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Experiencia Religiosa: abordaje de las ciencias de la religión

Índice

1 La mirada sociológica

2 La mirada fenomenológica

3 La mirada psicológica

4 La mirada teológica

5 Un campo semántico en discusión

6 La búsqueda de la experiencia espiritual

7 Referencias Bibliográficas

Abordar la cuestión de la experiencia religiosa es entrar en caminos extremadamente complejos y cada vez más polémicos en este tiempo de crisis de sentido de las instituciones tradicionales . La propia categoría “religión” gana una plétora de significados, así como también hoy el “campo religioso” abarca otros aspectos que no se encuadran precisamente en el ámbito de las religiones. Como señalan Carlos Steil y Rodrigo Toniol, el concepto mismo de religión se vuelve inadecuado para “designar un habitus que se expresa por medio de las espiritualidades, de las filosofías de vida y las experiencias de los sagrado que componen determinado régimen de creencias” (STEIL & TONIOL, 2012).

La noción de experiencia vino definida con el rigor necesario por el filósofo Henrique Cláudio de Lima Vaz, en un artículo clásico del inicio de la década de 1970. En esa ocasión, justificaba la pertinencia de si había o no oposición entre la experiencia y el pensamiento. En su argumentación, la experiencia está definida como “la cara del pensamiento que se vuelve hacia la presencia del objeto” (LIMA VAZ, 1974, p. 76). La experiencia incluye así un campo de relación activa entre la consciencia y el fenómeno, suscitando su traducción en lenguaje, a pesar de toda lo difícil que es esta operación, sobre todo en razón a lo “inefable de la presencia”. Sin embargo, el lenguaje busca traducir la presencia, aunque con el límite de su formalidad: “La presencia sin lenguaje es opaca, el lenguaje sin la presencia es vacía” (LIMA VAZ, 1974, p. 79).

La experiencia religiosa nos habla del vínculo con lo sagrado, evocando en la consciencia cuestiones que tocan el ámbito esencial del sentido. En la búsqueda por situar la peculiaridad de esta experiencia religiosa, vinculándola a la estructura de la experiencia, se puede decir que:

“en la experiencia de lo sagrado el polo de la presencia se define por las peculiaridades de un fenómeno cuyas características provocan, en el polo de la conciencia, esas formas de sentimiento y emoción que forman un halo alrededor de todo el núcleo cognitivo de la experiencia y que el análisis clásico, como el de Rudof Otto, intenta describir” (LIMA VAZ, 1974, p. 82).

La experiencia religiosa puede ser captada por ángulos o prismas diferentes, incluyendo campos distintos del saber que se interrelacionan y dialogan entre sí, favoreciendo perspectivas dinámicas para su comprensión. Al lado de una mirada sociológica, otras contribuciones se suman, como las provenientes de la perspectiva fenomenológica, psicológica y teológica como una forma de abrir el campo de discusión en un terreno tan complejo y polémico como es el de la experiencia religiosa.

1 La mirada sociológica

La peculiaridad de una mirada sociológica sobre el fenómeno religioso consiste en traer esta cuestión hacia una forma más concreta de inserción en el tiempo. El fenómeno está allí, sucediendo en expresiones efectivas.  Son representaciones y creencias, son ritos específicos que traducen, como lo indica Emile Durkheim, un “sistema de fuerzas” bien vivo. Este sentimiento no puede ser ilusorio, pues estuvo siempre acompañando la dinámica de la humanidad: tiene correspondencia con algo en lo real. Se trata de un sentimiento “demasiado general” y que se traduce en la condición humana como una fuerza dinamogénica inusitada, que ayuda a soportar las dificultades de la existencia y también a superarlas. Como señala Durkheim, la religión tiene como función ayudar a vivir, suscitar un forma de actuar, todo ello motivado por un sentimiento peculiar de “poder” que eleva al ser humano por encima de sus potencialidades, auxiliándolo a enfrentar las pruebas del día a día. Es más un sistema de fuerzas que de ideas.

Lo que vincula las diversas creencias religiosas, como lo indica Durkheim, es la percepción de la clasificación de las cosas como sagradas o profanas. Las cosas sagradas abarcarían un círculo de objetos de extensión infinitamente variable, teniendo una percepción peculiar de “dignidad” singular – y superioridad – con respecto a las cosas profanas. Al mismo tiempo, el carácter sagrado no es algo instrínseco de una cosa reconocida como sagrada, sino que es un dato “que se suma”. Cuando se habla de “fuerza religiosa” lo que está en juego es un sentimiento inspirado por la colectividad de sus miembros, que es proyectado y objetivado.

En el mismo movimiento en el que se estrecha el lazo del fiel con su Dios, se afirman también los lazos que unen al individuo con la sociedad de la que es miembro. Esto sucede de forma precisa en las prácticas del culto. Allí ocurre no apenas un “sistema de signos” que traducen la expresión de la fe, sino también una “colección de medios por los cuales ella crea y se recrea periódicamente” (DURKHEIM, 1989, p. 494). La religión está definida como un sistema solidario de creencias y prácticas relacionadas con las cosas sagradas que congrega a sus fieles en una misma comunidad moral (DURKHEIM, 1989, p. 79).

El trazo dinamogénico de la religión fue también señalado por Peter Berger en su reflexión sociológica. La religión ha sido concebida como un emprendimiento fundamental en el mantenimiento de la plausibilidad del sentido, con una derivación aun más sustantiva por relacionarse a una fuente poderosa. Se trata de una “cosmificación” marcada por la calidad de este poder misterioso y envolvente que es lo sagrado. En la medida en que trasciende y envuelve al ser humano en esta dinámica de ordenación de la realidad, el cosmos sagrado “brinda el supremo escudo del hombre contra el terror de la anomia. Encontrarse en una relación ‘correcta’ con el cosmos sagrado es estar protegido contra la pesadilla de la amenaza del caos” (BERGER, 1985, p. 40)

Con mucha razón decía Durkheim que las creencias “solo son activadas cuando son compartidas”. Es lo mismo que reitera la socióloga francesa Danièle Hervieu-Léger al destacar la importancia singular del ejercicio de la creencia en una tradición o una línea de continuidad del dispositivo devocional. La tradición gana en su reflexión un lugar singular, un lugar de “conservación” y de actuación de la creencia. Ella es la “generadora de la continuidad”. Su definición de religión es bien precisa : “Una ´religión` es un dispositivo ideológico, práctico y simbólico por medio del cual se forma, se mantiene, se desarrolla y se controla la conciencia (individual y colectiva) que pertenece a una descendencia creyente específica” (HERVIER-LÉGER, 1996, p. 129).

Con la llegada de la modernidad y de las sociedades post-tradicionalistas ocurre una crisis de credibilidad de los sistemas religiosos y la emergencia creciente de nuevas formas de creencias. Lo que caracteriza nuestro tiempo no es la mera indiferencia con respecto a la creencia, sino la pérdida de su “regulamentación” por parte de las instituciones tradicionales productoras de sentido. Lo que ocurre es un “bricolage de creencias”, una individualización y libertad en la dinámica de la construcción de los sistemas de fe. Como señala Hervier-Léger,

“el principal problema de una sociología de la modernidad religiosa es, por lo tanto, intentar comprender conjuntamente el movimiento por el cual la Modernidad continua mirando la credibilidad de todos los sistemas religiosos y el movimiento por el cual, al mismo tiempo, hace surgir nuevas formas de creencias” (HERVIER-LÉGER, 2008, p. 41)

Se vuelve poco apropiado hablar simplemente de un “retorno” o una “revancha” de lo religioso en los tiempos actuales. Hay, por un lado, la descalificación de las “grandes explicaciones religiosas del mundo” que ofrecían sentido y plausibilidad a las personas y grupos religiosos. Pero, por otro lado, esa misma modernidad secularizada no consigue responder a las demandas de la nominación, acumulando no solo utopía sino también opacidad, y con eso se generan simultáneamente “las condiciones más favorables a la expansión de la creencia”. (HERVIER-LÉGER, 2008, p. 41)

2 La mirada fenomenológica

La experiencia religiosa fue objeto de mucha reflexión también en la fenomenología de la religión y la teología, buscando rescatar el deseo de la trascendencia presente en la dinámica humana. Clásica es la posición del pensador romeno, Mircea Eliade, en la búsqueda de una esencia del fenómeno religioso, intentando encontrar en la experiencia de lo sagrado el trazo fundamental de la experiencia religiosa. Para Eliade, lo sagrado no puede ser entendido como una “fase” en la historia de la conciencia, sino como un “elemento en la estructura de la conciencia” (ELIADE, 1978, p. 13). En este sentido, el dato religioso sería constitutivo del ser humano como tal. Según esta visión más esencialista, lo sagrado sería “lo real por excelencia”, fuente de vitalidad y de fecundidad. Estar relacionado con lo sagrado, o vivir marcado por esa presencia, es propiciar una inserción en la realidad objetiva (ELIADE. s/d, p. 42). En este cuadro interpretativo, lo sagrado es lo que posibilita la orientación y la construcción del mundo, afirmando el orden cósmico. No se podría concebir la existencia humana fuera de esta comunicación con lo numinoso, pues es por excelencia el dosel protector contra la amenaza de la carencia de sentido o de caos.

En la mirada fenomenológica, el ámbito de lo sagrado se circunscribe al “mundo de lo definitivo” y de lo necesario. Delante de él todas las realidades de la vida ordinaria y todas las criaturas pasan a ser percibidas como penúltimas, envueltas por un sentimiento vivo de dependencia. Lo sagrado traduce una realidad que denota majestad, superioridad y trascendencia. Delante de él no hay sentimiento posible sino el de la criatura. Es algo simultáneamente fascinante y tremendo, como mostró con acuidad Rudof Otto. Por un lado, arrebata, desconcierta y conmueve por su calidad de “tremendum” y de “totalmente otro”.  Esto es así por el hecho de estar fuera del dominio de las cosas familiares y habituales, típicas del mundo profano. Por otro lado, provoca fascinación, encanto y atracción. Como señala Otto,  “provoca en el alma un interés que no se puede dominar” (OTTO, 1992, p. 41). Es este sentimiento de lo numinoso, de lo totalmente otro, lo que se encuentra en la base del sentimiento religioso y de la experiencia religiosa como lo indican los autores de la fenomenología de la religión.

Este abordaje fenomenológico ha sido objeto de críticas de los autores de las ciencias de la religión, sobre todo, en función de su perspectiva esencialista y de su tendencia a la generalización (GASBARR0, 2013, p. 93 e 95). Como señala Frank Usarski, uno de los más fuertes críticos a tal perspectiva en Brasil,

“el mayor desafío que el mundo complejo de las religiones representa para un fenomenólogo clásico es el de la abstracción de la complejidad de los hechos reales para llegar al conocimiento de lo sagrado lo más inmediatamente posible, o sea, de la supuesta esencia de cualquier verdadera religión que repercuta en el interior de un ser humano sensible para esta última realidad (…) Mientras que los fenomenólogos pretendían ir más allá de los aspectos particulares que constituyen una religión en la relación tiempo-espacio para llegar a la esencia de la religión en sí, las generaciones posteriores de científicos de la religión defienden el carácter multidisciplinario de sus estudios y la necesidad de una colaboración entre especialistas formados en diferentes subdisciplinas e interesados en todas las dimensión que componen cualquier religión concreta ” (USARSKI, 2006, p. 41-43).

