Padres Capadocios

Indice

Introducción

1 ¿Quiénes son los Padres Capadocios?

2 ¿Por qué son tan importantes?

3 Principales aportes teológicos

3.1 El fin de la controversia arriana

3.2 Aportes a la cristología

3.3 La contribución a la mística

3.4 Exégesis

4 Hombres de la iglesia

5 El monacato

Conclusiones

Referencias

Introducción

El presente texto propone una iniciación general a los Padres Capadocios. Comienza con una breve presentación biográfica de cada uno, luego señala por qué son importantes dentro de la Iglesia y la teología cristiana en su conjunto, tanto en Oriente como en Occidente. En un tercer momento, se presentan los aportes teológicos de cada uno, tanto en la controversia que siguió a la solución de Nicea al problema del arrianismo, como en la elucidación de cuestiones cristológicas, en la reflexión sobre la mística cristiana y en el desarrollo de la exégesis. En un cuarto momento se indica la contribución de los tres Capadocios a la organización de la Iglesia y, en el quinto, al monaquismo.

1 ¿Quiénes son los Padres Capadocios?

Con el término “Padres Capadocios” se indican tres obispos del siglo IV: Basilio de Cesarea (de Capadocia) (†379), también conocido como Basilio Magno; su amigo Gregorio de Nacianzo (†389), conocido en el Oriente cristiano con el sobrenombre de “el Teólogo”; y el hermano de Basilio, Gregorio de Nisa(† después de 394). El término “Capadocios” hace referencia a la región de donde eran originarios, Capadocia, región oriental de la península de Anatolia, actual Turquía. La costumbre de mencionarlos juntos testimonia la percepción que la Iglesia ha tenido siempre de su unión y unidad de acción, ya sea en el campo teológico o en el campo de la acción política eclesiástica de enfrentamiento a las etapas finales de la controversia arriana. Tras la reforma conciliar, la liturgia latina celebra a Basilio y a Gregorio Nacianceno en un solo día, el 2 de enero, mientras que el nombre de Gregorio de Nisa se encuentra en el Martirologio Romano el 10 de enero, donde, por cierto, se encontraba también en el Martirologio antes de la Reforma. Es la misma fecha del calendario bizantino. Cabe señalar que en el calendario bizantino (gregoriano), Basilio y Gregorio Nacianceno, además de su fiesta específica (1 de enero y 25 de enero respectivamente) también se celebran en la fiesta de los Tres Santos Doctores, el 30 de enero, junto con Juan Crisóstomo. El culto litúrgico del Niceno aparece más tarde que el de su hermano y el del Nacianceno: la mención más antigua que conocemos está en la versión georgiana del Leccionario de Jerusalén (siglo VII), en el día 23 de agosto. Probablemente no se pueden excluir como causa algunas posiciones teológicas de Gregorio de Nisa, que parecían demasiado origenianas (aunque se discuta sobre la verdadera idea nicena de apocatástasis). Además, la condena de Orígenes, en 553, probablemente influyó en el tardío surgimiento del culto litúrgico del Niceno.

2 ¿Por qué son tan importantes?

Difícilmente se puede subestimar la importancia de estas tres figuras para la historia y la teología de la iglesia. Así escribe M. Simonetti:

Con Basilio, Gregorio de Nacianceno y Gregorio de Nisa, la fusión entre el profundo sentir cristiano y la paideia griega es total y se realiza al más alto nivel, ya sea de la espiritualidad cristiana o de la formación clásica. De alta extracción social, educados de la manera más tradicionalmente refinada y completa y, al mismo tiempo, criados en ambientes profundamente cristianos, realizaron el ideal de un cristianismo culto, que supo aceptar todo lo que era válido del helenismo, sin desfigurar las líneas maestras del mensaje cristiano, en una síntesis que quedaría como paradigmática para la cristiandad oriental. (SIMONETTI, 1990, p. 89)

