Índice
Proemio
1 Inculturación de la liturgia
1.1 Qué entendemos por liturgia y por cultura
1.2 Interacción entre liturgia y culturas
1.3 Breve reseña histórica. Hacia la interculturalidad
2 Creatividad litúrgica
2.1 Creatividad y novedad
2.2 Cuatro modalidades en la creatividad litúrgica
2.3 Variación, adaptación, inculturación
3 Religiosidad popular, cultura y liturgia
3.1 Importancia de la religiosidad popular
3.2 Religiosidad popular en América Latina
3.3 Religiosidad popular y liturgia
4 Encuentro de fe y cultura en lo simbólico sacramental
4.1 Importancia de lo simbólico sacramental
4.2 El evangelio nos llega a través de símbolos y ritos
4.3 Las culturas deben entrar en el rito y progresar con él
5 Conclusión
6 Referencias Bibliográficas
Proemio
Para la fe cristiana la encarnación del Hijo de Dios es un dato tan fundamental que afecta a todas las estructuras y elementos que la componen: el tiempo, el espacio, la cultura, la religiosidad, el culto, las relaciones sociales… todo queda impregnado por el hecho de que Dios ha entrado en nuestra historia. La encarnación adquiere su pleno sentido en la glorificación de Jesús. Pero para la fe cristiana hay otro hecho sin el cual no se entiende plenamente ni la persona de Jesús, ni su glorificación, ni la Iglesia, ni el destino de la humanidad: este hecho es la presencia del Espíritu de Dios en la persona de Jesús, en la Iglesia y en el mundo.
Si la encarnación del Hijo de Dios es de una trascendencia única, pero enmarcada en un tiempo y un espacio concretos (Nazaret, año tal), la efusión del Espíritu Santo es algo que invade toda la historia y todos los pueblos, aun cuando su vértice más significativo sea Pentecostés. Nosotros tendemos a leer los acontecimientos salvíficos de un modo lineal y sin conexión: la creación, la historia antes de Jesús, la presencia de Jesús en Palestina hace dos mil años, la historia y la vida de la Iglesia después de Jesús. Estas etapas son reales, pero solo el Espíritu Santo las unifica: Él será la clave para entender cosas tan variadas como la presencia de Dios en la religiosidad de los pueblos, la presencia de Dios en la liturgia, la presencia de Dios en cada corazón y en cada cultura, el destino de la humanidad…
Siempre, pero especialmente en tiempos de cambios acelerados históricos, culturales y sociales, la Iglesia, en su evangelización, estructuración y liturgia, tiene necesidad de volver a repensar su relación con la cultura o las culturas de los pueblos, partiendo de la encarnación de Cristo y del don del Espíritu.
1 Inculturación de la liturgia
1.1 Qué entendemos por liturgia y por cultura
El vocablo liturgia tiene diversas acepciones a nivel bíblico y eclesial. Hace referencia a realidades relacionadas entre sí pero no idénticas. Aquí entendemos por liturgia el significado que la Constitución Sacrosanctum Concilium del Concilio Vaticano II le atribuye aun sin pretender definir lo que ella es. Dice allí en el n. 7:
Con razón, pues, se considera la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella, los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro.
Hay palabras a tener muy presentes en esta cuasi definición: ejercicio del sacerdocio de Jesucristo, cabeza y miembros, santificación y culto público, signos sensibles que significan y realizan algo. La liturgia no se puede reducir a algo puramente interno ni individual; no es un simple recuerdo de los gestos salvíficos de Jesús; es actuación de Cristo hoy en su Iglesia; es adoración y santificación. Lo que Cristo realizó en su encarnación, pasión y glorificación lo sigue actualizando hoy en la liturgia por medio de la Iglesia que ha recibido su Espíritu. Odo Casel, gran precursor de la renovación de la teología de la liturgia, decía ya en 1928 que en cada uno de los sacramentos se da “la presencia del acto salvador divino bajo el velo de los símbolos” y que “la Liturgia es el Misterio cultual de Cristo en la Iglesia” (citado por FILTHAUT, p. 28-29). La Sacrosanctum Concilium a su vez dirá que “Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica” (SC 7).
