cristo y de la Iglesia. Al mismo tiempo manifiesta, en la menor comunidad de discípulos de Cristo, la familia, que Cristo es la roca sobre la cual se construye la Iglesia.

La unción de los enfermos muestra la presencia especial de Jesús en el momento crucial de la enfermedad, que aun no siendo muy grave, coloca al ser humano frente a su condición de mortal. ¿Cómo no sentir necesidad en ese momento de la presencia de la oración de la Iglesia y del abrigo protector de sus brazos, sacramento de los brazos abiertos en cruz del propio Cristo?

La necesidad de un sacramento para la reconciliación fue inspirada a la Iglesia por el Espíritu frente a la situación de cristianos que habiendo recibido en el bautismo el don inestimable del perdón divino y la vida nueva en Cristo, lo habían rechazado por el pecado, a veces hasta la apostasía de la fe, y se sentían en la inminencia de caer en el desespero, rechazados por Dios y por la Iglesia de Cristo. Por eso, el sacramento nació como reconciliación con Dios mediante la reconciliación con la Iglesia. Posteriormente, el sacramento de la reconciliación fue configurándose de formas muy diversas.

La sacramentalidad de algunos de los ritos sacramentales, que pasaron en la Iglesia por configuraciones históricas muy diversas, solo puede ser comprendida mediante el estudio histórico y teológico de cada uno de ellos. Su celebración presenta problemas especiales para que, como postula la SC (34), “los ritos resplandezcan con noble sencillez; sean breves, claros, evitando las repeticiones inútiles, adaptados a la capacidad de los fieles y, en general, no tengan necesidad de muchas explicaciones.”

En todos los sacramentos debería manifestarse con transparencia que se celebra el misterio pascual, que los actores son siempre Cristo y la Iglesia y que se ordenan a la Eucaristía. En la implementación de la reforma litúrgica, que desde sus comienzos se presentó como conflictiva después de siglos de rigidez ritual, la Sacrossanctum Concilium afirma “prudentemente”, para no decir “condescendientemente”, que en la celebración de los sacramentos se dé preferencia a la celebración comunitaria. Si esta práctica se volviera común se irían abriendo caminos sorprendentes para su comprensión. Claro que esto exigirá una renovación de los ministerios para que toda la comunidad pueda celebrar fácilmente la Eucaristía.

6 Resumiendo

Si se quiere recuperar la riqueza de la teología contenida en la propia tradición litúrgica de las acciones sacramentales que manifiestan la acción de la Iglesia como sacramento de Cristo, se debe obedecer los siguientes principios:

  • Toda la acción litúrgica es de alguna forma acción sacramental en cuanto acción de Cristo realizada mediante su Iglesia para la edificación de su cuerpo, con el fin de anunciar y realizar la salvación en todas las realidades de la historia humana,
  • La Teología debe abandonar definitivamente la explicación de los sacramentos a partir de una previa noción genérica aplicada a cada uno de ellos, aun teniendo en cuenta que se trata de una aplicación analógica,
  • Para una mejor comprensión de los sacramentos es conveniente comenzar, como hace la SC, por la Eucaristía, memorial del misterio de la muerte y resurrección del Señor, el misterio de los misterios o sacramento de los sacramentos, por ser el sacramento de la propia Iglesia, y contener como decía Tomás de Aquino, totum mysterium nostrae salutis, “la totalidad del misterio de nuestra salvación” o, como afirmaban los Padres, porque la eucaristía hace la Iglesia.

Juan Ruiz de Gopegui, SJ, FAJE, Brasil. Texto original en portugués.

7 Referencias Bibliográficas

Louis-Marie Chauvet, Symbole et sacrement. Une relecture sacramentelle de l’existence chrétienne, Paris, Cerf, 1987.

Robert Hotz, Los sacramentos en nuevas perspectivas. La riqueza sacramental de Oriente e Occidente. Salamanca, Sígueme, 1986.

Juan Luis Segundo, Teología abierta para el laico adulto, IV. Los Sacramentos hoy, Ed. Carlos Lohlé, Buenos Aires. 1971.

Juan A. Ruiz de Gopegui,  Eucharistia, Verdad e camino de la Iglesia, Bilbao, Ed. Mensajero, 2014.

Francisco Taborda, O memorial da Páscoa do Senhor. Ensaios litúrgico-teológicos sobre a eucaristia, São Paulo. Edições Loyola, 2009.

Catequesis e iniciación cristiana

1 Fundamento de la catequesis en la iniciación cristiana

2 Parte de la evangelización y una de sus formas

3 Origen y lugar de los catecismos

4 Catequesis narrativa; iniciación a la vida de los discípulos de Cristo

5 Resumiendo

6 Referencias Bibliográficas

1 Fundamento de la catequesis en la iniciación cristiana

La catequesis nació en la Iglesia vinculada a la iniciación cristiana, lo que equivale a decir: como anuncio del evangelio de Jesús Cristo, o sea, de la buena noticia que es Jesús Cristo (Evangelii nuntiandi, 7). El anuncio proclamado por el propio Dios en su Hijo Jesús Cristo, por medio de la totalidad de la vida de la Iglesia que constituye la tradición de la fe. Según la Carta de Pablo a los Colosenses (2, 6), esta proclamación tiene como finalidad iniciar a una vida, a un camino: la vida en Cristo: “Así como recibisteis al Señor Jesús Cristo, así también caminad en él”. El verbo “recibir” (paralambanō) junto con el verbo “transmitir” (paradídōmi) son los términos técnicos que designan el proceso de la tradición de la fe. La fe cristiana recibida en la tradición constituida por toda la vida de la Iglesia es un caminar, una forma de vida antes de ser formulada en conceptos. Los primeros cristianos son llamados de “seguidores del camino” (cf. At 9,2; 24,14). En At 18, 25 se dice que Apolo “era catequizado en el camino del Señor” (katekhēménos ten hodon tou kyríou).

Según la tradición, la catequesis consiste en ser iniciado en el camino del Señor, y esta iniciación no es mera instrucción como muestra el catecumenado de los primeros siglos, sino iniciación a la vida en la comunidad cristiana a través de palabras y actos: participación en la liturgia de la palabra junto a la comunidad reunida los domingos para la celebración de la Cena, iniciación al ethos de la comunidad por la práctica de los mandamientos llevados a la plenitud en el mandamiento de Jesús (amar como él amó), y varios actos sacramentales: Imposición de la señal de la cruz, escrutinios, entrega del símbolo de los Apóstoles celebrados siempre en la liturgia de la comunidad.

2 Parte de la evangelización y una de sus formas

La Iglesia nacida de la acción evangelizadora de Jesús y de los Doce (EN, 15)  anuncia el evangelio, como lo hizo Jesús, con toda su vida. Desde el nacimiento de la Iglesia, la catequesis es una de las formas de evangelización y, por eso, comparte con ella su característica singular que es la descentración de la palabra de la Iglesia ante de la Palabra de Dios. Solamente así puede nacer la fe como respuesta al Dios que se revela (Dei Verbum, 5).  Es muy probable que esa característica de la catequesis explique, como sugiere Jungmann, el uso del verbo kathēkhein para hablar de la iniciación cristiana, en el lugar de los verbos enseñar o instruir.

En griego profano el término katēkhein, que es usado raramente, conserva su significado primitivo tal como “retumbar”, “resonar” (cf. ēkhos, eco).  No cabe duda de que de ahí deriva el significado corriente del término catequesis en el uso eclesiástico: el mensaje de Dios debe sonar o resonar en los oídos de los humanos, siguiendo las palabras de la oración del oficio Litúrgico propio de los apóstoles, tomadas del salmo 19,5: in omnem terram exivit sonus eorum  (a toda la tierra alcanza su pregón). En las palabras de la catequesis debe hacer eco otra palabra: la Palabra que trasciende las palabras humanas y que, sin embargo, sólo en ellas puede ser reconocida.

La respuesta de la fe cristiana nace de la enseñanza del propio Dios, como respuesta a su Palabra, que se manifiesta en Jesús Cristo. El propio Jesús lo dijo: “Serán todos discípulos de Dios, Jn 6,45. La catequesis, comunicando al catecúmeno las enseñanzas de Jesús en actos y palabras, ratificadas por su muerte y resurrección, debe conducir a oír la Palabra del propio Dios. “Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí” continua diciendo Jesús  (ibid.), y así se cumple la profecía de Isaías (54,13). Éste es el humilde servicio que la catequesis puede prestar al Evangelio. Reside ahí su grandeza y su dificultad, al envolver, de forma significativa en cada época y en cada lugar del vasto mundo, la vida y la acción de la Iglesia en cuanto sacramento de Cristo. La catequesis debe entenderse, por lo tanto, como servicio a la Palabra divina en Jesús Cristo, consciente de que la Palabra es más que el texto de la Biblia. La Palabra brota de los labios divinos y resuena en el corazón humano por medio del servicio humilde del anuncio del Evangelio, que debe conjugar la palabra normativa de la Biblia, el testimonio de la vida eclesial recibido en el proceso ininterrumpido de la tradición de la fe y la atención solícita a las angustias y las esperanzas del oyente de la Palabra, de cuya salvación la propia Iglesia es llamada en cada instante a ser sacramento. Las dificultades de la catequesis solo se superan fácilmente cuando el anuncio del evangelio es vivido como misión de una comunidad consciente de la responsabilidad de su misión evangelizadora.

La catequesis así entendida forma parte de la evangelización siendo una de sus formas. Como se afirma en la Exhortación apostólica Catechesi tradendae, 5, el objetivo de la catequesis, como el de la evangelización, es “anunciar el Misterio de Cristo. Catequizar es, en cierto modo, llevar a uno a escrutar ese Misterio en toda su dimensión: «Iluminar a todos acerca de la dispensación del misterio… comprender, en unión con todos los santos, cuál es la anchura, la largura, la altura y la profundidad y conocer la caridad de Cristo, que supera toda ciencia, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios», Ef 3, 9. 18s”.