La familia de Basilio y de Gregorio Niceno es, efectivamente, uno de los primeros ejemplos de familias ya cristianas desde varias generaciones, con gran riqueza económica y cultural y que participaron de la historia de la evangelización en su propia región, incluso dando testimonio personal durante las persecuciones.  Su teología, por lo tanto, es de particular interés, entre otras razones, porque es uno de los primeros productos de personas educadas en la más clásica paideia griega, pero, al mismo tiempo, formadas en un ambiente que había sido cristiano durante mucho tiempo. Basilio y Gregorio de Nacianzo estudiaron juntos en Atenas, que todavía era la capital de la cultura en ese momento. Basilio luego se trasladó a Constantinopla, donde, según el testimonio del Niceno, fue discípulo del famoso rector Libanio. Basilio nos dejará una importante obra, conocida bajo varios nombres, siendo el más común el Discurso a los jóvenes, en el que muestra cómo el estudio de los clásicos, hecho cum grano salis ciertamente, no sólo no es peligroso para la fe, sino que llega incluso a ser propedéutico para el posterior estudio de la Sagrada Escritura y de la teología. Gregorio de Nacianzo es un literato muy fino y un rector muy capaz, y sus obras, tanto teológicas como literarias, muestran su cultura y su refinado gusto literario clásico.

Además de estar ligada a la evangelización de Capadocia, la familia de Basilio y del Niceno es, también, una familia que ha dado a la Iglesia un número impresionante de santos. La abuela de Basilio, Macrina Senior, fue discípula de Gregorio Taumaturgo (mártir, celebrado el 2 de marzo) quien fue, a su vez, discípulo de Orígenes y es uno de los evangelizadores de Capadocia. En el martirologio romano anterior a la Reforma, se recuerda a Macrina Senior el 14 de enero (en la reforma litúrgica su nombre fue omitido). Los padres de Basilio también se mencionan en el Martirologio (tanto antiguo como reformado) el 30 de mayo. Además de la abuela y los padres de Basilio y Gregorio Niceno, esta familia también incluye dos santos: otro hermano de Basilio y Gregorio, Pedro, obispo de Sebaste (que se era celebrado el 9 de enero, pero actualmente se menciona el 26 de marzo) y la hermana Macrina Júnior (cuya memoria litúrgica, en ambos calendarios, permanece el 19 de julio). Macrina tuvo una influencia muy notable en Gregorio de Nisa, quien la recordaba con emotivos acentos en una carta (Ep. 19) y a la que dedicó una importante obra, De Anima et resurrectione, definida por algunos como el Fedón cristiano, en la que el diálogo sobre la muerte y la resurrección tiene lugar entre Gregorio y su hermana en su lecho de muerte, desempeñando su hermana el papel “socrático”. No se puede dejar de notar cuán importante fue la presencia femenina en la transmisión y en la experiencia personal de Basilio y del Niceno (PAMPALONI, 2003; SUNBERG, 2017). Las persecuciones a las que se enfrentaba la familia fueron sin duda una de las fuentes que dieron a Basilio esa peculiar energía con la que supo oponerse a todo lo que obstaculizaba la libertad de la Iglesia. La familia de origen de Gregorio de Nacianzo también se ubicaba más o menos en las mismas coordenadas. Era una familia aristocrática y acomodada, su padre (conocido como Gregorio el Viejo), tras convertirse del paganismo, fue nombrado obispo de Nacianzo y su madre, llamada Nona, también recordada en el Martirologio Romano (5 de agosto), ejerció un papel importante tanto en la conversión del marido y en la educación del hijo, que dedicó un emotivo recuerdo a la madre en uno de sus discursos (Orat. 18).

Basilio y los dos Gregorios representan un caso prácticamente único en la historia de la teología. En primer lugar, por la amistad entre ellos, especialmente entre Basilio y el Nacianceno, aunque en los últimos años la amistad entre Gregorio y Basilio probablemente haya sido sometida a una dura prueba y quizás, de algún modo, haya experimentado un cierto enfriamiento. En segundo lugar, por la colaboración que pudieron mantener, aunque no sin dificultades, debido a los diferentes temperamentos de los tres y cierta “exuberancia” en el liderazgo de Basilio en relación con su hermano y con su amigo durante la lucha contra el emperador Valente. Pero, sobre todo, fue una peculiar unión en el esfuerzo común en el campo de la teología, en el que cada uno llevó a buen término sus propias capacidades de manera sinérgica. La profundidad teológica y la visión general de los problemas de la Iglesia de Basilio, la sensibilidad teológica y literaria del nacianceno, unida a su habilidad de rector, las dotes de especulación filosófica y la experiencia mística del Niceno dejaron una huella indeleble en la historia del desarrollo de la teología. Verificar la posibilidad de hacer explícito su método de hacer teología “juntos” sería un tema que merecería mayor estudio. Tras la muerte de Basilio, que, según la mayoría de los investigadores, se produjo en el año 379, el amigo y el hermano recogieron su herencia. Los tumultuosos acontecimientos que involucraron a Gregorio de Nacianceno en Constantinopla y, luego, en el concilio que Teodosio quiso celebrar en la capital en el año 381, no impidieron que ese concilio y el papel que jugaron en él los dos Gregorios representaran la victoria decisiva de la teología de los tres Capadocios sobre el peligro arriano.

