Índice
1 La renovación conciliar de la Liturgia
2 Los siete sacramentos
3 La eucaristía, memorial de la Pascua del Señor, sacramento de los sacramentos
4 Iniciación cristiana por el bautismo y la unción con el santo crisma
5 Los otros sacramentos
6 Resumiendo
7 Referencias bibliográficas
1 La renovación conciliar de la Liturgia
¿Qué es la liturgia? De una manera sabia, el Concilio Vaticano II no propuso una definición de liturgia. Definir significa delimitar a partir de conceptos y ¿cómo delimitar la insondable riqueza del Misterio de Cristo que es el Misterio de nuestra salvación celebrado en la liturgia? Pero al mostrar desde diversos ángulos cómo la liturgia, cuyo núcleo son los sacramentos, se hace presente en el mundo el Misterio de Cristo, el Concilio abre un camino fecundo a la teología de los sacramentos. La teología de los sacramentos debe nacer de la propia práctica litúrgica en su rica diversidad. Se afirma en el documento conciliar que por la liturgia, principalmente en el divino Sacrificio de la Eucaristía, “se actúa la obra de nuestra Redención”, con una expresión sacada de los propios textos litúrgicos, la oración sobre las ofrendas del segundo domingo después del Pentencostés del antiguo Misal. La Liturgia, afirma también la Constitución, “es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza” (SC n.10).
Al presentar los sacramentos como centro de Liturgia, caracterizada como fuente y cumbre de la vida eclesial, el Concilio indica a la Teología el punto de partida de la reflexión sobre los sacramentos: el Misterio Pascual de Cristo celebrado en la propia tradición litúrgica. Se superan, así, las limitaciones de la presentación de los sacramentos a partir de los conceptos de la filosofía escolástica y se devuelve a la liturgia su grandeza y su relevancia teológica. Consecuentemente, la SC determina que la Liturgia sea estudiada en las Facultades de Teología y en los seminarios, como una de las disciplinas más importantes “tanto bajo el aspecto teológico e histórico como bajo el aspecto espiritual, pastoral y jurídico” (n.16). Una determinación obvia de la comprensión de la Liturgia en consonancia con la más antigua tradición. Según el conocido aforismo de los Padres de la Iglesia: la Eucaristía hace la Iglesia, la Iglesia hace la Eucaristía.
Hasta hace poco, en muchas Facultades de Teología y en los Seminarios la disciplina de la Liturgia se limitaba al estudio de las rúbricas y los sacramentos eran estudiados sin mucha relación con la forma concreta de la celebración del Misterio de Cristo en la liturgia. El tratado dogmático de los sacramentos era introducido por una noción común a todos los sacramentos que, aunque analógica, tendía a ocultar la singularidad de la manifestación del Misterio celebrada en cada sacramento.
La reforma litúrgica promovida por la Sacrosantum Concílium tiende a aproximar las liturgias de Occidente y de Oriente, debiéndose esto en parte a la presencia en el Concilio de Obispos orientales. Mientras que en las Iglesias de rito latino los sacramentos se comprenden a partir de la noción de sacramento, en Oriente se mantiene el término más bíblico de mysterium, que los relaciona más intuitivamente con el Misterio de Cristo.
En Occidente, a partir del Concilio de Trento, el cristiano aprendía en el catecismo que los sacramentos son siete y tanto la práctica litúrgica como la reflexión fueron influenciadas por la forma fragmentada de verlos. Si alguien hubiera preguntado a un cristiano de los primeros siglos por los “siete sacramentos” quedaría sorprendido y no sabría cómo responder. Sin embargo hablaría con entusiasmo de los santos misterios, celebrados de forma eminente en la cena del Señor, como presencia viva y actuante del Misterio de Cristo y del Bautismo, unido desde muy temprano a la unción con el myron o santo crisma. Alrededor de ellos, otros muchos ritos, de forma diversa celebraban este único misterio.
El término latino sacramentum, no es sino la traducción del término griego mysterion cuyo sentido original es el de consagración y se aproxima, por lo tanto, al sentido de mysterion.