La evangelización es más amplia que la catequesis, que es una de sus formas. La Iglesia anuncia el Evangelio con toda su vida. Con el tríplice servicio de la palabra, de la liturgia y de la caridad, siguiendo el ejemplo que nos dejó el propio Cristo, quien vivió y murió por nosotros y para nuestra salvación. Pablo decía de la eucaristía: “Cada vez que coméis de este pan y que bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva” (Cor 11,26). La eucaristía es el punto culminante del anuncio eclesial de la buena noticia de Dios en Jesús Cristo, porque según el adagio de los Padres, la eucaristía hace la Iglesia.

3 El Origen y el lugar de los catecismos

Todo esto trasparece de la práctica de la catequesis de la Iglesia primitiva: basta leer las catequesis bautismales y mistagógicas de Cirilo de Jerusalén y de Ambrosio para ver cómo ellos la concebían. En la medida en la que fue decayendo el catecumenado, en el régimen de la cristiandad, al dar por supuesto que nacer en un país cristiano equivalía a vivir en la fe cristiana, la catequesis como iniciación a la vida según el Evangelio se fue debilitando. Si en la Edad Media, al menos en los ambientes verdaderamente cristianos, continuó floreciendo la vida cristiana, se debió en parte a la propia liturgia, a la vida familiar y al ambiente cristiano de la vida social que suplían lo que antes el catecumenado por medio de la iniciación a la vida en la comunidad cristiana. Pero, con el desconocimiento progresivo de la lengua de la liturgia y la creciente descristianización de las costumbres, se fue sintiendo la necesidad de una reforma concebida como la vuelta al Evangelio. Muchos movimientos inspirados en Francisco de Asís, la reforma teresiana del Carmelo, la orden de los jesuitas con los ejercicios Espirituales de Ignacio y los movimientos de reforma inspirados por Lutero son un testimonio de esto. Esa coyuntura explica el surgimiento de los catecismos y su utilidad. Sin embargo, aislados de las circunstancias específicas en las que nacieron, desvirtúan el sentido de la catequesis. La visión descontextualizada de los catecismos es responsable hasta hoy de pensar la catequesis como doctrina o enseñanza en contraposición al anuncio del evangelio.

En el Nuevo Testamento no existe esa contraposición. Jesús anuncia la buena nueva de Dios cuando proclama el Sermón de la Montaña, como cuando enseña a los discípulos, o cuando conversa con las personas, o cuando cura un enfermo o libera a algún afligido por un “espíritu impuro”. En Marcos 1,27,  este gesto es reconocido como “enseñanza nueva”. Además de “proclamar”, “anunciar”, “enseñar”, el NT utiliza más de treinta verbos para designar lo que hoy se entiende por evangelizar (G. Friedrich, keryssō, GLNT, 5, 441 s.).

El surgimiento de los catecismos fue oportuno en una época en que, aun sin ser cuestionada, la adhesión a la fe cristiana sufría serias deformaciones, originadas principalmente por la falta de transparencia del testimonio de la institución eclesial, cuya misión es ser, con toda su vida, sacramento de Cristo. Esta situación lamentable exigía una reforma urgente, que por no haber sido realizada a tiempo, causó una dolorosa división entre los cristianos. Tanto en el campo católico de la reforma, como en el protestante, los catecismos conjugados con otras iniciativas tuvieron una función benéfica al mostrar lo que se debe creer y cómo se debe actuar y orar para ser discípulo de Cristo. Hoy, en un mundo de un pluralismo exacerbado de creencias y de caminos religiosos, vuelve la imperiosa necesidad que tuvieron los discípulos del Crucificado: mostrar que en Jesucristo Dios se revela y ofrece la salvación a todo ser humano. Quien no es capaz de vivir la vocación cristiana como servicio a la salvación de todos en la pluralidad de las opciones religiosas no es un verdadero discípulo de Cristo.

4 Catequesis narrativa; iniciación a la vida de discípulos de Cristo

Los evangelios muestran que el reconocimiento de Jesús como hijo de Dios solo es posible a quien se hace su discípulo y se dispone a seguirlo como camino de vida. La catequesis debe ser siempre un proceso de iniciación a la vida de los discípulos de Cristo. Dios difícilmente podrá ser reconocido en Jesús Cristo, que murió crucificado por haber dedicado su vida a los demás, poniendo en primer lugar a los pobres y los excluidos, a no ser por quienes abran su corazón a ese mismo camino. Por quienes con Cristo se unan a su opción preferencial por los pobres y excluidos, en consonancia con la orientación del episcopado latinoamericano.

La catequesis debe ser, por eso, narrativa, o sea, debe mostrar, y no apenas afirmar, a partir de los actos y las palabras de Jesús que, en él, Dios se revela. Porque solamente así puede nacer la obediencia de la fe como opción libre y como don divino. No se trata apenas de contar la vida de Jesús, sino de mostrar que en Jesús el camino de la fe de Israel, arraigado en el caminar histórico de Israel y de todas las religiones, llega a su plenitud y revela el camino salvador de Dios, presente desde siempre de diversas formas (cf. Hb 1,2).  Por eso los evangelios y las cartas de los apósteles, primeros auxilios de la catequesis, muestran con insistente repetición de la frase “para que se cumplan las Escrituras”, que en Jesús llega a la plenitud el camino de la auto-comunicación divina, no solo para Israel, sino también para la humanidad. Esto también explica que en las Escrituras de Israel se hable de personajes como Noé, Abel, Adán, que no son ancestrales del pueblo, para mostrar – por ejemplo ­­­ en la figura simbólica de Adán (que en hebreo significa hombre) que la revelación testimoniada en las páginas del Libro trasciende el pueblo que las registró.

Éste es el desafío de la catequesis para los días de hoy, cuando la pluralidad de las culturas y de las religiones en la era de la comunicación irrestricta y globalizada, se presenta frente a los ojos de todo oyente de la Palabra. Si los cristianos son los seguidores del camino que es Jesús, la Iglesia, al reconocer sus límites geográficos, históricos y culturales en cuanto camino singular de salvación, debe superar las fronteras de la salvación que ella anuncia, para que resplandezca la verdad de su camino como fuente de Vida para todos.

5 Resumiendo

Resumiendo lo dicho hasta ahora, se pueden enumerar algunas características fundamentales de la catequesis:

1) La catequesis es el anuncio del evangelio de Jesús Cristo. Debe aparecer como la alegre noticia del amor de Dios, que trasciende “los pensamientos humanos” (cf. Mc 8, 27), a tal punto que se revela en su Hijo condenado a morir crucificado, denunciando como idolatría toda idea de lo divino oriunda de la proyección al infinito de las aspiraciones humanas de poder y de dominación.

2) La catequesis debe ser la iniciación a la vida de la comunidad cristiana.  Por eso no puede ser reducida a la simple instrucción. El sujeto agente de la catequesis es toda la comunidad. La Eucaristía, sin la cual la Iglesia no puede existir ni crecer, porque “la Eucaristía hace la Iglesia”, es el lugar eminente de la catequesis, la catequesis mistagógica o de iniciación al Misterio, que es Cristo revelador de Dios. La celebración dominical de la eucaristía es el lugar prominente de formación de la comunidad, también de los catequistas, sin que se niegue con esto la necesidad de los otros elementos necesarios para su formación. Una consecuencia obvia de esto es la necesidad de un cambio de los ministerios, para que todas las comunidades tengan la posibilidad de celebrar la eucaristía como expresión significante de su propio misterio.

3) En cada circunstancia de la vida, la respuesta de la fe – el reconocimiento del Crucificado como el salvador e Hijo de Dios – presenta desafíos nuevos, a veces sorprendentes. Por eso la primera catequesis debería continuar con otras de sus variadas formas: escuela dominical de fe para adultos, cursos, retiros espirituales, etc. Sin embargo, en un mundo agitado como el de hoy en el que la sobrevivencia propia y de los hijos devora el tiempo de las personas, la única forma posible de catequesis será para muchos la catequesis mistagógica de la eucaristía. Ella sería suficiente si la celebración dominical fuera más de lo que una mera rutina del cumplimiento de un precepto. Aquí se encuentra nuevamente un desafío para la Iglesia y la revisión de los ministerios.

4) Habiendo pasado el régimen de la cristiandad, la familia cristiana que bautiza a su niño se debe comprometer, con la ayuda da la comunidad, a la educación en la iniciación progresiva a la vida cristiana. De allí surge la importancia de la familia, que deberá ser auxiliada por algunas instancias pastorales de la comunidad en la delicada tarea de iniciarlo en la fe cristiana. De manera que el resultado sea la alegría de la buena noticia del amor de Dios revelado en Jesús y acompañado por su Espíritu o crecimiento del niño.

5) Alrededor de los 5 o 6 años de edad deberá comenzar en la comunidad, la catequesis o catecumenado para los niños bautizados en su tierna edad, que los ayude a continuar la experiencia cristiana iniciada en el seno de la familia. A semejanza del catecumenado antiguo, la catequesis no consistirá apenas en las enseñanzas. Un elemento fundamental será la participación de los niños con los padres en la eucaristía dominical, en la que deberían comulgar luego de manifestar ese deseo y ser capaces, como decía Pío X, de distinguir el pan eucarístico del pan común. No se puede convertir la eucaristía en un premio para quien, por determinado tiempo, aprendió el catecismo o frecuentó la catequesis. Consecuentemente, la catequesis no puede ser pensada como una “catequesis para la primera comunión”, deberá continuar durante toda la infancia y, en una configuración diferente en la adolescencia. Se puede hablar de dos fases de la catequesis.

6) En la adolescencia la catequesis es de suma importancia por ser el período del cuestionamiento de la educación recibida de los padres y de la crisis benéfica que, siendo bien orientada conducirá a una opción de fe adulta, a su confirmación, que podrá ser coronada con el sacramento de la confirmación. Por eso, no es conveniente definir la catequesis de este período como la preparación para la confirmación. La catequesis o catecumenado continuado en los diferentes períodos, busca formar al cristiano adulto, capaz de decidir cuándo se encuentra dispuesto a asumir de forma adulta la misión del servicio del evangelio para la salvación del mundo y pedir a la Iglesia el sacramento de la Confirmación del Bautismo. Esta visión de la catequesis que sería mejor definida se fuese llamada de catecumenado, puede parecer utópica, pero debería ser puesta en práctica – ya existen experiencias en esta dirección- por las comunidades que quisieren superar la constante frustración de la ineficacia de tantos caminos de catequesis basados solamente en la transmisión de conocimientos.