3 Principales aportes teológicos

3.1 El fin de la controversia arriana

La aportación teológica de los Capadocios se sitúa en la fase final de la controversia arriana y, sin duda, tuvo un impacto decisivo en su cese. El Concilio de Nicea, con la afirmación del término homoousios, ciertamente cortó de raíz toda posibilidad de  existencia de la posición de Arrio, pero, dado que el término ousía no se percibía como claramente distinto de hipóstasis, los obispos orientales, que siempre habían sostenido una teología trinitaria tripostática (es decir, que subrayaba la distinción de las tres hipóstasis divinas) vio en el término homoousios el peligro de negar una distinción real entre el Padre y el Hijo, ya que afirmar la misma sustancia podría entenderse también como afirmar la misma hipóstasis. El temor no era infundado, pues en Nicea, entre los partidarios de Atanasio y del homoousios, también estaba Marcelo de Ancira, cuya posición monárquica radical era conocida y por la que sería condenado poco después. Marcelo negó la distinción de las hipóstasis en la Trinidad, ya que, para él, esto significaría afirmar tres dioses distintos, y propuso una modalidad puramente económica de la distinción entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que en última instancia serían una sola “persona”. La aceptación de las conclusiones del concilio por parte de los obispos orientales se obtuvo bajo la innegable presión de Constantino, que deseaba cerrar rápidamente la cuestión por razones de carácter político y estratégico, tras la todavía reciente derrota de Licinio (324) y habiéndose convertido así en el único emperador. Pero no se logró realmente una convergencia teológica, y este hecho provocó la tensión interna que se desató inmediatamente después, dando lugar a una tumultuosa sucesión de veinte años de sínodos y propuestas de fórmulas de fe, ya a partir del importante sínodo de Antioquía en 341 (para esas fórmulas ver KELLY, 1989).

La siguiente fase, que podemos iniciar con la muerte de Constantino y la división del imperio entre sus hijos, vio como imponía el emperador Constancio, para la paz religiosa del imperio – que, tras la muerte de su hermano Constante (350) y la derrota del usurpador Magnencio (353), se había convertido en el único emperador -, una fórmula de fe que podía satisfacer a todas las partes, pero que, en realidad, resultó inaceptable tanto para los obispos orientales como, naturalmente, para los más fieles a Atanasio, ya que incluía expresiones de claro sentido arriano. Los partidarios de la nueva fórmula fueron llamados homeusianos, del término homoiousios, “semejante” al Padre, propuesta para decir lo que Atanasio y los demás nicenos habrían pretendido, sin utilizar, sin embargo, el término discutido. Por esta razón, el término “semiarriano” para esta posición es inaceptable hoy. Constancio logró, sin embargo, obtener, por la fuerza y ​​la coerción, la firma de casi todos los obispos, tanto de Oriente como de Occidente. Esto se consiguió mediante la celebración simultánea de dos concilios distintos, uno en Seleucia de Isauria, el otro en Rímini, en los que el emperador había separado a los orientales, más divididos entre sí, de los occidentales, mucho más unidos en la fidelidad a Nicea. Pero la aclamación del emperador Flavio Claudio Juliano (conocido como El Apóstata), por las legiones estacionadas en la Galia, en el año 360, y la muerte de Constancio al año siguiente, frenaron la consolidación de la pax religiosa soñada por él. Tras la muerte de Julián en la lucha contra los sasánidas, en el año 363, le tocó a Valente ascender al trono de la parte oriental del imperio. Como simpatizaba con los arrianos, el proyecto se reanudó con vigor. Esta vez, sin embargo, se limitó únicamente a Oriente, ya que su hermano Valentiniano, emperador de Occidente que le había designado para gobernar la parte oriental del imperio, era niceno.

