Exequias

Índice

1 La muerte es parte de la vida

2 Celebrar en el momento de la muerte: una tradición de la Iglesia

2.1 Rituales de exequias de la Iglesia latina

2.2 Consideraciones sobre el ritual de exequias de 1969

3 Para mejor celebrar por ocasión de la muerte: sugerencias pastorales

Referencias

1 La muerte es parte de la vida

Francisco de Asís concluye el famoso “Canto de las criaturas” alabando a la “hermana muerte”: “Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana, la muerte corporal, de la que ningún hombre viviente puede escapar. […] Bienaventurados los que en ella encuentren tu santísima voluntad, porque la segunda muerte no los dañará”. El santo de Asís fue consecuente con este inusual motivo de alabanza. Sus biógrafos relatan que, en el momento extremo de su vida, cantó el Salmo 141, junto a los hermanos que lo rodeaban. En efecto, el momento de la muerte de san Francisco fue tan expresivo que, hasta el día de hoy, la familia franciscana se reúne cada año en vísperas de su fiesta, por la noche, para celebrar el transitus del seráfico padre.

La muerte es parte de la vida. No es casualidad que en diferentes culturas y religiones se celebren ritos funerarios para honrar, reverenciar, agradecer, despedir, “recomendar” al amado a la protección de la divinidad. Es una especie de conclusión de los “ritos de iniciación”. Estos ritos engloban etapas significativas de la vida humana, tales como: nacimiento, niñez, edad adulta, iniciación religiosa, etc. Los ritos funerarios muestran, por un lado, la despedida del difunto de este mundo terrestre y, por otro, buscan reintegrarlo en otro lugar, el de la memoria. Son igualmente importantes en el proceso de duelo, ya que, además de “honrar” al difunto, ejercen un efecto reparador en las personas que participan en ellos, es decir, refuerzan la comunión, fortalecen los lazos de solidaridad, complicidad y compasión mutua.

Sin embargo, en los tiempos actuales se nota la paradoja de la negación y banalización de la muerte. Al mismo tiempo que se oculta la realidad de la muerte, las noticias se difunden en los medios con excesivas dosis de sensacionalismo, dándonos la impresión de que estamos ante un espectáculo aterrador. Y, para empeorar las cosas, el mundo entero, desde finales de 2019 en adelante, se sumergió en un océano de tormentas, provocadas por la pandemia Sars-CoV-2. Aun sabiendo que el aislamiento social ha sido una de las formas más seguras de contener la propagación del virus, es igualmente evidente que esta medida preventiva ha provocado graves efectos secundarios en buena parte de la población del planeta. La imposibilidad de que las personas puedan visitar a sus familiares y amigos enfermos y celebrar dignamente los ritos funerarios en memoria de sus seres queridos fallecidos ha causado un daño irreparable a muchas personas.

La alta tasa de patologías derivadas del “duelo complicado” en estos tiempos de pandemia ha llamado la atención de psicólogos y psiquiatras, “por tratarse de una situación adversa, en la que muchos están perdiendo muchas cosas, no solo personas, el tiempo de la elaboración de este momento podrá ser aún más largo y lento, y en un ámbito colectivo, ya que toda la sociedad lo está sufriendo”(MELO, 2020, p. 1). El célebre teólogo portugués J. Tolentino Mendonça señala las principales fases que deben respetarse en el trabajo de luto, en estos términos:

Primero tendríamos que llorar por nuestra imposibilidad de consolación (frase extraordinaria del Antiguo Testamento en la que San Mateo recupera, para su Evangelio, la escena de la muerte de los inocentes: “Hubo una voz en Ramá, un lamento y un gran llanto: es Raquel que llora por sus hijos y no quiere ser consolada” (Mt 2,18). Entonces necesitaríamos llorar y ser consolados, en pequeños pasos. Y luego integrar progresivamente la ausencia en una nueva comprensión de este misterio que es la presencia de los otros en nuestra vida. (MENDONÇA, 2016, p. 16-17)

Existe un consenso de que la pandemia ha colocado a la población mundial en una enigmática encrucijada. Lo importante es que se decidas por un camino donde el trabajo de luto sea menos traumático.