7) En la medida en que el Bautismo se convirtiere en una opción consciente para iniciar a los hijos en la experiencia eclesial de la fe cristiana, habrá cada vez más adolescentes, jóvenes y adultos no bautizados que despertarán a la fe cristiana y pedirán ser iniciados en ella. Al lado del catecumenado de los bautizados, las parroquias deberán organizar el catecumenado de los adultos que piden el bautismo. Normalmente deberá durar al menos un año. Hay experiencias exitosas y prometedoras en la actualidad. Lo específico del catecumenado, como ya fue presentado aquí, es la iniciación a la vida en la comunidad cristiana. Si, en los primeros tiempos de la Iglesia, el catecumenado se configuró como la preparación para la recepción de los sacramentos pascuales, y si, en la Edad Media, en situación de cristiandad, la familia y la sociedad suplían de alguna forma la función de la comunidad, en el mundo pluralista de hoy, la Iglesia debe encontrar nuevas formas para la iniciación a la vida cristiana que respondan a esta situación. La Iglesia recibe de Cristo los sacramentos al ser llamada, en la Pascua, a ser sacramento de Cristo. Por eso afirma que los sacramentos son instituidos por el Señor, no inventados por ella. Esto, sin embargo, no la excluye de encontrar las formas de configuración de los mismos que, en cada época, sean significantes de la Pascua de Cristo. Y esto vale para la configuración de la catequesis o catecumenado para la iniciación cristiana. En este sentido, el “Ritual de Iniciación Cristiana de Adultos” (RICA) es ejemplar al permitir y sugerir una variedad de formas de adaptación.

En la base de todos estos ítems hay una verdad fundamental, fácilmente olvidada: la catequesis debe tener la humildad de permitir a Dios hablar por medio de su Hijo Jesús Cristo, el Crucificado, mediante el don del Espíritu, al corazón del catecúmeno. Solamente así la fe puede ser una respuesta al Dios que se revela.

Juan Ruiz de Gopegui, SJ, FAJE. Brasil. Texto original en portugués.

6 Referencias Bibliográficas

CELAM, V Conferencia general del  episcopado latinoamericano  y del caribe, Documento Conclusivo. Discípulos y Misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 16,4), http://www.celam.org/aparecida/

CNBB, Catequese Renovada, 1983.

CNBB, Diretrizes gerais da ação evangelizadora da Igreja no Brasil 2011 – 2015, Documentos CNBB, 94. Brasília, Ed. CNBB. 2011.

Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Dei Verbum sobre la Revelación Divina. http://www.vatican.va/

Id., Catequese e Comunidade cristã, Perspectiva Teológica, 37, 103 (2005) 315-336

Id., Iniciação cristã, Revista de Catequese, 91(2000) 3-18.

João Paulo II, Exortaión apostólica Catechesi tradendae sobre la catequesis en nuestro tiempo, http://www.vatican.va/

Jungmann, Joseph A., Catequética. Finalidade e método de la instrução religiosa, Barcelona, Herder, 1963.

Papa Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, http://www.vatican.va/

Passos, Mauro (org.), Uma História no plural. 500 anos do movimento catequético brasileiro. Petrópolis, Vozes, 1999.

Friedrich, G., keryssō, Grande Lessico del Nuovo Testamento, t. 5, p. 441-442.

Paulo VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi sobre la evangelización en el mundo contemporáneo, http://www.vatican.va/

Ruiz de Gopegui, Juan A., Experiência de Deus e Catequese narrativa, São Paulo, Ed. Loyola 2010.

La fe

Índice

Introducción

1 Dimensión antropológica de la Fe

2 Dimensión teologal de la Fe

3 Dimensión comunitaria de la Fe

4 La transmisión de la Fe

 Introducción

Por medio de la Fe, el ser humano pretende fundar su realidad inmanente en la Realidad transcendente de Dios, en quien cree. Pero Dios es Dios, a quien “nunca ha visto nadie” (Jn 1, 18).  De ahí la complejidad planteada en la reflexión sobre la experiencia de fe; pues el “objeto” al que pretende remitir tal experiencia escapa a toda posible verificación directa. Dios es “oculto” (Is 45,15). Siendo así, “ninguna religión que no nos diga que Dios está oculto es verdadera y ninguna teología que no dé razón de esto es instructiva. Eso es todo para nosotros: Vere Tu es Deus absconditus… Aun así, la naturaleza es tal que por todas partes nos indica la existencia de un Dios oculto, tanto en el hombre como fuera del hombre” (PASCAL, 1858, XII, 5 y XIII,3). La Fe es, pues, necesariamente una ‘opción’ interpretativa de la realidad que puede ser abordada desde perspectivas diversas.

1 Dimensión antropológica de la Fe

El ser humano está inserto en el mundo sensorial y se relaciona con él sólo a través de los sentidos. No hay ideas innatas. Tampoco las ideas religiosas, con que intentamos expresar la fe sobre realidades invisibles, son innatas. Por lo mismo, la pregunta primera sobre el valor antropológico de la fe religiosa es: ¿Cuán razonable es creer en lo que creo?  Por lo mismo, estamos obligados a evitar la alternativa “dualista” de fe o razón, o de  fe o ciencia, e incluso de creyentes o ateos. La fe debe ser asumida por la razón, ya que  “una fe no razonable deja de ser fe, pues nadie puede creer en algo, si no es razonable creerlo” (AGUSTÍN, De praedestinatione sanctorum,  II, 5). 

A medida que las ciencias fueron verificando el carácter natural de los procesos mundanos en todo su proceso de causa-efecto, la cosmovisión pre-moderna mítico-ritual, que postulaba causas sobrenaturales para explicar los fenómenos mundanos fue secularizándose, resultando en una cosmovisión científico-técnica, propia de la modernidad ilustrada.  El ateísmo fue su forma más radical. Mientras la crítica al sobrenaturalismo se agudizó al reaccionar frente al abuso frecuente de la fe religiosa como pretexto para justificar opresiones sociales, tanto en Europa (Marx), como después en América (GUTIERREZ, G.,1992). El mismo Concilio Vaticano II asumió, de forma autocrítica, las razones inherentes al origen del  ateísmo (GS, 19).

¿Sin embargo, qué “indicios” hay, en la realidad mundana verificable, que puedan suscitar  razonablemente  la “opción creyente”? La realidad en la que el ser humano está inmerso, junto con plantear la pregunta por las “causas” (=ciencia aristotélica), suscita también otro tipo de interrogante. Es la cuestión del  ‘ser o no ser’, con que la conciencia se siente impactada al darse cuenta de que, todo lo que es, acaba siempre dejando de existir. Hay, pues, un riesgo real de que la nada y no el ser constituya, absurdamente,  la última palabra de la realidad observada. El mismo ‘yo’ prevé que dejará de ser yo, así como el ‘tú’ deja siempre de ser ‘tú’. Pues bien, a pesar de ese riesgo angustiante, ¿es razonable postular que el Ser, y no la nada, pueda constituir la última palabra de la realidad y que todo esto (la realidad) deba tener alguna Transcendencia?  En las situaciones sociales de marginación de los pueblos mayoritarios de Asia, Africa y América Latina y Caribeña, la cuestión por el sentido está fundamentalmente inserta en la religiosidad del pueblo, que clama por un Dios garante de la justicia, de manera que finalmente no dé lo mismo ser víctima que victimario.                                                                            

Es el clamor creyente del pobre Job bíblico y de los millones de sufrientes arrinconados por el poder de los más fuertes a lo largo de la historia. El prototipo de esas víctimas es el sufriente crucificado, Jesús de Nazaret: “¡Dios mío, por qué me has abandonado!” (Mc 15,34). Pero  el grito desesperado es transcendido por la fe confiada en el Dios que hace justicia: “En tus manos, Padre, encomiendo mi vida” (Lc 23,46).  De igual forma, la experiencia creyente del pueblo reconoce también que su clamor es acogido por Dios: “He visto, he visto la miseria de mi pueblo…y he prestado oído al grito que le arrancan sus opresores. Conozco sus angustias y he decidido liberarlo” (Ex 3, 7-8).

En ese nivel de la existencia humana es donde se ubica, y sigue ubicándose hoy día, particularmente en el mundo mayoritario de los pobres y oprimidos, la dimensión antropológica de la fe (ALFARO, J. 1988).

2 Dimensión teologal de la Fe       

Dentro de la dimensión antropológica, la fe es experimentada como una decisión psicológica del creyente. Sin embargo, por definición, el objeto propio de la fe es la Realidad misma de Dios que, como tal, transciende nuestra experiencia psicológica inmanente. Por eso, “no creemos en los enunciados, sino en lo que ellos quieren significar, puesto que la fe del creyente no tiene por objeto los enunciados (dogmáticos), sino la Realidad a la cual éstos remiten”(CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n.170). Así, pues, para que la experiencia creyente pueda  constituir un medio de conexión con la Realidad transcendente, tiene que incluir un “Don de lo Alto”(Jn 3, 3); el cual no puede, como tal, coincidir con la experiencia psicológica creyente, aun cuando sea inseparable de ella. Es lo que denominamos ‘Gracia’, única capaz de hacer que la fe, siendo mía, sea ‘infinitamente’ más que mía, como un ‘Don Transcendente’ (ROUSSELOT, 1910, 241-159 y 444-475).