No obstante, no se pude desconocer la importancia del aporte de la fenomenología de la religión para acceder a la experiencia religiosa, sobre todo, el énfasis que se le ha dado a la importancia del “trato religioso” para el investigador que se disponga a entrar en el dominio complejo del fenómeno. En casos particulares, la perspectiva contraria, motivada por el ateísmo metodológico, no consigue aproximarse con profundidad al mundo del otro, o lo que es más grave, acaba por favorecer una cognición problemática, y también miserable, sobre la experiencia de la alteridad. (PONDÉ, 2001, p. 54-59).

3 La mirada psicológica

No hay como captar la experiencia religiosa desconociendo el “extraordinario polimorfismo” que la caracteriza. Se trata de una realidad que viene cargada de múltiple y complejos significados. El abordaje psicológico de la religión buscar una aproximación del fenómeno teniendo en cuenta sus tensiones y polarizaciones constitutivas. El objeto de la propuesta es el de “observar” los sujetos y las instituciones con particular atención en los aspectos subjetivos. Como indicó acertadamente Edênio Valle, aun reconociendo los innumerables “desacuerdos” que dividen a los practicantes de esta disciplina, la aproximación psicológica del fenómeno religioso tiene en sí algunos trazos importantes:

“Las definiciones dejan en claro que las religiones reales – con su peso institucional y socio-histórico – y la religiosidad, su faceta subjetiva, suceden en el seno de múltiples relaciones que se establecen entre el sujeto religioso, el grupo religioso del cual es afiliado y el universo de las creencias y valores vigentes dados la sociedad, grupo o época, considerando inclusive, sus respectivos modelos de civilidad y respectivos estadios de desarrollo tecnológico-científico y político-organizativo. En este contexto de extraordinaria complejidad, el psicólogo intenta llegar a una opción de vivencia de realidad psicológica y humana de los individuos, así como aparece en su comportamiento religioso”(VALLE, 1998, p. 260).

La mirada psicológica, anidada en un ramo específico de las ciencias de la religión, busca examinar los fenómenos y manifestaciones religiosas teniendo en vista la polifonía de sus dimensiones comportamentales. Es, por lo tanto, una mirada que se encuentra todavía en un “estadio de construcción”, aunque con una visión histórica que ya suma casi ciento cincuenta años. Este camino fue recientemente trazado por Jacob Belzen, de la Universidad de Amsterdam, quien sintetiza de manera acertada los pasos hasta ahora recorridos por la Psicología de la Religión. La forma como se concibió o se ejerció este campo temático fue muy diversificada: o se afirmó al servicio de lo religioso, o al servicio de la crítica a la religión o del conocimiento científico. Las perspectivas que se vinculan a uno de los tres caminos son recurrentes. Sin embargo, otra perspectiva, como la señalada por Belzen, también se ha venido afirmando, y de forma bien sugestiva. Se trata del camino denominado “Evaluador” (del alemán Rezensentin).  Usando una metáfora del mundo de la música, esta perspectiva tiene como foco principal la “atención” despierta para los que practican música, como es el caso de los ejecutantes de la religión. El autor justifica esta posición: “Los psicólogos de la religión ejercen su profesión como Evaluadores de una religión o comportamiento religioso y no se sienten llamados a escribir sobre la religión en general, aunque sí sobre un comportamiento concreto” (BELZEN, 2013, p. 326-327). Esta forma de procedimiento es distinto de una cierta concepción exterior o neutra, bien vigente en este campo, que destaca al investigador del objeto de su estudio en vista de una mayor cientificidad. Al contrario, los que siguen la nueva orientación están bien concientes de la importancia de una mayor aproximación de la religiosidad particular hacia una interpretación correcta de las manifestaciones subjetivas del ejercicio de la religiosidad. Esta nueva mirada viene a superar la dimensión hermenéutica de la Psicología de la Religión, instrumentándola con nuevos atributos para conocer al sujeto religioso tanto a partir “del afuera” como “del adentro” de su práctica religiosa.

4 La mirada teológica

El deseo de la trascendencia, ya presente en la mirada fenomenológica, también ha sido trabajado en el ámbito teológico, destacado con énfasis por autores como Karl Rahner. Este gran arquitecto de la teología católica se dedicó a comprender los trazos de esta “experiencia trascendental” que, de acuerdo a su punto de vista, opera en todos los seres humanos. Para él, no hay como deshacerse de ese dinamismo que actúa en la consciencia subjetiva como trazo necesario, y que no puede suprimir, aun cuando ocurra de forma anónima o atemática. Cada conciencia subjetiva estaría de esta manera motivada por “ese carácter ilimitado de apertura”. En cuanto ser de trascendencia, el ser humano está siempre, y antes de cualquier acto de libertad, situado y orientado en la atmósfera de un “misterio santo y absolutamente real”. Es este misterio – simultáneamente trascendente y familiar- el que existe “de forma más evidente”, colocado siempre a disposición del humano.

Según Rahner, esta experiencia trascendental del sujeto ha sido marcada por la universalidad, pudiendo ocurrir de forma atemática y también “no religiosa”, independiente de una experiencia religiosa explícita. Es una experiencia original, antológicamente fundada. Ella sucede de hecho donde quiera que el sujeto actúe de forma libre y profunda en su existencia. Es algo que está disponible para todos, y que puede ocurrir “aun dentro de las formas y la conceptualización que aparentemente no tiene nada de religioso” (RAHNER, 1989, p. 164). Sucede cuando el sujeto se ve enfrentado, en el ámbito de sus actividades cotidianas, con el “abismo de su existencia”, con la profundidad que escapa al rumor tranquilo de las cosas familiares.

5 Un campo semántico en discusión

Hoy, se vuelve cada vez más complicado querer caracterizar la religión con una actividad específica del ser humano, como fue definido en algunos campos de la fenomenología de la religión. Es verdad que algunos autores como Keiji Nishitani y Paul Tillich buscaron ampliar este campo semántico, intentado identificar un sentido más lato de la religión. En este caso, la expresión involucraría una dimensión más amplia, asociada a la metáfora de la profundidad. De esta forma, la religión sería una “dimensión de la realidad suprema en los diferentes campos de encuentro del hombre con la realidad” (TILLICH, 1968, p. 96).  Así mismo Nishitani, de la Escuela de Kyoto, presenta un concepto de la religión más amplio que se asocia a la “real conciencia de la realidad”. Para él, la exigencia religiosa incluiría la “búsqueda exclusivamente teorética”. (NISHITANI, 2004, p. 35-36).

Basado en las experiencias de lo sagrado o espirituales que no se encajan exclusivamente en el concepto tradicional de la religión, se debe problematizar cierta idea de rutina de la religión que se encuadra como un trazo de lo humano. Estudiosos de la historia de las religiones y las mitologías, como Jean-Pierre Vernant, lanzaron sospechas sobre los procedimientos analíticos habituales con respecto a la cobertura de la noción de la religión. Hay pueblos o tradiciones que no trabajan con una distinción entre lo sagrado/profano, ni con nociones como la de un Dios único, o inclusive de un Dios. Otras tradiciones no trazan en su repertorio dogmas o credos, ni tampoco un clero regular o promesas de inmortalidad. Se critica la idea misma de religión como siendo “estrictamente etnocéntrica u occidental” (GEFFRÉ, 2012, p. 15-16).

Como mostró Pierre Gisel, el dato religioso no puede ser concebido como algo a priori, o una dimensión específica de lo humano, pero sí como algo que solo se da en formas determinadas de las creencias o religiones específicas. Se trata, antes que nada, de una “construcción cultural”. Las religiones son históricamente afirmadas y construidas. El término “religioso”, de manera distinta de cómo fue concebido en una perspectiva más sustantiva o esencialista, es un constructo:

“lo que circunscribe no se encuentra en todas las culturas o en todas las civilizaciones, cuando designa un campo propio – como en la historia occidental impregnada por el cristianismo -, este campo es, de hecho, un “escenario” en el cual las realidades antropológicas y sociales más amplias vienen a presentarse” (GISEL, 2011, p. 169).

Se han venido sucediendo cambios esenciales en el ámbito de la modernidad post-tradicional, con implicaciones bien precisas en la dinámica religiosa. Junto con la destitucionalización creciente, expresión de la crisis de las instancias sólidas que fundaban, encuadraban y regulaban el campo de las experiencias religiosas, se instala un quiebre de la trasmisión de la memoria religiosa. Las hermandades tradicionales sufren un impacto decisivo y las nuevas creencias se afirman fuera del circuito tradicional de las religiones tradicionales. Como apunta Pierre Sanchis, “uno de los problemas más críticos que las instituciones religiosas tendrán que enfrentar en los próximos tiempos será el de verse con un significado menos totalizado para la relación identitaria que sus fieles mantendrán en ellas” (SANCHIS, 2013, p. 13-14).

Con todos los cambios provocados por la modernidad post-tradicional un dato permanece vigente: la incapacidad de lidiar con las incertidumbres antropológicas que permanecen encendidas en el tiempo. Aun superando ciertos fatalismos típicos de las sociedades tradicionales, la modernidad no consiguió responder a la sed de sentido de sus individuos. Es una demanda que permanece viva y aguda (HERVIEU-LÉGER, 1996, p. 151).  Esto tal vez ayude a explicar la gran sed espiritual que mueve un importante segmento de personas en el momento actual, suscitando nuevas cuestiones e indagaciones y ampliando el campo de discusión alrededor de la experiencia del sentido.

6 La búsqueda de la experiencia espiritual

Aun cuando la experiencia religiosa se vigorice como un dato presente y singular, tal vez sea más pertinente hablar de experiencia espiritual, en el caso de que se quiera buscar un campo de mayor universalidad. Hay que distinguir entre religión y espiritualidad, como bien lo ha mostrado el Dalai Lama. La espiritualidad está relacionada con las “cualidades del espíritu santo” tales como el amor, la compasión, la paciencia, la hospitalidad, la atención, la delicadeza y donación. Son cualidades independientes de un vínculo religioso y que cualquier individuo es capaz de desarrollar en un alto grado,  aun cuando no pertenezca a un sistema religioso determinado. Se puede hasta dejar de lado la religión, pero no estas “cualidades espirituales básicas” (DALAI LAMA, 2000, p. 32-33).

Una serie de autores no religiosos han señalado actualmente la importancia de la vida espiritual como un trazo elevado del ser humano y que es capaz de ser experimentado aun fuera del contexto religioso. Sobre esto trata el trabajo de André Comte-Sponville sobre El Espíritu del ateísmo. Para él, la espiritualidad tiene que ver con la apertura del espíritu y del enfrentarse con la vida en su profundidad. Esta apertura al infinito, a la eternidad, y lo singular que existe en el propio sujeto, despertando dimensiones inusitadas es, de hecho, un ejercicio de la vida espiritual. Si es verdad que “toda religión pertenece, al menos en parte, a la espiritualidad”, hay también que afirmar que “ni toda espiritualidad es necesariamente religiosa” (COMTE-SPONVILLE, 2007, p. 129).

La espiritualidad, señala Comte-Sponville,, es algo que se da -de forma simple y hasta mismo banal – en el dominio de la experiencia cotidiana, delante de la fuerza de la “inmanencia”. Se trata de un sentimiento esencial de estar delante del Todo, que se presenta en el tiempo y que trasborda al sujeto desde todos los lados. Creándose las condiciones para una experiencia de este estilo, algo que requiere atención y disponibilidad interior, la estupefacción delante del Misterio se revela de inmediato: “El mundo es nuestro lugar/ el cielo, nuestro horizonte; la eternidad, nuestro cotidiano”  (COMTE-SPONVILLE, 2007, p. 137).

