Espacio litúrgico

Índice

1 Definición

2 Evolución

2.1 Comprensión neotestamentaria de templo

2.2 Era pre-nicena

2.3 Iglesias paleocristianas

2.4 Iglesias en el Oriente cristiano

2.5 Era carolingia y el románico

2.6 El gótico

2.7 El Renacimiento

2.8 El barroco

2.9 Post-barroco

3 El lugar de la asamblea celebrante

4 Teología del espacio litúrgico

4.1 Cualidades identificadoras

4.2 El ambón

4.3 La fuente bautismal

4.4 El altar

5 Referencias

1 Definición

El espacio litúrgico es aquel edificio donde la Iglesia realiza su culto y que, por feliz metonimia, recibe su mismo nombre, iglesia. Este edificio posee características propias que lo califican como lugar de culto, lo que llamamos cualidades identificadoras o monumentos pascales, siendo los principales el altar, el ambón y la fuente bautismal. Además de esas cualidades identificadoras, el espacio litúrgico recibe en su estética aspectos que le confieren la mistagogía cristiana (ver Mistagogía). De ello deriva que el espacio litúrgico tiene una teología, además de una historia de la evolución de los estilos arquitectónicos. Esta teología y evolución arquitectónica revelan una eclesiología, en la que la Iglesia se comprende como imagen de la Trinidad a través de las tres categorías eclesiológicas: Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo.

2 Evolución

2.1 Comprensión neotestamentaria de templo

Los primeros cristianos tenían una fuerte conciencia de que el verdadero espacio sagrado era la comunidad de los discípulos de Cristo y cada fiel individualmente a ejemplo del Maestro. De hecho, en Jn 2,19-21, Jesús declara solemnemente ser él el verdadero templo que, destruido, se erguiría en tres días, y Juan explica que Jesús hablaba del templo de su Cuerpo. En el caso de Jesús muerto, resucitado y subido a los cielos, su Cuerpo es la Iglesia (Ef 1,22-23, 4,15-16, 5,23, Cl 1,18, 1Cor 12,12). Ellos no tenían, por lo tanto, la preocupación de poseer un lugar específico de culto como lo tenían los judíos y muchos paganos. De hecho, el lugar de adorar a Dios ya no es sobre la montaña de Sicar, en Samaria, ni en Jerusalén, sino en espíritu y verdad (Jn 4,21-23). Así, los discípulos de Jesús se reunían en la casa de alguno de ellos que poseía un inmueble capaz de albergar buen número de personas (Lc 22,7-13, At 2,46, 12,12, Hch 20,7-12, 1Cor 16,19, Fm 1,2). Sin embargo, esto era principalmente para lo específico del culto cristiano, porque, por algún tiempo, se acostumbraron ir diariamente al templo de Jerusalén (Hch 2,46) y los apóstoles predicaban también en las sinagogas (Hch 9,20) hasta que fueron expulsados. Es necesario, sin embargo, considerar que algunas sinagogas, donde había habido conversión masiva de judíos incluso de los jefes, se habían convertido en lugares de culto cristiano (Mc 5,22, St 2,2, el Sacramentario Gelasiano Antiguo trae oraciones de consagración de lugares de culto que antes fueron sinagogas (GeV 724-729).

2.2 Era pre-nicena

Mientras tanto, el número de los fieles aumentaba entre la paz o las persecuciones; se hicieron entonces necesarios lugares mayores para albergar a las comunidades cristianas, lo que ya comenzaba a ocurrir en muchos aspectos de la nueva realidad. Que los cristianos se reuniesen en las catacumbas para celebrar el culto dominical en épocas de persecución es un tanto controvertido, porque sus condiciones eran tan insalubres que les impedían permanecer allí por muchas horas, además de que sus dimensiones no permitían acoger ni siquiera a cincuenta personas (KRAUTHEIMER, 1986), 30). De modo que ya empiezan a surgir en el s. II edificios con una sala amplia con espacios definidos para el clero y para los demás fieles, lo que fue conocido como domus ecclesiae. La más conocida es la domus ecclesiae de Dura Europos, actualmente Qalat es Salyhiye, en Siria, fechada entre los años 231 a 265 (KRAUTHEIMER, 27; LASSUS, 11863; HOPKINS, 116).

