Índice
1 Cómo empezó todo?
2 Breve historia de la Liturgia de las Horas
2.1 Orígenes
2.2 La reforma de la liturgia de las Horas
3 De la Liturgia de las Horas al Divino Oficio de Comunidades
3.1 Algunos principios rectores
3.2 La sacramentalidad del Divino Oficio de Comunidades
3.3. La santificación del tiempo
3.4. El lucernario
3.5 Oración de la Iglesia
Una palabra final
Referencias
1 Cómo empezó todo?
La reforma de la Liturgia de las Horas emprendida por la Iglesia cumplió la importante tarea de recuperar el sentido eclesial de la oración, su carácter festivo y la más genuina tradición de asociar la oración, en las horas del día, con el misterio pascual (cf. IGLH, p. 33,38-39). Sin embargo, existe consenso en que la versión oficial del Oficio Divino en el rito romano mantuvo características predominantemente clericales y monásticas (TAFT, 1999, p. 303-305; JOIN-LAMBERT, 2009, p. 83-90; p. 99-100). En Brasil, su versión traducida tardó en alcanzar la capilaridad del tejido eclesial, lo que dificultó aún más la recepción del oficio reformado en el período posconciliar (LIMA, 2011, p. 31-34). Pero las dificultades se convirtieron en una oportunidad, ya que se inició un auténtico proceso de acogida a partir de la experiencia de oración de los fieles.
Se encuentran registros en la CNBB, de 1986, sobre la formación de un grupo que se encargaría de elaborar una propuesta alternativa y popular de Oficio, con el objetivo de la participación de los fieles en la Oración de la Iglesia. Pero la idea de un oficio divino popular comenzó mucho antes, en la década de 1970, por iniciativa de Geraldo Leite Bastos, presbítero de la archidiócesis de Olinda y Recife, entonces párroco de la comunidad de Ponte dos Carvalhos, en las afueras de Recife. El padre Geraldo había iniciado una práctica de oración diaria, bajo el impulso del Concilio Vaticano II. En 1987, en una entrevista, habla de esta experiencia.:
Hace 17 años, nosotros, de la comunidad de Ponte dos Carvalhos, ya cantábamos el Oficio. Dejé escrito en el libro parroquial de Tombo el inicio de cuando comenzamos a hacer una oración diferente a la misa. Creo que nuestra experiencia comenzó por dos razones: primero, porque la Misa se había vuelto algo formal. Era necesario buscar otra forma de rezar que no fuera solo la misa. (…) Otro motivo fue el contacto con los hermanos de Taizé, que habían llegado a Olinda. Participé varias veces con ellos y noté que tenían una experiencia de oración diferente a la del Monasterio de San Benito. Empecé a pensar que el pueblo podría rezar el Oficio. En aquellos tiempos difíciles de la Iglesia, muchas veces me quedaba despierto hasta el amanecer, rezando un Oficio mal rezado, leyendo toda esa salmodia … Esto me llevó a imaginar un breviario simplificado, popular, de modo que yo, que tenía tantas dificultades para rezar solo, encontrase la manera de rezar esta oración con el pueblo (LEITE BASTOS, 1988, p. 56]).
En ese momento, la Iglesia de Brasil vivía el impulso de la recepción del Concilio Vaticano II, asumido, sobre todo, por la conferencia del episcopado latinoamericano, en Medellín. En este contexto, se necesitaba una referencia de oración que correspondiera mejor a la experiencia de las Comunidades Eclesiales de Base, surgidas como expresión concreta de la Iglesia, Pueblo de Dios. Conscientes de los principios y proposiciones conciliares, las CEBs quisieron profundizar el camino abierto por la piedad popular que custodiaba tesoros de la Tradición como el Oficio parvo de la Bienaventurada Virgen María y la costumbre de rezar en determinados momentos del día.
Posteriormente, en 1986, el padre Marcelo Barros, entonces prior del monasterio de la Anunciação en Goiás, asesor de las Comunidades de Base, reunió a un grupo de personas para desarrollar un Oficio Divino accesible a las comunidades. Tomó como inspiración la experiencia del padre Geraldo Leite y como referencia inmediata a la Liturgia de las Horas, reformada por el Concilio Vaticano II, que había sido traducida desde 1971. Además, fue decisiva en este proceso la convivencia con la pequeña comunidad del monasterio de la Anunciación como lugar de experimentar la celebración del Oficio con la participación de los vecinos. En diciembre de 1988 se publicó la primera edición del Oficio Divino de las Comunidades (ODC), que en 2018 cumplió 30 años con su tercera edición, momento en el que ya contaba con 21 reimpresiones.
