Catequesis e iniciación cristiana

1 Fundamento de la catequesis en la iniciación cristiana

2 Parte de la evangelización y una de sus formas

3 Origen y lugar de los catecismos

4 Catequesis narrativa; iniciación a la vida de los discípulos de Cristo

5 Resumiendo

6 Referencias Bibliográficas

1 Fundamento de la catequesis en la iniciación cristiana

La catequesis nació en la Iglesia vinculada a la iniciación cristiana, lo que equivale a decir: como anuncio del evangelio de Jesús Cristo, o sea, de la buena noticia que es Jesús Cristo (Evangelii nuntiandi, 7). El anuncio proclamado por el propio Dios en su Hijo Jesús Cristo, por medio de la totalidad de la vida de la Iglesia que constituye la tradición de la fe. Según la Carta de Pablo a los Colosenses (2, 6), esta proclamación tiene como finalidad iniciar a una vida, a un camino: la vida en Cristo: “Así como recibisteis al Señor Jesús Cristo, así también caminad en él”. El verbo “recibir” (paralambanō) junto con el verbo “transmitir” (paradídōmi) son los términos técnicos que designan el proceso de la tradición de la fe. La fe cristiana recibida en la tradición constituida por toda la vida de la Iglesia es un caminar, una forma de vida antes de ser formulada en conceptos. Los primeros cristianos son llamados de “seguidores del camino” (cf. At 9,2; 24,14). En At 18, 25 se dice que Apolo “era catequizado en el camino del Señor” (katekhēménos ten hodon tou kyríou).

Según la tradición, la catequesis consiste en ser iniciado en el camino del Señor, y esta iniciación no es mera instrucción como muestra el catecumenado de los primeros siglos, sino iniciación a la vida en la comunidad cristiana a través de palabras y actos: participación en la liturgia de la palabra junto a la comunidad reunida los domingos para la celebración de la Cena, iniciación al ethos de la comunidad por la práctica de los mandamientos llevados a la plenitud en el mandamiento de Jesús (amar como él amó), y varios actos sacramentales: Imposición de la señal de la cruz, escrutinios, entrega del símbolo de los Apóstoles celebrados siempre en la liturgia de la comunidad.

2 Parte de la evangelización y una de sus formas

La Iglesia nacida de la acción evangelizadora de Jesús y de los Doce (EN, 15)  anuncia el evangelio, como lo hizo Jesús, con toda su vida. Desde el nacimiento de la Iglesia, la catequesis es una de las formas de evangelización y, por eso, comparte con ella su característica singular que es la descentración de la palabra de la Iglesia ante de la Palabra de Dios. Solamente así puede nacer la fe como respuesta al Dios que se revela (Dei Verbum, 5).  Es muy probable que esa característica de la catequesis explique, como sugiere Jungmann, el uso del verbo kathēkhein para hablar de la iniciación cristiana, en el lugar de los verbos enseñar o instruir.

En griego profano el término katēkhein, que es usado raramente, conserva su significado primitivo tal como “retumbar”, “resonar” (cf. ēkhos, eco).  No cabe duda de que de ahí deriva el significado corriente del término catequesis en el uso eclesiástico: el mensaje de Dios debe sonar o resonar en los oídos de los humanos, siguiendo las palabras de la oración del oficio Litúrgico propio de los apóstoles, tomadas del salmo 19,5: in omnem terram exivit sonus eorum  (a toda la tierra alcanza su pregón). En las palabras de la catequesis debe hacer eco otra palabra: la Palabra que trasciende las palabras humanas y que, sin embargo, sólo en ellas puede ser reconocida.

