Pastoral social. Reflexión teórico-práctica

Índice

Introducción

1 Especificidad

2 Desarrollo histórico

Referencias

Introducción

La pastoral social o el desarrollo práxico-teórico de la dimensión social de la fe es, sin duda, una de las características más importantes e impactantes de la Iglesia latinoamericana en la segunda mitad del siglo XX. Marca decisivamente la recepción del Concilio en América Latina. No es casualidad que la Iglesia latinoamericana sea conocida y destacada por su compromiso con la justicia social y por su participación en las luchas populares. Y esta imagen siempre está ligada a la actuación profética de obispos como Oscar Romero, Helder Câmara, Pedro Casaldáliga etc. y de las pastorales sociales.

Para una mejor comprensión de la pastoral social, es necesario considerar tanto su especificidad como su desarrollo histórico.

1 Especificidad

La pastoral social está fundamentalmente relacionada con la dimensión socio-estructural de la caridad cristiana. Es la diaconía o colaboración organizada de la Iglesia en la realización de la justicia social, es decir, en los procesos de reestructuración de la sociedad a partir de y teniendo en cuenta las necesidades y derechos de los pobres y marginalizados. Se constituye así como levadura evangélica en las estructuras sociales. Y en doble sentido.

Por un lado, como denuncia y confrontación de todas las formas de injusticia, explotación, discriminación y marginalización, así como de los mecanismos que producen estas situaciones; como afrenta a una forma de estructurar e institucionalizar nuestra vida colectiva, que niega a amplios sectores de la población incluso las condiciones materiales básicas de supervivencia, impidiéndoles vivir con dignidad y realizarse como personas. Es aquí, en última instancia, el enfrentamiento al pecado que se materializa e institucionaliza en las estructuras de la sociedad o lo que, desde Medellín y Puebla, se ha denominado “pecado social”.

Por otro lado, como anuncio efectivo de una nueva forma de organización de la sociedad, es decir, como llamado a la reinvención y reestructuración de la vida social: insistiendo en la inaceptabilidad de la injusticia social; movilizando a personas y grupos para luchar por sus derechos y buscar y crear alternativas de vida; articulando y proyectando estas luchas y alternativas; fortaleciendo las luchas populares concretas con la fuerza social de la Iglesia; explicitando y potenciando su carácter salvífico. Se trata, en última instancia, de la dimensión socio-estructural de la gracia, es decir, de la acción salvífica y (re) creativa del Espíritu de Dios en el mundo. La estructuración de nuestra vida colectiva también debe realizarse en la fuerza, el dinamismo y el poder del Espíritu de Dios.

Nos enfrentamos aquí a la dimensión socio-estructural del pecado y de la gracia. Nuestra fe no es indiferente a la forma en que organizamos nuestra vida colectiva (cf. Puebla n. 513-520). La organización de la sociedad puede estar más o menos de acuerdo con el Evangelio de Jesucristo; puede estar más o menos en sintonía con el dinamismo de vida suscitado por Jesús y su Espíritu: puede tanto permitir o facilitar (dinamismo gracioso), como impedir u obstaculizar (dinamismo pecaminoso), adquiriendo así un carácter estrictamente teologal. Las estructuras de la sociedad no son simplemente económicas, políticas, sociales, culturales, de género, etc. Son también, y siempre, estructuras teológicas, como objetivación (institucionalización) y mediación (poder dinamizador) de la gracia o del pecado. De ahí su importancia central para la fe cristiana.

En la medida en que la sociedad está organizada o estructurada de tal manera que priva a gran parte de la humanidad incluso de las condiciones materiales básicas de supervivencia; que mantiene la dominación y explotación de hombres sobre mujeres, de los blancos sobre los negros; que discrimina y marginaliza a las personas mayores, homosexuales, personas con discapacidad, etc.; que destruye la naturaleza, provoca desequilibrios socioambientales y compromete el futuro de la propia especie en el planeta; “ella desfigura” la presencia de Dios en el mundo y se constituye en obstáculo al dinamismo de la vida fraterna suscitada por Jesús y su Espíritu. Sus estructuras, por tanto, tienen un carácter intrínsecamente pecaminoso. Como tales, se presentan y se imponen como uno de los mayores desafíos para vivir la fe y para la acción pastoral de la Iglesia.