2 Celebrar en el momento de la muerte: una tradición de la Iglesia

En el contexto de la fe cristiana, la muerte se ve como la culminación de una experiencia pascual de la vida. Los sacramentos de la iniciación cristiana, especialmente el bautismo, llevan a la persona a esta experiencia. En las aguas del bautismo, sacramentalmente, tiene lugar el paso de la muerte a la vida, del sepulcro a la resurrección:

Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. 5.Porque si hemos hecho una misma cosa con él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante. (Rm 6,4-6)

La vida cristiana consiste en una configuración progresiva con Cristo, como muy bien expresa el Apóstol: “Cristo será glorificado en mi cuerpo, sea por la vida o por la muerte. Para mí, vivir es Cristo y morir, ganancia” (Flp1, 20-21). En este dinamismo pascual, la muerte corporal se ve como la plenitud de la vida. Una vez incorporado a la comunidad de los que renacieron por las aguas bautismales, el cristiano ya no vive para sí mismo, sino para quien lo liberó de las tinieblas y lo trasladó al reino del Hijo amado (cf. Col 1,13). Así, momentos importantes en la vida de la comunidad, como la muerte de un hermano o hermana, son celebrados por toda la Iglesia, cuerpo vivo de Cristo.

Se sabe que los cristianos de los primeros siglos incorporaron, en las celebraciones litúrgicas, diversos elementos de la cultura de los pueblos de la época. En otras palabras, los ritos cristianos son el resultado de una sana “inculturación”, es decir, de la mutua fecundación de elementos propios de la cultura con la fe cristiana. En el caso de los ritos relacionados con la muerte, las costumbres “paganas” fueron adaptadas por los cristianos, por ejemplo: a) el viático (comunión ofrecida al moribundo para fortalecerlo en el “último viaje”) sustituye a la moneda que los griegos y romanos ponían en boca del difunto, para que pudiera pagar el “peaje” de su viaje al más allá; b) los salmos sustituyen a las lamentaciones, comunes en el mundo romano; c) el refrigerium (una comida funeraria “pagana” que se realizaba sobre la tumba del difunto, en el tercero, séptimo, trigésimo día y en el aniversario de la muerte) hizo que algunos cristianos celebraran la Eucaristía en la tumba de sus seres queridos . Esta práctica, poco a poco, se fue trasladando a los espacios de las iglesias, dando lugar a “misas por los fieles difuntos”.

2.1 Rituales de exequias de la Iglesia latina

En un breve recorrido, se señalarán algunas características teológico-litúrgicas de los principales rituales de exequias de la Iglesia latina, a saber: el ritual romano del siglo VII, los rituales romano-galicanos de los siglos VIII-IX, el ritual romano de 1614 y el ritual de 1969 (cf. ROUILLARD, 1993, p. 237-242).

El ritual romano del siglo VII se considera el más antiguo y, por tanto, merece una atención especial. Aquí, se hace un breve itinerario sobre los procedimientos dispensados al moribundo, en su lecho de muerte, así como las pautas para la celebración de las exequias. Aquí está el texto (con nuestra traducción) del “Ordinario sobre cómo actuar a favor de los difuntos”:

1. En cuanto lo veas acercándose a la muerte, el enfermo deberá comulgar del santo sacrificio, aunque haya comido ese día, porque la comunión será para él una ayuda y una defensa en la resurrección de los justos. Ella lo resucitará.

2. Después de recibir la comunión, un presbítero o diácono leerá la Pasión del Señor ante el cuerpo de enfermo, hasta que el alma abandone el cuerpo.

3. Sin embargo, antes de que el alma haya dejado el cuerpo, se dice: R /. “Santos de Dios, socorredlo. V /. Cristo te acoja”. Salmo 113 (Cuando el pueblo de Israel salió de Egipto). Antífona: “El coro de ángeles te acoja”. El sacerdote dice la oración como en los sacramentos.