Se trata de una experiencia nacida en Brasil, en el contexto de la recepción del Concilio Vaticano II en América Latina, a la luz de las Conferencias Latinoamericanas de Medellín y Puebla. Aunque el ODC ha sido adoptado en asambleas de Pastoral Juvenil y otros movimientos eclesiales, en el contexto de América Latina, no existen iniciativas similares al ODC en otros países del Continente.
2 Breve historia de la Liturgia de las Horas
2.1 Orígenes
El Oficio Divino es una concreción de la tradición que se remonta a los inicios de la Iglesia. En los Hechos de los Apóstoles hay alusiones a una práctica de oración en las horas del día, en continuidad con el ritmo diario de la oración judía. En el siglo IV, este tipo de liturgia había alcanzado estabilidad: las laudes y vísperas se celebraban a diario, en comunidad (ELBERTI, 2011, p. 166). Según Eteria, la peregrina que relató la liturgia en Jerusalén, en ese mismo siglo, era una práctica diaria, vinculada a las horas, especialmente al anochecer y al amanecer, en memoria del crucificado-resucitado. Se contaba con la participación del pueblo, hombres y mujeres e incluso niños. Era una liturgia expresiva, no sólo con salmos e himnos, sino con gestos y símbolos, de manera sencilla y popular (Cf. ETÉRIA, 1977, n. 24,1-7). Este modelo de oficio celebrado en las catedrales, con toda la densidad bíblica y teológica, simple y accesible al pueblo, tendía a alimentar la vida del cristiano común.
Sin embargo, con el paso del tiempo, la oración de la Iglesia se fue reduciendo hasta el punto de quedar restringida a una determinada porción del pueblo de Dios, lo cual ocurrió por varias razones, como la implantación del latín como lengua litúrgica, la multiplicación de horas en algunos contextos, la complicación y saturación de los ritos, que excluían al pueblo de la participación y comprensión de las palabras. Según Pietro Sorci, la principal causa de la desaparición de la oración horaria se debe a la eucaristización (celebración de misas diarias y, a veces, más de una; ocurrencia de las horas santas de adoración al Santísimo Sacramento) y todo lo que a ella se refiere (clericalización, eclesiología de los elegidos, sacramentalización), en detrimento de la evangelización, incluyendo una formación insuficiente en los seminarios. Además, la supresión de esta forma de oración también se debió a la recitación individual impuesta al clero, que no logró reunir a la gente para celebrar comunitariamente el Oficio (Apud. PEREIRA SILVA, 2015, p. 15).
Esta realidad trajo consecuencias celebrativas para el Oficio Divino, como el empobrecimiento de los gestos, la transformación de lo que era expresión de gratuidad en algo pesado, infligido por la “obligación”. La desconexión con la hora, dado que la recitación de la oración se hacía a menudo en cualquier momento del día, condujo a una disminución del carácter pascual del Oficio. En ambientes monásticos, por el contrario, el Oficio mantuvo su estilo comunitario, ligado a las horas y al año litúrgico, pero en latín y con los añadidos exigidos por la condición de vida monástica. Así, lo simple y popular se volvió complejo y sobrecargado de elementos, con salmos, himnos, lecturas, letanías, oficios diarios en honor de la Virgen María y de los muertos, entre otros.
El pueblo, en su gran mayoría, abandonado muchas veces a su propia suerte, sin posibilidad de una verdadera iniciación en la fe y celebración del misterio, buscó creativamente en las devociones el alimento de la fe cristiana, como atestigua el Directorio sobre liturgia y piedad popular:
Desde el siglo VII hasta mediados del XV, la diferenciación entre liturgia y piedad popular se va determinando y acentuando paulatinamente, hasta que se crea un dualismo celebrativo: paralelamente a la liturgia, oficiada en latín, se desarrolla una piedad popular comunitaria, que se expresa en la lengua vernácula (CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO, 2003, n. 29).
