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El libro del profeta Joel

Sumario

Introducción

1 Elementos generales

2 La dinámica literaria

3 El tema del “Día del Señor”

Conclusión

Referencias

Introducción

Una mirada atenta al libro del profeta Joel permite, casi de inmediato, percibir la centralidad temática del “Día del Señor” (yôm YHWH), dado que esta frase en genitivo aparece en sus cuatro capítulos (Jl 1, 15; 2, 1.11; 3,4; 4,14).

Si, por un lado, el anuncio de la venida de ese día, en el libro, se puede presentar como si fuera una “antología sobre el tema”, por otro lado, y quizás por ello, quiere ambientar y preparar al oyente-lector a vislumbrar, dentro de la secuencia canónica de los Doce Profetas (hebreos y cristianos), la lógica de este anuncio que se da también en Am 5,18-20. Ab 15; Sf 1,7.14-18; Mal 3,23 (también en Is 13,2-16; Ez 13,2-16).

Uno de los problemas relevantes del libro del profeta Joel, que debe abordarse con la debida cautela, se refiere a la cuestión de su formación, subdivisión y unidad literaria. En general, el tema del “Día del Señor”, fundamental en esta cuestión, se ofrece en dos direcciones, pero, en las introducciones y comentarios, se destaca la dicotomía en cuanto a la estructura del libro.

En la primera dirección, el anuncio de ese día se concibe como un “castigo” divino que cae sobre Judá-Jerusalén. En la segunda, se trata como una acción favorable, ya que el Señor se retracta de su decisión y “restaura” a Judá-Jerusalén, concediendo las lluvias que traen la abundancia de los frutos de la tierra y, principalmente, liberando al pueblo de sus enemigos por la gloria de su Nombre. Debido a este movimiento, el libro se subdivide comúnmente en dos partes, atribuyéndose incluso a dos manos diferentes: Jl 1-2 trataría del “castigo” y Jl 3-4 de la “restauración”.

Hay, sin embargo, buenos argumentos para proponer una lectura y análisis del libro en clave unitaria, precisamente por el tema del “Día del Señor”, que permite superar la dicotomía. El criterio principal es la ausencia de pecado explícito o implícito, ya que rompe con el esquema: pecado – castigo – pedido de perdón – restauración (FERNANDES, 2014, p. 77-80).

Superando esta dicotomía, el mensaje, por su carácter literario y teológico, aparece más fácilmente conjugado y permite admitir que la venida del “Día del Señor” sea reconocida como una causa capaz de producir un doble efecto. Para el pueblo, incitado por el profeta, ponerse en las manos del Señor será salvífico, mientras que para los impíos será punitivo, por los males que han cometido. La distinción, dentro de esta lógica, se puede percibir al notar que el libro comienza con relatos de penurias, tiene una promesa universal en Jl 3, 1-5 y termina con la reversión de la situación.

La claridad de la función del “Día del Señor” y del “pueblo numeroso y poderoso”, que está ligado a él (Jl 2,2), confirma la presentación de ese día como una causa con un doble efecto: un juicio de condenación para los impíos y, simultáneamente, juicio de salvación para los justos. El efecto aterrador estampado en los rostros de los pueblos puede testimoniar este doble efecto (Jl 2,6). Téngase debidamente en cuenta que el oráculo del juicio, expresado en una palabra profética, debe manifestar en su naturaleza la revelación de una verdad sobre una realidad concreta, en cuanto al bien o al mal, a través de una duda, acusación o alabanza. (MONLOUBOU; DUBUIT, 1987, p. 476-477).

1 Elementos generales

Desde el punto de vista canónico, el libro del profeta Joel ocupa la segunda posición, tanto en la Biblia hebrea como en la Vulgata (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías), orden que se siguió en las ediciones cristianas. La Septuaginta (LXX) presenta diferencias en la secuencia de los Doce Profetas (Oseas, Amós, Miqueas, Joel, Abdías, Jonás, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías).

Al asumir uno u otro orden canónico de los libros como relevante para la lectura en secuencia, la comprensión del mensaje contenido en los Doce Profetas, que fueron escritos en un solo rollo en la Biblia hebrea antes de la invención de la imprenta, de alguna manera presentará diferentes resultados sobre la lógica del tema “Día del Señor”. La razón tiene que ver con la aceptación de que este tema, de carácter escatológico, es un elemento importante tanto para la formación del libro de Joel como para este corpus profético (FERNANDES, 2014, p. 17-19).

Nada se sabe sobre la autoría del libro del profeta Joel y tampoco se sabe si más de un autor, a pesar de su brevedad, actuó en su proceso de formación. Junto a esto, existe la posibilidad de admitir la inexistencia de la figura histórica del profeta y que el libro haya sido elaborado para cerrar este corpus, pudiendo así ser catalogado como una “profecía literaria”. El principal argumento a favor de esta perspectiva descansa en las referencias intertextuales y, en particular, en la elaboración antológica del tema del “Día del Señor” (ZENGER, 2005, p. 803-805).

El plan de lectura del libro, en su forma final, exige mayor atención que el plan que los estudiosos intentan identificar con su reconstrucción redaccional o compositiva. El hecho de que el título de Joel no ofrezca referencia temporal y el nominal se restrinja al del profeta y su padre (“Palabra de Jehová que vino a Joel, hijo de Fatuel”) es un elemento particular.

Quien lo escribió quiso dejar abierta en el tiempo esta profecía, para servir a la comunidad de fe en situaciones que requerían una apelación consciente al Señor. Jl 1,2-3 así lo retrata, porque en ello radica la preocupación por la transmisión a las generaciones futuras de hechos, que no deben identificarse inmediatamente con las carestías, sino partir de ellas para lograr aquello que es capaz de determinar la vida personal y comunitaria: la presencia del Señor y su disponibilidad para actuar.

La situación exacta en la que se encuentra la profecía de Joel va más allá de lo que cualquier erudito pueda intentar interpretar. Si, por un lado, no es plausible dudar de que detrás del escrito hay un proceso redaccional, por otro lado, es igualmente cierto que el intento de identificar sus etapas no puede hacerse con total claridad y objetividad. Son hipótesis discutidas y si se llega a una opinión ecuánime, esta sólo es útil si contribuye a la comprensión del conjunto. No son las partes las que determinan el todo, sino que es la intención del conjunto la que determina el significado de las partes, ya que el resultado final es la razón por la que ellas existen y no al revés.

En cuanto a la estructura, es común dividir el libro en dos partes. La primera corresponde a Jl 1-2 y presenta calamidades y escaseces, provocadas por varios factores, con la promesa de reversión. La segunda corresponde a Jl 3-4 y presenta un horizonte futuro de grandes proporciones. Sin embargo, la duda crucial entre los estudiosos surge en la propuesta de desdoblar estas dos partes. Si el criterio es la forma, la división sería Jl 1,1–2,17; 2,18–4,21; pero si fuera el contenido sería Jl 1,1–2,27; 3,1–4,21 (Joel 2,18 es el eco de 2,17 y prepara para el cambio de suerte de la tierra y del pueblo que comienza en Jl 2,19). No se trata de una escisión, sino de una secuencia lógica con la súplica sacerdotal, que se acerca a la forma elocuente utilizada por Moisés (Nm 14,13-19).

En lugar de admitir cesuras, para identificar las partes, sería mejor considerar los temas contenidos en Jl 1-2 que ayudan a comprender Jl 4, ya que están en correspondencia, lo que permite evitar la dicotomía en cuanto al mensaje transmitido en el anuncio del “Día del Señor”, para percibir su progresión, a través del cual se puede admitir la promesa del don universal del Espíritu en Jl 3,1-5 como puente temático (FERNANDES, 2014, p. 86). Entonces, tan cierto como la venida del “Día del Señor” será el derramamiento del “Espíritu del Señor” sobre toda carne.

2 La dinámica literaria

¿Quién “fue” el profeta Joel? ¿Existió? ¿Cuándo actuó? ¿Qué problemas enfrentó? ¿Qué quiso transmitir? Preguntas válidas, pero chocan con la posibilidad de que el libro sea, como decíamos más arriba, una “profecía literaria”. Aunque esta hipótesis puede ser plausible, la acción de “un profeta” subyace en el escrito, lo cual se evidencia en los diversos rasgos de su personalidad y lo que significa su nombre: Joel = “el Señor es Dios”, reverso del nombre Elías = “Dios es Señor”.

A diferencia de los títulos que aparecen en Os 1,1; Am 1,1; Mq 1,1; Sf 1,1, en Joel no se hace referencia a ningún monarca y, en ese sentido, se acerca más a Ab 1; Jn 1,1; Na1,1; Hb 1,1; Ml 1.1. En el caso de Ag 1,1 y Zc 1,1, la referencia es Darío, rey persa y sucesor de Ciro. A pesar de ello, el libro se refiere a un profeta que supo posicionarse con firmeza y desafiar a las “autoridades” o líderes de la época: ancianos (Jl 1,2.16; 2,16) y sacerdotes (Jl 1,9.13; 2,17).

Ante las catástrofes provocadas por una diferenciada invasión de langostas (Jl 1,4), feroces enemigos como leones (Jl 1,6-7), sequía (Jl 1,12-13) y fuego (Jl 1,19), el profeta no sólo se lamentaba, sino que se dirigía a los que se embriagaban (Jl 1,5), a la comunidad vista como una virgen viuda (Jl 1,8), a los agricultores (Jl 1,11) y, en particular, al Señor, citando la flora y la fauna que también sufrieron las consecuencias de las desgracias (Jl 1,19-20). La falta de alimentos no sólo afectó a diferentes grupos de personas, sino que también privó al templo de ofrendas (Jl 1,13).

El resultado fue el desaparecimiento en cadena, con la falta de los frutos de la tierra, de la alegría y del júbilo que afectó al templo (Jl 1,16). En cambio, el profeta tenía ante sí una comunidad apática y sin perspectivas. El primer intento de superarlo se produjo en el orden penitencial dirigido a todos, motivado por el primer anuncio del “Día del Señor” (Jl 1,13-15). Junto a esta orden, el profeta clamó al Señor, evocando el grito de los animales (Jl 1,19-20). Nadie quedó fuera (como en Jn 3,7, animales y humanos asumieron gestos penitenciales).

Del primer anuncio del “Día del Señor” (Jl 1,15), el profeta pasó al segundo anuncio, mucho más elaborado en forma poética y que recapitula los temas catastróficos (Jl 2,1-11). En lugar de una palabra de condenación para Judá-Jerusalén, hay una provocadora sacudida del ánimo, evidenciando la presencia del Señor y su control total sobre la realidad. Hay, bajo el mando del Señor, un ejército invencible, organizado y obediente a sus órdenes.

Frente a este nuevo anuncio, hay otra llamada más aguda a la conversión basada en la exigencia de sinceridad (Jl 2,12-17). A la acción del pueblo correspondió la reacción del Señor (Jl 2,18), con la que declaró el fin de las penalidades y la liberación de la opresión enemiga (Jl 2,19-20). A través de esta respuesta favorable, una verdadera bendición, se anunció la restauración de la fertilidad del suelo a través de las lluvias, trayendo abundancia de bienes agrícolas y de pastos para los animales. Es el fin de las desgracias lo que da fe de la presencia y acción del Señor, único Dios entre su pueblo, por el cual acaban el hambre, la vergüenza y el oprobio (Jl 2,21-27).

Hasta aquí se puede observar la siguiente secuencia: constatación de la penuria – súplica motivada por el anuncio del “Día del Señor” – respuesta favorable del Señor – reversión de la situación a través de las bendiciones. En esta secuencia aparece el tercer anuncio del “Día del Señor” (Jl 3,4). Las nuevas intervenciones divinas, que se anuncian, se producirán según una disposición eficaz ligada a los hechos anteriormente narrados y servirán, del mismo modo, para fundamentar los hechos nuevos que se seguirán de Jl 4,1.

Se puede ver que Jl 3,1-5 contiene promesas favorables del Señor en tono universal, ya que está dispuesto a salvar a todos los que se vuelvan a él, invocando su nombre, elemento que nos recuerda el significado de la palabra del profeta. nombre: “el Señor es Dios”. Mientras Jl 3,1-2.5 enmarca el tercer anuncio, Jl 3,3-4 da fe de la participación de la creación como antesala a la manifestación del “Día del Señor”, ampliando la gran descripción bélica de ese día que se hizo en Jl 2,1-11.

Así, el vínculo entre el “Día del Señor” y el don universal del “Espíritu del Señor” proporciona el paso necesario a Jl 4,1-21. El punto de partida es una promesa basada en el género literario llamado “contienda”, “disputa” o “litigio” (rîb) contra todos los pueblos y naciones que hicieron el mal a Israel, denominado por el mismo Señor: “mi pueblo y mi heredad”. Los crímenes que se cometieron contra Israel serán debidamente castigados (Jl 4,1-3).

Si en Jl 1,6 encontramos información genérica sobre un pueblo poderoso y numeroso, depredador como el león, en cambio Jl 4,4-8 revela, nominalmente, cinco pueblos directa e irónicamente implicados en el mal practicado contra Israel y quienes se hicieron dignos de castigo: Tiro, Sidón, Filisteos, Egipto y Edom; y dos indirectamente: griegos y sabeos. El uso insistente de gôyim (naciones extranjeras) extiende la decisión del Señor, abarcando a todos los que serán sentenciados en base a la “ley del talión”, también utilizada en un contexto bélico (Jl 4,9-14).

Sin embargo, no aparece claramente que el Señor, en el día de su juicio, invadiría el valle de Josafat como las langostas invaden los campos, invadiendo el territorio como un ejército enemigo, sin dejar nada en pie; pero, como sucede durante una sequía severa, todo quedará desolado como un desierto. Además de esto, no se explica por qué sólo en Sion brotará un manantial que regará los surcos de Judá-Jerusalén (Jl 4,18). Si esta opinión es correcta, se da un paso a favor de vincular todas las catástrofes presentes en Jl 1,4-20 con las mencionadas en Jl 4,1-17, debido al alcance integral del “Día del Señor”. Se advierte, entonces, que este día comienza a figurar en primer orden, explicando las catástrofes y no siendo explicado por ellas.

Finalmente, a través de una fórmula temporal, “En aquel día” (Jl 4,18), se abre la última sección del libro. Esta fórmula introduce un tema nuevo y sintetiza la cantidad y la calidad esperadas a nivel de bendición, anunciando un escenario contrastante opuesto a la aridez (Jl 4,18), mientras la tierra vuelve a su condición fértil (Jl 2,3). La palabra final del SEÑOR aclara el porqué de su acción (Jl 4,21), condensa todo lo ya descrito en el libro, pero deja, una vez más, en suspenso la ejecución de los hechos para un futuro indeterminado, exactamente como el profeta instó al principio como un compromiso común para las generaciones futuras (Jl 1,2-3).

3 El tema del “Día del Señor”

Las calamidades, la queja hecha al Señor, la súplica del profeta, las llamadas a la conversión, la súplica de piedad, la restauración de la bendición, el don del Espíritu, la victoria sobre las naciones enemigas y la restauración de la suerte del pueblo elegido en Sion son temas entrelazados con el “Día del Señor” y son los argumentos que dan unidad y sentido teocéntrico a la profecía de Joel. A través de ellos se muestra la presencia y la acción soberana del Señor sobre la creación y el curso de la historia, tanto para el pueblo elegido como para otras naciones.

En el contexto de las catástrofes que asolaron al pueblo elegido, está el suspiro del profeta por el “Día del Señor” visto como una acción devastadora del Todopoderoso (Jl 1,15). Antes de que llegue la solución, el nuevo discurso del Señor, después de su queja (Jl 1,6) con un nuevo orden para la comunidad, es una “Palabra del Señor” explícita sobre el “Día del Señor” (Jl 2, 1). Así, la profecía joeliana ofrece el mapa de la situación catastrófica: el lamento del Señor por su tierra y el anuncio de su “Día”, que se concretará en un oráculo de juicio capaz de producir un doble efecto (Jl 2,1-11). De estos tres elementos pasamos a la solución, que comienza con la descripción y acción del “pueblo numeroso y poderoso” que es “poderoso agente de su palabra” (Jl 2,2.11).

Así, la presencia y la acción divinas son inherentes a la expresión “Día del Señor” y se declaran en la profecía en un punto central, en el momento en que el Señor manda al pueblo lo que debe hacer: “Y ahora, oráculo del Señor, vuélvete, ven a mí con todo tu corazón, con ayuno, lágrimas y lamentaciones” (Jl 2,12).

En el “retorno” (šûb), asumido y obedecido en la dirección del Señor, el pueblo estará dando el paso decisivo para ver el “retorno” benéfico del Señor en su dirección (Jl 2,18-27). Jl 2,13-14 confirma Jl 2,12 con un acto de fe del profeta que sabe quién es el Señor y que tiene compasión de su pueblo. Si, en un contexto de pecado, el corazón contrito y humillado es el gesto que el Señor no desprecia en el penitente arrepentido (Sal 51,17; Jn 3,10), mucha más conmiseración empleará en el momento en que su pueblo se presenta con los gestos penitenciales que se identifican con la crisis que le quitó los medios de subsistencia y que tanto le hizo sufrir. Como no hay nada que ofrecer, el pueblo es llamado por el profeta a ofrecerse a sí mismo y a su propio sufrimiento.

El significado de “el que sabe” (Jl 2,14) no está en contradicción con la ortodoxia anunciada en Ex 34,6-7. No es una duda del profeta Joel, sino la reflexión que confirma la acción divina por su poder universal y que se encuentra también en los labios del rey de Nínive, actitud que inquietó al profeta Jonás (Jn 3,9). Por el contrario, Joel, al usar “compasivo” (niḥān), amplió los atributos divinos, porque estaba seguro de que el Señor le otorgaría sus beneficios.

A diferencia de la crisis personal que le sobrevino a Jonás, porque sabía que anunciaba una palabra fallida sobre la destrucción de Nínive, Joel sabía que no fallaba, porque el Señor responde desde Sion a las súplicas de misericordia, está atento al sufrimiento de su pueblo y dispuesto a mostrar su soberanía universal en la decisión de castigar a las naciones que le eran hostiles.

Allí donde la crisis ha arrebatado los medios de subsistencia y privado al templo de sus ofrendas, el mandato “volveos a mí de todo corazón” es la solución (Jl 2,12). El retorno exigido no es el acto formal de un simple rito de lamentación, sino la exigencia de una firme disposición a volverse al Señor con gestos compatibles con los efectos producidos por las crisis que aquejaron a toda la comunidad (Jl 1,4-20; en Am 4,6-12, es el SEÑOR el que se queja de la falta de conversión).

La convocatoria al culto en Sion en Jl 2,15-17 no contradice la orden anterior dada a los sacerdotes en Jl 1,13-14, y no significaría necesariamente que un primer intento de culto hubiera fracasado por falta de obediencia. La misión teofánica, atribuida al “Día del Señor”, supera en beneficios a los males causados ​​por el hambre, pues los planes del Señor son grandes e inauditos (Jl 3,1-5).

Esta misión, en efecto, corresponde a dos objetivos entrelazados con los llamados del Señor y del profeta que tiene un nombre doblemente teofórico (yô + ‘el): a) mostrar lo que de hecho depende de la comunidad: la solución de la penuria debe involucrar a la intimidad del pueblo elegido, impulsándolo a la acción; b) mostrar lo que no depende de la comunidad: la generosidad del Señor, el don del Espíritu y la justicia que hace con su tierra y sus habitantes, revirtiendo la situación de hambre y trayendo de vuelta a Jerusalén a sus hijos esparcidos por todo las naciones

El contenido de la súplica sacerdotal (Jl 2,17) no era: ten piedad de tu pueblo que está sin comida y sin agua (Jl 1,4-20); pero entronca con el lamento del Señor, que resume los males y necesidades del pueblo en la tierra escogida. La respuesta del Señor revela que Él está lleno de celo por Su tierra (Jl 1,6-7), tiene compasión de su pueblo (Jl 2,18) y no quiere que sufran oprobio entre naciones opresoras (Jl 2,19.26 – 27).

Detrás de este doble movimiento está el lugar de reunión, el templo de Sion, el monte santo del mismo nombre del Sinaí, donde el pueblo recibió la Ley como un don. Sion, asolada por el hambre (Jl 1,9, 13, 16), es el lugar prodigioso al que el profeta Joel, como Moisés en el pasado, dirige el corazón del pueblo. El profeta estaba seguro de que en Sion se renovarían los signos teofánicos del Sinaí y los rasgos utilizados para describir la venida del “Día del Señor” confirman su certeza (Jl 2,1-11; 3,4; 4,15).

En Sion, donde se encuentra el santo templo, el pueblo experimentará la presencia y la acción del Señor, cambiando de suerte (Jl 2,12). El Señor, que toma las decisiones desde Sion, recuerda también la promesa que hizo a Abraham (Gn 22,1-14), ratificada en la decisión de liberar al pueblo de Egipto por medio de Moisés (Ex 3,7-12) y que fue defendida a lo largo de la historia, cuando fue amenazada por enemigos externos e internos (Sal 145). Desde su santo monte el Señor se muestra continuamente compasivo y providente (Gn 22,8.14).

Así como la vocación de Moisés en el Sinaí fue una respuesta del Señor al clamor del pueblo oprimido de Egipto, confirmando la elección y las promesas hechas en Abraham (Gn 12,1-3), así en Joel no hay duda de que el Señor, con el anuncio y la llegada de su “día” en Sion (Jl 2,1-11), ya estaba dispuesto a intervenir en la desastrosa situación como justo juez y lo hace actuando concretamente frente a todos los males que su pueblo está sufriendo.

En la base del anuncio joeliano está la certeza del amor-compasión del Señor (Ex 34,6; Sal 103) y la fuerza de las bendiciones prometidas (Dt 28,1-14). Por eso, Jl 2,1-11.12-17 expresa el estatus particular que tiene el pueblo elegido para implorar, mediante la acción sacerdotal, la benevolencia del Señor frente a los males que ponen en peligro su existencia en su tierra elegida (Jl 1, 4 -20), en cuanto se trata de las promesas patriarcales, reafirmadas a Moisés, a los libertos de Egipto y a Josué.

El pueblo sufriente y abatido es, pues, el destinatario directo del anuncio de Joel del “Día del Señor”. Son estas personas las que están interesadas en escuchar la respuesta divina a su súplica, indicando que el tiempo de la carestía terminará y que la bendición traerá no sólo los frutos y dones necesarios (Jl 2,18-27), sino que devolverá lo que de mejor el mismo Señor puede y quiere recibir en su templo como ofrenda: el retorno, como verdadero rescate, de los hijos e hijas traficados y humillados por el león enemigo y opresor (Jl 1,6-7; 4, 2.6-7).

La preocupación por el sarcasmo de las naciones en la súplica de los sacerdotes muestra que no sólo estaba en juego la subsistencia del pueblo, sino la gloria y el poder del Señor ante las naciones enemigas (Joel 2,6.17). Por esta preocupación se entiende por qué el “Día del Señor” golpea con fuerza a las naciones que el Señor decidió convocar al juicio. Sobre ellos pesan varios crímenes que claman por su justicia (Jl 4,21; Sl 72,13-14; Ab 10,14). Así, en lugar de decir “¿dónde está vuestro Dios?” (Jl 2,17), las naciones reconocerán la presencia, la acción portentosa y favorable del Señor entre su pueblo (Jl 2,27).

La convocatoria de los pueblos y naciones opresores para un ajuste de cuentas se efectuará mediante un juicio realizado en un contexto bélico (Jl 4,9-13). La gloria del pueblo elegido se renovará al estar bajo la poderosa protección del Señor. Esto confirma lo que había decidido cuando prometió que la vergüenza de su pueblo sería eliminada para siempre (Jl 2,19, 26-27), ya que el enemigo, en forma de prolepsis, aparece de antemano destruido entre los dos mares, donde se sentirá el olor de su muerte (Jl 2,20).

Por lo tanto, para las naciones involucradas y destinadas al juicio, la profecía de Joel no sugiere que ellas pudieran o hayan tomado alguna precaución para salir ilesas de ese “día”. A ellas les toca castigar sus delitos y al pueblo elegido le toca saber y constatar que el Señor, cambiando la suerte de Judá-Jerusalén, preparaba el restablecimiento de su gloria en Sion.

Entonces, el evento liberador vinculado al “Día del Señor” adquiere un objetivo didáctico. El contenido a transmitir a las generaciones futuras se identifica no con las catástrofes, sino con la renovación de los gestos salvíficos operados por el Señor (Jl 1,2-3; Ex 10,1-2). Es una acción pedagógica. Por eso, reducir tal contenido únicamente a las crisis sufridas no es coherente con el carácter unitario de la profecía de Joel y con la lógica de la intención reparadora y restauradora del “Día del Señor” dirigida también a los enemigos (Jl 2,19.26). La formación de la conciencia individual y colectiva para ser transmitida en Judá-Jerusalén de generación en generación lo confirma (Jl 4,20).

Conclusión

La gran acción-reacción de la profecía recayó en el protagonismo del Señor. De la pobreza y la apatía del pueblo a la súplica sacerdotal hay un salto cualitativo que se manifiesta en la decisión y en la posición divina que tendrá lugar de Jl 2,19 a 4,21. La reversión de la situación de penuria, a través de la petición de misericordia (Jl 2,15-17), superó con creces cualquier expectativa, porque el Señor, benigno y clemente, nunca se deja vencer en la generosidad hacia los que escuchan su voz, sus llamados y obedecerle (Jl 3,1-2; 4,16-18).

Si Joel 2,11 dejaba abierta una pregunta importante sobre el “Día del Señor”, “¿y quién podrá soportarlo?”, la respuesta que propone el libro se desarrolla a partir de Joel 2,12.

Si el anuncio del “Día del Señor” es la ocasión que el mismo Señor ha establecido para que su justicia se haga sentir en la acción del “pueblo numeroso y poderoso” (Jl 2,2), del mismo modo lo será el Señor para determinar el destino final de su pueblo.

En la acción obediente de este pueblo, se aboga a favor de los propósitos del Señor, que apuntan en una sola dirección: el fin de la vergüenza de su pueblo (Jl 2,19.26-27). Aquellos a quienes el Señor salvará soportarán, por la confianza depositada en él, la llegada de este día implacable sobre el enemigo.

En la acción del Señor, entonces, uno se da cuenta que el foco central es la restauración de la suerte de Judá-Jerusalén. Esto tiene una certeza: “el Señor, desde Sion,  hace oír su voz y los cielos y la tierra temblarán, pero el Señor es refugio para su pueblo y fortaleza para los hijos de Israel” (Jl 4,16; cf. Jl 3.5). Esto certifica y prueba que el ataque en Jl 2,1-11 no podía tener como objetivo central una Jerusalén ya castigada por tantas catástrofes y que, en el fondo, necesitaba con urgencia la acción de su rescatador, el único capaz de ocasionar su salvación. .

Por tanto, la lógica del “Día del Señor”, en la profecía de Joel, se fundamenta en su unidad del libro como tema y como mensaje de esperanza salvífica y restauradora en el Señor que reside, actúa y salva a sus elegidos de Sion , donde se levanta Jerusalén con su templo. Una situación catastrófica que logra una solución a tan gran escala y termina con una promesa abierta (Jl 4,21), induce a la certeza de que nada de malo o terrible puede sucederle al pueblo elegido. Esta es la idea básica que es favorablemente desarrollada o criticada por los profetas que utilizan la expresión “Día del Señor” y que vienen después de Joel según orden canónico en el corpus de los Doce Profetas.

Leonardo Agostini Fernandes (PUC-Rio). Texto original en portugués. Enviado: 14/7/2022. Aprobado: 20/09/2022. Publicado: 28/12/2022.

 Referencias

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ZENGER, E. (ed.). Introduzione all’Antico Testamento. Brescia: Queriniana, 2005 [tradução em português: Introdução ao Antigo. São Paulo: Loyola, 2003].

Mistica Contemporánea

Sumário

Introdução

Conclusão

Referências

 

Introdução

A época em que vivemos é nomeada de diferentes modos: modernidade, modernidade tardia, hipermodernidade, pós-modernidade, entre outras. Tal como diz a V Conferência do Episcopado Latino-americano, em Aparecida, 2007, não se trata apenas de uma época de mudanças, mas de uma “mudança de época”.

Um dos impactos mais profundos que essa mudança de época apresenta, sem dúvida, é o que incide sobre a religião. Se no iluminismo a razão humana começa a ganhar destaque e passa a ser o princípio fundamental que rege a vida humana e se constitui como cânon inapelável da verdade, hoje a configuração da existência é outra. A crise da modernidade vai ser sucedida por um novo estado de coisas que o conhecimento humano está longe de haver assimilado exaustivamente. No século XX esse novo processo aparece com mais clareza. E no que já se viveu do século XXI, alguns elementos se confirmaram e houve igualmente o surgimento de novas perspectivas.

O Cristianismo histórico, religião até aqui indiscutivelmente majoritária e hegemônica no hemisfério ocidental, verá surgir bem perto de si e mesmo em suas fileiras fenômenos como o teísmo, o secularismo, o ateísmo e o agnosticismo. Suas fileiras começarão a ser drenadas por novos cristianismos de características mais extrinsecistas e catárticas que trazem consigo novas concepções de mundo, incidindo não apenas na pertença religiosa em geral, mas na configuração social e política dos estados que se autocompreendiam como laicos.

A razão iluminista, potente e soberana, questiona todo o sistema de compreensão e entendimento que antes imperava. Já não mais autocompreendida como império da razão, nossa época assiste à fragmentação das grandes narrativas e utopias e é obrigada a repensar e ressignificar todos ou quase todos os conceitos que antes lhe davam sustentação teórica.

O século XX é chamado século sem Deus, Nele até as divindades são efêmeras e fugazes, identificando-se com objetos de consumo. Esse estado de coisas se prolonga no século XXI, intensificando alguns de seus aspectos: a fragmentação, a diversidade, a fluidez das relações e das identidades. Nesse contexto, as experiências “religiosas”, no entanto, continuam a multiplicar-se, desconhecendo, porém, muitas vezes os limites das instituições propriamente ditas.

Assim, as experiências ditas místicas, entendidas como de união com o mistério e o divino, e mesmo as correntes e escolas místicas continuam a acontecer na contemporaneidade. Trazem, porém, uma nova configuração, rompendo espaços, fronteiras e realizando sínteses novas e inusitadas. Os estudos da mística voltam novamente a acontecer, mas não se restringem aos limites das igrejas ou das religiões institucionais. Acontecem em uma transdisciplinaridade sempre mais acentuada, correspondente à pluralidade religiosa que marca hoje a relação do ser humano com a transcendência.

A mística hoje é objeto de busca e de estudo por pesquisadores de várias áreas; teólogos ou cientistas da religião; estudiosos oriundos de outras áreas, como a literatura, a filosofia, a antropologia; leitores mais ou menos letrados ou mesmo não crentes de todos os cortes e configurações institucionais. Talvez isso se deva à perda de importância no espaço público, por parte da Igreja instituição, que fez a atenção à mística “migrar” de dentro de seus limites para outras áreas exteriores a ela. Já em 2012, o teólogo estadunidense Roger Haight, em entrevista a Junges e Dalla Rosa, na revista do Instituto Humanitas da Unisinos, declarava que a Igreja perdeu relevância pública, o que estimulou o “surgimento da espiritualidade em contraposição à religião porque a Igreja não é mais vista como uma fonte de espiritualidade humanística” (JUNGES; DALLA ROSA, 2012, p. 18-21). Evidentemente Haight pensava aqui na Igreja Católica Romana, da qual faz parte, inclusive enquanto religioso jesuíta. Mas o mesmo se poderia dizer de outras igrejas cristãs históricas. Em uma época como a nossa, os vestígios de Deus são quase invisíveis e as religiões parecem tomar uma forma nebulosa e “vaga”.  Isso não impede, porém, que as experiências místicas continuam a acontecer forte e inesperadamente, ainda que com diferentes sínteses em relação a épocas anteriores

Para entender, portanto, a mística na contemporaneidade examinaremos algumas circunstâncias que cercam a vida dos místicos que viveram e vivem nesta mesma época.  Não pretendemos nem poderíamos esgotar aqui todos os homens e mulheres que fazem em sua vida a experiência interior profunda e inefável de sentir-se unidos ao mistério por uma iniciativa que muitas vezes não saberiam dizer de onde vem, mas com respeito à qual têm uma certeza: não vem deles mesmos nem por eles mesmos foi produzida.

Os místicos e as místicas contemporâneos não serão mais encontrados principalmente dentro dos espaços sagrados, entendendo-se por tais os claustros, os conventos, as igrejas, as ordens religiosas. Sua existência será descoberta nas fábricas, em meio ao barulhento e estressante ritmo das máquinas e das indústrias. Ou nas ruas com os mais pobres e excluídos do progresso. Ou na prisão, devido a sua atividade e a seu compromisso, considerados perigosos pelas autoridades estabelecidas. Ou no inferno dos lagers e gulags de todas as origens e formatos ideológicos, sendo ali levados por seu comportamento fora dos padrões considerados “normais” ou por posições tomadas em defesa dos mais fracos e vulneráveis e contrapoderes opressores. Poderão ser encontrados igualmente em meio a comunidades e pessoas de outras religiões, comungando em tudo de sua vida, embora professando interiormente uma fé diferente. Ou ainda em meio ao cosmos e à natureza, reinventando uma nova forma de relação entre e com todos os outros seres vivos, vivendo sua condição de criatura de uma nova maneira.

O que nos diz que esses homens e mulheres são “místicos” e não apenas ativistas políticos, pessoas éticas e honestas que se comprometem com as mais importantes lutas da humanidade como tantos outros que não identificam a transcendência em suas experiencias e práticas? Pode-se identificá-los por sua experiência radical do Sentido Último da vida e da realidade ao qual a teologia nomearia de Deus, mas que em seus lábios pode tomar outros nomes como justiça, equidade, consciência ecológica, liberdade.

Uma das características da mística na contemporaneidade, portanto, é o fato da existência de uma sensibilidade que busca a experiência direta com o mistério da Realidade última. E essa busca de experiência direta já não apresenta contornos institucionais nítidos, mas, pelo contrário, aponta para uma tendência transreligiosa, em que o contato buscado se dá com o fundo mais profundo, o segredo último da realidade, que nós chamamos de Deus e que os estudiosos das religiões identificam como o denominador comum, o núcleo de todas as religiões (DUCQUOC, 2002, p. 125).

Os estudiosos da religião hoje identificam uma clara e inegável insatisfação com a religião predominante e institucionalizada. As experiências que surgem tomam sempre mais a forma de uma busca mais pessoal e experiencial do divino (HEISSIG, 2005, p. 246). O risco dessa escolha é a superficialidade que pode ocorrer ao pretender fazer voo livre, independentemente de qualquer instância ou instituição. Desligada de qualquer espessura ou opacidade, a busca espiritual pode perder-se ou dissolver-se em uma pluralidade mal compreendida, onde não há enraizamento ou identificação com o que quer que seja.

Por outro lado, há que reconhecer o aspecto extremamente positivo que aí reside: a comprovação da liberdade de Deus, que não se deixa aprisionar por nenhuma instituição, código ou sistema, ainda que religiosos. A experiência mística em nossa época não esperou a reforma das Igrejas ou instituições religiosas para efetuar sua própria busca. Tampouco a bênção da academia. Os místicos contemporâneos entrecruzam vocabulários, conceitos e símbolos de todas as procedências e cidadanias – inclusive religiosas e eclesiais – a fim de dizer sua busca de Deus sem pedir permissão aos representantes acadêmicos, religiosos ou eclesiásticos (MARDONES, 2005, p. 201-202).

No entanto, se acontece em forte independência das instituições eclesiais ou religiosas, também é fato que a mística na contemporaneidade se caracteriza pela vinculação indissolúvel com a ética e tudo o que dela deriva, a saber: a ação transformadora no mundo, o compromisso político, as pautas e lutas da humanidade no momento histórico que lhes é dado viver, a valorização da experiência e da emoção e não apenas da razão, o cuidado da criação, o elogio das diferenças como as de gênero, raça, etnia, o diálogo com outras experiências religiosas. Em suma, a mística na contemporaneidade, se parece distante de um religioso institucional e situado, mostra uma profunda aliança com o mundo, sobretudo naquilo que apresenta de conflitivo e vulnerável.