El desarrollo de esta dimensión estructural de la fe confiere a la pastoral social un carácter muy peculiar, que no siempre es comprendido y aceptado en la sociedad en general o en la propia comunidad eclesial. Incluso entre las personas que estiman, valoran e incluso practican las llamadas “obras de misericordia”, hay mucha resistencia a la pastoral social en sentido estricto. Es famosa la declaración de Dom Helder Câmara: “Si doy comida a los pobres, me llaman santo; si pregunto por qué son pobres, me llaman comunista”. Y el Papa Francisco, hablando de “tierra, casa y trabajo” en el encuentro con los movimientos populares en el Vaticano, dijo: “Es extraño, pero si les hablo de esto a algunos, el Papa es comunista. No se entiende que el amor a los pobres está en el centro del Evangelio. La tierra, el hogar y el trabajo, aquello por lo lucháis, son derechos sagrados. Exigirlo no es extraño, es la doctrina social de la Iglesia” (FRANCISCO, 2014, p. 1). Pero aquí está la peculiaridad de la pastoral social, como dimensión socio-estructural de la caridad cristiana. Esta peculiaridad se manifiesta, sobre todo, en tres de sus principales características: diálogo con las ciencias, articulación con movimientos populares y conflictividad social.

a) Para transformar la sociedad es necesario conocer como mínimo cómo funciona, cómo se organiza y estructura y cuáles son las posibilidades reales de transformación social en cada momento. Para ello, es necesario analizar la realidad, utilizando la sabiduría popular generada y probada en la experiencia cotidiana e histórica de personas, comunidades y pueblos, y las ciencias que buscan explicar los fenómenos sociales y que investigan las posibilidades y caminos de transformación.

b) Como servicio a la causa de los pobres y marginados, la pastoral social está estrechamente vinculada a las luchas y organizaciones populares, sin comprometer con ello su identidad eclesial; es aliada y socia de todas las fuerzas sociales (en la medida) que defienden y luchan por los derechos de los pobres y marginados, independientemente de su profesión de fe y su vínculo eclesial.

c) A medida que la Iglesia lucha por transformar las estructuras de la sociedad, termina, directa o indirectamente, enfrentando a grupos que se benefician del orden social vigente. Todo el proceso de transformación de la sociedad es tenso y conflictivo, ya que involucra intereses muy concretos de grupos muy concretos. El conflicto es inevitable aquí (cf. Jn 15,20). Es inherente a la misión de la Iglesia luchar por los derechos de los pobres y marginalizados de la sociedad. Y acaba siendo también un test o una prueba de la misión, porque estar “bien y en paz” con los explotadores y opresores del pueblo es siempre un signo de infidelidad a la misión. No hay neutralidad aquí…

 2 Desarrollo histórico

La conciencia explícita de esta problemática y este desafío es relativamente reciente en la Iglesia. Ciertamente, podemos encontrar evidencia de esto en las Escrituras y la Tradición de la Iglesia. Considérese, por ejemplo, la denuncia de los profetas contra la acumulación de riquezas, contra los salarios impagados a los trabajadores, contra la violación de los derechos de las viudas en los tribunales, contra el saqueo de la propiedad de los pequeños, contra un culto aliado a la injusticia social y sobre todo, en su defensa radical de los derechos del pobre, del huérfano, de la viuda y del extranjero. Pensemos también en las reflexiones sobre el destino universal de los bienes y sobre la política como arte del bien común, desarrolladas en la Tradición de la Iglesia. Todo esto es una indicación de lo que aquí llamamos la dimensión socio-estructural de la fe o pastoral social.

Pero su conciencia explícita comenzó a desarrollarse en Europa en el siglo XIX, en el contexto de la complejidad de la sociedad (revolución industrial, revolución francesa, revolución científica) y el desarrollo de las ciencias sociales. Se consolida en Latinoamérica con las conferencias de Medellín y Puebla y con las teologías de la liberación. Y, poco a poco, es asumida por la Iglesia en su conjunto.

Un hito importante en el surgimiento de la conciencia de la dimensión estructural de la fe es, a pesar de sus ambigüedades y contradicciones, el llamado “catolicismo social” que se desarrolló en Europa en el contexto de la revolución industrial y la situación de la clase y de movimiento obrero naciente. En este contexto se inserta la encíclica Rerum novarum: Sobre la cuestión obrera, del Papa León XIII (1891). Es la primera intervención oficial del magisterio romano sobre la “cuestión social” y pasó a ser considerada como una “carta magna” de la actividad cristiana en el campo social (Pío XII) y como un “texto fundacional” de la doctrina o enseñanza social de la Iglesia (Jean -Marie Mayeur). En cualquier caso, puede tomarse como el “punto de partida” de una tradición reciente del pensamiento social católico; ya sea respecto al magisterio de los obispos de Roma que publicaron una serie de encíclicas sociales con motivo de los sucesivos aniversarios del texto de León XIII; ya sea en relación con el desarrollo de la reflexión social y teológica sobre cuestiones sociales por parte de teólogos y científicos católicos; ya sea también, en lo que respecta a la actuación de muchos católicos en el ámbito social y político. Todo ello se fue desarrollando a lo largo del siglo XX y cobró un nuevo impulso, nuevas perspectivas y nuevas dimensiones con el Concilio Vaticano II (1962-1965) y la Constitución Pastoral Gaudium et spes sobre La Iglesia en el mundo de hoy (1965).