En relación con el Oficio, el rosario, con 150 Avemarías, sustituye a los 150 salmos; El Ángelus, rezado tres veces al día, ocupa las horas del Oficio; el Oficio de Nuestra Señora recoge los himnos de todas las horas del Oficio de la Madre del Señor y es rezado solo en una hora, imitando al clero en la desconexión con la hora.
2.2 La reforma de la liturgia de las Horas
Sin menospreciar el valor de la piedad popular e incluso destacando su gran contribución al sostenimiento de la fe cristiana de la mayoría del pueblo (cf. SC 13), era más que necesario un esfuerzo para devolver al pueblo las riquezas del patrimonio litúrgico de la Iglesia. El gran objetivo del movimiento que preparó la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II fue hacer la espiritualidad más litúrgica a través de la participación. Dado que la liturgia es una expresión comunitaria y una regla segura de la fe, también es una escuela de espiritualidad cristiana. Se trataba de reaprender a rezar utilizando la liturgia como fuente, dejando atrás los métodos individuales y devocionales. Entre las propuestas para hacer factible tal empresa estaban la traducción del misal como el principal libro de oración y la popularización de los Oficios de Vísperas en el domingo y el Oficio de Completas. Una experiencia importante, que sirvió de referencia para la preparación de la reforma del Oficio Divino, fue la de la Comunidad Ecuménica de Taizé, que, en la década de 1940, propuso la oración de las horas de manera sencilla y despojada, atrayendo multitudes, especialmente jóvenes.
El propósito de la reforma del Concilio Vaticano II sobre el Oficio Divino era devolver esta práctica a la condición de “oración pública y común del pueblo de Dios” (IGLH, n. 1), recuperando su dimensión de acción comunitaria, oración de Cristo al Padre y oración de la Iglesia con Cristo (y a Cristo, según san Agustín), en conmemoración de su Pascua. Además, el Concilio cambió el lenguaje rubricista y clerical de la Liturgia de las Horas a un lenguaje eclesial y pascual gratuito y espiritual.
A continuación, destacamos cuatro aspectos de la reforma.
El Oficio Divino es Liturgia. Como toda liturgia, el Oficio Divino es una acción ritual, comunitaria, eclesial, no una acción particular (Cf. SC 26). Es una lit-URGIA (lit = pueblo; urgia = acción, oficio, trabajo): acción del pueblo y acción de Dios (divina) al servicio del pueblo. Es una acción litúrgica como cualquier otra. En ella se organizaron los mismos elementos que forman parte de las demás celebraciones de la Iglesia (himnos, salmos, lecturas bíblicas, silencio, oraciones, música, gestos simbólicos) teniendo en cuenta su peculiaridad: la memoria del misterio pascual ligado a las horas en el ritmo diario, articulándose también con el ritmo semanal y anual.
El pueblo como sujeto. El Concilio Vaticano II quiso devolver a todo el pueblo el derecho a celebrar el Oficio Divino, aunque más en el ámbito del clero y la vida consagrada. Pero recomendó que los laicos “reciten el Oficio Divino, bien con los sacerdotes, bien reunidos entre ellos, e incluso cada uno en particular” (SC 100). La Instrucción General sobre la Liturgia de las Horas subraya que “la alabanza de la Iglesia no está reservada al clero y los monjes, ni por su origen ni por su naturaleza, sino que pertenece a toda la comunidad cristiana” (IGLH 270). El Oficio Divino es acción litúrgica si el pueblo se convierte en sujeto orante, en el ejercicio del sacerdocio bautismal ofreciendo el sacrificio de alabanza [Cf. GARCÍA, 2015, pág. 78].
La verdad de las horas. La reforma del Concilio Vaticano II llamó la atención sobre el propósito específico del Oficio Divino: “consagrar, mediante la alabanza de Dios, el curso diurno y nocturno del tiempo” (SC 84). Enfatizó la verdad de las horas (SC 94), destacando, como horas principales, las Laudes, rezadas al amanecer, en memoria de la resurrección de Jesús, y las Vísperas, celebradas al atardecer, tiempo que recuerda a la última Cena de Jesús y la cruz (Lc 22,53). La Liturgia de las Horas es la Oración de la Iglesia, unida a Cristo en su oración de alabanza, acción de gracias e intercesión, haciendo memoria de su Pascua.
