Los sacramentales

Índice

1 ¿Qué son los sacramentales?

2 Una aproximación histórica

3 Popularidad de los sacramentales

4 Iluminación teológica

4.1 Reino de Dios

4. 2 La oración de la Iglesia

4.3 Cosmología teológica y sacramental

4.4 La teología de la bendición

5) Teología de la misericordia

Conclusión

1 ¿Qué son los sacramentales?

 El Vaticano II define los sacramentales como “signos sagrados creados según el modelo de los sacramentos, por medio de los cuales se expresan efectos, sobre todo de carácter espiritual, obtenidos por la intercesión de la Iglesia” (SC 60). El concilio los sitúa en torno al misterio pascual de Cristo (SC 61), afirma que deben ser reformados (SC 62; 79) y sugiere que algunos puedan ser administrados por laicos (SC 79).

 El actual Código de Derecho Canónico (1983) habla de los sacramentales (cc. 166-1172) y no los define como “cosas o acciones” -como en el Código anterior de 1917 (c. 1169)- sino como “signos sagrados” (c. 1169) conforme al Vaticano II (SC 60);  incluye entre los sacramentales consagraciones y dedicaciones, bendiciones y exorcismos, aunque restringiendo el uso de los exorcismos (c. 1172) y ampliando algunos sacramentales a los laicos (c. 1168).

 Seguramente, muchos estudiantes de teología acaban sus estudios sin haber oído jamás hablar de los sacramentales. En los manuales de teología anteriores al Vaticano II podía hallarse algún apéndice sobre ellos, mientras que en los modernos manuales apenas se habla de los sacramentales, mencionando que representan un problema difícil de conciliar con el mundo moderno secularizado de hoy[1].

 Ejemplos de sacramentales son el agua bendita y toda suerte de bendiciones con agua bendita (de imágenes, de casas, de niños, enfermos, ancianos, familias, del campo, de  alimentos, de vehículos e incluso de animales…), la imposición de ceniza al comienzo de la Cuaresma, las palmas del Domingo de Ramos, las velas encendidas, las exequias y los ritos funerarios, la veneración de la Cruz, de María y de los santos …y, por extensión, muchas devociones de la religiosidad popular como peregrinaciones a santuarios del Señor o de María, via crucis, procesiones, etc.

2 Una aproximación histórica

La teología de los sacramentos, y en concreto el número septenario de los sacramentos, no se elaboró hasta el siglo XII. Ni en la Escritura ni en la primera tradición cristiana podemos hallar una doctrina clara sobre los siete sacramentos. Para las primeras generaciones cristianas, sacramento (que era la traducción del griego misteryon) tenía un sentido mucho más amplio y rico que nuestro moderno concepto de sacramento. Los primeros que hablaron de sacramento en sentido estricto fueron los canonistas y teólogos escolásticos del siglo XII, como Pedro Lombardo, pero durante los siglos XII y XIII el concepto de sacramento todavía era muy amplio y no se distinguían los sacramentos de los sacramentales. Para S. Bernardo, coetáneo de Pedro Lombardo, los sacramentos son tantos que en una hora no se pueden enumerar todos. Para él, los tres principales sacramentos son bautismo, eucaristía y lavatorio de los pies. Para Hugo de S. Víctor, también contemporáneo de Pedro Lombardo, son sacramentos el agua bendita, la imposición de la ceniza, la bendición de ramos y de cirios y el toque de campanas para convocar a los fieles. Sólo con las grandes sumas teológicas de Alejandro de Hales, Buenaventura y Tomás de Aquino, se llegará a establecer y difundir el número septenario de los sacramentos, doctrina que pasará luego a los Concilios II de Lyon (1274), Florencia (1439) y de forma definitiva en Trento (1547). Pero aun así, el número siete tiene un profundo sentido, más simbólico que aritmético. Es la suma de tres y cuatro, que significan plenitud. (cf matriz sacramentos)

Después de Trento los sacramentales se estudian en un tratado propio, independiente de los sacramentos (Suárez) y el movimiento litúrgico que precedió al Vaticano II  (Guardini, Parsch…), sitúa a los sacramentales dentro de la teología de la liturgia, intuición que luego recogerá el Vaticano II como hemos visto.