Os místicos contemporâneos buscam sim uma experiência profunda de união com o divino. Porém, esse divino não é por eles e elas encontrado “fora” das coisas deste mundo. Mística, ética e prática estabelecem claramente diversos tipos de intersecção. Pois, se o Sentido último da existência – ao qual chamamos Deus – sujeito maior da mística, se deixa encontrar em todas as coisas; se no mundo, tal como ele é, é possível experimentar sua presença inefável, então o agir humano na realidade está definitivamente “consagrado” e é parte integrante da esfera do sagrado e do divino. E isso dentro mesmo de sua condição de profano e secular, e não dela abdicando ou escapando.

Em meio a essa secularidade atravessada por uma sempre maior diversidade, um fio condutor assinala um consenso axial: todos os místicos, de qualquer gênero, tempo ou espaço, são pessoas apaixonadas. O divino entra em suas vidas com a força e a violência de uma tremenda paixão e toma-os por inteiro, subjugando-os com o imperativo de seu amor. Na relação com esse divino experimentam gozo e dor, ausência e presença, cada um em seu estilo próprio e original. Mas todos e todas, sem exceção, tiveram certeza de que estavam no interior da experiência do mistério mais profundo e santo, Aquele que as religiões procuraram nomear e as ideologias conceituar, mas que sempre escapa a toda tentativa humana de circunscrevê-lo e captá-lo por inteiro. E essa experiência invadiu-os e tomou-os para sempre.

. Lendo os escritos desses “amantes de Deus” (MEROZ, 1982, p. 27-49), sobretudo aqueles mais autobiográficos, que contêm o relato de suas experiências, possível perceber neles o rosto divino que se delineia. Embora alguns deles ou delas sejam pensadores de alta relevância, ao escrever sobre suas experiências, o pensamento vai precedido pela paixão. A pergunta por Deus e a sede por sua presença surgem no mais profundo de seu interior a partir da percepção da dor pela injustiça existente no mundo e pelo desamparo no sofrimento. Trata-se da “história da paixão do mundo que no fundo é também paixão de Deus e por graça do mesmo, origina a paixão por Deus”.

Tal percepção da dor no e do mundo conduzem além da discussão entre teísmo ou ateísmo. Ante o sofrimento humano, esbarra-se na universal questão da teodiceia, ou seja, na dificuldade de acreditar na existência de um Deus todo-poderoso e cheio de bondade que “a tudo rege magnificamente” e que parece não responder aos clamores dos infelizes. A indignação, a ira que clama, a voz que se levanta, dão testemunho da nostalgia do “inteiramente Outro”. É, como diz Max Horkheimer, “a nostalgia de que o assassino não deveria triunfar sobre sua vítima inocente.” Sem a paixão pela justiça no mundo e por aquele que, em última instância, é seu fiador, não pode haver um desejo por uma experiência do Sentido maior da vida e um sofrimento consciente por causa da injustiça.

A partir daí surgem as vocações proféticas e místicas que acolhem e tomam sobre si o sofrimento das vítimas assumindo sua defesa. Neste ponto, transforma-se, igualmente, o pensar humano sobre o mundo. Este mundo, tal como é em realidade, não pode mais ser definido como um espelho da divindade. O espelho está quebrado. E defini-lo em termos de perfeição e harmonia implica idolatria. Isto significa na prática: se o ser humano se desabitua às perguntas absolutas sobre o sentido último e a justiça, acabará dando-se por satisfeito e habituando-se à deficiência das circunstâncias. A mística contemporânea é caracterizada por uma insatisfação e um inconformismo com as situações injustas e opressoras, justamente porque desfiguram o mundo tão amado pelo Amado que apaixona os homens e mulheres de hoje.

A mística contemporânea busca e encontra na injustiça, no sofrimento humano e nas situações insuportáveis deste mundo o marco da pergunta pelo sentido último da vida como justiça, e, no fundo de sua experiência de união inefável, se sente convocada para uma prática solidária. Neste caminho de solidariedade prática, os místicos contemporâneos se destacarão como os que escolhem não eludir o sofrimento e com ele lidar desde o exterior, mas o atravessam desde dentro, não desejando estar separados da dor que atinge seus semelhantes a fim de, com eles e elas e como eles e elas, revelar o sentido da vida humana a partir do padecido em suas próprias existências e entranhas.

A mesma mística contemporânea igualmente rompe fronteiras por muito tempo estabelecidas, inclusive eclesiais e religiosas. Os místicos contemporâneos então serão encontrados em profundo diálogo com outras denominações e confissões religiosas, inclusive participando de seus rituais e mesmo de seus processos de iniciação, a fim de conhecê-las por dentro. São conhecidos os casos de Henri Le Saux (LE SAUX, 1986), de Christian de Chergé (BINGEMER, 2018) e outros. Assim também crescem as experiências de dupla pertença religiosa no mundo inteiro, inclusive na América Latina, onde religiosos católicos são ao mesmo tempo filhos de santo no Candomblé e onde, no dizer de Gilbraz Aragão, a dança dos orixás e o canto dos santos muitas vezes se encontram e realizam uma nova síntese (ARAGÃO, 1997)

Isso nos faz chegar à definição da mística contemporânea como experiência do amor – e da comunhão por ele gerada – como única realidade digna de fé. (COMTE SPONVILLE, 2016). O amor deixa os amantes expostos ante uma ausência de seguranças absolutas, caminhando entre o ser e o não ser, entre palavra e silêncio, entre presença e ausência. Na experiência do amor, os amantes recebem um novo ser que lhes é dado pelo tu amado. Ou seja, a força do amor está limitada ao acontecimento do amor em si mesmo. Daí derivam sua suprema força e sua debilidade e amorosa impotência. O amor não pode se impor a não ser com e como amor. Diante do mal em ação e da injustiça que mutila e agride, não pode revidar. Só pode sofrer e compadecer-se. Diante da diferença da fé e da religião do outro, não pode fazer outra coisa a não ser entrar em comunhão e compartilhar interiormente dando testemunho visível e palpável de tal experiência. Por aí passam alguns dos principais caminhos de encontro com Deus na contemporaneidade.

Os místicos e espirituais experimentam, então, que o amor é vulnerável e passível de ser afetado pelo amor que convida à comunhão, que faz o místico ou a mística abrir-se ao que não é ele e se deixar ferir pela solidariedade suprema e radical com a alteridade humana, sobretudo quando a mesma sofre situações de intolerância, opressão e perseguição. Assim fazendo, a mística contemporânea responde à pergunta posta pelo pensamento judaico no pós-holocausto; à pergunta das vítimas de todas as guerras “unilaterais” e sem sentido; de todas as intolerâncias religiosas; à pergunta cristã latino-americana que brota e se faz ouvir a partir dos pobres da terra e das vítimas da opressão. Como falar de Deus a partir do sofrimento do inocente? (GUTIERREZ, 1987).

Os místicos contemporâneos, que viveram e vivem a experiência teopática, da passividade configurada pelo amor divino e pela união com o mistério, são mediadores adequados para dizer no mundo de hoje quem é Deus e anunciá-lo em meio a um mundo secular e plural que deseja e busca a Transcendência, o Espírito, mas parece haver perdido o rumo da linguagem sobre seu mistério. Seu testemunho é uma forma de mediação pela qual o divino hoje tenta dizer-se e expressar-se (PIERRON, 2006, p. 30).

O século XX, chamado século sem Deus, não está vazio da presença divina e continua seduzindo e apaixonando homens e mulheres que buscam sua experiência e ao fazê-la, dela dão testemunho na praça pública. Mas, talvez, esta presença se faça visível de outra maneira.

A mística contemporânea, com suas características de não institucionalidade, de transdenominacionalidade, de trânsito inter-religioso, traz profundas interpelações à teologia. Vemo-nos diante da relação entre a teologia e a espiritualidade considerada em sua bidirecionalidade, isto é: da relação que a teologia mantém com a espiritualidade e da relação que esta mantém com aquela. Esta relação mútua constitui um ponto crítico, pois na verdade a relação entre a teologia e a espiritualidade sempre foi crucial.

A retrospectiva histórica da relação entre teologia e espiritualidade apontaria o quanto e o tanto das variadas formas que esta relação assumiu em diferentes épocas, tradições e escolas. Do relato dessa relação aparecem, ao longo da história da teologia cristã, dois polos extremos. De um lado, aparece a hipótese de que o discurso teológico açambarca de tal maneira o discurso espiritual que, ou bem o suprime, assumindo-o em sua própria discursividade, ou bem o comprime, reduzindo-o a uma das muitas possíveis teologias existentes no genitivo, às vezes adjetivas e pouco substanciais.

Na verdade, a teologia cristã nasceu como hermenêutica da Santidade. Da Santidade do Pai, do Filho e do Espírito Santo manifestada na humanidade chamada a participar dessa santidade, portanto como experiência da Santidade de Deus que santifica o ser humano e o faz ingressar e progredir em um conhecimento amoroso sempre maior do mistério divino. Os raciocínios aparentemente abstratos das especulações trinitárias jamais visaram outra coisa senão afirmar contundentemente a realidade da salvação e da santificação humanas, realizada pela autocomunicação de Deus. A teologia nasceu então de uma experiência iniciática e mistagógica e a serviço dessa experiência, crendo e afirmando que a experiência precede a razão e a experiência de Deus, portanto, precede qualquer tentativa de pensamento ou discurso organizado sobre o mesmo Deus.

Aqui procuramos demonstrar como a mística contemporânea é aberta e plural e como pode acontecer em meio a elementos e coisas que tradicionalmente foram classificados como alheios à sua identidade. Se voltamos nosso olhar mais especificamente para a mística cristã, de tão rica tradição e história, veremos que na verdade a mística contemporânea redescobre dentro de si mesma elementos que são parte constitutiva de sua identidade desde as origens.

A mística cristã é uma experiência do Espírito Santo que ensina e profere apenas duas palavras: Abba, Pai, e Senhor Jesus. O místico e a mística cristãos são, portanto, guiados e conduzidos pelo Espírito Santo para experimentar e seguir a carne do Filho e seu percurso terrestre e histórico para finalmente receber a revelação de sua Ressurreição dentre os mortos que é a realização maior da vida plena e eterna. Por ter em seu centro o mistério da encarnação, a mística cristã nunca pôde nem deveu afastar-se do mundo e dos seres humanos que o povoam. E a experiência mística dentro do cristianismo é, pois, inseparável desse mundo e da carne que o habita. Em suma, da vida que pulsa sob suas mais diversas formas.

O que caracteriza a mística cristã, portanto, não é nem jamais foi a sublimidade imaterial, porque o Espírito não se opõe ao mundo, mas o vivifica. O Espírito não foge do mundo, mas desce por sobre as realidades a fim de impregná-las de sua Santidade. O Espírito, portanto, não se refugia no intimismo, mas abre o interior daquele que faz a experiência de Deus, – de quem Ele sonda as profundezas (1 Cor 2,10) – para expandir-se e dilatar-se. Aquele que, segundo Agostinho, tem como nome próprio a palavra Dom, manifesta o seu poder na capacidade que dá aos crentes de seguir Jesus, saindo de si mesmos para a doação ao outro (VAZQUEZ, 2016).

É nesse sentido que a experiência mística tem a forma da experiência ética. A sua intencionalidade e o seu fundo mais profundo visam ao amor, à bondade e à justiça, e não, em primeiro lugar, à beleza ou à verdade. Não porque estas sejam secundárias, mas porque no ser humano devem ser segundas em relação ao amor que é, inseparavelmente, amor a Deus e amor ao próximo.

A vida no Espírito, portanto, é e sempre foi vivência de amor e expressão do amor, compromisso com as obras do amor, portanto, é ao mesmo tempo, experiência espiritual e ética. A mística contemporânea, com sua abertura à secularidade e à pluralidade e à diversidade, traz essa primordialidade do amor entendido como compromisso histórico e transformador e solidariedade universal para o centro do viver e do pensar. Pode parecer incrível – e de certa maneira o é – que em uma cultura que parece desejar exilar o transcendente para fora do cotidiano ou reduzi-lo a um objeto de consumo, seja justamente a mística que possa contribuir para resgatar a espessura da vida humana e das experiências humanas mais profundas em toda a sua força. Trata-se de um desmentido radical e definitivo às acusações que punham sob suspeita a mística como alienação ou fuga da realidade. A mística contemporânea resgata para sempre essa aliança da mística com a realidade e a responsabilidade humana para com ela.

O crescimento em importância da mística em todas as suas formas e filiações, mesmo em suas formas seculares e por assim dizer desinstitucionalizadas, mesmo em suas formas sincréticas ou plurirreligiosas ou multifacetadas, constitui algo de extrema importância em nossa conturbada contemporaneidade. O caminho da mística hoje – incluída aí a mística cristã – é um caminho contracultural, em que a humanização do ser humano e a experiência que lhe dá sentido à vida se dão, por assim dizer, na contramão da sociedade onde vive e do que nela é veiculado como proposta passível de conduzir à felicidade. A mística contemporânea, nesse sentido, é uma instância crítica da sociedade contemporânea.

Em uma cultura de prazer e sensações sedutoras e seduzidas, a experiência mística leva a sair de si e deixar-se afetar pelo outro, sua diferença, sua alteridade, sua necessidade. Este caminho ao encontro da alteridade do rosto do outro implica um profundo e radical desprendimento e uma rigorosa ascese, implicando acolher a dor alheia e fazê-la sua, ser um espaço onde a dor possa abrigar-se, um bálsamo para as feridas daqueles que sofrem. Assim expressou seu mais profundo desejo a jovem Etty Hillesum, mística judia que viveu os horrores do holocausto, sendo assassinada nas câmaras de gás de Auschwitz: “desejaria ser um bálsamo para todas as feridas” (HILLESUM, 2008).

Seduzido por Deus, o místico não se refugia em catarses exteriorizantes e na maior parte das vezes, estéreis, mas entra sem defesas e sem volta em uma aventura em que esta sedução o levará até à perda de si mesmo na comunhão radical com a dor do outro, acolhida e padecida em carne própria. Aqui se poderia citar outros místicos contemporâneos além de Etty Hillesum. Por exemplo, a judia que se tornou carmelita Edith Stein, o arcebispo salvadorenho Oscar Romero, o monge trapista Christian de Chergé, a filósofa francesa de origem judaica Simone Weil, o padre jesuíta operário Egide van Broeckhoeven, o bispo catalão radicado no Araguaia, Pedro Casaldáliga e inúmeros outros e outras.

Em uma cultura consumista, a propaganda assegura que o máximo de felicidade consiste em ter, sempre, cada vez mais, descartando e substituindo o mais rapidamente possível tudo aquilo que se possui – de objetos a pessoas – aumentando a volatilidade e a velocidade da frenética deglutição dos bens e valores. Frente a isto, a experiência mística propõe a experiência do dom, da entrega, do cuidado pelo outro, sobretudo por aquele e aquela que estão mais desprovidos de qualquer amparo e se encontram infelizes e abandonados. E tudo isso em meio à mais absoluta gratuidade.

Em uma cultura que proclama a liberdade entendida como autonomia que a ninguém presta contas e se rege segundo seus desejos mais imediatos, cultivando a soberba de tudo poder, mesmo à custa daquilo que é dos outros, de direito e de fato, a experiência mística é por excelência receptiva e passiva, e, sobretudo, consciente de sua impotência. Experiência teopática, que acolhe e recebe o que é dado, padecendo em si a presença e a ação de Deus sem nada poder fazer para produzi-la, a mística faz o elogio da humildade e da passividade, da ação não agente que, no dizer da mística Simone Weil, é a atitude primordial de todo ser humano.

Em uma cultura em que o poder é glorificado, a experiência mística ensina que o ser humano é paciente mesmo quando agente (RAHNER, 1989, p. 37-59), porque é incapaz de dar-se o ser que faz existir e configura a identidade humana.

Em uma cultura onde a aspiração máxima é devorar avidamente tudo o que se apresenta, consumindo sem digerir, passando em seguida ao consumo de outra coisa ou de outra pessoa, a experiência mística ensina que a realização humana reside no desejo de dar-se, despossuir-se e entregar-se para ser consumido, para servir em tudo às necessidades dos outros, para distribuir-se eucaristicamente em alimento para todos (Cf. CAVANAUGH, 2008).

Em uma cultura injusta, quando os recursos são distribuídos segundo a manipulação egoísta e totalitária de alguns em detrimento de outros; onde o bem-estar de alguns é conseguido à custa da perda e do empobrecimento progressivo e sistemático de muitos, a experiência mística ensina a praticar a justiça e viver segundo seus parâmetros. Não, porém, de uma justiça retributiva, que dá a cada um o que merece, mas, à imitação do próprio Deus, de uma justiça restaurativa, que dá ao outro aquilo de que ele precisa e necessita para viver. E para que essa justiça se faça, o místico paga o preço com sua própria pessoa, expondo-se e arriscando-se para que outros possam ter mais vida e vida em abundância.

Em uma cultura na qual o planeta é agredido e sugados seus recursos; quando o corpo vivo da mãe e irmã terra se esteriliza e a ordem do universo se desordena pela inescrupulosa exploração da criação em nome da ganância e da exploração, a mística aponta para uma experiência de comunhão com essa mesma terra, tratando-a com o carinho de um esposo devotado, como Thomas Merton ou celebrando nela uma grande eucaristia como Teilhard de Chardin.

Em uma cultura onde reina a injustiça, a experiência mística ensina a não querer estar do lado dos vencedores, mas dos vencidos; a não desejar desfrutar das benesses do progresso enquanto há tantos que não têm acesso a elas. Leva a solidarizar-se com as vítimas da injustiça partilhando sua condição e sofrendo a mesma injustiça em sua própria pessoa.

Em uma cultura onde a violência impera e faz vítimas fatais todo dia e a toda hora, a experiência mística contemporânea ensina que o único lugar para estar é junto às vítimas, pois qualquer outra opção seria reforçar a posição dos algozes e carrascos. Antes, aquele ou aquela que experimentou a presença potente e amorosa de Deus como mistério santo, atravessa a violência e assume sobre si mesmo as consequências desta mesma violência, procurando construir uma paz que não é simplesmente ausência de guerras, mas amor ativo e redentor que a tudo restaura e renova a face da terra.

Conclusão

O que aqui foi dito da mística contemporânea se aplica diretamente ao cristianismo, mas não só. Como foi afirmado desde o início, a experiência mística na contemporaneidade não se dá apenas dentro das instituições e das igrejas, mesmo das instituições religiosas. Ela acontece em todo lugar onde homens e mulheres saem de si e ultrapassam os próprios limites para praticar o amor e transformar o mundo guiados por uma experiência de transcendência. Alguns e algumas vivem esse êxodo em seu cotidiano simples e sem muita visibilidade. Outros acedem à praça pública, expondo-se e arriscando a própria segurança e a própria vida.

Dentro ou fora da Igreja e das instituições religiosas, nelas comprometidos radicalmente ou às margens de suas fronteiras, os místicos nos ensinam que experimentar o mistério de Deus no meio do mundo conduz a uma paixão ardente por este mesmo mundo e a trabalhar sem cessar por sua redenção e transformação. Seja qual for seu estado de vida, sua condição social, suas capacidades intelectuais, os místicos e as místicas contemporâneos recolhem-se à câmara nupcial onde a experiência do amor acontece com plenitude e delícia para mergulhar de cheio na realidade desfigurada do mundo em que vivem, buscando configurá-la segundo o mistério do amor que experimentam como dom e graça.

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    Los orígenes del mesianismo davídico en la Biblia

    Sumario

    Introducción

    1 Mesianismo: semántica y modalidades

    2 El mesianismo preexílico: punto de partida de una larga tradición

    3 El mesianismo postexílico: una tradición en continuo desarrollo

    Referencias

    Introducción

    Entre los temas complejos de los estudios bíblicos está el mesianismo. Mucho se ha escrito y se seguirá escribiendo al respecto. En el fondo del problema está la imposibilidad de rescatar el pasado de Israel y recuperar su historia, en el sentido moderno, para obtener pruebas fehacientes. Los textos bíblicos, en su conjunto, son de carácter narrativo-teológico. Están enraizados en contextos histórico-geográficos muy precisos, y responden a las múltiples crisis de fe del pueblo de Israel, para las que pretenden ofrecer una clave de comprensión. La teología narrativa, de la que se revisten, se preocupa por el presente y remite al pasado en la medida estricta en que puede vincularse al momento de los narradores, con miras a desvelar un futuro. Por tanto, sería erróneo el intento de reconstruir la historia de Israel, con textos cuya única intención fuera narrar la historia de YHWH con su pueblo. Lo mismo ocurre cuando se trata del mesianismo.

    La complejidad se agrava aún más cuando se sabe que muchos estudiosos se dejan atrapar por sus opciones religiosas e ideológicas, defendidas a fuego y hierro. Pasando por alto una lectura honesta del texto bíblico, con los métodos adecuados, cultivan posturas intolerantes y belicosas, cuando se esperaba que buscaran el consenso, en la pluralidad de enfoques, para trabajar la misma tradición escriturístico-teológica.

    Nuestro objetivo es mostrar cómo las narraciones histórico-bíblicas, especialmente la Historiografía Deuteronomista, describen el nacimiento del mesianismo davídico, que se fue gestando en la tradición histórica y profética de Israel, así como, en los salmos, hasta el punto de, en el posexilio, ya no se espera un rey personal, sino un David escatológico y, más difusamente, un tiempo mesiánico.

    El mesianismo se desplegó de diversas maneras, “pero al mismo tiempo conservó algunos rasgos característicos comunes” (SOUSA, 2009, p. 10). Entre ellos: los mesías se presentan como libertadores, enviados por YHWH, con una misión al pueblo; una de sus principales tareas es restaurar el Reino de David, dentro de sus límites geográficos y con la grandeza de los tiempos antiguos; reedificarán el Templo de Jerusalén; restablecerán la unidad de las tribus dispersadas por el exilio babilónico y, finalmente, harán que la Torá recupere su centralidad en la vida del pueblo porque es la voluntad de YHWH (SILVA; SILVA, 2017, p. 252). ¡Cada mesías dice ser “el” Mesías!

    El mesianismo bíblico adquirió dos connotaciones distintas. Antes del exilio, se refiere al rey reinante o, en el caso de un rey impío, al esperado rey justo. Cuando Jeremías denuncia la impiedad del rey Joaquín (609-597 aC), en su horizonte está el deseo de que le suceda un rey justo (Jr 22,13-19). Después del exilio babilónico, ante la imposibilidad de restaurar la dinastía davídica, dificultada por los gobernantes persas, las esperanzas mesiánicas serán cada vez más postergadas, hasta asumir dimensiones escatológicas. Así, debe entenderse que “las semillas del mesianismo estaban presentes en el pensamiento israelita desde tiempos mucho más primitivos, aunque no brotaron y florecieron antes del período posexílico” (BARTON, 2005, p. 387).

    Nuestro camino se detendrá en los albores del posexilio, cuando los retornados de Babilonia hagan un discreto intento de confiar el liderazgo de los judaítas, en el proceso de reconstrucción de las instituciones de Israel, a un davídida nacido entre los exiliados. Ha corrido mucha agua bajo el puente a lo largo de la historia, dando lugar a un abanico enorme de tradiciones mesiánicas, tanto en Qumran, en el judaísmo rabínico, en la diáspora alejandrina, como en el ámbito de lo que convencionalmente se denomina Nuevo Testamento, con la figura de Jesús de Nazaret transformado por sus discípulos en el Mesías: Jesucristo (FABRY; SCHOLTISSEK, 2008).

    Los ideales mesiánicos, de los más diversos tipos, desbordan el mundo de la tradición bíblica y están tácitamente presentes en las esperanzas cultivadas por los seres humanos. Aquí y allá aparecen personalidades, principalmente políticas y religiosas, en las que se depositan expectativas mesiánicas, como sucedió, en el pasado, con el mesías esperado, tanto antes como después del exilio. Se recomienda una lectura discernida de los textos bíblico-mesiánicos a la hora de evaluar a los candidatos a mesías de todos los tiempos, con aspiraciones de salvadores, como enviados de la divinidad para iniciar un tiempo nuevo, como si de una era escatológica se tratara. Los tiempos de crisis son propicios para el surgimiento de mesías, en el contexto de los anhelos de salvación presentes en los corazones humanos, encarnados en luchas sociopolíticas por la liberación, con motivaciones religiosas o no religiosas, a veces de carácter nacionalista. En este sentido, se puede hablar de un mesianismo ateo, a veces no menos militante que los mesianismos religiosos.

    El trasfondo de los mesianismos se presenta como una utopía, nunca completamente realizada, ya que siempre se abren nuevos horizontes a medida que se avanza. Sería razonable decir que ningún ser humano o comunidad sería capaz de vivir dignamente si dejara de cultivar ideales mesiánicos. ¡La experiencia bíblico-cristiana constituye un excelente paradigma!

    1 Mesianismo: semántica y modalidades

    La palabra mesianismo, que no aparece en el texto bíblico, se refiere a la raíz verbal hebrea mashah, con el significado de ungir. En el ámbito de la Biblia, apunta a quién fue elegido por Dios – hamashiah – para asumir tareas muy concretas y especiales, en línea con la práctica de las monarquías en el Cercano Oriente Antiguo, adaptadas al yahvismo israelita. “Aun siendo deudor de religiones anteriores, como la egipcia, la babilónica y el zoroastrismo, el mesianismo, en el antiguo Israel, adquirió contornos únicos y definidos” (SILVA; SILVA, 2017, p. 250).

    El mesianismo no está tan presente en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento.

    En el Antiguo Testamento, hay treinta y nueve usos de la palabra mashiah. La mayoría de las veces designan al rey. No debe sorprender que se encuentren esencialmente en el libro de Samuel (quince apariciones), donde la unción dispensada por el profeta sucesivamente a Saúl, luego a David, tiene su importancia porque se trata de la consagración de los primeros reyes. Para el Segundo Isaías (45,12), el “ungido” es un gobernante extranjero, el conquistador persa Ciro, que permite que los exiliados de Judá regresen a Jerusalén. (HADAS-LEBEL, 2006, p. 53)

    El rey, de manera muy particular, recibe la unción como forma de consagración a su tarea. “La unción es un rito religioso. Va acompañada de una venida del Espíritu. Diríamos que confiere la gracia”, por eso “el rey, persona consagrada, participa así de la santidad de Dios. Es inviolable” (DE VAUX, 1982, p. 161). Se puede decir que todo rey, por ser ungido, cuando asciende al trono, se convierte en mesías, considerando la etimología de la palabra. ¡Todos los que reciben la unción están revestidos de identidad mesiánica! Sin embargo, la unción de reyes, en el contexto bíblico, tiene especial relevancia. Se habla de la unción de Saúl (1S 10,1; 24,7), David (1S 16,12-13), Salomón (1R 1,34-40), Hazael (1R 19,15), Jehú (1R 19,16; 2Rs 9,6), Joás (2R11,12) y Joacaz (2R 23,30) (FABRY; SCHOLTISSEK, 2008, p. 23).

    Cuando desaparece la monarquía en Israel, los sumos sacerdotes reciben la unción; después, todos los sacerdotes (DE LA POTTERIE, 1977, col. 1049). En cuanto a los profetas, solo se habla de Elías que recibió el mandato divino de ungir a Eliseo como su sucesor (1 Rs 19,16). Eclo 48,8 recuerda este hecho, al exaltar al profeta Elías: “ungiste reyes vengadores y profetas para sucederte”. Por su parte, Is 61,1 –“YHWH me ungió”– alude a la unción del profeta anónimo en el exilio, al inicio de su ministerio. Sin embargo, se trata de una unción de carácter simbólico-espiritual, no precisamente física. “El Mesías aparece en la mayoría de los casos como un rey, generalmente de ascendencia davídica, con influencia en el ámbito político y religioso (indisolublemente unidos)”; en el Antiguo Testamento la palabra nunca se usa “como título para referirse a ‘un rey salvador de los últimos tiempos’” (SICRE, 1995, p. 17,18).

    El rito de la unción de los nuevos reyes indica el poder que YHWH les otorga con vistas a una misión (1S 10,1-10; 16,13). También puede entenderse como una forma de adopción –“Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy” (Sal 2,7)–, que los inviste de especial grandeza e inviolabilidad (1Cr 16,22; 2Cr 6,42; Sal 105[104], 15), hasta el punto de que podrían ser considerados la presencia de Dios o, al menos, su lugarteniente entre el pueblo.

    El significado específico de la palabra mesianismo apunta a la espera de la llegada del Mesías (en griego, christós; en español, ungido) que, investido de autoridad divina, se presenta como portador de la salvación histórica para el pueblo, en tiempos difíciles de la opresión Por lo tanto, tiene connotaciones positivas de esperanza al develar un tiempo propicio, en el cual terminarán el dolor, el sufrimiento y todo tipo de violencia, por medio de la intervención divina a través del ungido de YHWH. “En el estricto sentido judío, el mesianismo es la expectativa de un descendiente del rey David (un davídida) para el fin de los tiempos” (FABRY; SCHOLTISSEK, 2008, p. 13).

    En el Antiguo Testamento, la palabra mesías aparece principalmente en 1 y 2S (15 veces), refiriéndose a la unción de los primeros reyes de Israel, Saúl y David. Is 45,1 lo aplica a Ciro, el conquistador persa que permitiría a los israelitas exiliados volver a Jerusalén. Lv 4,3.5.16; 6,15 se refiere al sumo sacerdote como mesías. En Hab 3,13 y Sal 28,8 se trata del pueblo de Israel. Las alusiones al mesías davídico, en Sal 2,2; 18[17],51; 20[19],7; 105[104],15, apuntan a la esperanza puesta en un rey humano, sin connotación escatológica. En ningún momento se piensa en una figura que abriría una era de salvación, como ocurrirá en las expectativas mesiánicas forjadas a lo largo de la historia del judaísmo. Aunque haciendo uso de mediaciones humanas, en última instancia, YHWH se presenta como el autor de la salvación en beneficio de su pueblo. Si algo sucedió o sucederá, se le debe atribuir la autoría. YHWH se presenta como el realizador de la salvación-liberación, no el mesías, aunque éste sea el anunciador de la obra divina.

    En sentido abierto, el mesianismo se relaciona con la escatología, la consumación de los tiempos, donde la figura del Mesías asume un lugar secundario en un “mesianismo sin mesías”, pues apunta a un nuevo tiempo en el camino de la humanidad, más allá de los tormentos del regalo “’Mesianismo’ se convirtió así en un concepto general para muchas representaciones escatológicas y apocalípticas que tenían diferentes orígenes y funciones” (FABRY; SCHOLTISSEK, 2008, p. 18).

    En el ámbito de la tradición bíblica, el Mesías asumió tres modalidades: rey, profeta e Hijo del Hombre, cada una subrayando un elemento de su acción y de su identidad. El mesías rey se centra en la dimensión político-social (Is 11,1-9). El mesías profeta tiene una palabra de YHWH, en el sentido de llamar al pueblo a la conversión y disponerlo a obrar según la voluntad divina (Jr 7,1-15). El Hijo del Hombre adquiere una dimensión celestial, al descender del cielo para establecer el plan de Dios en la historia (Dn 7,13-14).

    2 El mesianismo preexílico: punto de partida de una larga tradición

    En el origen del mesianismo bíblico está la idea del mesías rey, ligado a la casa de David, cuya eternidad estaba garantizada por YWHW: “tu casa y tu realeza permanecerán para siempre delante de ti, y su trono será firme para siempre” (2S 7,16). De hecho, “en el Antiguo Testamento, la ideología real es la principal responsable de la posterior elaboración de la expectativa mesiánica” (FABRY; SCHOLTISSEK, 2008, p. 33). “Si Israel no hubiera tenido reyes, nunca hubiera llegado a formular la idea mesiánica. Aunque hubiera habido reyes, sin la figura de David y la promesa de una dinastía eterna, tampoco habría surgido el mesianismo en Israel” (SICRE, 1995, p. 18).

    David fue ungido por Samuel, de acuerdo con el mandato divino: “YHWH le dijo: ‘¡Levántate y úngelo, es él!’ Samuel tomó el cuerno de aceite y lo ungió en presencia de sus hermanos. El espíritu de YHWH descendió sobre David desde aquel día en adelante” (1Sm 16,13). David era todavía un niño, sin ningún peso social. Posteriormente, las tribus de Israel, reunidas en Hebrón, “ungieron a David por rey sobre Israel” (2S 5,5) para confirmar el gesto de Samuel.

    Sin embargo, ya podrían haberse dado alusiones a la realeza en Israel en Gn 49,10, incluso sin que aparezca la palabra mesías: “no será quitado el cetro de Judá, ni el bastón de mando de entre sus pies”, y Nm 24,7.17: “Un héroe surge en su descendencia, y gobierna sobre muchos pueblos. Su rey es más grande que Agag, su reinado es exaltado. […] Una estrella procedente de Jacob se convierte en jefe, un cetro se levanta procedente de Israel” (COPPENS, 1967, p. 153-179). En el período de los Jueces, Abimelec fue “proclamado rey junto a la encina de la estela que está en Siquem” (Jc 9,6), en un intento de introducir un nuevo modelo de liderazgo de las tribus. Su hermano Jotam denunció la locura de la opción a través de una fábula (Jc 9,7-15) que describe una asamblea de árboles para elegir quién los conduciría (Jc 9,16-21). ¡Una mala elección tiene graves consecuencias!

    Los líderes de las tribus presionaron a Samuel para que les concediera un rey, tal vez insatisfechos con la forma precaria en que se ejercía el liderazgo entre ellos: “ahora, pues, pon sobre nosotros un rey que ejerza justicia entre nosotros, como sucede en todas las naciones” (1S 8,5). La petición y la motivación desagradaron a Samuel (1S 8,6). Por un lado, YHWH era el Rey de Israel; en cambio, Israel no era un pueblo como los demás, sino el pueblo escogido por Dios. Pedir un rey significaba rebelarse contra YHWH y negarse a ser guiado por él. Sin embargo, una orden divina guio a Samuel a atender el pedido del pueblo. YHWH reveló el verdadero significado de lo que estaba sucediendo: “No eres a ti a quien rechazan, sino a mí a quien rechazan, porque ya no quieren que yo reine sobre ellos” (1S 7,7).

    YHWH consiente en conceder el deseo del pueblo. Sin embargo, manda a Samuel: “pero solemnemente recuérdales y explícales el derecho del rey (mishpat hamelek) que reinará sobre ellos” (1S 8,9). Así lo hace Samuel, describiendo al rey con colores oscuros (1S 8,11-17) y advirtiendo de la inconveniencia de haberse puesto contra YHWH, el verdadero Rey de Israel. “Aquel día clamaréis contra el rey que habéis elegido, pero YHWH no os responderá en aquel día” (1 S 8,18). Aun así, la gente permaneció inflexible en su intento.

    Entonces YHWH ordena a Samuel: “escucha su voz y haz que un rey reine sobre ellos” (1S 8,22). Comienza así una nueva etapa en la vida del pueblo de Israel, con la novedad de tener un rey (melek) a la cabeza, de tal forma que oscurece el liderazgo divino. “A partir de ahora, el rey irá delante de vosotros” (1S 12,2). En otras palabras, un mesías sería el rey de Israel. David se refiere a Saúl como mesías (1S 24,7.11; 26,16); y castiga con la muerte al extranjero amalecita que asestó el golpe de gracia al moribundo Saúl, “ungido de YHWH”, a petición suya (2S 1,14.16). Abisai propone la pena de muerte para Semei, que maldijo a David, el “ungido de YHWH” (2S 16,5-14; 19,22). El título se aplica también a David, con la expresión “ungido del Dios de Jacob” (2 S 23,1).

    La unción de Saúl, el primer rey, sucedió por iniciativa de Samuel, guiado por la “palabra de YHWH”, como si el mismo YHWH lo estuviera ungiendo. Sin embargo, el narrador no se refiere a Saúl como rey (melek), por lo tanto, ungido, sino como comandante (nagid) (1S 9,27–10,1). Al llamarlo nagid, en cierto modo, el narrador bíblico da la impresión de no considerarlo un auténtico “mesías”, dignidad reservada a David. En el período premonárquico, los jefes de las tribus, llamados jueces (sofetim), recibían la vocación divina y pasaban a actuar sin el rito de la unción.