En sintonía con esta perspectiva, se puede también señalar la reflexión de Pierre Hadot, quien habla de “ejercicio espiritual” entendido como una práctica voluntaria y personal de desapego y transformación de sí mismo, de descentramiento del ego a favor de una alianza superior del sujeto con la totalidad de las cosas (HADOT, 2008, p. 119-120; MANCUSO, 2012, p. 143-144; ).  Se trata de una experiencia que no está alejada de la vida cotidiana, pero que encuentra allí el escenario vivo de su realización. Citando un pasaje de Wittgenstein, a propósito de la mística, Hadot destaca esa singularidad del “maravillarse por la existencia del mundo”, de ser capaz de ver el mundo como un “milagro”. No hay cómo tener acceso a la riqueza de tal experiencia espiritual fuera de lo cotidiano. Es allí donde los aspectos más simples, ricos y esenciales de las cosas encuentran su guarida (HADOT, 2007, p. 16-17 e 77; PENA-RUIZ, 1998, p. 22).

Faustino Teixeira, UFJF, Brasil. Texto original portugués.

7 Referencias Bibliográficas

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BERGER, Peter. O dossel sagrado. Elementos para uma teoria sociológica da religião. São Paulo: Paulinas, 1985.

COMTE-SPONVILLE, André. O espírito do ateísmo. São Paulo: Martins Fontes, 2007.

DALAI LAMA. Uma ética para o novo milênio. Rio de Janeiro: Sextante, 2000.

DURKHEIM, Émile. As formas elementares da vida religiosa. São Paulo: Paulinas, 1989.

ELIADE, Mircea. História das crenças e das ideias religiosas. Da Idade da Pedra aos Mistérios de Elêusis. Tomo 1. Das origens ao judaísmo. Volume 1. Rio de Janeiro: Zahar, 1978.

ELIADE, Mircea. O sagrado e o profano. A essência das religiões. Lisboa: Livros do Brasil, s/d.

GASBARRO, Nicola Maria. Fenomenologia da religião. In: PASSOS, Décio & USARSKI, Frank (Orgs). Compêndio de ciência da religião. São Paulo: Paulinas/Paulus, p. 75-99, 2013.

GEFFRÉ, Claude. Le christianisme comme religion de l´Évangile. Paris: Cerf, 2013.

GISEL, Pierre. Che cosa è una religione? Brescia: Queriniana, 2011.

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HERVIEU-LÉGER, Danièle. Religione e memoria. Bologna: Il Mulino, 1996.

HERVIEU-LÉGER, Danièle. O peregrino e o convertido. A religião em movimento. Petrópolis: Vozes, 2008.

LIMA VAZ, Henrique Cláudio de. A experiência de Deus. In: BETTO, Frei et al. Experimentar Deus hoje. Petrópolis: Vozes, 1974, p. 74-89.

MANCUSO, Vito. Obbedienza e libertà. Critica e rinnovamento della coscienza Cristiana. Roma: Fazzi, 2012.

NISHITANI, Keiji. La religione e il nulla. Roma: Città Nuova, 2004.

OTTO, Rudolf. O sagrado. Lisboa: Edições 70, 1992.

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PONDÉ, Luiz Felipe. Em busca de uma cultura epistemológica. In: TEIXEIRA, Faustino (Org). A(s) ciência(s) da religião no Brasil. Afirmação de uma área acadêmica. São Paulo: Paulinas, p. 11-66, 2001.

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SANCHIS, Pierre. Prefácio. In: TEIXEIRA, Faustino & MENEZES, Renata (Orgs). Religiões em movimento. O Censo de 2010. Petrópolis: Vozes, 2013.

STEIL, Carlos; TONIOL, Rodrigo. A crise do conceito de religião e sua incidência sobre a antropologia. In: GIUMBELLI, Emerson; BÉLIVEAU, Verónica Gimenéz. (Org.). Religión, cultura y política en las sociedades del siglo XXI. 1ed.Buenos Aires: Biblos editora, 2013, p. 137-158.

TILLICH, Paul. La mia ricerca degli assoluti. Roma: Ubaldini, 1968.

USARSKI, Frank. Constituintes da ciência da religião. São Paulo: Paulinas, 2006.

Ética y Teología en el Nuevo Testamento.

Índice

1 Jesús y la ética cristiana

1.1 Las raíces veterotestamentarias

1.2 El Maestro ejemplar

1.3 El nuevo mandamiento

2 La ética del Reino en el Sermón de la Montaña

2.1 La superación del legalismo

2.2 Una nueva forma de piedad

2.3 Un camino de comunión

3 La ética de la comunidad cristiana

3.1 “Un solo corazón y una sola alma”

3.2 Solidaridad con los pobres y marginalizados

3.3 La exigencia del perdón y la reconciliación

4 La  ética del amor misericordioso

4.1 “Quien permanece en el amor, permanece en Dios”

4.2 “!Lo más grande es la caridad!”

4.3 “!Haz esto y vivirás!”

5 Desafío actual

6 Referencias bibliográficas

En otra entrada abordamos la Ética y la Teología en el Antiguo Testamento, es decir, en las tradiciones del pueblo de Israel registradas en las Sagradas Escrituras. De estas tradiciones, y de lo nuevo generado por el Espíritu de Dios, brotó la ética de Jesús y de las comunidades cristianas del Nuevo Testamento.

Las palabras y los gestos de Jesús configuraron un ethos particular en el ámbito de la religiosidad de Israel. Tres palabras sintetizan su acción: continuidad, ruptura y superación. Todo cuanto hizo y enseñó se situaba en el ámbito de la ética israelita, forjada a lo largo de los siglos. Se enraizaba en ella, dándole continuidad. Así, se colocó en la contramano de ciertas tendencias de la época, enfocadas en la sumisión de los dictados de la Ley, sin comulgar con el espíritu. Quizás los textos evangélicos induzcan a equívoco si se toma el vocablo farisaísmo como un sinónimo de la hipocresía y la falsedad. El Maestro Jesús es presentado en conflicto continuo con el ala legalista del movimiento farisaico, sin darse cuenta de que también existía una vertiente diferente forjada por la piedad verdadera. Se puede afirmar que no todo fariseo lo es de la manera como se nos habla de ellos en los Evangelios. Sin embargo, Jesús quiso ir más allá y presentar una manera de proceder, enteramente centrada en el querer del Padre, para ir más allá de la Ley.

La síntesis de este intento se encuentra en Mt 5,20: “Yo os digo: si vuestra Justicia no fuera mayor que la de los escribas y los fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos”. Así, Jesús pretendió forjar una ética superior a aquella practicada por ciertos grupos, apuntando hacia el querer del Padre como absoluto en la vida del discípulo del Reino.

1 Jesús y la ética cristiana

La tradición cristiana abrió nuevas perspectivas para la ética de Israel. De forma diferente a la de los rabinos y sus escuelas que enseñaban la interpretación de la Ley Mosaica, Jesús transmitió a los discípulos una sabiduría de vida – una ética – enfocada en el Reino de Dios y su justicia que deben ser buscados en primer lugar (cf. Mt 6,33). Eligió un método existencial – “Aprended de mí” (Mt 11,29) – para transmitir un modo de ser y de actuar con el testimonio de la vida, las palabras y los actos. El lenguaje de las parábolas fue la manera de difundir el evangelio del Reino. “No les hablaba a no ser en parábolas” (Mc 4,34). La vida y el mundo fueron las escuelas donde los discípulos de Jesús se confrontaban con una “justicia superior a la de los escribas y los fariseos” (Mt 5,20).

1.1 Las raíces veterotestamentarias

Jesús no inventó una nueva ética. Fue capaz de sumergirse en las raíces de la fe de Israel y, de este tesoro, “extraer cosas nuevas y viejas” (Mt 13,52). Su contexto ético-religioso exigía un cambio. La prevalencia de la mentalidad de ciertas corrientes del movimiento de los escribas y fariseos dio origen a una religión legalista, de donde resultaba una ética hecha de sumisión a los 613 mandamientos y prohibiciones, en los que la Torah fue codificada. La religión y, con ella, la ética, se convirtieron en una carga pesada, un peso aplastante, sin espacio para la libertad. Jesús denunciaba a los opositores a causa de su conducta impropia. “Atan cargas pesadas y las ponen sobre los hombros de los hombres, pero ellos no se disponen a moverlas ni siquiera con un dedo” (Mt 23,4). Creaban normas para los otros, sin asumirlas para sí mismos.

Mientras tanto, el nuevo ethos introducido por Jesús exigía de los discípulos una profunda renovación interior. La continuidad de la tradición de Israel conllevaba, también, discontinuidad. Jesús usó dos parábolas para hablar de la disposición para acoger la novedad de la propuesta. “Nadie coloca un remiendo nuevo en una ropa vieja, porque el remiendo estira la ropa y la rasgadura se vuelve más grande. Tampoco se coloca vino nuevo en odres viejos; por el contrario, se rompen los odres, el vino y los odres quedan inutilizados. Por lo tanto, el vino nuevo se pone en odres nuevos; así ambos se conservan” (Mt 9,16-17). Su propuesta ética no podía ser confundida con el legalismo farisaico. El Reino de Dios pedía una gran apertura de corazón para ser recibido sin reservas. Solo así se podría captar la novedad ética del Maestro de Nazaret.

1.2 El Maestro ejemplar

 “Os di el ejemplo para que, como yo hice, también vos o hagáis!” (Jo 13,15). Los discípulos eran desafiados a contemplar la forma de actuar del Maestro para inspirarse en él. Muy diferente de los fariseos hipócritas, contra los cuales fueron alertados. “Haced y observad todo cuanto os digan. Pero no imitéis sus acciones, pues dicen, pero no hacen” (Mt 23,3-4). Un aprendizaje hecho como antítesis de las lecciones de los maestros.

Jesús presentó su testimonio de vida como modelo. “Aprended de mí, porque soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29). Su vida de bienaventurado (cf. Mt 5,4) se manifestaba en el trato con los pequeños y los marginalizados, con los que convivía, al punto de irritar a los enemigos. “Los fariseos y los escribas rumoreaban: ‘Ese hombre recibe a los pecadores y come con ellos´” (Lc 15,2). Y no le ahorraban apodos ofensivos: “comilón y bebedor, amigo de los publicanos y los pecadores” (Mt 11,19). Sin embargo, nada le impedía seguir el camino cuyo ápice sería la cruz (cf. Lc 4,30).

De ninguna forma se sujetó a los caprichos del liderazgo religioso. Las exterioridades estaban fuera de su interés. Le preocupaba primero lo que salía del ser humano, pues “eso es lo que lo vuelve impuro” (Mc 7,20). Allí tienen origen los más horrendos desvíos éticos: “prostituciones, robos, asesinatos, adulterios, ambiciones desmedidas, maldades, malicia, envidia, difamación, arrogancia, insensatez. Todas estas cosas malas salen de adentro del hombre y lo vuelven impuro” (Mc 7,21-23). Sin un severo trabajo de educación del corazón, cualquier conducta ética, que provenga del compromiso cristiano, es inviable.