Si quisiéramos resumir brevemente todo este proceso histórico, podríamos decir que, durante todo el primer milenio de la Iglesia, el concepto de sacramento era sumamente amplio y rico, incluyendo tanto a nuestros sacramentos como a los sacramentales. En el segundo milenio, donde tantas cosas cambian en la Iglesia, se establece una jerarquía entre sacramentos y sacramentales que conducirá a distinguir el septenario sacramental de los sacramentales (Trento).

3 Popularidad de los sacramentales

Para el pueblo, los sacramentales han tenido siempre gran importancia. En la Edad Media europea, cuando el pueblo vivía situaciones de pobreza, pestes, guerras y miedo al demonio, el sacramental materializaba la bendición divina que emanaba de algún objeto bendito. Los frutos que se podían obtener de los sacramentales no eran solamente espirituales, sino también y -tal vez- principalmente temporales: salud, buena cosecha, paz…

También hoy los sacramentales tienen gran importancia en los sectores populares, concretamente en América Latina y el Caribe. En Navidad, muchas veces el centro de la celebración lo constituye la bendición del Niño Jesús que luego será venerado en la familia durante las fiestas navideñas. En Cuaresma, la ceniza goza de gran popularidad. En el Domingo de ramos, seguramente la fiesta más popular de todo el año, para el pueblo es la fiesta de las palmas que luego llevan a sus casas y guardan durante todo el año con devoción. En el Jueves santo, en muchos lugares el centro de la atención popular los constituye el lavatorio de los pies, ceremonia que para la Iglesia antigua tenía valor de sacramento en algunos lugares.  El Viernes santo se centra para el pueblo en el via crucis, adoración de la cruz y en procesiones del santo sepulcro, más que en la solemne liturgia de la pasión. En la Vigilia pascual, lo que atrae más al pueblo es la fogata inicial y las velas que llevan con devoción a sus casas, lo mismo que el agua bendecida de la liturgia bautismal.

Ya Pablo VI en Evangelii nuntiandi ( 1975) decía que “la piedad popular expresa una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer” (EN 48).

Benedicto XVI, en el discurso inaugural de Aparecida, decía que esta piedad popular es “un precioso tesoro de la Iglesia católica” y “en ella aparece el alma de los pueblos latinoamericanos”[2].

El Documento de Aparecida (2007) recoge algunos de estos gestos simbólicos de la fe del pueblo:

“En distintos momentos de la lucha cotidiana, muchos recurren a algún pequeño signo del amor de Dios: un crucifijo, un rosario, una vela que se enciende  para acompañar a un hijo en su enfermedad, un Padrenuestro musitado entre lágrimas, una mirada entrañable a una imagen querida de María, una sonrisa dirigida al Cielo en medio de una sencilla alegría”. (Aparecida 261).

Y el Papa Francisco en Evangelii gaudium, hablando de la fe de pueblo que se manifiesta en la piedad popular, afirma:

“Pienso en la fe firme de esas madres que se aferran a un rosario aunque no sepan hilvanar las proposiciones del Credo, o en tanta carga de esperanza derramada en una vela que se enciende en un humilde hogar para pedir la ayuda a María, o en esas miradas de amor entrañable al Cristo crucificado” (125).

Este aprecio del pueblo por los sacramentales genera muchas veces un problema pastoral, pues el pueblo parece más interesado en los sacramentales que en los sacramentos.

Podríamos añadir a esto que, los mismos sacramentos que el pueblo pide, están muchas veces vistos más bajo del prisma de sacramentales que de los sacramentos.

No es exagerado decir que para el pueblo sencillo y pobre, los sacramentales son más valiosos que los sacramentos, pues son más  comprensibles que los sacramentos: son variados, ricos de simbolismo, cercanos, domésticos,  acompañan el ritmo de la vida cotidiana, son sensibles, más familiares y vitales. Los sacramentales son los sacramentos de los pobres.