2.3 Iglesias paleocristianas

En el s. IV, los cristianos conquistan la libertad de culto reconocida por el emperador Constantino, con el Edito de Milán, de 313. Por orden del emperador, varias iglesias son edificadas por casi todo el Imperio Romano. La más antigua de las que se tiene noticia es la Catedral de Tiro, en Fenicia, inaugurada aproximadamente en el 316, de la cual Eusebio de Cesárea nos proporciona una descripción detallada, incluso con una interpretación simbólico-teológica. Mientras tanto, en ese momento de libertad, la gran cuestión era que tipo de arquitectura adoptar en la edificación de las iglesias. La elección cae sobre la basílica romana, una adaptación de la basílica griega para albergar grandes multitudes. La basílica romana se caracteriza por su forma rectangular y con doble simetría: en la longitudinal, dos filas de columnas una frente a la otra y en las transversales, dos ábsides, también un frente a la otra, creando así un centro único y precioso. El arquitecto cristiano, sin embargo, suprime uno de los ábsides, eliminando así ese centro único, que es función del edificio, proponiendo un camino, el del hombre (ZEVI, 2009, 71). Por camino del hombre se entiende la trayectoria del observador, o sea, el cristiano dio a los esquemas de la basílica romana un alma y una función, de modo que el eje del edificio se convirtió en una metáfora del camino a ser recorrido por el hombre hacia la parusía, representada por el ábside único. La organización interna de la basílica, sin embargo, sigue el esquema sinagogal (BOUYER, 15). No obstante, se advierte que el estilo basilical no fue el único, aunque fuese predominante; la basílica de San Vital, en Rávena, por ejemplo, tiene planta redonda. A todo ese conjunto de estilos, hoy, se llama paleocristiano.

2.4 Iglesias en el Oriente cristiano

En Siria, las basílicas se distinguían fuertemente de las de tradición occidental por el ambón. Esta era una construcción monumental en el centro del edificio, con la silla presidencial para el obispo, flanqueada por asientos para los presbíteros y demás ministros y, a cada lado, una estantería para la lectura de la Epístola y del Evangelio. Toda la liturgia de la Palabra se daba en ese ambón, que se suele llamar Bema; en la tradición occidental, el ambón, aunque también central, era de dimensiones menores y servía apenas como lugar de la proclamación de la Palabra, la homilía se daba en el presbiterio. Terminada la liturgia de la Palabra en las iglesias sirias, el obispo y sus presbíteros se dirigían a través de una pasarela al presbiterio-ábside para la liturgia eucarística. El altar estaba muy cerca de los fondos del ábside y escondido por una pesada cortina, de modo que la asamblea escuchaba, pero no veía lo que pasaba. En la tradición bizantina, esa cortina dio lugar al iconostasio, una pared ricamente decorada con iconos y con tres puertas; en la tradición latina, sin embargo, el altar siempre fue visible para la asamblea. La fuente bautismal, por regla general, era edificada fuera de la basílica.