1.3 El nuevo mandamiento

El Antiguo Testamento conocía dos versiones del Decálogo (cf. Ex 20,2-17; Dt 5,6-21). Puede ser considerado la síntesis de la ética veterotestamentaria. Son señales o guías para la conducta humana, iluminada por la fe, camino para realizar en la historia la bondad de Dios. Todavía, el legalismo de su época exigió de Jesús reinterpretar, con total libertad, el Decálogo, inclusive con el derecho de eliminar lo que le parecía ultrapasado (cf. Mt 5,21-47). Delante de sí estaba el Padre, cuyo modo de actuar motivó a los discípulos a actuar de igual manera. “Debéis ser perfectos como vuestro Padre lo es ” (Mt 5,48).

La pregunta de un fariseo permitió a Jesús reducir el Decálogo a apenas dos mandamientos. “Amarás al Señor, tu Dios de todo corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas” (Mt 22,37-40). Así, era posible posicionarse delante de la pluralidad de exigencias de la religión, donde las cosas esenciales eran equiparadas a las cosas de menor importancia.

Mientras tanto, ya en el final de su ministerio, Jesús resume las exigencias para los discípulos en el nuevo mandamiento correspondiente al amor mutuo. “Os doy un mandamiento nuevo: amaros los unos a los otros. Como yo os amé, amaros también los unos a los otros. En esto reconocerán a todos los que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros” (Jo 13,34-35; cf. 1Jo 2,7-8). O, entonces, “Éste es mi mandamiento: amaros los unos a los otros como yo os amé” (Jo 15,12). La señal distintiva de la ética cristiana es la capacidad de establecer vínculo de caridad en las relaciones interpersonales.

Detalle: el ejemplo inspirador es la oblación de Jesús en la cruz, como prueba insuperable de amor. “Nadie tiene más amor que aquel que da la vida por sus amigos” (Jo 15,13).

2 La ética del Reino en el Sermón de la Montaña

En la perspectiva del Reino, el Sermón de la Montaña sintetiza la ética del discípulo. Mt 5-7 reúne enseñamientos de Jesús con paralelos en Marcos y Lucas, en contextos diferentes. Este catecismo del discipulado esboza, en grandes líneas, el actuar de quien optó por centrar la vida en el querer del Padre, en los pasos de Jesús. Puede ser llamado de Torá (instrucción, enseñanza) cristiana, pues no pretende ser una ley, en el sentido jurídico del término y, sí, una orientación, un proyecto de vida.

2.1 La superación del legalismo

El Maestro Jesús enseña a los discípulos a colocarse delante de la Ley con libertad de corazón, interpretándoles las exigencias bajo el prisma de la voluntad original del Padre. Las relecturas de algunos mandamientos del Decálogo sirven de ejemplo para el trato con los demás y de toda y cualquier otra ley. El Discípulo aprende a superar la materialidad de la letra para llegar al espíritu del mandamiento. No matar va más allá de la eliminación física del otro. La lengua puede volverse un arma mortífera, capaz de herir mortalmente al semejante (cf. Mt 5,21-26). El divorcio, permitido por la religión de la época, debe ser rechazado por configurarse como una falta de respeto a las mujeres (cf. Mt 5,31-33; 19,1-19). El adulterio se comete en el corazón con una mirada libidinosa (cf. Mt 5,27-30). El juramento en falso debe ser abolido de la vida del discípulo (cf. Mt 5,33-37). La llamada ley del talión – ojo por ojo y diente por diente – será substituida por la ley del perdón y de la solidaridad (cf. Mt 5,38-42). Una última ilustración:  amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo será substituido por el amor y por la oración en favor de los enemigos y perseguidores (cf. Mt 5,43-47; 5,11-12). El discípulo se recusa a interpretar la Ley al pie de la letra, para no caer en el legalismo contrario a lo que quiere el Padre.

La referencia de la acción del discípulo es el Padre. “Debéis ser perfectos como vuestro Padre es celeste y perfecto” (Mt 5,48) y la orientación del Maestro Jesús. Teniendo la forma de actuar del Padre como referencia, el discípulo estará en buen camino. El Padre no hace distinción entre las personas. Por eso “hace nacer su sol de la misma forma sobre los malos y los buenos y también caer la lluvia sobre los justos y los injustos” (Mt 5,46). Quien se deja guiar por el Padre, actuará inspirado en él. Esa es la forma de alcanzar un modo de vida – “justicia” – superior a la de los escribas y los fariseos (cf. Mt 5,20).

2.2 Una nueva forma de piedad

Otra vertiente de la ética del discípulo es la dimensión religiosa. Por preocuparse con el reconocimiento ajeno, cierta corriente del faraisaismo practicaba los actos de piedad sin cualquier profundidad. La religiosidad exterior escondía el interior lleno de malicia. Jesús denunció con vigor profético tal esquizofrenia religiosa. “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! Sois semejantes a los sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bellos, pero por dentro están llenos de huesos muertos y de toda podredumbre. Así también vosotros: por fuera parecéis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de inequidad” (Mt 23,27).

El discípulo del Reino está orientado a dar limosna de la manera más discreta posible (cf. Mt 6,1-4). Nada de sonar la trompeta y llamar la atención para sí, con el deseo secreto de ser elogiado. La regla de actuar es: “Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu mano derecha” (v. 3). ¡Esta es la ética de la discreción! La práctica de la oración sigue la misma línea (cf. Mt 6, 5-6). Será hecha en el secreto del cuarto, con las puertas cerradas, para evitar que alguien vea al discípulo en diálogo con el Padre. Por fin, al hacer ayuno, evitará cualquier señal exterior de auto-punición física, que desfigure el rostro (cf. Mt 6,16-18). Antes, la cabeza en alto y el rostro lavado despejarán cualquier indicio de ayuno. Solo el Padre conocerá la disposición interior del discípulo.

2.3 Un camino de comunión

Bien situado en la tradición religiosa de Israel, Jesús se coloca al servicio de la reconstrucción del proyecto del Padre para la humanidad. Por eso, señalará a los discípulos un camino de comunión y de fraternidad, motivándolos a eliminar los focos de división y de enemistad.

El Maestro los exhorta a rechazar el materialismo que genera en los corazones la sed de poseer y acumular, sin cualquier preocupación por compartir (cf. Mt 6,19-21). Este tesoro engañoso puede ser perdido en un pestaneo. Solo los pobres de espíritu son capaces de transitar el camino señalado por el Maestro (cf. Mt 5,3), de estar siempre al servicio de Dios y jamás del dinero (cf. Mt 6,24). El discípulo también es exhortado a tener cuidado con la mirada, la puerta por donde pueden entrar en su corazón tantos sentimientos deshumanizantes  (cf. Mt 6,24). Le cabe ser “puro de corazón” (cf. Mt 5,8). La ética del Reino exige del discípulo cultivar la virtud de la autocrítica para estar a la altura para criticar al hermano o a la hermana de la comunidad. La hipocresía de ver la paja en el ojo del prójimo, sin darse cuenta de la traba que está en el propio ojo, es incompatible con el deseo de vivir concentrado en el Padre. De allí proviene la orden de no juzgar para no ser juzgado (cf. Mt 7,1-5).

Dos orientaciones de vida son fundamentales para el discípulo del Reino. La primera es: “Buscad, en primer lugar, el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas serán acrecentadas a vosotros” (Mt 6,33). El foco de la ética es el Padre y su Reino. Todas las acciones resultarán de esta línea teológica. La segunda es: “Todo aquello que queréis que los hombres os hagan, hacedlo vosotros a ellos, pues ésta es la Ley y los Profetas” (Mt 7,12). La mirada fija en Dios está igualmente fija en el prójimo. Sin embargo, en una perspectiva peculiar: el discípulo desea para sí lo mismo que desea para el semejante. La mirada dirigida al otro determinará lo que es bueno para sí. Nada puede desear para sí, sin antes preguntarse si corresponde a lo que desea para el otro. Nada puede desear para sí, sin desear también para el otro. Nada puede desear para el otro, sin que también sea deseable para sí.

3 La ética de la comunidad cristiana

En el seno de la tradición de Israel, la ética cristiana es comunitaria por naturaleza. Se piensan a los individuos en sus relaciones interpersonales, jamás como seres solitarios. Por el otro lado, a lo largo de su ministerio, Jesús lanzó la semilla de lo que habrían de ser las comunidades cristianas. Su proyecto ético suponía los discípulos del Reino unidos en comunidad.

3.1 “Un solo corazón y una sola alma”

Las primeras comunidades de los discípulos y las discípulas de Jesús llamaban la atención por la práctica de la solidaridad (cf. At 2,44-47).  La adhesión a la fe los llevaba a colocar todo en común, al punto de deshacerse de sus propiedades, pensando “en las necesidades de cada uno” (v. 45). El crecimiento de la comunidad se daba por su modo de vivir. La fraternidad solidaria se convertía en un proyecto de vida atrayente para quien buscaba un modo de vida alternativo al que se conocía en el ambiente judío y en el ambiente romano.

Una metáfora sugestiva describe la vida de los primeros cristianos. “La multitud de los que habían creído era un solo corazón y una sola alma” (At 4,32a). Sin romanticismo, sacaban las consecuencias prácticas de este estilo de vida. ¡Siempre en la línea de la solidaridad! “Nadie consideraba exclusivamente suyo lo que poseía, porque todo entre ellos era común” (At 4,32b). La comunidad se organizaba en función de las necesidades de sus miembros, para que no hubiese necesitados. “De hecho, los que poseían terrenos o casas, vendiéndolos, traían los valores de las ventas, y los disponían a los pies de los apóstoles. Se distribuía, entonces, a cada uno según sus necesidades” (At 4,34-35). ¡La fe se desdoblaba en la ética de la caridad!

3.2 La solidaridad con los pobres y los marginalizados

La carta de Tiago es un sumario importante de la ética cristiana. Un tópico importante de su catequesis llama la atención debida a los pobres y los marginalizados. No se admite que un pobre sea discriminado en la asamblea de la comunidad (cf. Tg 2,1-9). Se engaña quien ofrece al rico un lugar confortable y manda al pobre a sentarse debajo de los pies de los ricos (v. 3). Esta manera de actuar desagrada a Dios, quien “eligió a los pobres de bienes en este mundo para ser ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a aquellos que lo aman” (v. 5). Tiago anuncia la ingenuidad de quien elogia a los ricos opresores y blasfemadores que “los arrastran a los tribunales“(v. 6). La falta de respeto a los pobres atrae la ira de Dios, pues, al hacer acepción de personas, se comete pecado y se incurre en la condenación de la Ley, por transgresión (v. 9).

Tiago establece una estrecha relación entre la fe y las obras (cf. Tg 2,14-26). La fe se vuelve imprestable, si no se expresa en acciones a favor de los más pobres. ¡No tendrá valor salvífico! De nada sirve ir al encuentro de un hermano o de una hermana carente de vestimentas y alimentos con augurios dispensables – “Id en paz, calentaros e saciaros!” (v. 16a) – sin “darles lo necesario para su manutención” (v. 16b). La solidaridad cristiana tiene un valor salvífico cuando supera la piedad vacía y se dirige hacia la acción movida por la fe. Es la ética verdadera que, por la mediación del prójimo necesitado, genera una comunión con el Padre del cielo (cf. Mt 25,31-36).

3.3 La exigencia del perdón y de la reconciliación

El binomio perdón y reconciliación es indispensable en la ética comunitaria cristiana. Por más que los discípulos del Reino se esfuercen, jamás será descartada la posibilidad de romper las relaciones. Esto puede ser inevitable. Mientras tanto, no se puede tolerar la enemistad y el conformismo frente a los vínculos rotos. ¡La comunión fraterna es una exigencia sin excusas!