Evidentemente, este hecho contrasta con la valoración teórica que el dogma y la teología nos presentan: el centro de la celebración litúrgica cristiana  son los siete sacramentos, y su fuente y su culmen es la eucaristía (SC 10); los sacramentales son secundarios y  periféricos. Sin embargo, no deja de ser una paradoja que la mayor parte de los que están en la Iglesia seguramente acceden a Dios más por los sacramentales que por los sacramentos.

4 Iluminación teológica

¿Cómo iluminar desde la fe y la tradición eclesial los sacramentales y su importancia pastoral?

4.1 Reino de Dios

La categoría central para acercarnos a una relectura teológica de los sacramentales puede ser la del Reino de Dios, que es el horizonte último de la predicación y de la actividad del Jesús histórico (Mc 1, 15).

El Reino de Dios es el gran proyecto de Dios al crear el mundo,  hacer de la humanidad  una familia reconciliada y fraterna de hijos e hijas del Padre, en Cristo, por el Espíritu. Es la Trinidad hacia afuera que desea comunicar el misterio de su vida y comunión trinitaria al mundo. Es el misterio más englobante de la fe cristiana.

Precisamente por ser el Reino de Dios un misterio, solo puede ser abordado simbólicamente: las parábolas, los milagros y signos de Jesús son las únicas formas que poseemos para acceder a una cierta comprensión del Reino de Dios. Tanto los sacramentos como los sacramentales se sitúan bajo la órbita de signos sensibles y simbólicos de la presencia eficaz del Reino de Dios.

Cuanto más sencillos, populares, comunitarios y cósmicos sean estos ritos simbólicos, tanto más cumplen una función sacramental, se acercan al Reino de Dios. La hemorroísa que toca la orla del manto de Jesús (Mt 9, 20), la unción de María en Betania  (Jn 12), el lavatorio de los pies ( Jn 13) son gestos sacramentales de gran densidad teológica. Santo Tomás afirma con énfasis que los rudos (es decir los sencillos, ignorantes y pobres) viven la fe de la Iglesia a través de las celebraciones litúrgicas y de las fiestas de la Iglesia que tienen una dimensión  sacramental en un sentido muy amplio.[3]

A partir de esta sacramentalidad original y fundante del Reino de Dios adquieren sentido pleno todos los sacramentales del pueblo cristiano.

4. 2 La oración de la Iglesia

Todo gesto litúrgico sacramental de la Iglesia es una oración eclesial, es súplica al Padre por Cristo, es invocación al Espíritu Santo (o epíclesis) en orden al Reino de Dios. En este sentido, los sacramentales no son formas degradadas de sacramentalidad, sino que hay que ver más bien a los sacramentos como la culminación de los sacramentales.

Hay que pasar de la ceniza al sacramento de la reconciliación, de las palmas del Domingo de ramos al misterio del triduo pascual, del lavatorio de los pies a la eucaristía, del agua bendita al bautismo, Habría que mantener y proseguir la pedagogía divina de la historia de la salvación (DV 15), pedagogía paciente y misericordiosa que parte desde abajo, de los pobres y pequeños.

Tanto la sacramentología dogmática como la pastoral, deberían comenzar por los sacramentales, sacramentos de los pobres y lentamente ir subiendo   a los sacramentos del septenario clásico, hacia los que se ordenan y del que reciben fuerza.

En concreto, el clamor del pueblo pobre hacia Dios, suscitado por el Espíritu es la gran oración sacramental que sube al Padre por medio de la Iglesia y conmueve sus entrañas de misericordia. Esto nos lleva a ver el sacramental como oración eclesial del pueblo cristiano, más que como  forma degradada de los siete sacramentos. Cuando este clamor alcanza su máxima densidad y se convierte en oración solemne de la Iglesia, entonces tenemos un sacramento en sentido pleno y estricto del término. Pero los sacramentales ya son oración eclesial, clamor del pueblo suscitado por el Espíritu hacia el Padre, son un clamor hacia el Reino.

4.3 Cosmología teológica y sacramental

Este capítulo un tanto olvidado en nuestra teología latina, podría iluminar el mundo sacramental y, en concreto, los sacramentales.