2.5 Era carolingia y el románico

A la era arquitectónica paleocristiana sucede el llamado estilo carolingio. Un hermoso ejemplo es la parte original de la Capilla Palatina de Aquisgrán (Aachen, Al.), Encargada por Carlos Magno en el siglo IX. La planta es redonda, como la de San Vital en Rávena, pero profundiza fuertemente el presbiterio. Las columnas italianas soportan el peso de la bóveda de piedra, lo que anticipa la influencia bizantina. En Roma, sin embargo, sigue el estilo basilical, pero ya con gran influencia bizantina, como es el caso de Santa Inés (s. VII) y Santa Práxedes (siglo IV). Este ambiente arquitectónico sirvió de preparación para el famoso e imponente estilo románico, que se impondría por casi todo el Occidente a partir del siglo. X. De hecho, se trata de la combinación de los diferentes estilos que surgieron en Europa Central en la segunda mitad del primer milenio y, sobre todo, de la evolución de las construcciones difundidas en Italia septentrional por influencia de la arquitectura bizantina, a partir del s. VII. El románico fue primero acogido en las iglesias monásticas y, debido a su gran presencia en la vida eclesial, se extendió por toda Europa. Estas iglesias monásticas tenían tres naves y, en los laterales, se construía un ábside un poco menor que aquella central. Las iglesias románicas tenían paredes muy gruesas y ciegas, porque todo el peso de la bóveda se descargaba sobre ellas; sobre la puerta principal y en el ábside, se abría un rosetón que proyectaba la luz del sol sobre el altar. Ya no se construía más el ambón, pues en esa época el latín ya dejaba de ser lengua vernácula, siendo sólo de uso litúrgico, de modo que el pueblo ya no comprendía la liturgia, sino que participaba asistiendo pasivamente a los ritos sagrados. El ambón continuó en uso sólo en la península itálica, como es el caso de la catedral de Pisa, en Italia. Con el desuso del ambón, toda la atención de la asamblea recae sobre el altar del sacrificio eucarístico. En adelante, lo que más importa es la presencia real de Cristo en la hostia consagrada que todos los fieles quieren ver.

2.6 El gótico

El gótico surge en Francia en el s. XII y, como por esa época ese país sobresale como gran potencia cultual y política, ese estilo se difundirá rápidamente por casi toda Europa. En la Península Itálica tuvo poca influencia y, en la Ibérica, debido a la difícil transposición de los Pirineos y fuerte dominio islámico, sólo llegaría en el s. XIV. Eran tiempos de constantes guerras y duras pestes; En este ambiente, el gótico fue la mejor expresión de la espiritualidad medieval. De hecho, la necesidad humana de pedir protección a Dios ya sus santos y de rendirles gracias y alabanzas, hizo que todo señalase hacia lo alto, las moradas celestes. Por eso, el gótico es agudo, se lanza hacia lo alto con la ligereza de las estructuras con vanos, consiguiendo llenar el interior de luz a través de sus grandes vidrieras. La estructura gótica es el resultado de la fusión de dos técnicas arquitectónicas desde hace tiempo ya conocidas, de modo que los maestros de obra franceses logran plasmar el perfil de ese nuevo estilo dando solidez a sus realizaciones. De ahí surgen los dos rasgos principales del gótico, o sea, el arco ojival que libra a los constructores de las dificultades de la bóveda de base cuadrada; y el hecho de que las paredes ya no  soportan el peso del techo y de las bóvedas, pues el delgado esqueleto de los contrafuertes, que se prolonga en las nervaduras de las medias columnas y de los arbotantes, transfiere la carga a los contrafuertes externos, de modo que las espesas paredes de los estilos anteriores se vuelven superfluas y, en su lugar, enormes ventanas extienden sus vidrieras de un pilar a otro, elevándose hasta las bóvedas. En cuanto espacio de culto, el gótico trae la novedad de los púlpitos por influencia de las Ordenanzas Mendicantes que, preocupadas por la ignorancia de los fieles, lo usan para instruirlos, mientras un sacerdote decía la misa en voz baja. También lleva la fuente bautismal dentro de la iglesia, en una capilla cercana a la puerta frontal, ya que el bautismo de gran número de personas, sobre todo adultas, ya era una realidad desde hace siglos casi inusitada. De ahora en adelante, se bautizan niños.