Este es el momento más importante en el que entran en acción los Capadocios, especialmente Basilio. Él tuvo el mérito de haber comprendido que, contrariamente a lo que había pensado la corriente homeusiana, en la que se reconocía el emperador Constancio, una solución política a un problema teológico no puede funcionar (y lo mismo sucedería también un siglo después con la recepción del Concilio de Calcedonia y el fracaso del Henotikon). Así, además de la cuidadosa política eclesiástica de defensa de la Iglesia frente a la hostilidad de Valente, Basilio elaboró ​​una solución que sería definitiva al problema de la distinción entre ousía e hipóstasis, a partir de una distinción aristotélica entre “primera ousía” y “segunda ousía”, una que indica la sustancia en general y la otra la sustancia individual, o la hipóstasis (para ver el camino que llevó a Basilio a tal resultado, en SIMONETTI, 2006). Así, la fórmula trinitaria se consagró como una ousía y tres hipóstasis. La otra aportación decisiva, siempre fruto de la polémica con los arrianos, fue la relativa a la divinidad del Espíritu Santo, tema que pasó a ser central en las discusiones teológicas sobre todo a partir del 370, y sobre el que Basilio escribió una célebre obra (De Spiritu Sancto), de gran interés también porque Basilio allí apela a la lex orandi como fuente de la teología.

Una de las evoluciones del pensamiento arriano, mucho más allá de las propias posiciones de Arrio, fue lo que se conoció como anomea, para lo cual la diferencia entre el Padre y el Verbo era absolutamente radical. Uno de los representantes teológicos más famosos de esta corriente fue sin duda Eunomio, quien estuvo muy activo en la segunda fase de la controversia arriana. Su radical racionalismo teológico fue refutado en dos obras, una de Basilio y otra de su hermano Gregorio, quizás la más famosa. Contra la teología anomea están también los famosos cinco discursos teológicos de Gregorio de Nacianzo, pronunciados en 380, en Constantinopla.

3.2 Aportes a la cristología

La subdivisión clásica de la manualística caracteriza el siglo IV como el siglo de las controversias trinitarias y el V como el de las controversias cristológicas. En realidad, a nuestro juicio, no es en realidad incorrecto considerar también la cuestión arriana como, en el fondo, cristológica, pues se interroga sobre la naturaleza divina del Verbo. Y la pregunta por su encarnación, aunque, en efecto, totalmente tematizada en el siglo V, no estuvo ausente en los siglos precedentes. Sin volver al siglo. III con lo que podría llamarse, en la jerga cinematográfica, un tráiler de las polémicas del siglo V, es decir, la famosa disputa que envolvió, en Antioquía, a Pablo de Samosata y al sacerdote Malquión (NAVASCUÉS 2004), sin duda, también, la segunda mitad del siglo IV reconoció  la plena actualidad del tema, gracias a la figura de Apolinar de Laodicea, contra quien se movieron las mentes teológicas más atentas de la época, incluidos los Capadocios (BELLINI, 1978). En un principio, Basilio tenía en buena estima a Apolinar, sin conocerlo personalmente, sólo por su reputación, entre otras cosas, por ser un ferviente partidario de Atanasio y del Concilio de Nicea (LIENHARD, 2006). Incluso le consultó sobre algunas cuestiones (el epistolario basiliano). Durante su magisterio en Antioquía, a finales de siglo IV, Apolinar tuvo entre sus alumnos también a Jerónimo. Pero cuando su cristología comenzó a ser más conocida, inmediatamente no sólo los Capadocios se distanciaron, sino que se formó otra primera línea de batalla teológica a favor de los dos Gregorios (en ese tiempo, Basilio ya había muerto). Según Apolinar, en la encarnación, el Verbo habría asumido el lugar (y, por tanto, ejercido las funciones) del nous humano (en el modelo tripartito clásico, nous, psychē y sōma) o del alma (en el modelo bipartito anima/ corpus), ambos modelos se encuentran en los escritos arrianos. Si así, en la intención de Apolinar, que así quería refutar arrianos y sabelianos (MCCARTHY SPOERL, 1993; MCCARTHY SPOERL, 1994), se afirmaba claramente la realidad de la encarnación, pero el resultado que se derivó de ella fue, sin embargo, inaceptable, ya que, si el nous, la parte que en el hombre especifica la humanidad en Cristo, no era humano sino el mismo Logos, resultaban al menos dos consecuencias absurdas : que Cristo no habría sido plenamente humano y que en la práctica  se negaba la trascendencia divina, reducida una de las “funciones” humanas. Gregorio de Nacianzo subrayó esto con fuerza, haciendo suyo el famoso adagio “lo que no fue asumido por el Verbo no se salvó“. También Gregorio de Nisa escribirá una obra entera contra Apolinar. Finalmente, en las polémicas, muy probablemente con los teólogos antioquenos (BEELEY, 2011), Gregorio de Nacianzo utilizará una famosa expresión que aclara su visión: en Cristo, las dos naturalezas no son allos/allos, sino allo/allo, utilizando una distinción permitida por lengua griega y que en la práctica significa que en Cristo no hay dos sujetos, sino dos naturalezas distintas. En la respuesta a Apolinar, aparece un aspecto peculiar de la cristología de Gregorio de Nisa (también llamada “cristología de la transformación” DALEY, 2002), que está profundamente relacionada con el concepto, peculiarmente niceno, de epektasis y con una concepción positiva del cambio (tropē) (DANIÉLOU, 1970).