    David, a su vez, fue ungido por Samuel cuando aún era un niño, porque YHWH se había arrepentido de haber hecho rey a Saúl (1S 15,11) y ya había encontrado “un hombre conforme a su corazón, y lo había puesto por comandante (nagid) de su pueblo” (1 S 13,14). El pequeño David fue llamado con prisa, en un momento en que cuidaba el rebaño de su padre, habiendo sido rechazados sus siete hermanos adultos (1S 16,10). Al llegar, YHWH le dijo a Samuel: “¡Levántate y úngelo, porque él es!” Entonces, “Samuel tomó el cuerno de aceite y lo ungió en presencia de sus hermanos. El espíritu de YHWH descendió sobre David desde aquel día y también después” (1S 16,12-13). Al inicio efectivo de su misión, David, adulto, recibe una segunda unción: “vinieron los hombres de Judá y ungieron allí a David por rey (melek) sobre la casa de Judá” (2S 2,4). También recibe una tercera unción, que lo hace rey sobre todas las tribus de Israel: “Entonces todos los ancianos de Israel vinieron al rey (melek) en Hebrón, y el rey David concluyó un pacto con ellos en Hebrón, en presencia de YHWH, y ungieron a David por rey sobre Israel” (2 S 5,3).

    El narrador bíblico considera a David, de hecho, el primer rey de Israel. La triple unción, que no se repite para ningún otro rey, apunta en esa dirección. Por otro lado, la forma en que describe al personaje de Saúl, reduciéndolo en importancia, da la impresión de que, después de todo, era una especie de término medio entre los jueces y el rey David. La profecía de Natán (2S 7,4-17), que anuncia la perpetuidad de la realeza en Israel, en efecto, se refiere a David y a su descendencia, cuando declara: “cuando se cumplan tus días y te acuestes con tus padres, haré que quede tu linaje después de ti, el que habrá salido de tus entrañas, y afirmaré su realeza. (2S 7,12).

    La unción de Salomón, realizada en un contexto de intriga palaciega, continúa la serie de unciones de los reyes de Israel. El poder comenzó a escapar de la mano de David, ya “viejo y de avanzada edad” (1 R 1,1). Dos partidos chocan para tomarlo. Por un lado, está Adonías, hijo del rey, quien se jactaba, junto con sus partidarios, diciendo: “¡Yo soy el que reinará (malak)!” (1R 1,5). Por otro lado, el profeta Natán con Betsabé, la madre de Salomón, se articula para desbaratar los planes de Adonías y obtener el trono para Salomón. La artimaña consistía en exigir al decrépito David una supuesta promesa hecha a Betsabé: “Tu hijo Salomón reinará después de mí y él se sentará en mi trono” (1 R 1,19). Sin embargo, no se da información al lector sobre la existencia de tal promesa y su contexto. El rey se deja convencer, ordenando: “como te juré por YHWH, Dios de Israel, que tu hijo Salomón reinaría (malak) después de mí y se sentaría en mi lugar en el trono, así lo haré hoy”. (1 R 1,30). Inmediatamente determina la unción real de Salomón, a cargo del sacerdote Sadoc, acompañado del profeta Natán y del general Benaía: “el sacerdote Sadoc tomó el cuerno del aceite de la Tienda y ungió a Salomón. Sonó la trompeta y todo el pueblo gritó: ¡Viva el rey Salomón!” (1 R 1,39).

    Habiendo recibido el reino con un beso, Salomón es extremadamente activo, ya sea eliminando los cabecillas del bando contrario (1R 2,26-46a), de manera que “el reino se consolidó en sus manos” (1R 2,46b), o mostrando signos de astucia política (1R 1,1-2,46), de ser amigo de Dios (1R 3,1-15; 8,14-61; 9,1-9), de tener sentido de la justicia (1R 3,16-28), de ser sabio (1R 5,9-14; 10,1-13), de ser un excelente constructor (1R 5,15–6,14) y de ser un rico comerciante (1R 10, 14 -29).

    Sin embargo, un paso en falso lo llevó a su caída. La grandeza de su reino resultó de una extensa política de alianzas, que el texto bíblico indica al referirse a su harén hiperbólico: “tuvo setecientas princesas y trescientas concubinas, y sus mujeres desviaron su corazón” (1 R 11, 3). Construyó templos para las deidades nacionales de sus esposas y concubinas, llegando incluso a adorarlas (1 R 11,5-8). YHWH se irrita por tal desvío de conducta (1R 11,9-10) y decide: “Te quitaré el reino y se lo daré a uno de tus siervos” (1R 11,11).

    Comienza entonces el desmoronamiento del Reino de Israel, ya en sus albores, por la infidelidad de su mesías. El narrador bíblico cuenta con detalle una historia que culminó con la deportación del rey Joaquín (597 a.C.) a Babilonia, junto con “todos los dignatarios y todos los notables, diez mil desterrados, y todos los herreros y artesanos, quedando sólo la población más pobre de la tierra” […] “todos los hombres valientes, en número de siete mil, y todos los hombres capaces de tomar las armas”, llevando también “los tesoros del Templo de YHWH y los tesoros del palacio real, además de romper todos los objetos de oro que Salomón, rey de Israel, había hecho para el Templo de YHWH, como YHWH había anunciado” (2 R 24,13-17). Un mesías espurio, Sedequías, fue colocado en el lugar del rey exiliado (2 R 24,17).

    A continuación, se produce una segunda deportación (587 a. C.) –“Judá fue desterrado lejos de su tierra” (2R 25,21b)–, tras el saqueo y destrucción del Templo de YHWH (2R 25,13- 17) y el asesinato de los consejeros de la corte (2 R 25,18-21a). En cuanto al rey Sedequías, impuesto por los dominadores, fue apresado y llevado a Rebla, donde estaba el cuartel general de Babilonia, en presencia de Nabucodonosor, quien lo sometió a juicio. “Hicieron decapitar a los hijos de Sedequías en su presencia, luego Nabucodonosor le sacó los ojos, lo esposó y lo llevó a Babilonia” (2 R 25,6).

    La narración desde el Libro de Josué hasta el Segundo Libro de los Reyes, conocida como Historiografía Deuteronomista, concluye con una escena intrigante. El rey babilónico Evil-Merodac, cuando ascendió al trono, amnistió a Joaquín, el rey desterrado de Israel, sacándolo de la prisión. “Él le habló con bondad y le dio un trono más alto que el de los otros reyes que estaban con él en Babilonia. Jeconías (Joaquín, 2 R 24, 6.8) dejó su ropa de prisionero y comenzó a comer siempre en la mesa del rey, por el resto de su vida. Su sustento estaba garantizado constantemente por el rey, día tras día, mientras viviera” (2 R 25,29).

    Joaquín, en la convicción del pueblo, era el verdadero rey de Israel, el mesías, porque Sedequías carecía de legitimidad. Su supervivencia, en tierras extranjeras, apuntaba a la esperanza de restaurar la realeza davídica, en la línea de la profecía de Natán (2S 7,1-17), donde YHWH declara la eternidad de la casa de David, v. 16: “Tu casa y tu realeza estarán para siempre delante de ti, y su trono será firme para siempre” (Sal 18[17],51).

    La esperanza está simbolizada, en la historiografía deuteronomista, con una lámpara (ner) que no debe apagarse. Tal lámpara sería el rey, mesías, de Israel (2S 21,17; 1R 11,36; 1R 15,4; 2R 8,19; cf. 2Cr 21,7; Sal 132[131],17). La supervivencia de Joaquín puede entenderse como la preservación de la pequeña lámpara de Israel, que volvería a brillar en todo su esplendor. con él. […] Tu casa y tu reino permanecerán para siempre en mi presencia; tu trono permanecerá para siempre” (2S 7,14-16; Sal 89[88],29-38) (ALVES, 2015, p. 67-84).

    3 El mesianismo postexílico: una tradición en continuo desarrollo

    La profecía de Natán está en el origen de la continuidad del mesianismo davídico en el período posterior al exilio. La certeza de que la realeza correspondía al proyecto de YHWH motivó a los israelitas a buscar formas de restaurarla después de la tragedia del exilio babilónico. “Si nunca hubiera existido una monarquía en Israel, y si no hubiera asumido la alta posición ideológica que, con frecuencia, los profetas de hecho criticaron, difícilmente habría arraigado el mesianismo” (BARTON, 2004, p. 389).

    Una esperanza amaneció en el horizonte, cuando el rey persa Ciro derrotó a los babilonios, en el 539 aC, y, al año siguiente, publicó el Edicto en el que permitía el regreso de los exiliados (Esd 1,1-11). Este recurso corresponde al modelo persa de dominación que consistía en capturar la benevolencia de los pueblos vasallos, actuando con violencia sólo en caso de insubordinación.

    Sin embargo, al regresar a la tierra, a los exiliados no se les dio derecho a restablecer la realeza, con el nombramiento de un rey en el trono de David, vacante desde la deportación de Joaquín. En el relato bíblico, Ciro se reconoce encargado por el mismo YHWH de construir un templo al “Dios de Israel” (Esd 1,3). Por eso, promovió una colecta de fondos para llevar a cabo la obra: “que todos los sobrevivientes, en todas partes, la población de los lugares donde viven, traigan ayuda en plata, oro, bienes, animales y donaciones espontáneas para el Templo de Dios que está en Jerusalén” (Esd 1,4). Nada se dice de quién liderará la obra de reconstrucción, con la posibilidad de ser considerado rey-mesías. Sin embargo, la llama del mesianismo permanece viva como brasas escondidas bajo las cenizas.

    El período posterior al exilio abre nuevas perspectivas para el mesianismo en Israel (CARVALHO, 2000, p. 33-37). Los ojos se vuelven hacia Zorobabel, nieto de Joaquín, el rey que murió en cautiverio. 1Cro 3,17-19 enumera, entre los “hijos de Jeconías, el cautivo: Salatiel, su hijo”, padre de Fadaías, padre de Zorobabel. Sin embargo, la tradición más extendida habla de Zorobabel, hijo de Salatiel (Esd 3,2; Ag 1,1; Ne 12,1; Mt 1,12; Lc 3,27). La etimología del nombre, “retoño de Babel”, implica que nació durante el cautiverio en Babilonia. “Fue celebrado como el esperado rey salvífico” (FABRY; SCHOLTISSEK, 2008, p. 45). De hecho, fue un auténtico David, por lo que, “sin duda, los persas, según su costumbre, le hicieron gobernador” (VAN DEN BORN, 1977, col. 1580). Dt 17,14-20, la ley del rey puede entenderse como una pauta de actuación del nuevo David para ocupar el trono, prácticamente vacante desde el destierro de Joaquín. La sumisión a la Ley Mosaica (Dt 17,18-20), para evitar futuros desastres, sería la marca del ethos del nuevo monarca de Israel (Ez 34,23-24; 37,24-25), siempre ¡recordando que YHWH habría de ser el verdadero rey de Israel!

    El profeta Ageo se da cuenta de que los ojos de YHWH están sobre él: “En aquel día, declara YHWH de los ejércitos, tomaré a Zorobabel, hijo de Salatiel, mi siervo, oráculo de YHWH, y te pondré como anillo de sellar (hotam). Porque yo os he escogido, dice YHWH Todopoderoso” (Ag 2,23). Tuvo un papel indispensable en la nueva realidad política que estaba por surgir en Israel, ya que contaba con dos cualidades esenciales: era miembro de la dinastía davídica, además de estar acreditado por las autoridades persas. ¡Una verdadera esperanza mesiánica se apodera del pueblo!

    El profeta Zacarías aplica a Zorobabel el título de “retoño” (simhah), quien “llevará insignias reales, se sentará en su trono y gobernará. Habrá un sacerdote a su derecha. Entre los dos habrá perfecta paz” (Za 6,13) (RINALDI, 1966). En Za 3,8 ya se le había atribuido el mismo título: “he aquí yo traigo a mi siervo ‘el Renuevo’”, cuyo origen se remonta a Jr 23,5: “he aquí que vendrán días, oráculo y YHWH, en el cual levantaré a David una descendencia justa. Un rey reinará y actuará sabiamente y ejercerá derecho y justicia en la tierra”. Esta afirmación se repite en Jr 33,15 (Is 4,2; 11,1). El rey-mesías hará su entrada triunfal en Jerusalén entre gritos de alegría, “justo y victorioso, humilde, montado en un asno, en un pollino hijo de asna” (Za 9,9; Gn 49,11; Jc 5,10; 10,4; 12,14; 2S 19,27), con la tarea de suplantar la guerra y “anunciar la paz a las naciones”, en su dominio que “irá de mar a mar y del río hasta los confines de la tierra” (Za 9,10); en términos geográficos, el espacio que va desde el mar Mediterráneo hasta el río Éufrates.

    El profeta Ageo reconoce a Zorobabel como “gobernador de Judá” (pehah yehudah – Ag 1,1.14; 2,2,21). No puede llamarlo rey (melek), por las circunstancias, a pesar de desempeñar funciones propias de quienes ostentan el poder real. La tarea principal que le encomendó a él, así como a Josué, sumo sacerdote, el oráculo del profeta Ageo, se refería a la reconstrucción del Templo, reducido a ruinas por los babilonios (Ag 1,3-11). La orden divina fue prontamente obedecida, de modo que “vinieron y trabajaron en el templo de YHWH de los ejércitos, su Dios” (Ag 1,14). La preocupación por la reconstrucción del Templo tiene que ver con un deseo de los retornados del exilio, con recomendaciones expresas de la autoridad persa para hacerlo (Esd 1,3-4), y con la presión del sumo sacerdote Josué, compañero de Zorobabel. Sin embargo, se podría sospechar que se trató de una estrategia de Zorobabel para involucrar al pueblo en una tarea común, un gran esfuerzo conjunto, capaz de enfriar los conflictos entre los que regresaron del exilio y quisieron imponerse y los que se quedaron en la tierra, sufriendo las penalidades de vivir entre las ruinas.

    Pasó el tiempo y no fue posible restaurar la realeza a la manera davídica. Después de Zorobabel, no hubo nadie que asumiera el liderazgo de Judá como descendiente de David, dando al cargo colorido real. A su vez, el Templo pasó a ocupar el lugar antaño reservado al palacio real. En consecuencia, el sumo sacerdote, así como su familia, despuntaban cada vez más, relegando a un segundo plano la esperanza, próxima, del ascenso de un davídida que se sentase en el trono vacante, desde que el último rey legítimo, Joaquín, fuese llevado por la fuerza a Babilonia, donde murió.

    Con el exilio, se interrumpió la línea de los davídidas y, en consecuencia, la unción quedó suspensa. Pero, a pesar de las experiencias negativas con la monarquía, quedó el recuerdo positivo, que se reformó como una buena expectativa del rey, que inicialmente parecía realizarse bajo Zorobabel, siendo luego frustrada y transformada en una expectativa indeterminada de un David redivivo. Al principio, esta expectativa no era mesiánica, ya que no predecía nada más que el sistema hierocrático posexílico sería sucedido por una toma del poder de un davídida. (FABRY; SCHOLTISSEK, 2008, p. 30)

    De aquí nacen dos hilos de esperanza. En el aspecto apocalíptico, comenzaba a esperarse el regreso de David. Jr 30,8-9, una glosa, apunta en esta dirección: “Acontecerá aquel día – oráculo de YHWH de los ejércitos -, […] Israel y Judá servirán a Yahveh su Dios y a David su rey (melek), que yo les suscitaré”; así como Ez 34,23-34: “Les suscitaré un pastor que los apacentará, a saber, mi siervo David: él los apacentará, él les servirá de pastor. Y yo, YHWH, seré su Dios y mi siervo David será príncipe (nashi’) entre ellos”; Os 3:5: “después de esto los israelitas volverán y buscarán a YHWH su Dios y a David su rey (melek). Volverán temblando a YHWH y a sus bienes al final de los días.”

    Por la vertiente escatológica, se le da al mesías una proyección más allá del tiempo y del espacio, al hablar de la situación dramática de “YHWH y su mesías”, frente a las conspiraciones perpetradas por los pueblos (Sal 2,2). YHWH, sin embargo, se mantiene firme en la protección de su elegido: “¡Fui yo quien consagró a mi rey (melek) en Sion, mi monte santo!” (Sal 2,6), como un hijo (ben): “Publicaré el decreto de YHWH, que me dijo: ‘Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Pide y te daré por herencia las naciones, como posesión tuya los confines de la tierra. Los romperás como un cetro de hierro. Los despedazarás como vaso de alfarero” (Sal 2, 7-9). El Sal 72[71], a su vez, prospectando al futuro rey, pide a YHWH: “da al rey (melek) tu juicio y tu justicia al hijo del rey; que él gobierne a tu pueblo con justicia, y a tus pobres con rectitud […] con justicia, juzgue a los pobres del pueblo, salve a los hijos de los menesterosos y aplaste a sus opresores” (v. 1-3), de modo que se eviten los errores de los reyes de antaño. En alusión a 2S 7,4-17, se pide: “que su nombre permanezca para siempre, y su fama dure bajo el sol” (Sal 72[71], 17). El Sal 110[109] retoma el tema del mesianismo, ahora con una connotación sacerdotal, cuando declara: “tú eres sacerdote (kohen) para siempre según el orden de Melquisedec” (v. 4). Éste, al que se refiere Gn 14,18-20, se presenta como un sacerdote sin genealogía, aunque es “sacerdote del Dios altísimo”, además de “rey de Salem” (¿Jerusalén?) (v. 18). Por tanto, el futuro rey no será del linaje davídico, aunque su entronización es “para siempre” y su base de acción es Jerusalén-Sion: “desde Sion, YHWH extiende tu poderoso cetro (mateh ‘oz) y domina (radah) en medio de tus enemigos” (v. 2). La referencia al rey-sacerdote Melquisedec, en el Salmo, llama la atención sobre las tareas culturales realizadas por los reyes de antaño (2S 6,17; 1R 8,62-63; 12,32-33; 2R 16,12- 13).

    En virtud de su posición especial ante Yahweh […] que surge de la naturaleza sagrada de su realeza; […] para el rey, no hay forma de eludir la responsabilidad de la mediación, no hay forma de elegir no ser sacerdote o no ejercer los deberes sacerdotales. (ROOKE, 2005, p. 201.206)

    En cierto modo, el mesías davídico será un rey original, que abrirá una nueva era para el Pueblo de Israel. El Sal 110[109],3 subraya la vocación mesiánica del nuevo rey, llamado a esta misión desde el alba de su existencia: “poder (hayil) para ti desde el nacimiento, honores sagrados desde el vientre (meroham), desde la aurora de tu juventud”.

    Asimismo, Is 8,23b–9,6 sirve como clave para comprender el mesianismo real que surgiría de las cenizas del exilio babilónico (VITÓRIO, 2015, p. 27-34). Las expectativas recaen sobre un recién nacido, que es el encargado de continuar la dinastía davídica: “nos nació un niño (yeled), se nos dio un hijo (ben). Recibió poder (misrah) sobre sus hombros” (Is 9,4), para reinar “sobre el trono de David y sobre su reino”, para “establecerlo y afirmarlo sobre el derecho y la justicia” (9,6bc). Una serie de títulos le habilitan para cumplir su misión: “consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno y príncipe de la paz” (9,5b). El tema de la eternidad vuelve, en la afirmación: “desde ahora (me’atah) y para siempre (`ad `olam), el amor celoso de YHWH de los ejércitos hará esto” (9,6d). “En un rey humano pone el profeta su esperanza de que gobernará al pueblo de manera admirable, lo acogerá con cariño de padre, lo defenderá con valentía, establecerá un tiempo de paz y bienestar” (SICRE DÍAZ, 2012, pág. 432).

    Is 11,1-9 puede leerse en la perspectiva de esta esperanza mesiánica, ante el fracaso de los reyes de Israel, cuya línea sucesoria quedó suspendida con motivo del exilio babilónico. “La esperanza de restauración pudo haber sido formulada durante el exilio o en los últimos años del siglo VI, durante el reinado de Zorobabel” (SICRE DÍAZ, 2012, p. 435). El profeta tiene en mente la metáfora de un árbol cuyo tronco ha sido cortado, de modo que sólo queda un tocón del que crece un pequeño retoño. La declaración “saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará.” (v. 1) vincula el renacimiento de la realeza en Israel con el tronco ancestral davídico, aunque sea una novedad. A continuación, el profeta describe la identidad carismática del rey-mesías (v. 2-3a), su modo de actuar (v. 3b-5), así como el resultado en la forma de una sociedad donde la solidaridad es la seña de identidad de las relaciones interpersonales, en la búsqueda de entendimiento entre partes contrapuestas (v. 6-9a). La acción benéfica del rey-mesías se extenderá más allá de los límites de Israel y de su pueblo, para llegar a toda la tierra: “la tierra será llena del conocimiento de YHWH, como las aguas llenan el mar” (v. 9b). “En ninguno de estos textos se usa el término Mesías, pero las referencias a la casa de David y su papel de liderazgo constituyen siempre la piedra angular sobre la que se construye la esperanza” (CARVALHO, 2000, p. 33).

    La profecía de Isaías también se refiere al mesianismo davídico: “sobre la misericordia se asentará el trono, y sobre él, en la tienda de David, se sentará un juez fiel (sofet), que buscará el derecho y velará por la justicia” (Is. 16,5). Como puede verse, el juez ejercerá las funciones de un rey, “cuando haya cesado la opresión, haya cesado la devastación y hayan desaparecido los que pisotean la tierra” (Is 16,4b). Is 32,1-5, al declarar que “un rey reinará según la justicia”, puede leerse en una perspectiva mesiánica (BARTON, 2005, p. 389). Is 55,3b alude a la perpetuidad de la dinastía davídica, según las promesas de 2S 7,4-17, la única referencia en el Deutero-Isaías que nunca se refiere a la restauración de la monarquía: “voy a firmar con vosotros una alianza eterna (berit olam), asegurándoos las gracias prometidas a David.”

    Además de las profecías de Isaías, la profecía de Miqueas también habla de un recién nacido destinado a ejercer funciones reales (Mi 5,1-4a). Originario de Belén-Efrata, como el rey David, tendrá la función de gobernar (masal) Israel (v.1). Vale la pena señalar que no tendrá raíces en el davidismo de Jerusalén, ya que vendrá del interior, de “los más pequeños entre las familias de Judá”. Por otro lado, no será conocido como rey (melek) sino como gobernante (mosel). Así, al tiempo que afirma la continuidad con la dinastía davídica, “sus orígenes se remontan a los tiempos antiguos, desde días inmemoriales” (v. 5b), refiriéndose “al momento histórico de David, ya distante hace varios siglos” (SICRE DÍAZ, 2012, p. 437), se establece una ruptura para subrayar la novedad de un nuevo comienzo, ya que se asemeja a un pastor que cuida de su rebaño: “se levantará y apacentará el rebaño” (v. 3a). ¡Será un rey pastor! Como siempre ha sucedido, en todo, en la historia del Pueblo de Israel, el gran artífice del vuelco histórico será su Dios, pues todo sucederá “por la fuerza (`oz) de YHWH, por la gloria (ga` on) del nombre de su Dios” (v. 3, b). La profecía de Miqueas, por tanto, “anuncia la venida de un verdadero líder y pastor, idéntico al David idealizado y deformado por la tradición, transformado en una figura casi mítica, muy alejada de la realidad histórica” (SICRE DÍAZ, 2012, p. 437).

    La profecía de Jeremías incluye oráculos que aluden a una restauración eterna de la realeza en Israel, en la línea de David. Jr 33,14-16 declara:

    he aquí vienen días, dice YHWH, en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días, en aquel tiempo, haré germinar una semilla de justicia para David, el cual ejercerá el derecho y la justicia en la tierra. En aquellos días Judá será salvo y Jerusalén habitará segura. Y este es el nombre con que la llamarán “YHWH nuestra Justicia”.

    Sigue una palabra basada en la profecía de Natán (2S 7,4-17): “Porque así dice YHWH: A David no le faltará descendencia que se siente en el trono de la casa de Israel”. Jr 17,25 prevé que “por las puertas de esta ciudad entrarán reyes y príncipes, que se sentarán en el trono de David”. O también Jr 33,22: “Como el ejército del cielo que no se puede contar, como la arena del mar que no se puede contar, así multiplicaré la descendencia de David mi siervo”. Aunque no es posible precisar cuándo y quién, la reconstrucción de la dinastía davídica se vuelve incuestionable.

    En la misma dirección sigue el profeta Ezequiel cuando, en perspectiva de la reunificación de los reinos de Israel y Judá, anuncia que “habrá un rey para ambos” (Ez 37,22). Además, “mi siervo David será rey sobre ellos, y habrá un solo pastor para todos ellos” (Ez 33,24), como se dijo antes, “les suscitaré un pastor que los apacentará, a saber, mi siervo David, quien los apacentará y será su pastor. Yo, YHWH, seré su Dios y mi siervo David será príncipe entre ellos” (Ez 34,23-24). La imagen del pastor servirá para entender la relación del rey con el pueblo, como YHWH cuidó con amor a Israel, golpeado por el destierro y disperso entre los pueblos (Is 40,11; Jr 31,10; Ez 34,1-31). Imagen similar se encuentra en Jr 23,1-4; 31,10; 37,24, así como en Sal 23[22]. Esta metáfora mesiánica será retomada por el evangelista Juan, cuando habla de Jesús como pastor (Jn 10,1-21) que, clavado en la cruz, fue declarado “rey de los judíos” (Jn 18,33).

    Conclusión

    Estos y otros textos de la tradición bíblica de Israel, aludiendo a un rey-mesías y su acción en total fidelidad a YHWH, cuando el trono de David estaba vacante, comenzaron a no tener como objetivo a una persona concreta e inmediata.

    Gradualmente, la crítica tejida -principalmente por los profetas- hacia los reyes resultó en la expectativa de una figura idealizada de un rey venidero. La concreción de las concepciones iniciales de la monarquía se vuelve entonces cada vez más utópica e investida de características sobrenaturales y sobrehumanas. (SOUZA, 2009, p. 10)

    Al principio, la referencia era el rey efectivamente en ejercicio; ya en el posexilio, el foco empezó a estar puesto en un futuro monarca de tiempos cada vez más lejanos, hasta el final de los tiempos. Con el paso del tiempo, se perfilaron los aspectos apocalípticos y escatológicos, desde la posibilidad de hacer efectivamente subir al trono de Jerusalén a un auténtico descendiente de David. Así, el mesianismo histórico anterior al exilio se convirtió gradualmente en mesianismo escatológico en el posexilio. Cuando se habla de mesianismo, en general, se piensa en un mesianismo escatológico que llega a convertirse en tiempos mesiánicos, en los que la figura-persona del mesías pasa a ser secundaria. En este sentido específico, “el término masiah/christós se utilizó por primera vez como designación del ‘Mesías’ en los Salmos de Salomón y en el Nuevo Testamento” (FABRY; SCHOLTISSEK, 2008, p. 25).

    La idea del Mesías […] presupone que llegará un día en que Dios encontrará formas de intervenir para instituir sus preceptos, y lo hará a través de un agente humano y, por tanto, potencialmente político. El Mesías es un ser humano en medio de otros: esto se subraya incluso en el tipo de judaísmo más proclive a creer en la intervención personal de Dios. (BARTON, 2005, p. 390)

    Seguidamente, ante la imposibilidad de restaurar la realeza en Israel, el sumo sacerdote y las familias sacerdotales, desde Jerusalén y el Templo, asumen el protagonismo en la dirección del pueblo de Israel, incluidos los que vivían en la diáspora.

    Aunque a veces se pueda suponer la forma más antigua en la unción sacerdotal, sus registros deben, casi sin excepción, fecharse tardíamente, de modo que la unción del sacerdote probablemente se desarrolló a partir de la unción del rey solo en el tiempo exílico/posexílico, para legitimar teológicamente el sistema teocrático posexílico. (FABRY; SCHOLTISSEK, 2008, p. 30)

    De ahí surgirá un mesianismo sacerdotal, paralelo al mesianismo real davídico que pervive hasta nuestros días (ROOKE, 2005, p. 195-216). De hecho, Za 4,14, en el contexto de una visión, hace una importante identificación: “estos son los dos ungidos (literalmente, hijos del aceite) que están de pie delante del Señor de toda la tierra”. Es el sumo sacerdote Josué y el gobernador davídico Zorobabel, colocados en pie de igualdad. Sin embargo, el mesianismo sacerdotal careció de impulso dentro del judaísmo posterior, aunque una teocracia haya asumido el lugar de la monarquía. Y se impondrá el mesianismo real, en los siguientes términos, aunque no sea el único:

    El Mesías es el rey ideal de los tiempos escatológicos, el soberano de los últimos tiempos, es decir, el último de los soberanos de origen davídico, por cuya intermediación se realizarán las predicciones proféticas, universalizadas y espiritualizadas. Inaugurará, pues, una nueva era en la historia de la salvación, que será al mismo tiempo la era definitiva, la era de la salvación y de las promesas salvíficas cumplidas. (COPPENS, 1967, p. 153)

    Las expectativas mesiánicas, en torno a Jesús de Nazaret, se articulaban desde este escenario, haciéndose eco de una amplia tradición que comenzaba a enfatizar “los aspectos éticos, religiosos, espirituales de la figura del Mesías y su reino”, en corrientes que mencionaban al “Siervo de YHWH”, el “Hijo del Hombre” e incluso el “Ángel de YHWH” (COPPENS, 1968, p. 126), además de “algún profeta” (1Mc 4,46), “un profeta fiel” (1Mc 14 ,41), “el profeta Elías” (Mal 3,23), “el Elegido” (1Enoc 48,3-6), “el Hijo de David” (Salmos de Salomón XVII,21), “el Ungido” (Salmos de Salomón XVII,32; XVIII,5.7).

    A partir de ese momento se empieza a soñar con un auténtico descendiente de David, justo y bondadoso, como el admirable consejero de Is 11, humilde como el rey montado en el burro de Zacarías 9. Como no se tiene en vista ningún descendiente de David,  se sigue diciendo que está, con certeza, oculto. (HADAS-LEBEL, 2006, p. 59)

    Desde el siglo I hasta nuestros días, los ideales mesiánicos han tomado las más diversas formas y colores, según los momentos históricos y las circunstancias particulares de cada comunidad de fe. Hay dos vertientes principales asumidas por el mesianismo a lo largo del tiempo: la vertiente política, que se inspira en el rey David; y el aspecto apocalíptico centrado en la figura del Hijo del Hombre. “La primera satisfaría más las expectativas de las clases dominantes, el segundo más a las clases pobres” (SILVA; SILVA, 2017, p. 263).

    Por otra parte, se multiplican las personas que se dan aires de mesías y se proponen realizar obras dignas que se esperan de un mesías. ¡Se recomienda prudencia y discernimiento a la hora de evaluar la presencia de expectativas mesiánicas en la historia (Mt 24,23-24; Hch 5,34-39)!

    Jaldemir Vitório, SJ. Faculdade Jesuíta de Filosofia e Teologia (FAJE). Texto original  portugués. Enviado: 31/05/2022; Aprobado: 30/10/2022; Publicado: 30.12/2022.

    Referencias

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    Liturgia y Catequesis

    Índice

    Introducción

    1 Liturgia y catequesis en los primeros siglos del cristianismo

    2 Liturgia y catequesis en documentos recientes de la Iglesia

    3 Interacción liturgia y catequesis: principales desafíos

    4 Mistagogía: camino de interacción liturgia-catequesis

    Conclusión

    Referencias

    Introducción

    El misterio pascual es el corazón del cristianismo. La explicación de su grandeza y relevancia en nuestra vida es la gran tarea de la liturgia y también de la catequesis. Ambas dimensiones de la vida de la Iglesia, por caminos diferentes y esencialmente complementarios, ayudan a los cristianos a madurar su fe y a traducirla concretamente frente a los desafíos cotidianos.

    La catequesis sin liturgia se vacía de la dimensión mistagógica y se reduce a un conjunto de enseñanzas teóricas sobre Dios, sobre la Iglesia y sobre la vida cristiana, bien articuladas en su forma, pero poco capaces de dar un sentido más profundo a la vida del catequista. Por otro lado, la liturgia sin catequesis carece de esa comprensión necesaria para la acogida y la experiencia ritual, que facilita la inmersión en el misterio celebrado y toca el corazón del fiel celebrante. Bien articuladas, sin embargo, en constante interacción, la liturgia y la catequesis llevan al cristiano a celebrar los ritos cristianos con conciencia y piedad, como preconizaba la Sacrosanctum Concilium (SC, n. 14.19), así como a considerar los contenidos en los que cree siempre orientados hacia la celebración de la fe, de la que la liturgia es la epifanía.

    Teniendo como referencia esta interacción entre liturgia y catequesis, este texto, después de un breve recorrido por cómo se produjo esta relación en los primeros siglos del cristianismo, presenta a continuación las perspectivas que abren los documentos recientes de la Iglesia sobre esta interacción, indicando, en un tercer momento, los principales desafíos enfrentados y señalando el camino de la mistagogía como el que mejor puede articular estas dos dimensiones constitutivas de la vida y acción evangelizadora de la Iglesia.

    1 Liturgia y catequesis en los primeros siglos del cristianismo

    Los primeros siglos del cristianismo dan testimonio de la riqueza de la interacción entre liturgia y catequesis, bien atestiguada en el antiguo principio lex orandi lex credendi, que expresa claramente cuánto liturgia y catequesis se interpenetran y concurren para formar el corazón y la conciencia del cristiano en la perspectiva de una fe bien vivida. Desde un principio, alrededor de la mesa eucarística y de la Palabra, los seguidores de Jesús fueron consolidando su identidad cristiana y fortaleciéndose para el testimonio de la fe, como nos dice el libro de los Hechos de los Apóstoles:

    Perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la reunión común, en la fracción del pan y en las oraciones […]. Unidos de corazón, asistían al templo todos los días. Partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y gozando de la simpatía de todo el pueblo. (Hch 2,42.44.46-47)

    También se puede recordar la importancia de la catequesis asociada a la liturgia en el cristianismo primitivo, evocando aquí las figuras de los llamados Santos Padres (siglos III-VII), cuya predicación, brotando casi siempre de contextos celebrativos, iluminaba el camino de los fieles cristianos. y los catecúmenos. Fueron grandes mistagogos, que llevaron a las personas a experimentar el misterio de Dios, de su gracia que salva, por un camino mediado por la espiritualidad, por la contemplación de los signos sagrados, siempre iluminados por la Palabra de Dios. De este modo, celebrando la fe en el Resucitado, la Palabra se profundizaba y transmitía continuamente.

    Sin embargo, los cambios históricos tuvieron un fuerte impacto en el cristianismo a partir del siglo IV y, con el advenimiento de la llamada cristiandad, la liturgia y la catequesis se fueron distanciando entre sí. La liturgia se transformó en ritualismo, con excesiva preocupación por sus aspectos externos y con un enfoque sacramentalista. En cuanto a los contenidos de la fe cristiana, estos se diluyeron en los elementos que componían el cristianismo, en las definiciones dogmáticas de los grandes concilios y, a partir del siglo X, en las obras que tenían por objeto sistematizar la teología y los catecismos. Desde entonces, no solo se han notado puntos de distancia entre estas dos dimensiones fundamentales de la vida de la Iglesia, sino también conflictos significativos (PAIVA, 2020, p. 42).

    Fue el Concilio Vaticano II, con sus movimientos preparatorios, el que arrojó nueva luz sobre la vida de la Iglesia en general y sobre la liturgia en particular. Aunque los Padres conciliares no produjeron ningún documento específico sobre la catequesis, su inspiración y nuevos paradigmas pastorales tuvieron y siguen teniendo efectos renovadores también en este ámbito de la educación en la fe. Muchos textos preciosos han sido producidos por el Magisterio, desde el de los papas y dicasterios romanos hasta los documentos de las conferencias episcopales, todos ellos apuntando a la urgencia de rescatar la preciosa interacción entre liturgia y catequesis, como indica, por ejemplo, por el Directorio para la Catequesis (DPC), 2020:

    La liturgia es una de las fuentes esenciales e indispensables de la catequesis y de la Iglesia, no sólo porque de la liturgia la catequesis puede extraer contenidos, lenguajes, gestos y palabras de fe, sino sobre todo porque se pertenecen recíprocamente en el acto mismo de creer. (DPC, n. 95)

    2 Liturgia y catequesis en documentos eclesiales recientes

    Algunos documentos del Concilio Vaticano II, aun con esbozos, ofrecen importantes aportes para pensar la relación recíproca entre liturgia y catequesis. El decreto Christus Dominus, sobre la acción pastoral de los obispos, al pedir a los pastores que se preocupen por la catequesis, insiste en afirmar que la liturgia es una de sus fuentes esenciales:

    preocúpense de la instrucción catequética, que tiene por objeto hacer viva, explícita y activa la fe ilustrada por la doctrina, para ser administrada con diligente cuidado, ya sea a los niños y adolescentes, a los jóvenes e incluso a los adultos […] Esta instrucción se basa en la Sagrada Escritura, en la tradición, en la liturgia, en el magisterio y en la vida de la Iglesia. (CD n. 14)

    La declaración sobre la educación cristiana, titulada Gravissimum Educationis, al definir los objetivos de la catequesis, afirma que ésta “ilumina y fortalece la fe, alimenta la vida según el espíritu de Cristo, conduce a una participación consciente y activa en el misterio litúrgico y despierta a la actividad apostólica” (GE n. 4).