2.7 Renacimiento

En el s. XV surge, en Italia, el estilo renacentista, que se caracteriza culturalmente por el antropocentrismo, el clasicismo y la conexión con el mecenazgo. El antropocentrismo busca en las artes las debidas proporciones de los componentes del edificio y de las representaciones pictóricas y estatuarias. De este modo, el artista renacentista prefiere los edificios de planta centrada a los de forma basilical. Los renacentistas se inspiran en el templo pagano romano antiguo, estilo rechazado por los antiguos cristianos. El ideal de belleza del clasicismo antiguo vuelve con toda su fuerza en la esencialidad de la arquitectura renacentista, en el equilibrio y en el desnudo de los héroes idealizados, exaltando la anatomía y el vigor muscular como, por ejemplo, en las estatuas de David en Florencia y de Moisés en Roma. En todo esto se percibe que las iglesias renacentistas no son pensadas en primer lugar como espacio para acoger la asamblea de los fieles para la alabanza de Dios, sino para la exaltación de las artes y la satisfacción del gusto del mecenas. Además, los vitrales, tan caros al gótico, considerados como “Biblia de los iletrados”, dan lugar a las ventanas transparentes, con el fin de conseguir más luz para el destaque de la decoración.

2.8 El barroco

También en suelo italiano, surge el estilo barroco, que gana gran impulso en el mundo católico después de la Reforma de Martín Lutero y, sobre todo, con el Concilio de Trento (1545-1563). La Reforma Tridentina rechaza el estilo renacentista debido a la influencia del paganismo del clasicismo romano, pero los arquitectos no tardar en reanudar los edificios de planta centrada que sobrevive y, a veces, se funde con la planta basilical. Con su suntuosa ostentación, el barroco sirvió bastante al triunfalismo católico post-Trento. El barroco se preocupa mucho por la apariencia, dando así una importancia cada vez mayor a la fachada con la superposición de estatuas, pilares, columnas y pilastras, alternancia y mezcla de superficies de paredes cóncavas y convexas que le confieren un aspecto alegre e imponente, de formar ondulaciones, que vibran rítmicamente, transmitiendo sus movimientos al espacio interno. Estas formas arquitectónicas se unen a la abundancia pictórica y estatuaria creando un movimiento siempre ascendente, hacia el destino de los fieles en Cristo. El dorado es abundante y los demás colores son vivos en las pinturas que, a diferencia de los estilos paleocristianos y medievales, que eran preferentemente anamnéticos (escenas bíblicas, aspectos de la vida de Cristo, de la Virgen y de los Santos), prefieren temas escatológicos tales como la asunción de la Virgen y de los Santos y la representación del paraíso. La representación teatral se muestra en una especie de espectáculo sagrado, un juego entre lo visible y lo invisible.

El crucero, que separa el presbiterio con su altar mayor de la nave central, en el barroco muchas veces, se compone de cuatro arcos, sobre los cuales se apoya la cúpula. Esta cúpula es algo muy particular, porque recibe en su base un tambor lleno de ventanas y, en su cima, una linterna también con ventanas que dejan entrar abundante luz. Esta se proyecta sobre el altar mayor, foco de la atención de la asamblea por ser el lugar de la transubstanciación, por lo tanto, de la presencia real de Cristo. La cobertura de las iglesias barrocas recibe una rica representación pictórica y gracias a su perspectiva, los artistas logran sustituir la elevación del gótico por una ilusión óptica de una pintura que da el mismo sentido, o sea, elevar a la morada divina. Esta elevación en perspectiva de la iglesia hace que el cielo se abra sobre la tierra, de modo que Dios con sus Ángeles y Santos descienda a la iglesia, que se convierte en casa de Dios. Contemplando el cielo y el gozo futuro, el cristiano barroco crece en el deseo de un día llegar allí.

En las Américas, el barroco fue el primer estilo eclesial conocido. Lejos de las disputas entre católicos y protestantes, el barroco en las Américas, sobre todo en la que hoy llamamos Latina, no tiene connotaciones ideológicas. Tuvo que encontrar nuevas técnicas y adaptación del material aquí encontrado, como, por ejemplo, el uso abundante de piedra jabón en la región central del Estado de Minas Gerais en Brasil, o de otro tipo de piedra en ciudades importantes de las colonias lusitana y española. Se usó también la madera y loa dorados fueron semejantes a los de Europa, debido a la abundancia del precioso metal. Una particularidad del barroco tanto en el viejo como en el nuevo Continente fue la pertenencia de los altares laterales a las Cofradías o Órdenes Terceras vinculadas a alguna Orden Religiosa.