El Oriente cristiano ha mantenido una visión integral de la salvación, en la que lo cósmico juega un papel muy importante. Hay que elaborar un capítulo de cosmología teológica en el cual se integre la creación del cosmos, su caída, la encarnación de Cristo, la resurrección, la consumación escatológica del octavo día, todo ello transformado por la fuerza vivificadora del Espíritu que todo lo transfigura. El cosmos es un ícono sagrado, no un simple objeto de explotación. Los sacramentos son momentos especialmente densos de una cosmología teológica y escatológica, lugares donde se anticipa la transfiguración del cosmos, los nuevos cielos y la nueva tierra.

Todo esto vale también para los sacramentales. Cristo al descender en su bautismo a las aguas del Jordán, comienza a purificar la naturaleza cósmica, anticipando lo que se realizará en el misterio pascual. Los cielos y la tierra, las aguas, el arco iris, los frutos del campo y del trabajo humano, se convierten en símbolos sacramentales de la nueva tierra renovada por la resurrección.

Dentro de la cosmología cristiana hay que integrar la noción de salvación de forma plena. La división canónica y jurídica entre efectos espirituales y efectos temporales en los sacramentales es empobrecedora y supone una visión dualista de la salvación que está íntimamente ligada con la salud, de la cual toma el nombre salus, sotería) y que incluye la liberación del pecado, del mal, y de la muerte. La salvación alcanza su plenitud en el Reino de Dios que es consumación total de la vida y, por tanto, incluye tanto lo material como lo espiritual, que son dimensiones indisociables.

Este tema, brevemente enunciado, nos lleva de la mano a la teología de las bendiciones.

4.4 La teología de la bendición

Los sacramentales están ordinariamente ligados a las bendiciones. La bendición en el Antiguo Testamento es comunicación de la fuerza y el poder de Dios a través de su Palabra y la de la de sus ministros. La bendición (berakah) produce abundancia, fertilidad, bienestar, salud, paz (shalom).

Podemos decir que la bendición comunica la vida divina a los humanos, es un don del Dios vivo de la vida, que llega a todos los vivientes de alguna forma. Lo opuesto a la bendición es la maldición, signo de muerte, que a veces es  pronunciada por los profetas (Jr 25, 5-6). El pueblo israelita en la Biblia se encuentra entre la vida y la muerte (Dt  39, 19), debe escoger uno de estos caminos.

En el Nuevo Testamento, Jesús, Palabra de Dios, bendice a niños y enfermos, con su autoridad expulsa demonios (Mc 1, 21-28; Mt 12, 28…), llama bienaventurados a los pobres y lamenta la situación de los ricos (Lc 6, 20-26), anticipando así el juicio escatológico (Mt 25, 31-45). La eficacia de su palabra pasa a los discípulos, quienes participan de su poder libertador que denuncia el mal, comunica la salvación, anticipa de algún modo el juicio de Dios (Rm 15, 19; 2 Cor 12,12; Hch 8, 18-28). Podríamos afirmar que la bendición anticipa el Reino de Dios, comunica vida y Espíritu, libera de la muerte y del maligno.

La bendición de cosas simboliza y condensa esta eficacia de la Palabra, haciendo que la creación quede como impregnada y cargada de la fuerza y la energía vivificadora del Señor para el bien de las personas. La bendición tiene una dimensión sacramental.

En los sacramentales el clamor del pobre, a través de la Iglesia se convierte en petición al Espíritu (epíclesis). Las cosas benditas son una señal sacramental de la fuerza vivificadora de la Palabra de Dios a través de la Iglesia. El fruto de los sacramentales es la bendición de Dios, la vida, la participación del Reino de Dios.

5 Teología de la misericordia

Llegamos al último punto de nuestra reflexión teológica. Todo este rico y variado mundo de los sacramentales no es comprensible si no se accede a él con una actitud de misericordia.

Para quienes no viven la angustiosa situación de los pobres, los sacramentales les parecerán superfluos, supersticiosos, profanos, cargados de un ambiguo sincretismo. Pero desde la misericordia se contempla que, detrás de la petición de los sacramentales que el pueblo desea, se esconde un mundo de dolor, pobreza e injusticia, no sólo metafísica sino histórica y real.