El vocablo cultura ha tenido y tiene muy diversas acepciones. Limitándonos al ámbito de nuestro estudio se podría decir que es el conjunto de expresiones simbólicas (modo de vida y de trabajo, fiestas, artes, celebraciones, formación…) que caracterizan el modo de ser, de actuar, de sentir y de valorar de un pueblo. Y aun cuando no hay unanimidad frente al concepto de cultura, hay un cierto acuerdo sobre ciertos rasgos que la caracterizan y que caracterizan a todas las culturas: la cultura no es solo racional; no es un simple adorno folklórico; no es algo unívoco sino plural y diversificado; la cultura es un todo estructurado, pero es cambiante y evolutiva; debe ser participativa si no quiere ser manipulada; incluye las realidades profundas de un pueblo, realidades que la ‘conforman’, entre ellas el fenómeno religioso; influyen en ella el medio ambiente y la historia[1].
1.2 Interacción entre liturgia y culturas
La cultura, como expresión de lo más característico e íntimo del ser, actuar, sentir y valorar de un pueblo, incluye evidentemente la vivencia religiosa de un pueblo. Por su parte también la religiosidad de un pueblo (expresada en sus libros, creencias, fiestas y ritos) imprime de alguna manera su huella en la cultura. Por ello, cuando un pueblo ha recibido en su historia la fe cristiana, su liturgia interactúa con la cultura en una simbiosis más o menos lograda pero real. Dos palabras claves explican cómo funciona o, al menos, como puede funcionar esta interacción: se trata de las palabras aculturación e inculturación.
Aculturación: Es la introducción de un cambio o modificación en un rito litúrgico para una mejor inserción del pueblo creyente en la liturgia. La aculturación comporta siempre cambios más o menos significativos en el rito litúrgico establecido. Un ejemplo: la sobria liturgia romana de los primeros siglos, al entrar en contacto con los pueblos evangelizados provenientes de otras culturas en siglos posteriores, aceptó ritos más expresivos y textos más exuberantes que de alguna manera modificaron el genio del rito romano. De esta manera, la liturgia romana se “aculturó” (= se acomodó) a la cultura de dichos pueblos.
Inculturación: Es la reinterpretación y transformación de un rito no cristiano de modo que pueda entrar a formar parte de un rito litúrgico, pero de forma que exprese lo mismo que expresa el rito litúrgico. La inculturación comporta cambios más o menos profundos del rito no cristiano, pero respetando la forma propia de una cultura. Para llevar a cabo la inculturación es preciso entre otras cosas que se conozca muy bien el genio y cultura de un pueblo y sus expresiones simbólicas, lingüísticas y rituales. Un ejemplo: La unción prebautismal no figuraba en el rito bautismal de los primeros siglos; se tomó de la cultura y ritualidad pagana; pero se le dio un sentido cristiano[2].
1.3 Breve reseña histórica. Hacia la interculturalidad
Familias litúrgicas: Un fenómeno elocuente de la interacción entre fe y cultura lo constituye, ante todo, la presencia de diversos ritos o familias litúrgicas en la Iglesia. En efecto, por razón de la diversidad teológica y cultural, existen desde los albores del cristianismo diversas formas de celebrar la liturgia en Oriente y en Occidente: no se celebraba ayer ni se celebra hoy de la misma manera en las Iglesias de Roma, Constantinopla (Estambul), Antioquía o Alejandría. El Concilio Vaticano II valora altamente estos ritos y desea que se mantengan (cf. Orientalium Ecclesiarum n. 1-2).