El Padre no puede soportar el culto de quien está enemistado con algún hermano. “Vete primero a reconciliarte con tu hermano” (Mt 5,24) es la exigencia para el culto agradable a Dios. Sin esta condición preliminar, el culto perderá la razón de ser.

Quien “no perdone, de corazón, a su hermano” (Mt 18,35) será reo de castigo divino. Al final, cada vez que se perdona apenas se comparte con el prójimo el perdón recibido del Padre del cielo. La parábola del deudor que se muestra implacable ilustra este elemento de la ética cristiana (cf. Mt 18,23-35). El perdón del discípulo del Reino corresponde al repartir el perdón incalculable recibido del Padre, ilustrado en la parábola de la cancelación de una deuda de diez mil talentos, sin cualquier exigencia de resarcimiento. El perdón concedido al hermano es irrisorio, comparado al perdón recibido de Dios. “Cien denarios” es nada frente a los “diez mil talentos”

El perdón reconciliador, en la ética cristiana, no tiene límites. El discípulo del Reino es desafiado a perdonar siempre. El diálogo entre Pedro y Jesús aclara este punto sobre el modo con el que debe proceder aquel que adhiere al Reino. “Señor, ¿cuántas veces debo perdonar al hermano que peca contra mí? ¡Hasta siete veces!” fue la pregunta levantada por Pedro (Mt 18,21).

El discípulo propone como parámetro el máximo de venganza aludido en el Antiguo Testamento (cf. Gn 4,24). El Maestro abre la  perspectiva del perdón ilimitado. “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18,22). El Maestro quiso decir: “¡Siempre!” Esta es la forma más conveniente de “ser misericordioso como el Padre es misericordioso”  (Lc 6,36).

4 La ética del amor misericordioso

El amor-ágape es la piedra angular de la ética cristiana. Todo parte de él y se direcciona hacia él. Quizás, sea ésta la originalidad del enseñamiento ético de Jesús, al apuntar a un eje vertebral de la acción de los discípulos y discípulas del Reino, de forma a dar unidad a todo lo que hacen. Una frase de San Agustín resume bien este vector del accionar cristiano: “¡Ama y haz lo que quieras!” En el presupuesto de existir el amor, cualquier acción en favor del prójimo será bienvenida, por buscar siempre el bien. Sin el “ama”, el otro puede convertirse en un objeto en manos de los individuos sin escrúpulos. ¡El amor hace todo ser diferente!

4.1 “Quien permanece en el amor, permanece en Dios”

Los escritos joaninos insisten en la primacía del amor en la vida del cristiano, pues “Dios es amor”. Por lo tanto, “¡aquel que permanece en el amor permanece en Dios y Dios permanece en él!” (1Jo 4,16). Teología y ética se funden en una unidad existencial, expresada en cada gesto o palabra del discípulo del Reino. Así, el acto de fe se vuelve verdadero en el acto de amor fraterno. Por el contrario, el acto de amor-fraterno es la expresión auténtica de la fe, sin posibilidad de equivocarse. La práctica de la caridad revela la comunión del discípulo con Dios, pues Dios se hace presente y vuelve posible el acto de amor. Sin la presencia divina, la caridad queda imposibilitada, ya que el individuo es abandonado a sí mismo, siendo incapaz de superar los límites del egoísmo, raíz de la maldad y de las injusticias cometidas contra el semejante, siendo los débiles y los indefensos las primeras víctimas.

El verbo griego ménō, traducido como permanecer, significa habitar, vivir. Esto permite descubrir una rica semántica en la afirmación joanina. El amor-ágape posibilita al discípulo “vivir en Dios” y “a Dios vivir en él”. Si el discípulo vive en Dios y Dios en él, solo podrá actuar movido por el amor. “El egoísmo jamás tendrá lugar en su corazón”. Esto solo será posible el día en que cambie de morada. En otras palabras, si llega a abrazar una ética contraria al proyecto del Reino, anunciado por Jesús.

4.2 “¡Lo más grande es la caridad!”

Paulo, escribiendo a la comunidad de Corinto, indica “un camino que ultrapasa a todos” (1Cor 12,31): ¡el camino del amor-ágape! Sirviéndose del lenguaje poético, presenta un proyecto de vida ética de elevado tenor, donde todas las acciones humanas se basan en el amor que, el final de cuentas, será la única cosa que permanecerá en la relación del ser humano con Dios. El “himno a la caridad” es la perla de los escritos neo-testamentarios (cf. 1Cor 13,1-13).

Dos tópicos llaman la atención. Paulo se refiere a la posibilidad de tener “toda la fe, al punto de transportar montañas”; sin caridad, sin embargo, ”nada sería” (v. 2). No es fácil pensar “toda la fe” desprovista de caridad. ¿Qué fe sería? Todavía más espantosa es la eventualidad de alguien distribuir todos sus bienes a los hambrientos y entregar su cuerpo a las llamas, sin ser motivado por la caridad (v. 3). ¿No serían actos heroicos de máxima oblación? ¿Cómo pensarlos al margen de la caridad? El apóstol parece servirse de un lenguaje paradoxal para llamar la atención para el valor supremo de la caridad.

El amor-ágape tiene muchos rostros: paciencia, servicialidad, gentileza, esperanza, tolerancia. Por otro lado, no cultiva la envidia, la ostentación, el orgullo, la irritabilidad ni el rencor. No es inconveniente; deja de lado el interés personal; se entristece con injusticia, pero se alegra con la verdad (v. 4-7). ¡La vida virtuosa es fruto del amor-ágape! Dejarse guiar por él corresponde a la actitud más sensata del cristiano. En el ocaso de la vida, el amor-ágape despuntará como la virtud más preciosa del cristiano. Aun permaneciendo la fe y la esperanza, más grande que estas dos, es la caridad (v. 13).

4.3 “¡Haz esto y vivirás!”

La parábola del buen samaritano contiene un enseñanza esencial para la ética cristiana: la misericordia debe ser radical (cf. Lc 10,25-37). La cuestión de fondo es la pregunta del doctor de la Ley Mosaica, dirigida a Jesús: “¿Qué debo hacer para heredar la vida eterna?” (v. 25).

La historia contada para explicar “¿quién es mi prójimo?” contiene dos personajes que, vinculados a Dios por sus funciones, practican una religión sin entrañas de misericordia. El sacerdote y el levita pasaron insensibles a lo largo al depararse con un hombre caído al margen del camino (v. 31-32). La necesidad del prójimo no les toca el corazón. ¡Dios les basta! ¿Será?

En el extremo opuesto a la relación con Dios en la visión de los judíos, un samaritano es introducido en la historia. Era bien conocida la hostilidad de los judíos en relación a los samaritanos (cf. Jo 4, 9). Exactamente un samaritano se depara con el hombre desnudo, golpeado y abandonado semimuerto (v. 30). La gran posibilidad de ser un judío ya sería motivo para dejarlo allí, sin importar cuál sería su suerte. Pero la carencia del ser humano que tiene delante de sí le ocupa toda su atención. ¡Una casacada de expresiones de misericordia se sucede!

“Llegó junto a él, lo vio y se conmovió de compasión” (v. 33). Es el comienzo de todo” El samaritano quedó afectado por el hombre caído. La afectación le tocó las entrañas, al punto de no dejarlo impasible. Antes que eso, lo motivó a actuar, sin interponer dificultades. “Se aproximó, cuidó de sus llagas, derramando aceite y vino, después lo colocó en su propio animal, lo condujo a la posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al pasadero diciendo: “cuida de él,  y lo que se gaste de más, a mi regreso os pagaré” (v. 34-35). El samaritano agotó todas las posibilidades de mostrarse solidario con el hombre desacreditado en su dignidad. ¡Fue misericordioso hasta el extremo!

La palabra de Jesús al maestro de la Ley se aplica a todos los que se hacen discípulos del Reino, al seguir al Maestro de Nazaret:” Id, y haz tú también lo mismo” (v. 37). La vivencia radical de la misericordia, que se hace solidaria con las carencias del hermano sufridor, es la quintaesencia de la ética cristiana, camino de la comunión con el Padre, revelado por Jesús.

5 Desafío actual

Los cristianos y cristianas de América Latina se deparan con el desafío de vivir la fe, con densidad ética, en un Continente marcado por la injusticia, con sus muchos rostros de pobreza, miseria, desigualdad, violencia, muerte y corrupción. Decirse adorador o adoradora del Dios de Jesús Cristo, esquivando el conflicto con el hermano o la hermana cuyos derechos les son negados, corresponde a rechazar con la vida (ética) al que profesa con la fe (teología). Las palabras del Maestro de Nazaret continúan a sonar como aguijón, al despertarles la conciencia: “Ni todo aquel que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los Cielos, pero sí aquel que practique la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7,21). ¿Cuál es la voluntad del Padre celeste sino el que vivamos la caridad, “plenitud de la Ley” (Rm 13,10)?

Jaldemir Vitório, SJ, FAJE, Brasil. Texto original en Portugués.

6 Referencias bibliográficas

ADRIANO, J., A caridade e a ética da vida, Revista de Cultura Teológica 9 (2001) 37-59.

BARROS, M., Ética e solidariedade na Bíblia, Magis Cadernos de Fé e Cultura 2 (1994) 109-132.

HARRINGTON, D., Jesus e a ética da virtude: construindo pontes entre os estudos do Novo Testamento e a teologia da moral. São Paulo: Loyola, 2006.

MATERA, F. J., Ética do Novo Testamento: os legados de Jesus e de Paulo. São Paulo: Paulus, 1999.

Pontifícia Comissão Bíblica, Bíblia e Moral: raízes bíblicas do agir cristão. São Paulo: Paulinas, 2009.

La biblia en América Latina

Índice

1 Memorias del camino

1.1 Tradiciones rescatadas: indígenas y africanas

1.2 Herencias extranjeras: católicas y protestantes

1.3 Afirmación continental: el legado extranjero y el movimiento latinoamericano

2 Lecturas evangélicas y lecturas católicas

2.1 La Biblia y las iglesias evangélicas pentecostales en América Latina

2.2 El Descubrimiento de la Biblia por parte de los católicos después del Concilio del Vaticano II

3 Lecturas populares y lecturas eruditas

3.1 Las dos realidades: el libro mágico y el libro liberador

3.2 Las dos sabidurías: las expresiones populares y las investigaciones universitarias

4 La lectura de la biblia en las comunidades

4.1 Realidad, comunidad y Biblia

4.2 Método socio-histórico

4.3 Lectura a partir de los nuevos sujetos

1 Memorias del camino

1.1  Tradiciones rescatadas: indígenas y africanas

Los habitantes originales de estas tierras y las poblaciones africanas esclavizadas tuvieron sus tradiciones substituidas en lo que respecta a sus mitos, ritos, cantos, cuentos, danzas, ética y sus divinidades. Se incluye en esto a las palabras sagradas que forman parte de la tradición de tantos pueblos que construyeron la gran patria latinoamericana.

En cuanto al contacto con la Biblia Cristiana, muchas de las experiencias fueron traumáticas. Algunos textos bíblicos sirvieron para liberarlos, la mayoría, sin embargo, fue utilizados para justificar la pacificación y la esclavitud (SILVA, 1994, p. 26-59).

En tiempos más recientes, se ha renovado el interés tanto por las tradiciones indígenas como por las afrodescendientes. Vale la pena destacar los diálogos entre las palabras sagradas (de la tradición oral) y la Biblia cristiana. “La palabra se hizo india”, establece un diálogo entre la Biblia y las tradiciones indígenas de América Latina (JIMÉNEZ, 1997). “Raíces afroasiáticas en el mundo bíblico” destaca la presencia de los pueblos afroasiáticos en la propia Biblia (MENA LÓPEZ, 2006).