2 Los siete sacramentos
La definición de los siete sacramentos tuvo el mérito de destacar, entre las muchas acciones sacramentales de la Iglesia, las más importantes para la vida cristiana y para la misión de la Iglesia. En contrapartida, trajo el inconveniente de desvalorizar algunas acciones litúrgicas en las que se manifiesta la acción de Cristo en la vida cristiana. Éstas fueron denominadas, con un adjetivo sustantivado, “sacramentales”, en contraposición a los “sacramentos”. Inconveniente mayor fue reducir a un común denominador los siete sacramentos, en el intento de encontrar una definición de sacramento.
Lo que está en la base de la presentación conciliar de los sacramentos es la comprensión del carácter sacramental de toda la acción de la Iglesia (Lumen gentium n.1): “la Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”. El Vaticano II se aleja de la presentación preponderantemente jurídica de los sacramentos al alejarse de la visión de la Iglesia como sociedad perfecta viéndola preferentemente como mystérion o sacramento.
¿Qué significa esto? Significa que la Iglesia no ofrece al mundo una salvación de la cual sería autora y que podría reivindicar como propia, porque todas sus palabras, gestos y acciones no hacen sino manifestar y hacer presente la acción de otro: Jesucristo, que vivió, murió y resucitó para la salvación del mundo, o sea, el Misterio pascual. La Iglesia realiza la misión de ser el Sacramento de Cristo no apenas con los siete sacramentos, sino con toda su vida. Cuando esto no ocurre, la Iglesia traiciona su misión. Por esto debe reconocerse santa y pecadora. Necesitando en cada instante recibir el perdón y la santificación de Cristo, para ser su sacramento.
Sin negar lo anterior, la Iglesia en Occidente reservó la designación de sacramentos a las acciones litúrgicas que son fuente y manifestación privilegiada de su actuar como sacramento de Cristo. No todo es liturgia, afirmó el Concilio. Sin embargo, la liturgia revela que toda la acción de la Iglesia nace de la liturgia. El trabajo cristiano por la justicia nace de la “vida en Cristo” que se nos es dada por el bautismo y celebramos en la eucaristía. Si la celebración de la eucaristía no conduce a la vida en comunión fraterna deja de ser la mesa del Señor, como sugiere la censura de Pablo a los Corintios por el modo de comportarse en algunas de sus reuniones (cf. 1Cor 11,19 ss.). Por ahí se ve la complejidad de la comprensión de los sacramentos y la imposibilidad de clasificarlos a partir de una noción previa de sacramento.
Las ambigüedades surgieron al aplicar a los sacramentos, por un lado, las categorías aristotélicas del hilemorfismo y, por otro lado, los conceptos de causa eficiente y principal o instrumental que difícilmente escapan a representaciones productivistas y objetivantes. Desde la perspectiva del hilemorfismo la palabra de Cristo es considerada la “forma” del sacramento que unida a la “materia” (el elemento visible: agua, pan, etc.), lo constituye como signo de salvación. Del punto de vista de la causalidad, Dios es afirmado como agente principal del sacramento, siendo el ministro su instrumento. No es que sea falso, pero es una explicación exterior al misterio, que no es otro sino que el Misterio pascual presencializado por el memorial que la Iglesia hace de él.
Las ambigüedades aumentaron al querer distinguir las acciones sagradas “instituídas” por Cristo (los siete sacramentos) de otras que serían creadas por la Iglesia. En la “institución de Cristo” algunos buscaban una acción concreta del Jesús histórico, lo que llevó a la disidencia luterana en este punto, admitiendo sólo dos sacramentos: la eucaristía y el bautismo del cual, sin embargo, no se puede afirmar que haya sido instituido por Jesús durante su vida terrena. En realidad, la teología de los grandes escolásticos, Tomás de Aquino por ejemplo, al afirmar que los sacramentos son instituidos quiere decir que Cristo es el auctor (na ling latina), o “autor” en el sentido de “actor” de los sacramentos, aquel que realiza la acción salvífica visibilizada por la señal sacramental. La iglesia no inventa los sacramentos, como tampoco inventa ninguna acción en la que pretenda hacer presente la acción salvadora de Cristo: los recibe de Cristo al recibir la misión de ser sacramento del misterio pascual de Cristo.