Aculturación: Ciñéndonos al rito romano, la historia de la liturgia demuestra que, a pesar de que la liturgia occidental ha sido muy reacia a los cambios, los ritos han ido modificándose a través de los siglos[3]: no se celebraba de la misma manera en los siglos primeros, en la época medieval, después del concilio de Trento y después de la reforma conciliar del Vaticano II. La liturgia occidental se ha ido “aculturando” a los diversos tiempos y cambios culturales. En especial, la reforma litúrgica del Vaticano II tuvo muy en cuenta las exigencias de la cultura actual (empleo de las lenguas vernáculas, creación y variedad de textos eucológicos, participación, etc.).
Inculturación: En cuanto a la inculturación podemos decir que el mismo Jesús se valió de esquemas culturales anteriores y de su tiempo (entre ellos, los baños rituales de Israel, el bautismo penitencial e iniciático de Juan Bautista), pero dándoles un sentido nuevo. En los primeros siglos y limitándonos al patriarcado de Occidente, la liturgia fue cautelosa en la aceptación de formas rituales provenientes de otras religiones. En los siglos XVI y XVII sobresalen las controversias sobre los ritos malabares y chinos que fueron finalmente desautorizados. Singularmente el Ritual del Matrimonio del Vaticano II no se cierra a la posibilidad de aceptar un rito matrimonial tomado de otra cultura como forma del matrimonio, bajo ciertas condiciones, sobre todo en países recién evangelizados y culturalmente muy diversos.
Hacia la interculturalidad: Después del Concilio Vaticano II se habló – no siempre con precisión ni con un lenguaje unívoco – de aculturación e inculturación de la liturgia. Hoy, en el contexto de la pluralidad cultural y eclesial, se tiende tanto a nivel cultural como litúrgico a hablar más de interculturalidad. Ciñéndonos al caso de la liturgia, se podría decir que los términos aculturación e inculturación ya expresan -entre los dos- la relación e interacción entre liturgia y culturas. Pero el término interculturalidad expresa en sí mismo con más claridad y reciprocidad la interacción entre dos o más culturas y evita el peligro real de predominio de una cultura sobre otra. La interculturalidad insiste en que la relación debe ser en ambos sentidos, sinérgica, respetuosa, de mutuo enriquecimiento… Cabría preguntarse hasta qué punto la interculturalidad (que habla de culturas) es aplicable a la relación entre una determinada cultura y la liturgia de la Iglesia: ¿es la liturgia sin más precisiones una cultura…? Sin entrar aquí a tratar este punto, debemos reconocer que la interculturalidad aplicada a nuestro caso puede ayudar a la liturgia oficial a tener una relación más abierta y una actitud más respetuosa con los valores de cada cultura.
2 Creatividad litúrgica
2.1 Creatividad y novedad
La palabra creatividad es una palabra muy amplia. La acción de crear, característica de Dios, se aplica también al hombre, criatura de Dios. El hombre crea, inventa, produce, instituye, estructura, organiza, recrea. Creatividad y novedad van unidas: cuando se crea se produce algo nuevo. No podemos olvidar que Jesús es la novedad y esta novedad no pasa: ‘Jesucristo es el mismo, ayer, hoy siempre’ (Heb 13,8). Esta novedad que es Cristo se debe expresar y manifestar en la liturgia de la Iglesia que él preside.
La liturgia occidental, como ya he insinuado, no siempre ha sido un modelo de creatividad litúrgica. Esta falta de creatividad – pero también de audacia y de clarividencia – no contribuyó en nada a superar las divisiones en la grave crisis de la Reforma (s. XVI). La historia de la liturgia post-tridentina, además del desafortunado desenlace de los ritos orientales chinos y malabares (s. XVII y XVIII), muestra algo que hoy causa extrañeza y a lo que debieron someterse mal que bien las generaciones pasadas. Se trata del “fixismo” e inmovilismo litúrgico: lengua, ritos, normas, rúbricas y música han estado prescritos y reglados hasta en sus mínimos detalles durante siglos. La Constitución Sacrosanctum Concilium dio un gran paso al establecer la reforma de los libros y ritos litúrgicos y al propiciar una real participación de todos los fieles en la liturgia.