2.9 Post-barroco

Al final del s. XVIII, por influencia de la Ilustración europea, el barroco cayó en desuso en la construcción de las nuevas iglesias, cediendo lugar a los temas clásicos de la antigua Grecia, cuna de la filosofía occidental. Entonces surge el estilo que se conoce como neoclásico.  No tardaría en ocurrir  la reacción a este estilo en el mundo católico, de modo que, en el s. XIX, los tradicionales estilos europeos volverían en la forma de neogótico y neorrománico y, a veces, un híbrido de esos estilos que resultaría en el eclecticismo. Hoy, sobre todo después del Concilio Vaticano II, reina la libertad y la creatividad de los arquitectos y el diálogo con la índole de los pueblos cristianos.

3 El lugar de la asamblea celebrante

En la antigüedad, la preocupación primera al concebir el espacio litúrgico era la de la asamblea que celebra, aunque la jerarquía de los ministerios ya estaba bien concebida. Toda la asamblea de iniciados participaba de la celebración, pero los catecúmenos y los penitentes participaban solamente de la liturgia de la Palabra y eran despedidos antes del inicio de la celebración de la Eucaristía, lo que se conoce como “disciplina del arcano”. En la Edad Media, sin embargo, se da una separación entre clérigos y monjes, por un lado, y laicos, por el otro. Estos primeros eran el personal especializado del culto y los laicos meros espectadores. Entonces surge una balaustrada que separaba a estas dos clases de cristianos: laicos esparcidos por la nave central y clérigos o monjes en el presbiterio-santuario. Todo esto fue consecuencia del olvido de la categoría eclesiológica “Pueblo de Dios”, tan cara al Nuevo Testamento y a la era Patrística. Desde el final de la Edad Media hasta el Movimiento Litúrgico, precursor del Vaticano II, sólo la categoría “Cuerpo de Cristo” reinaría absolutamente, pero, aun así, se concentraba más en la Eucaristía, de modo que toda la atención de la asamblea estaba proyectada en el altar del sacrificio. Es natural que, en ese ambiente eclesiológico, la devoción de los laicos a la Virgen y a los Santos creciera mucho y los altares laterales surgiesen a lo largo de las naves laterales para servir a esa devoción. El espacio litúrgico se reduce, por tanto, al presbiterio-santuario: lugar donde se reza el Oficio Divino y se celebra la Eucaristía.

4 Teología del espacio litúrgico

La definición teológica de la Trinidad es muy posterior a los escritos neotestamentarios, pero en estos escritos se encuentra sus sólidos fundamentos. La comunidad de los discípulos de Jesús es concebida como imagen de la Trinidad a través de las tres categorías eclesiológicas: Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo; y el edificio eclesial, a su vez, está concebido a la imagen de la comunidad que él alberga. El Misterio Trinitario sólo puede ser concebido a partir del Misterio Pascual, que se revela en la muerte-resurrección de Cristo y Pentecostés, pues el Espíritu Santo es el gran don de la Pascua. La iglesia edificio eclesial, por ser imagen de la Iglesia Comunidad de los discípulos, no puede concebirse sólo como una edificación que pretende proteger a los fieles de las intemperies, sino que debe siempre tener en cuenta que es lugar de reunión de la asamblea del Pueblo de Dios, del Cuerpo de Cristo y del Templo del Espíritu Santo para celebrar el Misterio Pascual, no sólo en la Eucaristía, sino también en los demás sacramentos, en la Liturgia de las Horas y en los sacramentales. El espacio litúrgico es, por tanto, el lugar donde los fieles celebran el misterio del Dios Trinidad revelado en la Pascua de Cristo.