    En los campos de la liturgia y la catequesis, específicamente, el Concilio Vaticano II desencadenó un fructífero y continuo proceso de cambio. Sínodos, seminarios, directorios litúrgicos y catequísticos, encuentros de formación de agentes, mucho material producido, todo ello creó un clima propicio para la necesaria renovación. Cabe destacar la VI Semana Internacional de la Catequesis (1968), realizada en Medellín, la publicación del Directorio General de Catequesis en Roma (1971), la publicación del documento Evangelii Nuntiandi (1976), del Papa Pablo VI, sobre la evangelización, y la exhortación apostólica Catechesi Tradendae en 1979 por el Papa Juan Pablo II.

    En este último documento, el Papa subraya el vínculo necesario e intrínseco entre catequesis y liturgia, afirmando claramente:

    La catequesis está intrínsecamente unida a toda acción litúrgica y sacramental, porque es en los sacramentos, y sobre todo en la Eucaristía, donde Cristo Jesús actúa en plenitud para la transformación de los hombres. […] La catequesis conduce necesariamente a los sacramentos de la fe. Por otra parte, una práctica auténtica de los sacramentos tiene necesariamente un aspecto catequético. En otras palabras, la vida sacramental se empobrece y muy pronto se convierte en un ritualismo hueco si no se fundamenta en un conocimiento serio de lo que significan los sacramentos. Y la catequesis se vuelve intelectual si no se vivifica de una práctica sacramental. (CT n. 23)

    En Brasil, el gran hito en la dimensión catequética fue el documento 26 de la Conferencia Nacional de Obispos, Catequese Renovada: orientaciones y contenidos. Su impacto cambió el camino de la catequesis, además de tocar profundamente otras dimensiones de la vida pastoral de la Iglesia. El propio nombre ya anunciaba su intención: renovar la práctica catequética, desde dentro, ofreciendo principios, orientaciones y contenidos que sustentaran este proceso de cambio.

    Dos números de este documento, en particular, reflejan la importante interacción entre liturgia y catequesis. En el número 89 podemos leer:

    No sólo por la riqueza de su contenido bíblico, sino por su naturaleza de síntesis y cumbre de toda la vida cristiana, la liturgia es fuente inagotable de catequesis. Contiene la acción santificadora de Dios y la expresión orante de la fe de la comunidad. Las celebraciones litúrgicas, con la riqueza de sus palabras y acciones, mensajes y signos, pueden considerarse una “catequesis en acción”. Pero, a su vez, para ser bien entendidas y participadas, las celebraciones litúrgicas o sacramentales requieren una catequesis de preparación o iniciación. (CNBB, 1983, n. 89)

    Y el siguiente número añade:

    La liturgia, con su peculiar organización del tiempo (domingos, períodos litúrgicos como Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua, etc.) puede y debe ser una ocasión privilegiada para la catequesis, abriendo nuevas perspectivas para el crecimiento de la fe, a través de la oración, reflexión, imitación de los santos, y no sólo un descubrimiento intelectual, sino también sensible y estético, de los valores y expresiones de la vida cristiana. (CNBB, 1983, n. 90)

    En 1997, la Sagrada Congregación para el Clero publicó el Directorio General para la Catequesis (DGC), mostrando una sensibilidad significativa al tema de la interacción entre la liturgia y el catecismo, enfatizando la necesidad de una catequesis litúrgica como una forma de iniciar a los catequizandos en la vida celebrativa. En él podemos leer:

    La catequesis litúrgica, que prepara para los sacramentos y fomenta una comprensión y experiencia más profunda de la liturgia. Explica el contenido de las oraciones, el significado de los gestos y signos, educa a la participación activa, a la contemplación y al silencio. Debe considerarse como “una forma eminente de catequesis” (DGC, n. 71).

    El Documento 84 de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil, Directorio Nacional de Catequesis (DNC), dedicó varios números al tema de la liturgia y el catecismo, reafirmando siempre la dependencia mutua de estas dos dimensiones de la acción pastoral de la Iglesia. Considera, en primer lugar, la liturgia como fuente de catequesis, y cita el anuncio de la Palabra, la homilía, las oraciones, los ritos sacramentales, la vivencia del año litúrgico y las fiestas como momentos de educación y crecimiento en la fe. Sin dudarlo, afirma que “los auténticos itinerarios catequísticos son aquellos que incluyen en su proceso el momento celebratorio como componente esencial de la experiencia religiosa cristiana” (DNC, n. 118).

    Poco después, el mismo Directorio subraya la urgencia de una catequesis litúrgica, diciendo que “es tarea fundamental de la catequesis iniciar eficazmente a los catecúmenos y a los catequizandos en los signos litúrgicos y, a través de ellos, introducirlos en el misterio pascual” (DNC, n. 120). Así, señala como misión de la catequesis preparar al cristiano para la iniciación sacramental y ayudarlo a vivir como buen cristiano a través de la oración, los gestos y signos, el silencio, la contemplación, la presencia de María y de los santos, la escucha de la Palabra, etc. (DNC, n. 120).

    Cabe mencionar aquí la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (EG) del Papa Francisco. Al reflexionar sobre la necesidad de una catequesis kerigmática y mistagógica, propone valorar los símbolos litúrgicos de la iniciación cristiana y una catequesis centrada en la Palabra, pero que no descuide “un marco adecuado y una motivación atrayente, el uso de símbolos elocuentes” (EG, n. 166), reafirmando la tradicional via pulchritudinis, el camino de la belleza que hace resplandecer en el corazón del hombre la verdad y la bondad del resucitado (DGC, n. 167).

    Más recientemente, el documento 107 de la CNBB, Iniciación a la vida cristiana: itinerario para formar discípulos misioneros (IVC), en un contexto más catecumenal, insistió en esta interacción entre catequesis y liturgia, afirmando que “los procesos de Iniciación se basan en la Sagrada Escritura y en la liturgia, educan a la escucha de la Palabra y a la oración personal, a través de la lectura orante, mostrando una estrecha relación entre Biblia, catequesis y liturgia” (IVC, n. 66). Y prosigue: “Tal rescate del espíritu catecumenal implica el compromiso de reavivar la asociación y la unión entre liturgia y catequesis que, a lo largo de los siglos, se vieron comprometidas” (IVC, n. 74).

    El Directorio para la Catequesis (DC), del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, publicado en 2020, al tratar de las fuentes de la catequesis, dedica preciosos números a la liturgia (DC, n. 95-98), además de otras importantes declaraciones, a lo largo del texto: la necesaria interacción de la liturgia con la catequesis; la liturgia como lugar privilegiado para la catequesis del Pueblo de Dios, conservando el carácter celebrativo de la liturgia; la urgencia de un itinerario mistagógico en la catequesis, que lleve a la interpretación de los ritos a la luz de los acontecimientos salvíficos, que introduzca el sentido de los signos litúrgicos y presente el sentido de los ritos para la vida cristiana en todas sus dimensiones; la importancia de la participación de los catequizandos en la liturgia dominical y en las fiestas del año litúrgico.

    3 Interacción liturgia y catequesis: principales desafíos

    La fecunda interacción de la liturgia con la catequesis está garantizada en los documentos de la Iglesia y profundamente arraigada en su tradición. En la vida cotidiana, en la mayoría de las comunidades eclesiales, sin embargo, todavía queda mucho por hacer. “En la situación actual no faltan aspectos problemáticos y puntos de fricción, ya sea en el contexto de la reflexión catequética y litúrgica, ya sea en el campo de la práctica pastoral” (ALBERICH, 2004, p. 305).

    Uno de los grandes desafíos se refiere a una praxis catequética que en realidad no inicia a la liturgia. A pesar de la buena voluntad de los catequistas y de algunos pasos ya dados en esta dirección, la formación litúrgica en el ámbito de la catequesis es aún incipiente y se limita al concepto de “celebrar” con los catequizandos. Mucho se habla de la importancia de la liturgia, pero poco se celebra. Y no es posible iniciar a alguien en la ritualidad sólo con discursos. Y cuando se celebra, es evidente la dificultad del catequista para articular la fe, la vida, la Palabra de Dios, los símbolos, los gestos, en fin, aquellos elementos que componen el rito cristiano. Esta dificultad ha sido señalada desde hace tiempo por el Directorio General de Catequesis, cuando llamó la atención:

    A menudo […] la práctica catequética presenta una conexión débil y fragmentada con la liturgia: escasa atención a los signos y ritos litúrgicos, poca apreciación de las fuentes litúrgicas, guiones catequéticos con poca o ninguna relación con el año litúrgico, presencia secundaria de celebraciones en los itinerarios de catequesis. (DGC, n. 30)

    Alberich opina que las dimensiones antropológica y vivencial, aquellas que se ocupan de las cuestiones del hombre y de sus experiencias de vida, de caridad y de servicio, obviamente importantes en la catequesis, terminaron eclipsando la centralidad de la experiencia litúrgica en el crecimiento de la fe (ALBERICH, 2004, p. 306). Así, podemos hablar de una catequesis desenfocada de la experiencia litúrgica o que la tiene sólo como un apéndice de sus procesos.

    Otro desafío no menos preocupante es la instrumentalización de la liturgia con una finalidad didáctica y pedagógica para satisfacer la necesidad de explicar los ritos a niños y jóvenes. Estas prácticas desconocen la naturaleza de la liturgia, esencialmente celebrativa y mistagógica, imponiendo un lenguaje y una metodología ajena a su propia esencia, transformando la celebración en una “clase” más animada sobre la misa, por ejemplo. Además de no iniciar realmente a la dinámica celebrativa de la fe, al no respetarse la estructura mistagógica y psicológica del rito, provoca resistencias y cierta molestia a las asambleas y no permite que se encanten por la dimensión contemplativa y orante de la fe.

    Las deficiencias en la forma de celebrar, tanto por parte de las asambleas como por parte de muchos de sus ministros, incluidos los ordenados, constituyen también otro importante desafío para consolidar esta importantísima relación entre liturgia y catequesis. No podemos ignorar que la liturgia es el principal transmisor de la fe de la Iglesia, una verdadera catequesis en acción. Por tanto, el hecho de participar en una celebración debe ser una forma privilegiada de recibir y acoger la fe transmitida por la profundidad y riqueza de los ritos constituidos bimilenariamente por la Iglesia. Impregnados por la Palabra, los ritos litúrgicos comunican, en sí mismos y en su experiencia concreta, la fe más genuina de la Iglesia, centrada en el misterio pascual de Jesucristo. De este modo, la asamblea aprehende y comprende su fe a medida que hace acontecer el rito en su vida. La liturgia celebrada de manera relapsa, improvisada o confusa por el voluntarismo de sus ministros crea dificultades para que de ella se infiera una auténtica educación en la fe cristiana.

    Todavía se pueden enumerar otros desafíos, como una visión sacramentalizadora de la catequesis, la tímida presencia del año litúrgico en los procesos catequéticos, el subjetivismo combinado con el desconocimiento de la teología litúrgica por parte de muchos laicos y ministros ordenados, la falta de preparación de los catequistas. intercambiar las dos dimensiones de la liturgia y la catequesis en su experiencia, práctica pastoral y testimonio de vida, etc.

    4 Mistagogía: camino de interacción liturgia-catequesis

    Pensar en la interacción entre liturgia y catequesis toca directamente el tema de la mistagogía, tan querido por la tradición y la espiritualidad del cristianismo. De hecho, desde el judaísmo, el método mistagógico ya se manifiesta como una forma privilegiada de educar la fe de las nuevas generaciones y reafirmar la fe de los ya iniciados. Uno de los mejores ejemplos de esto lo podemos encontrar en la celebración anual de la Pascua judía. La prescripción contenida en el libro del Éxodo siempre resonó soberana para ellos:

    Cuando entréis a la tierra que el Señor os dará, como ha prometido, guardaréis este rito. Y sucederá que cuando vuestros hijos os pregunten: «¿Qué significa este rito?», vosotros diréis: «Es un sacrificio de la Pascua al Señor, el cual pasó de largo las casas de los hijos de Israel en Egipto”. (Ex 12,25-27)

    “¿Qué significa este rito?” era la pregunta reservada ritualmente a los más jóvenes. Esto no es solo una formalidad ritual, sino esencial. En la respuesta a esta pregunta estaba el contenido que sustentaba y daba sentido al rito de la Pascua. Y al contestar, el mayor de la familia recordaba la obra liberadora de Dios en favor de su pueblo, garantizando la historicidad del rito, insertándolo en una historia de salvación continuada en sus vidas. “¿Qué significa este rito?” era la pregunta que hacían los catecúmenos y neófitos del cristianismo primitivo, buscando comprender la fe que estaban abrazando. De la respuesta dependía la elocuencia del rito en sus vidas. Sin la respuesta, el rito quedaría mudo e inexpresivo (BOSELLI, 2014, p. 29). La respuesta venía con la catequesis mistagógica de los Santos Padres que, a partir de la Palabra, unían el Antiguo y el Nuevo Testamento y ayudaban a los fieles a profundizar en el corazón del misterio pascual. “¿Qué significa este rito?” es la pregunta que hoy y siempre resonará en la Iglesia por parte de cristianos y no cristianos, buscando algún sentido en las acciones litúrgicas, es decir, buscando sacar de la ritualidad alguna catequesis que les ayude a desvelar o, al menos, acoger el misterio celebrado.

    La constitución Sacrosanctum Concilium se preocupó por rescatar la centralidad del misterio pascual en la acción litúrgica y mostrar su impacto en toda la ritualidad de la Iglesia. Buscó liberar a la liturgia de su concepción exteriorizada, vista sólo como una ceremonia, llamando la atención sobre su esencia. La definió como el culto perfecto que Cristo total, cabeza y miembros, rinde al Padre, en el Espíritu Santo, a través de ritos y oraciones. Ella es la cumbre y la fuente de la vida de la Iglesia (SC n. 7.10.48). Per ritus et preces: de este modo la Iglesia, pueblo de Dios, reconoce al crucificado resucitado y lo da a conocer a través de la mediación de signos sagrados, palabras, gestos, silencios, oraciones…, Y, al congregar sus asambleas para sus ritos ella transmite su fe en Cristo. Los acontecimientos salvíficos, presentes y actualizados en cada celebración, fundamentan y legitiman los ritos, liberándolos de la magia y de la ilusión (BOSELLI, 2014, p. 29). Así, a través de los signos que tocan los sentidos, hechos puentes que van del corazón de los cristianos al corazón del mismo Dios, se llega al Sentido por excelencia, al mismo Señor resucitado. Pero, para cruzar bien estos puentes, corresponde a la Iglesia introducir a sus fieles en el universo litúrgico y en su rico lenguaje. Boselli, parafraseando a San Jerónimo, decía “Ignoratio Scripturarum, ignoratio Christi est”, ousa dizer: “ignoratio liturgiae, ignoratio Christi est”, isto é, não conhecer a liturgia significa não conhecer Cristo (BOSELLI, 2014, p. 32).

    Una catequesis mistagógica es aquella que conduce a una mayor y más profunda conciencia del misterio que, para nosotros, es “Cristo, la esperanza de gloria” (Col 1, 27). Se presenta como la única posibilidad de liberar al catequizado de una relación teórica con Dios, ayudándolo a sumergirse en su gracia y a experimentarlo como su Señor y su vida. Según el documento 107 de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil, es impensable un proceso de catequesis que desprecie el altísimo valor del elemento mistagógico, y eso involucra necesariamente a la liturgia, a la que ha correspondido, desde el comienzo del cristianismo, en pleno interacción con la catequesis, la misión de iniciar en la fe  (Doc. 107, n. 70).

    El Directorio para la Catequesis ofrece algunos elementos esenciales para seguir un itinerario mistagógico en la catequesis que, a nuestro juicio, contribuirían mucho a una aproximación más eficaz entre liturgia y catequesis: la interpretación de los ritos a la luz de los acontecimientos salvíficos, la relectura de los la vida de Jesús, del Antiguo Testamento; la introducción al significado de los signos litúrgicos, educando la sensibilidad de los fieles al lenguaje de los signos y gestos que, unidos a la Palabra, constituyen el rito; y la presentación del significado de los ritos para la vida cristiana en todas sus dimensiones (DPC, n. 98).

    Conclusión

    Recorrimos un camino rápido pero denso, tratando de mostrar, más que la importancia, la urgencia de buscar alternativas para hacer interactuar las dimensiones litúrgica y catequética en nuestra práctica pastoral. Hemos visto cómo los documentos recientes de la Iglesia señalan el enriquecimiento mutuo de estas dos dimensiones cuando se logra esta interacción, así como los desafíos para que se produzca de manera efectiva. Terminamos considerando una catequesis más mistagógica como posible respuesta eficaz, capaz de insertar al catequista en la experiencia del encuentro con Cristo y de profundizar su fe en la mediación de los signos y ritos sagrados, siempre iluminados por la Palabra de Dios.

    Lo que está en juego es la necesidad de reconstruir la unidad de la experiencia de fe, sin reducir ninguna de sus dimensiones, sino buscando concebirla en su globalidad. Esto requiere articular liturgia, catequesis y vida cristiana. Si estamos de acuerdo con la Iglesia cuando afirma que la sagrada liturgia constituye la “cumbre y fuente de la vida de la Iglesia” (SC, n. 10), ella se constituye como un verdadero locus theologicus, teniendo siempre una función catequética para todo el pueblo de Dios, en la riqueza y eficacia de sus ritos. Para que toda esta fuerza se experimente con provecho, la catequesis requiere el cuidado propedéutico de introducir a niños, jóvenes y adultos en el universo litúrgico, menos por lo que dice y más por lo que hace, recurriendo al rico patrimonio que la liturgia ofrece para hacer posible el acceso de los cristianos al misterio de la fe profesada y continuamente celebrada.

    Vanildo de Paiva. Presbítero de la Arquidiócesis de Pouso Alegre, Minas Gerais (Brasil). Maestro en psicología y professor en la Faculdade Católica de Pouso Alegre. Texto original portugués. Enviado: 30/07/2022; aprobado: 30/10/2022; Publicado: 30/12/2022

    Referencias

    ALBERICH, E. Catequese evangelizadora. Manual de catequética fundamental. São Paulo: Salesiana, 2004.

    BOSELLI, G. O sentido espiritual da liturgia. v. 1. Brasília: CNBB, 2014. Coleção vida e liturgia da Igreja.

    CNBB.  Iniciação à vida cristã: itinerário para formar discípulos missionários. Documento 107. Brasília: Edições CNBB, 2017.

    CNBB.  Catequese renovada. Orientação e conteúdo. Documento 26. 29.ed. São Paulo: Paulinas, 2000.

    CNBB.  Diretório Nacional de Catequese. Documento 84. 2.ed. São Paulo: Paulinas, 2006.

    FRANCISCO. Exortação Apostólica Evangelii Gaudium. São Paulo: Loyola; Paulus, 2013.

    JOÃO PAULO II. Exortação Apostólica Catechesi Tradentae. 15.ed. São Paulo: Paulinas, 1982.

    PAIVA, V. Catequese e liturgia: duas faces do mesmo Mistério. Reflexões e sugestões para a interação entre catequese e liturgia. São Paulo: Paulus, 2020.

    PAULO VI. Exortação Apostólica Evangelii Nuntiandi. São Paulo: Loyola, 1976.

    PONTIFÍCIO CONSELHO PARA A PROMOÇÃO DA NOVA EVANGELIZAÇÃO. Diretório para a Catequese. São Paulo: Paulus, 2020.

    SAGRADA CONGREGAÇÃO PARA O CLERO. Diretório Geral para a Catequese. São Paulo: Loyola; Paulinas, 1998.

    VATICANO II. Constituição Sacrosanctum Concilium. In: VIER, F. (org.). Compêndio do Vaticano II. 19.ed. Petrópolis: Vozes, 1987.

    VATICANO II. Decreto Christus Dominus. In: VIER, F. (org.). Compêndio do Vaticano II. 19.ed. Petrópolis: Vozes, 1987.

    VATICANO II. Declaração Gravissimum Educationis. In: VIER, F. (org.). Compêndio do Vaticano II. 19.ed. Petrópolis: Vozes, 1987.

    Teologías Indias de América

    Índice

    Introducción

    1 Pluralidad de teologías indias

    2 Teologías de los pueblos originarios antes de la conquista

    3 Teologías de los pueblos originarios después de la conquista

    4 Teologías indígenas recientes

     5 Algunos desafíos en el diálogo de teologías

    Referencias

    Introducción

    Usar las categorías Teología e India para hablar del pensamiento religioso de los pueblos que han habitado milenariamente el continente llamado ahora América es echar mano de un préstamo del mundo exterior, que no deja de causar problema tanto para los propios nativos como para los expertos en estos asuntos especialmente dentro de las iglesias.

    En los diálogos con la Congregación para la Doctrina de la Fe, de inmediato se mostró que la aplicación del término teología a la sabiduría religiosa de los pueblos indígenas no está exenta de preocupaciones. Esto sucede no sólo porque en la Iglesia sigue prevaleciendo la idea de que la palabra de los pobres acerca de Dios es tan imperfecta y está tan contaminada que no merece ser considerada como verdadera ciencia teológica; sino también porque en los intelectuales indígenas de hoy se perciben serias reservas para aceptar que se aplique acríticamente a la producción intelectual de su gente las categorías del pensamiento occidental, de donde surgió la palabra teología. Por lo tanto, en el fondo está, por una parte, el prejuicio respecto al valor de las herramientas gnoseológicas populares; y, por otra, el miedo a usar categorías de pensamiento, que, como punto de partida, desvalorizan el ser y conocer indígenas.

    Para superar este impasse, un sector importante de los pueblos indios, que ya son cristianos, se ha atrevido a reiniciar el diálogo interreligioso que hace 500 años no fue posible entablar directamente al interior de la Iglesia. En ese tiempo la teología del vencido fue descalificada y condenada rotundamente por el vencedor como palabra diabólica, aún después de los primeros intentos de comunicación en que los sabios de entonces dieron muestras de su saber profundo sobre Dios.

    En los últimos años se ha reavivado el optimismo respecto a la existencia de condiciones propicias para que los pueblos originarios puedan sacar de las cuevas y mostrar a plena luz la riqueza de su sabiduría milenaria. Los principales actores de este nuevo momento consideran que, aún con riesgo de equivocarse, vale la pena intentar reabrir sin miedo el diálogo de teologías, ya que el clandestinaje y el enmascaramiento dejaron de ser la mejor estrategia de sobrevivencia de estos pueblos. Y por eso, insisten en mantener una actitud dialogante y hacer alianzas críticas y provechosas con otros sectores de la sociedad envolvente y de las iglesias. Ellos están convencidos de que las culturas indígenas pueden hoy reformularse y recrearse en el encuentro con las demás culturas y con la propuesta cristiana para seguir no sólo vivas, sino más dinámicas en el futuro en asuntos de tipo religioso y en todos los demás ámbitos de la existencia.

    Para entender mejor este resurgir indígena, que trae a cuestas no sólo su tristezas y angustias sino también sus flores y sus cantos contenidos en su sabiduría milenaria, hace falta distinguir los matices multicolores de su palabra sobre Dios, sobre la humanidad y sobre el mundo.

    1 Pluralidad de teologías indias

    En realidad, no existe una única teología india, sino muchas teologías indias que se diversifican por razones geográficas, culturales, metodológicas. Es necesario tomar en cuenta esta diversidad amplia para comprender cabalmente el fenómeno de la llamada “teología india”. Ciertamente la expresión Teología India, en singular, es una generalización aceptada deliberadamente para simplificar las cosas y mostrar la condición de postración en que se hallan los pueblos originarios del continente y así encontrar un enfoque común que pueda aglutinar a todos frente a la adversidad, que procede de fuentes que no son plurales. Pero, en verdad, existen muchas teologías bajo esta nomenclatura. Y hay que analizar las razones que explican la diversidad.

    Antes de la conquista europea, existían en los pueblos de este continente una variedad de funciones y categorías que tenían por objeto expresar la multiforme actividad teológica de sus miembros. Muchas de esas categorías y funciones, aunque menguadas o reformuladas en el contexto cristiano, se mantienen hasta nuestros días. Conviene recordar que existen tres grandes momentos de la sabiduría teológica de los pueblos originarios:

    (1) El momento anterior al contacto con la cristiandad, cuando los habitantes de este continente podían elaborar por sí mismos, sin interferencias transcontinentales, los contenidos y formas de expresión de su fe. Es lo que se podría llamar Teologías Originarias u originales. Esas teologías tuvieron un largo período de desarrollo – algunos hablan de 15 mil años, otros de 25 mil y otros incluso de 50 mil – y estuvieron marcadas por las distintas vicisitudes de la historia de cada pueblo y bloque cultural.

    (2) Durante los 500 años de coloniaje, en que las teologías originarias fueron negadas o agredidas y se convirtieron en resistencia o diálogo obligado. Son propiamente las Teologías Indias, que se refugiaron en las montañas, se enmascararon de cristianismo, se recrearon en los espacios disponibles o se hicieron clandestinas.

    (3) En los tiempos actuales, en que las Teologías de nuestros pueblos salen de las cuevas y se convierten en propuesta de vida no sólo para ellos, sino también para los demás. Es el momento en que hay condiciones nuevas para el diálogo enriquecedor, porque el mundo vuelve la mirada a los indígenas como reserva de humanidad, donde pueden refontanarse las sociedades y las iglesias. Tal vez el nombre de Teologías Indias ya no sea entonces la expresión más adecuada y haya que adoptar o elaborar nuevas nomenclaturas.

    Las teologías originarias han sido por miles de años matrices y compañeras del proyecto de vida de los pueblos. Las teologías indias, en el choque conquistador, fueron sostén de la fe agredida de la gente nativa. Las teologías indias durante la sociedad colonial se hicieron refugio, amparo y consuelo vitalizador de la fe del pueblo vencido. Se hicieron teologías apocalípticas, para mantener vivas las esperanzas utópicas de los pobres. Las teologías indias o indígenas de los tiempos actuales hacen esfuerzos por ser conciencia crítica frente al proyecto dominador y por ser teologías proféticas de los oprimidos.

    En todos los casos las teologías indias son dinámicas, porque no sólo recitan textos indígenas del pasado, sino que, bajo la inspiración de tales textos, elaboran la palabra, el consejo, la luz, que son necesarios para la vida actual del pueblo. Es lo que hacen ordinariamente las y los servidores propios de las comunidades y que luego comparten en los encuentros regionales y latinoamericanos donde se van dando grandes consensos para seguir caminando en la historia y así construir juntos – o en sinodalidad como se dice ahora – el futuro deseado. Como muestra de esta diversidad que se comparte señalo lo que sigue:

    2 Teologías de los pueblos de este continente antes de la conquista

    Los primeros habitantes de este continente llamado ahora América forjaron aquí, desde milenios, una variedad amplia de teologías que dieron sentido y orientación trascendente a su vida desde que ellos llegaron a estas tierras y la embellecieron con su presencia.

    En los relatos más antiguos la Divinidad (Huehuetéotl = Dios viejo en lengua náhuatl) está vinculada al fuego sagrado sin forma ni figura que dio origen a todo lo que ahora vemos. Y lo hizo sacrificándose y organizando con las partes de su cuerpo el cielo, la tierra y todas las demás criaturas del universo. De manera que todo está hecho no sólo por Él-Ella, sino que está formado de Él-Ella, y por eso, cada una, cada uno es una pequeña porción de su amor como dicen los guaraníes del sur del Continente. Y, si cada ser es parte del cuerpo de la Divinidad, nadie está separado del resto, todo está interconectado e interligado como afirman enfáticamente los amazónicos. La creación y los humanos somos la presencia tangible de Dios – que de suyo es invisible e impalpable –. Los humanos somos macehualme = los merecidos de la penitencia de la Divinidad Ometéotl, Padre-Madre, que puede recibir cuatrocientos nombres por sus presencias incontables. Ser sus colaboradores en la obra de la creación y del mantenimiento de la armonía de la vida nos da a los humanos una dignidad y responsabilidad de enormes dimensiones.

    Al paso del tiempo, la sabiduría científica, cultural y religiosa que las abuelas y abuelos del pasado fueron recolectando, en procesos de acumulación continua de saberes, los llevó a construir admirables civilizaciones, mediante grandes concentraciones urbanas que articulaban, en una visión más globalizada, el conjunto de las pequeñas unidades vitales existentes en territorios de miles de kilómetros. Es el caso de los Mayas, de los Mexicas o Aztecas, de los Incas y de los Guaraníes. Y con ese poder civilizatorio, que los hizo semejantes a Dios, alcanzaron una grandeza humana al servicio del Buen Vivir para todos. Esa grandeza duró alrededor de mil años porque funcionó efectivamente para el bien del conjunto. Pero, cuando el poder corrompió a los dirigentes, que aplastaron u olvidaron a los hermanos más pequeños, éstos simplemente abandonaron las metrópolis. Y sobrevino el colapso de las grandes ciudades hace más de mil años.

    Entonces los habitantes de los poblados menores se pusieron en búsqueda de otro modelo de vida que fuera más acorde con el ideal soñado por Dios y por los pobres; un modelo que surgiera desde abajo, desde aquellos que habían cargado con el peso de las grandes ciudades y que recogiera lo mejor de las etapas anteriores. En el caso de Mesoamérica fue el tiempo de la espera del retorno de Quetzalcóatl, es decir, del Dios pobre y sencillo; y en otras regiones fue el momento de la utopía de la Tierra sin males, de la Casa Grande o Casa Comunitaria donde cupieran dignamente todas las hijas e hijos de la Divinidad.

    3 Las teologías de los pueblos originarios después de la conquista

    A la llegada de los europeos a este continente, hace poco más de 500 años, las posibilidades de encuentro de pueblos y culturas eran propicias. No únicamente por la crisis civilizatoria que hubo aquí ni sólo por la expectativa del retorno de Quetzalcóatl o por la búsqueda del Buen Vivir o de la Tierra sin males, sino porque los pueblos de aquí habían elaborado esquemas culturales y religiosos que permitían el encuentro entre nacionalidades y culturas diferentes a partir de su perspectiva religiosa. Había la conciencia de que existían muchas modalidades de entender la vida y de ubicar en ella a Dios, que podían sumarse en conjuntos polisintéticos o polisinfónicos. En consecuencia, el Dios cristiano podía sentarse, sin ningún problema, en el petate o estera de los pueblos amerindios. Para las sabias y sabios su manera de entender y vivir con Dios era perfectamente compatible con la nueva fe que llegaba. Así lo plantearon los teólogos nativos a los misioneros en el famoso “Diálogo de los Doce” (1525).

    Sin embargo, de parte de los europeos no hubo la misma actitud dialogante. El haber ganado la guerra les daba la certeza de que su Dios (o mejor dicho, su teología) era el único Dios verdadero. Y, por lo tanto, el Dios indígena debía ser aniquilado. Eso fue lo que plantearon al término del supuesto Diálogo: “Os es muy necesario despreciar y aborrecer, desechar y abominar y escupir todos estos que ahora tenéis por Dioses y adoráis, porque a la verdad no son Dioses, sino engañadores y burladores” (PORTILLA, 1986, p. 89)[1].

    La mayoría de los habitantes de este continente no comprendieron el razonamiento de la intolerancia religiosa de los advenedizos y no lo tomaron en serio. Simplemente ajustaron en adelante su vivencia espiritual y elaboración teológica a los márgenes de acción que les permitió la sociedad colonial y su situación de vencidos. Y siguieron adelante con la vida haciendo elaboraciones y reelaboraciones de sus esquemas de comprensión de Dios y de la vida. Es lo que dio por resultado lo que ahora llamamos Religiosidad, Espiritualidad o Piedad Popular, cuyo ingrediente principal tiene que ver con las múltiples manifestaciones de la llamada Teología India.

    De modo que, tras la conquista material y espiritual europea, las teologías aquí preexistentes no desaparecieron; sino que, mediante procesos de yuxtaposición, sobreposición, sustitución y síntesis, se fusionaron con la propuesta del exterior no sólo por conveniencia o sobrevivencia, sino porque encontraron en ambos caminos al mismo Dios que acompaña a todos los pueblos del mundo y el mismo proyecto de vida que hay que mantener armonizado entre los humanos y con la creación entera. Esta actitud no tuvo correspondencia en conquistadores y tampoco en todos los misioneros, pues la mayoría atacó las creencias de estos pueblos tildándolas de diabólicas o heterodoxas.

    Eso explica por qué, desde la época colonial hasta ahora, la mayor parte de la búsqueda de Dios impulsada por indígenas y afroamericanos quedó fuera de las iglesias y de sus teologías oficiales y sigue en la llamada religiosidad popular que generó un cristianismo indigenizado o una religión indígena o afro cristianizada, que es compartida hasta nuestros días con los demás pobres de la tierra.

    4 Teologías indígenas de los tiempos recientes

    La inculturación hecha por el pueblo sencillo, durante la época colonial, está recibiendo en los últimos 60 años el respaldo de importantes miembros de la jerarquía eclesiástica que se convirtieron en aliados de la causa indígena y afro, logrando cambios en la actitud institucional hacia estos grupos humanos. Y lo más valioso es que los mismos indígenas y afrodescendientes de los tiempos actuales, formados dentro de las iglesias con esquemas a menudo en contra de sus pueblos, se han atrevido a reapropiarse la teología de su gente, visibilizando y demostrando que ella es el motor más fuerte de las luchas afroamerindias y replanteando la necesidad de un diálogo abierto y transparente entre esa teología ancestral y la fe cristiana.

    La Iglesia Católica y algunas iglesias evangélicas están uniendo esfuerzos para acompañar este diálogo macro-ecuménico a fin de encontrar todo lo noble y bueno que nos une y también para dilucidar los puntos neurálgicos que requieren de una atención especial. Los avances que se van consiguiendo manifiestan el kairós abierto recientemente en las iglesias como don del Espíritu y conquista de quienes han luchado por hacerlo posible.

    El fruto mejor es que los mismos indígenas y afros ahora se identifican más con la teología de sus pueblos y con el dinamismo que ella genera para llevar a la práctica los ideales teológicos de sus ancestros que coinciden con los del Reino de vida, de justicia, de paz, de ágape (compartir) que Jesús, el Hijo de Dios, trajo para todos al poner su morada entre nosotros. Por eso, cada vez aumenta el consenso eclesial sobre la importancia de estas teologías de la periferia con sus sujetos comunitarios, sus contenidos humanistas, su lenguaje simbólico y sus metodologías propias para el conjunto de voces teológicas de las iglesias.

    Queda aún el mayor desafío: dialogar con las teologías indias y afros que no buscan el aval de las iglesias y, sobre todo, dialogar con el mundo moderno que obliga a las teologías ancestrales y a las iglesias a reformular sus propuestas en esquemas más urbanos que rurales y más seculares que religiosos, más de cara al presente y al futuro que al pasado; más hacia el conjunto de la humanidad que sólo al interior de cada pueblo o de cada iglesia.

    5 Algunos desafíos por asumir en el diálogo de teologías

    En el Sínodo Panamazónico de octubre 2019 y en el IX Encuentro latinoamericano de Teología India (2020) quedó evidenciado que los contenidos y el modo en que los pueblos amerindios elaboran sus teologías plantea los siguientes desafíos:

    (1) Superar la colonialidad teológica aun existente en las iglesias, que está estrechamente ligada a las culturas y esquemas dominantes del primer mundo, para abrirse y recibir humildemente la pluralidad multicolor de las flores y los cantos teológicos de la humanidad que se encuentra en la periferia.

     (2) Pasar de la perspectiva de la verdad sobre Dios, que se razona y se pone en tesis y libros, para llegar a la propuesta del buen vivir y convivir, según el plan de Dios, que se construye en unidad de esfuerzos. Dicho de otra manera, pasar de una teología como doctrina que busca complacer a la razón, para lograr una teología como “Vidalogía”, que se corazona o se sentipiensa con el conjunto de nuestro ser en orden a responder a las exigencias de la vida en todos sus aspectos desde el proyecto de Dios.