Se relativiza así (no se suprime), la distinción de los siete sacramentos de otras muchas acciones de Cristo por haber sido instituidos por Cristo, así como también la procedencia de la eficacia de las acciones de los sacramentos en relación a otras acciones de la Iglesia que celebran y manifiestan en la liturgia su misión de ser sacramento de la salvación. La eficacia de las primeras era llamada ex opere operato y de las últimas ex opere operantis Ecclesiae, distinciones válidas en el interior del sistema escolástico, que pueden llegar a distorcionar cuando no se domina la terminología del sistema. La noción de ex opere operato, muestra que la eficacia del sacramento procede del hecho de ser acción de Cristo. Mal entendida, abrió las puertas al “sacramentalismo” con la concepción de la eficacia casi-mágica de los sacramentos, olvidando que también los sacramentales reciben su eficacia por el hecho de ser acciones de Cristo y que tanto unos como los otros son signos del actuar de Cristo y exigen la vivencia de la fe en el seno de la Iglesia. Exigen siempre dos actores: Dios actuando por su hijo Jesús Cristo y la Iglesia movida por la fe, don del Espíritu.
La fragilidad de las sutiles distinciones de la escolástica aparece con evidencia cuando la teología, ayudada por la hermenéutica bíblica, comprende mejor que en el pasado no es posible distinguir los sacramentos de las otras acciones de Cristo, a partir de un acto instituyente de Jesús en el tiempo de su vida mortal. Así como también, que la eficacia “ex opere operato” es propiedad de la gracia divina y consecuentemente de toda acción de Cristo por medio de su Iglesia. Más aun, es propiedad de toda acción divina para la salvación de la humanidad presente en el mundo desde su origen, dentro o fuera de la Iglesia. Y todas ellas requieren del hombre el libre recibimiento del don divino.
Estas distinciones surgieron al intentar explicar los sacramentos con la ayuda de la causalidad eficiente (principal o instrumental), dejando en la sombra que los sacramentos, los mysteria de la terminología griega más enraizada en el lenguaje bíblico, son acciones sagradas simbólicas que actúan mediante el mismo acto de simbolizar. En otras palabras: son sacramento y memorial del Misterio de Cristo, “el secreto (mysterion) escondido por siglos y generaciones y ahora revelado a sus santos […] que es Cristo para vosotros, esperanza de la gloria” (Col 1, 26s).
3 La eucaristía, memorial de la Pascua del Señor, sacramento de los sacramentos
La constitución Sacrosanctum Concilium se sitúa en esta perspectiva: la liturgia es presencia y revelación del Mysterion que es el propio Cristo. Al presentar los sacramentos, la SC comienza por la Eucaristía y solo después habla de los otros sacramentos, empezando por el Bautismo que con el Santo Crisma, inicia la vida cristiana iniciando el catecúmeno en el asamblea litúrgica, por medio de la participación progresiva en la celebración eucarística (la liturgia de la palabra es parte constitutiva de ésta), hasta la plena participación “por la comunión del cuerpo y la sangre del Señor”.
La eucaristía, conforme la visión de los primeros siglos, que permaneció hasta hoy viva en la Iglesia – aunque de manera más acentuada tal vez en la Iglesia oriental – no es un mysterion en la Iglesia (uno de los siete sacramentos), sino el mysterion o sacramento de la misma Iglesia. Es el mysterion de los mysteria, el sacramento de los sacramentos. Esto significa que todos los otros sacramentos se ordenan a la eucaristía y encuentran en ella su plenitud. En consecuencia, todo sacramento es siempre un evento de la Iglesia, en la Iglesia y para la Iglesia, aspectos ocultos tanto para la práctica sacramental de la iglesia latina, como para la teología de los sacramentos anteriores al Concilio, que la reforma litúrgica intenta reestablecer, aunque todavía quede un largo y arduo camino por recorrer.