Por eso los seres humanos podemos compartir la misma fe, aun cuando creamos de formas tan distintas, tanto a lo largo de la historia, con sus diversas religiones, como al interior de las mismas confesiones creyentes. La fe ‘teologal’ no consiste, pues, ni en una ‘gnosis’ (determinada ideología creyente), ni en un ‘sentimiento’ (determinada euforia psicológica); si bien siempre ‘se nos da’ encarnada en situaciones históricamente concretas, ideológicas y emotivas. La fe, que experimentamos como nuestra, nos coloca así en tensión hacia su Objeto propio: la Realidad misma de Dios, que es siempre un Dios “oculto” (Is 45,15).   Sin embargo, “Yo no he dicho a la progenie de Jacob: buscadme en vano. Soy Yo, Yahvé, mi Palabra es verdadera” (Is 45, 19). De esta manera, la fe se enraíza en una conciencia (corazón) abierta para dejarse interpelar por la Palabra.  Cuanto más abra alguien su corazón al impacto de la Palabra, más motivación experimentará su libertad para decidir en la dirección de aquello a lo que la Palabra interpela. Pero, si cierra el corazón, la Palabra no produce frutos y se pierde la motivación de la libertad. Tal como Jesús, en las parábolas del Reino, concluye advirtiendo: “Quien tenga oídos para escuchar, que escuche (Mc 4,23)…, porque a quien tiene se le dará, pero a quien no tiene se le quitará incluso lo que tenía” (Mc 4,25).

La fe no se mide, pues, por las ideas o las palabras religiosas, sino por la transformación del criterio de la acción libre: “No quien dice Señor, Señor, sino quien hace la voluntad del Padre” (Mt 7, 21-23).  La pregunta creyente es siempre: “¿qué debemos hacer, hermanos?” (He 2, 37;2,42-47;4,34-35).¿Cuál es el criterio para discernir en qué sentido apunta la interpelación de la Palabra y, por lo tanto, la respuesta a ella?  La tendencia narcisista del ser humano puede siempre llevarlo a ‘usar a Dios en función de los propios intereses’. Por lo mismo, cuanto menos sospechosa de narcisismo sea una opción creyente, más razonable será postular que puede remitir a una Realidad Transcendente, precisamente por no ser funcional a los intereses del propio yo. Dios garantiza, así, su presencia transcendente (la Gracia) en toda decisión humana que busque actuar con ‘buena voluntad’; es decir, sin referencia egocéntrica, sino por alteridad misericordiosa, según la misma “buena voluntad”  divina, “puesto que es Dios quien actúa en vosotros tanto el querer, como el obrar por buena voluntad”(Fil 2,13)[1].

Esa misma enseñanza la recoge Gaudium et Spes y, así, después de confesar que la Gracia divina actúa por mediación de la visibilidad de los sacramentos de la fe cristiana, concluye: “Ello es también verdad para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón actúa la Gracia de una manera invisible (o sea, aunque no haya la visibilidad sacramental) conocida por Dios”(GS, 22)

Esa apertura del Don de la fe a “todos los hombres de buena voluntad” constituye  el verdadero significado “católico” de la fe, “puesto que Cristo  murió por todos”. Tal afirmación corresponde a Rm 8,32; pero el texto de GS, 22 lo universaliza, omitiendo el ‘nosotros’ de Rm 8,32 citado por GS, en coherencia con la formulación católica del Concilio de Trento, que rechazó el criterio luterano-calvinista de la ‘doble predestinación’: “Si alguien dijera que la gracia de la justificación no se da sino en los predestinados a la vida, y todos los demás que son llamados, son ciertamente llamados, pero no reciben la gracia, por estar predestinados al mal por el poder divino, sea anatema” (DS, 1567).

Por lo mismo, esto también constituye la misión ‘católica’ de la Iglesia que, por ser tal, implica una verdadera apertura al ‘diálogo’ ecuménico, interreligioso  junto a todos los hombres y mujeres de buena voluntad,  particularmente con las culturas y espiritualidades indígenas en América Latina[2].

De tal manera que,  también nuestra fe (con sus enunciados, prácticas religiosas y morales), cuando es practicada con ‘buena voluntad’,  siendo decisión nuestra, es infinitamente más que nuestra (cf. Rm 8,24-27). Dicho en otros términos, siendo ‘nuestra propia espiritualidad’, es la presencia transcendente del Espíritu de Dios en nosotros: “Puesto que, por la Gracia, habéis sido salvados mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es Don de Dios”(Ef 2,8). El Don es “inherente” en nosotros,  y no sólo ‘imputado’ extrínsecamente por Dios[3]. Pues por la fe tenemos ya “la substancia (üpostasis) de lo que no vemos (la Filiación divina) y la garantía de la Realidad que esperamos (Vida eterna)” (He 11,1) [4].

3 Dimensión comunitaria de la Fe

Si la fe supone siempre ’buena voluntad’ compasiva, es obvio que, por su misma naturaleza, tiene una dimensión comunitaria.

Más a fondo aún, la fe es comunitaria porque Dios, en sí mismo, es Comunidad trinitaria (BOFF, 1987). Dios no es YO, sino YO-TÚ. No es ‘poder’, sino ‘Relación’ extrovertida eterna, al interior de sí mismo. ‘Alteridad’ que constituye su ‘único Espíritu’( Ga 4,6). De ahí que el criterio último de la acción humana no se mida por el poder, sino  por la ‘relación interpersonal’. En definitiva, la única pregunta para la autenticidad de la fe remite al reconocimiento del ’otro’ como ‘otro yo’:¿decidieron actuar compasivamente en favor de quien lo necesitaba, o evitaron hacerlo? (Mt 25,40ss).Todo lo demás queda ‘relativizado’ en ‘relación’ al Absoluto de la misericordia. Por eso, “la Realidad a la cual nos referimos a través de las formulaciones de la fe, nos permiten expresarla y transmitirla, celebrarla en comunidad, asimilarla y vivirla cada vez más” (CATECISMO, 170). Sólo ‘conoce’ a Dios quien ‘ama a Dios’, puesto que quien no ama no conoce, sepa lo que sepa (SOBRINO, 1992). Por eso, “los maestros de la Ley (sabios “religiosos”) no me han conocido” (Jr 2,8). Pero “a Dios no lo ha visto nunca nadie”; por eso, “quien dice ‘yo amo a Dios’, y odia a su hermano es un mentiroso ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, si no ama a su hermano a quien ve?” (1Jn 4, 8 y 20). Sin embargo, la categoría de ‘hermano’ puede ocultar sólo teorías filantrópicas universales. Lo que está en juego, en cambio, es el reconocimiento real y concreto del ‘otro’ que se me aproxima. Por eso, conoce-ama al hermano, quien conoce-ama al hermano que entra en mi proximidad. Si, pues, un ser humano forma parte de la categoría de enemigo, pero entra en tu proximidad, lo reconocerás-amarás como hermano, teniendo compasión por él. Y ése es el verdadero significado creyente del ‘amor al enemigo’ formulado por Jesús (Mt 5, 43-48). La fe es siempre una experiencia compartida junto a otros. Y son tanto más ‘otros’, cuanto más requieran de nuestra ‘alteridad’ compasiva, al margen del propio interés egocéntrico.  Hay, en efecto, un tipo de hermano que, cuando entra en mi proximidad, no me conviene decidir por él (ya que no tiene poder de retribución) ni pierdo nada si paso de largo (pues no tiene poder de represalia); si, en cambio, a pesar de ello, lo reconozco-amo como hermano, ahí verifico mi fe: conozco-amo a Dios. Y ese es, en definitiva, el significado bíblico del pobre o mísero (cf. Jr 22.15-16; 34.8,22; Is 52,6;58,6-7) que Jesús ilustró magistralmente con la parábola del herido necesitado de atención compasiva, contrastando la acción del ‘buen hereje samaritano’ con la indiferencia del religioso sacerdote y del levita: “Tú haz lo mismo” que el ‘buen samaritano’ y no imites al ortodoxo sacerdote o al levita (Lc 10, 25-37). Ello implica que la fe cristiana debe ser vivida en la proximidad con los pobres que están siempre ahí, sin intentar evitarlos. Pues son los pobres quienes viven más esa proximidad y pueden ser modelos de fe, como lo expresa en forma notable el Documento de Puebla, al destacar que las “Comunidades de Base han ayudado a la Iglesia a descubrir el potencial evangelizador de los pobres, por cuanto la interpelan constantemente, llamándola a la conversión y por cuanto muchos de ellos realizan en su vida los valores evangélicos de solidaridad, servicio, sencillez y disponibilidad para acoger el don de Dios” (n. 1147). La ‘opción por los pobres’ no es, pues, una de las opciones posibles; sino que es la única posible para el cristiano. Y la opción no es sólo por los pobres, sino con ellos, para no confundir la opción por los pobres con el ‘paternalismo’ desde arriba (los altos creyentes) hacia bajo (los bajos creyentes). Ése ha sido el aporte principal de la teología latinoamericana, redescubriendo el evangelio como un llamado del mismo Espíritu que penetró (como el Ungido-Cristo) a Jesús de Nazaret, para compartir la fe en comunidad con los pobres. Ello dio origen a la eclesiología de las Comunidades de Base, partiendo de la praxis-conocimiento (Iadath) de los pobres y con los pobres[5].

4 La transmisión de la Fe

La fe apostólica es, pues, una fe en la Encarnación no meramente fiel al enunciado niceno-constantinopolitano’, sino vivida de acuerdo a la historicidad de Jesús crucificado por lo que hizo y dijo, pero a quien Dios resucitó dándole la razón. De manera que todo aquel que enfrente su vida en la línea en que Jesús la enfrentó, y por lo cual fue condenado a muerte en la cruz, tiene razón, aunque lo maten por ello. Esa fe dio origen a la  Iglesia ‘martirial’ de los primeros cuatro siglos y es el núcleo eclesiológico de la fe transmitida que sigue alimentando el compromiso ‘martirial’ de las comunidades pobres de América Latina y de las periferias suburbanas y campesinas mayoritarias del mundo.

Esa fe vivida y celebrada, fue consignada desde el comienzo en las primeras ‘fórmulas  querigmáticas’, que Pablo recogerá en sus escritos como una ‘tradición’ recibida de la comunidad pre-paulina que había conocido a Jesús en vida y experimentado su Resurrección. Y así transmitirá la fe pascual, con esas palabras introductorias del querigma: “Yo les transmito (paredoka), lo mismo que a mí me ha sido transmitido (paredothe)…” (1Cor 15,1ss). Con la misma introducción, Pablo recoge la fórmula de la celebración comunitaria del querigma, tal como le ha sido también ‘transmitida’ (parádosis) de parte del Señor Jesús (1Cor 11,23).