4. Luego se lava el cuerpo y se coloca en el ataúd. Y después de que el cuerpo esté en el ataúd, antes de salir de la casa, se dice la antífona: “Me formaste de la tierra y me vestiste de carne, Redentor mío; resucítame en el último día”. Salmo 96 (El Señor reinó).

5. Luego, el cuerpo se coloca dentro de la iglesia. Se dice: Antífona: “Señor, tú ordenaste que yo naciera”. Salmo 41 (como suspira la cierva). Antífona: “Los ángeles te lleven al paraíso de Dios; a tu llegada, los mártires te reciban y te lleven a la ciudad santa de Jerusalén”. Salmo 4 (¡Cuando llamo, respóndeme!).

6. Mientras es llevado a la sepultura: Antífona: “El que llamó a tu alma a la vida”. Salmo 14 (Señor, ¿quién habitará?). Antífona: “Señor, que tomaste el alma del cuerpo, haz que se regocije con tus santos en tu gloria”. Salmo 50 (Ten piedad, Dios mío). Antífona: “He aquí, Señor, mi humildad y mi sufrimiento, perdona todos mis pecados”. Salmo 24 (Señor Dios mío, a ti elevo mi alma). Antífona: “Los ángeles te conduzcan al reino de Dios con gloria; los mártires te reciban en tu reino, Señor. De la tierra lo modelaste y lo vestiste de carne, Redentor mío, resucítalo en el último día. Salmo 50 (Ten piedad, Dios mío).

7. Y cuando se coloca en la iglesia, todos oran por esta misma alma siempre, sin parar, hasta que el cuerpo sea enterrado. Canten salmos o responsorios, recen oraciones o lean el libro de Job, y cuando llegue el momento de las vigilias, al mismo tiempo, celebren la vigilia, digan salmos con las antífonas sin aleluya. El sacerdote, sin embargo, dice la oración, mientras se canta la antífona: “Ábreme las puertas de la justicia, y entrando por ellas, cantaré al Señor”. Salmo 117 (Dad gracias al Señor).

En una vista panorámica de este Ordo del siglo VII, se puede apreciar fácilmente su carácter pascual. Los salmos pascuales 113 y 117 que enmarcan el ritual muestran que existe una correspondencia tipológica entre las exequias y el éxodo, es decir: “el difunto experimenta su salida de Egipto y su entrada a la tierra prometida, donde es acogido por los ángeles y por los santos” (ROUILLARD, 1993, p. 239). Esto aparece explícito en el rito descrito anteriormente. La procesión fúnebre – desde la casa del difunto, pasando por la iglesia, hasta la tumba – tiene un significado escatológico: la comunidad “acompaña” al ser querido en el “camino” hacia su hogar definitivo, la “Jerusalén celestial”. Aquí   serán acogidos por los habitantes del cielo, los que han “vencido la gran tribulación” (Ap 7,14). Finalmente, en el presente ritual, prevalece la certeza de que el difunto entrará en la gloria, sin mayores obstáculos.

En los rituales romano-galicanos de los siglos siguientes, la eucología cambió sustancialmente. La mentalidad de los pueblos franco-alemanes influyó decisivamente en el contenido de las oraciones y admoniciones, a saber: a) las insistentes peticiones de misericordia y perdón de Dios en favor del difunto, así como de protección contra todos los peligros a los que se encuentra expuesto, en su “viaje” al más allá; b) la inseguridad de los fieles sobre el destino eterno de la persona que acaba de morir; c) la eucaristía, que pasó a ocupar el lugar central en los funerales, y la consiguiente mentalidad de “sacrificio de propiciación y sufragio” a favor del difunto. Siglos después, el reduccionismo llegará a tal punto que, en la misa de exequias, los fieles no comulgan, para revertir al difunto los “méritos” obtenidos con tal celebración; d) la falta de claridad en la relación entre la muerte del creyente y el misterio pascual de Cristo. De hecho, apenas se menciona a Cristo y al Espíritu Santo, excepto en la conclusión trinitaria de las oraciones. Las oraciones están dirigidas a Dios, pero no explicitan que envió a su Hijo para la salvación de los seres humanos. “En resumen, esta teología del más allá parece inspirada casi en su totalidad por el Antiguo Testamento y poco animada por la buena noticia del Evangelio. […] No es ni cristológica ni pascual” (ROUILLARD, 1993, p. 241).