    (3) Asumir la integralidad de la teología de los pobres que saben que nada y nadie está fuera del amor de Dios, retomando lo que ya desde la antigüedad sostenía San Ireneo: “Lo que no se asume no se redime”.

    (4) Tomar en serio en las iglesias que el verdadero sujeto de la fe y de la teología es la comunidad creyente, no únicamente las lumbreras individuales desligadas del pueblo.

    (5) Asumir conscientemente el lenguaje analógico o simbólico del pueblo como la mejor manera de hablar de Dios, saboreando vivir y estar con Él-Ella, y no tanto querer entender, con ideas claras y distintas, el misterio divino.

    (6) Reconocer y acompañar la acción de Dios presente en los pueblos originarios y afroamericanos aceptando humildemente que no se trata de otro dios, sino del mismo Dios de nuestro Señor Jesucristo quien lleva adelante su proyecto salvífico en todos los pueblos del mundo y en toda la creación.

    Eleazar López Hernández. Del pueblo zapoteca de Oaxaca, México. Colaborador emérito del Centro Nacional de Ayuda a las Misiones Indígenas. Texto original castellano. Enviado: 30/09/2022; Aprobado: 30/10/2022; Publicado: 30/12/2022.

    Referencias

    SAHAGÚN, Bernardino; VALERIANO, Antonio (et alii). Coloquios y doctrina cristiana: con que los doce frailes de San Francisco, enviados por el papa Adriano VI y por el emperador Carlos V, convirtieron a los indios de la Nueva España (1524). Edición facsimilar, introducción, paleografía, versión del Náhuatl y notas de Miguel León-Portilla.

    Para avanzar

    SUESS, Pablo; GORSKI, Juan F.; DETSCHY, Beat; MIRES, Fernando; GÓMEZ-MARTÍNEZ, José Luis. Desarrollo histórico de la teología india. Col. Iglesia de Pueblos y Culturas, n. 48-49, Quito: Abya-Yala, 1998.

    HERNÁNDEZ, Eleazar López. La teología india y su lugar en la Iglesia. In CIMI, 2008. Disponible: https://cimi.org.br/2008/01/26934/ Acceso: 28/09/2022.

    HERNÁNDEZ, Eleazar López. Diálogo de la Iglesia con el mundo indígena: flores y espinas. In Centro Nacional de Ayuda a Misiones Indígenas, México, 2004. Disponible en http://www.missiologia.org.br/cms/UserFiles/cms_artigos_pdf_27.pdf (acceso: 28/09/2022).

    HERNÁNDEZ, Eleazar López. Teologías Indias de hoy. En Teología India, tomo II. Segundo Encuentro‑Taller Latinoamericano, Panamá, 29 de noviembre al 3 de diciembre de 1993, México / Ecuador: Cenami / Abya‑Yala, pp. 22‑23.

    HERNÁNDEZ, Eleazar López. Teología india, Tomo I. Memoria del Primer Encuentro Taller Latinoamericano. Quito: Abya Yala, 1991.

    [1] El texto original es de los frailes franciscanos enviados por el Carlos V a Nueva España. La referencia es de la edición facsimilar, con introducción, traducción y notas de Miguel León Portilla, publicada en 1986.

    Las cinco Conferencias generales del Episcopado Latinoamericano

    Las cinco Conferencias generales del Episcopado Latinoamericano

    Índice

    Introducción

    1 Conferencia de Río

    2 Conferencia de Medellín

    3 Conferencia de Puebla

    4 Conferencia de Santo Domingo

    5 Conferencia de Aparecida

    Conclusión

    Referencia

    Introducción

    La Iglesia católica de América Latina conoció una evolución importante desde la fundación del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), dejando progresivamente de ser “Iglesia espejo” para tornarse “Iglesia fuente”, como lo decía Henrique Cláudio de Lima Vaz al hablar de Brasil, pero que se puede aplicar a todo el continente (. VAZ, 1968, p. 17-22). En este proceso fueran fundamentales las conferencias del episcopado de la región. Al comienzo, en la conferencia de Río de Janeiro, en 1965, la preocupación era más bien la del centro romano, pero, a partir de Medellín, en 1968, hubo un verdadero giro, que no sólo ha afectado el catolicismo latinoamericano y caribeño, pero también, sobre todo con el pontificado de Francisco, el conjunto de la Iglesia católica. El presente texto propone una síntesis de los principales ejes de cada una de las cinco conferencias[1].

    1 Conferencia de Río

    La primera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano fue convocada por Pío XII y tuvo lugar en Río, en 1955. Así lo expresa él mismo:

    Nos ha parecido oportuno, recogiendo además el voto que Nos presentó el Episcopado de la América Latina, que la Jerarquía Latinoamericana se reuniera para proceder al estudio a fondo de los problemas y de los medios más aptos para resolverlos con esa prontitud y plenitud que las necesidades exigen (PIO XII, 1955).

    Lo más notable de ella fue sin duda el acuerdo de crear el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM): “La Conferencia General del Episcopado Latinoamericano por unanimidad ha aprobado pedir, y atentamente pide a la Santa Sede Apostólica, la creación de un Consejo Episcopal Latinoamericano” (DR 97). La misión que le dan es preparar las Conferencias Generales del Episcopado y sobre todo el ejercicio de la pastoral orgánica a través de cinco subsecretariados (DR 97)[2].

    Pero también hay que destacar que los obispos, aleccionados por los más carismáticos, realmente se encontraron como obispos de la Patria Grande y debatieron los temas.

    Ahora bien, la limitación mayor fue que tanto el presidente de la Conferencia como su ayudante fueron italianos elegidos por el papa, que también dio el tono, el enfoque y la temática. La carta que les envió antes de las sesiones fue casi literalmente la guía para la Declaración inicial y para las Conclusiones. Así lo reconocen ellos mismos: “las importantísimas Letras Apostólicas ‘Ad Ecclesiam Christi’ (que) constituyeron para nosotros la ‘Magna Charta’ en los trabajos y en las conclusiones de la Conferencia” (DR, Declaración). Ahora bien, esto no hay que verlo como una injerencia porque los obispos estaban de acuerdo en que ellos eran, digamos, los brazos del papa.

    Las necesidades, según el papa y los obispos, eran ante todo las de la institución eclesiástica. Así lo atestiguan en la Declaración y lo repetirán en el documento conclusivo: “la Conferencia ha tenido como objeto central de su labor el problema fundamental que aflige a nuestras naciones, a saber: la escasez de sacerdotes”. Lo califican como “la necesidad más apremiante de América Latina”. Por eso la insistencia en la promoción de vocaciones y en su preparación en los seminarios, así como de modo más general la instrucción religiosa. No se puede encarecer más el valor de la doctrina cristina:

    La Santa Iglesia, por disposición de Dios, es la depositaria de la doctrina cristiana que, fundándose en los principios eternos e indestructibles de la verdad divina, da la solución de todos aquellos problemas que tocan directa o indirectamente la vida espiritual y moral del hombre, para que éste realice plenamente su condición de hijo de Dios y se haga digno de las promesas del Cielo (DR, Declaración).

    Este valor de la doctrina y de la institución eclesiástica, que es su depositaria, es tan grande que al recomendar lo que llaman las Sagradas Letras, insisten en que hay que hacerlo “poniendo de relieve los textos más importantes y fundamentales, como los relativos al Primado de Pedro, a la infalibilidad del Magisterio Eclesiástico, al valor de la Tradición etc.” (DR 72). Como se ve, la Biblia y sobre todo los Evangelios no son la narración de un acontecimiento salvador, proclamado para que nos integremos a él, sino un repertorio de textos que ratifican la sacralidad y autoridad de la institución eclesiástica.

    Desde esta absolutización de la institución eclesiástica, el Papa y luego los obispos se refieren a los enemigos. Citemos al Papa:

    Muchos son, desgraciadamente, los asaltos de astutos enemigos y para rechazarlos es necesaria enérgica vigilancia: como las insidias masónicas, la propaganda protestante, las diversas formas del laicismo, de superstición y de espiritismo que, cuanto más grave es la ignorancia de las cosas divinas y más adormecida la vida cristiana, tanto más fácilmente se difunden, ocupando el lugar de la verdadera Fe y satisfaciendo engañosamente las ansias del pueblo sediento de Dios. A ellas se añaden las perversas doctrinas de los que, bajo el falso pretexto de justicia social y de mejorar las condiciones de vida de las clases más humildes, tienden a arrancar del alma el inestimable tesoro de la religión (PIO XII, 1955).

    Por eso, para vencerlos, insisten tanto en la difusión de la doctrina y de la moral católicas.

    Teniendo en cuenta la escasez de sacerdotes, animan a los seglares que “militan en una u otra organización de apostolado, con plena sumisión a las directivas y disposiciones de los Romanos Pontífices y de la Sagrada Jerarquía” (PIO XII, 1955). Les reconocen que

    el apostolado, aun siendo misión propia del sacerdote, no es exclusiva de él, sino que también les compete a ellos, por su mismo carácter de cristianos, siempre bajo la obediencia de los Obispos y de los Párrocos y dentro de las formas y oficios que no son privativos del ministerio sacerdotal (DR 43).

    Su contenido es absolutamente eclesiocéntrico:

    además de un esfuerzo continuo por conservar y defender íntegramente la fe católica, debe ser un apostolado misionero de conquista para la dilatación del reino de Cristo en todos los sectores y ambientes, y particularmente allí donde no pueda llegar la acción directa del sacerdote (DR 46).

    Sin embargo, queremos destacar que, a pesar de tanta mediatización, reconocen lo que luego insistirá el Vaticano II: que la misión les compete a ellos como cristianos, es decir, por el bautismo.

    La problemática social es enfatizada por el papa por su íntima relación con la vida religiosa: “el campo social: tema éste que si en todos los pueblos es merecedor de la mayor consideración, en las Naciones Latinoamericanas ofrece motivos particulares para reclamar la solicitud pastoral de la Sagrada Jerarquía, ya que se trata de cuestión íntimamente ligada con la vida religiosa” (PIO XII, 1955). Los obispos en la misma onda insistirán en que el discípulo de Cristo debe verla como un deber moral. La situación es vista fundamentalmente como subdesarrollo: “muchos de sus habitantes – especialmente entre los trabajadores del campo y de la ciudad – viven todavía en una situación angustiosa” (DR, Declaración). Por eso la elevación de las clases necesitadas acontecerá con el progreso y colaborar a él es para el cristiano un deber moral:

    El pensamiento cristiano, según las enseñanzas pontificias, contempla como elemento importantísimo la elevación de las clases necesitadas, cuya realización enérgica y generosa aparece a todo discípulo de Cristo, no solamente como un progreso temporal, sino como el cumplimiento de un deber moral (DR, Declaración).

    Esta elevación, tratándose del indígena, es pasar de la barbarie a la civilización: “una labor perseverante para que el ‘indio’ se incorpore con honor en el seno de la verdadera civilización” (DR, Declaración). Como se ve, identifican la cultura occidental con la cultura y consiguientemente las culturas indígenas como barbarie.

    Concretando un poco más, se refieren a la justicia social, que entraña llegar a la armonía entre el capital y el trabajo: “solucionar estos problemas, buscando, sobre todo, establecer la armonía cristiana entre el capital y el trabajo” (DR 80). La acción de la Iglesia tendría que orientarse fundamentalmente en impregnar el mundo económico de su doctrina y el espíritu de armonía que la anima: “se requiere la presencia activa de la Iglesia, a fin de influir en el mundo económico-social, orientándolo con la luz de su doctrina y animándolo con su espíritu” (DR, Declaración).

    Siguiendo al Papa se refieren específicamente a “la asistencia espiritual a los emigrados” (PIO XII, 1955).

    No hay alusión a las causas de esta situación de falta de lo esencial para las mayorías ni, claro está, ninguna denuncia. Parecería que la difusión de la doctrina cristiana y el cumplimiento del deber moral serían suficientes para lograr un desarrollo que solucionará básicamente el problema. Por eso Fernando Torres Londoño, después de un análisis acucioso en el que señala todo lo positivo, concluye que esta primera Conferencia

    por su espíritu, por la temática que trató y las conclusiones a las que llegó, se sitúa en la misma trayectoria del Concilio Plenario Latinoamericano de 1899”. “La Primera Conferencia muestra una Iglesia que todavía se piensa y se concibe en función de ella misma y de sus estructuras clericales (LONDOÑO, 1995).

    2 Conferencia de Medellín

    Para entender Medellín es necesario comprender su modo de producción. De buenas a primeras parecería que recluirse en un seminario en el centro de un bosque no ayudaría a hacerse cargo de la realidad, pero lo que pasó fue que el aislamiento provocó que el grupo aconteciera como tal: que los obispos, los peritos y los observadores se compenetraran en las eucaristías y en las conferencias iniciales y en los grupos de trabajo y en el compartir de las comidas y el descanso, de manera que todos se dejaran ganar por el tema y lo enfocaran desde un mismo espíritu, de tal modo que las diferencias, en la mayor parte de los casos, llegaron a ser internas y todos se abocaron a contribuir desde lo mejor de cada uno a la elaboración conjunta. “A lo largo de 2 semanas unos 250 participantes en la asamblea, cardenales, obispos, observadores, religiosos y laicos hombres y mujeres compartirán todo, el trabajo, la mesa y la liturgia” (SCATENA, 2019, p. 14). Por eso, fuera de dos capítulos (el de pastoral popular y el de élites), el resto posee una unidad orgánica muy difícil de alcanzar en documentos elaborados en grupo. Por eso “en esa experiencia, se impuso a la memoria de muchos de los protagonistas, la idea de una efusión palpable del Espíritu de Pentecostés, como dijo después el argentino Pironio” (SCATENA, 2019, p. 12) o como ponderó el cardenal Landázuri en su discurso de clausura:

    El nuevo Pentecostés del que varias veces hemos hablado con ocasión de esta reunión es la gran idea, el gran acontecimiento. La conciencia profética que en estos días despertó y se vivificó es la nueva luz para la iglesia, el nuevo Pentecostés para la Patria Grande. Un nuevo Pentecostés que se dio en el momento mismo en que la iglesia latinoamericana decidió mirar a la cara la nueva realidad latinoamericana en vez de mirarse a sí misma (SCATENA, 2019, p. 27-28).

    En efecto, el título de la Conferencia fue: “La Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del concilio”, o sea que el tema no fue ella misma sino América Latina. La Iglesia fue el sujeto que discernía, interna, ciertamente al tema, y los obispos fueron capaces de interpretar proféticamente la transformación que se estaba operando, tanto en lo social, lo económico y lo político, como en lo antropológico, tanto en las élites desarrollistas, como en los profesionales solidarios y en el pueblo; y puesto que la miraban desde Jesús de Nazaret, la miraron, no desde arriba sino desde el pueblo, desde su inserción solidaria en él y por eso desde la elección de un modo de vida atenido a lo indispensable. Esta perspectiva fue tan decisiva que la opción por los pobres fue un eje trasversal y la perspectiva para ver y juzgar la realidad y la acción de la Iglesia y sobre todo que incluyó considerar a los pobres como sujetos en la sociedad (DM 2,27) y en la Iglesia y hacerse ellos cercanos a los pobres y hasta cierto punto pobres (DM 14: La pobreza de la Iglesia).

    La metodología de Medellín es ver, juzgar y actuar; pero teniendo presente la interacción de las tres fases. Quienes redactaron los documentos ya estaban en una acción pastoral. A ella llegaron por una visión y toma de posición cristianas, y es desde ahí desde donde contemplan la situación. Este es el punto de partida de los inspiradores de los documentos de Medellín. Ellos los relanzan sobre la Iglesia y la opinión pública de una manera más objetivada: comenzando con la visión de la realidad, iluminándola con la revelación cristiana y proponiendo los compromisos que se derivan de la conciencia de lo que Dios nos exige para responder a esta situación. Es claro que los que no comparten la opción, tampoco compartirán su visión del continente, aunque no rechacen los datos.

    Los documentos ven la situación de América Latina a través de indicadores que la describen y de vectores que indican sus líneas de fuerza. Los indicadores componen una situación de subdesarrollo. Los vectores de las fuerzas sociales más organizadas van en dos direcciones: hacia una modernización desarrollista y hacia una revolución estructural. Pero, sin coincidir con ninguna de ellas, está la toma de conciencia y la movilización de las masas populares hacia mejores condiciones de vida, hacia la superación de opresiones injustas y hacia una mayor personalización y socialización.

    Los documentos incluyen cuatro diagnósticos generales del estado de América Latina y de su dinámica que caracterizan certeramente lo más decisivo del cuadro latinoamericano. También contienen una tipología de los actores sociales organizados (DM 7,5-8). Además, desglosan la situación de la familia (DM 3,1-3), de la educación (DM 4,2-6), de la juventud (DM 5,1-3.9) y del impacto de los medios de comunicación (DM 16,1-2.6). Pero, sobre todo, en el documento sobre la Paz, desarrollan una visión estructural del subcontinente. Se fijan ante todo en las tensiones entre las clases: marginalidad y frustraciones crecientes, desigualdades excesivas, opresión y represión. Caracterizan el dominio de las clases altas sobre las demás como colonialismo interno, y prevén que será difícil mantener la paz por la insensibilidad de los de arriba, la creciente toma de conciencia de los de abajo y el interés de los revolucionarios en agudizar las contradicciones. Luego caracterizan como neocolonialismo la situación de dependencia respecto de las corporaciones trasnacionales y del capital financiero mundializado, al que llaman imperialismo internacional del dinero. La distorsión del comercio internacional, la fuga de dividendos y capitales económicos y humanos, la evasión de impuestos, el endeudamiento progresivo y el intervencionismo político y hasta militar, serían los índices más decisivos. Por último, se refieren a las tensiones entre los países latinoamericanos y la carrera armamentista.

    Los obispos se distancian de los que promueven revoluciones armadas como vía para superar esta situación. Aunque reconocen la nobleza de sus motivaciones, insisten en que las consecuencias van a ser un empeoramiento de la situación (DM 2,15.19). Acusan a los que se oponen a las necesarias reformas de ser los causantes de las revoluciones de la desesperación que pueden sobrevenir (DM 2,17). Proponen el desarrollo integral. Colocan al amor como la gran fuerza liberadora de la injusticia y de la opresión e inspiradora de la justicia social, entendida como concepción de vida y como impulso al desarrollo integral (DM 1,5). Entienden el desarrollo integral como el paso de condiciones de vida menos humanas a más humanas:

    Remontarse de la miseria a la posesión de lo necesario, la victoria sobre las calamidades sociales, la ampliación de los conocimientos, la adquisición de la cultura […], el aumento de la consideración de la dignidad de los demás, la orientación hacia el espíritu de pobreza, la cooperación en el bien común, la voluntad de paz, […] la fe […] y la unidad en la caridad de Cristo, que nos llama a todos a participar como hijos en la vida del Dios vivo, Padre de todos los hombres (DM Introducción,6; cf. DM 2,14a).

    Este proceso requiere cambios, tanto estructurales como personales. La situación “exige transformaciones globales, audaces, urgentes y profundamente renovadoras” (DM 2,16). Esto implica vencer el “temor a los sacrificios y a los riesgos personales que implica toda acción audaz y verdaderamente eficaz” (DM 2,17). El riesgo sube por la oposición de quienes detentan este poder injusto y opresor. Por eso hablan de “la energía fuerte y pacífica de las obras constructivas” (DM 2,19). Son las que se mencionan en los documentos sobre la familia, la educación, la juventud y los laicos. Pero también son las que se proponen en los documentos de Justicia y Paz, de carácter más global, es decir ciudadano y político, con su inevitable dimensión económica.

    Como América Latina se consideraba a sí misma como un continente católico, como los gobernantes se tenían por tales, lo mismo que las fuerzas vivas y ambas decían representar a pueblos católicos, este diagnóstico les resultó intolerable. Y emprendieron una campaña virulenta de persecución ideológica contra los obispos y teólogos identificados con esta línea, acusándolos de comunistas.

    La razón de ser, la inspiración de fondo, de este documento y su justificación cristiana es que Jesús se ha encarnado en la humanidad: a través de él, que se ha hecho no sólo uno de nosotros sino específicamente nuestro Hermano, Dios ha echado la suerte con la humanidad; y a su vez, la humanidad no se puede entender adecuadamente sin la referencia a él, no sólo como Creador sino como Padre, a través de su Hijo único, que se ha hecho para siempre nuestro Hermano y precisamente como pobre y, por tanto, desde los pobres. Por eso “todo ‘crecimiento en humanidad’ nos acerca a ‘reproducir la imagen del Hijo para que él sea el primogénito entre muchos hermanos’” (DM4,9)

    Esta unidad entre cristianismo y humanidad es lo que el documento de Catequesis insiste que hay de poner de relieve:

    Sin caer en confusiones o en identificaciones simplistas, se debe manifestar siempre la unidad profunda que existe entre el proyecto salvífico de Dios, realizado en Cristo, y las aspiraciones del hombre; entre la historia de la salvación y la historia humana; entre la Iglesia, Pueblo de Dios, y las comunidades temporales; entre la acción reveladora de Dios y la experiencia del hombre; entre los dones y carismas sobrenaturales y los valores humanos (DM 8,4).

    Por eso al contemplar esta situación desde dentro los obispos la califican de “violencia institucionalizada” (DM 2,16) que constituye una situación de pecado (DM 2,1). En efecto,

    La paz con Dios es el fundamento último de la paz interior y de la paz social. Por lo mismo, allí donde dicha paz social no existe; allí donde se encuentran injustas desigualdades sociales, políticas, económicas y culturales, hay un rechazo del don de la paz del Señor; más aún, un rechazo del Señor mismo (DM 2,14 c).

    Como se ve, no se trata de un análisis meramente social ni de un juicio meramente político sino de una toma de posición medularmente cristiana.

    Por eso la alternativa tiene que ser trabajar para que el ser humano asuma su dignidad y responsabilidad y así se empeñe en transformar las estructuras que impiden la vida y la humanidad:

    La originalidad del mensaje cristiano no consiste directamente en la afirmación de la necesidad de un cambio de estructuras, sino en la insistencia en la conversión del hombre, que exige luego este cambio. No tendremos un continente nuevo sin nuevas y renovadas estructuras; sobre todo, no habrá continente nuevo sin hombres nuevos, que a la luz del Evangelio sepan ser verdaderamente libres y responsables (DM 1,3).

    Lo más característico del Documento es su carácter responsable ( TRIGO, 2018, p. 33-57): prescriben a la Iglesia, de la que son responsables, lo equivalente de lo que señalan a la sociedad y en ambos campos están dispuestos a ponerlo en práctica, tanto como dirigentes, como en cuanto ciudadanos y miembros del pueblo de Dios (DM Introducción 3). Ante todo, urgen a los privilegiados (DM 2,17), a los pasivos (DM 2,18) y a los violentos (DM 2,19), lo mismo que a los cristianos: asumir su responsabilidad y promover la paz trabajando por la justicia (DM 2,14.16.22). A eso tienen que encaminarse las diversas expresiones de la pastoral (DM 2,24), nuestros colegios, seminarios y universidades (DM 2,25), la espiritualidad de los laicos (DM 10,17) y la tarea del obispo (DM 15,17).

    La alternativa tiene que comenzar por un cambio personal (DM 1,3), que es a la vez de personalización y cohesión fraterna (DM Introducción 4) y de toma de conciencia de la realidad (DM 2,7). A eso animan a los educadores (DM 4,8; 5,14) que, cristianamente hablando, es una conversión (DM Mensaje; 14,17; 6,8.15). Por eso, los obispos dicen que a ellos les corresponde educar las conciencias en todos estos aspectos (DM 2,20-21) y también fomentar los hábitos comunitarios hacia la colaboración (DM 1,17). Esta conciencia crítica de la realidad es fundamental para los cristianos (DM 1,6) y por eso parte ineludible de la catequesis (DM 1,17), porque para conocer a Dios hay que conocer al ser humano y porque en Jesús de Nazaret se manifiesta el misterio humano (DM Introducción 1). Esta participación tiene que llegar a la política como ejercicio de caridad (DM 1,16).

    La propuesta de una educación personalizadora (DM 4,4.8.11) se expresa para la Iglesia como necesidad de activar una catequesis integral (DM 8,1.6). Proponen que sean participativas tanto la sociedad (DM 7,21;5,1; 2,15;1,7;4,12; 1,12.16) como la Iglesia (DM 15,3.6; 5,13,14; 11,16.19). A la necesidad de que la sociedad se reestructure a partir de las comunidades de base (DM 2,14.27) corresponde la de que la Iglesia lo haga a partir de las comunidades cristianas de base (DM 15,10.13;8,10;6,14). Se da también correspondencia entre la propuesta de planificación participativa para la sociedad (DM 1,15;7,21), y la de pastoral de conjunto, orgánica, para la Iglesia (DM 15,5.9.23; 9,13; 15,10). Esta misma correspondencia podemos observar entre adaptar las expresiones societarias según las diversas culturas (DM 4,3;5,11) y la inculturación de la pastoral (DM 8,15; 6,1; 8,8; 9,7.10-11).

    Una correspondencia especialmente relevante y significativa es la que se da entre la exigencia a las élites de ceder sus privilegios en favor de los de abajo (DM 14,10; 2,5.17), y la decisión a la institución eclesiástica de cambio de destinatario privilegiado, de condición social y de ubicación (DM 14,9.11.15.16).

    Si nos hacemos cargo de lo que fue la primera conferencia episcopal, nos resultará fácil comprender el estupor ante estas conclusiones de Medellín, tanto de los medios de comunicación y de los intelectuales y más en general las élites latinoamericanas, como de la curia vaticana y de las cristiandades del occidente y del tercer mundo; pero, ante todo, de la mayor parte de la institución eclesiástica latinoamericana y de los católicos clericalizados, que en gran medida no se habían enterado de la novedad del Vaticano II o no se habían abierto a ella y que por eso no pudieron aceptar lo que era en verdad su recepción creativamente fiel.

    El presupuesto de todos ellos era que en el episcopado latinoamericano no había sujeto con sana autonomía, con calidad cristiana y perspicacia histórica. Por eso no se veía de dónde había salido el documento de Medellín, porque parecía imposible que reflejara el pensar y el sentir, la posición vital y el discernimiento de los obispos latinoamericanos. Por eso es más de alabar que el papa Pablo VI, que había presidido la inauguración de la conferencia, le diera un voto de confianza y aprobara sus conclusiones antes de leerlas.

    3 Conferencia de Puebla

    Esta desconfianza de la curia romana respecto del rumbo que estaba tomando el episcopado latinoamericano se expresó institucionalmente cuando el año 1972 intervino el CELAM imponiendo por medio del nuncio como secretario a López Trujillo (COMBLIN, 2011, p. 147). Él preparó el documento de trabajo para Puebla y propuso también coordinar la reunión. Pero el presidente de la asamblea, Lorscheider, lo puso a votación y la asamblea rechazó ambas medidas. Y aunque el discurso inicial del Papa en alguna medida impuso los temas de Jesucristo, el ser humano y la Iglesia, la asamblea obró con libertad y refrendó en repetidos textos a Medellín (DP 12, 15, 25, 96, 142, 235, 260, 462, 480, 550, 590, 648, 1134, 1165, 1247), aunque no todas las orientaciones siguieran esa línea, por lo que podemos considerar el documento como un compromiso entre las diversas corrientes (TRIGO, 1979, p. 98-107). La propuesta de la minoría consistía en contraponer el radical sustrato católico de la cultura latinoamericana y el secularismo de la adveniente cultura universal y en optar por una modernización sin secularismo. Pero el documento insiste sin ambages que el hecho escandaloso de que “en pueblos de arraigada fe cristiana se han impuesto estructuras generadoras de injusticia” es “índice acusador de que la fe no ha tenido la fuerza necesaria para penetrar los criterios y las decisiones de los sectores responsables del liderazgo” (DP 437).

    Para empezar por el método, Puebla asume el método de ver, juzgar y actuar que empleó Medellín: comienza con la visión pastoral de la realidad latinoamericana, prosigue con los designios de Dios sobre la realidad de América Latina, continúa con los centros, los agentes y los medios de evangelizar y acaba con las opciones y acciones preferenciales. Y para poner en marcha las conclusiones de la asamblea propone un proceso de participación educando “en la metodología de análisis de la realidad, para la reflexión sobre dicha realidad a partir del Evangelio, la opción por los objetivos y los medios más aptos y su uso más racional para la acción evangelizadora” (DP 1307).

    La fundamentación teológica del método es que la salvación acontece en la historia, pero que la historia no es epifanía de Dios. Por eso

    para que todo se haga según el Espíritu de Cristo, debemos ejercitarnos en el discernimiento de las situaciones y de los llamados concretos que el Señor hace en cada tiempo, lo cual exige actitud de conversión y apertura y un serio compromiso con lo que se ha discernido (DP 338).

    Por eso colocan como primera opción pastoral la propia conversión de la Iglesia que concretizan muy pertinentemente (DP 973-975).

    Para Puebla la primera causa de todos los problemas es el sistema económico imperante, que no considera al ser humano como centro de la sociedad y por eso no se interesa en lograr una sociedad justa (DP 64, 129). Por eso el efecto de este sistema es la polarización creciente entre ricos y pobres (DP 1, 28, 30, 38, 47, 129, 138, 494, 542, 778, 1135, 1207-1209, 1264). Como Medellín, los obispos califican a esta situación como de pecado (DP 28, 70, 73, 281, 452, 487, 509, 1032) y proponen también la “conversión personal y cambios profundos de estructuras” (DP 30; cf. DP 436-438 et passim).

    El acento de Puebla estaría en las culturas y las ideologías. Como tendencia histórica dicen: “la programación de la vida social responderá cada vez más a los modelos buscados por la tecnocracia, sin correspondencia con los anhelos de un orden social más justo” (DP 129). Ella utilizará los massmedia: ellos “irán programando progresivamente la vida del hombre y de la sociedad” (DP 128; cf. 1072-1073). Puebla capta el desplazamiento de la cultura tradicional latinoamericana por la que llama “adveniente cultura universal”, que impulsada por las grandes potencias “pretende ser universal. Los pueblos, las culturas particulares, los diversos grupos humanos son invitados, más aún, constreñidos a integrarse en ella” (DP 421). “La Iglesia no acepta aquella instrumentación de la universalidad que equivale a la unificación de la humanidad por vía de una injusta e hiriente supremacía y dominación de unos pueblos o sectores sociales sobre otros pueblos y sectores” (DP 427). Sin embargo, reconocen que esta cultura ha impregnado todo de tal manera que “se puede hablar con razón de una nueva época de la historia humana (GS 54)” (DP 393).

    Respecto de las ideologías, los obispos se refieren al liberalismo capitalista (DP 47, 437, 452), al colectivismo marxista (DP 48, 437, 543) y a la Seguridad Nacional (DP 49, 547-549). Como visiones inadecuadas del ser humano mencionan la determinista (DP 308-309, 335), la sicologista (DP 310), economicista (DP 311-313), consumista (DP 311), liberal (DP 312), colectivista (DP 313), estatista (DP 314), cientista (DP 315).

    Insisten en los derechos humanos y en la dignidad absoluta de la persona humana. Subrayan el no reconocimiento de esa dignidad y por tanto la violación masiva de sus derechos, la fundamentación de esos derechos y la presentación positiva de en qué consiste esa dignidad y qué hacer para salvaguardarla y fomentarla. Por eso denuncian lo que niega más radicalmente a la persona: las idolatrías de nuestra época: el dinero y el poder, combinados, que actúan buscando expandirse y que por eso instrumentalizan todo lo demás (DP 493-501). “Es urgente (dicen) liberar a nuestros pueblos del ídolo del poder absolutizado para lograr una convivencia social en justicia y libertad” (DP 502). Por eso el documento insiste en el derecho primario de la humanidad a los bienes de la tierra, derecho al que está subordinado el de propiedad privada y el de libre comercio (DP 492, 542, 747, 1224, 1281).

    Esta evangelización tiene que penetrar en las culturas Los obispos optan por dos direcciones complementarias: la evangelización de la cultura que se ha ido forjando en América Latina en estos cinco siglos, mediante la evangelización de la religiosidad popular que es su venero más hondo y de los pueblos que son sus portadores; y simultáneamente la evangelización de la adveniente cultura universal mediante la evangelización de los constructores de la sociedad pluralista que se está forjando en nuestros días. Pero insisten complementariamente en que los pobres son también sujetos evangelizadores:

    El compromiso con los pobres y los oprimidos y el surgimiento de las Comunidades de Base han ayudado a la Iglesia a descubrir el potencial evangelizador de los pobres, en cuanto la interpelan constantemente, llamándola a la conversión y por cuanto muchos de ellos realizan en su vida los valores evangélicos de solidaridad, servicio, sencillez y disponibilidad para acoger el don de Dios (DP 1147).

    Ahora bien, la opción por los pobres es no sólo uno de los capítulos del documento sino un eje trasversal que lo atraviesa completamente (TRIGO, 1979, p. 108-111). Por eso ese es el aspecto de Puebla que reviste mayor trascendencia histórica, y que, siendo asumido de la Iglesia latinoamericana, fue propuesto repetidamente por el Papa Juan Pablo II a la Iglesia universal. En Puebla es tan crucial esta opción que la podemos considerar, juntamente con la presentación de Jesús de Nazaret, como lo que dinamiza, estructura y unifica todo el documento. Es particularmente pertinente su fundamentación teológica: Dios toma su defensa y los ama porque “hechos a imagen y semejanza de Dios para ser sus hijos, esta imagen está ensombrecida y aun escarnecida” (DP 1142). Y pide que nos fijemos en rostros muy concretos que la pobreza generalizada toma entre nosotros (DP 32-39) para que reconozcamos en ellos “los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que nos cuestiona e interpela” (DP 31). Por eso “el servicio a los pobres es la medida privilegiada, aunque no excluyente, de nuestro seguimiento de Cristo” (DP 1145). Cristo, que en todo el documento es inequívocamente Jesús de Nazaret, que “nació y vivió pobre en medio de su pueblo Israel, se compadeció de las multitudes e hizo el bien a todos” (DP 190).

    La medida de la integralidad de la opción por los pobres es la pobreza evangélica que está “exigida a todos los cristianos” (DP 1148) y se caracteriza por tres elementos: actitud de apertura confiada en Dios; una vida sencilla, sobria y austera que aparte la tentación de la codicia y del orgullo; y la comunicación de bienes materiales y espirituales con los pobres (DP 1149-1150). Para los obispos “esta pobreza es un reto al materialismo y abre las puertas a soluciones alternativas de la sociedad de consumo” (DP 1152). Los obispos se alegran al ver que muchos de sus hijos no pobres viven esta pobreza cristiana (DP 1151). Desde la libertad que da la pobreza evangélica tienen sentido las propuestas que se esbozan, que van desde la condena de la pobreza antievangélica en que está sometida la mayoría de América Latina, al esfuerzo por conocer cada vez más los mecanismos que causan esta tragedia y denunciarlos, a sumar los esfuerzos con los que luchan por desarraigarla y crear un mundo más justo y humano, a apoyar a los trabajadores que quieren ser tratados como libres y responsables y participar en las decisiones que conciernen a su vida, y a defender el derecho a crear sus propias organizaciones ( DM 2,27), y a respetar y apoyar a las culturas indígenas (DP 1159-1164).

    Desde esta opción se comprende su mensaje a los constructores de la sociedad pluralista. Destacamos dos elementos: el primero, la defensa del salario de los trabajadores, del derecho a organizarse y participar en las empresas y el derecho más general a una política económica que no vaya hacia la reducción del empleo. El segundo, el de la justicia en el punto específico de los contratos, más allá de su legalidad y en el más genérico de la destinación primaria de los recursos de la tierra para la humanidad como magnitud real, como sujeto colectivo, al que está subordinada la propiedad privada.

    El servicio del pueblo de Dios a los pueblos es la evangelización. Ella

    da a conocer a Jesús como el Señor, que nos revela al Padre y nos comunica su Espíritu. Nos llama a la conversión que es reconciliación y vida nueva, nos lleva a la comunión con el Padre que nos hace hijos y hermanos. Hace brotar, por la caridad derramada en nuestros corazones, frutos de justicia, de perdón, de respeto, de dignidad, de paz en el mundo (DP 352).