Fue el mismo Salvador quien vinculó nuestro tiempo a la redención: “Hoy se ha cumplido esta palabra de la Escritura” (Lc 4,21), es decir, hoy la Palabra anunciada transforma el tiempo en liberación y gracia (Cf. GARCÍA, 2015, pág.77). En la Liturgia de las Horas, la palabra de Dios pronunciada, proclamada, escuchada, vivida y actualizada interpreta el tiempo como kairós, acontecimiento de salvación, tiempo favorable, memorial de la nueva alianza (Cf. GARCÍA, 2015, p. 72). Hay, en el acto de celebrar, una profunda relación entre las horas de Jesús y las horas de la comunidad que ora, entre su pasión y las marcas de pasión que las personas llevan a sus cuerpos (cf. SC 12; 2Cor 4,10- 11).
Fuente de piedad. La intención de la reforma del Oficio Divino era convertirlo en fuente de piedad y alimento para la oración personal (SC 90). La liturgia de las horas es expresión de la alianza y, en consecuencia, fuente de transformación pascual. Es glorificación y santificación. Por eso es fundamental que participemos plenamente y sigamos con la mente [y el corazón] las palabras [y los gestos], y colaboremos con la gracia divina para que no la recibamos en vano (cf. SC 11 y 90).
A pesar de estos avances, la liturgia de las horas se ha mantenido bastante “monástica” en su forma. Hay quienes dicen que de las debilidades de la reforma litúrgica la más evidente es la reforma de la Liturgia de las Horas. En el movimiento de regreso a las fuentes, la reforma no logró restaurar la sencillez y ritualidad de la práctica primitiva del Oficio de las Catedrales, con toda la riqueza de ministerios, símbolos y ritos, celebrada con la participación del pueblo, como se señaló anteriormente. La reforma tuvo más en cuenta al clero y la vida consagrada que al pueblo. Además, debido al peso histórico de la obligación, en la práctica, es difícil pasar de la recitación a la celebración. La versión brasileña de la Liturgia de las Horas (LH) es excelente desde el punto de vista de la traducción, especialmente de los salmos, adaptados al canto. Pero lleva consigo los límites de la edición típica, como el hecho de que no avanzó hacia la inculturación, tan deseada por el propio Concilio (Cf. SC 37-40).
3 De la Liturgia de las Horas al Divino Oficio de Comunidades
3.1 Algunos principios orientadores
El Divino Oficio de las Comunidades (ODC), tomando como referencia inmediata para su elaboración la Liturgia de las Horas renovada, buscó ofrecer al pueblo una versión popular de la tradición de oración de la Iglesia.
Por un lado, fue fiel a la Liturgia de las Horas (LH), porque obedeció a la misma estructura, la misma teología y la misma secuencia ritual. Al igual que en la LH, toda la elaboración ritual del ODC está destinada a expresar el misterio del crucificado-resucitado, en las horas del día, siguiendo el ritmo diario, semanal y anual, con himnos, salmos, cantos bíblicos y oraciones.
Por otro lado, tomando la experiencia eclesial de Brasil como punto de partida, la ODC supo dejar de lado lo que pesa sobre la estructura de la liturgia de las Horas y se atrevió a ser creativo en el sentido de incorporar nuevos elementos: la nueva forma de celebrar. Comunidades eclesiales de base y el deseo de oración del catolicismo popular.
No se trata de proponer a las comunidades el oficio tal como en el rito romano, pero simplificado o abreviado. Se trata de un estilo brasileño nuevo en el campo más amplio de la familia litúrgica romana. No bastaría con repetir o publicar las habituales oraciones y cánticos de la religión popular, ni siquiera los de los encuentros de oración de los grupos que están en este itinerario. El Oficio Divino de las Comunidades quiere ser una síntesis real e inteligente, fiel a la gran tradición litúrgica y a la sensibilidad y cultura de nuestro pueblo. (BARROS, 1988, p. 30).
De la tradición eclesial latinoamericana, el ODC heredó el Recuerdo de la Vida, que es la expresión más sensible de la relación entre la liturgia y la vida. Según Libanio, las liturgias surgidas en el escenario de la Iglesia de Medellín responden al desafío de vincular la liturgia con la praxis liberadora “sin romper la columna vertebral de la gratuidad, la libertad y la belleza contemplativa” (LIBANIO, 2001, p. 107-108). El Oficio comienza sin ningún comentario, con una invocación de Dios y una invitación a la alabanza. Solo entonces, quien preside invita a los participantes a traer experiencias que hayan marcado sus vidas.