La respuesta de la fe cristiana nace de la enseñanza del propio Dios, como respuesta a su Palabra, que se manifiesta en Jesús Cristo. El propio Jesús lo dijo: “Serán todos discípulos de Dios, Jn 6,45. La catequesis, comunicando al catecúmeno las enseñanzas de Jesús en actos y palabras, ratificadas por su muerte y resurrección, debe conducir a oír la Palabra del propio Dios. “Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí” continua diciendo Jesús  (ibid.), y así se cumple la profecía de Isaías (54,13). Éste es el humilde servicio que la catequesis puede prestar al Evangelio. Reside ahí su grandeza y su dificultad, al envolver, de forma significativa en cada época y en cada lugar del vasto mundo, la vida y la acción de la Iglesia en cuanto sacramento de Cristo. La catequesis debe entenderse, por lo tanto, como servicio a la Palabra divina en Jesús Cristo, consciente de que la Palabra es más que el texto de la Biblia. La Palabra brota de los labios divinos y resuena en el corazón humano por medio del servicio humilde del anuncio del Evangelio, que debe conjugar la palabra normativa de la Biblia, el testimonio de la vida eclesial recibido en el proceso ininterrumpido de la tradición de la fe y la atención solícita a las angustias y las esperanzas del oyente de la Palabra, de cuya salvación la propia Iglesia es llamada en cada instante a ser sacramento. Las dificultades de la catequesis solo se superan fácilmente cuando el anuncio del evangelio es vivido como misión de una comunidad consciente de la responsabilidad de su misión evangelizadora.

La catequesis así entendida forma parte de la evangelización siendo una de sus formas. Como se afirma en la Exhortación apostólica Catechesi tradendae, 5, el objetivo de la catequesis, como el de la evangelización, es “anunciar el Misterio de Cristo. Catequizar es, en cierto modo, llevar a uno a escrutar ese Misterio en toda su dimensión: «Iluminar a todos acerca de la dispensación del misterio… comprender, en unión con todos los santos, cuál es la anchura, la largura, la altura y la profundidad y conocer la caridad de Cristo, que supera toda ciencia, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios», Ef 3, 9. 18s”.

La evangelización es más amplia que la catequesis, que es una de sus formas. La Iglesia anuncia el Evangelio con toda su vida. Con el tríplice servicio de la palabra, de la liturgia y de la caridad, siguiendo el ejemplo que nos dejó el propio Cristo, quien vivió y murió por nosotros y para nuestra salvación. Pablo decía de la eucaristía: “Cada vez que coméis de este pan y que bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva” (Cor 11,26). La eucaristía es el punto culminante del anuncio eclesial de la buena noticia de Dios en Jesús Cristo, porque según el adagio de los Padres, la eucaristía hace la Iglesia.

3 El Origen y el lugar de los catecismos

Todo esto trasparece de la práctica de la catequesis de la Iglesia primitiva: basta leer las catequesis bautismales y mistagógicas de Cirilo de Jerusalén y de Ambrosio para ver cómo ellos la concebían. En la medida en la que fue decayendo el catecumenado, en el régimen de la cristiandad, al dar por supuesto que nacer en un país cristiano equivalía a vivir en la fe cristiana, la catequesis como iniciación a la vida según el Evangelio se fue debilitando. Si en la Edad Media, al menos en los ambientes verdaderamente cristianos, continuó floreciendo la vida cristiana, se debió en parte a la propia liturgia, a la vida familiar y al ambiente cristiano de la vida social que suplían lo que antes el catecumenado por medio de la iniciación a la vida en la comunidad cristiana. Pero, con el desconocimiento progresivo de la lengua de la liturgia y la creciente descristianización de las costumbres, se fue sintiendo la necesidad de una reforma concebida como la vuelta al Evangelio. Muchos movimientos inspirados en Francisco de Asís, la reforma teresiana del Carmelo, la orden de los jesuitas con los ejercicios Espirituales de Ignacio y los movimientos de reforma inspirados por Lutero son un testimonio de esto. Esa coyuntura explica el surgimiento de los catecismos y su utilidad. Sin embargo, aislados de las circunstancias específicas en las que nacieron, desvirtúan el sentido de la catequesis. La visión descontextualizada de los catecismos es responsable hasta hoy de pensar la catequesis como doctrina o enseñanza en contraposición al anuncio del evangelio.