    El documento insiste en el binomio de comunión y participación, tanto como estructura de la Iglesia como la misión que tiene que llevar al mundo. El motivo es que el Reino “se da en cierto modo donde quiera que Dios está reinando mediante su gracia y amor, venciendo el pecado y ayudando a los hombres a crecer hacia la gran comunión que les ofrece en Cristo” (DP 226). El designio de Dios es que los seres humanos construyan la comunión “en toda la vida”, incluso “en su dimensión económica, social y política” (DP 215). Esta comunión, que es la más genuina producción humana, desde el plano trascendente, está “producida por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo” porque “es la comunicación de su propia comunión trinitaria” (DP 215). Por eso las formas de comunión humana en sus diversos ámbitos “son, animadas por la gracia, su primicia” (DP 218). Ahora bien,

    el pecado, fuerza de ruptura, obstaculizará permanentemente el crecimiento en el amor y la comunión, tanto desde el corazón de los hombres, como desde las diversas estructuras por ellos creadas, en las cuales el pecado de sus autores ha impreso su huella destructora. En este sentido, la situación de miseria, marginación, injusticia y corrupción que hiere a nuestro continente, exige del Pueblo de Dios y de cada cristiano un auténtico heroísmo con su compromiso evangelizador, a fin de poder superar los obstáculos (DP 281).

    El Evangelio nos debe enseñar que, ante las realidades que vivimos, no se puede hoy en América Latina amar de veras al hermano y por lo tanto a Dios, sin comprometerse a nivel personal y en muchos casos, incluso, a nivel de estructuras, con el servicio y la promoción de los grupos humanos y de los estratos sociales más desposeídos y humillados, con todas las consecuencias que se siguen (DP 327).

    En esto consiste la sacramentalidad de la Iglesia: en ser signo creíble de comunión. Por eso

    cada comunidad eclesial debería esforzarse por constituir para el Continente un ejemplo de modo de convivencia donde logren aunarse la libertad y la solidaridad. Donde la autoridad se ejerza con el espíritu del Buen Pastor. Donde se viva una actitud diferente frente a la riqueza. Donde se ensayen formas de organización y estructuras de participación, capaces de abrir camino hacia un tipo más humano de sociedad (DP 273).

    Para que formen parte de este signo los pastores están al servicio de la Familia de Dios como hermanos: “Son hermanos llamados a servir la vida que el Espíritu libremente suscita en los demás hermanos. Vida que es deber de los pastores respetar, acoger, orientar y promover, aunque haya nacido independientemente de sus propias iniciativas” (DP 249).

    4 Conferencia de Santo Domingo

    Esta conferencia se celebró en el quinto centenario del “descubrimiento”. Lo obvio habría sido un discernimiento de estos cinco siglos y de la actuación del cristianismo en ellos y propuestas para fortalecer lo bueno y superar lo malo. Pero el Vaticano intervino de modo que a nivel estructural no fue una conferencia del episcopado porque más de la mitad de los presentes no fueron elegidos por los obispos, porque fue desechado el documento de trabajo, porque los que la presidieron vinieron de Roma y de allí vino también la normativa y sobre todo porque no se admitió la redacción global de lo que habían elaborado los grupos de trabajo que, menos los doctrinales, iban en la línea de Medellín y Puebla y avanzaban en esa dirección. Tampoco se admitió el método ver, juzgar, actuar y se lo sustituyó por una doctrina preconciliar sobre Jesucristo y la Iglesia. Estuvo a punto de que la asamblea desechara todo; pero al fin se reestructuró lo que se pudo y el resultado fue satisfactorio para la mayoría porque los capítulos sobre la promoción humana y la cultura cristiana les parecían cauces adecuados para la pastoral.

    Tampoco ayudó la separación entre vivienda y lugar de trabajo ni el que la vivienda estuviera repartida por episcopados en lujosos hoteles que siguieron funcionando como tales. En este sentido fue lo más opuesto a Medellín.

    El tema fue “impulsar con nuevo ardor una Nueva Evangelización, que se proyecte en un mayor compromiso por la promoción integral del hombre e impregne con la luz del Evangelio las culturas de los pueblos latinoamericanos” (DSD 1). La parte primera, “Jesucristo, evangelio del Padre”, no recoge desgraciadamente la riqueza del conocimiento vivo de Jesús de Nazaret a través de la lectura orante de las comunidades, una de las grandes riquezas del cristianismo latinoamericano que se expresó en Medellín y Puebla. Ni siquiera dice que fue entregado al procurador romano para que fuera crucificado como subversivo, por las autoridades religiosas, sobre todo la aristocracia sacerdotal, que resentía su liderazgo con el pueblo que socavaba el suyo institucional; “todo el mundo se fue tras él” (Jn 12,19).  Lo que proponen es

    Provocar en los católicos la adhesión personal a Cristo y a la Iglesia por el anuncio del Señor resucitado; Desarrollar una catequesis que instruya debidamente al pueblo, explicando el misterio de la Iglesia, sacramento de salvación y comunión, la mediación de la Virgen María y de los santos y la misión de la jerarquía (DSD 142).

    Como se ve, se sustituye a Jesús de Nazaret por el resucitado y la catequesis, en vez de centrarse en el seguimiento de Jesús, se restringe a la Iglesia, a la jerarquía y a la devoción a la Virgen. Por eso en el documento la liturgia no es la celebración de la fidelidad en el seguimiento de Jesús en la vida histórica sino la fuente y el centro, que hay que aplicar a la vida (DSD 34-35). El doctrinarismo es tal que llegan a afirmar que los “valores, criterios, conductas y actitudes” de la religiosidad popular, que “constituyen la sabiduría de nuestro pueblo”, “nacen del dogma católico” (DSD 36).

    Sin embargo, hay muchos textos rescatables: la necesidad de una nueva evangelización

    surge en América Latina como respuesta a los problemas que presenta la realidad de un continente en el cual se da un divorcio entre fe y vida hasta producir clamorosas situaciones de injusticia, desigualdad social y violencia. Implica afrontar la grandiosa tarea de infundir energías al cristianismo de América Latina (DSD 24).

    Los obispos afirman que “el contenido de la Nueva Evangelización es Jesucristo” (DSD 27). Nuevas situaciones exigen nuevos caminos. No pueden faltar “el testimonio y el encuentro personal, la presencia del cristiano en todo lo humano, así como la confianza en el anuncio salvador de Jesús” (DSD 29). El cristianismo y la Iglesia tienen “que inculturarse más en el modo de ser y de vivir de nuestras culturas”. “Así, la Nueva Evangelización continuará en la línea de la encarnación del verbo” (DSD 30).

    La proclamación evangélica y la catequesis deben “nutrirse de la Palabra de Dios leída e interpretada en la Iglesia y celebrada en la comunidad” (DSD 33). Y se realiza

    ‘difundiendo su testimonio vivo sobre todo con la vida de fe y caridad’ (LG 12). El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de evangelización, como lo hizo presente vigorosamente Jesús en varias ocasiones (cf. Mt 7,21-23; 25,31-46; Lc 10,37; 19,1-10) y lo enseñaron también los Apóstoles (cf. Sant 2,14-18)” (DSD 33).

    En esta nueva evangelización piden “que los bautizados no evangelizados sean los principales destinatarios de la Nueva Evangelización. Ésta sólo se llevará a cabo efectivamente si los laicos conscientes de su bautismo responden al llamado de Cristo a convertirse en protagonistas de la Nueva Evangelización” (DSD 97). Por eso hay que “evitar que los laicos reduzcan su acción al ámbito intraeclesial, impulsándolos a penetrar los ambientes socioculturales y a ser en ellos protagonistas de la transformación de la sociedad a la luz del Evangelio y de la Doctrina Social de la Iglesia” (DSD 98). “Una línea prioritaria de nuestra pastoral, fruto de esta IV Conferencia, ha de ser la de una Iglesia en la que los fieles cristianos laicos sean protagonistas” (DSD 103).

    Ya hemos insistido que lo que dicen sobre la promoción humana es fundamentalmente pertinente. Ante todo, afirman que

    los derechos humanos se violan no sólo por el terrorismo, la represión, los asesinatos, sino también por la existencia de condiciones de extrema pobreza y de estructuras económicas injustas que originan grandes desigualdades. La intolerancia política y el indiferentismo frente a la situación del empobrecimiento generalizado muestran un desprecio a la vida humana concreta que no podemos callar (DSD 167).

    Lo especifican convincentemente:

    El creciente empobrecimiento en el que están sumidos millones de hermanos nuestros hasta llegar a intolerables extremos de miseria es el más devastador y humillante flagelo que vive América Latina y el Caribe. Así lo denunciamos tanto en Medellín como en Puebla y hoy volvemos a hacerlo con preocupación y angustia. Las estadísticas muestran con elocuencia que en la última década las situaciones de pobreza han crecido tanto en números absolutos como en relativos. A nosotros los pastores nos conmueve hasta las entrañas el ver continuamente la multitud de hombres y mujeres, niños y jóvenes y ancianos que sufren el insoportable peso de la miseria así como diversas formas de exclusión social, étnica y cultural; son personas humanas concretas e irrepetibles, que ven sus horizontes cada vez más cerrados y su dignidad desconocida.

    Miramos el empobrecimiento de nuestro pueblo no sólo como un fenómeno económico y social, registrado y cuantificado por las ciencias sociales. Lo miramos desde dentro de la experiencia de mucha gente con la que compartimos, como pastores, su lucha cotidiana por la vida.

    La política de corte neoliberal que predomina hoy en América Latina y el Caribe profundiza aún más las consecuencias negativas de estos mecanismos. Al desregular indiscriminadamente el mercado, eliminarse partes importantes de la legislación laboral y despedirse trabajadores, al reducirse los gastos sociales que protegían a las familias de trabajadores, se han ahondado aún más las distancias en la sociedad (DSD 179).

    Por eso afirman que “descubrir en los rostros sufrientes de los pobres el rostro del Señor (cf. Mt 25,31-46) es algo que desafía a todos los cristianos a una profunda conversión personal y eclesial” (DSD 178) El texto especifica esos rostros.

    La conclusión es

    Asumir con decisión renovada la opción evangélica y preferencial por los pobres, siguiendo el ejemplo y las palabras del Señor Jesús, con plena confianza en Dios, austeridad de vida y participación de bienes. […] Revisar actitudes y comportamientos personales y comunitarios, así como las estructuras y métodos pastorales, a fin de que no alejen a los pobres, sino que propicien la cercanía y el compartir con ellos.

    Promover la participación social ante el Estado, reclamando leyes que defiendan los derechos de los pobres (DSD 180).

    Se refieren concretamente a la realidad del trabajo (DSD 186) la valoran cristianamente y proponen desafíos y líneas pastorales congruentes (DSD 182-185). Lo mismo respecto de las migraciones (DSD 186-189) y sobre el orden democrático (DSD 190-193). Destacamos:

    Revisar actitudes y comportamientos personales y comunitarios, así como las estructuras y métodos pastorales, a fin de que no alejen a los pobres, sino que propicien la cercanía y el compartir con ellos. Promover la participación social ante el Estado, reclamando leyes que defiendan los derechos de los pobres (DSD 180).

    También sobre el nuevo orden económico (DSD 194-203), destacamos:

    Fomentar la búsqueda e implementación de modelos socioeconómicos que conjuguen la libre iniciativa, la creatividad de personas y grupos, la función moderadora del Estado, sin dejar de dar atención especial a los sectores más necesitados. Todo esto, orientado a la realización de una economía de la solidaridad y la participación, expresada en diversas formas de propiedad (DSD 201).

    Lo mismo respecto de la integración latinoamericana (DSD 204-209), destacamos el horizonte:

    Todos sentimos la urgencia de integrar lo disperso y de unir esfuerzos para que la interdependencia se haga solidaridad y ésta pueda transformarse en fraternidad […] La Iglesia es consciente de su singular protagonismo y de su papel orientador en cuanto a la formación de una mentalidad de pertenencia a la humanidad y al fomento de una cultura solidaria y de reconciliación (DSD 204).

    También nos parece pertinente lo que dice sobre la familia, aunque no compartimos la insistencia en que todo acto sexual debe estar abierto a la procreación (DSD 210-227).

    El tratamiento de la cultura adolece del mismo problema de enfoque que Puebla ya que de algún modo pretende identificar las señas de identidad católicas presentes masivamente en el continente con su condición de evangelizado. Tampoco estoy de acuerdo con la pretensión de que exista o pueda existir una cultura cristiana (DSD 229). La evangelización de la cultura se apoya sin duda en elementos positivos, pero nunca corregirá del todo los negativos estructurales. Tampoco estoy de acuerdo en que la inculturación del evangelio consiste en introducir valores (DSD 230): es demasiado etéreo.

    Coincido con la importancia de la catequesis, pero estoy de acuerdo en la paradoja de que coexisten “un desconocimiento de la doctrina junto a vivencias católicas enraizadas en los principios del Evangelio” (DSD 247). Insisten y es pertinente hacerlo en “presentar la vida moral como un seguimiento de Cristo” (DSD 239); pero por eso mismo es una debilidad que al presentar a Jesús omitan su vida concreta.

    Es valioso el apunte sobre lo que entraña la evangelización de la cultura negra:

    Conscientes del problema de marginación y racismo que pesa sobre la población negra, la Iglesia, en su misión evangelizadora, quiere participar de sus sufrimientos y acompañarlos en sus legítimas aspiraciones en busca de una vida más justa y digna para todos (249).

    Lo mismo respecto de las culturas indígenas:

    Contribuir eficazmente a frenar y erradicar las políticas tendientes a hacer desaparecer las culturas autóctonas como medios de forzada integración; o por el contrario, políticas que quieran mantener a los indígenas aislados y marginados de la realidad nacional (DSD 251).

    Al referirse a la evangelización de las culturas modernas los obispos señalan de entrada la “incoherencia entre los valores del pueblo, inspirados en principios cristianos, y las estructuras sociales generadoras de injusticias, que impiden el ejercicio de los derechos humanos” (DSD 253).

    La caracterización de la ciudad y de la pastoral que se propone para ella revela que falta una comprensión más a fondo de su realidad y adaptación a ella (DSD 255-262).

    “La educación cristiana desarrolla y afianza en cada cristiano su vida de fe y hace que verdaderamente en él su vida sea Cristo” (DSD 264) ¿Se afirma lo que sucede o lo que quisiéramos que sucediera? ¿Está siquiera planteado en lo que se llama educación católica?

    Lo que se afirma sobre la educación cristina es tan pertinente que bueno sería que al menos se planteara en los procesos de iniciación cristiana:

    la educación cristiana se funda en una verdadera Antropología cristiana, que significa la apertura del hombre hacia Dios como Creador y Padre, hacia los demás como a sus hermanos, y al mundo como a lo que le ha sido entregado para potenciar sus virtualidades y no para ejercer sobre él un dominio despótico que destruya la naturaleza (DSD 264).

    Los desafíos de la realidad están bien planteados:

    la realidad educativa latinoamericana nos interpela por la exclusión de mucha gente de la educación escolar, aun la básica, por el gran analfabetismo que existe en varios de nuestros países; nos interpela por la crisis de la familia, la primera educadora, por el divorcio existente entre el Evangelio y la cultura; por las diferencias sociales y económicas que hacen que para muchos sea onerosa la educación católica, especialmente en niveles superiores. Nos interpela también la educación informal que se recibe a través de tantos comunicadores no propiamente cristianos, vgr. En televisión (DSD 267).

    Se cae en cuenta muy realísticamente de la dirección de la demanda:

    Generalmente desde los criterios secularistas nos piden que eduquemos al hombre técnico, al hombre apto para dominar su mundo y vivir en un intercambio de bienes producidos bajo ciertas normas políticas; las mínimas. Esta realidad nos interpela fuertemente para poder ser conscientes de todos los valores que están en ella y poderlos recapitular en Cristo (DSD 266).

    ¿Es posible o hay que discernir qué sí y qué no? Por eso piden un diálogo con el hombre técnico y con el humanismo cristiano de manera que resulte sabiduría cristiana (DSD 268).

    El apunte antropológico en que se basa el tratamiento sobre la comunicación es certero: “Cada persona y cada grupo humano desarrolla su identidad en el encuentro con otros (alteridad)” (DSD 279).

    Bien planteado el problema:

    Nos damos cuenta del desarrollo de la industria de la comunicación en América Latina y el Caribe, que muestra el crecimiento de grupos económicos y políticos que concentran cada vez más en pocas manos y con enorme poder la propiedad de los diversos medios y llegan a manipular la comunicación, imponiendo una cultura que estimula el hedonismo y consumismo y atropella nuestras culturas con sus valores e identidades.

    Vemos cómo la publicidad introduce a menudo falsas expectativas y crea necesidades ficticias; vemos también cómo especialmente en la programación televisiva abundan la violencia y la pornografía, que penetran agresivamente en el seno de las familias.(DSD 280)

    Lo que se dice sobre comunicación social y cultura es suficiente, aunque se reconoce que se está empezando (DSD 275-286).

    Recapitulando: “nos comprometemos a trabajar en: 1. Una Nueva Evangelización de nuestros pueblos. 2. Una promoción integral de los pueblos latinoamericanos y caribeños. 3. Una Evangelización inculturada” (DSD 292). Son los 3 temas propuestos por el Papa y asumidos por la conferencia.

    5 Conferencia de Aparecida

    El título de la Conferencia de Aparecida (2007) es: “Discípulos y Misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos tengan en Él vida”, un título que expresa adecuadamente nuestro ser cristiano.

    El documento gira alrededor de la vida y el sujeto que la promueve es el colectivo de los discípulos misioneros, aunque el sujeto trascendente es Jesucristo. La primera parte “La vida de nuestros pueblos hoy” se propone como la mirada de los discípulos misioneros sobre la realidad; la segunda, “La vida de Jesucristo en los discípulos misioneros”, desarrolla su vocación a la santidad, su comunión en la Iglesia y su itinerario formativo; y la tercera, “La vida de Jesucristo para nuestros pueblos”, se refiere a su misión al servicio de la vida, la promoción de la dignidad humana, sobre todo de los pobres, de los que sufren y particularmente de la familia y sus miembros de diferentes edades y responsabilidades, y concluye con la evangelización de la cultura.

    El objetivo de Aparecida es “repensar profundamente y relanzar con fidelidad y audacia su misión en las nuevas circunstancias latinoamericanas y mundiales” (Dap 11). La necesidad de este relanzamiento deriva de la novedad de la época, que exige evangelizarla e inculturar el Evangelio en ella. Por eso el documento dedicará muchas páginas a su caracterización como oportunidad y riesgo para la vida humana, y la calidad humana de esta vida y, más particularmente, para la fe cristiana. Pero para los obispos es imprescindible también una nueva evangelización fundante por la situación del catolicismo en nuestra región. En efecto, el documento reconoce que en la vida cotidiana de la Iglesia “aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando y degenerando en mezquindad” (Dap 12). Por eso es imprescindible un “acontecimiento fundante”, que está ligado a un “encuentro vivificante con Cristo” (Dap 13).

    Este acontecimiento incumbe de un modo u otro a todos los católicos: “A todos nos toca recomenzar desde Cristo, reconociendo que no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Dap 12). Por eso la revitalización del catolicismo “no depende tanto de grandes programas y estructuras, sino de hombres y mujeres nuevos que encarnen dicha tradición y novedad, como discípulos de Jesucristo y misioneros de su Reino” (Dap 11).

    Desde este objetivo, el documento reclama que ha sido escrito en continuidad con las anteriores Conferencias (Dap 9, 16, 369, 396, 402, 446, 526), ya que ellas también se plantearon el mismo objetivo de actualizar el Evangelio en sus propias circunstancias para contribuir a que los pueblos latinoamericanos tengan vida humana según la humanidad de Jesucristo.

    Queremos señalar la importancia de ligar el encuentro con Jesús de Nazaret con la entrega a su Reino. Una entrega a Jesús que prescinda de la tarea del Reino no es entrega a él sino a un Cristo que nos inventamos, ya que él rechazó la propuesta de Pedro de quedarse contemplándolo en el Tabor (Mc 9,5-8) o la de la Magdalena de quedarse gozando de su persona resucitada (Jn 20,16-18) y los envió a proseguir la misión que el Padre le había encomendado (Jn 20,21). Así pues, el encuentro con Jesús no puede concebirse como estarse devotamente con él (en eso consiste el pietismo) sino como el seguimiento de su misión con su mismo Espíritu (Dap 129-153).

    El método es partir de la mirada creyente sobre la realidad para ver en ella el paso de Dios y lo que se opone al mundo fraterno de las hijas e hijos de Dios, es decir, al Reino, que vino a instaurar Jesús, o sea, auscultando los signos de los tiempos:

    Los pueblos de América Latina y de El Caribe viven hoy una realidad marcada por grandes cambios que afectan profundamente sus vidas. Como discípulos de Jesucristo, nos sentimos interpelados a discernir los ‘signos de los tiempos’, a la luz del Espíritu Santo, para ponernos al servicio del Reino, anunciado por Jesús, que vino para que todos tengan vida y ‘para que la tengan en plenitud’ (Jn 10, 10) (Dap 33; cf. Dap 366).

    Por eso el método que adopta, en continuidad con las conferencias anteriores, es el de ver, juzgar y actuar:

    Este método nos permite articular, de modo sistemático, la perspectiva creyente de ver la realidad; la asunción de criterios que provienen de la fe y de la razón para su discernimiento y valoración con sentido crítico; y, en consecuencia, la proyección del actuar como discípulos misioneros de Jesucristo (Dap 19).

    La razón de esta secuencia es que para hacer el equivalente de lo que él hizo en su situación, que eso es seguirlo (Dap 139), no sólo es preciso conocer su modo de habérselas con su realidad sino también nuestra realidad.

    Que el tema sea la vida parece bastante acertado ya que en América Latina la vida está amenazada, y vilipendiada de múltiples modos, y por otra parte existe en nuestra región un anhelo inapagable de vida realmente humana, y además para eso vino Jesús al mundo: para que tuviéramos vida, incluso para darnos vida con su vida (Dap 347-364).

    El que los cristianos tengamos que ser discípulos es decisivo porque, como reconoce el documento con gran realismo, “Si muchas de las estructuras actuales generan pobreza, en parte es debido a la falta de fidelidad a sus compromisos evangélicos de muchos cristianos con especiales responsabilidades políticas, económicas y culturales” (Dap 501). También es un acierto unir la condición de discípulos y la de enviados porque Jesús eligió discípulos para que participaran de su misión; si los tuvo a su lado, fue para que en la convivencia se impregnaran por connaturalidad (Dap 336) de su mentalidad, sus actitudes y su modo de relacionarse. Es también un acierto que no proponga la misión como la maquinaria de las empresas para vender sus productos sino como un acontecimiento “que tiene que pasar de persona a persona, de casa en casa, de comunidad a comunidad […], sobre todo entre las casas de las periferias urbanas y del interior […], buscando dialogar con todos en espíritu de comprensión y de delicada caridad” Y prosigue citando al Papa Benedicto XVI: “si las personas encontradas están en una situación de pobreza, es necesario ayudarlas, como hacían las primeras comunidades cristianas, practicando la solidaridad, para que se sientan amadas de verdad” (Dap 550).

    El documento especifica los lugares donde nos encontramos con Jesús de Nazaret: ante todo en los evangelios (Dap 247, 255), también en la comunidad (Dap 256) y señaladamente en los pobres (Dap 257) y en la religión del pueblo (Dap 258-265) y, por supuesto, en la Cena del Señor (Dap 251).

    Desde este encuentro personalizado con Jesús de Nazaret se pasa de una Iglesia clericalizada a otra en la que todos son sujetos que se edifican mutuamente y participan activamente en la misión (Dap 154, 156, 159, 162). El documento explana los lugares de comunión para la misión: la parroquia como comunidad de comunidades, las comunidades eclesiales de base y otras pequeñas comunidades y las conferencias episcopales, y analiza a continuación cómo contribuyen a ella cada una de las vocaciones en la Iglesia.

    El documento señala que esta misión por su entrega a los pobres y su defensa ha ocasionado mártires, un texto que habíamos esperado desde Puebla:

    Su empeño a favor de los más pobres y su lucha por la dignidad de cada ser humano han ocasionado, en muchos casos, la persecución y aún la muerte de algunos de sus miembros, a los que consideramos testigos de la fe. Queremos recordar el testimonio valiente de nuestros santos y santas, y de quienes, aun sin haber sido canonizados, han vivido con radicalidad el evangelio y han ofrendado su vida por Cristo, por la Iglesia y por su pueblo (Dap 98).

    El documento tematiza la relación entre Jesús y los pobres de modo paradigmático: “estamos llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos” (Dap 393). La razón es que “Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo” (Dap 393). Por eso tenemos que dedicar tiempo a los pobres como amigos y procurar que ellos sean sujetos de su liberación (Dap 394). Por eso, así como Jesús vivió y propuso la reciprocidad de dones,

    Los discípulos y misioneros de Cristo promueven una cultura del compartir en todos los niveles en contraposición de la cultura dominante de acumulación egoísta, asumiendo con seriedad la virtud de la pobreza como estilo de vida sobrio para ir al encuentro y ayudar a las necesidades de los hermanos que viven en la indigencia (Dap 540).

    A esto dicen los obispos que los animan los mismos pobres (Dap 257,265).

    Por eso proponen una globalización alternativa “que se fundamenta en el evangelio de la justicia, la solidaridad y el destino universal de los bienes, y que supere la lógica utilitarista e individualista, que no somete a criterios éticos los poderes económicos y tecnológicos” (Dap 474; Dap 64); “nuevas estructuras que promuevan una auténtica convivencia humana, que impidan la prepotencia de algunos y faciliten el diálogo constructivo para los necesarios consensos sociales” (Dap 384). Para posibilitarlo proponen

    Apoyar la participación de la sociedad civil para la reorientación y consiguiente rehabilitación ética de la política […], la creación de oportunidades para todos, la lucha contra la corrupción, la vigencia de los derechos laborales y sindicales […], promover una justa regulación de la economía, finanzas y comercio mundial (Dap 406).

    Para que todo esto sea posible hay que superar la división entre lo público y lo privado, típica de la modernidad, que pide declarar a esto como asunto de cada quien sin trascendencia. Por el contrario,

    Cuánta disciplina de integridad moral necesitamos, entendiendo por ella, en el sentido cristiano, el autodominio para hacer el bien, para ser servidor de la verdad y del desarrollo de nuestras tareas sin dejarnos corromper por favores, intereses y ventajas. Se necesita mucha fuerza y mucha perseverancia para conservar la honestidad que debe surgir de una nueva educación que rompa el círculo vicioso de la corrupción imperante (Dap 507).

    Conclusión

    Ahora bien, la limitación del documento es que, como en Puebla y más aún en Santo Domingo, además de este horizonte que concibe la salvación en la historia y la celebra en los sacramentos, señaladamente en la Cena del Señor, también afloran otros dos horizontes incompatibles: la teología de los misterios y una versión un tanto fundamentalista de la teología kerigmática. Hay que decir que los textos más proféticos fueron sistemáticamente suprimidos por los que tenían el control final de la redacción (por ejemplo, lo que dicen de las CEBs en el n°193-195, en la versión original aprobada por la asamblea y lo que quedó en los n°178-180 en la versión definitiva). Porque quienes promueven afirmaciones más pietistas y trascendentalizadas son los que viven más adaptados a este orden social. Ambos se remiten a Jesús de Nazaret, pero unos se restringen más a su misterio (por eso la abundancia de citas de Juan) y son proclives a lenguajes doxológicos, muy abundantes en este documento, ya que el contacto primario con Cristo es para ellos el culto; en tanto otros insisten en que el misterio de Jesús reluce en su historia (de ahí que se remitan a los sinópticos) y en ella hay que descubrir su sentido, y que, al proseguirla, se entra en comunión con él.

    Ambos grupos valoran la misa y gustan de ella, pero los primeros la entienden como el encuentro fontal del que viven, y los segundos como la celebración vivificante y comprometedora del seguimiento en la vida. Para los primeros el Reino se identifica con la persona de Jesús. Esto tiene dos consecuencias: la primera que el acontecimiento del reino es un acontecimiento intraeclesial, cuya puerta es el bautismo y cuyo alimento es la Palabra y los sacramentos (p.ej. Dap 382), y la segunda que la misión consistirá en poner en contacto con Jesús, para que se integren a la Iglesia, donde está la salvación. Para los segundos Jesús es ciertamente interno al Reino, pero la razón es que en él y sólo en él somos hijos de Dios y hermanos de todos los seres humanos (p.ej. Dap 139, 361).

    El sentido de este señalamiento es ayudar a la comprensión del documento que han producido ambos como un compromiso, y en definitiva ayudar a la comprensión de nuestra Iglesia Latinoamericana para situarnos conscientemente en ella según el don recibido.

    Pedro Trigo SJ. Facultad de teología de la Universidad Catolica Andrés Bello, Caracas, Vezuela. Texto original espanhol

    Referencias

    CELAM. I Conferencia General del CELAM. Documento de Río de Janeiro (DR). Bogotá: CELAM, 1955. Disponível em: https://www.celam.org/conferencias_rio.php. Acceso: 30 ago. 2022.

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    [1] Theologica latinoamericana ya ha publicado uma entrada sobre las cinco Conferencias del CELAM, escrito por Sandra Arenas. El presente texto aborda otros aspectos y ayuda a enriquecer la compreensión de la temática.

    [2] Dussel, en su análisis de la conferencia, se fija sobre todo en cómo a partir de ella comienza la organización de la Iglesia latinoamericana en todos los campos y desde sí misma (DUSSEL, 1964, p. 186-190).

    La pastoral indígena en América Latina

    Índice

    Introducción

    1 Los contenidos mayores de la Pastoral Indígena

    2 ¿Cómo se fue gestando la Pastoral Indígena?

    3 La Iglesia y los aborígenes en tiempos posteriores a la Independencia

    4 El kairós del Papa Francisco

    5 Desafíos de la Pastoral Indígena actual

    Conclusión

    Referencias

    Introducción

    El término Pastoral Indígena es reciente en la iglesia latinoamericana. Se empezó a usar a fines de los años 70s del siglo pasado como pastoral específica, distinguiéndose de la Pastoral Indigenista, que era el término usado previamente y que se refería a la acción de misioneras y misioneros no indígenas a favor de los pueblos originarios; en tanto que a la Pastoral Indígena se le fue dando el sentido de acción de los mismos indígenas dentro de las iglesias particulares.

    El contenido de ambas categorías teológico-pastorales fue construyéndose en las iglesias periféricas de América Latina, en segunda mitad del siglo XX, con la llegada o retorno a las regiones indígenas de pastores y servidoras/servidores eclesiales que, al acercarse efectiva y afectivamente a esta realidad dolorosa de marginación, explotación y abandono de la población nativa, se hicieron más sensibles a sus exigencias y se dejaron interpelar y moldear por la diversidad cultural y religiosa de estos pueblos hasta asumir, de alguna manera, elementos de esa identidad antes negada y rechazada en la Iglesia.

    1 Los contenidos mayores de la Pastoral Indígena

    Los objetivos explícitos de la Pastoral Indígena reciente apuntan al surgimiento de iglesias particulares autóctonas a partir de las llamadas Semillas del Verbo (logoi spermatikoi), que el Concilio Vaticano II (1962-1965) retomó de los Padres de la Iglesia primitiva y que buscaron conectar la propuesta del evangelio del Reino de Jesús con la búsqueda de Dios preexistente en los pueblos antes de la llegada de la Iglesia. Así mismo se reconoce y se impulsa en esta Pastoral Indígena el protagonismo indispensable de los indígenas en la construcción de dichas iglesias particulares autóctonas, aportando su sabiduría ancestral contenida en las llamadas teologías indias.

    2 ¿Cómo se fue gestando la Pastoral Indígena?

    La Pastoral Indígena, tal como la conocemos ahora, empezó a tomar cuerpo cuando, al principio del siglo XX, la Iglesia se percató de la necesidad de atender a las poblaciones indígenas más abandonadas como las amazónicas. Pero, sobre todo, cuando llegaron hacia la mitad de ese siglo pastores y congregaciones religiosas que se acercaron a las comunidades autóctonas de América Latina no sólo con acciones misioneras esporádicas, sino con una presencia estable y prolongada.

    Sin embargo, las raíces más antiguas de la Pastoral Indígena se hallan en los misioneros de la primera evangelización de este continente que se atrevieron a ponerse del lado de los indios vencidos, tomando distancia de los conquistadores que oprimieron a estos pueblos. El primero fue Fr. Bernardo Boil (1450-1510), eclesiástico plenipotenciario del Papa Alejandro VI que acompañó a Cristóbal Colón en el segundo viaje (1493); luego fueron los dominicos de la isla caribeña de Santo Domingo (1511) y más adelante Julián Garcés (1527), primer obispo de Tlaxcala, que motivó al Papa Paulo III a escribir la encíclica indigenista Sublimis Deus (1537); y, desde luego, Fr. Bartolomé de las Casas y la corriente profética que él generó a favor de los indios y de una evangelización sin violencia.

    De modo que se puede afirmar que la Pastoral Indígena – que va de la mano con la Teología India – hizo su aparición clara y consistente en los últimos 50 años de la Iglesia latinoamericana, pero está en continuidad con las grandes intuiciones misionológicas de los primeros 50 años de la evangelización fundante de nuestra Iglesia en este continente. Ambos momentos históricos son obra conjunta de pastores profetas, de bases indígenas, de líderes autóctonos y de servidoras/servidores eclesiales comprometidos con la causa indígena.

    Por eso, el Equipo de asesores del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), al analizar el Caminar de la Pastoral Indígena, señala que, aunque con un alcance limitado, ya Fr. Gerónimo de Mendieta se refería a esta propuesta de la Iglesia Autóctona – aunque entonces él la llamó “Iglesia Indiana” – cuando menciona la llegada de los tres primeros frailes legos, un año antes del arribo a México de los paradigmáticos Doce Misioneros Franciscanos:

    […] cuando llegaron los doce apostólicos varones, que fue el de mil y quinientos y veinte y cuatro, viendo que los templos de los ídolos aún se estaban en pie, y los indios usaban sus idolatrías y sacrificios, preguntaron a este padre Fr. Juan de Tecto y a sus compañeros, qué era lo que hacían y en qué entendían. A lo cual Fr. Juan de Tecto respondió: “Aprendemos la teología que de todo punto ignoró S. Agustín”, llamando teología a la lengua de los indios, y dándoles a entender el provecho grande que de saber la lengua de los naturales se había de sacar (MENDIETA,1971, p. 308).

    Como se puede apreciar en el texto y en otras fuentes de la época, los primeros franciscanos en México – y también las demás órdenes religiosas que llegaron para evangelizar el continente – quisieron en gran medida, y entre contradicciones, acoger y rescatar no sólo la lengua de los originarios, sino la riqueza social, cultural y simbólica de los pueblos autóctonos con milenarias culturas. Precisamente, el mismo Mendieta sostenía hace 5 siglos que los primeros franciscanos llegados al continente americano venían con el propósito de vivir el ideal primitivo de San Francisco y establecer entre los originarios una “Iglesia indiana” o autóctona como decimos ahora.

    Después de los primeros 50 años de mucho profetismo y acción eclesial de gran creatividad, la etapa misionera terminó y dio paso a la implantación de la Iglesia con todas sus estructuras y esquemas propios de administración diocesana y parroquial de la época que, al irse consolidando, abandonó a las poblaciones nativas, por haberse reducido estas a su mínima expresión a consecuencia de la guerra, las enfermedades y las encomiendas. Los pueblos indígenas, que no fueron entonces enganchados a la sociedad colonial, se mantuvieron al margen de la acción de ella, y por esa razón no fueron prácticamente objeto de ninguna acción misionera o pastoral de la Iglesia durante gran parte de la época colonial, salvo algunas excepciones.

    Cuando surgieron las naciones independientes de la Corona española y de la portuguesa (1810-1898), la Iglesia, en varios lugares, fue convocada para ser instrumento de integración de las comunidades indígenas a las sociedades nacionales, vía la educación oficial y la cristianización occidentalizante. Eso aconteció especialmente con la población amazónica.