Pero, sobre todo, los sacramentales nos acercan a la misericordia de Dios, a  sus entrañas de misericordia, con las que acogió a Israel (Lc 1, 54), con las que Jesús se compadece de las multitudes cansadas y abatidas como ovejas sin pastor (Mt  9, 35, al acabar la sección narrativa de los milagros que comienza en Mt 8).

 El Papa Francisco afirma a este respecto en Evangelii gaudium:

“Para entender esta realidad (la  piedad o espiritualidad popular) hace falta acercarse a ella con la mirada del Buen Pastor, que no busca juzgar sino amar. Solo desde la connaturalidad afectiva que da el amor podemos apreciar la vida teologal presente en la piedad del pueblo cristiano, especialmente en sus pobres” (EG 125)

Ciertamente los sacramentales deberán ser evangelizados, iluminados por la Palabra, entroncados en los sacramentos, orientados al reconocimiento de los beneficios de Dios y a la toma de conciencia del compromiso que el cristiano tiene con el mundo (Puebla apr 1, 2000 -; Aparecida 380-430). Pero no podrá olvidarse que son sacramentos de los pobres y que forman parte de una teología y pastoral de la misericordia.

Esto deberá llevar también a reformar los sacramentales y a ampliar a los laicos muchas bendiciones que, hasta ahora, están ligadas exclusivamente al ministerio ordenado. La Iglesia local tiene aquí un amplio espacio para realizar su misión pastoral.

Conclusión

El sacramental es el clamor del pueblo hecho oración simbólica, que sube  al Padre por medio de la Iglesia y que desciende sobre el pueblo en forma de bendición. Esta bendición actualiza eclesialmente las bienaventuranzas de los pobres y anticipa cósmica e históricamente el Reino de Dios, el triunfo de la vida sobre la muerte. Y, todo ello, por las entrañas de misericordia de nuestro Dios que nos visita para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte (Lc 1, 68-79).

Los destinatarios privilegiados de los sacramentales son los pobres, es decir, la mayor parte de la Iglesia y de la humanidad actual. Y como escribe el Papa Francisco en Evangelii gaudium:

“Las expresiones de la religiosidad popular tienen mucho que enseñarnos, y, para quien saber leerlas, son un lugar teológico al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar la nueva evangelización” (EG 126).

Los sacramentales de los pobres pueden evangelizar la teología y la pastoral de los siete sacramentos. Los pobres siempre nos evangelizan.

Víctor Codina, SJ. Universidad Católica de Cochabanba, Bolívia.

6 Referencias Bibliográficas

CODINA, V. Os sacramentais: sacramentos dos pobres, Perspectiva Teológica 22(1990) nº 56,55-68.

________ Sacramentos, en ELLACURÍA I.- SOBRINO, J. (Editores). Mysterium Liberationis, Trotta, Madrid vol II, 1990, 267-294.

MARTIMORT, A.G. La Iglesia en oración, Herder, Barcelona 1987.

TABORDA, F,  Sacramentos, praxis e festa, Vozes, Petrópolis, 4ª ed 1998,

Para saber más

BOFF, L. Los sacramentos de la vida y la vida de los sacramentos, Indo-American Press Service, Bogotá 1977.

BOROBIO, D. La celebración en la Iglesia, II Sacramentos, Sígueme, Salamanca  1988.

CASTILLO, J. M. El Reino de Dios,  Desclée de Brouwer, 3ª ed , Bilbao 2001.

CHARALAMBIDIS, S. Cosmología cristiana, en  LAURENT, B-REFOULÉ, F, Iniciación a la práctica de la teología  III, Cristiandad, Madrid 1985.

CODINA, V. No extingáis el Espíritu, Sal Terrae, Santander 2008.

KASPER, W.  La misericordia, 3ª ed, Sal Terrae, Santander 2013.

IRRARRÁZAVAL, D. Itinerarios de la fe andina, Verbo divino, Cochabamba, 2013.

[1] Mysterium salutis IV/2 , Cristiandad, Madrid dedica a este tema tres páginas (155-157).

[2] Discurso inaugural de la V Conferencia General de Episcopado Latinoamericano, 13 de mayo de 2007, 1.

[3] “De quibus ecclesia festa facit”, De Veritate q  14 a 11.