1.2 Herencias extranjeras: católicas y protestantes

La Biblia Sagrada llegó a América Latina con las carabelas de los primeros colonizadores y siguió, principalmente, en las manos de los misionarios franciscanos, jesuitas y de otras congregaciones religiosas. El catolicismo romano que se implantó hegemónicamente en las colonias trajo consigo las marcas de las naciones de origen, española o portuguesa, con sus características específicas. De un modo general, se valorizaba más la predicación alrededor de la Biblia que la lectura del texto bíblico propiamente dicho. El principio hermenéutico católico buscó mantener el equilibrio entre la Escritura, la Tradición y el Magisterio, posteriormente discriminado (o mejor descripto) en el documento Dei Verbum del Concilio del Vaticano II.

El protestantismo tuvo diversas entradas en América Latina, priorizando la divulgación de la Biblia con el principio de la libre interpretación y de la crítica exegética. Inicialmente, el protestantismo de la inmigración trajo la Biblia junto con la propia tradición eclesiástica reformada. Posteriormente, la misión protestante se empeñó en la divulgación del libro bíblico entre los habitantes del nuevo continente. Con cada movimiento misionero, las iglesias adquirieron formas latinoamericanas, que recientemente se manifestaron en las diversas iglesias y movimientos.

El protestantismo norteamericano tuvo gran influencia en el movimiento de expansión misionero realizado en el sur del continente. Motivados por la idea de América Latina como tierra de misión, sociedades misioneras protestante hicieron esfuerzos para evangelizar esas naciones en los siglos XIX y XX. Naturalmente, la presencia de la Biblia fue substancial en ese movimiento, con una tendencia generalmente pentecostal (PIEDRA, 2006).

1.3 Afirmación continental: legado extranjero y movimiento latinoamericano

Históricamente, América Latina realizó grandes pasos hacia una hermenéutica propia de la Biblia, sobretodo en relación a las tradiciones de las Iglesias. En el universo católico, eso fue notorio en los documentos de Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida, con la emblemática “opción evangélica preferencial de los pobres”. También se caracteriza por el método de ver, juzgar y actuar en el espacio creado por las Comunidades Eclesiásticas de Base (CEBs), pero, sobretodo, por el protagonismo de los nuevos sujetos de lectura, a partir de las diversas realidades de las poblaciones pobres (RICHARD, 2005, p. 11-19).

En el mundo evangélico, la centralidad de la Biblia se destaca en las iglesias, movimientos e intervenciones sociales. Fieles a este principio de Reforma, las iglesias evangélicas conviven, de manera multiforme, con las diversas líneas teológicas interpretativas. El liberalismo mantiene la lectura crítica de la Biblia; el fundamentalismo identifica la palabra de la Biblia con la Palabra de Dios; la neo-ortodoxia o teología dialéctica afirma la comunicación de Dios por la Biblia a pesar de la fallas que ésta pueda contener; el evangelismo, con el método histórico gramatical, afirma la inspiración por el Espíritu Santo en lo que respecta a la salvación; la Teología de la Liberación da prioridad a los aspectos sociopolíticos económicos a partir de la realidad del pueblo (BAILÃO, 2013, p. 246-256).

En su conjunto, el reciente movimiento bíblico latinoamericano se caracteriza por la propuesta de lectura ecuménica de la Biblia, en un intento de juntar fuerzas hacia una nueva hermenéutica.

2 Lecturas evangélicas y lecturas católicas

2.1 La Biblia y las iglesias evangélicas pentecostales en América Latina

De una manera general, las iglesias evangélicas pentecostales se afirmaron en América Latina teniendo como eje a la Biblia. “Los pentecostales constituyen comunidades bibliocéntricas y bibliocráticas en el que el Libro Sagrado es regla y fe de conducta y fuente última de autoridad y legitimación” (BENATTE, 2012, p. 26).

En el último siglo, se popularizó el estereotipo del creyente que carga la Biblia debajo del brazo y argumenta con cadenas de versículos citados de memoria. Esas personas, denominadas creyentes son, en su origen, protestantes populares, también denominados evangélicos, o también carismáticos, en general reconocidos como pentecostales y, más recientemente, como neopentecostales. Sin embargo, la lectura que hacen de la Biblia va más allá del estereotipo popularizado.

La lectura de la Biblia comienza por una fuerte incidencia de los problemas concretos de la vida, especialmente en el combate a los vicios, como el alcohol, el cigarrillo, el juego de azar y las drogas. Individuos, familias y comunidades son recuperadas de las diversas dependencias gracias a la fuerza de la palabra que libera los vicios (PIXLEY, 1991, p. 90).

El don de las lenguas, conocido como glosolalia y el bautismo en el Espíritu, provocan la transformación de la persona por la búsqueda de la voluntad de Dios a través de los textos de las Escrituras Sagradas.

Por medio de la lectura de la Biblia, muchas poblaciones iletradas se apoderan de la palabra que les permite expresar su voz y afirmar sus derechos. La población pobre y marginal, a su vez, es incluida en la sociedad pasando de forma gradual por transformaciones sociales y culturales.

La Biblia da acceso a la participación en los ministerios, aún de personas laicas y analfabetas. En este quiebre del clericalismo y del monopolio de la palabra, personas comunes, en su simplicidad, ejercen ministerios diversos al servicio de la iglesia y de la sociedad.

El respecto a la Biblia lleva a la interpretación literal, frecuentemente llamada de fundamentalismo. Pero, si por un lado hay un apego a la palabra tal cual fue escrita, hay también por el otro lado, la apertura para nuevas interpretaciones, con las reinterpretaciones de la Biblia adaptada a las nuevas situaciones históricas.

2.2 El descubrimiento de la Biblia por parte de los católicos después del concilio del Vaticano II

En los documentos de la Iglesia Católica sobre la lectura de la Biblia se percibe una evolución. Del temor frente a los métodos históricos-críticos, por el peligro que podrían representar para la fe, se pasa a reconocer la importancia de los mismos por la correcta interpretación y el anuncio de la fe (GARMUS, 2013, p. 244).

La evolución relativa de la comprensión de la Biblia por parte de la Iglesia Católica, expresada en los documentos universales, comienza por la Encíclica Providentissimus Deus (1893) y gana destaque en el Divino Afflante Spiritu (1943). Sin embargo, el auge de este cambio sucede en el Concilio del Varicano II con la Constitución Apostólica Dei Verbum (1965). Luego, siguieron importantes documentos como “La interpretación de la Biblia en la Iglesia” (1993) de la Comisión Pontificia Bíblica, y la exhortación apostólica Verbum Domini (2008). Hoy se reconoce que la Biblia fundamenta toda la acción evangelizadora de la Iglesia, como afirma la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, del Papa Francisco (2013).

Los documentos más recientes son divulgados en los diversos países del continente latinoamericano con traducciones y adaptaciones populares. Ese reconocimiento de la centralidad de la Palabra de Dios en la vida y la misión de la Iglesia se hace sentir en las conferencias del Episcopado Latinoamericano. Luego se propagó por las diócesis, parroquias y comunidades, a partir de publicaciones, congresos, comisiones, campañas, escuelas, grupos de reflexión, círculos bíblicos y tantas otras iniciativas. Merece un destaque particular la divulgación del texto bíblico con nuevas ediciones, traducciones y comentarios.

Una característica de la lectura católica de la Biblia es la comprensión según la cual la Palabra de Dios es más amplia que la de la Biblia. “La Biblia no es idéntica a la palabra de Dios, la palabra de Dios abarca más que la Biblia, es analógica” (KONINGS, 2012, p. 240). Esto lleva a la comprensión de que Dios puede revelarse de otras maneras, más allá de su palabra escrita. Esta manifestación divina puede suceder de la forma más natural, en la creación, de manera profética, en la historia y de manera definitiva en la persona de Jesús Cristo.

Otra convicción católica es la relación entre Escritura, Tradición y Magisterio. La tradición oral y la Palabra escrita provienen de la misma fuente y confluyen hacia el mismo fin, mientras que el Magisterio vivo de la Iglesia, al servicio de la Palabra, debe escuchar, guardar y exponer esa misma palabra (Dei Verbum, 9 y 10).

3 Lecturas populares y lecturas eduditas

3.1 Las dos realidades: el libro mágico y el libro liberador

La Biblia es vista, popularmente, como un libro que posee una fuerza y poder en sí mismo, independientemente de su lectura o interpretación. En la visión de la tendencia fundamentalista, ella es una especie de objeto mágico,

La Biblia tiene poder en sí misma pues alivia las angustias, cura las enfermedades, hace milagros. Ella funciona como un talismán o como un calmante, por su fuerza mágica. Sirve para bendecir como también para maldecir y para juzgar con las manos sobre ella, aún cuando ella misma prohíba ese juramento (Mt 5,34).

Dentro de esta visión, la Biblia es usada como horóscopo, como anestesia o como decoración de un estante, y hasta como una receta para adelgazar. Permite el reposo que relaja y restaura las fuerzas. Se trata de la interpretación con tendencia más carismática.

Por otro lado, la Biblia es utilizada como un libro liberador. Este ángulo del análisis es aplicado principalmente por la Teología de la Liberación.

En este sentido, ella es más que un trampolín revolucionario. De esta forma, la leen grupos de personas sin tierras, negros, indígenas, mujeres, homosexuales y lesbianas, villeros, ecologistas, obreros, pescadores y otras categorías sociales.

Es la aliada de las grandes cuestiones, tales como la lucha por la justicia, la defensa de la vida, el combate a las drogas, el derecho de las minorías, etc.

Este método de lectura parte de la observación, el análisis y la actuación sobre la realidad, por su forma de ver, de juzgar y de actuar se considera a la Biblia intrínsecamente vinculada a la realidad del pueblo, a través de la denominada lectura popular de la Biblia que integra la lectura sociológica de la Biblia por el modelo del conflicto (FERREIRA, 2012, p. 14-17). De acuerdo a una mirada hermenéutica aplicada, surgen de allí diversas lecturas, como la indígena, de la raza negra, feminista, de género, etnia y generación. Esta lectura de la Biblia, en su óptica de la liberación, es realizada intencionalmente por CEBI (Centro de Estudios Bíblicos), además de los otros sectores de las Iglesias y de la sociedad.

3.2 Las dos sabidurías: expresiones populares y las investigaciones universitarias

Desde un cierto punto de vista, la Biblia es un libro de origen popular. Dentro de ese mismo punto de vista, ella también inspira sectores populares. En América Latina, como en otros Continentes, la Biblia es -de lejos- el libro más divulgado de la humanidad. Esto significa que ella está en las manos del pueblo, no solo como un texto escrito, sino también como referencia para los dichos y proverbios, para las expresiones artísticas, como pintura, literatura y cine. Eso sin contar, evidentemente, con su uso más difundido en las Iglesias, sea como un texto litúrgico, sea como un libro de oraciones y de catequesis, sea, en fin, como inspiración de toda la acción pastoral.

Para ejemplificar la manera como la Biblia penetra la cultura popular, veremos algunas expresiones de uso corriente. Algunas de ellas son copias literales, otras son adaptaciones, mientras que otras son creaciones libres. Algunas son parte de la cultura popular, de tal forma que no son reconocidas como bíblicas.