De esta manera, en adelante, toda comunidad creyente y todo grupo humano de ‘buena voluntad’, podrá conectarse con la misma fe y la misma celebración apostólica que nos conecta con el acontecimiento histórico salvador que es Jesucristo: “Háganlo como memorial mío” (1Cor 11,24; Lc 22,19).

Es, pues,  la misma intención salvífica universal de Dios la que funda el carácter ‘transmisible’ de la Palabra que ‘comunica’ la fe apostólica. En eso consiste el verdadero significado de la Tradición de la Iglesia, que no puede ser ‘traicionada’. Por lo mismo, la fe apostólica no sólo funda una ‘comunidad’ (comunión) de fe’, sino también una ‘comunidad de misión (=Com-munus)’, correspondiente a la totalidad del Pueblo de Dios (LG c.2), con la diversidad de sus ministerios: “Hay diversidad de obras, pero es el mismo Dios quien obra todo en todos. Y las manifestaciones del Espíritu, cada uno las recibe para compartirlas (pros to sun-féron)” (1Cor 12, 6-7).

Antonio Bentué, Universidad Católica de Chile, Chile.

5 Referencias Bibliográficas

AGUSTÍN San,  “Una fe no razonable no es fe, puesto que nadie puede creer en algo si ello no es razonable creerlo”, De praedestinatione sanctorum,  II, 5.

ALFARO, J. De la cuestión del hombre a la cuestión de Dios, Ed. Sígueme, Salamanca, 1988.

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BOFF, L. La Trinidad, la sociedad y la liberación, Madrid, Paulinas,1987.

CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n.170, citando a Tomás de Aquino  (Summa Th. II-II, q1,a2 ad 2m).

GUTIERREZ,G.  En búsqueda de los pobres de Jesucristo, CEP, Lima, 1992.

PASCAL, B. Pensées, Ed.Louandre, París, 1858, XII, 5 y XIII,3.

ROUSSELOT, P. Les yeux de la foi, RSR (1910) 241-159 y 444-475.

SOBRINO, J. El principio misericordia, Sal Terrae, Santander, 1992.

[1] El original griego permite interpretar también esa ‘eudokía’ refiriéndola a los hombres que quieren actuar con ‘buena voluntad’; así lo traducen tanto la Biblia Latinoamericana Ed. San Pablo 1994, como el Nuevo Testamento de la Edición Pastoral Católica, Ed. Paulinas 1991: “tratando de agradarle”.

[2] A pesar de que la afirmación del Papa, en el discurso de apertura del Sínodo de Aparecida y recogida en el n. 95 del Documento final, no parece valorizar la religiosidad indígena precolombina, el mismo Sínodo reconoce que “existe un proceso de ocultamiento sistemático de los valores indígenas, de su historia, cultura y expresiones religiosas”, DA 96; por lo mismo, valora “su profundo aprecio comunitario por la vida, presente en toda la creación, en la existencia cotidiana y en la milenaria experiencia religiosa que dinamiza sus culturas, la que llega a su plenitud en la revelación del verdadero rostro de Dios en Jesucristo”, DA 529.

[3] De acuerdo al sentido del texto de Trento, en el anatema del Canon 11, DS 1561.

[4]  Comentando ese sentido de la ‘fe teologal’, Tomás de Aquino expresa: “La fe es, pues, el hábito de la conciencia por medio del cual se inicia la Vida eterna en nosotros…” , Summa Th. II-II, q4, a1.

[5] El término bíblico para expresar el ‘conocimiento’ (Iadath), significa al mismo tiempo ‘hacer el amor’ (cf. Gn 4,1 y 17).

Moral Social

Índice

1 Evangelio: fuente de la preocupación social de la Iglesia

2 La enseñanza social de la Iglesia

3 Principios permanentes

4 Ámbitos de aplicación

4.1 Economía

4.2 Política

4.3 Cuestión ambiental

5 La solidaridad como propuesta ética

6 Los derechos humanos como un reto urgente

7 Una relectura de la opción por los pobres

8 Referencias Bibliográficas

1 Evangelio: fuente de preocupación social de la Iglesia

La Sagrada Escritura es el alma de la teología (Dei Verbum, n. 24), es la fuente inspiradora del pensamiento social. De ella brotan las interpelaciones a los grandes temas de la actualidad social; justicia, derechos humanos, la fraternidad y la solidaridad. Jesús y su Mensaje, el Reino de Dios, es el punto de partida y de llegada (Mc 1, 15; Mt 5, 3-12). El Amor (ágape) es el concepto más importante (cfr. 1 Cor 13) y la regla de oro de la moral social de la Iglesia: “Todo aquello que queréis que los hombres hagan por vosotros, haced con ellos de la misma manera: ésta es la ley y los profetas” (Mt 7, 12, Lc 6, 31). El Evangelio debe ser anunciado en el mundo del trabajo, de la economía, de la política, de la cultura, de la familia. Todas estas realidades forman parte de la vida humana, luego, son alcanzadas por la salvación traídas por Cristo.

La experiencia del amor cristiano se convierte en compromiso por amor; la fe busca la expresión ética. Esto es afirmado con toda claridad en la Carta de Santiago: “¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: ‘Tengo fe’, si no tiene obras?, ¿Acaso podrá salvarle la fe?.  Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de ustedes les dice: ‘Váyanse en paz, caliéntense y hártense’, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta” (Tg 2, 14 – 17; ver 1 Jn 4, 19 – 21).

La experiencia del amor se hace solicitación y búsqueda por la configuración de una sociedad justa donde todos están incluidos para participar en su organización y gozar de su bienestar.  Lo social forma parte esencial del ser humano y, entonces, con toda razón los obispos latinoamericanos han declarado que “nuestra conducta social es parte integrante de nuestro seguimiento de Cristo” (Puebla, n. 476).

Al respecto, la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25 – 37; Mt 22, 34 – 40; Mc 12, 28-31) es muy iluminadora. El escriba o el jurista le pregunta a Jesús ¿quién es mi prójimo?, ya que es preciso no equivocarse en este punto donde uno juega su vida eterna.

La respuesta de Jesús es sorprendente porque no da una definición teórica del concepto de prójimo, ni exige tampoco – al estilo de los griegos – un amor universal a la humanidad, sino que muestra mediante la parábola el procedimiento concreto del auténtico amor al prójimo. Es decir, Jesús no se detiene a indagar quién es, o a preguntar cuál es su nacionalidad o confesión, sino que procede a mostrar que todo aquel que necesita de nuestra ayuda es nuestro prójimo y nosotros lo somos de él.

A partir de la parábola se pueden sacar las siguientes conclusiones éticas sobre el amor cristiano:

1. La ruptura en el concepto vigente de “prójimo”. La pregunta inicial del experto de la Ley presumía una delimitación excluyente en la categoría de prójimo (¿hasta quiénes llega mi obligación de amar? o ¿quiénes están incluidos en el concepto de prójimo?). Jesús rehúsa responder a esta pregunta y destaca que el prójimo es aquél que sale a nuestro encuentro en el momento particular y concreto de la vida diaria.  El concepto cristiano de prójimo es el resultado de la historia y no su punto de partida.  En otras palabras, Jesús no define el concepto de prójimo sino que describe la acción mediante la cual se hace del otro un prójimo. En nuestro lenguaje corriente, la palabra “prójimo” tiene el sentido general de “vecino” o “fulano”, un significado abstracto, pasivo y neutro. Pero, en la parábola, el concepto de prójimo se relaciona con una acción dinámica, comprometedora e histórica. El prójimo no es simplemente otro, sino aquél a quien yo hago que sea un otro relevante y significativo; hacer del otro, mediante una acción concreta, mi prójimo.

2. El criterio de la compasión. La descripción de la acción de projimidad no se define por la presencia (el sacerdote y el levita estuvieron presentes) sino por la capacidad de compadecerse frente a la necesidad del otro. Sólo aquel que tuvo compasión (padecer con) es señalado por Jesús como aquel que se comportó como prójimo. El doctor de la Ley preguntaba: ¿quién es mi prójimo?, y Jesús contesta con otra pregunta: ¿a quién trataste como prójimo?. Es decir, el criterio fundamental de projimidad se define a partir de la necesidad del otro. Por lo tanto, el prójimo no se define por la mera presencia sino por la acción de acudir al otro que es un necesitado.

3. La práctica del amor. La capacidad de compadecerse frente a las necesidades del otro hace que el amor no se manifieste sólo a través de sentimientos y palabras, sino también -y muy especialmente- en hechos concretos. El Samaritano se preocupó por el herido: se acercó, le vendó las heridas, ungiéndolas con aceite y vino, lo montó en su propia cabalgadura, lo llevó al albergue y se ocupó de cuidarlo. Y la respuesta de Jesús es: “haz tú lo mismo” y “haz esto y vivirás”. A Jesús no le interesó la elaboración teórico-legalista de la delimitación del concepto de prójimo, pues le urge la práctica concreta del amor frente a la necesidad del otro.

4. El amor sin límites. La auténtica compasión conduce a la radicalidad en la práctica del amor.  Esta radicalidad se muestra en la ayuda desinteresada del Samaritano frente al desvalido porque más allá de divisiones nacionales y cúlticas, el otro es un herido. La vida de Jesús es el ejemplo de este amor sin límites y mediante su propia vida la propone como modelo de servicio a los demás.

5. El necesitado como referente primario. El doctor de la Ley pregunta por el objeto del amor (el saber teórico de ¿a quién debo amar?) mientras que Jesús responde en términos de sujeto del amor (la realización práctica de cómo se debe amar).  La respuesta de Jesús coloca al sujeto en la posición de aquel que padece la necesidad y, desde su situación de abandono, plantea la pregunta: ¿qué puedo hacer?  Es justamente la capacidad de compasión quien lo hace sensible frente a la necesidad del otro y conduce a una práctica de amor. El necesitado llega a ser la medida concreta de un amor sin límites, expresión y verificación del amor hacia Dios.