El mérito de la reforma conciliar fue poner en evidencia esta conexión íntima de todos los sacramentos con la Eucaristía. Los nuevos rituales recomendaron, por ejemplo, la celebración del Bautismo en la asamblea eucarística y prevé también una forma de celebración de la unción de los enfermos dentro de la misa. Las ordenaciones, la confirmación y, con frecuencia, el matrimonio ya venían siendo celebrados tradicionalmente de esta forma. La penitencia es el único sacramento cuya celebración dentro de la Eucaristía, extrañamente, no es prevista por los nuevos rituales. En la antigüedad, la penitencia se realizaba como un largo proceso de conversión que comenzaba por la exclusión de la “comunión” (eclesial y eucarística) y terminaba con la imposición de las manos del obispo. Desde el siglo IV esta reconciliatio altaris tenía lugar en el contexto eucarístico del jueves santo.
Decir que el sacramento es una opción simbólica que actúa significando, implica afirmar que la Palabra bíblica proclamada en la celebración de los sacramentos tiene carácter sacramental, forma parte constitutiva del sacramento y que su recepción en la fe (solo posible como un fin del Espíritu) es uno de los medios por el cual Dios actúa mediante el sacramento. Claro que esto implica extender el carácter del sacramento al conjunto de los ritos que forman en su celebración y no reducirlo a las palabras que la teología clásica consideraba como la “materia y la forma” del sacramentum exigidos por el derecho a la validez. Esta forma de concebir los sacramentos debe ser superada y la mejor manera de comprender la razón de esto es pensar el sacramento como mysterion: memorial sacramental del Misterio de Cristo para la salvación del mundo confiado a la Iglesia. Los escritos de los Padres de la Iglesia sobre los sacramentos testimonian esta concepción amplia y el cuidado que se tenía para que todo el ritual fuera revelador del Misterio celebrado.
Se comprende fácilmente ahora lo que significa afirmar que los sacramentos son instituidos por Cristo, aunque no sea posible encontrar actos instituyentes de Jesús en su vida terrena determinándoles el ritual. Ni la actual hermenéutica de la Escritura ni el bautismo pueden ser reconducidos a una institución verbal de Cristo y en el génesis de la eucaristía post-pascual no debe ser buscada apenas la última cena. La Cena no es la primera de una serie de eucaristías, sino el fundamento de su institución, junto con: 1) la experiencia de las frecuentes refecciones de Jesús con sus discípulos, abiertas a los pecadores y los publicanos, como señal de la apertura de la mesa mesiánica a todos y, sobretodo, 2) la experiencia post-pascual de la presencia del Resucitado en la asamblea de los discípulos reunidos en su nombre, en virtud de la promesa de la cena.
Los sacramentos van naciendo de la obediencia de la Iglesia post-pascual en el testamento de Cristo, en la Cena. En un gesto simbólico, enraizado en la celebración de la pascua judía y llevándola a la plenitud, Jesús, obediente a la voluntad del Padre entrega a los discípulos a su muerte, recibido libremente como gesto último de su amor. El gesto de Jesús de la Cena da sentido a la muerte violenta, absurda y sin sentido, que le es injustamente impuesta, y pide a los discípulos que hagan en su memoria lo que él hizo: vivir para los demás hasta entregar la propia vida si fuera necesario. La orden dada en la Cena es más que repetir el ritual. Es imitar la entrega del Señor en la cruzada a favor de la humanidad. De la obediencia creativa, inspirada por el Espíritu de los discípulos de Jesús, irán surgiendo en la Iglesia los sacramentos como celebraciones de la “memoria” del Misterio pascual.
Comencemos por el sacramento de los sacramentos. La Iglesia hace a la Eucaristía por orden del Señor. No la inventa. Celebra la eucaristía por fidelidad al testamento de Jesús en la última Cena. Amar como su Señor hasta la entrega de la propia vida si fuera preciso. El desarrollo progresivo y diferenciado del ritual se originó del cuidado de reencontrar en cada celebración el significado que Jesús dio al gesto del pan y del vino como sacramento de su entrega en la cruz. El ritual expresará que la comunión en el sacramento de Cristo en la cruz, hace de la Iglesia el Cuerpo de Cristo por la acción del Espíritu. Y lo suplicará, de diversas formas, en las oraciones eucarísticas.