Pero reforma litúrgica no supone automáticamente renovación litúrgica. Muchos creyeron ingenuamente que, reformando los libros litúrgicos, cambiando del latín a la lengua vernácula y transformando algunos ritos o la disposición del lugar del culto, ya estaba todo solucionado. Pronto se vio que no era así. Además, en América Latina el cambio nos agarró impreparados: faltaba profundizar en la catequesis, en el modo de predicar y de celebrar, en la piedad popular, en la relación entre liturgia y vida, en la formación y catequesis de los fieles. Se dio énfasis a la reforma, pero no a la renovación; se hablaba en exceso de creatividad, pero poco de novedad; hubo una fiebre de cambios, pero no un esfuerzo por lograr una celebración y participación mejor. Todavía hoy nos cuesta entender que no todo se soluciona con los cambios y que no hay verdadera reforma sin renovación.
2.2 Cuatro modalidades en la creatividad litúrgica
Cuatro modalidades: Si se entiende por creatividad litúrgica la invención de nuevas formas rituales, se deben distinguir diversos modos de creatividad: a. Se crea todo, fondo y forma (ej: unas intenciones de la plegaria de los fieles improvisadas); b. Se ajusta una forma ordinaria o ‘recreación parcial’ (ej: se explicita una oración del misal demasiado abstracta o muy concisa); c. Se escoge entre diversos elementos (lecturas, plegarias, cantos, ritos); d. Se reproduce algo ya existente como si se creara en aquel momento (declamación de un salmo, interpretación de una música, recitación de una plegaria).
Regla de oro de la creatividad: Entre estos cuatro modos indicados no hay una jerarquía de valor o de eficacidad. Porque “el valor litúrgico de la creatividad no fluye de la cantidad de novedad, sino de la capacidad de significar la novedad de lo invisible”. O en lenguaje llano: La novedad litúrgica no consiste en hacer una cosa distinta cada día, sino en hacerla cada vez de forma nueva. El modo a no es necesariamente mejor que el modo d.
Algunos ejemplos: 1. Una buena orquesta y coral interpreta decenas de veces la IX Sinfonía de Beethoven, sin cambiar nada; pero cada vez lo hace de forma nueva, como si fuera la primera vez. 2. En la celebración de un cumpleaños no es necesario cambiar los gestos establecidos, sino hacerlos con el entusiasmo de celebrar algo nuevo: el don de la vida. 3. Las intenciones de la plegaria de los fieles improvisadas no necesariamente ayudan a suplicar mejor que las preparadas de antemano y anunciadas por un lector. 4. Un villancico nuevo el 25 de diciembre es laudable, pero no necesariamente conmueve más y expresa mejor la fiesta navideña que el clásico “Noche de paz” bien ejecutado. Pero esto no es una invitación a hacer siempre lo mismo: no podemos olvidar que al rito litúrgico le acecha siempre la rutina y banalidad, la simple repetición del pasado sin referencia al futuro, la mirada hacia nosotros sin mirar a los otros y al Otro.
2.3 Variación, adaptación, inculturación
En la preparación y ejecución de la liturgia se debe tener muy en cuenta, además de lo indicado sobre la creatividad y novedad, tres elementos que las favorecen y que indico a continuación:
La variación (indicada en los libros litúrgicos y poco usada por algunos): no podemos repetir cada día el mismo rito, la misma celebración, los mismos textos y los mismos cantos sin caer en la rutina. Es necesario el uso de variantes. Los libros litúrgicos actuales presentan una gran variedad de textos eucológicos (ej.: de una plegaria eucarística se ha pasado a trece). Además, la liturgia no debería reducirse a la celebración de la eucaristía: el rezo de la liturgia de las horas ofrece una estructura distinta y enriquece nuestra oración. La inflación de misas lleva a la devaluación eucarística…
La adaptación: Una misa no puede ser igual en la parroquia, en un convento de religiosas, con unos niños o en la cárcel… Los libros litúrgicos nos lo insinúan cuando dicen en las rúbricas: “según las circunstancias” o “si se juzga oportuno pastoralmente” y cuando presentan diversidad de oraciones para acomodar un sacramento a quien lo recibe. Un modelo de adaptación realmente ejemplar es el “Directorio litúrgico para las misas con participación de niños” publicado por la Congregación del Culto Divino en 1973. Merecería ser tenido más en cuenta en las escuelas, en la catequesis y en las parroquias. Otra adaptación a tener presente es el “Directorio para las celebraciones dominicales en ausencia del presbítero”, publicado en 1988 por la misma Congregación y que invita a ejercer una adaptación creativa y a evitar la imitación servil de la misa dominical.