Jesús hace del amor al otro una pregunta altruista (plantear el interrogante a partir de la necesidad del otro) y no una observación egocéntrica (cómo puedo yo ayudar al otro desde mi situación cómoda de no necesitado). Por lo tanto, la justicia tiene su origen en Dios. El Amor, la verdad y la justicia constituyen una unidad en Dios. “El amor – «caritas» – es una fuerza extraordinaria que impele a las personas a comprometerse con coraje y generosidad en el campo de la justicia y la paz” (Caritas in veritate, n. 1). El amor gana forma operativa en la justicia. Si por un lado, la justicia no puede ser separada de la caridad (Populorum Progressio, n 22), por otro lado, es ella el primer camino de la caridad: ¡reconocer y respetar los derechos de los individuos y los pueblos! (Caritas in Veritate, n. 6). La justicia que brota del amor a Dios es el fundamento de la justicia social y de la opción por los marginalizados, indefensos y excluidos de la sociedad.

2 La enseñanza social de la Iglesia

La Enseñanza Social de la Iglesia (Doutrina Social da Igreja) es la elaboración, en forma sistemática, de la preocupación del Magisterio por los problemas sociales, explicitando las obligaciones sociales. Es decir, el deber cristiano de colaborar con la edificación de un mundo humano y justo (Gaudium et Spes, nn. 34, 43, 72; Octogesima Adveniens, n. 24).

El documento inaugural es la encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII, publicada el 15 de mayo de 1891. Es la primera vez que un documento del Magisterio se dedica integralmente a la llamada “cuestión social”. La Iglesia se vuelca hacia los problemas que afligen a los pobres. Su contexto es el de una sociedad profundamente transformada por la Revolución Industrial: revolución socio-económica, con el surgimiento y la consolidación de la industria; política, a través del fortalecimiento de los Estados-Nación; científica, por medio de la profundización del conocimiento aliado a la técnica; filosófica, fundada en el pensamiento de la razón ilustrada y en la emergencia de la subjetividad. Al final del siglo XIX la Iglesia se encuentra frente al capitalismo y al socialismo marxista.

Listado de los principales Documentos de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) en orden cronológico:

  • Rerum novarum (RN): León XIII, 1891.
  • Quadragesimo anno (QA): Pío XI, 1931.
  • Radiomensaje la solennitá: Pío XII, 1941.
  • Mater et magistra (MM): Juan XXIII, 1961.
  • Pacem in terris (PT): Juan XXIII, 1963.
  • Constitución Pastoral Gaudium et spes: Concilio Vaticano II, 1965.
  • Declaración Dignitatis humanae: Concilio Vaticano II, 1965.
  • Populorum progressio (PP): Pablo VI, 1967.
  • Octogesima adveniens (OA): Pablo VI 1971.
  • Justicia en el mundo: Sínodo de los Obispos, 1971.
  • Sollicitudo rei socialis (SRS): Juan Pablo II, 1987.
  • Laborem exercens (LE): Juan Pablo II, 1981.
  • Centesimus annus (CA): Juan Pablo II, 1991.
  • Caritas in veritate (CV): Benedicto XVI: 2009.
  • Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (CDSI): Pontifício Consejo de Justicia y Paz, 2004.

En América Latina y el Caribe, los documentos de las Asambleas de la Conferencia Episcopal Latinoamericana (Celam) en Medellín (1968), Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007), ofrecen elementos para el pensamiento social. Son textos caracterizados por el profetismo, por la opción preferencial por los pobres, por la defensa y la promoción de la dignidad humana. La condición fundamental de la auténtica liberación es la superación de todas las formas de esclavitud. El evangelio debe iluminar el compromiso por la liberación del todo hombre y de todos los hombres.

El Documento de Aparecida elaboró directrices para una agenda social (nn. 347-546):  globalización de la solidaridad y de la justicia, compromiso con los nuevos rostros de Cristo (pueblo de la calle, inmigrantes, enfermos, dependientes químicos, prisioneros); empeño en la defensa de la Familia y de la vida humana (infancia, juventud, personas de la tercera edad, mujeres); la necesidad de una pastoral de la comunicación social; la presencia más efectiva y profética en la política; el compromiso solidario con los pueblos indígenas y afrodescendientes. La Teología de la Liberación también ofrece una contribución inestimable para la reflexión y la praxis social de los cristianos.

3 Principios permanentes

A lo largo de las distintas encíclicas sociales surgidas desde la Rerum Novarum hasta los días actuales – y a pesar de los cambios sucedidos durante el mismo lapso de tiempo -, se reiteran un conjunto de principios éticos que conforman la esencia del pensamiento social de la Iglesia.

En primer lugar, encontramos la afirmación solemne de la sagrada dignidad del ser humano, de todo hombre y toda mujer. El núcleo central de la antropología bíblica es la semejanza del ser humano con su creador Gn 1, 26-28; cf. Sab 2, 23; Eclo 17, 3). Y, como imagen y semejanza de Dios se revela de modo perfecto y pleno en la persona de Jesús Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre (2 Cor 4, 4; Col 1, 15).

Esta dignidad es la raíz de los derechos humanos y debe ser proclamada y defendida contra todo tipo de agresión. Por lo tanto, solamente el reconocimiento de la dignidad humana es condición de la posibilidad de una sociedad justa y solidaria. En este sentido, el auténtico progreso se entiende como un desarrollo integral del paso de unas condiciones “menos humanas” a unas condiciones “más humanas”; es decir, el auténtico desarrollo no se mide tan sólo ni de manera privilegiada por la cantidad, sino muy especialmente por la calidad; y esto significa el deber de solidaridad, de justicia social y de caridad universal e internacional (Mater et Magistra, n. 97-103; Pacem in Terris, n. 123; Populorum Progressio, n. 65; Laborem Exercens, n. 15; Sollicitudo Rei Socialis, n. 44). “La fe cristiana se ocupa del desarrollo contando apenas con Cristo, a quien debe hacer referencia toda vocación auténtica al desarrollo integral humano” (Caritas in Veritate, n. 18).

La exigencia del bien común es una de las claves principales de la ética social porque sus exigencias constituyen el criterio de la justicia social; el bien común se entiende como el conjunto de aquellas condiciones de vida social en las cuales los hombres y las mujeres, las familias, las asociaciones y los pueblos pueden llegar con mayor plenitud y facilidad a su propia realización. En el principio de equidad – el cuidado especial por los más desvalidos en la sociedad – se incluye el principio del bien común, de modo que el bien de todos tiene un referente privilegiado (Rerum Novarum, nn. 24, 25; Quadragesimo Anno, n. 110; Mater et Magistra, n. 65; Pacem in Terris, n. 53-66; Gaudium et spes, n. 74; Sollicitudo rei socialis, nn. 42, 43).

El principio de subsidiariedad resalta la dignidad y la responsabilidad del individuo y de los cuerpos intermedios, evitando el individualismo liberal y el estatismo totalitario, porque propicia la intervención estatal en aras del bien común, facilitando la iniciativa del individuo y del grupo en su aporte a la comunidad humana (Rerum novarum, n. 26; Quadragesimo anno, n. 76 – 80; Mater et Magistra, nn. 51–58).

El principio del destino universal de los bienes tiene prioridad sobre el derecho a la propiedad, porque es la traducción del bien común en el campo socio-económico (Rerum Novarum, n.16; Quadragesimo Anno, nn. 45-50; Populorum Progressio, nn. 23-24): “Dios destinó la tierra y todo lo que ella contiene para el uso de todos los hombres y de todos los pueblos (Gn 1, 28-29), de suerte que los bienes creados deben ser repartidos equitativamente a todos, según la regla de la justicia, inseparable de la caridad” (Gaudium et spes, n. 69). El Derecho al acceso universal de toda persona al uso de los bienes debe estar equitativamente garantizado a cada individuo (Centesimus annus, n. 6). Es un deber social grave y urgente conducirlos a su finalidad  Populorum Progressio, n. 22).

Se reconoce el derecho a la propiedad privada, incluso de los medios de producción, pero dentro del contexto del principio primario del destino universal de los bienes, ya que todos los demás derechos le están subordinados (Gaudium et spes, n. 71). Toda propiedad de los medios de producción tiene la función social y debe contribuir con el bien común.

El trabajo ocupa la clave esencial y el centro de la misma cuestión social (Laborem Exercens, n. 3). El ser humano es el sujeto del trabajo, por lo cual se afirma la prioridad del trabajo sobre el capital. “Todo trabajo humano procede inmediatamente de la persona, la cual marca con su impronta la materia sobre la que trabaja y la somete a su voluntad. Es para el trabajador y para su familia el medio ordinario de subsistencia; por él el hombre se une a sus hermanos y les hace un servicio, puede practicar la verdadera caridad y cooperar al perfeccionamiento de la creación divina” (Gaudium et spes, n. 67). La cuestión salarial, la flexibilización, la precariedad y el desempleo están entre las grandes preocupaciones de la moral social. Se rechaza la reducción del trabajo a una simple mercancía o a una fuerza anónima, y se insiste en la responsabilidad del empresario directo e indirecto sobre el trabajo. También se aboga por una solidaridad de y con los hombres y las mujeres del trabajo (Quadragesimo anno, n. 53; Laborem exercens, nn. 3, 6, 7, 8, 12, 16, 17). El cumplimiento del principio del salario justo es la medida concreta para cumplir con la justicia social en la relación entre el trabajador y el empresario.

Benedicto XVI aboga por la universalización del trabajo decente: “Un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de la comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que permita a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación significa un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer” (Caritas in veritate, n. 63). La Iglesia apoya los sindicatos y las diversas luchas de clase trabajadora por sus derechos (Compêndio, n. 305). Los sucesivos documentos han buscado acompañar la evolución de los desafíos sindicales que han ido surgiendo en el capitalismo (Rerum novarum 34, 39-40; Gaudium et spes, n. 68). Las organizaciones obreras son “protagonistas de la lucha por la justicia social” (Laborem exercens, n. 20).