“La costilla de Adán” tiene reflejos en la “otra mitad”. “Comer la manzana” hace mención al fruto prohibido del paraíso terrestre. La lluvia muy abundante es “un diluvio”. La confusión se transforma en una “torre de Babel”. Hay un “tiempo de vacas magras” como lo hay “de vacas gordas”. La resignación es la “paciencia de Job”, que de hecho no era tan paciente. En fin, no se debe “llorar las cebollas de Egipto”.

A través del Nuevo Testamento, quien no quiere pagar las cuentas se dice “no ser Cristo”. El incrédulo total es un “Tomé”, pues solo cree viendo y colocando el dedo en la herida. Si el lugar es realmente difícil es allá “donde Judas perdió las botas”. Aquel que sufre demasiado “va viviendo su calvario”, o “cargando su cruz”. También está “el buen ladrón”.  Para distinguir bien las cosas, es preciso “dar al César lo que es de César”. También se dice que es preciso “separar la paja del trigo”. Para sacar el cuerpo afuera, basta decir que “lavo mis manos”. Si la decepción fuera muy grande, la persona puede “caer del caballo”. Con relación al fin del mundo, se decía que “mil llegará, dos mil no pasará”.

Pero la Biblia es también la fuente de investigaciones académicas y científicas. En los cursos de Teología, naturalmente, la Biblia siempre ocupa un lugar central. Hay instituciones dedicadas prioritariamente a sus estudios, como por ejemplo el ISEDET en Argentina y UBILA en Costa Rica. También no faltan en diversos países de América Latina las asociaciones de biblistas con congresos y publicaciones científicas.

Diversos cursos de especialización lato sensu promueven el estudio de la Biblia, inclusive con reconocimiento de los órganos federales. La investigación bíblica, mientras tanto, ultrapasa los muros de los seminarios y se sitúa también en las Universidades, en los cursos de Ciencias de la Religión y de la Teología. Varios cursos de postgraduación stricto sensu poseen líneas de investigación sobre literatura sagrada al nivel de maestrías y de doctorado, incluyendo Instituciones Públicas Federales.

En el ámbito de las investigaciones académicas, el área es denominada más comúnmente Literatura Sagrada, en lugar de Biblia, porque se amplía la lectura de las otras “biblias”, esto quiere decir que, hay lugar para los libros sagrados de las otras religiones de la humanidad. Disertaciones y teses discuten desde los detalles de la exégesis del texto bíblico original hasta sus aplicaciones hermenéuticas en las diversas situaciones del continente.

El desafío de confrontar la Biblia y la ciencia tiene hoy nuevos enfoques. El interés por la Biblia proviene a veces de otras áreas como la salud, el derecho, las ciencias exactas, más allá de las ciencias humanas. Teniendo en cuenta esto, el ámbito de los estudios incluye, más explícitamente, contribuciones de otras áreas como Literatura, Historia, Sociología, Antropología y Filosofía.

En el ámbito de las publicaciones, vale la pena destacar algunos proyectos del ámbito continental.

La RIBLA (Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana) es una revista de hermenéutica bíblica, parte de la experiencia cristiana radicada en la Biblia y establece un nexo de vínculo de la diversidad cultural latinoamericana y caribeña. Es una Revista ecuménica, tanto en lo referente a la autoría de los artículos, como en la óptica utilizada en su redacción.

La “Bibliografía Bíblica Latinoamericana” es un proyecto que busca reunir las publicaciones del área bíblica de América Latina y del Caribe, junto a UMESP (Universidade Metodista de São Paulo), para facilitar el elenco de estas publicaciones junto a un breve resumen de cada una de ellas.

El “Comentario Bíblico Latinoamericano” es una propuesta que comenta todos los libros de la Biblia en la óptica de las comunidades pobres de América Latina, con un enfoque ecuménico, práctico y pastoral.

Pero en el campo académico, se destacan las publicaciones de las lecturas eruditas de la Biblia en sus diversas formas. Hay ediciones del texto bíblico, así como diversas traducciones, incluyendo versiones de lenguas indígenas. Los manuales de la exégesis abordan desde la crítica textual hasta las variadas aplicaciones hermenéuticas. Se pueden consultar diccionarios bíblicos, concordancias y atlas producidos desde la óptica latinoamericana.

4 La lectura de la biblia en las comunidades

4.1 Realidad, comunidad y Biblia

La lectura de la Biblia inspira toda la acción pastoral de las Iglesias pero, en la realidad latinoamericana, ella motiva, sobretodo, a las Comunidades Eclesiales de Base. Ese proceso de formación de las pequeñas comunidades comienza con un semillero de Círculos Bíblicos en los que se reúnen pequeños grupos para leer la Palabra de Dios a la luz de la realidad vivida en el cotidiano.

Esta interpretación de la Biblia involucra tres factores íntimamente entrelazados. El primero es el contexto de la realidad vivida por la comunidad, que constituye el pretexto de la lectura. El segundo elemento es la lectura y ahondamiento de la Biblia en cuanto texto que ilumina esa realidad. El tercer factor es la comunidad que lee, formando el contexto de la lectura de la Biblia (MESTERS, 1983, p. 42-47).

Este triángulo hermenéutico presupone, por lo tanto, que la lectura de la Biblia sea siempre vinculada a los temas de las comunidades. También presupone que la Biblia sea el segundo libro, siendo que el primer libro es la realidad vivida, sea ésta la creación, la historia, o el día a día. Presupone, también, que la Biblia provenga de un contexto comunitario y que sea escrita teniendo en cuenta la formación de la vida comunitaria. Como consecuencia, resulta de esto una lectura comprometida con la lucha por la justicia.

4.2 Método socio-histórico

Más allá de los diversos métodos exegéticos, la lectura bíblica latinoamericana privilegia el método que favorece la comprensión de los diversos aspectos de la Biblia, tales como el social, político, económico e ideológico. No es raro que se aplique a la lectura sociológica el modelo del conflicto para percibir mejor la voluntad de Dios en determinada situación.

Sin despreciar la exégesis, sobretodo el método histórico crítico, la lectura realizada en las comunidades tiende a aplicar los textos directamente a la vida con una tendencia hermenéutica. Se trata de una aplicación de los textos a la realidad de las personas, de las familias, de las iglesias y las sociedades, en la búsqueda de una espiritualidad socialmente comprometida (REYES ARCHILA, 1997, p. 9-37).

4.3 Lectura a partir de los nuevos sujetos

El libro sagrado es visto a partir de otros ángulos, privilegiando personas que permanecían en el anonimato. Se trata, inicialmente, de una opción de clase, conforme al eje socioeconómico en la óptica de los estratos más pobres. Pero también otras categorías sociales buscan identificación y fuerza en la Palabra de Dios. Se puede hablar entonces de una lectura indígena de la Biblia, valorizando el punto de vista étnico. La misma clave étnica revela una lectura desde la raza negra. Especial visibilidad ha alcanzado la lectura a partir de la mujer, en la óptica del género.

La visión se expande en la óptica de los nuevos sujetos que se encuentran en la interpretación de la Biblia. Vale destacar a los niños, los preferidos en el Reino de Dios; a los ancianos, pues en ellos se encuentra la sabiduría; a los extranjeros y las minorías étnicas; a los deficientes para que ellos sean integrados; a las personas discriminadas por su opción sexual; a los desterrados y a los sin techo, en la búsqueda de los derechos fundamentales; a los ecologistas, en su defensa del medio ambiente y a tantas otras categorías (RICHTER REIMER; SCHWANTES, 2005).

Valmor da Silva, PUC GO, Brasil. Texto original en portugués.

Referencias bibliográfica

BAILÃO, Marcos Paulo Monteiro da Cruz. O lugar da Bíblia na Igreja e no mundo: uma visão protestante. In: MARIANNO, Lília Dias (Org.). Bíblia, violência e direitos humanos: contribuições ao V Congresso Brasileiro de Pesquisa Bíblica. Rio de Janeiro: Eagle Books, 2013, p. 246-256. Livro digital www.furnkranz.com

BENATTE, Antonio Paulo. Os pentecostais e a Bíblia no Brasil: aproximações mediante a estética da recepção. Rever, São Paulo, v. 12, n. 1, p. 9-30, jan./jun. 2012.

FERREIRA, Joel Antônio. Transformação social e a literatura bíblica. In: FERREIRA, Joel Antônio; RICHTER REIMER, Ivoni (Org.). Transformação social, economia e literatura sagrada: VI Congresso Internacional em Ciências da Religião. São Leopoldo: Oikos; Goiânia: PUC Goiás, 2012, p. 11-31.

GARMUS, Ludovico. A leitura da Bíblia na Igreja Católica: como ler e interpretar a Bíblia na Igreja. In: MARIANNO, Lília Dias (Org.). Bíblia, violência e direitos humanos: contribuições ao V Congresso Brasileiro de Pesquisa Bíblica. Rio de Janeiro: Eagle Books, 2013, p. 210-245. Livro digital www.furnkranz.com

JIMÉNEZ, Luz (Coord.). La palabra se hizo india. Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, /Quito, v. 26, n. 1, 1997.

KONINGS, Johan. Interpretar a Bíblia aos cinquenta anos do Concílio Vaticano II.  Perspectiva Teológica, Belo Horizonte, v. 44, n. 123, p. 237-256, mai./ago. 2012.

MENA LÓPEZ, Maricel (Coord.). /Raíces afro-asiáticas en la Biblia. Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, Quito, v. 54, n. 2, 2006.

MESTERS, Carlos. Flor sem defesa: uma explicação da Bíblia a partir do povo. Petrópolis: Vozes, 1983.

PIEDRA, Arturo. Evangelização protestante na América Latina: análise das razões que justificaram e promoveram a expansão protestante (1930-1960). Volume 1. São Leopoldo/Quito: Sinodal/CLAI, 2006.

PIXLEY, Jorge. Un llamado a lanzar las redes: el nuevo protestantismo y la lectura popular de la Biblia. Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, Quito, v. 10, n. 3, p. 86-93, 1991.

REYES ARCHILA, Francisco./Hermenéutica y exégesis – un diálogo necesario. Revista de Interpreta/ción Bíblica Latinoamericana, /Quito, v. 28, n. 3, p. 9-37, 1997.

RICHARD, Pablo./RIBLA – 19 años de trabajo y 50 números publicados – síntesis de nuestros logos más significativos. Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, Quito, v. 50, n. 1, p. 11-19, 2005.

RICHTER REIMER, Ivoni; SCHWANTES, Milton (Org.) /Lecturas bíblicas latinoamericanas y caribeñas. Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, Quçito, v. 50, n. 1, 2005.

SILVA, Valmor da. Historia de la lectura de la Biblia en América Latina. La Palabra Hoy, Bogotá, v. 19, n. 71/72, p. 26-59, 1994.

La esperanza cristiana (Escatología)

Índice

1 Cuestiones introductorias

2 La esperanza cristiana y la escatología

2.1 La esperanza cristiana

2.2 Nuevas cuestiones y nuevas problemáticas

2.3 Cristo resucitado como fuente y destino de toda esperanza

3 Fundamentación bíblica

4 Reino de Dios

5 Resurrección

5.1 La resurrección de los muertos

5.2 La parusía

5.3 La justicia de Dios

6 Nuevo Cielo y Nueva Tierra

7 Referencias bibliográficas

1 Cuestiones introductorias

Por mucho tiempo, la escatología fue designada como la doctrina de las últimas cosas, como aquello que debería ser tratado al final, casi como un apéndice, destinado a lo nuevo que le iría a suceder al ser humano después de su muerte. Seguramente, la escatología no abandonó este discurso respecto al fin y sobre esto nuevo que le espera al ser humano y a toda creación en el futuro. Sin embargo, hoy hace su trabajo en otra perspectiva, marcada por la esperanza cristiana que vive de la experiencia de Cristo resucitado, en quien Dios realizó todas las cosas.