3.3 La contribución a la mística

Entre los investigadores modernos, Jean Daniélou fue uno de los primeros en intuir la importancia de la dimensión mística de Gregorio de Nisa. En muchos aspectos, Gregorio fue considerado, de hecho, el “padre” de la mística cristiana, especialmente a partir de la Vida de Moisés y de sus Homilías sobre el Cantar de los Cantares, que retoman la herencia originaria con especificidades propias, como precisamente la idea del progreso infinito (PAMPALONI, 2010) y lo que se llamó la mística de las tinieblas (PONTE, 2013). El pensamiento de Gregorio influyó en los místicos tanto de Oriente como de Occidente. En Oriente, más allá del ámbito de la lengua griega, cabe mencionar la figura del místico siríaco Juan de Dalyatha (PUGLIESE, 2020), mientras que, en Occidente, se debe citar el nombre de Guillermo de Saint-Thierry y su influencia en la mística cisterciense del siglo XII.

3.4 Exégesis

No se puede dejar de mencionar la exégesis de estos Padres. De Basilio tenemos el primer Hexamerón que conocemos, y representa un género literario de enorme éxito, especialmente en la Edad Media. La exégesis del Nacianceno y del Niceno en general está fuertemente influenciada por Orígenes, pero sin prestarse a acusaciones de alegorismo radical. Un magnífico ejemplo de respuesta a las acusaciones de alegorismo lo da precisamente Gregorio de Nisa, quien, para responder a las críticas de que negaba un contenido cognoscitivo real a la exégesis alegórica, escribió su Vida de Moisés en dos partes. En la primera presenta la vida de Moisés a través de una exégesis literal y, en la segunda, lo hace a través de una exégesis espiritual, es decir, alegórica, mostrando así que la una no excluye a la otra.