El ritual romano de 1614 es parte del conjunto de libros litúrgicos promulgados por la Iglesia después del Concilio de Trento. El desarrollo de los funerales obedece a la antigua costumbre procesional, a saber: desde la casa del difunto hasta la iglesia; de la iglesia al cementerio. En cuanto a la teología, este ritual trae influencias directas de rituales anteriores, especialmente los provenientes del imperio carolingio. Tales influencias son perceptibles en las ambigüedades allí presentes: junto a una eucología, procedente de los antiguos sacramentarios romanos, que revela la plena confianza en la resurrección, hay otra, que expresa la incertidumbre y el terror ante la muerte y el “destino del alma”.  A modo de ejemplo, cabe mencionar el responsorio que sigue a la oración del Padre Nuestro:

V /. Y no nos dejes caer en la tentación.

R /. Mas líbranos del mal.

V /. De las puertas del infierno.

R /. Arrebata, Señor, su alma …

Como puede verse, el texto sugiere que todos los difuntos corren el peligro de confundir la “puerta” del infierno con la del cielo. De hecho, la aterradora concepción de la muerte y la duda sobre el destino de los difuntos se transmitieron ampliamente en la reflexión y la predicación de la Iglesia, que alcanzó su punto máximo en los siglos XVI y XVII. Se notan otros impasses teológicos como: a) la inexpresiva referencia al misterio pascual; b) la ausencia de vínculo con el sacramento del bautismo; c) una eucología exclusiva para el difunto. En las oraciones no se menciona a los vivos que lloran la pérdida de sus seres queridos; e) un ritual que debe realizar exclusivamente el clero.

La música ritual de exequias tampoco es muy pascual. La secuencia “Dies irae” y el “Ofertorio” de la “Misa de Réquiem” son buenos ejemplos de ello. En estas dos piezas musicales, entre otros aspectos, se expresa el miedo al infierno, el pesimismo sobre la vida y la creencia generalizada de que “pocos se salvan”. Hay quienes afirman que la antífona “Domine Jesu Christe” (Ofertorio) es el texto más enigmático – no solo en la liturgia de exequias sino en toda la liturgia romana – debido a la petición de que Cristo “libere las almas de todos los difuntos de las penas del infierno”. Estrictamente hablando, esto es algo paradójico, ya que la teología sostiene que es imposible pasar del infierno al paraíso, por lo tanto, un conflicto con el principio lex credendi lex suplicandi (cf. SORESSI, 1947, p. 245-252).

Después de cuatro siglos de uso de este ritual por parte de la Iglesia latina, la Congregación para el Culto Divino publicó, en 1969, un nuevo ritual funerario. La Sacrosanctum Concilium había solicitado expresamente que el nuevo rito funerario expresara más claramente el carácter pascual de la muerte cristiana y que se correspondiera mejor con las condiciones de las diferentes regiones, también en lo que respecta al color litúrgico y al rito de exequias de los niños (cf. SC, n. 81-82).