4.1 Las cualidades identificadoras del Espacio Litúrgico

El arquitecto, al proyectar el edificio eclesial, salvaguardando su libertad creativa, debe imprescindiblemente tener en mente los siguientes criterios: el confort y la participación de la asamblea en los sagrados misterios, los lugares de los ministros (silla presidencial, bancos para los acólitos y lectores, lugar de los cantantes), funcionalidad para el desarrollo del culto, acústica e iluminación; pero, respetando todo esto, lo que califica el edificio como lugar del culto cristiano es el ambón, la fuente bautismal y el altar. Son estos tres elementos litúrgicos que, con su mistagogía, ayudan a los fieles a autocomprenderse como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo, pueblo renacido y congregado en la Pascua de Cristo.

4.2 El ambón

El ambón es el lugar de la proclamación de la Palabra de Dios, que encuentra su cumbre con el acontecimiento Cristo (Hb 1,1-2), especialmente su Pascua. Por ser el lugar de la proclamación de la Palabra de Dios, el ambón acentúa teológicamente la categoría eclesiológica Pueblo de Dios. Es el pueblo de la nueva Alianza, convocado y reunido por la Palabra. Este hecho lo pone en continuidad con el pueblo de la antigua Alianza que, a su vez, tenía como centro de su fe la Ley y los Profetas, por lo tanto, la Palabra de Dios. El ambón, como lugar por excelencia de la proclamación de la Pascua, remite al sepulcro vacío, de donde los ángeles anuncian a las piadosas mujeres la resurrección de Cristo. Este hecho dice que la resurrección no es una mera interpretación de la señal del sepulcro vacío, sino que se trata de una revelación divina. Esto explica por qué, en muchas iglesias, el ambón recibe como icono la imagen de uno o dos ángeles (Mt 28,6, Mc 16,5-6 y Lc 24,23 respectivamente). Por el lugar de la proclamación del Evangelio, cumbre de la liturgia de la Palabra, el ambón puede también recibir esculturas de los cuatro animales del Apocalipsis: (hombre, león, toro y águila), según la interpretación patrística.

En Cristo, todo bautizado es profeta, sacerdote y rey; el ambón es, pues, el lugar donde él ejerce su ser profeta. De hecho, la proclamación de la Palabra de Dios en la liturgia no es una mera lectura que el ministro hace para la asamblea, sino un verdadero y propio diálogo entre Dios y la asamblea de sus fieles: Dios habla a su pueblo por el profeta (lector) y, la asamblea responde con salmos y oraciones. En el ambón se da, pues, ese diálogo. No se trata, pues, de una simple narrativa de hechos pasados, sino de una verdadera actualización de la manifestación de Dios a sus elegidos. En ese sentido, el ambón es también lugar anamnético de la Historia de la Salvación, ya que en la anamnesis litúrgica el pasado se actualiza, en el aquí y ahora de la celebración, y señala hacia la Parusía. Esto da al ambón características de monumento, lugar del no olvido, de la memoria y, como el momento culminante de la Historia de la Salvación es el Misterio Pascual, el ambón es monumento pascual. Esta estructura teológica sugiere para el ambón una estructura física-forma y robustez- de un verdadero monumento. Su elevación con relación al piso de la nave revela que la Palabra viene del alto reforzando así la idea de diálogo y, por tanto, de la fuerza performativa de la Palabra proclamada.