4 Hombres de Iglesia

De lo dicho al describir el marco en el que se desarrolló la aportación teológica de los Capadocios, surge la dimensión de Basilio como hombre de acción capaz y decisiva en la lucha por la libertad de la Iglesia, frente a las maniobras del emperador Valente. En esta lucha, los dos Gregorios también actúan como protagonistas –podríamos decir– a pesar de sí mismos. Cuando Valente dividió Capadocia en dos provincias (Capadocia I, con capital en Cesarea, y Capadocia II, con capital en Tiana) –según algunos investigadores, para redimensionar el poder de Basilio, entonces obispo de Cesarea y metropolitano de Capadocia; según otros simplemente por motivos fiscales – Basilio reaccionó con prontitud y decisión. Para neutralizar tal plan y la ambición del obispo (arriano) Antimo de Tiana, que hubiera querido recuperar los derechos de metropolitano de la Capadocia II, Basilio defiende la tesis de que no debe haber coincidencia entre circunscripciones eclesiásticas y civiles. Un concilio celebrado en 372 decidió en este sentido (DI BERARDINO, 2006) y Basilio aprovechó para crear nuevas diócesis en la Capadocia II, nombrando obispos amigos, entre ellos su amigo Gregorio, en la pequeña ciudad de Sásima. Gregorio se negó a ir allí, provocando una reacción bastante dura de su amigo, lo que parece haber tensado la relación entre ellos. Mientras vivían sus padres, Gregorio permaneció en Nacianzo, para luego dedicarse, desde el 374 hasta la muerte de Basilio, a una vida retirada, como siempre había querido hacer. Basilio, por el mismo método, también nombró a su hermano Gregorio para la sede de Nisa, pero las habilidades administrativas del Niceno no eran iguales a las filosóficas, y pronto fue fácilmente impugnado y finalmente depuesto por un concilio arriano en el 376. Algunas de sus decisiones fueron fuertemente criticadas por Basilio, quien no ahorró críticas a su hermano en algunas de sus cartas a otros obispos. Una elección más acertada fue Anfiloquio, primo del Nacianceno, para la sede de Iconio, y la relación con él será siempre de gran amistad, cordialidad y respeto, a diferencia de la relación con su hermano y el amigo Gregorio, y a Anfiloquio le dedicará el ya citado tratado sobre el Espíritu Santo.

Otro campo en el que Basilio se comprometió con pasión fue el apoyo a Melecio, en los hechos que siguieron al cisma de Antioquía. Intentó por todos los medios, como muestra su correspondencia con el Papa Dámaso, convencer a Occidente de la necesidad de unir esfuerzos para derrotar a Valente, y que, para este propósito, se necesitaba el apoyo de los “occidentales” (incluido Atanasio). Parte de este esfuerzo consistió en convencer a los nicenos radicales, a través de su intensa actividad epistolar y sus contactos, de que las posiciones homeusianas de Melecio, y las suyas propias, eran perfectamente ortodoxas con la fe de Nicea.

Después de la muerte de Basilio en 379, los dos Gregorios adquirieron luz propia. Con la trágica derrota de Adrianópolis contra los godos y la muerte de Valente en batalla, el emperador Graciano nombra para Oriente a uno de sus generales, Teodosio, de probada fe nicena. El clima político y religioso sufre entonces un profundo cambio y Gregorio de Nacianzo, gracias a la eminente posición de la hermana de Anfiloquio de Iconio, Teodosia, es llamado en 379 a Constantinopla para revivir a la exigua minoría ortodoxa. Acepta dejar su amado retiro en Isauria y se lanza de nuevo a la misión. En Constantinopla no se concedió ninguna iglesia a los no arrianos, y Teodosia puso a disposición una parte de su palacio para una capilla, que llevaría el nombre de Anástasis, capilla de la Resurrección, sobre la que Gregorio escribiría unos conmovedores versos. Su misión no fue fácil y, en la noche de Pascua del año 379, se produjo incluso una incursión de arrianos en la capilla, empeñados en impedir que allí se celebraran bautismos y se pronunciara el símbolo no arriano. Los acontecimientos en Constantinopla se complicaron. Habiendo quedado vacante la sede, y considerando que Gregorio no había tomado posesión de Sásima y era un obispo “libre”, fue él elegido para la sucesión a la prestigiosa sede de la ciudad imperial. Un usurpador llamado Máximo, con el apoyo de Pedro, obispo de Alejandría, impugnó su elección, logrando cooptar a su lado incluso a Ambrosio de Milán y al papa Dámaso, provocando así una gran amargura en Gregorio. Una vez que Teodosio asumió el poder en Constantinopla, expulsó a los arrianos de la ciudad. Se abrió entonces el concilio en el 381. Con la muerte inesperada de Melecio de Antioquía, quien presidía el concilio, la presidencia fue ofrecida a Gregorio, quien, sin embargo, tuvo que sufrir los ataques de los obispos egipcios, de Máximo y los delegados romanos, quienes lo acusaron de no poder ser obispo de Constantinopla porque ya ostentaba Sásima. Gregorio, quien tenía un carácter muy sensible, no elige el camino de la resistencia, sino que lo deja todo y se va, y en su lugar se consagra Nectario. Este triste epílogo dejará huellas imborrables en Gregorio, como puede verse en muchos de sus escritos posteriores. Los últimos años lo verán, finalmente, como obispo de Nacianzo, aunque reacio, comprometido con los estudios, en la polémicas antiapolinarista, en la predicación. Muere en el 390.