    3 La Iglesia y los aborígenes en tiempos posteriores a la Independencia

    A nivel oficial, entre finales de mayo y principios de julio de 1899, por convocación del Papa León XIII, se celebró en Roma el Concilio Plenario de América Latina, con la asistencia de la mitad del episcopado del continente que por primera vez se reúne para considerar los problemas más urgentes y graves de la Iglesia en estas tierras. El título XI, capítulo III de los Decretos del Concilio, dedicado a “las santas misiones a los infieles”, insiste en procurar llevar la civilización, por medio de la predicación evangélica, a las tribus que aún permanecen en la infidelidad”, a los indios todavía por convertir”, “para que no quede, por fin, uno solo de nuestros aborígenes que no disfrute de la luz de la verdad y de la civilización cristiana (CONCILII PLENARII AMERICAE LATINAE, 1899, n. 770, 771, 767). En continuidad con la mentalidad colonial se plantea que los obispos y sacerdotes han de servirse de todos los medios posibles, como el socorro de las congregaciones religiosas y de las plegarias y limosnas de los fieles laicos, para convertir a los indígenas infieles. Para ello, deben conocer los idiomas nativos, pues por experiencia se sabe que el mayor impedimento a la propagación de la fe entre los infieles es la ignorancia de las lenguas indígenas (CONCILII PLENARII AMERICAE LATINAE, 1899, n. 772).

    Al principio del siglo XX, el Papa Pio X, con su carta “Lacrimabili statu indorum” (1912), llamó la atención de los obispos latinoamericanos sobre la lamentable situación de los pueblos nativos. Pero es en la segunda mitad del siglo XX, cuando se gesta en la Iglesia latinoamericana una renovada preocupación y actitudes nuevas por las poblaciones nativas, empujadas ahora a la extinción total por el avance de los grandes proyectos del mundo capitalista y neoliberal. Es también cuando estos grupos humanos salen de su letargo de siglos o se muestran como son y se atreven a caminar por sí mismos en medio de las vicisitudes de la historia reciente. En este contexto aparece y se desarrolla la llamada Pastoral Indígena, la Teología india y la Iglesia Autóctona.

    Cada país del continente ha sido parte fundamental o marginal del desarrollo de la Pastoral indígena y de la Teología india en América Latina. Así fueron surgiendo por toda la geografía latinoamericana diócesis o prelaturas de población indígena donde entusiastas pastores se han solidarizado con los nativos; equipos de misioneros comprometidos con la causa de los pueblos autóctonos, frecuentes reuniones de misioneros y misioneras; encuentros nacionales de Pastoral Indígena, donde se ventilan las temáticas que afectan la vida de las comunidades y a la Iglesia. Las estructuras de servicio del CELAM, creado en 1955, muy pronto fueron incorporando en sus tareas el acompañamiento de la labor eclesial junto a los pueblos indígenas, primero con una pastoral indigenista y luego con una pastoral indígena que enfatiza la participación cada vez más protagónica de la misma población nativa.

    Es importante resaltar, aún antes del Concilio Vaticano II, la realización, en Río de Janeiro, de la I Conferencia General del Episcopado latinoamericano (1955) convocada por el Papa Pío XII, en tiempos de la denominada “guerra fría” entre Estados Unidos y la Unión Soviética por la hegemonía del mundo. En el interior de la Iglesia existía también un esfuerzo de renovación en la teología, la pastoral y la participación activa de los laicos en la vida eclesial. El documento final de la I Conferencia del CELAM considera a la “población indígena” una clase […] retrasada en su desarrollo cultural, lo que representa un problema de justicia social para la Iglesia. Ésta reconoce haber propiciado entre los indígenas la “civilización”, la “evangelización”, la defensa contra los abusos, y haber infundido un “profundo sentimiento religioso”; espera que pronto el “indio” se incorpore con honor en el seno de la verdadera civilización (CELAM, 1955, Conclusiones, título IX: Misiones, Indios y Gente de color).

    Con este propósito, la obra de las Misiones entre infieles debe continuar con el mismo espíritu apostólico que animó a los misioneros de antaño. En definitiva, los “indios”, igual que durante la Colonia, son meros destinatarios de la misión, objeto de la cristianización. La teología católica no parecía haber cambiado mucho.

    4 El kairós del Papa Francisco

    En los tiempos más recientes de Kairós, el cristianismo inculturado en Europa – que cayó en la vanidosa sacralización de su propia cultura (EG 117) –, es interpelado, de manera a la vez tensionante y esperanzadora, por el “desafío de las múltiples riquezas que el Espíritu engendra en la Iglesia” (EG 117) y que vienen especialmente de los pueblos de la periferia del mundo. Pueblos a los que ella desea abrirse, “sin colonizaciones ideológicas que destruyen o reducen la idiosincrasia de los pueblos(FRANCISCO, 2019), sino en actitud de escucha, de diálogo y aprendizaje de la sabiduría de estos pueblos[1].

    Pero la pregunta, que muchos se hacen, es si la Iglesia está en condiciones de dar cabida digna en su seno a la pluralidad cultural y religiosa de la periferia cuando, por muchos siglos, ella se ha hecho monocorde y monocultural desde el eurocentrismo asumido y usado como vehículo de su identidad y misión en el mundo. Desde luego, el Papa Francisco propugna, con su planteamiento de iglesia en salida, una novedad misionológica, pastoral y litúrgica que esté en condiciones de acoger la perspectiva de los que no son de la cultura occidental. Sin embargo, este esfuerzo papal, entusiasmante dentro de la Iglesia y mucho más fuera de ella, se ha topado de inmediato con la oposición de quienes no desean cambiar de fondo los esquemas establecidos y pretenden frenar las transformaciones.

    5 Desafíos de la Pastoral Indígena actual

    El Sínodo Panamazónico, realizado en Roma del 06 al 26 de octubre de 2019, mostró que se puede incorporar en la Iglesia buena parte de los planteamientos indígenas, particularmente los que se refieren a la relación con la madre tierra, para influir en el resto de la sociedad mediante una Ecología Integral que se apoya en una conversión ecológica para cambiar la agresión a la naturaleza, que es un pecado contra el Creador.

    Junto con este planteamiento, otro de los clamores llevados al Sínodo fue la necesidad de una conversión cultural, pastoral y misionera que impulse a la Iglesia a insertarse en las culturas y tradiciones religiosas de los pueblos del mundo, sobre todo los de la periferia, a fin de que ella llegue a ser “una Iglesia con rostro amazónico y una Iglesia con rostro indígena”. Y la razón teológica es porque

    El rostro amazónico de la Iglesia encuentra su expresión en la pluralidad de sus pueblos, culturas y ecosistemas. Esta diversidad necesita de una opción por una Iglesia en salida y misionera, encarnada en todas sus actividades, expresiones y lenguajes. Los Obispos en Santo Domingo nos propusieron la meta de una evangelización inculturada, que “será siempre la salvación y liberación integral de un pueblo o grupo humano determinado, que fortalecerá su identidad y confianza en su futuro específico, oponiéndose a los poderes de la muerte” (DSD, 243). Y el papa Francisco formula claramente esa necesidad de una Iglesia inculturada e intercultural: “necesitamos que los pueblos originarios moldeen culturalmente las Iglesias locales amazónicas” (Fr.PM)” (INSTRUMENTUM LABORIS DEL SÍNODO PANAMAZÓNICO, 2019, n. 107).

    El documento conclusivo del Sínodo recogió este clamor afirmando que

    sólo una Iglesia misionera inserta e inculturada hará surgir las iglesias particulares autóctonas, con rostro y corazón amazónicos, enraizadas en las culturas y tradiciones propias de los pueblos, unidas en la misma fe en Cristo y diversas en su manera de vivirla, expresarla y celebrarla (DOCUMENTO CONCLUSIVO SÍNODO AMAZÓNICO, 2019, -n. 42).

    Desde luego un compromiso así desafía radicalmente la larga práctica europeizante de la Iglesia cuyas estructuras a nivel dogmático, teológico, catequético, litúrgico, ministerial y de gobierno no permiten cambios que conduzcan efectivamente a lo que el Concilio Vaticano II llamó “iglesias particulares autóctonas” (AG 6). En América Latina, las iglesias periféricas son las que han impulsado esta propuesta trabajando por el protagonismo indispensable de los indígenas en la elaboración de las llamadas teologías indias y en el surgimiento de dichas iglesias autóctonas a partir de las “Semillas del Verbo”, es decir, de la siembra que Dios ya hizo desde antiguo en todos los pueblos y que han dado frutos abundantes del Reino.

    El Papa Francisco, con su Exhortación postsinodal Querida Amazonía, avala y relanza las conclusiones del Sínodo Panamazónico como voz de la iglesia latinoamericana y caribeña y como voz de Dios para la Iglesia Universal, aunque él no haya podido dar cauce operativo inmediato a cuestiones tan controvertidas como la ordenación sacerdotal de los viri probati (personas casadas que han probado que pueden vivir su fe cristiana y su matrimonio), o la concesión de ministerios formales a las mujeres, – cosa en la que la mayoría de los sinodales no vio problema en plantearlo para la Amazonía -. Y la explicación es que aún no existen las condiciones para dar esos pasos y lo único que se lograría sería clericalizar a las mujeres y los laicos y se pondría en riesgo la comunión eclesial, pues los ultraconservadores descalificarían no sólo el Sínodo, sino al Papa mismo.

    Conclusión

    La palabra indígena expresada en el Sínodo Panamazónico muestra que ya es notoria en la Iglesia y en la sociedad latinoamericana una presencia nueva y valiente de los pueblos originarios exigiendo transformaciones de gran calado[2]. Afortunadamente esa voz encontró resonancia en el Papa y en el grupo mayoritario de obispos que firmaron el Nuevo Pacto de las Catacumbas al término del Sínodo, reconociendo que, aunque las condiciones para los cambios exigidos todavía no están al nivel en que se requiere, habrá que caminar con firmeza hacia esos ideales. De no hacerlo, los indígenas no sólo no llegarán a contar a la Iglesia como aliada de sus luchas, sino que ella perderá la oportunidad de inculturarse verdaderamente en estos pueblos hasta tener el rostro y el corazón de ellos y así acompañarlos en sus esfuerzos por salvar la vida en la Madre Tierra.

    Por eso, como ya habían expresado, – desde la pastoral indígena del pasado y de los años recientes – los profetas y pastores de la Iglesia Latinoamericana y Caribeña como Leónidas Proaño, en Ecuador, Samuel Ruíz y Bartolomé Carrasco, en México, Gerardo Flores, en Guatemala, Gerardo Cano Valencia, en Colombia, Roger Aubry, en Bolivia, Pedro Casaldáliga y Erwin Kräutler, en Brasil, y varios más de otras regiones, hay que enfatizar que con estos indígenas, que se han puesto en pie y se han atrevido a caminar, a recuperar su palabra y a abrir caminos nuevos para la vida[3], la Iglesia debe dialogar en adelante, sin colonialismos de ninguna especie, a fin de ser la mejor aliada y compañera de ellos en la inculturación de la Iglesia y en la transformación del mundo. Si la Iglesia no está todavía preparada para este diálogo horizontal, que escucha, abraza y se suma al diferente, habrá que acelerar el paso a fin de estar pronto a la altura de lo que la Ruah Divina demanda en estos tiempos.

    Eleazar López Hernández. Del Pueblo zapoteca de Oaxaca, México. Colaborador emérito del “Centro Nacional de Ayuda a las Misiones Indígenas”. Texto original en espanhol

    Referencias

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    CONCILII PLENARII AMERICAE LATINAE. Acta et decreta Concilii Plenarii. Roma: 1989.

    CONCÍLIO VATICANO II. Ad Gentes (AG): decreto del Concilio Vaticano II sobre la actividad missionária de la Igreja. Roma: 1965. Disponible en: <https://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decree_19651207_ad-gentes_sp.html>. Acceso: 30 jun. 2022.

    FRANCISCO, Papa. Exhortación apostólica Evangelii gaudium. Sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual. Roma: 2013. Disponible en: <https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20131124_evangelii-gaudium.html>. Acceso: 30 jun. 2022.

    FRANCISCO, Papa. Exhortación postsinodal Querida Amazonia. Roma: 2020. Disponible en: <https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20200202_querida-amazonia.html>. Acceso: 30 jun. 2022.

    FRANCISCO, Papa. Saludo del Santo Padre Francisco. Apertura de los trabajos de la Asamblea especial del
    sínodo de los obispos para la región panamazónica sobre el tema
    “nuevos caminos para la iglesia y para una ecología integral”. Vaticano: Librería Editrice vaticana, 2019. Disponible: https://www.vatican.va/content/francesco/es/speeches/2019/october/documents/papa-francesco_20191007_apertura-sinodo.html Aceso: 20/10/2022

    HUMMES, C. 1ª Congregación General: Relación introductoria del relator general, S. E. el cardinal Cláudio Hummes. Vaticano: librería Editrice vaticana, 2019. Disponible: https://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2019/10/07/humms.html Acceso: 22/10/2022.

    MENDIETA, Gerónimo de. Historia Eclesiástica Indiana. 2.ed. facsimilar. México: Cien de México, 1971. v. 2.

    PIO X, Papa. Lettera encíclica Lacrimabili statu indorum. Roma: 1912. Disponible en: <https://www.vatican.va/content/pius-x/it/encyclicals/documents/hf_p-x_enc_07061912_lacrimabili-statu.html>. Acceso: 30 jun. 2022.

    SECRETARIA GENERAL DEL SINODO DE LOS OBISPOS. Instrumentum laboris del sínodo para la Amazonia. Roma: 2019. Disponible en: <http://secretariat.synod.va/content/sinodoamazonico/es/documentos/instrumentum-laboris-del-sinodo-para-la-amazonia.html>. Acceso: 30 jun. 2022.

    SECRETARIA GENERAL DEL SINODO DE LOS OBISPOS. Documento final. Asamblea especial para la Región Panamazónica. Amazonía: nuevos caminos para la Igreja y la ecología integral. Roma: 2019. Disponible en: <http://secretariat.synod.va/content/sinodoamazonico/es/documentos/documento-final-de-la-asamblea-especial-del-sinodo-de-los-obispo.html>. Acceso: 30 jun. 2022.

    [1] Las palabras inspiradoras con que el papa Francisco inauguró el Sínodo Panamazónico en Roma marcaron el rumbo de las intervenciones de los padres sinodales, al señalar: “Nos acercamos a los pueblos amazónicos en punta de pie, respetando su historia, sus culturas, su estilo del buen vivir. […]  Nos acercamos ajenos a las colonizaciones ideológicas que destruyen o reducen la idiosincrasia de los pueblos” (FRANCISCO, 2019). Al abrir las sesiones de trabajo, el cardenal Humes añadió: “La Iglesia necesita caminar… necesita derrumbar los muros que le rodean y construir puentes .. encender luces y calentar corazones … caminar al lado de todos y cada uno, sobre todo, los que viven en las periferias de la humanidad” (HUMMES, 2019).

    [2] Son muy elocuentes las palabras de los indígenas al Papa en su encuentro con ellos el 16 de octubre de 2019

    [3] Palabras de Mons. Proaño al final de su vida, en 1989

      La pastoral indígena en América Latina

      Índice

      Introducción

      1 Los contenidos mayores de la Pastoral Indígena

      2 Cómo se fue gestando la Pastoral Indígena

      3 Las raíces remotas de la Pastoral Indígena

      4 La Iglesia y los aborígenes en tiempos posteriores a la Independencia

      5 El kairós del Papa Francisco

      6 Desafíos de la Pastoral Indígena actual

      Conclusión

      Referencias

      Introducción

      El término Pastoral Indígena es reciente en la iglesia latinoamericana. Se empezó a usar a fines de los años 70s del siglo pasado como pastoral específica, distinguiéndose de la Pastoral Indigenista, que era el término usado previamente y que se refería a la acción de misioneras y misioneros no indígenas a favor de los pueblos originarios; en tanto que a la Pastoral Indígena se le fue dando el sentido de acción de los mismos indígenas dentro de las iglesias particulares.

      El contenido de ambas categorías teológico-pastorales fue construyéndose en las iglesias periféricas de América Latina en segunda mitad del siglo XX con la llegada o retorno a las regiones indígenas de pastores y servidoras/servidores eclesiales que, al acercarse efectiva y afectivamente a esta realidad dolorosa de marginación, explotación y abandono de la población nativa, se hicieron más sensibles a sus exigencias y se dejaron interpelar y moldear por la diversidad cultural y religiosa de estos pueblos hasta asumir, de alguna manera, elementos de esa identidad antes negada y rechazada en la Iglesia.

      1 Los contenidos mayores de la Pastoral Indígena

      Los objetivos explícitos de la Pastoral Indígena reciente apuntan al surgimiento de iglesias particulares autóctonas a partir de las llamadas Semillas del Verbo (logoi spermatikoi), que el Concilio Vaticano II (1962-1965) retomó de los Padres de la Iglesia primitiva y que buscaron conectar la propuesta del evangelio del Reino de Jesús con la búsqueda de Dios preexistente en los pueblos antes de la llegada de la Iglesia. Así mismo se reconoce y se impulsa en esta Pastoral Indígena el protagonismo indispensable de los indígenas en la construcción de dichas iglesias particulares autóctonas aportando su sabiduría ancestral contenida en las llamadas teologías indias.

      2 ¿Cómo se fue gestando la Pastoral Indígena?

      La Pastoral Indígena, tal como la conocemos ahora, empezó a tomar cuerpo cuando, al principio del siglo XX, la Iglesia se percató de la necesidad de atender a las poblaciones indígenas más abandonadas como las amazónicas. Pero, sobre todo, cuando llegaron hacia la mitad de ese siglo pastores y congregaciones religiosas que se acercaron a las comunidades autóctonas de América Latina no sólo con acciones misioneras esporádicas, sino con una presencia estable y prolongada.

      3 Las raíces remotas de la Pastoral Indígena

      Sin embargo, las raíces más antiguas de la Pastoral Indígena se hallan en los misioneros de la primera evangelización de este continente que se atrevieron a ponerse del lado de los indios vencidos, tomando distancia de los conquistadores que oprimieron a estos pueblos. El primero fue Fr. Bernardo Boil (1450-1510), eclesiástico plenipotenciario del Papa Alejandro VI que acompañó a Cristóbal Colón en el segundo viaje (1493); luego fueron los dominicos de la isla caribeña de Santo Domingo (1511) y más adelante Julián Garcés (1527), primer obispo de Tlaxcala, que motivó al Papa Paulo III a escribir la encíclica indigenista Sublimis Deus (1537) y, desde luego, Fr. Bartolomé de las Casas y la corriente profética que él generó a favor de los indios y de una evangelización sin violencia.

      De modo que se puede afirmar que la Pastoral Indígena – que va de la mano con la Teología India – hizo su aparición clara y consistente en los últimos 50 años de la Iglesia latinoamericana, pero está en continuidad con las grandes intuiciones misionológicas de los primeros 50 años de la evangelización fundante de nuestra Iglesia en este continente. Ambos momentos históricos son obra conjunta de pastores profetas, de bases indígenas, de líderes autóctonos y de servidoras/servidores eclesiales comprometidos con la causa indígena.

      Por eso el Equipo de asesores del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), al analizar el Caminar de la Pastoral Indígena, señala que, aunque con un alcance limitado, ya Fr. Gerónimo de Mendieta se refería a esta propuesta de la Iglesia Autóctona – aunque entonces él la llamó “Iglesia Indiana” – cuando menciona la llegada de los tres primeros frailes legos un año antes del arribo a México de los paradigmáticos Doce Misioneros Franciscanos:

      […] cuando llegaron los doce apostólicos varones, que fue el de mil y quinientos y veinte y cuatro, viendo que los templos de los ídolos aún se estaban en pie, y los indios usaban sus idolatrías y sacrificios, preguntaron a este padre Fr. Juan de Tecto y a sus compañeros, qué era lo que hacían y en qué entendían. A lo cual Fr. Juan de Tecto respondió: “Aprendemos la teología que de todo punto ignoró S. Agustín”, llamando teología a la lengua de los indios, y dándoles a entender el provecho grande que de saber la lengua de los naturales se había de sacar (MENDIETA,1971, p. 308).

      Como se puede apreciar en el texto y en otras fuentes de la época, los primeros franciscanos en México – y también las demás órdenes religiosas que llegaron para evangelizar el continente – quisieron en gran medida, y entre contradicciones, acoger y rescatar no sólo la lengua de los originarios, sino la riqueza social, cultural y simbólica de los pueblos autóctonos con milenarias culturas. Precisamente, el mismo Mendieta sostenía hace 5 siglos que los primeros franciscanos llegados al continente americano venían con el propósito de vivir el ideal primitivo de San Francisco y establecer entre los originarios una “Iglesia indiana” o autóctona como decimos ahora.

      Después de los primeros 50 años de mucho profetismo y acción eclesial de gran creatividad, la etapa misionera terminó y dio paso a la implantación de la Iglesia con todas sus estructuras y esquemas propios de administración diocesana y parroquial de la época que, al irse consolidando, abandonó a las poblaciones nativas, por haberse reducido estas a su mínima expresión a consecuencia de la guerra, las enfermedades y las encomiendas. Los pueblos indígenas, que no fueron entonces enganchados a la sociedad colonial, se mantuvieron al margen de la acción de ella, y por esa razón no fueron prácticamente objeto de ninguna acción misionera o pastoral de la Iglesia durante gran parte de la época colonial, salvo algunas excepciones.

      Cuando surgieron las naciones independientes de la Corona Española y Portuguesa (1810-1898), la Iglesia en varios lugares fue convocada para ser instrumento de integración de las comunidades indígenas a las sociedades nacionales, vía la educación oficial y la cristianización occidentalizante. Eso aconteció especialmente con la población amazónica.

      4 La Iglesia y los aborígenes en tiempos posteriores a la Independencia

      A nivel oficial, entre finales de mayo y principios de julio de 1899, por convocación del Papa León XIII, se celebró en Roma el Concilio Plenario de América Latina, con la asistencia de la mitad del episcopado del continente que por primera vez se reúne para considerar los problemas más urgentes y graves de la Iglesia en estas tierras. El título XI, capítulo III de los Decretos del Concilio, dedicado a “las santas misiones a los infieles”, insiste en “procurar llevar la civilización, por medio de la predicación evangélica, a las tribus que aún permanecen en la infidelidad”, a los “indios todavía por convertir”, “para que no quede, por fin, uno solo de nuestros aborígenes que no disfrute de la luz de la verdad y de la civilización cristiana” (CONCILII PLENARII AMERICAE LATINAE, 1899, n. 770, 771, 767). En continuidad con la mentalidad colonial se plantea que los obispos y sacerdotes han de servirse de todos los medios posibles, como el socorro de las congregaciones religiosas y de las plegarias y limosnas de los fieles laicos, para convertir a los indígenas infieles. Para ello deben conocer los idiomas nativos, pues por experiencia se sabe que “el mayor impedimento a la propagación de la fe entre los infieles es la ignorancia de las lenguas indígenas” (CONCILII PLENARII AMERICAE LATINAE, 1899, n. 772).

      Al principio del siglo XX el Papa Pio X, con su carta “Lacrimabili statu indorum” (1912) llamó la atención de los obispos latinoamericanos sobre la lamentable situación de los pueblos nativos. Pero es en la segunda mitad del siglo XX, cuando se gesta en la Iglesia latinoamericana una renovada preocupación y actitudes nuevas por las poblaciones nativas, empujadas ahora a la extinción total por el avance de los grandes proyectos del mundo capitalista y neoliberal. Es también cuando estos grupos humanos salen de su letargo de siglos o se muestran como son y se atreven a caminar por sí mismos en medio de las vicisitudes de la historia reciente. En este contexto aparece y se desarrolla la llamada Pastoral Indígena, la Teología india y la Iglesia Autóctona.

      Cada país del continente ha sido parte fundamental o marginal del desarrollo de la Pastoral indígena y de la Teología india en América Latina. Así fueron surgiendo por toda la geografía latinoamericana diócesis o prelaturas de población indígena donde entusiastas pastores se han solidarizado con los nativos; equipos de misioneros comprometidos con la causa de los pueblos autóctonos, frecuentes reuniones de misioneros y misioneras; encuentros nacionales de Pastoral Indígena, donde se ventilan las temáticas que afectan la vida de las comunidades y a la Iglesia. Las estructuras de servicio del CELAM, creado en 1955, muy pronto fueron incorporando en sus tareas el acompañamiento de la labor eclesial junto a los pueblos indígenas, primero con una pastoral indigenista y luego con una pastoral indígena que enfatiza la participación cada vez más protagónica de la misma población nativa.

      Es importante resaltar, aún antes del Concilio Vaticano II, la realización, en Río de Janeiro, de la I Conferencia General del Episcopado latinoamericano (1955) convocada por el Papa Pío XII, en tiempos de la denominada “guerra fría” entre Estados Unidos y la Unión Soviética por la hegemonía del mundo. En el interior de la Iglesia existía también un esfuerzo de renovación en la teología, la pastoral y la participación activa de los laicos en la vida eclesial. El documento final de la I Conferencia del CELAM considera a la “población indígena” una “clase […] retrasada en su desarrollo cultural” lo que representa un problema de justicia social para la Iglesia. Ésta reconoce haber propiciado entre los indígenas la “civilización”, la “evangelización”, la defensa contra los abusos, y haber infundido un “profundo sentimiento religioso”; espera que pronto “el “indio” se incorpore con honor en el seno de la verdadera civilización” (CELAM, 1955, Conclusiones, título IX: Misiones, Indios y Gente de color). Con este propósito, la obra de las Misiones entre infieles debe continuar con el mismo espíritu apostólico que animó a los misioneros de antaño. En definitiva, los “indios”, igual que durante la Colonia, son meros destinatarios de la misión, objeto de la cristianización. La teología católica no parecía haber cambiado mucho.

      5 El kairós del Papa Francisco

      En los tiempos más recientes de Kairós, el cristianismo inculturado en Europa – que cayó en la vanidosa sacralización de su propia cultura (EG 117) –, es interpelado, de manera a la vez tensionante y esperanzadora, por el desafío de las múltiples riquezas que el Espíritu engendra en la Iglesia, (EG 117) y que vienen especialmente de los pueblos de la periferia del mundo. Pueblos a los que ella desea abrirse, sin colonizaciones ideológicas que destruyen o reducen la idiosincrasia de los pueblos (EG 117), sino en actitud de escucha, de diálogo y aprendizaje de la sabiduría de estos pueblos[1].

      Pero la pregunta, que muchos se hacen, es si la Iglesia está en condiciones de dar cabida digna en su seno a la pluralidad cultural y religiosa de la periferia cuando, por muchos siglos, ella se ha hecho monocorde y monocultural desde el eurocentrismo asumido y usado como vehículo de su identidad y misión en el mundo. Desde luego, el Papa Francisco propugna, con su planteamiento de iglesia en salida una novedad misionológica, pastoral y litúrgica que esté en condiciones de acoger la perspectiva de los que no son de la cultura occidental. Sin embargo, este esfuerzo papal, entusiasmante dentro de la Iglesia y mucho más fuera de ella, se ha topado de inmediato con la oposición de quienes no desean cambiar de fondo los esquemas establecidos y pretenden frenar las transformaciones.

      6 Desafíos de la Pastoral Indígena actual

      El Sínodo Panamazónico, realizado en Roma del 06 al 26 de octubre de 2019, mostró que se puede incorporar en la Iglesia buena parte de los planteamientos indígenas, particularmente los que se refieren a la relación con la madre tierra, para influir en el resto de la sociedad mediante una Ecología Integral que se apoya en una conversión ecológica para cambiar la agresión a la naturaleza que es un pecado contra el Creador.

      Junto con este planteamiento, otro de los clamores llevados al Sínodo fue la necesidad de una conversión cultural, pastoral y misionera que impulse a la Iglesia a insertarse en las culturas y tradiciones religiosas de los pueblos del mundo, sobre todo los de la periferia, a fin de que ella llegue a ser “una Iglesia con rostro amazónico y una Iglesia con rostro indígena”. Y la razón teológica es porque

      El rostro amazónico de la Iglesia encuentra su expresión en la pluralidad de sus pueblos, culturas y ecosistemas. Esta diversidad necesita de una opción por una Iglesia en salida y misionera, encarnada en todas sus actividades, expresiones y lenguajes. Los Obispos en Santo Domingo nos propusieron la meta de una evangelización inculturada, que “será siempre la salvación y liberación integral de un pueblo o grupo humano determinado, que fortalecerá su identidad y confianza en su futuro específico, oponiéndose a los poderes de la muerte” (DSD, 243). Y el papa Francisco formula claramente esa necesidad de una Iglesia inculturada e intercultural: “necesitamos que los pueblos originarios moldeen culturalmente las Iglesias locales amazónicas” (Fr.PM)” (INSTRUMENTUM LABORIS DEL SÍNODO PANAMAZÓNICO, 2019, n. 107).

      El documento conclusivo del Sínodo recogió este clamor afirmando que

      sólo una Iglesia misionera inserta e inculturada hará surgir las iglesias particulares autóctonas, con rostro y corazón amazónicos, enraizadas en las culturas y tradiciones propias de los pueblos, unidas en la misma fe en Cristo y diversas en su manera de vivirla, expresarla y celebrarla (DOCUMENTO CONCLUSIVO SÍNODO AMAZÓNICO, 2019, N. 42).

      Desde luego un compromiso así desafía radicalmente la larga práctica europeizante de la Iglesia cuyas estructuras a nivel dogmático, teológico, catequético, litúrgico, ministerial y de gobierno no permiten cambios que conduzcan efectivamente a lo que el Concilio Vaticano II llamó “iglesias particulares autóctonas” (Ag 6). En América Latina las iglesias periféricas son las han impulsado esta propuesta trabajando por el protagonismo indispensable de los indígenas en la elaboración de las llamadas teologías indias y en el surgimiento de dichas iglesias autóctonas a partir de las “Semillas del Verbo” es decir, de la siembra que Dios ya hizo desde antiguo en todos los pueblos y que han dado frutos abundantes del Reino.

      El Papa Francisco, con su Exhortación Apostólica Querida Amazonía avala y relanza las conclusiones del Sínodo Panamazónico como voz de la iglesia latinoamericana y caribeña y como voz de Dios para la Iglesia Universal, aunque él no haya podido dar cauce operativo inmediato a cuestiones tan controvertidas como la ordenación sacerdotal de los viri probati, (personas casadas que han probado que pueden vivir su fe cristiana y su matrimonio), o la concesión de ministerios formales a las mujeres, – cosa en la que la mayoría de los sinodales no vio problema en plantearlo para la Amazonía -. Y la explicación es que aún no existen las condiciones para dar ese paso y lo único que se lograría, sería clericalizar a las mujeres y los laicos y se pondría en riesgo la comunión eclesial, pues los ultraconservadores descalificarían no sólo el Sínodo, sino al Papa mismo.

      Conclusión

      La palabra indígena expresada en el Sínodo Panamazónico muestra que ya es notoria en la Iglesia y en la sociedad latinoamericana una presencia nueva y valiente de los pueblos originarios exigiendo transformaciones de gran calado.[2] Afortunadamente esa voz encontró resonancia en el Papa y en el grupo mayoritario de obispos que firmaron el Nuevo Pacto de las Catacumbas al término del Sínodo, reconociendo que, aunque las condiciones para los cambios exigidos todavía no están al nivel en que se requiere, habrá que caminar con firmeza hacia esos ideales. De no hacerlo, los indígenas no sólo no llegarán a contar a la Iglesia como aliada de sus luchas, sino que ella perderá la oportunidad de inculturarse verdaderamente en estos pueblos hasta tener el rostro y el corazón de ellos y así acompañarlos en sus esfuerzos por salvar la vida en la Madre Tierra.

      Por eso, como ya habían expresado, – desde la pastoral indígena del pasado y de los años recientes – los profetas y pastores de la Iglesia Latinoamericana y Caribeña como Leónidas Proaño, en Ecuador; Samuel Ruíz y Bartolomé Carrasco, en México, Gerardo Flores, en Guatemala, Gerardo Cano Valencia, en Colombia, Roger Aubry, en Bolivia, Pedro Casaldáliga y Erwin Kräutler, en Brasil y varios más de otras regiones, hay que enfatizar que con estos indígenas, que se han puesto en pie y se han atrevido a caminar, a recuperar su palabra y a abrir caminos nuevos para la vida,[3] la Iglesia debe dialogar en adelante, sin colonialismos de ninguna especie, a fin de ser la mejor aliada y compañera de ellos en la inculturación de la Iglesia y en la transformación del mundo. Si la Iglesia no está todavía preparada para este diálogo horizontal, que escucha, abraza y se suma al diferente, habrá que acelerar el paso a fin de estar pronto a la altura de lo que la Ruah Divina demanda en estos tiempos.

      Eleazar López Hernández. Del pueblo zapoteca de Oaxaca, México. Colaborador emérito del Centro Nacional de Ayuda a las Misiones Indígenas. Texto original castellano. Enviado: 30/09/2022; Aprobado: 30/10/2022; Publicado: 30/12/2022.

      Referencias

      CELAM. 1ª Conferencia general del CELAM: Río de Janeiro. Conclusiones. Bogotá: CELAM, 1955.

      CONCILII PLENARII AMERICAE LATINAE. Acta et decreta Concilii Plenarii. Roma: Vaticana, 1989.

      FRANCISCO, Papa. Exhortación apostólica Evangelii gaudium. Sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual. Roma: Vatican, 2013. Disponible: Evangelii Gaudium: Exhortación Apostólica sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual (24 de noviembre de 2013) | Francisco (vatican.va) Acceso: 30/06/2022.

      FRANCISCO, Papa. Exhortación postsinodal Querida Amazonia. Roma: Vatican, 2020. Disponible: Querida Amazonia: Exhortación apostólica postsinodal al pueblo de Dios y a todas las personas de buena voluntad (2 de febrero de 2020) | Francisco (vatican.va). Acceso: 30/06/2022.

      MENDIETA, Gerónimo de. Historia Eclesiástica Indiana, vol. II. 2ª Edición facsimilar, México: Cien de México, 1971.

      PIO X. Lettera encíclica Lacrimabili statu indorum. Roma: Vatican, 1912. Disponible: Lacrimabili Statu (7 giugno 1912) | PIO X (vatican.va). Acceso: 30/06/2022.

      VATICANO II. Decreto Ad Gentes (AG). Sobre la actividad misionera de la Iglesia. Roma: Vatican, 1965. Disponible: Ad gentes (vatican.va). Acceso: 30/06/2022.

      SECRETARIA GENERAL DEL SINODO DE LOS OBISPOS. Instrumentum laboris del sinodo para la Amazonia. Roma: Vatican, 2019. Disponible: file:///C:/Users/Geraldo/Downloads/instrumentum-laboris-del-sinodo-para-la-amazonia.pdf. Acceso: 30/06/2022.

      SECRETARIA GENERAL DEL SINODO DE LOS OBISPOS. Documento final. Asamblea especial para la Región Panamazónica. Amazonía: nuevos caminos para la Iglesia y la ecología integral. Roma: Vatican, 2019. Disponible: http://secretariat.synod.va/content/sinodoamazonico/es/documentos/documento-final-de-la-asamblea-especial-del-sinodo-de-los-obispo.html. Acceso: 30/06/2022.

      [1] Las palabras inspiradoras, con que el papa Francisco, inauguró el Sínodo Panamazónico en Roma marcaron el rumbo de las intervenciones de los padres sinodales, al señalar: “Nos acercamos a los pueblos amazónicos en punta de pie, respetando su historia, sus culturas, su estilo del buen vivir. Nos acercamos ajenos a las colonizaciones ideológicas que destruyen reducen la idiosincrasia de los pueblos”. Al abrir las sesiones de trabajo, el cardenal Humes añadió: “La Iglesia necesita caminar… necesita derrumbar los muros que le rodean y construir puentes .. encender luces y calentar corazones … caminar al lado de todos y cada uno, sobre todo, los que viven en las periferias de la humanidad”.

      [2] Son muy elocuentes las palabras de los indígenas al Papa en su encuentro con ellos el 16 de octubre 2019

      [3] Palabras de Mons. Proaño al final de su vida, en 1989.

      Infalibilidad

      Índice

      Introducción

      1 Del Vaticano I en adelante

      2 Giro latinoamericano

      3 Un renovado concepto de revelación

      4 Un renovado concepto de magisterio

      5 La infalibilidad como convicción fundamental

      Conclusión

      Referencias

      Introducción

      El dogma de la infalibilidad (i) de la Iglesia tiene una connotación teórica y una práctica. En la actualidad se hace difícil de aceptar que un Papa tenga autoridad para hacer pronunciamientos infalibles, aun cuando debe tenerse en cuenta que el obispo de Roma solo podría hacerlos respecto de materias religiosas. Tales pronunciamientos no debieran exigirse a quienes no son creyentes. Por otra parte, en virtud de su aspecto práctico, la infalibilidad constituye una convicción fundamental que, en perspectiva pastoral, invita a quienes no comparten la fe a converger en una praxis perfectamente inteligible.