4.2 La fuente bautismal

La fuente bautismal atrae para sí la categoría eclesiológica “Templo del Espíritu Santo”, como otrora el Cristo recibió el Espíritu al ser bautizado en las aguas del Jordán, hoy el cristiano lo recibe al salir de la fuente bautismal. Es en la fuente de agua viva que se convierte en Templo del Espíritu Santo (1Cor 3,16-17), lo que equivale a decir que, en adelante, él andará bajo la acción del Espíritu, pues fue injertado en el Cuerpo de Cristo e introducido en el Pueblo de Dios. En la Carta a los Romanos, Pablo hace una bella y profunda reflexión sobre el bautismo, sugiriendo que se trata de muerte y resurrección con Cristo (Rm 6,1-14), de modo que, en la fuente bautismal, el fiel experimenta sacramentalmente lo que Cristo vivió en su Pascua. Así, el gesto de entrar en el agua y de ella salir simboliza la muerte y la resurrección. Esta estructura teológica requiere que la fuente bautismal tenga una dimensión capaz de recibir una persona incluso adulta en su interior, porque el bautismo por inmersión es el símbolo más elocuente, aunque la Iglesia admite también la forma de la ablución. En su Evangelio, Juan habla de agua viva (Jn 4,10-11, 7,37-38), lo que se expresa mejor por el agua corriente y no la parada. De hecho, ya en el AT el agua corriente es signo de vida, mientras que la parada es signo de muerte (Jr 2,13). Esto sugiere que en la fuente bautismal haya una instalación hidráulica para el movimiento del agua: es la estructura física al servicio de la estructura teológica. Por su carácter de lugar anamnético de la Pascua de Cristo (lo que sucede en la experiencia del catecúmeno-neófito), la fuente bautismal es también monumento pascual y requiere, así como el ambón, dimensión y solidez propias de un monumento. El bautismo y la confirmación, aunque hoy se impartan en momentos diferentes en el caso de la iniciación del niño, en realidad son dos sacramentos íntimamente asociados, la unción es consecuencia del baño, por eso se puede decir que es en la fuente bautismal que el cristiano se es ungido rey en Cristo.

4.3 El altar

El altar atrae para sí la categoría eclesiológica “Cuerpo de Cristo”. Esta categoría se expresa en la doble dimensión del altar, mesa de la cena y lugar del sacrificio, por lo tanto, es elemento mimético y anamnético (Lc 22,19; 1Cor 11,25-26). En cuanto lugar mimético, el altar es donde los cristianos se alimentan con el Cuerpo y la Sangre del Señor, y como lugar anamnético se hace memoria de su sacrificio redentor, de su Pascua, cuerpo entregado y sangre derramada en el altar de la cruz. Mesa y altar son dos realidades que se completan, pues en la última cena Jesús desvela a sus discípulos el sentido del acontecimiento del día siguiente, su muerte. La crueldad del viernes gana sentido en la cena: la entrega de Jesús es libre y llena de amor por la humanidad, obediencia al proyecto salvífico del Padre hasta la muerte y muerte de cruz. Ambas cosas son hechas por mandato de Cristo y son dos momentos de un único Misterio Pascual, lo que es celebrado en el altar de la Eucaristía.

Sin embargo, surge la cuestión de cuál de las dos dimensiones debe definir la estética del altar: mesa o lugar del sacrificio. En la nomenclatura tradicional católica prevalece el término altar, por lo tanto, lugar de sacrificio. La Iglesia hace memoria del sacrificio de Jesús, dejando claro que no se trata de un nuevo sacrificio, sino del sacramento de aquel único de Jesús en el altar de la cruz (Heb 10,18); al volver a presentar al Padre el sacrificio de Jesús, la Iglesia se une a él y se ofrece a sí misma como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (Rm 12,1). Se puede decir que por su rito los cristianos se insertan en el sacrificio único de Cristo y, con él, se ofrecen a sí mismos. Esta oblación define el altar como lugar de sacrificio. Sin embargo, esto sucede dentro de una cena, pero ésta se expresa en el gesto de que los cristianos se acerquen al altar y se alimentan con el cuerpo y la sangre de Cristo. El altar se expresa como lugar de sacrificio por su estética y como mesa por la gestualidad del comer y beber. En ambos casos, el altar se impone como monumento pascual: cena y sacrificio en memoria de Cristo. En la definición de la forma y del material vale, pues, lo que anteriormente se ha dicho para el ambón y retomado para la fuente bautismal. También vale decir que la situación del altar y la accesibilidad a él es lo que va a expresar a los fieles el ejercicio de su sacerdocio bautismal en Cristo.

Marco Antonio Morais Lima, SJ. UNICAP, Recife, PE (Brasil). Texto original en portugués.

5 Referencias

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