4 Ámbitos de aplicación

4.1 Economía

El Papa Francisco tiene una mirada crítica-profética de la economía contemporánea. “Vivimos en una economía de exclusión y de desigualdad. ¡Esta economía mata! (Evangelii Gaudium, n. 53). Retomando un tema importante de la teología de la liberación, la Iglesia condena la idolatría al dinero. “Creamos nuevos ídolos. La adoración del becerro de oro (cf. Ex 32, 1-35) encontró una nueva y cruel versión del fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin rostro y sin objetivo verdaderamente humano”  (Evangelii Gaudium, n. 53). “En la vida económico-social debe respetarse y promoverse la dignidad de la persona humana, su vocación y el bien de toda la sociedad. Porque el hombre es el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social” (Gaudium et spes, n. 63).

La economía en todas sus extensiones, es un sector de la actividad humana. La relación entre economía y ética es necesaria, aunque ellas sean reguladas, cada una en su ámbito, por principios propios. De hecho, para Benedicto XVI, “la economía tiene una necesidad de ética para que funcione correctamente; no de cualquier ética, sino de una ética que sea amiga de la persona” (Caritas in veritate, n. 45). El objetivo de la economía es la de producir riqueza y su incremento está orientado al desarrollo global y solidario del hombre y de la sociedad. Pero, “la finalidad principal de la producción no es el mero aumento de la cantidad de productos, ni el lucro o el poder, sino el servicio del hombre; del hombre integral, es decir, teniendo en cuenta el orden de sus necesidades materiales y de las exigencias de su vida intelectual, moral, espiritual y religiosa” (Gaudium et spes, n. 64).

El desarrollo económico “no se debe entregar solamente al arbitrio de algunos pocos individuos o grupos económicamente más fuertes o solo a las comunidades políticas o a algunas naciones más poderosas” (Gaudium et spes, n. 65). Las necesidades de los pobres no permiten prórroga. Por lo tanto, deben tener prioridades sobre los deseos de los ricos. Existen necesidades económicas que son derechos humanos fundamentales (Pacem in terris, n. 11). “No es un mero aumento de la productividad, ni el beneficio, ni el poder, sino el servicio del hombre integral” (Gaudium et spes, n. 64).

Según Benedicto XVI, existen iniciativas dentro de la economía que indican que “se puedan vivir relaciones auténticamente humanas de amistad y de sociabilidad, de solidaridad y de reciprocidad, también dentro de la actividad económica” (Caritas in Veritate, n. 36). Hay unos cuantos ejemplos: los fondos de inversión ética, los microcréditos (Caritas in Veritate, n. 45 e 65), cooperativas de consumo (n. 66) y la economía civil y de comunión (n. 46). Efectivamente, toda empresa debería caracterizarse por la capacidad de servir el bien común de la sociedad mediante la producción y la oferta de bienes y servicios útiles y necesarios a las personas. Debe crear riqueza para toda la sociedad, no solamente para el empresario (Compendio, n. 344).

4.2 Política

La persona humana es fundamento y objetivo de la convivencia política (Gaudium et spes, n. 25).  La comunidad política procede de la naturaleza de las personas y existe para obtener el bien común, que sería inalcanzable de otra manera (Gaudium et seps, n.74). No obstante, para colaborar en la transformación de un sociedad injusta, los cristianos deber participar de la política. “Aunque el orden justo de la sociedad y del Estado sea el deber central de la Política, la Iglesia no puede ni debe quedar al margen de la lucha por la justicia” (Evangelii Gaudium n. 183; Deus caritas est, n. 28). El mensaje bíblico inspira el compromiso cristiano: la “política es una forma de ofrecer el culto a Dios” (Puebla, n. 521).

En la sociedad política se destacan como requisitos éticos los valores de la igualdad y la participación dentro de una estructura democrática (Democracia), porque corresponden mejor a la dignidad y al sentido de responsabilidad del ciudadano (Mater et Magistra, n. 83; Octogesima adveniens, nn. 24, 26, 30-35; Pacem in terris, n. 159; Sollicitudo rei socialis, nn. 20 – 21).

La autoridad política es necesaria en función de las tareas que le son atribuidas y debe ser un componente positivo y insustituible de la convivencia civil (Pacem in terris, n. 279). Tal autoridad debe garantizar la armonía social, sin tomar el lugar de libre actividad de los individuos y de los grupos, pero orientándola, en el respeto y la tutela de la independencia de los sujetos individuales y sociales para la realización del bien común.

El sujeto de la autoridad política es el pueblo considerado en su totalidad como el detentor de la soberanía. Por eso, la Iglesia encara con simpatía el sistema de la democracia, mientras que asegura la participación de los ciudadanos y garantiza que la posibilidad sea de elegir a sus gobernantes o de substituirlos (Gaudium et spes, n. 75). “ Es una exigencia de la dignidad humana que todos puedan con pleno derecho dedicarse a la vida pública” (Pacem in terris, n. 73).  Una auténtica democracia solo es posible en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana (Centesimus annus, n. 46).  En este sentido, los partidos políticos tienen la función de favorecer la participación y el acceso de todos a las responsabilidades públicas y orientar la sociedad hacia el bien común (Gaudium et spes, n. 75). Otro instrumento de participación política es el referendum, en el que se realiza una forma directa de elecciones políticas.

La Iglesia y la comunidad política, aunque ambas se expresen con estructuras organizativas visibles, son de diversa naturaleza, sea por su configuración o por la finalidad que persiguen: “en el terreno que le es propio, la comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas” (Gaudium et spes, 76). Por esta razón, la Iglesia mantiene su autonomía frente a las ideologías. Todo sistema, según el cual las relaciones sociales están determinadas enteramente por los factores económicos, es contrario a la naturaleza humana (Catecismo, n. 2423-2425). Se rechaza la ideología liberal (Liberalismo, Capitalismo)  por su materialismo práctico (jerarquía errada de valores), como también la ideología marxista (Marxismo) por su materialismo dialéctico (una visión errada de reducir el ser humano a un resultado de las relaciones económicas).

4.3 Cuestión ambiental

La cuestión moral contempla la naturaleza como “expresión de un designio de amor y de verdad” (Caritas in veritate, n. 48). El medio ambiente fue dado por Dios a todos, constituyendo su uso como una responsabilidad que tenemos para con los pobres, las generaciones futuras y toda la humanidad (…). Si falta esta perspectiva, el hombre acaba por considerar la naturaleza como un tabú intocable o, por el contrario, por abusar de ella. Ni una ni otra actitud corresponde a la visión cristiana de la naturaleza, fruto de la creación de Dios (Caritas in Veritate, n. 48).

Frente a los cambios climáticos, de extinción de la biodiversidad y de la contaminación, las cuestiones relacionadas con la preservación del ambiente deben tener la debida consideración de las problemáticas energéticas. El desarrollo debe basarse “en la constatación más urgente de las limitaciones de los recursos naturales, algunos de los cuales no son renovables. Usarlos como si fueran inagotables, con control absoluto, pone seriamente en peligro su disponibilidad no solo para la generación presente, sino, sobre todo, para las futuras generaciones” (Sollicitudo rei socialis, n. 34).

La comunidad internacional tiene el deber de encontrar las vías institucionales para regular la exploración de los recursos no renovables, también con participación de los países pobres, de modo que se pueda planificar en forma conjunta el futuro. Esta responsabilidad es global, porque no se relaciona solamente con la energía, sino con toda la creación, puesto que no debemos dejar despojadas de recursos a las nuevas generaciones (Caritas in Veritate, n. 50). En suma, es necesario un cambio real de mentalidad que nos induzca a adoptar nuevos estilos de vida (Centesimus annus, n. 36).

Se requiere una especie de ecología humana, entendido en su justo sentido (Caritas in Veritate, n. 51).  El Documento de Aparecida presenta propuestas en esta dirección: profundizar la presencia pastoral en las poblaciones más frágiles y amenazadas por el desarrollo predador, y apoyarlas en sus esfuerzos, para conseguir una distribución equitativa de la tierra, del agua y de los espacios urbanos; buscando un modelo de desarrollo alternativo, integral y solidario, basado en una ética que incluya la responsabilidad de una auténtica ecología natural y humana, que se fundamente en el evangelio de la justicia, de la solidaridad y del destino universal de los bienes (Aparecida, n. 474).

5 La solidaridad como propuesta ética

La moral social plantea la solidaridad humana como exigencia inalienable (Gaudium et spes, n. 12-32; Sollicitudo rei socialis, n. 38-40). La solidaridad es la expresión humana de la responsabilidad social del individuo y de la sociedad con el otro y entre todos. Por ello, la solidaridad se considera como una exigencia humana, ya que todo individuo es un ser social, forma parte de una sociedad, y la realización del individuo pasa necesariamente por la realización de cada uno. Vivir es convivir.

La solidaridad se transforma en una condición de existencia para todos. No se tiende la mano desde arriba hacia aquel que se encuentra abajo, sino que se camina junto con el otro; no es una visión verticalista de la sociedad sino horizontal, donde no se tiende una mano paternalista de un grupo social hacia el otro, sino que se estrecha la mano del otro desde un reconocimiento de la misma dignidad. Por ello, la solidaridad no significa dar lo que le sobra a uno, sino que constituye una expresión de amor por los semejantes. El otro llega a ser un prójimo en cuanto uno se acerca a él.

El concepto de solidaridad ocupa un lugar privilegiado en la visión cristiana. La Sagrada Escritura es el relato de la historia solidaria de Dios con la humanidad y la condición humana de criatura, llega a significar una superación de la mera dependencia por la responsabilidad en un contexto dialogal entre Dios y la humanidad. Es decir, la comunidad divina (el misterio de la Trinidad) se revela como comunión con la humanidad en la Persona de Jesús, el Cristo, e invita al humano a compartir una vida en común unión con lo divino y entre sí. La experiencia de la solidaridad divina se convierte en responsabilidad ética de solidaridad en las relaciones interpersonales y su estructuración en instituciones (Jo 13, 34-35).

La solidaridad, aclara Juan Pablo II, no es un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos (Sollicitudo rei socialis, n. 38).

Esta comprensión de la solidaridad tiene profundas raíces bíblicas. “Yahvéh dijo a Caín: ¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: No sé. ¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?” (Gn 4, 9). La respuesta de Caín contrasta radicalmente con la afirmación de Jesús: “En verdad, les digo, que cuanto hicieron a unos de éstos mis hermanos míos más pequeños, a Mí me lo hicieron” (Mt 25, 40).  Así, mientras Caín desconoce a su propio hermano, Jesús se identifica con los más débiles de la sociedad, haciéndose su hermano.