La vida, los acontecimientos de cada día, las personas, sus angustias y esperanzas, sus tristezas y alegrías, las conquistas y reveses del camino, los recuerdos notables de la historia, de la comunidad, de las Iglesias y de los pueblos, los propios fenómenos de la naturaleza son señales de Dios para los que tienen ojos para ver y oídos para oír. Ahí es donde comienza nuestra escucha de la Palabra de Dios. Recordar la vida, traerla de vuelta al corazón, compartir recuerdos e inquietudes, ayuda a que la oración sea verdadera. (ODC, 2018, p. 11).
Pero la vida está latente en todo el oficio: en el lenguaje de las oraciones y plegarias, en los salmos, en los himnos del camino, en la memoria de los mártires que defienden la vida en nuestro continente. Cabe recordar también el cuidado de la dimensión ecuménica en el ODC, expresada en elementos como el Padre Nuestro ecuménico, los himnos de las Iglesias hermanas, la inclusión de imágenes de Dios (de ternura, bondad, compasión).
El gran mérito del Oficio de las Comunidades es que logró, en la práctica, lo que propone la Liturgia de las Horas: que el Oficio, como cualquier otra acción litúrgica, no sea una acción privada, sino acción comunitaria, celebración.
En las culturas populares brasileñas, la forma de darle a cada oficio un carácter más celebrativo es integrar todo el cuerpo y el universo que nos rodea en la oración. En la Biblia, los salmos contienen muchas actitudes corporales de oración, como volverse hacia la montaña, levantar los ojos y las manos, inclinarse, arrodillarse, caminar en procesión. (BARROS, 1994, p. 30)
Incluso sin estar determinado por escrito, la práctica creó un estilo de celebración que busca la valorización del espacio, el canto, los ministerios, los gestos (encender velas, reunirse alrededor del ambón para escuchar el evangelio, ofrecer incienso …). Todo para llevar al silencio y favorecer la participación externa e interna, consciente y fructífera. En este sentido, la gran perla en el ODC es el Lucernario en la vigilia de los domingos y solemnidades. Este rito, que en las comunidades de los orígenes pertenecía al Oficio cotidiano de las Vísperas, se ubicó en la apertura del Oficio de la Vigilia, destacando el domingo como pascua semanal, en analogía con el rito de la luz en la Vigilia Pascual.
En cuanto a la interacción con el catolicismo popular, el ODC es un ejemplo exitoso de la “mutua fecundación” entre liturgia y piedad popular, tan deseada por la reforma litúrgica (Cf. SC 13) y tan evocada por los documentos del CELAM y CNBB [ CNBB, 1984, pág. 30). No se trataba tanto de añadir elementos externos del catolicismo popular, sino de hacer corresponder el Oficio a la “piedad” del pueblo, a su “anhelo de oración y de vida cristiana”, a “la sed de Dios, que solamente los pobres y sencillos pueden experimentar”(Cf. Evangelii Nuntiandi, 48). Destaca, en esta sintonía con la piedad popular, el estilo orante, la forma de repetición en los cantos, especialmente en las aperturas, el lenguaje sencillo y cariñoso, la ausencia de comentarios, lo que facilita la participación y establece una relación amorosa, de alianza. entre Dios y su pueblo.
3.2 La sacramentalidad del Divino Oficio de Comunidades
El Concilio Vaticano II presenta toda la liturgia, no solo los siete sacramentos, como un evento sacramental, en el que Jesucristo está presente, en el ejercicio de su sacerdocio, para glorificar al Padre y santificar a la humanidad.
En el artículo 7 de la Constitución litúrgica entre los signos sensibles que significan y que realizan lo que significan, está la asamblea que ora y salmodia, porque en ella Cristo se hace presente y actúa con la fuerza de su Espíritu. Podemos decir que la asamblea reunida, el tiempo, la música, los salmos y cánticos, la oración, los gestos y las palabras, son signos sensibles que alcanzan la corporalidad de los participantes, evocan el misterio invisible de Jesucristo y, a través de la acción del Espíritu, realizan la transformación pascual.