En el Nuevo Testamento no existe esa contraposición. Jesús anuncia la buena nueva de Dios cuando proclama el Sermón de la Montaña, como cuando enseña a los discípulos, o cuando conversa con las personas, o cuando cura un enfermo o libera a algún afligido por un “espíritu impuro”. En Marcos 1,27,  este gesto es reconocido como “enseñanza nueva”. Además de “proclamar”, “anunciar”, “enseñar”, el NT utiliza más de treinta verbos para designar lo que hoy se entiende por evangelizar (G. Friedrich, keryssō, GLNT, 5, 441 s.).

El surgimiento de los catecismos fue oportuno en una época en que, aun sin ser cuestionada, la adhesión a la fe cristiana sufría serias deformaciones, originadas principalmente por la falta de transparencia del testimonio de la institución eclesial, cuya misión es ser, con toda su vida, sacramento de Cristo. Esta situación lamentable exigía una reforma urgente, que por no haber sido realizada a tiempo, causó una dolorosa división entre los cristianos. Tanto en el campo católico de la reforma, como en el protestante, los catecismos conjugados con otras iniciativas tuvieron una función benéfica al mostrar lo que se debe creer y cómo se debe actuar y orar para ser discípulo de Cristo. Hoy, en un mundo de un pluralismo exacerbado de creencias y de caminos religiosos, vuelve la imperiosa necesidad que tuvieron los discípulos del Crucificado: mostrar que en Jesucristo Dios se revela y ofrece la salvación a todo ser humano. Quien no es capaz de vivir la vocación cristiana como servicio a la salvación de todos en la pluralidad de las opciones religiosas no es un verdadero discípulo de Cristo.

4 Catequesis narrativa; iniciación a la vida de discípulos de Cristo

Los evangelios muestran que el reconocimiento de Jesús como hijo de Dios solo es posible a quien se hace su discípulo y se dispone a seguirlo como camino de vida. La catequesis debe ser siempre un proceso de iniciación a la vida de los discípulos de Cristo. Dios difícilmente podrá ser reconocido en Jesús Cristo, que murió crucificado por haber dedicado su vida a los demás, poniendo en primer lugar a los pobres y los excluidos, a no ser por quienes abran su corazón a ese mismo camino. Por quienes con Cristo se unan a su opción preferencial por los pobres y excluidos, en consonancia con la orientación del episcopado latinoamericano.

La catequesis debe ser, por eso, narrativa, o sea, debe mostrar, y no apenas afirmar, a partir de los actos y las palabras de Jesús que, en él, Dios se revela. Porque solamente así puede nacer la obediencia de la fe como opción libre y como don divino. No se trata apenas de contar la vida de Jesús, sino de mostrar que en Jesús el camino de la fe de Israel, arraigado en el caminar histórico de Israel y de todas las religiones, llega a su plenitud y revela el camino salvador de Dios, presente desde siempre de diversas formas (cf. Hb 1,2).  Por eso los evangelios y las cartas de los apósteles, primeros auxilios de la catequesis, muestran con insistente repetición de la frase “para que se cumplan las Escrituras”, que en Jesús llega a la plenitud el camino de la auto-comunicación divina, no solo para Israel, sino también para la humanidad. Esto también explica que en las Escrituras de Israel se hable de personajes como Noé, Abel, Adán, que no son ancestrales del pueblo, para mostrar – por ejemplo ­­­ en la figura simbólica de Adán (que en hebreo significa hombre) que la revelación testimoniada en las páginas del Libro trasciende el pueblo que las registró.

Éste es el desafío de la catequesis para los días de hoy, cuando la pluralidad de las culturas y de las religiones en la era de la comunicación irrestricta y globalizada, se presenta frente a los ojos de todo oyente de la Palabra. Si los cristianos son los seguidores del camino que es Jesús, la Iglesia, al reconocer sus límites geográficos, históricos y culturales en cuanto camino singular de salvación, debe superar las fronteras de la salvación que ella anuncia, para que resplandezca la verdad de su camino como fuente de Vida para todos.