La inculturación-aculturación: En la Constitución de Liturgia no aparece este tecnicismo; pero se habla allí de una “adaptación más profunda” a la mentalidad y tradiciones de los pueblos en ciertos lugares y circunstancias (cf. n. 37-40). Los n. 38-39 hablan de una adaptación del rito romano a una cultura (aculturación); los n. 37 y 40 hablan de la inclusión de elementos de una cultura en el rito litúrgico (inculturación). Para esta adaptación más profunda se exigen ciertas condiciones descritas en otros documentos. Un ejemplo actual de reciente inculturación y aculturación lo encontramos en el rito zaireño de la eucaristía (hoy llamado rito congoleño), en la actual Rep. Dem. del Congo, en África (cf. PALOMERA, p. 73-76). En diversas culturas originarias de América Latina se han permitido cambios limitados, especialmente en el campo de los textos eucológicos (traducciones dinámicas).
3 Religiosidad popular, cultura y liturgia
Al hablar de las relaciones entre religiosidad popular, cultura y liturgia no haremos una distinción entre religiosidad popular y religión del pueblo. Si bien la distinción es pertinente a nivel de la antropología religiosa general, a nivel de la liturgia y de la cultura de los pueblos de América Latina, la distinción resulta cada vez menos nítida. El pueblo tiende a expresar y a vivir la religión (fe, creencias, sentido religioso) por medio de la religiosidad (ritos, expresiones simbólicas, fiestas), en la liturgia oficial de la Iglesia y fuera de ella.
3.1 Importancia de la religiosidad popular
La religiosidad popular es un fenómeno que atraviesa todos los pueblos y que influye en todas las culturas. El documento de Puebla (n. 444) nos dice con palabras sencillas que “por religión del pueblo, religiosidad popular o piedad popular, entendemos el conjunto de hondas creencias selladas por Dios, de las actitudes básicas que de esas convicciones derivan y las expresiones que las manifiestan”. Y añade: “Se trata de la forma o de la existencia cultural que la religión adopta en un pueblo determinado”. La religiosidad popular ha acompañado la liturgia de la Iglesia desde sus albores. En el Oriente cristiano, la liturgia supo incorporar la religiosidad en su liturgia o caminar en estrecha unidad con ella. En el Occidente la liturgia, más formal y elitista, no logró esta simbiosis: la religiosidad popular se desarrolló más bien en forma paralela a la liturgia.
3.2 Religiosidad popular en América Latina
En América Latina la religiosidad popular católica ha penetrado tanto en la cultura de las diversas etnias y grupos sociales que es un rasgo que ha marcado al catolicismo y culturas latinoamericanas. Los obispos reunidos en Medellín después del Concilio advertían sobre la necesidad de tomarla en cuenta para evitar un divorcio entre el catolicismo y el pueblo de los bautizados (cf. Doc. Medellín 6,3). Juan Pablo II la valoraba y la caracterizaba con estas palabras:
“Esta piedad popular no es necesariamente un sentimiento vago, carente de sólida base doctrinal, como una forma inferior de manifestación religiosa. Cuántas veces es, al contrario, como la expresión verdadera del alma de un pueblo, en cuanto tocada por la gracia y forjada por el encuentro feliz entre la obra de evangelización y la cultura local” (Homilía pronunciada el 30 de enero de 1979 en el santuario de Ntra. Señora de Zapopán, 2).