Este ritual se compone de una introducción general (Observaciones preliminares), en la que se presentan sus bases teológicas y pastorales, y ocho capítulos, constituidos de la siguiente manera:

a) Vigilia por el difunto y oración cuando se coloca el cuerpo en el ataúd (cap. I). Es una celebración de la Palabra de Dios, bajo la presidencia de un presbítero o ministro (a) laico(a). En el momento de colocar el cuerpo en el ataúd, se prevé un breve rito que consta de salmos, una lectura breve y una oración final.

b) Primer tipo de exequias: celebraciones en casa del difunto, en la iglesia y en el cementerio (capítulo II). Aquí se conserva la tradición de los rituales antiguos, con dos procesiones, interconectando tres estaciones, a saber: de la casa del difunto a la iglesia, y de allí al cementerio. En estos tres lugares están previstas oraciones, salmos, responsorios, etc., y la eucaristía (en la iglesia).

c) Segundo tipo de exequias: celebraciones en la capilla del cementerio y junto a la sepultura (capítulo III). Aquí, el ritual no prevé la celebración de la Eucaristía. En la capilla del cementerio se celebra una liturgia de la Palabra de Dios, seguida de la “encomendación y despedida”. En la sepultura, se dicen las oraciones indicadas y se canta algún “canto apropiado”.

d) Tercer tipo de exequias: celebraciones en casa del difunto (capítulo IV). Esta tercera posibilidad de celebración es similar a la de la “Vigilia” (capítulo I), seguida de la “encomendación y despedida”.

e) Exequias de niños (cap. V). Para este tipo de exequias, existen textos propios (oraciones y lecturas bíblicas), además de la recomendación de que el color litúrgico sea “festivo y pascual”.

f) Textos varios: para funerales de adultos (cap. VI), exequias de niños bautizados (cap. VII), exequias de niños no bautizados (cap. VIII).

2.2 Consideraciones sobre el ritual de exequias de 1969

Sin lugar a duda, el nuevo ritual de exequias representa un avance expresivo respecto al antiguo. Como ejemplo, se pueden destacar los siguientes puntos:

a) La restauración de la perspectiva pascual y eclesial. Esta perspectiva forma el hilo conductor de todo el ritual. Al comienzo de las “Observaciones preliminares”, leemos:

La Iglesia, en las exequias de sus hijos, celebra confiada el misterio pascual, para que quienes por el Bautismo fueron incorporados a Cristo, muerto y resucitado, pasen también con él a la vida eterna […] Por eso, la Iglesia ofrece por los difuntos el sacrificio eucarístico de la Pascua de Cristo, y reza y celebra sufragios por ellos, de modo que, comunicándose entre sí todos los miembros de Cristo, éstos impetran para los difuntos el auxilio espiritual y, para los demás, el consuelo de la esperanza. (n. 1)

Se puede ver claramente la íntima relación entre las exequias y los sacramentos primordiales: el bautismo y la eucaristía. También se puede decir que la celebración de las exequias es la culminación de una vida tejida en la comunidad eclesial y alimentada por los sacramentos.

b) Una eucología más completa. Cabe destacar en las oraciones y prefacios la presencia de varios “temas” poco explicitados en el ritual tridentino, tales como: la esperanza y certeza de la resurrección, vinculadas a la Pascua de Cristo; el perdón y la misericordia divinas; el valor escatológico de la eucaristía, definida como “viático en la peregrinación terrena” y “prenda de la pascua eterna del cielo”; la profesión de fe en la victoria pascual de Cristo; mayor atención a los afligidos por esa muerte, etc.

c) Un amplio leccionario. Como otros libros litúrgicos, producidos después del Concilio Vaticano II, el ritual de exequias trae un rico leccionario. Las “Observaciones preliminares” indican las razones de esto, en estos términos:

En cualquier celebración por los difuntos, tanto exequias como común, se considera parte muy importante del rito la lectura de la palabra de Dios. En efecto, ésta proclama el misterio pascual, afianza la esperanza de un nuevo encuentro en el reino de Dios, exhorta a la piedad hacia los difuntos y a dar un testimonio de vida cristiana. (n. 11)

El leccionario incluye una importante colección de lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento. Los textos se presentan en el orden en que se proclaman en la acción litúrgica (primera lectura – salmo responsorial – segunda lectura – aclamación evangélica – evangelio), y se distribuyen en tres apartados: “Exequias de adultos”, “Exequias de niños bautizados” y “Exequias de niños no bautizados”.