3.3 La santificación del tiempo
Tomemos la categoría del tiempo, que es tan importante para comprender la liturgia horaria del Oficio Divino. En las Escrituras, los términos chronos, kairós y aiôn, respectivamente, relacionan el tiempo de la vida humana en curso, el tiempo de la acción de Dios en la historia de la humanidad y el tiempo humano como intercesión entre los datos históricos y su significado escatológico. En todas las acepciones, el tiempo es una noción fuertemente identificada con el ser humano (AUGÉ, 2019, p. 36-38). De tal modo que la noción de santificación del tiempo no significa otra cosa que la santificación del mismo ser humano a través de su inserción memorial en la propia experiencia temporal del Verbo Encarnado, la historia de la salvación. El tiempo es santificado por la Liturgia de las Horas porque, junto con el Año Litúrgico, contribuye a dar un nuevo sentido al tiempo de la vida humana (PINELL, 2005, p. 216).
El tiempo como señal sensible se vuelve más evidente al amanecer y al atardecer debido a la incidencia de la luz. Estos momentos se establecieron como recuerdo y renovación de la alianza. Sin la palabra luz no significa; sin luz, el verbo no se hace visible (Cf. GARCÍA, 2015, p. 150). La palabra narra el misterio pascual de Cristo y de la Iglesia, en la la luz que ilumina la oscuridad de la noche, o en el sol que aclara el alba. La palabra invisible, pero audible en los salmos, en las lecturas, en los himnos, en las oraciones, interpreta el signo sensible, haciendo visible el Verbo (Cf. GARCÍA, 2015, p. 72). Por tanto, el cuidado con la verdad de la hora es condición para que la Palabra pueda interpretar la luz.
3.4 El lucernario
El rito del lucernario, en la vigilia del domingo y de las fiestas mayores, consta de la apertura y del himno lucernar. El oficio de vigilia comienza en la oscuridad, en silencio. Se entona, a media voz, un refrán meditativo para despertar en el corazón el anhelo del Dios vivo. Como es habitual, sin ningún comentario, el presidente se levanta y comienza los versos de la Apertura, que la asamblea repite:
– ¡Venid, naciones, a cantar al Señor! (Bis)
¡Al Dios del universo, venid a celebrar! (Bis)
– ¡Su amor por nosotros, firme para siempre! (Bis)
Su fidelidad dura eternamente. (Bis)
Las velas se encienden
– Para ti, Señor, toda noche es día. (Bis)
La oscuridad más densa pronto se ilumina. (Bis)
– ¡Eres la luz del mundo, eres la luz de la vida! (Bis)
Cristo Jesús resplandece: ¡eres nuestra alegría! (Bis)
Se ofrecen incienso o hierbas aromáticas.
– ¡Suba nuestro incienso a ti, oh Señor! (Bis)
Esta alabanza pascual, ofrenda de amor. (Bis)
– Nuestras manos orantes elevándose a los cielos! (bis)
¡Que lleguen como ofrenda al son de este himno! (Bis)
– Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. (Bis)
Gloria a la Santísima Trinidad, gloria al Dios bendito. (Bis)– ¡Aleluya, hermanas, aleluya, hermanos! (Bis)
Pueblo de sacerdotes, alabado sea Dios. (Bis)
Las primeras palabras de la apertura son convocatoria a la alabanza, con versos del Salmo 117. En estas palabras escuchamos al mismo Cristo llamando a la comunidad a participar en su oración al Padre, como tantas veces lo hizo en su vida terrena (cf. Mc 6,30 -31). Trazamos la señal de la cruz en el cuerpo en el primer versículo, recordando nuestro bautismo, mediante el cual Cristo nos asocia con su misterio pascual y su oración. El canto de apertura continúa, con palabras que se unen al gesto de encender el cirio y las velas para narrar la victoria de la Luz sobre las tinieblas que corresponden a las aflicciones del pueblo. La función de la oración de las horas es gritar, poner lo que sucede en el mundo ante los ojos de Dios. Dios escucha el clamor, mira el corazón de los que sufren y desciende para salvar (cf. Ex 3,7-8).
Sobre el altar se coloca un recipiente con brasas encendidas. Todavía en la oscuridad, pero ahora iluminada con las llamas encendidas en la mano de la asamblea, se ofrece incienso, signo del sacrificio espiritual del pueblo sacerdotal, acompañado de los versos cantados.