El papa Francisco habla en la Evangelii Gaudium en términos altamente elogiosos de la religiosidad popular en América Latina al decir:
“En ese amado continente, donde gran cantidad de cristianos expresan su fe a través de la piedad popular, los Obispos [en Aparecida] la llaman también ‘espiritualidad popular’ o ‘mística popular’. Se trata de una verdadera ‘espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos’” (EG, 124).
Junto a elementos positivos, no faltan en la religiosidad popular elementos negativos. Entre los elementos positivos podemos señalar, entre otros, los siguientes: presencia trinitaria en devociones e iconografía; sentido de la providencia de Dios Padre; Cristo celebrado en su misterio de encarnación, en su crucifixión, en la eucaristía, en la devoción al Corazón de Jesús; amor entrañable y tierno a María (quizá el rasgo más característico de la religiosidad de América Latina); las fiestas patronales; las peregrinaciones; la fe en la vida después de la muerte. Entre los aspectos negativos señalo, entre otros, los de origen ancestral (superstición, magia, fatalismo); los que derivan de una mala catequesis (ignorancia, sincretismo, reducción de la fe a un mero contrato, sacramentalismo vacío, ritualismo); los de origen ambiental (incoherencia entre fe y vida, falsos mesianismos, alcoholismo en las fiestas) (cf. Doc. Puebla n. 454 y 456 y Doc. Aparecida n. 258-259).
3.3 Religiosidad popular y liturgia
Los límites entre lo litúrgico y la religiosidad popular no deberían convertirse en fronteras. Nuestras liturgias debería reconocer con mayor amplitud la importancia de la piedad popular, como insinúa ya la Sacrosanctum Concilium (n. 9 y 13). Deberíamos tener más en cuenta las culturas, las etnias y las lenguas minoritarias. Por otra parte, en la religiosidad popular se debería fomentar el aprecio a la palabra de Dios, la predicación, la participación en la oración comunitaria y en las asambleas dominicales, la preparación sacramental, una catequesis sólida a nivel de ritos y la purificación de cuanto desdice de la fe y de la vida cristiana.
4 Encuentro de fe y cultura en lo simbólico sacramental
4.1 Importancia de lo simbólico sacramental
La comunicación a nivel humano y religioso funciona por símbolos. La persona humana es un ser ritual. Se expresa y se dice a través de su corporeidad, de su palabra, de sus gestos, de sus símbolos y de sus ritos. La religiosidad y piedad popular de nuestros pueblos nos lo recuerda: basta pensar en la importancia de las imágenes, cantos, bendiciones, devociones, oración en familia, procesiones, cofradías, danzas religiosas, fiestas patronales y santuarios en cada pueblo y ciudad. También la comunicación a nivel divino y salvífico funciona por símbolos. Dios se nos ha manifestado a través de signos: la creación, los profetas, la palabra revelada, Cristo y sus gestos, la comunidad eclesial y humana, los gestos sacramentales, el pobre… porque Dios nos ha hecho corpóreos y se ha hecho corpóreo.
4.2 El evangelio nos llega a través de símbolos y ritos
El evangelio no es simplemente una historia de hace dos mil años. La Buena Nueva no es solo una narración de algo que sucedió “in illo tempore”. Si fuera así admiraríamos a un hombre excepcional, pero no más. Lo que realizó Jesús en Palestina se actualiza hoy “per ritus et preces” (Sacrosanctum Concilium n. 48), es decir, a través de la acción litúrgica de asambleas convocadas en su Nombre y que invocan la fuerza de su Espíritu en las celebraciones. El Símbolo de la fe (el Credo), no solo expresa la fe de la Iglesia: al profesarlo, nos une, nos identifica y nos ayuda a crecer como Iglesia. La liturgia es esto: no simple ceremonia, no simple recuerdo, no simple repetición. Cristo se hace presente en el signo de la Palabra, Cristo nos alimenta con su Pan celestial, Cristo nos une en su Cuerpo por la fuerza de su Espíritu. Sin estos signos y sin el Espíritu Santo Cristo quedaría lejano.