d) La ampliación de la colección de salmos. El nuevo ritual rescata un repertorio expresivo de salmos que se remontan a la antigua tradición de las celebraciones exequiales, especialmente las de contenido pascual y de confianza. Después de todo, el lenguaje poético, expresado en los diferentes géneros de los salmos, permite que la comunidad de fe se solidarice con los enfermos, afligidos, inseguros, abandonados, etc.: “En mi angustia clamé al Señor, y el Señor me respondió y me liberó. El Señor me probó severamente, pero no me abandonó a la muerte” (Sal 118/117, 5, 18).

e) Revisión de exequias de niños. El nuevo ritual contempló la solicitud del Sacrosanctum Concilium de revisar las exequias de los niños, incluida la creación de un formulario para una “misa propia” (cf. SC n. 82). También se prepararon textos para exequias de los niños no bautizados, es decir, aquellos cuyos padres deseaban haberlas bautizado, pero se lo impidió su muerte prematura. Una característica de la eucología de estas celebraciones es el hecho de que el niño (no bautizado) está confiado a la misericordia divina, sin mencionar su entrada en la gloria celestial; se pide, sobre todo por sus padres. Detrás de esta “omisión” se esconde el controvertido tema sobre la suerte de los niños que mueren sin ser bautizados. Vale la pena recordar que, en el momento en que se escribieron estas oraciones, prevalecía la doctrina común de que las “almas” de los niños no bautizados no podían disfrutar de la “visión beatífica” de Dios. Esta cuestión fue discutida, cuatro décadas después, por la Comisión Teológica Internacional. En 2007, el Papa Benedicto XVI aprobó y autorizó la publicación del documento “La esperanza de salvación para los niños que mueren sin bautismo”, elaborado por la mencionada Comisión. El estudio llega a la siguiente conclusión:

Nuestra conclusión es que los muchos factores que hemos considerado ofrecen serias razones teológicas y litúrgicas para esperar que los niños que mueren sin bautismo serán salvados y podrán gozar de la visión beatífica. Subrayamos que se trata de motivos de esperanza en la oración, más que de conocimiento cierto. Hay muchas cosas que simplemente no nos han sido reveladas (cf. Jn 16,12). Vivimos en la fe y en la esperanza en el Dios de misericordia y de amor que nos ha sido revelado en Cristo, y el Espíritu nos mueve a orar en acción de gracias y alegría constantes (cf. 1 Tes 5,18). Lo que nos ha sido revelado es que el camino de salvación ordinaria pasa a través del sacramento del Bautismo. Ninguna de las consideraciones arriba expuestas puede ser aducida para minimizar la necesidad del Bautismo ni para retrasar su administración [135]. Más bien, como queremos confirmar en esta conclusión, nos ofrecen poderosas razones para esperar que Dios salvará a estos niños cuando nosotros no hemos podido hacer por ellos lo que hubiéramos deseado hacer, es decir, bautizarlos en la fe y en la vida de la Iglesia. (CTI, 2008, n. 102-103)

El ritual funerario de 1969 también innova en otros aspectos, como: admisión a la cremación (n. 15); el ministro de las exequias, a excepción de la eucaristía, puede ser un laico (n. 19); la sensibilidad ecuménica de quienes preparan y presiden las exequias, ya que en los funerales es común la presencia de personas de otras religiones o incluso sin práctica religiosa (n. 18); la posibilidad de adaptaciones del ritual, por las conferencias episcopales (n. 21-22), etc.

Completando estas consideraciones sobre el ritual de exequias de 1969, también es pertinente señalar sus límites, como la existencia de vestigios de una escatología dualista (cuerpo x alma) y la no adaptación del ritual por parte de la mayoría de las conferencias episcopales. Estas y otras aristas pueden suavizarse, a medida que las iglesias se involucren en la elaboración de rituales que, además de una buena teología, tengan en cuenta la realidad cultural de las comunidades de fe.