Terminada la apertura, el presidente invita a los participantes a traer los recuerdos que identifican las luces del camino o las noches que persisten …
Luego, se canta el himno “Luz Radiante”. Este himno, más antiguo que el Gloria, data del siglo II y es mencionado por San Basilio (BASÍLIO, 2003, p. 403). En el ODC, (p. 265) la versión es de Reginaldo Veloso, en forma responsorial, para garantizar la participación de la asamblea a través de un refrán que se repite en cada estrofa.
Luz radiante, luz de alegría,
luz de gloria, Cristo Jesús
– Es del Padre inmortal y feliz
el resplandor que en todo reluce!
– Cuando el sol va llegando al ocaso
¡avistamos de la noche la luz!
– Cantamos al Padre y al Hijo
y al Divino que nos guía!
– Te mereces el canto más puro,
¡Oh, Señor de la vida, tú eres la luz!
– Tu gloria, oh, Hijo de Dios,
¡el universo todo seduce!
– Cante el cielo, cante la tierra y los mares,
la victoria, la gloria de la cruz!
Las palabras del himno continúan narrando el misterio manifestado en las luces que rompen la oscuridad. Hacen que la asamblea reconozca, en esa imagen de la noche iluminada, la presencia de Cristo Resucitado, a quien va dirigido el himno. Delante del día que muere, la comunidad creyente contempla la luz que no muere. El texto identifica en el “resplandor del Padre que todo reluce”, el hijo unigénito que procede del Padre, que es la fuente de la vida. El canto más puro está dedicado a Cristo, Señor de la vida, que seduce al universo con su gloria, a través del cual el cielo, la tierra y los mares entonan su canto.
La eficacia presupone la conciencia de la asamblea de estar inserida en un evento de salvación, en el que Cristo, por obra del Espíritu, realiza en ella el misterio de su Pascua. Al transformar el tiempo en kairós, se realiza en la Iglesia el paso de la muerte a la vida. Después de todo, el fin último de la liturgia es la santificación (SC 10 y 33). Así, poco a poco, cada persona es llevada a superar todo lo viejo para alcanzar la estatura de la “nueva criatura” en Cristo.
3.5 Oración de la Iglesia
Reunirse para orar es una acción primordial y un requisito vital de la comunidad cristiana. Cuando los padres de la Iglesia enfatizan la importancia de la asamblea cristiana, piensan no solo en la Eucaristía, sino también en otros momentos comunes de oración y alabanza.
El artículo 83 de Sacrosanctum Concilio hace una declaración que retoma la LH como parte estructurante de toda la liturgia de la Iglesia:
Jesucristo une a toda la humanidad y la asocia con su cántico de alabanza. Y continúa ejerciendo este sacerdocio en la Iglesia, que sin cesar alaba al Señor e intercede por la salvación del mundo, no solo con la celebración de la Eucaristía, sino de muchas otras formas, especialmente a través del Oficio Divino.
El artículo 84 dice que en esta oración “Cristo se dirige al Padre mediante su cuerpo”. Es decir, esta oración pertenece a todo el cuerpo de Cristo. La oración de la comunidad y de toda persona que reza es sacramento de la oración de Cristo. Él es el mediador de la nueva alianza, a través del cual la humanidad tiene acceso al Padre. El Padre siempre escucha la voz del Hijo (Jn 11, 42). “Es necesario, por tanto, que cuando celebramos el Oficio Divino, reconozcamos el eco de nuestras voces en la voz de Cristo, y la suya en nosotros” (PAULO VI, 1971, 20).
Uno de los méritos del ODC es precisamente el de proporcionar que el pueblo de las comunidades tenga acceso a la oración que les pertenece y que pueda participar activa, consciente y fructíferamente. No solo, pero ha desencadenado un proceso de aprender a orar con la Iglesia, de descubrir los salmos como escuela de oración, de reconocer en ellos la voz de Cristo y de hacer de la oración una experiencia de gratuidad y de amorosa alianza. No es algo que se da automáticamente. Es necesario aprender.
San Benito ofrece una regla de otra, que Sacrosanctum Concilium asumió y aplicó a toda la Iglesia: Que la mente esté de acuerdo con la voz”(SC 90; RB 19). La mente “no equivale sólo a la razón, sino a la persona interior con su conocimiento, su voluntad y su sentimiento. Es casi idéntico al corazón, especialmente a la parte dominante del alma (Cf. GRÜN, 2019, p. 30-31). La voz se refiere a la manifestación del Espíritu, es la voz de Dios la que debemos escuchar. El corazón debe estar a tono con la voz (Cf. GRÜN. 2019, p. 30-31).