      1 Del Vaticano I en adelante

      La infalibilidad (i) como asunto teológico es tan antigua como el Nuevo Testamento, si bien a lo largo de la historia de la Iglesia ha experimentado variaciones en cuanto a su objeto y a su sujeto. En el Nuevo Testamento la (i) tiene relación con la responsabilidad de la Iglesia de custodiar la revelación acontecida en Jesucristo. La misma Iglesia se considera columna y fundamento de la verdad (1Tim 3,15). Jesús dio a los discípulos y apóstoles autoridad para enseñar (Lc 10,16).

      El término (i) se ha usado para referirse a un saber teórico sobre lo revelado; si bien, en última instancia, se trata de asuntos teóricos que demandan una praxis creyente en el Dios que exige fidelidad porque él mismo no falla a las/los cristianas/os. El Concilio Vaticano I (1870) ha tenido especial importancia en la delimitación del concepto (DH 3073-3074). El Concilio entiende la (i) como una doctrina acerca de la revelación preservada en las Sagradas Escrituras y la tradición apostólica, que debe propagarse a todos los pueblos de la tierra y que, por ende, debe ser precavida de toda suerte de errores (DH 3069). La constitución dogmática Pastor eternus atribuye la (i) al Romano Pontífice en goce de la suprema potestad del magisterio, las veces que este se pronuncia ex cathedra, ejercitando su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos en materias de fe y costumbres (DH 3074). Asimismo, exige a la Iglesia universal acatamiento del magisterio que cumpla estas características. Según el Vaticano I la (i) es un don de Cristo a su Iglesia, pero su ejercicio auténtico es potestad exclusiva del Romano Pontífice.

      El Vaticano II ratificó la doctrina del primer concilio Vaticano. Confirmó “como verdad de fe la institución, perpetuidad, poder y razón de ser del sagrado primado del Romano Pontífice y de su magisterio infalible” (LG 18). Por su parte introdujo dos precisiones importantes. Trató de la (i) como un aspecto del magisterio del colegio episcopal al servicio de su misión de anunciar el Evangelio. El magisterio de los obispos puede considerarse infalible las veces que se ejerce en comunión con el sucesor de Pedro, aun cuando lo practiquen obispos dispersos por el mundo. Por otra parte, el Vaticano II sostiene con más claridad que el concilio anterior que la (i) corresponde fundamentalmente a la Iglesia: “La totalidad de los fieles que tienen la unción del Santo (1Jn 2,20. 27) no puede equivocarse en la fe” (LG 12).

      Aun así, el Vaticano II mantiene la problemática afirmación acerca de la irreformabilidad de una doctrina declarada infalible por el Romano Pontífice (ex sese, et non ex consensu Ecclesiae) (LG 25). En esto cabe preguntarse por la validez de alguna enseñanza magisterial que no sea recibida por el Pueblo de Dios. Una tal situación exigiría algún tipo de cambio.

      Aun antes del Concilio Vaticano I, Pío IX había declarado dogma de la Iglesia la Inmaculada concepción de María (1854). La definición cumple con las características que habría de tener un aserto dogmático según el próximo concilio que él mismo presidió (“declaramus, pronuntiamus e definimus”). Prácticamente un siglo después, Pío XII proclamó el dogma de la Asunción (1950), siendo esta la primera y última definición infalible formulada después del Vaticano I. Pues, a propósito de la misma Virgen, fracasó la solicitud de numerosos consiglia et vota previos al Vaticano II de declarar a María mediadora universal de la salvación. Lumen gentium aclara que Jesucristo es el único mediador entre Dios y los seres humanos (LG 60-62). Debe tenerse en cuenta en todo caso que, antes de la definición del dogma de la Inmaculada, Pío IX realizó una extensa consulta; Pío XII, por su parte, aseguró el dogma de la Asunción como respuesta a numerosas peticiones. Uno y otro quisieron auscultar la fe de las/los cristianas/os. En ambos casos, se debe insistir, la (i) recayó en asuntos atingentes a la fe de las bautizadas y bautizados.

      Las últimas veces que se ha planteado el tema de la (i) ha sido a propósito de la encíclica Humanae vitae (1968). Hans Küng, contra quienes pudieron tenerla por doctrina infalible sobre el control de natalidad, la consideró equivocada tal cual una enorme cantidad de proposiciones doctrinales magisteriales anteriores en la historia de la Iglesia. En vez de infalibilidad, Küng ha propuesto hablar de “indefectibilidad” (inalterabilidad, estabilidad)  y de “perennidad” (indestructibilidad, perdurable). Karl Rahner reaccionó contra Küng, haciendo ver que son posibles afirmaciones magisteriales infalibles y verdaderas. Según Rahner, el teólogo suizo oponía verdad a error, siendo que la infalibilidad de una doctrina no excluiría la perfectibilidad de su formulación e incluso la crítica.

      Otros asuntos que en los años sucesivos han levantado el tema de la infalibilidad han sido el de la contracepción técnica y el de la ordenación presbiteral de las mujeres (Juan Pablo II, Ordenatio Sacerdotalis, 1994).

      2 Giro latinoamericano

      La doctrina sobre la (i), discutida desde su proclamación, ha llegado a convertirse en impopular. Dice de ella Bernard Sesboüé: “El término (i) es hoy particularmente mal recibido en la cultura de nuestro mundo. Su pretensión se interpreta de manera negativa y se considera demasiado contradicha por la historia” (SESBOUÉ, 2014, p. 318). Bien parece que, en cambio, aun conservando la intención del dogma, esta puede verificarse en otro tipo de expresiones. El mismo Sesboüé recomienda usar alguna “expresión dotada de gran valor pastoral que exprese el carisma de la Iglesia guardada por don al servicio de la verdad salvífica hasta el fin de los tiempos” (SESBOUÉ, 2014, p. 319).

      La Iglesia latinoamericana y caribeña, a este respecto, no ha usado la expresión de (i). Ni el magisterio ni los teólogos, salvo alguna excepción, la mencionan. La Iglesia del continente no se ha preocupado tanto en salvaguardar la doctrina como de impulsar la praxis cristiana. Si en el siglo XIX la Iglesia europea hubo de hacer una formulación expresa del dogma de la (i) ante el acoso de adversarios históricos como el racionalismo y los enemigos políticos, la Iglesia latinoamericana ha procurado discernir en la historia la acción del Espíritu. Su actitud ante la historia, tras el Vaticano II, ha sido positiva, aun cuando en esta historia haya descubierto, por ejemplo, enormes injusticias.

      Este giro en la valoración de la historia ha sido apreciado e impulsado por la teología latinoamericana. Los teólogos han usado la expresión “lugar teológico” para asegurar que la historia actual es fuente de conocimiento de Dios (Carlos Mesters, Elsa Támez, Jon Sobrino, Jesús Aceves Herrera, Agenor Brighenti y otros). Ellos suelen decir que los pobres, las mujeres, los pueblos originarios y otros colectivos oprimidos constituyen un lugar teológico a través del cual Dios mismo se manifiesta.

      En América Latina y el Caribe, puede decirse que la Iglesia es infalible cuando opta por los pobres, pues Dios opta por ellos (TRIGO, 2020, 187). También podrían llegar a serlo otras convicciones fundamentales que ella descubra en su experiencia histórica y espiritual. La Iglesia latinoamericana, al igual que la Iglesia en otros lugares del planeta, puede llegar a madurar otras convicciones infalibles a propósito, por ejemplo, de la crisis socioambiental en curso. Sería fundamental en todos los casos que cualquiera de estas convicciones encuentre asidero en las Sagradas Escrituras.

      3 Un renovado concepto de revelación

      Lo anterior permite comprender que la teología latinoamericana haya entendido que más importante que la ortodoxia es la ortopraxis. A saber, que la fidelidad de la Iglesia a la praxis de Jesús es superior a la tradición en cuanto criterio (fides quae creditur) para discernir en el presente qué puede significar esta praxis (fides qua creditur). Y, viceversa, ha visto que este mismo seguimiento (espiritual) de Cristo es fundamental para comprender en qué consiste la revelación y la tradición de la Iglesia. El Espíritu que guio a Jesús, que inspiró a los hagiógrafos y que ha capacitado a la Iglesia a lo largo de siglos para transmitir el Evangelio, es el mismo Espíritu que hace comprender la Palabra en los acontecimientos actuales.

      Los episcopados y las/os teólogas/os de América Latina y el Caribe han recurrido al método (europeo) del ver-juzgar-actuar para hallar la voluntad de Dios en el presente y para ponerla en práctica. En esto han imitado el uso que Gaudium et spes hizo de este método.  La Iglesia latinoamericana y caribeña ha puesto atención a los signos de los tiempos. Desde su contexto ha querido comprender la Palabra de Dios.

      4 Un renovado concepto de magisterio

      Lumen gentium ha contribuido a concebir la Iglesia y el magisterio de un modo nuevo. La noción de la Iglesia como Pueblo de Dios ha permitido que la Iglesia latinoamericana radique más profundamente en su historia respetiva, profundizando en la dignidad de sujetos históricos socialmente desconsiderados y haciendo camino junto a otras tradiciones religiosas y filosóficas. El compromiso en favor de los pobres de los católicos y de otros que no lo son, facilita pensar que la Iglesia que enraíza en una misma historia configurada entre todos los seres humanos, constituye un locus theologicus a la vez alienus et proprius. Ella, en la época correspondiente, debe mediar fe y razón, a través de un diálogo entre fe y ciencias, fe y cultura, y fe y justicia.

      Este modo de ser Iglesia se expresa en América Latina y el Caribe en un renovado modo de entender el magisterio. Hasta antes del Concilio el magisterio latinoamericano fue, en realidad, prácticamente europeo. Desde la conferencia de Medellín en adelante la Iglesia continental – de un modo semejante a como una persona alcanza la mayoría de edad – ha podido comprobar en la práctica que su acción evangelizadora corresponde a la atención que ella ha puesto en el discernimiento contextual de los signos de su tiempo. En esta II conferencia episcopal obispos y teólogos han llegado a semejantes resultados acerca de la necesidad de realizar cambios sociales mayores. La tercera conferencia realizada en Puebla (1979) subrayó la importancia de la evangelización que los mismos pobres hacen de la Iglesia. En esta Iglesia ha llegado a ser posible hablar de un magisterium pauperum.

      La Iglesia de América Latina y el Caribe ha descubierto por experiencia propia que Dios opta por los pobres y que, para ser cristiana, ella debe hacer lo mismo. Las cuatro últimas conferencias episcopales han insistido en que esta opción radica en la revelación. También tres papas han compartido y ratificado el magisterio del episcopado del continente. Juan Pablo II confirmó a lo largo de todos sus años de pontificado la opción preferencial por los pobres; Benedicto XVI, en Aparecida, subrayó su índole cristológica; y Francisco, el primer papa latinoamericano, ha insistido en ella aún con más fuerza que los anteriores, sea con su magisterio sea con sus gestos. En América Latina y el Caribe se valora que el magisterio episcopal favorable a los pobres y a las víctimas haya sido refrendado por mártires como el santo Oscar Arnulfo Romero.

      5 La infalibilidad como convicción fundamental

      La (i) halla sustento en la Escritura. En esta se revela la (i) del Dios fiel con la humanidad y la creación a través de los seres humanos practican la fidelidad unos con otros. Esta es la verdad más profunda de la (i) de Dios. Pero, así como la verdad acerca de Dios excede las fórmulas dogmáticas y el mismo magisterio, su amor es mayor que la praxis de las cristianas y cristianos. Estos no pueden saber a ciencia cierta si su praxis, aun cuando quiera ser seguimiento de Cristo, es correcta. Siempre es posible una práctica cristiana ideológica. El juicio último sobre su calidad es escatológico. Entre tanto, el magisterio del obispo de Roma, en comunión con los demás obispos, cumple un servicio indispensable e insustituible en el discernimiento de la índole cristiana de la praxis de los católicos.

      El carácter principalmente práctico de la (i) cristiana – esta misma como convicción básica de la misericordia y la justicia de Dios – facilita la convergencia entre quienes siguen a Jesús y los que no creen en él. Entre los discípulos de Cristo y los que no lo son hay una diferencia religiosa importante, pero no decisiva. Pues estos pueden no compartir un credo, pero en la medida que convergen en acciones favorables al mundo y la creación en general, no se equivocan.

      En esta óptica se plantea también el diálogo ecuménico e interreligioso. La apertura a la universalidad del amor de Dios obliga a considerar secundarias las diferencias religiosas. Pues la praxis que cumple los requerimientos de este amor, subvierte los ordenamientos sociales, políticos, culturales y religiosos que dividen y excluyen a los seres humanos. Tanto o más inquietantes han de ser para la Iglesia Católica los males que aquejan a la humanidad como los cismas y herejías que atentan contra su unidad.

      El Pueblo de Dios es infalible cuando cree (LG 12), en la comprensión de que este pueblo enseña (docens) porque aprende (dicens) de su propia experiencia espiritual colectiva e histórica de Dios trino. Pero no cualquier fórmula que declare la (i) de algún asunto debiera tener la misma autoridad. Solo el Romano pontífice, en beneficio de la unidad de la Iglesia, expresa auténticamente la (i) (DV 10b), moviéndola a avanzar por un mismo camino tras la consecución escatológica del Reino. Este camino propuesto por el papa puede ser recorrido con otros seres humanos y pueblos. Pues también estos, aun en el caso que no lo sepan, pueden llegar a tener parte en el Reino en la medida que se dejen inspirar por el Espíritu que en Pentecostés fue derramado para proseguir la obra de amor universal de Cristo muerto y resucitado (LG 17a).

      El desempeño del magisterio del Papa y de los obispos es obligante para el Pueblo de Dios. Lo es, formalmente, por la investidura que les otorga la sucesión apostólica y, materialmente, por la autoridad que les confiere la práctica milenaria del amor misericordioso de Dios. A su efecto, este Pueblo debe adentrarse en el conocimiento de las fuentes de la revelación (loci proprii) y considerar el aporte de la razón, de la filosofía, de las ciencias, de las lenguas, de la cultura y de las religiones (los loci alieni). La fuente primera de esta articulación la constituye la Iglesia en acto, a saber, la Iglesia enraizada en la historia y el mundo, y no aparte de él. Esta es, la Iglesia que vive del amor fidedigno de Dios.

      Conclusión

      El dogma de la (i) ha sido discutido en la Iglesia desde su formulación. En la actualidad se hace difícil reconocer en el Sumo Pontífice y el episcopado en comunión con él el poder de decidir lo que han de creer las/los cristianas/os. Se trata de una doctrina impopular. Sin embargo, debe reconocerse en las autoridades de la Iglesia la potestad de guiar al Pueblo de Dios con convicción en materias que pastoralmente tengan gran importancia. Ellas han de auscultar la fe de la Iglesia que radica en los y las bautizadas. Estos, a su vez, tienen la obligación y el derecho de acoger de sus pastores indicaciones seguras de cómo vivir su cristianismo. En todo caso, el ejercicio de la (i) debiera cumplir con la exigencia que el mismo Concilio Vaticano I impuso (contra el fideísmo y el racionalismo) de articular fe y razón. De este modo, lo que los fieles han de asumir como una enseñanza revelada de parte del obispo de Roma y los demás obispos tendría que ser, de algún modo, inteligible y practicable por quienes no comparten el credo de la Iglesia. La opción preferencial por los pobres formulada por la Iglesia de América Latina y el Caribe constituye un ejemplo de una convicción evangélica fundamental que puede ser practicada por cualquier ser humano.

      Jorge Costadoat SJ. Centro Teológico Manuel Larraín. Pontificia Universidad Católica de Chile. Universidad Alberto Hurtado. Texto original español. Enviado: 30/09/2022; Aprobado: 30/10/2022; Publicado: 30/12/2022.

      Referencias

      SOARES, Afonso M. Ligorio. Dogma. In PASSOS, João Décio Passos; SANCHEZ, Wagner Lopes (Coord.). Dicionário do Concílio Vaticano II, Paulus, São Paulo, 2015, p. 300-306.

      BRIGHENTI, Agenor. Magistério. In PASSOS, João Décio Passos; SANCHEZ, Wagner Lopes (Coord.). Dicionário do Concílio Vaticano II, Paulus, São Paulo, 2015, p. 574-578.

      HÜNERMANN, Peter. Fe, tradición y teología como acontecer de habla y verdad, Herder, Barcelona, 2006.

      KÜNG, Hans. ¿Infalible? Una pregunta. Barcelona, 1971.

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      SILVA, Joaquín. El Magisterio en la Iglesia católica. Santiago: Arzobispado de Santiago, 2005.

      THILS, Gustave. L’infaillibilité  pontificiale. Source-Conditions-Limite. Gembloux: Duculot, 1969.

      TRIGO, Pedro. Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo en el cristianismo latinoamericano. Maliaño: Sal Terrae, 2020.

      Iglesia y liberación

      Índice

      Introducción

      1 Movimiento liberador eclesial latinoamericano y caribeño

      2 Líneas teológicas de la Iglesia liberadora

      3 Dificultades y críticas

      4 Evolución y nuevas perspectivas

      Conclusión

      Introducción

      Aunque el tema de la liberación tiene profundas raíces bíblicas tanto en al AT (Éxodo) como en el NT (por ejemplo, el programa de Jesús en su visita a la sinagoga de Nazaret, narrado por Lc 4,16-21), sin embargo, ha sido la Iglesia latinoamericana y caribeña la que ha explicitado y actualizado el tema liberador a nivel teológico y pastoral, después del Vaticano II (1962-1965).

      Juan XXIII quiso que el rostro de la Iglesia conciliar fuera el de la Iglesia de los pobres, pero este rostro no aparece en los documentos del Vaticano II (fuera de dos citas en LG 8 y GS 1), seguramente porque los obispos y teólogos más influyentes en el Vaticano II eran de Centroeuropa, estaban más preocupados por el ateísmo, el ecumenismo y la libertad religiosa que por la pobreza y el hambre del pueblo. Sin embargo, el Vaticano II, al hablar de los signos de los tiempos y la necesidad de escuchar y discernir la presencia del Espíritu en los deseos y clamor del pueblo (GS 4, 11, 44), abrió el campo a una nueva visión de la historia.

      1 Movimiento liberador eclesial latinoamericano y caribeño

      En la Asamblea Episcopal de Medellín (1968) la Iglesia latinoamericana y caribeña no solo aplicó el Vaticano II al continente latinoamericano, sino que lo recibió creativamente al escuchar al Espíritu en la voz del pueblo que pedía justicia y libertad, como en otro tiempo el pueblo de Israel pedía la liberación de la esclavitud de Egipto (Ex 3). En Medellín surge la exigencia de una Iglesia pobre, sencilla y pascual que denuncie las estructuras injustas de pecado que oprimen al pueblo y se comprometa en luchar por la justicia y su liberación. Las demás Asambleas Episcopales de Puebla (1979), Santo Domingo (1992) y Aparecida (2007) profundizarán la opción evangélica por los pobres, la defensa de sus culturas y de la tierra, como explicitación y actualización de la fe cristológica en Jesús de Nazaret.

      Desde entonces encontramos una serie de obispos latinoamericanos comprometidos con los pobres como Proaño, Bogarín, Méndez Arceo, Luna, Samuel Ruíz, Hélder Câmara, Dammert, Landázuri, Silva Henríquez, Novak, Nevares, Angelleli, Pironio, Lorscheider, Oscar Romero, Arns, Casaldaliga, Mendes de Almeida, José Maria Pires, Terrazas, Piña, Gerardi, Casaldáliga etc. Son los verdaderos Santos Padres de la Iglesia de los pobres.

      A partir de entonces muchos cristianos están presentes en los procesos sociales de liberación y en las Comunidades Eclesiales de Base, una nueva forma de ser Iglesia. La vida religiosa latinoamericana y caribeña, inspirada por la CLAR (Confederación Latinoamericana de religiosos-as), ha realizado un éxodo hacia barrios populares, sectores campesinos, mineros, afros e indígenas, en un proceso de inserción e inculturación, que recuperó sus orígenes evangélicos y carismáticos.

      Este proceso eclesial estuvo animado e inspirado por la reflexión teológica llamada Teología de la liberación, promovida tanto por teólogos católicos (Gustavo Gutiérrez, Juan Luis Segundo, Leonardo Boff, Clodovis Boff, Jon Sobrino, Ignacio Ellacuría, João B. Libanio, José Comblin, Ronaldo Muñoz, Enrique Dussel, Carlos Mesters, Marcelo Barros, Ivone Gebara, Maria Clara Lucchetti Bingemer, Pablo Richard, Hugo Assmann, Pedro Trigo, Frei Beto, Segundo Galilea, José Marins etc.) como por teólogos evangélicos (Rubem Alves, José Míguez Bonino, Harvey Cox, Jorge Pixley, Elsa Támez etc.).

      Simultáneamente a esta corriente teológica liberadora del Norte, surgió en Argentina la llamada Teología del Pueblo (Lucio Gera, Rafael Tello, Ricardo Farrell, Juan Carlos Scannone, Carlos María Galli etc.) que ve el pueblo no solo como empobrecido al que hay que liberar, sino como un pueblo económicamente pobre, pero con una gran riqueza espiritual, cultural e histórica, de la cual los movimientos populares son parte importante. De esta última corriente participaba Jorge Mario Bergoglio, el futuro Papa Francisco.

      Ambas teologías no se contraponen, sino que se complementan, una es más sociológica, otra más cultural y religiosa. La teología de la liberación es más una corriente plural y una familia teológica que una única línea ideológica.

      Este proceso liberador de la Iglesia latinoamericana estuvo regado, como en la Iglesia primitiva, por la sangre de numerosos mártires: obispos como Romero, Angelleli y Gerardi, religiosos como Ellacuría y sus compañeros de la UCA de El Salvador, Espinal, Rutilo Grande y sus catequistas, J. Bosco Penido Burnier, las hermanas de Maryknoll, Ita Ford, Dorothy Lu Kazel, Jean Donovan; la religiosa Alice Domon asesinada en Argentina, Dorothy Stang asesinada en Brasil, muchos sacerdotes, religiosos y religiosas, numerosos campesinos, indígenas, jóvenes y familias asesinados en masacres en Chile, El Salvador, Brasil, Guatemala, Uruguay etc. Estas matanzas eran obra de gobiernos militares y dictatoriales que se proclamaban defensores de la civilización cristiana occidental.

      Todo este movimiento liberador fue sin duda fruto del Espíritu que suscita dones proféticos y renueva constantemente la Iglesia desde abajo.

      2 Líneas teológicas de la Iglesia liberadora

      La eclesiología y teología moderna (Mysterium salutis, Hans Küng etc.) están centradas sobre todo en la dimensión personal e interior de la fe y se preocupan por el sentido de la Iglesia en el mundo de hoy, por la falta de fe y la secularización. A diferencia de ella, la teología y eclesiología liberadora están preocupadas ante todo por escuchar el clamor del pueblo pobre que pide justicia, pan, trabajo y techo. El principal problema no es la secularización sino el hambre. El Reino de Dios es visto no solo en su dimensión interior y para más allá de esta vida, sino como una realidad que comienza en nuestro mundo y en la historia: Jesús sanó enfermos, alimentó hambrientos, enseñó a pobres, anunció las bienaventuranzas y en la parábola del juicio final él se identifica con el pobre, el desnudo, el enfermo, el prisionero, el hambriento (Mt 25,31-45).

      Como resumió Pedro en casa de Cornelio, “Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder y cómo pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hch 10,38). La Iglesia y la teología latinoamericana conciben la salvación no solo como algo interior y escatológico sino como una realidad histórica, ya presente en este mundo. El Crucificado está presente en los crucificados de la historia y hay que bajar de la cruz a los crucificados.

      La reflexión teológica liberadora usa una metodología que proviene de la Acción Católica, sobre todo de Juventud Obrera Católica (JOC) europea, el método ver, juzgar, actuar.

      Parte de la realidad (clamor de los pobres, hambre, vida amenazada y corta, víctimas, religiosidad popular, etc.): es el VER.

      Esta realidad es iluminada por la Palabra: el Éxodo, los profetas de Israel y sobre todo por la vida de Jesús de Nazaret, su opción por los pobres, su enseñanza del Reino, su actividad sanadora y liberadora, su pasión, muerte y resurrección; es el JUZGAR.

      Finalmente, esta teología quiere desembocar en una praxis de compromiso liberador, de solidaridad, de lucha por la justicia contra las estructuras de pecado sociales, económicas y políticas; es el ACTUAR, al que se añade también el CELEBRAR.

      3 Dificultades y críticas

      Esta visión y misión liberadora eclesial y teológica ha recibido a lo largo de los años numerosas críticas, no solo de sectores militares, políticos y económicos que se sentían cuestionados y criticados, sino también por parte del magisterio de la Iglesia, concretamente de dos instrucciones, de la Congregación de la Doctrina de la fe (1984 y 1986) dirigida por el Cardenal Ratzinger, bajo el pontificado de Juan Pablo II. A estas dos Instrucciones se han añadido otras voces críticas de otros sectores eclesiales. Se acusa a la Teología de la liberación de una serie de defectos:

      – Reducir la salvación y la misión de la Iglesia a lo socioeconómico y político, limitarse a la búsqueda del cambio político y social, dejar de lado la dimensión trascendente y escatológica de la salvación;

      – Jesucristo queda reducido a un líder sociopolítico y el Reino se convierte en un programa puramente temporal y político;

      – Esta teología liberadora se fundamenta no en la Palabra y la fe de la tradición de la Iglesia, sino en la sociología y el análisis marxista, con peligro de quedar impregnada de la ideología atea y materialista del comunismo;

      – Busca edificar una Iglesia popular en contra de la Iglesia jerárquica, introduciendo la lucha de clases en la Iglesia;

      – Fomenta la violencia armada y las guerrillas;

      – Es un pensamiento y una teología solo de lo social y político (una teología de “genitivo”), no es como la gran teología de la Tradición que trata de la Trinidad, cristología, pneumatología, eclesiología, sacramentos, liturgia, moral, espiritualidad, escatología etc.

      Frente a estas acusaciones hay que responder que seguramente en estos años hubo en la Iglesia y en la teología latinoamericana algunos abusos y exageraciones, pero que esto no ha sido ni la dirección dominante, ni el modo habitual de proceder de los de pastores, de la vida religiosa, del laicado, ni tampoco de los teólogos.

      Una teología que parte de la realidad de los signos de los tiempos, ha de dialogar con la filosofía y las ciencias sociales de su tiempo, entre las cuales está el marxismo. Los Padres de la Iglesia de los primeros siglos dialogaron con el platonismo y Santo Tomás dialogó con el aristotelismo, a pesar de los riesgos que estas filosofías tenían. La teología liberadora, al dialogar con la filosofía marxista, no cae en el materialismo dialéctico, ni en la lucha de clases, ni en la violencia y la dictadura del proletariado, ni considera la religión como el opio del pueblo. En cambio, recupera la importancia de lo económico para la vida de las personas y de la sociedad y la necesidad de buscar estructuras justas para defender una vida digna para los pobres.

      La teología y la Iglesia liberadora no reducen la salvación a lo económico y temporal, admiten la trascendencia del Misterio, la dimensión gratuita y escatológica de la salvación y del Reino, pero afirman que el Reino de Dios, a la luz de toda la tradición bíblica, comienza ya en la historia real de la humanidad, implica el derecho y la justicia para los pobres.

      Jesús no queda reducido a un Mesías político, sino que se recupera su vida pobre y sencilla en Nazaret, su predilección por los pobres, sus milagros y parábolas sobre el Reino (como la del buen samaritano), su crítica a la idolatría del dinero y al fariseísmo de una religión que se olvida de los pobres, insiste en el mandamiento del amor fraterno y en el juicio final contra los que han pasado de largo junto al pobre, al desnudo, al hambriento, al enfermo y al prisionero. Con estos pobres marginados y excluidos socialmente se identifica Jesús.

      La teología de la liberación no es una teología “de genitivo”, es decir solo preocupada de la liberación socioeconómica sino que, como toda teología cristiana, reflexiona sobre el misterio de la fe, desde la Trinidad a la escatología, pero lo hace partiendo de la realidad de la pobreza del pueblo y redefine la salvación como Misterio trinitario comunitario de amor misericordioso del Padre, del Hijo que se hace carne para vivir nuestra vida y de un Espíritu que actúa desde abajo e inspira una Iglesia de los pobres y una vida cristiana centrada en el amor y la justicia. Es una teología de la compasión y la misericordia, que defiende la vida en todas sus dimensiones, desde el pan de cada día a la eucaristía y a la vida plena y definitiva, divina y eterna de la escatología.

      Evidentemente desde este punto de partida, todos los tratados teológicos y pastorales tienen un acento especial: compasión, misericordia, responsabilidad, lucha contra el pecado de la injusticia, solidaridad, cercanía al pueblo pobre y sencillo a quien han sido revelados los misterios del Reino, génesis de una Iglesia comunitaria en la que los pobres ocupan un lugar central, Comunidades Eclesiales de Base, respeto a los sacramentales y a la religiosidad popular, espiritualidad liberadora etc. No hay ninguna incitación a la violencia ni a la construcción de una Iglesia paralela a la jerárquica, aunque esta teología sea crítica frente a todo clericalismo y triunfalismo eclesiástico, al poder mundano de la Iglesias, al olvido de los carismas del Espíritu, autor de dones jerárquicos y no jerárquicos al Pueblo de Dios (LG 4).

      En el fondo la eclesiología y teología de la liberación explicitan las consecuencias del Vaticano II, de los signos de los tiempos proclamados en Gaudium et spes y del sueño de Juan XXIII de una Iglesia de los pobres.

      4 Evolución y nuevas perspectivas

      Desde Medellín a nuestros días ha habido un desarrollo y evolución tanto en la sociedad como en la Iglesia latinoamericana. Ha habido profundos cambios sociales y políticos en esos años, tanto a nivel mundial (caída del muro de Berlín) como a nivel latinoamericano: el paso de dictaduras a democracias, aunque últimamente asistimos a gobiernos muy autoritarios de extrema derecha y de extrema izquierda.

      Al primer grupo teológico latinoamericano de la liberación, formado mayormente por presbíteros de formación europea, sigue ahora una generación teológica más joven, más laical, con mucha mayor participación femenina. Está surgiendo una teología liberadora abierta al feminismo, a la teología indígena (teología india, mestiza y afro), a la ecología, a las nuevas configuraciones sexuales, con una profundización en la Pneumatología o teología del Espíritu.

      Pero seguramente el mayor cambio se ha producido con el pontificado de Francisco, venido del fin de mundo, con una especial sensibilidad social y popular y una gran apertura hacia toda la humanidad

      El jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio, que significativamente asume el nombre de Francisco, comienza a dar un estilo nuevo a la Iglesia con sus gestos y sus escritos, sobre todo La alegría del evangelio, Laudato sí y Fratelli tutti etc.

      Propone para toda la Iglesia una nueva imagen de Iglesia, muy en sintonía con la Iglesia liberadora latinoamericana:

      Iglesia de puertas abiertas, que no es una cárcel, ni un museo, ni una fortaleza, ni una aduana, sino un hogar acogedor, abierto a todos;

      Iglesia en salida, que va a la calle, callejea la fe, va a las periferias, una Iglesia misionera;

      Iglesia hospital de campaña, para salvar, curar, suturar, vendar heridas a todos los que sufren y tienen la vida amenazada: niños, mujeres, indígenas, migrantes, enfermos, ancianos, discapacitados etc.;

      Iglesia de los pobres, hoy descartados por un sistema social injusto e inhumano, que mata; estos excluidos son los predilectos del Señor y su piedad es un lugar especialmente inspirador para la Iglesia (lugar teológico);

      Iglesia que difunde el olor del evangelio y habla más de Jesús que de la Iglesia y el Papa;

      – Iglesia que huele a oveja, frente a ministros clericales, mundanizados y simples gestores y funcionarios;

      – Iglesia que evangeliza con Espíritu, fruto de la alegría del evangelio, del impulso pentecostal del Espíritu que es siempre novedad y desborda nuestra imaginación y perspectivas;

      – Iglesia en camino sinodal. Esta es la imagen de Iglesia que Francisco ha promovido desde octubre del 2015, y la que, según él, es la que el Señor espera para la Iglesia del Tercer milenio.

      “Sínodo” significa “camino conjunto” y es la definición de la Iglesia, según Juan Crisóstomo. Una Iglesia sinodal es una Iglesia Pueblo de Dios (LG II), donde todos los bautizados que poseen el don del Espíritu (LG 12) caminan conjuntamente peregrinando hacia el Reino (LG VII).

      En el camino sinodal todos se escuchan, dialogan y disciernen. No hay unos que enseñan y otros que aprenden, sino que todos aprenden y enseñan. Es una pirámide invertida, donde el Pueblo de Dios, formado sobre todo por el laicado, está arriba y los obispos y el Papa abajo. No hay arriba un grupo selecto (obispos, clero, vida religiosa) y los laicos abajo, sino que todos son miembros activos. Conforme a la mejor tradición eclesial, “lo que afecta a todos debe ser tratado por todos”. Esto afectará, por ejemplo, al nombramiento de ministros, promulgación de normas morales y litúrgicas etc.

      No es un slogan de moda, sino algo tradicional de la Iglesia que en el llamado concilio de Jerusalén (Hch 15) se reunió para saber si había que obligar la circuncisión judía a los gentiles que se hacían cristianos y decidió no imponerles nuevas cargas: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las necesarias” (Hch 15,28).

      Se han ido realizando desde la sinodalidad, algunas Asambleas Eclesiales (no solo episcopales) en la Amazonía y en América Latina y el sínodo de obispos de 2023/2024 es sobre la sinodalidad y estará preparado por una amplia consulta en las Iglesias locales.

      La finalidad del sínodo no es producir documentos sino hacer que germinen sueños, suscitar profecías y misiones, hacer que florezcan esperanzas, sanar heridas, tejer relaciones, resucitar esperanzas, aprender unos de otros, crear un imaginario positivo que ilumine las mentes y caliente los corazones (Documento preparatorio del Sínodo, n 32).

      Este camino sinodal no se podrá realizar sin una profunda conversión personal, comunitaria y estructural, que necesita pedir la ayuda del Espíritu del Señor. La Iglesia necesita una continua reforma (UR 6).

      Conclusión

      Podemos decir que, con Francisco, el sueño de Juan XXIII de una Iglesia de los pobres, las dimensiones más comunitarias del Vaticano II (LG II) y de la teología de los signos de los tiempos (GS 4, 11, 44), las líneas de fondo de la teología latinoamericana tanto la más común (opción preferencial por los pobres y por la justicia) como la teología argentina (teología del pueblo y de la piedad popular) son asumidas, reformuladas por Francisco y abiertas a toda la humanidad.

      Esta Iglesia sinodal en camino es una Iglesia liberadora, con entrañas de misericordia y compasión ante todo dolor humano y ante la misma creación, que rompe todo elitismo clerical, espiritual, cultural y económico, que camina alegre y esperanzada ante el Reino, con otras Iglesias y religiones, con todas las personas de buena voluntad, dispuesta a liberar a la humanidad y a la creación de toda esclavitud de codicia, opresión e injusticia, anticipando en lo posible los nuevos cielos y la nueva tierra (Ap 21,1) .

      Y todo ello bajo el soplo vivificante del Espíritu del Señor que actúa en los momentos de caos (Gn 1, 2), hace pasar de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida, que siempre sorprende y lo renueva todo.

      Podemos sintetizar todo lo dicho con una poesía del obispo de Brasil D. Pedro Casaldáliga:

      “El Espíritu

      ha decidido

      administrar

      el octavo sacramento:

      ¡la voz del Pueblo!”

      Víctor Codina SJ. Texto enviado el 20/02/2022, aprobado el 20/05/2022, publicado el 30/12/2022. En 22/05/2023, el teólogo hizo sua Páscua definitiva (NE).

      Referencias

      CODINA, Víctor. ¿Qué es la iglesia? Oruro: Lilial, 1986.

      CODINA, Víctor. Para comprender la eclesiología desde América Latina. Estella: Verbo Divino, 1990.

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