3 Para mejor celebrar por ocasión de la muerte: sugerencias pastorales

Como se dice al comienzo de este texto, la Iglesia, en su cuidado pastoral, siempre ha buscado alentar y consolar a sus hijos e hijas en el momento extremo de su existencia, preparándolos para la última y decisiva batalla espiritual, librada entre la vida y muerte. Buenos ejemplos de ello son el rito de “encomendar el alma” (1614) y el de la “encomendación de los moribundos” (1969). Tales ritos, compuestos de oraciones, breves perícopas bíblicas, jaculatorias, responsos, etc. – se realizan con el moribundo en su lecho de muerte. Una vez que se ha producido el desenlace, se celebran las exequias.

Al celebrar la “pascua” de sus hijos e hijas, la Iglesia continúa su noble misión de consolar y confortar a los afligidos, como bien exhorta el Apóstol: “Si creemos que Jesús murió y resucitó, también creemos que Dios, a través de Jesús reunirá con él a los que durmieron. Por tanto, consolaos los unos a los otros con estas palabras” (1 Ts 4, 14,18). Siguiendo esta antigua tradición, urge que la Iglesia cree medios efectivos para la sedimentación de una “pastoral de la esperanza”, que sirva de contrapunto al paradójico fenómeno del camuflaje y / o banalización de la muerte, propio de la sociedad actual.

Para una mayor eficacia de esta “pastoral de la esperanza”, entre otras cosas, conviene tener en cuenta:

a) Una acción conjunta con la “pastoral de la salud”. El consuelo espiritual que se da a los enfermos, así como a los familiares y a todos los que atienden a los enfermos, constituye un verdadero ministerio de consolación. Este “ministerio” tiende a fortalecerse en la vida de las personas, especialmente cuando tienen que afrontar el dolor de la muerte de un ser querido y el consiguiente trabajo de duelo.

  1. b) Una adecuada formación de los agentes de la “pastoral de la esperanza”. La celebración de las exequias y la consiguiente asistencia espiritual a las familias en duelo requieren una preparación cuidadosa. Es una experiencia de aprendizaje que privilegiará la escucha de la persona que sufre. Sin la cultura de la escucha es imposible abrir el canal del consuelo.

Escuchar significa dar la palabra al otro, dar tiempo y espacio al otro, acogerlo también en lo que rechaza de si, darle el derecho a ser quien es y a sentir lo que siente y brindarle la posibilidad de expresarse.  Escuchar es un acto que humaniza al hombre y que suscita la humanidad del otro. (MANICARDI, 2017, p. 15)

En las exequias y celebraciones de apoyo a las familias en duelo, la escucha tiene un espacio privilegiado en el momento del “recuerdo de la vida”. Aquí se invita a las personas a expresar sus sentimientos y recordar el “paso” del ser querido, a la luz del misterio pascual de Cristo. Los hechos, palabras y acciones del difunto se convierten en un verdadero “testamento” para ser cumplido por todos. Asimismo, la escucha de la Palabra de Dios y su vinculación con lo dicho en el “recuerdo de la vida” se convertirá en alimento sustancioso de vida y en un remedio eficaz para combatir la tristeza y el dolor de la separación.

Otros contenidos estudiados, a lo largo del proceso formativo, deben corroborar esa “escucha”.

c) La creación de itinerarios exequiales adaptados a las necesidades pastorales de cada región. El rito fúnebre de 1969 deja un amplio espacio para que las conferencias episcopales realicen adaptaciones, según las necesidades pastorales de cada región (cf. n. 21-22). Lamentablemente, la gran mayoría de conferencias episcopales han optado por la simple traducción del ritual. El liturgista Gregorio Lutz -de grata memoria-, al hacer consideraciones sobre un nuevo ritual de exequias para Brasil, lamentó que el ritual de 1969 solo se tradujera, sin ninguna adaptación, en estos términos.:

Es cierto que él expresa la auténtica fe cristiana con respecto a la muerte, pero esta fe se expresa en un lenguaje que aquí es difícil de entender. Por este motivo.este nuevo ritual no fue tan bien aceptado como lo hubiera sido un ritual adaptado, posiblemente con diferentes sugerencias para regiones con tradiciones propias y para entornos diversos. (LUTZ, 1998, p. 33)

Esta opinión de Lutz se puede aplicar a otros países de América Latina. En el caso de Brasil, lo que ha sucedido, en la práctica, son publicaciones de materiales alternativos para celebraciones exequiales que se adoptan en parroquias y diócesis. Como ejemplo, podemos destacar: “Nuestra Pascua: materiales para la celebración de la esperanza” y “Celebrando con motivo de la muerte: material para velorio, última encomendación y entierro”. El primero fue elaborado por la Comisión Episcopal Pastoral de Liturgia de la CNBB. Este material consta de cuatro capítulos y dos apéndices. El primer capítulo contiene tres celebraciones de la Palabra; el segundo trae una celebración para la encomendación; el tercero presenta un rito propio para el momento en que el cuerpo es depositado en la tumba; el cuarto trae una propuesta para celebraciones relacionadas con la cremación (una en el crematorio y otra para la deposición de la urna con las cenizas). En el apéndice I se encuentra un pequeño leccionario y en el apéndice II una colección de cánticos apropiados.

El material “Celebrando con motivo de la muerte: material para el velatorio, última encomendación y entierro”, a su vez, consta de seis guiones. Cada guion contempla una circunstancia diferente de muerte, a saber: de un miembro activo de la comunidad; de una persona que murió después de una larga enfermedad; de una persona joven; de una persona religiosa; de alguien víctima de violencia; de un niño. Cada uno de los guiones consta de tres partes: a) “velorio” (celebración en el formato del Oficio Divino de las Comunidades: llegada, apertura, recuerdo de vida, salmo, lecturas bíblicas, meditación, oración, alabanza); b) “Encomendación y despedida”; c) “Entierro / cremación”. También hay dos pequeños ritos para el momento de la cremación y la deposición de las cenizas, así como un “Oficio de apoyo a las familias en duelo”.

En definitiva, lo que se espera es que las diferentes iglesias encuentren la mejor manera de celebrar la Pascua de sus hijos e hijas y que estas celebraciones sean momentos privilegiados para proclamar la fe en “Cristo primogénito entre los muertos”.” (Cl 1,18).

Joaquim Fonseca, OFM. . Texto original en portugués. Sometido: 08/12/2021. Aprobado: 20/12/2021. Publicado: 30/12/2021

Referencias

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CNBB. Nossa páscoa: subsídios para a celebração da esperança. 2.ed. São Paulo: Paulus, 2004.

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FONSECA, J. Música ritual de exéquias: uma proposta de enculturação. Belo Horizonte: O Lutador, 2010.

LUTZ, G. Pensando um novo ritual de exéquias para o Brasil. Revista de Liturgia, São Paulo, n. 149, p. 31-34, 1998.

MANICARDI, L. O humano sofrer: evangelizar as palavras sobre o sofrimento. Brasília: Edições CNBB, 2017.

MELO, Laís de. Como lidar com o luto em tempos de pandemia. Jornal da Cidade.net., Aracaju, 20 maio 2020. Disponible en: http://www.jornaldacidade.net/cidades/2020/05/317677/como-lidar-com-o-luto-em-tempos-de-pandemia.html. Acceso el: 4 nov 2021.

MENDONÇA, J. Tolentino. A mística do instante: o tempo e a promessa. São Paulo: Paulinas, 2016. p. 16-17.

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RITUALE ROMANUM Pauli V Pontificis Maximi. Editio septima post typicam. Sanctae Sedis Apostolicae e Sacrae Rituum Congregationis Typographorum, 1949.

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