4.3 Las culturas deben entrar en el rito y progresar con él.
Hoy no podemos hablar de una sola cultura. Vivimos en un mundo plural. También la Iglesia una es una Iglesia plural. Es católica no porque se exprese en un solo idioma y cultura, sino porque en la pluralidad de lenguas y de culturas celebra una misma fe. En Pentecostés el don de lenguas hacía que cada pueblo entendiera en su idioma el mensaje que los apóstoles profesaban en su propia lengua. Hoy el don de lenguas debe consistir en que la buena noticia del Evangelio se reciba, se celebre y se encarne en multiplicidad de lenguas, sin menoscabo de la fe. La Iglesia es católica y universal porque en ella hay lugar para toda cultura, lengua, expresión ritual y artística. La inculturación ritual no es ninguna moda; es una tarea.
Conclusión
La encarnación del Hijo de Dios es un hecho que nos invita a centrarnos y encontrarnos en la persona de Jesús. La irrupción del Espíritu de Jesús en la comunidad de Pentecostés nos invita a ensanchar el horizonte para ver que Jesús, presente en su Iglesia, abraza a todas las culturas, pueblos y lenguas y nos abre a humanizar y divinizar el mundo. La Iglesia en su liturgia (aunque no solo en ella) tiene una tarea importante: manifestar que el Señor está presente en nuestra historia, en nuestras vidas, en nuestras culturas. Para hacerlo, la liturgia ha de acoger cada cultura, encarnarse en ella y traducir el Mensaje en el lenguaje de hoy, el de cada pueblo y el de cada cultura. Misión ardua, a largo plazo, pero no imposible. No se trata de cambiarlo todo ni de dilapidar un tesoro de veinte siglos; pero sí de evitar una liturgia de museo (anticuada), inexpresiva (rutinaria) o discordante con la cultura de un pueblo: es tarea de todos, y en especial de quienes la presiden, sobre todo si están insertos por su nacimiento y bautismo en aquella cultura.
L. Palomera, SJ. Universidad Católica de Bolívia, Cochabamba. Original español.
Referencia bibliográfica
CHUPUNGCO, Anscar, “Adaptación” en: Nuevo Diccionario de Liturgia, ed. D. Sartore y A.M. Triacca, Madrid: Paulinas, 1987.
DI SANTE, Carmine, “Cultura y liturgia” en: Nuevo Diccionario de Liturgia, ed. D. Sartore y A.M. Triacca, Madrid: Paulinas, 1987.
FILTHAUT, Teodoro, Teología de los Misterios. Exposición de la controversia, Bilbao: Desclée de Brouwer, 1963.
PALOMERA, Luis, “Le rite zaïrois de la messe. Opinion d’un liturgiste de l’Amérique latine”, en Telema 29 (1982) 73-76.
PARA PROFUNDIZAR
ALDAZÁBAL, J. et al., La inculturación en la liturgia, Cuadernos Phase 35, Barcelona: Centre de Pastoral Litúrgica , 1992.
CASEL, Odo, El Misterio del culto cristiano, San Sebastián: Dinor, 1953.
CONSEJO EPISCOPAL LATINO-AMERICANO, Iglesia y Religiosidad popular en América Latina. Ponencias y Documento final, Bogotá, 1977.
DEPARTAMENTO DE LITURGIA DEL CELAM, El Medellín de la Liturgia, Bogotá, 1973.
EQUIPO SELADOC, Religiosidad popular, Salamanca: Sígueme, 1976.
[1] Para una mayor profundización cf. DI SANTE: p. 518-530.
[2] Para una mayor profundización cf. CHUPUNGCO: p. 45-48.
[3] Los Padres de la Iglesia la tuvieron presente recurriendo a la “tipología bíblica” en la liturgia y catequesis de los ritos sacramentales.