Reducir el sacramento de la eucaristía a la transformación del pan y del vino en el cuerpo y la sangre sacramentales de Cristo, o simplemente centrarlo en eso desfigura el gesto de Jesús en la Cena. Oculta la misión de la Iglesia de ser, como toda su vida, el sacramento de Cristo para la salvación de la humanidad. Esto fue sin duda, en mayor o menor grado, una de las consecuencias de la teología de los sacramentos que no se dejó guiar totalmente por la propia tradición de las prácticas litúrgicas en su rica variedad eclesial.
Cuando se comprende la acción sacramental de la eucaristía, a partir de su celebración y no mediante teologías y prácticas litúrgicas reductoras al querer determinar lo mínimo esencial para la validez del sacramento, las palabras precisas que realizan el sacramento y el momento exacto en que eso sucede, se superan muchas dificultades y controversias del pasado. Recuérdese la dilatada controversia entre las iglesias de Oriente y Occidente, sobre si son las palabras de la institución o la invocación de la epíclesis lo que realiza la consagración.
La práctica litúrgica muestra que el sacramento de la eucaristía es constituido por la acción de Cristo, presente como anfitrión de la Cena desde el comienzo y a lo largo de toda la celebración, en diálogo con la asamblea, invitándola a recibir el don de su vida “por nosotros y para nuestra salvación consumado en la Cruz”, y a dejarse transformar por la comunión del sacramento de su cuerpo y de su sangre entregados en la cruz por amor a todos. Eternizado en la resurrección, el gesto de Cristo en la última cena, consumado en la cruz, se hace presente en cada asamblea litúrgica para hacer de la Iglesia su cuerpo por el Espíritu que brota en la Cruz. La oración eucarística es una acción de gracia mediante el memorial de la acción redentora de Cristo, recibida en la fe. Una fe que debe ir creciendo en el desarrollo de la vida por la acción del sacramento. Por eso la proclamación de la Palabra divina, “la memoria de los actos y de las palabras de Jesús (Justino), y el escuchar amoroso de la misma fueron desde sus orígenes momentos constitutivos del sacramento de la eucaristía, y no apenas preámbulos, cf. IGMR n.8. No se puede negar el carácter sacramental de toda la celebración.
Esto vale analógicamente para el bautismo y para los otros sacramentos. Todos son sacramentos del Misterio pascual en diversas circunstancias, ministerios y misiones de la Iglesia. Símbolos de la misión confiada por el Señor a la Iglesia de ser su sacramento en todas las coyunturas de la vida.
4 Iniciación cristiana a través del Bautismo y la unción con el santo crisma
A partir de este principio es fácil comprender el Bautismo en la diversidad de sus configuraciones históricas. El Bautismo en el agua, desde sus orígenes es acompañado por la unción con el Santo crisma y ordenado a la Eucaristía, configurándose así como sacramento de iniciación a la vida en la comunidad cristiana. En el catecumenado antiguo, que inspiró el rito actual del bautismo de los adultos, era celebrado en etapas sucesivas después de la liturgia de la Palabra de la celebración eucarística. Esta forma tradicional de celebración muestra claramente que la eucaristía es el sacramento de los sacramentos. Ella no puede ser simplemente catalogada como uno más entre los siete sacramentos, ni siquiera como uno entre los sacramentos de iniciación.
Los actores que configuran y constituyen la “acción sacramental” del bautismo – como sucede en todos los sacramentos – son siempre Cristo y la Iglesia, presencializada por la asamblea litúrgica, aun cuando el sacramento busque conferir un don, una misión, un servicio a uno o varios miembros de la asamblea. La celebración del Bautismo en la misa de la comunidad parroquial muestra con transparencia el sentido del bautismo de un niño nacido en el seno de una familia cristiana. Cristo lo recibe en su niñez en el mismo acto de la comunidad que lo recibe en sus brazos y se compromete a iniciarlo progresivamente a su propia vida de fe.