5 Resumiendo

Resumiendo lo dicho hasta ahora, se pueden enumerar algunas características fundamentales de la catequesis:

1) La catequesis es el anuncio del evangelio de Jesús Cristo. Debe aparecer como la alegre noticia del amor de Dios, que trasciende “los pensamientos humanos” (cf. Mc 8, 27), a tal punto que se revela en su Hijo condenado a morir crucificado, denunciando como idolatría toda idea de lo divino oriunda de la proyección al infinito de las aspiraciones humanas de poder y de dominación.

2) La catequesis debe ser la iniciación a la vida de la comunidad cristiana.  Por eso no puede ser reducida a la simple instrucción. El sujeto agente de la catequesis es toda la comunidad. La Eucaristía, sin la cual la Iglesia no puede existir ni crecer, porque “la Eucaristía hace la Iglesia”, es el lugar eminente de la catequesis, la catequesis mistagógica o de iniciación al Misterio, que es Cristo revelador de Dios. La celebración dominical de la eucaristía es el lugar prominente de formación de la comunidad, también de los catequistas, sin que se niegue con esto la necesidad de los otros elementos necesarios para su formación. Una consecuencia obvia de esto es la necesidad de un cambio de los ministerios, para que todas las comunidades tengan la posibilidad de celebrar la eucaristía como expresión significante de su propio misterio.

3) En cada circunstancia de la vida, la respuesta de la fe – el reconocimiento del Crucificado como el salvador e Hijo de Dios – presenta desafíos nuevos, a veces sorprendentes. Por eso la primera catequesis debería continuar con otras de sus variadas formas: escuela dominical de fe para adultos, cursos, retiros espirituales, etc. Sin embargo, en un mundo agitado como el de hoy en el que la sobrevivencia propia y de los hijos devora el tiempo de las personas, la única forma posible de catequesis será para muchos la catequesis mistagógica de la eucaristía. Ella sería suficiente si la celebración dominical fuera más de lo que una mera rutina del cumplimiento de un precepto. Aquí se encuentra nuevamente un desafío para la Iglesia y la revisión de los ministerios.

4) Habiendo pasado el régimen de la cristiandad, la familia cristiana que bautiza a su niño se debe comprometer, con la ayuda da la comunidad, a la educación en la iniciación progresiva a la vida cristiana. De allí surge la importancia de la familia, que deberá ser auxiliada por algunas instancias pastorales de la comunidad en la delicada tarea de iniciarlo en la fe cristiana. De manera que el resultado sea la alegría de la buena noticia del amor de Dios revelado en Jesús y acompañado por su Espíritu o crecimiento del niño.

5) Alrededor de los 5 o 6 años de edad deberá comenzar en la comunidad, la catequesis o catecumenado para los niños bautizados en su tierna edad, que los ayude a continuar la experiencia cristiana iniciada en el seno de la familia. A semejanza del catecumenado antiguo, la catequesis no consistirá apenas en las enseñanzas. Un elemento fundamental será la participación de los niños con los padres en la eucaristía dominical, en la que deberían comulgar luego de manifestar ese deseo y ser capaces, como decía Pío X, de distinguir el pan eucarístico del pan común. No se puede convertir la eucaristía en un premio para quien, por determinado tiempo, aprendió el catecismo o frecuentó la catequesis. Consecuentemente, la catequesis no puede ser pensada como una “catequesis para la primera comunión”, deberá continuar durante toda la infancia y, en una configuración diferente en la adolescencia. Se puede hablar de dos fases de la catequesis.

6) En la adolescencia la catequesis es de suma importancia por ser el período del cuestionamiento de la educación recibida de los padres y de la crisis benéfica que, siendo bien orientada conducirá a una opción de fe adulta, a su confirmación, que podrá ser coronada con el sacramento de la confirmación. Por eso, no es conveniente definir la catequesis de este período como la preparación para la confirmación. La catequesis o catecumenado continuado en los diferentes períodos, busca formar al cristiano adulto, capaz de decidir cuándo se encuentra dispuesto a asumir de forma adulta la misión del servicio del evangelio para la salvación del mundo y pedir a la Iglesia el sacramento de la Confirmación del Bautismo. Esta visión de la catequesis que sería mejor definida se fuese llamada de catecumenado, puede parecer utópica, pero debería ser puesta en práctica – ya existen experiencias en esta dirección- por las comunidades que quisieren superar la constante frustración de la ineficacia de tantos caminos de catequesis basados solamente en la transmisión de conocimientos.