El Niceno, tras la muerte de Basilio, inició una fructífera actividad en la composición de obras, que sólo terminaría con su muerte, ocurrida después del 394. También participó en el Concilio de Constantinopla y, después de que su amigo se retirase de la escena,  se convirtió en el representante más autorizado de la ortodoxia nicena, siendo enviado a algunas misiones que demuestran la gran autoridad intelectual y eclesial que había alcanzado en ese momento, aunque no todas estas misiones fueron concluidas de manera positiva.

5 El monacato

Los tres Capadocios también dejaron una importante huella en el desarrollo del monacato, particularmente Basilio y su experiencia antes de la ordenación episcopal. Tal experiencia, aunque no encaja en los cánones del monacato tal como lo entendemos hoy, dejó huellas imborrables, especialmente en el monacato oriental. Basilio, al regresar de sus estudios en el extranjero en el 355, se encaminó hacia una vida cristiana más consciente, gracias a la influencia de su hermana Macrina, quien siempre había mostrado una gran inclinación hacia la vida ascética. La influencia de la hermana es relatada por el NIceno: algunos investigadores modernos sugieren la influencia de un famoso asceta en aquel momento, Eustacio de Sebaste, una figura importante para Basilio durante mucho tiempo, como detectamos en sus cartas. Realizó varios viajes a regiones conocidas por la presencia de figuras que vivieron una cierta vida que hoy llamaríamos monástica, aunque carente todavía de las estructuras que actualmente asociamos con el término. Hacia fines del 357 recibe el bautismo (también con una profunda formación cristiana, el bautismo en esa época todavía se recibía a menudo de adulto, como vemos en el caso más conocido de Agustín) y se retira a la soledad en una finca familiar en Anesi. Desde allí envió muchas cartas a Gregorio pidiéndole que lo acompañara en esa vida. Durante un tiempo, el amigo fue a su encuentro en Anesi. Esta experiencia de buscar la soledad para estar en paz, estudiar y meditar se vivió en el seno del círculo familiar, en sus propiedades (algunos han sugerido un paralelo con el retiro de Agustín en Cassiciacum antes de su bautismo). Más tarde, habiendo pasado también un tiempo con Eustacio de Sebaste, aunque su ascetismo fuese demasiado radical para Basilio, este último, con el tiempo, desarrollará una original forma de vida común en relación con el modelo anacorético, cuyo origen está relacionado con Antón del desierto, y con el cenobítico, según el modelo de Pacomio. Siendo todavía sacerdote, creó una verdadera y singular pequeña ciudad para acoger a peregrinos, extranjeros y enfermos, conocida como Basiliade. Sus enseñanzas ascéticas se manifiestan, sobre todo, en sus Reglas (ya sea la colección llamada “Pequeñas” o las “Grandes”). Aunque Basilio pensó en este modo de vida para todos los cristianos, sus Reglas y sus escritos constituyeron el fundamento, aún hoy sólido, del monacato oriental, que, con excepción del de origen estudita, puede llamarse con razón “basiliano”.

Conclusión

A partir de estos pequeños atisbos, es posible entender que el estudio de los Padres Capadocios nos transporta al corazón del siglo  IV, con sus dificultades y esplendores. No es casualidad que al siglo IV se le llame la “edad de oro” de la patrística. Es la época de la formación de la liturgia (la Iglesia oriental conoce varias anáforas atribuidas a Basilio), del desarrollo de la conciencia del lenguaje dogmático, de los primeros concilios ecuménicos. A lo largo de este período tan fructífero los Capadocios están presentes. Tratar de ellos, requiere, por un lado, un esfuerzo de gran envergadura porque hay que adentrarse en la filosofía, la historia, la teología, la retórica clásica y muchos otros ámbitos; por otro lado, representa una magnífica puerta para descubrir uno de los períodos más fascinantes de la Antigüedad tardía, cuando el olor del mundo clásico aún no se había desvanecido del todo, y la acción cultural de la Iglesia, en su esfuerzo simultáneo de inculturación y fecundación, vivía uno de sus momentos de mayor esplendor. Los estudios sobre Basilio y sobre el Nacianceno siguen vivos, pero no se puede dejar de reconocer que, de los tres, el que goza de más continuo interés por parte de los investigadores, y no sólo limitado al círculo de especialistas en la Antigüedad, es Gregorio de Nisa, gracias también a que es uno de los pocos Padres cuyas obras están disponibles en edición crítica, Gregorii Nysseni Opera (GNO), una empresa monumental iniciada por W. Jaeger. Otra señal de interés es que disponemos de un diccionario dedicado a Gregorio de Nisa, lo que facilita mucho la búsqueda de temas específicos en la obra del Niceno. Finalmente, contribuye mucho a este actual “éxito” de Gregorio, también por parte de autores no interesados ​​directamente en el aspecto teológico de sus escritos, el lado filosófico y místico, que parece responder bien a una investigación/interés que parece siempre vigente en la situación histórica actual.