La unción con el santo crisma manifiesta y confiere el don del Espíritu que mediante la catequesis, iniciada en familia y continuada en la comunidad, irá configurando, progresivamente, la forma de pensar y de actuar del niño con la vida de la Iglesia en cuanto cuerpo de Cristo. Para eso la catequesis desde sus comienzos se configuró como “historia” de Jesús, como muestran los cuatro evangelios. ¿Con qué argumentos se negaría el carácter y la eficacia sacramentales a la unción que sigue al Bautismo, acompañada de las palabras del ritual que explican su sentido y su alcance? – “Por el Bautismo, Dios Padre te liberó del pecado y te hizo renacer por el agua y por el Espíritu Santo. Formas ahora parte del pueblo de Dios. Que él te consagre con el aceite santo, para que, como miembro del Cristo sacerdote, profeta y rey, continúes en su pueblo hasta la vida eterna”.
Según la práctica actual del rito latino, en la adolescencia o en la edad adulta, se celebra el sacramento de la confirmación. Pero esto no niega, antes confirma validez de la unción recibida en la infancia y su carácter de sacramento. Al confirmar el cristiano, al llegar a la edad adulta, la fe recibida en la infancia, Dios confirma el don de su Espíritu, ahora mejor comprendido. Aparece así la relativa libertad de la Iglesia en la configuración de los sacramentos a partir de la obediencia al mandato de Cristo de configurar su vida al misterio pascual. Se abre al mismo tiempo un camino para el diálogo ecuménico entre las Iglesias y sus diferentes prácticas sacramentales.
La participación en la mesa eucarística por la comunión del cuerpo y la sangre del Señor, debería ocurrir cuanto antes. Basta para esto que el niño sepa distinguir el pan eucarístico del pan común – me permito tomar prestada una expresión de Pío X – sin esperar a la conclusión de una determinada etapa de catequesis. Comulgando, el niño irá aprendiendo en diálogo íntimo con Jesús para continuar aprendiendo con Jesús, que entregó su vida por nosotros, a superar el egoísmo y vivir para los demás. Esto debería ser obvio a todo discípulo de Aquel que corrigió severamente los discípulos que querían impedir que los niños llegasen cerca de él. Una asamblea que en sus celebraciones pone barreras a los niños no se configura como Iglesia de Jesús.
La práctica diferente de la Iglesia oriental de admitir a la comunión a los niños muestra de otra forma que la eficacia del sacramento nace de ser acción de Cristo en diálogo con la fe de la comunidad que recibe en su regazo a los niños.
5 Los otros sacramentos
Los otros sacramentos que completan el número de los siete según la definición de Trento son: la ordenación, el matrimonio, la penitencia y la unción de los enfermos. Cuando la Iglesia de Trento los definió, junto con los otros, como las siete acciones sacramentales se basó, en primer lugar, en la práctica eclesial recibida de la tradición. Las razones que en la época se daban para la definición de los siete sacramentos puede ser cuestionada. La teología actual muestra la importancia de estos sacramentos por el hecho de que ellos manifiestan la sacramentalidad de la Iglesia como sacramento de Cristo en su importancia para la edificación de la Iglesia y para la vivencia del ser cristiano en momentos esenciales de la vida. No pueden ser comprendidos a partir de un concepto unívoco del sacramento. Aquí señalaremos de forma breve su relación con la sacramentalidad de la Iglesia manifestada plenamente en la eucaristía.
El sacramento de la ordenación se relaciona inmediatamente con la eucaristía y se ordena en ella. La eucaristía es celebrada por toda la asamblea litúrgica, pero ni ésta, ni ninguno de sus miembros la puede celebrar sin la presencia de Cristo. El ministerio ordenado manifiesta que todo el poder de celebrar la cena del Señor procede de Cristo.
El sacramento del “matrimonio” hace que la unión conyugal del hombre y de la mujer, renacidos en el Bautismo para la nueva vida del Resucitado sea imagen de la unión de Cristo y de la Iglesia. Al mismo tiempo manifiesta, en la menor comunidad de discípulos de Cristo, la familia, que Cristo es la roca sobre la cual se construye la Iglesia.