Pensemos en el salmo.
El criterio general para elegir un salmo en el oficio es la hora. La persona no elige el salmo, él es ofrecido. Tomemos el Salmo 30 (29) en el oficio de la tarde (ODC, p. 52).
Cae la tarde, llega la noche
la tristeza, el llanto, el dolor,
por la mañana renace el sol,
nuevo día alegría.
1. Señor, grandes cosas diré de ti,
Porque me libraste y no permitiste
¡Que se los malvados se riesen, burlándose de mí!
2. Señor, te llamé y me curaste;
Mi vida, desde el lugar donde los muertos residen,
¡Solo tú me tomaste y me liberaste!
3. ¡Canten, todos los santos, den gloria al Señor!
Tu ira es un momento y pronto se acaba;
¡Bondad, toda la vida perdura el amor!
4. Seguro, yo decía: ¡nunca temblaré!
Favor, me cubriste de honor y poder.
Escondiste tu rostro y me asusté …
5. Ten piedad Dios mío , te lo ruego …
¿Habrá alguna ventaja en la muerte? …
¡¿El polvo de mis huesos te alabará?! …
6. ¡Señor, ten piedad, ven a ayudarme!
Mi dolor y mi llanto convertiste en placer;
Tu nombre por siempre bendeciré!
El salmo está ahí, con una letra en versión popular en perfecta simbiosis con la melodía. Todo en él apunta al final de una jornada de trabajo y lucha. Habla de la tristeza de la noche que llega, pero promete la luz de un nuevo día: cae la tarde, llega la noche, la tristeza, el llanto el dolor, por la mañana renace el sol, nuevo día alegría. Al cantar los versos, la persona encuentra la expresión de su agradecimiento por el día que ha pasado, por las luchas superadas, por la firmeza a pesar de las dificultades. La gratitud que ya está en su corazón, a veces sofocada por el cansancio, se despierta con las palabras del salmo. La persona se identifica con el salmo como si ella misma lo hubiera generado (Cf. CASSIANO, 2003, p. 984).
Al encontrar en el salmo la expresión de acción de gracias, se une a la acción de gracias del Hijo, que ha hecho de toda su vida una ofrenda de alabanza. Cómo no escuchar la voz de Cristo cuando se canta: Mi vida, desde el lugar donde los muertos residen, Solo tú me tomaste y me liberaste (estrofa 2). Allí, la voz del orante y la voz de Cristo se vuelven una sola voz. Por tanto, “yo no soy el que hace algo con la palabra, sino que es la palabra la que hace algo conmigo” (GRÜN, 2019, p. 32), la palabra que es Cristo, cambia la voz de quien salmodia con su propia voz, el Espíritu que renueva todas las cosas, lo transforma en aquello que está rezando.
Una palabra final
En el actual escenario de Iglesia, en general, la Misa propia del domingo, que por tradición es la culminación de todas las acciones litúrgicas, parece haberse convertido en la única celebración de la Iglesia: repetida todos los días, en todas partes y con frecuencia, de cualquier modo, cuando no instrumentalizada para propósitos dudosos. Junto a la misa, está el rosario, la devoción a los santos, la adoración al Santísimo, sin olvidar la avalancha de prácticas del catolicismo conservador, que nada tiene que ver con la piedad popular. La celebración de la Palabra en sí no constituye una parte orgánica de la liturgia de la Iglesia, ocupando como máximo un lugar de sustitución (por falta de sacerdote). El Oficio Divino ni siquiera aparece en la planificación pastoral de iglesias y parroquias. Bien podría ser una alternativa de celebración de la comunidad cristiana, la más inmediata después de la misa. El Oficio de las Comunidades se ofrece como fuente en el camino, arraigada en la tradición de los padres y madres de la Iglesia, de manera muy brasileña, y fiel a la eclesiología latinoamericana. No se impone como una obligación, ni como una forma exclusiva, sino que se ofrece gratuitamente a las comunidades que viven la fe en medio de las luchas de cada día y anhelan nutrir su vida espiritual.
Penha Carpanedo, pddm. Texto original portugués. Postado en dicembre del 2020.
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