Massimo Pampaloni SJ. Texto original italiano. Traducción al portugués: Francisco Taborda SJ. Enviado: 30/09/2022; aprobado: 30/11/2022; publicado: 30/12/2022.

 Referencias

 En el volumen de Moreschini, que, en mi opinión, sigue siendo aún hoy la mejor introducción a los Padres Capadocios (donde también se trata a Evagrio), hay una excelente bibliografía para cada uno de ellos; por eso nos remitimos a ella. Aquí indicamos solo algunas obras que citamos en la entrada y algunos textos en portugués.

Principales traducciones em portugués

BASILIO DE CESARÉIA. Homilia sobre Lucas 12; Homilias sobre a origem do homem; Tratado sobre o Espírito Santo. 2.ed. São Paulo: Paulus, 2005.

GREGORIO DE NISSA. A criação do homem; A alma e a ressurreição; A grande catequese. São Paulo: Paulus, 2011.

GREGÓRIO DE NISSA. Vida de Moisés. Campinas (SP): CEDET, 2018. (Nota: esta edição usa uma tradução que há muito tempo existe na internet. Não tem indicação de quem traduziu e se a tradução foi feita do grego ou de uma tradução em outra língua).

GREGÓRIO DE NAZIANZO. Discursos teológicos. Petrópolis: Vozes, 1984.

Sugestões de leitura

BEELEY, C. A. The Early Christological Controversy: Apollinarius, Diodore, and Gregory of Nazianzen. Vigiliae Christianae, v. 65, p. 376-407, 2011.

BELLINI, E. (Ed.). Su Cristo. Il grande dibattito nel Quarto secolo. Milano: Jaca Book, 1978.

CADERNOS PATRÍSTICOS, v. 5 n. 9 (2013). (Número monográfico sobre os Capadócios)

DALEY, B. “Heavenly Man” and “Eternal Christ”: Apollinarius and Gregory of Nyssa on the Personal Identity of the Savior. The Journal of Early Christian Studies, v. 10, p. 469-488, 2002.

DANIÉLOU, J. L’être et le temps chez Grégoire de Nysse. Lieden: Brill, 1970.

DI BERARDINO, A. Cappadocia-II. Concilio. In: Nuovo Dizionario di Patristica e di Antichità cristiane. Roma: Marietti 1820, 2006.

GREGORII NYSSENI OPERA (GNO). Edição on-line. Disponível em: https://scholarlyeditions.brill.com/gnoo/ Acesso em: 12 set 2022.

KELLY, J. N. D. Early christian doctrines. 5.ed. London: A&C Black, 1989.

LIENHARD, J. T. Two Friends of Athanasius: Marcellus of Ancyra and Apollinaris of Laodicea. Zeitschrift für antikes Christentum / Journal of Ancient Christianity, v. 10, n. 1, 2006.

MATEO-SECO, L.-F.; MASPERO, G. Gregorio di Nissa, Dizionario. Roma: Città Nuova, 2007.

MCCARTHY SPOERL, K. Apollinarius and the Response to Early Arian Christology. Studia Patristica, v. 26, p. 421-427, 1993.

MCCARTHY SPOERL, K. Apollinarian Christology and the Anti-Marcellian Tradition. Journal of Theological Studies, v. 45, p. 545-568, 1994.

MORESCHINI, C. Basílio Magno. São Paulo: Loyola, 2010.

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