La unción de los enfermos muestra la presencia especial de Jesús en el momento crucial de la enfermedad, que aun no siendo muy grave, coloca al ser humano frente a su condición de mortal. ¿Cómo no sentir necesidad en ese momento de la presencia de la oración de la Iglesia y del abrigo protector de sus brazos, sacramento de los brazos abiertos en cruz del propio Cristo?
La necesidad de un sacramento para la reconciliación fue inspirada a la Iglesia por el Espíritu frente a la situación de cristianos que habiendo recibido en el bautismo el don inestimable del perdón divino y la vida nueva en Cristo, lo habían rechazado por el pecado, a veces hasta la apostasía de la fe, y se sentían en la inminencia de caer en el desespero, rechazados por Dios y por la Iglesia de Cristo. Por eso, el sacramento nació como reconciliación con Dios mediante la reconciliación con la Iglesia. Posteriormente, el sacramento de la reconciliación fue configurándose de formas muy diversas.
La sacramentalidad de algunos de los ritos sacramentales, que pasaron en la Iglesia por configuraciones históricas muy diversas, solo puede ser comprendida mediante el estudio histórico y teológico de cada uno de ellos. Su celebración presenta problemas especiales para que, como postula la SC (34), “los ritos resplandezcan con noble sencillez; sean breves, claros, evitando las repeticiones inútiles, adaptados a la capacidad de los fieles y, en general, no tengan necesidad de muchas explicaciones.”
En todos los sacramentos debería manifestarse con transparencia que se celebra el misterio pascual, que los actores son siempre Cristo y la Iglesia y que se ordenan a la Eucaristía. En la implementación de la reforma litúrgica, que desde sus comienzos se presentó como conflictiva después de siglos de rigidez ritual, la Sacrossanctum Concilium afirma “prudentemente”, para no decir “condescendientemente”, que en la celebración de los sacramentos se dé preferencia a la celebración comunitaria. Si esta práctica se volviera común se irían abriendo caminos sorprendentes para su comprensión. Claro que esto exigirá una renovación de los ministerios para que toda la comunidad pueda celebrar fácilmente la Eucaristía.
6 Resumiendo
Si se quiere recuperar la riqueza de la teología contenida en la propia tradición litúrgica de las acciones sacramentales que manifiestan la acción de la Iglesia como sacramento de Cristo, se debe obedecer los siguientes principios:
- Toda la acción litúrgica es de alguna forma acción sacramental en cuanto acción de Cristo realizada mediante su Iglesia para la edificación de su cuerpo, con el fin de anunciar y realizar la salvación en todas las realidades de la historia humana,
- La Teología debe abandonar definitivamente la explicación de los sacramentos a partir de una previa noción genérica aplicada a cada uno de ellos, aun teniendo en cuenta que se trata de una aplicación analógica,
- Para una mejor comprensión de los sacramentos es conveniente comenzar, como hace la SC, por la Eucaristía, memorial del misterio de la muerte y resurrección del Señor, el misterio de los misterios o sacramento de los sacramentos, por ser el sacramento de la propia Iglesia, y contener como decía Tomás de Aquino, totum mysterium nostrae salutis, “la totalidad del misterio de nuestra salvación” o, como afirmaban los Padres, porque la eucaristía hace la Iglesia.
Juan Ruiz de Gopegui, SJ, FAJE, Brasil. Texto original en portugués.
7 Referencias Bibliográficas
Louis-Marie Chauvet, Symbole et sacrement. Une relecture sacramentelle de l’existence chrétienne, Paris, Cerf, 1987.
Robert Hotz, Los sacramentos en nuevas perspectivas. La riqueza sacramental de Oriente e Occidente. Salamanca, Sígueme, 1986.
Juan Luis Segundo, Teología abierta para el laico adulto, IV. Los Sacramentos hoy, Ed. Carlos Lohlé, Buenos Aires. 1971.
Juan A. Ruiz de Gopegui, Eucharistia, Verdad e camino de la Iglesia, Bilbao, Ed. Mensajero, 2014.
Francisco Taborda, O memorial da Páscoa do Senhor. Ensaios litúrgico-teológicos sobre a eucaristia, São Paulo. Edições Loyola, 2009.