En una sociedad globalizada, escribe Benedicto XVI, el sentido cristiano de la solidaridad debe tener alcance mundial. “La solidaridad universal es para nosotros no solo un hecho y un beneficio, sino también un deber. Hoy, muchas personas tienden a alimentar la pretensión de que no deben nada a nadie, a no ser a sí mismos. Considerándose dueños solamente de derecho, frecuentemente se deparan con fuertes obstáculos para madurar una responsabilidad en el ámbito del desarrollo integral propio y ajeno” (Caritas in veritate, n. 43).

6 Los derechos humanos como reto urgente

La toma progresiva de conciencia de los derechos fundamentales de la persona humana, como expresión jurídica y política de la dignidad del ser humano, tiene una formulación privilegiada en la Declaración Universal de Derechos Humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas reunida en París el 1948. Esta Declaración constituye un verdadero hito cultural en la historia de la humanidad, al afirmar que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos” (Artículo 1) y que estos derechos pertenecen a toda persona, “sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición” (Artículo 2).

Esta proclamación destaca aquellos derechos que le corresponden a la persona humana en cuanto tal y, por consiguiente, son lógica e históricamente anteriores al Estado. Así, el Estado no otorga estos derechos sino simple y necesariamente tiene que reconocerlos. Estos derechos son inalienables porque corresponden a las condiciones básicas que permiten la realización del individuo en sociedad o de una sociedad formada por individuos y, por ello, pertenecen a la misma naturaleza humana.

En el pensamiento pontificio, el auténtico desarrollo de la sociedad se fundamenta en el respeto y la promoción de los derechos humanos. “No sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las naciones de los pueblos (…). Tanto los pueblos como las personas deben disfrutar de una igualdad fundamental” (Sollicitudo rei socialis, n. 33).

En la actualidad la Iglesia comprende que la defensa de los derechos humanos, como expresión de la dignidad inalienable de todo ser humano, forma parte esencial de su misión evangelizadora. De hecho, el episcopado latinoamericano proclama solemnemente: “Nos sentimos urgidos a cumplir por todos los medios lo que puede ser el imperativo original de esta hora de Dios en nuestro continente; una audaz profesión cristiana y una eficaz promoción de la dignidad humana y de sus fundamentos divinos, precisamente entre quienes más lo necesitan, ya sea porque la desprecian, ya sea sobre todo porque, sufriendo ese desprecio, buscan – acaso a tientas – la libertad de los hijos de Dios y el advenimiento del hombre nuevo en Jesucristo” (Puebla, n. 320).

La responsabilidad de una reflexión sobre los derechos humanos desde los olvidados de la historia es determinante para que este discurso tenga la legitimidad de una ética universal, ya que de otra manera el horizonte de los derechos humanos tan sólo será aplicable para algunos dentro de la sociedad.

7 Una relectura de la opción por los pobres

La preocupación por los pobres y los explotados sociales constituye una de las raíces más profundas de la moral social. La causa de los marginados confirma la misión y el servicio de la Iglesia como verificación de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente la Iglesia de los pobres (Laborem exercens, n. 8). El Papa Francisco proclama una “Iglesia Pobre para los pobres” (Evangelii Gaudium, n. 198),  pues “para la Iglesia, la opción por los pobres es más una categoría teológica que cultural, sociológica, política o filosófica […] entendida como una forma especial de primado en la práctica de la caridad cristiana, testimoniada por toda la Tradición de la Iglesia” (Evangelii Gaudium, n. 199).

La particular visión cristiana, que fundamenta e ilumina los derechos y los deberes humanos, encuentra en la opción por los pobres su verificación de radical autenticidad (Teologia da libertação). La finalidad de la opción por los pobres es su personalización en la sociedad porque consiste ante todo en una relación, una alianza, un jugarse con ellos la suerte.  Esta alianza con los perdedores de la historia (y también sus víctimas) es, en cierto modo, un perder la propia vida. Al pobre lo salva de su minusvalía y, al que opta, es liberado de su alienación. Lo que salva es la trascendencia que implica la relación: salir de sí y llegar respetuosamente al otro, y en esta doble trascendencia, la trascendencia mayor de dejar actuar al Espíritu, de reconocer a Jesús en el pobre, y de obrar el designio del Padre.

Esta opción no es distinta de aquella por la humanidad, sino que consiste justamente en el camino concreto para hacerla efectiva. Dios, en Jesús, entabla una alianza con toda la humanidad y, en primer lugar, con los pobres porque en ellos no es reconocida esa humanidad, por carecer de lo que la cultura vigente considera valioso y digno del ser humano. Así, al optar por aquellos que según el paradigma humano dominante no tienen valor, Dios deja en claro que su opción es por la humanidad y que esa condición es inherente a cada uno de los seres humanos. “Los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio” (Evangelii Gaudium, n. 48).

Dios, al reconocerlos (Mt 25, 31-46), demuestra que no es el Dios de los sabios o de los ricos o de los poderosos, sino el Dios de los seres humanos. Pero, además, proclama que el individuo no llega a la categoría de persona humana por la posesión de esos atributos. En otras palabras, como los pobres tienden a sentirse no humanos al introyectar la apreciación negativa de la cultura dominante, Dios al optar por ellos certifica su condición humana y posibilita que la asuman.

El pobre que acepta esta relación con Dios ya no se siente excluido sino reconocido. Esta aceptación es fuente de vida porque lo capacita para asumir la realidad y relacionarse con otros en ella. Ya no cabe la resignación, porque el descubrimiento del respeto hacia sí mismo lo abre hacia el otro y el compromiso con la realidad.

Al que opta por los pobres, desde otro grupo social, le implica una relación que significa darse. El darse supone crear condiciones de igualdad. Es la lógica de la Encarnación: Jesús no se aferra a su rango divino, sino que se despoja de todo privilegio para ser uno de tantos (Flp 2, 6-7). Así, darse de verdad incluye también el dar lo que uno tiene. Por eso, al que quiere seguir a Jesús, éste le habla de venderlo todo y dárselo a los pobres (Mt 19, 21). Por eso, esta opción “está implícita en la fe cristológica, en aquel Dios que se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza” (Documento de Aparecida: Discurso Inaugural, n. 3).

La superación de la pobreza, como expresión de un respeto efectivo a toda y cada persona humana, exige un sujeto universal. El núcleo de este sujeto universal son los mismos pobres, pero los demás son también necesarios para apoyar y posibilitar este proceso. La integración del pobre en la sociedad como sujeto social es una condición necesaria, pero no suficiente, para superar la pobreza, porque también se necesita una alianza con los no pobres que opten por ellos. ¡Para que “no haya pobres entre vosotros” (Dt 15,4)!

Esta opción conlleva una redimensión de la existencia, personal y social, de aquellos que la asuman desde otros grupos sociales. Por ello, la dinámica de la opción por los pobres tiende a la constitución de una cultura alternativa. Así, la opción por los pobres, que comienza siendo una salida de sí mismo para afirmar al otro que es negado, que comienza entonces viviéndose como pérdida y sacrificio realizado como correspondencia a la fe en Dios que funda la vida de uno, se convierte progresivamente en una oportunidad no sólo de humanización radical sino también de avance en cuanto ser cultural y aún de valorización profesional.

Para superar la pobreza, y afirmar la dignidad del pobre, hay que redimensionar lo que existe para dar un lugar a los pobres en la sociedad. Este dar lugar a los pobres significa un reajuste estructural tan profundo que equivale a configurar una nueva figura histórica; implica renunciar a muchos elementos del actual sistema de bienestar; renunciar, ante todo, a ese consumismo frenético y poner coto a la sed ilimitada de riqueza y de poder. De hecho, “en cuanto no se elimine la exclusión y la desigualdad dentro de la sociedad y entre los diversos pueblos será imposible desarraigar la violencia (…). Cuando la sociedad –local, nacional o mundial- abandone en la periferia una parte de sí misma, no haya programas políticos, ni fuerzas del orden o servicios secretos que puedan garantizar indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede apenas porque la desigualdad social provoca la reacción violenta de los que están excluidos por el sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz. Si cada acción tiene consecuencias, un mal inmerso en las estructuras de una sociedad siempre contiene un potencial de disolución y de muerte. Es el mal cristalizado en las estructuras sociales injustas, a partir del cual no podemos esperar un futuro mejor (Evangelii Gaudium, 59).

La fundamentación de esta dirección vital consiste en el reconocimiento real del otro en el acto de reconocerse a uno mismo (hijo de Dios y hermano de todos). Pero el reconocimiento positivo de los pobres – que se realiza tanto en las relaciones estructurales como en las relaciones personales – provoca una transformación tan honda en la propia vida, y es una novedad tan radical en la figura histórica vigente, que no puede realizarse si no se abren horizontes muy motivadores: sin un corazón de carne (cf. Os 6, 6) jamás habrá justicia, ni por consiguiente ser posible la vida humana sobre la tierra.  Esto es lo que está en juego en la opción por los pobres. Por lo tanto, según el Papa Francisco, “nadie debería decir que está lejos de los pobres, porque sus opciones de vida implican dar más atención a otras incumbencias. Esto es una disculpa frecuente en los medios académicos, empresariales o profesionales y hasta mismo eclesiales […] nadie puede sentirse exonerado de la preocupación por los pobres y por la justicia social” (Evangelii Gaudium, n. 201).  Solamente habrá paz en el mundo cuando se haga justicia a los pobres (Populorum Progressio, n. 76).  ¡Justicia y paz se abrazarán! (Sal 85).

Tony Mifsud, SJ, Universidad Católica de Chile, Chile.

8 Referencias Bibliográficas

No fue posible optar solamente por una referencia bibliográfica de estos textos pontificios de la DSI. Por eso se encuentra la lista ya en el inicio del texto. Son documentos de dominio universal. TODOS ESTÁN disponibles en Internet, como también en las diversas versiones de las editoras diseminadas por el continente latinoamericano.

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