7) En la medida en que el Bautismo se convirtiere en una opción consciente para iniciar a los hijos en la experiencia eclesial de la fe cristiana, habrá cada vez más adolescentes, jóvenes y adultos no bautizados que despertarán a la fe cristiana y pedirán ser iniciados en ella. Al lado del catecumenado de los bautizados, las parroquias deberán organizar el catecumenado de los adultos que piden el bautismo. Normalmente deberá durar al menos un año. Hay experiencias exitosas y prometedoras en la actualidad. Lo específico del catecumenado, como ya fue presentado aquí, es la iniciación a la vida en la comunidad cristiana. Si, en los primeros tiempos de la Iglesia, el catecumenado se configuró como la preparación para la recepción de los sacramentos pascuales, y si, en la Edad Media, en situación de cristiandad, la familia y la sociedad suplían de alguna forma la función de la comunidad, en el mundo pluralista de hoy, la Iglesia debe encontrar nuevas formas para la iniciación a la vida cristiana que respondan a esta situación. La Iglesia recibe de Cristo los sacramentos al ser llamada, en la Pascua, a ser sacramento de Cristo. Por eso afirma que los sacramentos son instituidos por el Señor, no inventados por ella. Esto, sin embargo, no la excluye de encontrar las formas de configuración de los mismos que, en cada época, sean significantes de la Pascua de Cristo. Y esto vale para la configuración de la catequesis o catecumenado para la iniciación cristiana. En este sentido, el “Ritual de Iniciación Cristiana de Adultos” (RICA) es ejemplar al permitir y sugerir una variedad de formas de adaptación.

En la base de todos estos ítems hay una verdad fundamental, fácilmente olvidada: la catequesis debe tener la humildad de permitir a Dios hablar por medio de su Hijo Jesús Cristo, el Crucificado, mediante el don del Espíritu, al corazón del catecúmeno. Solamente así la fe puede ser una respuesta al Dios que se revela.

Juan Ruiz de Gopegui, SJ, FAJE. Brasil. Texto original en portugués.

6 Referencias Bibliográficas

CELAM, V Conferencia general del  episcopado latinoamericano  y del caribe, Documento Conclusivo. Discípulos y Misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 16,4), http://www.celam.org/aparecida/

CNBB, Catequese Renovada, 1983.

CNBB, Diretrizes gerais da ação evangelizadora da Igreja no Brasil 2011 – 2015, Documentos CNBB, 94. Brasília, Ed. CNBB. 2011.

Concilio Vaticano II, Constitución Dogmática Dei Verbum sobre la Revelación Divina. http://www.vatican.va/

Id., Catequese e Comunidade cristã, Perspectiva Teológica, 37, 103 (2005) 315-336

Id., Iniciação cristã, Revista de Catequese, 91(2000) 3-18.

João Paulo II, Exortaión apostólica Catechesi tradendae sobre la catequesis en nuestro tiempo, http://www.vatican.va/

Jungmann, Joseph A., Catequética. Finalidade e método de la instrução religiosa, Barcelona, Herder, 1963.

Papa Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, http://www.vatican.va/

Passos, Mauro (org.), Uma História no plural. 500 anos do movimento catequético brasileiro. Petrópolis, Vozes, 1999.

Friedrich, G., keryssō, Grande Lessico del Nuovo Testamento, t. 5, p. 441-442.

Paulo VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi sobre la evangelización en el mundo contemporáneo, http://www.vatican.va/

Ruiz de Gopegui, Juan A., Experiência de Deus e Catequese narrativa, São Paulo, Ed. Loyola 2010.