Pero es en la Iglesia de América Latina, y desde ella, donde esta conciencia se hizo más explícita y se llevó a las últimas consecuencias, tanto en términos teológicos como pastorales.

La Conferencia de Medellín (1968), por ejemplo, ya habló de “estructuras opresivas” (introducción), “estructuras injustas” (Justicia, I), “violencia institucionalizada” (Paz, 2, II) y señaló la necesidad de “estructuras nuevas y renovadas” (Justicia, II). Y la Conferencia de Puebla (1979) reconoce que la pobreza “no es un paso casual, sino producto de determinadas situaciones y estructuras económicas, sociales y políticas” (n. 30) e incluso habla explícitamente de “la dimensión social del pecado “,” Estructuras del pecado “o” pecado social “(cf. n. 28, 70, 73, 281, 282, 452, 487, 1258).

Además de la percepción de esta dimensión estructural de la injusticia y su carácter pecaminoso, Medellín expresó claramente que “la creación de un orden social justo, sin el cual la paz es ilusoria, es una tarea eminentemente cristiana” y que “la justicia, y en consecuencia la paz, se conquistan a través de una acción dinámica de sensibilización y organización de los sectores populares”(Paz 2, II).

Estas intuiciones, que luego se profundizarían y desarrollarían en la reflexión teológico-pastoral en América Latina y que serían asumidas, en gran medida, por el magisterio romano para toda la Iglesia, están en la base del compromiso de cristianos, comunidades, grupos e incluso de la Iglesia como institución en los más diversos procesos de organización y lucha popular o de lo que se ha llamado pastoral social, como dimensión socio-estructural de la caridad cristiana.

Este compromiso de la Iglesia en los procesos de transformación de la sociedad se da tanto a través de la acción de cristianos en diferentes movimientos y organizaciones sociales, como  a través de servicios, pastorales y organismos de apoyo, seguimiento y defensa de sectores marginalizados y de sus luchas y organizaciones populares; y, también, por la toma de posición de la Iglesia como institución y fuerza social a través de sus ministros y sus órganos de animación y coordinación pastoral. Y adquiere distintas configuraciones según los lugares y circunstancias. En términos generales, se puede decir que hasta la década de los ochenta hubo un mayor énfasis en cuestiones de índole económica, social y política. Desde la década de 1990, las cuestiones de género, étnico-raciales y ecológicas han surgido y se han impuesto con más fuerza. Y, más recientemente, cuestiones interreligiosas y (de forma muy conflictiva) cuestiones de diversidad sexual.

En el caso específico de Brasil, las pastorales sociales nacieron en la década de 1970 como una respuesta pastoral a los desafíos sociales del campo y la ciudad. Surgieron para dar respuesta a los desafíos que enfrentaban los pueblos indígenas y campesinos en la Amazonía: el Consejo Indigenista Misionero (CIMI) fue creado en 1972 y la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT) en 1975. A partir de la segunda mitad de la década de 1970, como respuesta a desafíos derivados del acelerado proceso de urbanización, han surgido varias pastorales y organizaciones sociales: Centros de Defensa de los Derechos Humanos, Comisión de Justicia y Paz, Pastoral Obrera, Pastoral de la Mujer, Servicio Pastoral de los Migrantes, Consejo de Pastoral de los Pescadores, Pastoral Carcelaria, Pastoral del Menor, Pastoral del Niño, Pastoral del Pueblo de la Calle, Pastoral Afrobrasileña, Pastoral del Anciano, Pastoral de los Nómadas etc. Y, más recientemente, la Pastoral del SIDA y, de manera muy tímida y conflictiva, la Pastoral de la Diversidad Sexual.

Siempre se trata, en todas las pastorales sociales,  de responder pastoralmente a los desafíos que surgen y vinculan a la forma en que se organiza la sociedad (valores, costumbres, leyes, políticas, instituciones económicas, sociales, políticas, culturales, etc.),  que solo es posible desde las víctimas (sujeto) y mediante la constitución de una fuerza social (sujeto colectivo) capaz de enfrentar estos mecanismos y provocar una reestructuración de la sociedad basada en las necesidades y derechos de los pobres y marginalizados. Es la dimensión socio-estructural de la fe. La evangelización tiene una dimensión estrictamente social, en el sentido de que el Evangelio debe moldear no solo el corazón de las personas (conversión de corazones), sino también la organización de la sociedad (transformación de las estructuras sociales). En este sentido, la pastoral social se constituye y configura como el fermento evangélico de las estructuras de la sociedad.

Francisco Aquino Junior. Facaf/Unicap.Texto original en portugués. Postado en diciembre del 2020.

Referencias

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