La experiencia del resucitado genera en quien cree, una esperanza que trasciende la propia existencia, se abre ahora a lo nuevo que vendrá e invade y modifica todo nuestro ser. Se vive una fe de adviento. Es un encuentro que nos hace nuevas criaturas y la esperanza posibilita vivir ya, en el presente, esta expectativa futura, aunque con cierta tensión, que aquello que fue prometido todavía no se manifestó en su plenitud (cf. 1Jo 3,2), lo que nos coloca en este tiempo y en esta historia, en el camino de la esperanza; en la esperanza por la cual fuimos salvados (cf. Rm 8,24). Se vive esto de forma activa. Ya no se trata de un discurso anticipador e informativo de lo que viene después del fin, sino un discurso performativo, que provoca una actitud, una performance correspondiente. Así, el discurso escatológico gana una nueva intención a partir de la esperanza cristiana.

2 La esperanza cristiana y escatológica

2.1 La esperanza cristiana

La fe es la esperanza (BENTO XVI, 2007, n.2), y la esperanza cristiana es la esperanza de la fe (MOLTMANN, 2005, p.34). Por un lado, podemos garantizar que la esperanza es una virtud, luego, ella no sucede apenas por el ímpetu humano, sino que es suscitada por el propio Dios. Por lo tanto, es un don. Por otro lado, esta esperanza que emana de Dios y toca el fuero más íntimo del ser humano se enfrenta con un mundo invertido en el cual aquel que espera y vive de esta esperanza se siente desafiado a dar sus razones. Se trata de tener esperanza contra toda esperanza (cf. Rm 4,18). Visto de esta forma, la esperanza cristiana provoca al ser humano a actuar, colocándolo en un movimiento, hacia adelante.

Esta es la mejor manera de entender hoy la esperanza cristiana, aproximándola al discurso escatológico, y haciendo esto de forma dialéctica, sin que la esperanza aparezca como una fuga del mundo rumbo a lo desconocido y sin que también se pierda la inmanencia de la historia. Teniendo como referencia a Cristo resucitado – que en su manifestación señala al crucificado y el camino que transitó – la esperanza cristiana nunca será una fuga de la historia y de las responsabilidades, aunque sí, una forma de fe encarnada, un auténtico compromiso con todo lo que circula en nuestra existencia (PIAZZA, 2004, p.68). Hace valer en el mundo la voluntad de Dios y percibe en este mundo, los momentos de manifestación de su presencia, tiempos y momentos favorables de la gracia de Dios (kairóskairói). La esperanza será siempre una virtud (cf. 1Cor 13,13), porque viene de Dios y emana de su voluntad, siendo perceptible para nosotros por medio de la fe (cf. Hb 11,1). O como dice  W. Pannenberg: “lo que vale para la esperanza cristiana es que su fundamento está fuera de nosotros mismos, es decir, en Jesús Cristo” (PANNENBERG, 2009, p.245). Sin embargo, esta esperanza será siempre fuerza, porque sucede en el grito del pueblo que sufre, que trabaja y que clama a Dios que se haga su justicia y espera ansiosamente su futura liberación. Esto se hace sentir desde la experiencia del Éxodo (cf. Êx 3,7-8) hasta los tiempos actuales. La relación dialéctica entre estas dos nociones de la misma esperanza es lo que garantizará que se llegue a la gran esperanza, la Esperanza final (LIBANIO; BINGEMER, 1985, p.35) que, como fue puesto de manifiesto en la Exhortación Verbum Domini, tiene rostro humano y nos amó hasta el fin (BENTO XVI, 2010, n.91b).

Lo que es específico en la esperanza cristiana y que da a ella todo este carácter escatológico no es apenas una espera de algo, sino la espera en Cristo, y en Cristo se realizan todas las cosas, en él todo se vuelve nuevo (cf. Ap 21,5).

2.2 Nuevas cuestiones y nuevas problemáticas

La esperanza cristiana es la clave de la lectura fundamental para entender hoy la escatología. Es lo que da sentido a su contenido. Es por donde se percibe la verdad que se instaló en nuestro medio y que se volvió vida –y vida plena –  en el Misterio Pascual. Vista anteriormente como un tratado que se dedicaba a discurrir sobre las cosas últimas (Eschata), la escatología, en la actualidad, es llamada a una nueva orientación y percepción de su contenido y pasa a ser concebida a partir de un horizonte último (o Éschaton), que es Cristo, y como resucitado, abre para nosotros y para toda la historia un nuevo futuro posible. Cristo resucitado abre para nosotros y para toda la creación un nuevo momento de encuentro con Dios, donde todo lo que es perenne se vuelve pleno y todo lo que es amoroso se vuelve eterno (KUZMA, 2014, p.59-60). En la esperanza cristiana todo se transforma: todo el dolor, el sufrimiento, el pecado y la muerte abren espacio para la vida, y esa vida – la vida plena – llena todos los espacios posibles y alcanzables valiéndose de lo que es imposible e inalcanzable (PIAZZA, 2004, p.57), esto quiere decir, incomprensible a la limitación humana, pero revelado plenamente por Cristo, que al resucitar impuso sentido a todo lo que existe.

El teólogo Jürgen Moltmann, uno de los grandes responsables por esta actualización de la escatología, que gana mayor vigor en la segunda mitad del siglo XX, nos ayuda a entender este contexto:

En realidad, la escatología es idéntica a la doctrina de la esperanza Cristiana, que abarca tanto lo que se espera como el acto de esperar, suscitado por este objeto. El cristianismo es total y visceralmente escatología, y no solo como apéndice; él es perspectiva y tendencia para adelante y, por eso mismo, renovación y transformación del presente. Lo escatológico no es algo que se suma al cristianismo, sino que es simplemente el medio en el que se mueve la fe cristiana, aquello que da el tono a todo lo que hay en él, los colores de la aurora de un nuevo día esperado que tiñe todo lo que existe (MOLTMANN, 2005, p.30).

Es abrir los ojos frente a un nuevo día, al que todos somos llamados a disfrutar y a trabajar, a vivir y a construir. Es una esperanza que pide una acción. En las palabras del Concilio Vaticano II, que también impulsa esta intención, se dice que el individuo debe ser salvado y la sociedad consolidada (GS n.3).

2.3 Cristo resucitado como fuente y destino de toda esperanza

La esperanza cristiana nos hace percibir este nuevo futuro al que somos llamados por Dios. Este futuro prometido nos es anticipado por la experiencia de la fe no resucitada, una experiencia fundadora que nutre toda la esperanza; es de donde hoy parte el discurso de la escatología. Cristo resucitado es, pues, la personificación de las cosas últimas y es él quien da sentido a la historia, él llena de contenido. Se ve a la historia, el antes y el después, a partir de él. De esta forma, aquello que es esperado en el futuro, aquello a lo que estamos destinados a vivir y a ser en el encuentro pleno con Dios, en lo eterno, ya nos es anticipado y se manifiesta en el presente de la historia (cf. 1Cor 15,17), en el tiempo, siendo algo sensible a la fe y vivido en la esperanza. La salvación ofrecida por Dios es garantizada por Cristo, gratuitamente a todos, es vivida en esperanza (cf. Rm 8,24).

3 Fundamentación bíblica

Los textos bíblicos están llenos de contenido escatológico. En AT tenemos a Dios que se revela, que crea, que se aproxima, que libera, que camina con su pueblo, y que en sus promesas hace surgir la esperanza (cf. Gn 12,1; 13,14-17; 15,-1-5; Êx 3,7-12). Tres promesas surgen en este primer momento: tierra, descendencia y alianza (NOCKE, 2002, p.342). Más tarde aparecerá una cuarta que nos habla del Reino en Israel, que se pierde y se divide en el actuar humano, dejando al pueblo sin rumbo, desesperanzado, lo cual alimenta y hace surgir a los profetas de Israel, cuando Isaías reclama “el Príncipe de la Paz” (cf. Is 9,1-6). También se ve esto en Ezequiel, cuando habla del Dios que da al pueblo un nuevo corazón (cf. Ez 36,26) y trae vida a los huesos secos (cf. Ez 37,1-14), entre otros. El AT es rico en expresiones escatológicas que suscitan la esperanza, sin embargo, nos gustaría destacar aquí el texto de Isaías 65 que habla de la nueva creación, donde no habrá llantos ni lamentaciones, donde el lobo y el cordero pastarán juntos y el león comerá heno como lo hace el buey (cf. Is 65,17-25).   Un bellísimo texto que se aproxima mucho al texto del Apocalipsis del NT, cuando se habla del nuevo cielo y de la nueva tierra, donde Dios estará con nosotros, quien secará todas las lágrimas y ya no habrá más muerte, pues él hará nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,1-7).

En NT tenemos en Cristo, el cumplimiento de todas las promesas y la apertura para lo Nuevo que señala hacia un futuro en Dios. Cristo hace suceder el Reino en su propia persona (cf. Mt 11,5-6). Él es “aquel que viene” (Mt 3,11), el que trae la vida a este mundo y hace justicia (cf. Lc 4,18-19). Él es el Emanuel (cf. Mt 1,23), la resurrección y la vida (cf. Jo 11,25). Todo aquello que ya se realizó en Cristo es para nosotros motivo de alegría (cf. Fl 4,4) y de esperanza (cf. Cl 1,27), pues somos llamados para el mismo futuro, la resurrección (cf. 1Cor 15,14). En Cristo, Dios creó todas las cosas, y en este mundo él descendió (cf. Fl 2,6-11) para conducir el tiempo a la plenitud (cf. Ef 1,3-14).

4 Reino de Dios

El Reino de Dios es el núcleo central de la escatología de hoy, pues remite al futuro anunciado y prometido por Jesús, y nos provoca también a esta misma práctica, al seguimiento. Reino de Dios es donde sucede y existe el amor, la justicia y la paz; es la presencia salvífica y activa de Dios en la historia, ofrecida por él gratuitamente y afirmada por nosotros libremente (SCHILLEBEECKX, 1994, p.150-1).

Es la presencia de Dios en el mundo, una presencia visible y concreta por la persona y la praxis de Jesús, cuando los ciegos ven, cuando los muertos despiertan, cuando los enfermos son curados y cuando el pan es distribuido. El Reino sucede en el vivir de Jesús de Nazaret y somos llamados a esto. Reino de Dios es un lenguaje humano, de tono político y religioso, por el cual entendemos la acción de Dios en nuestro medio. Será siempre una acción salvífica y liberadora, que vuelve pleno y llena de vida todo lo que existe. Es cuando Dios revela al ser humano y a toda la creación su intención última y definitiva y congrega a todos a seguirlo, en su búsqueda, a una vida de esperanza que se realizará en el futuro de Dios.

En Cristo se cumple el tiempo y el Reino de Dios se acerca (cf. Mc 1,15). Somos llamados a vivir su praxis ya a construir en el presente aquello que ya nos espera en el futuro.

5 Resurrección

Resurrección es lo que hay de más radical y absoluto, pues es cuando la vida vence al tiempo y al espacio e irrumpe hacia la eternidad de Dios. Es cuando todo lo que existe se abandona a la gracia de aquel que es autor de la vida y que llena todas las condiciones de nuestra existencia. Es cuando el límite humano se encuentra en lo grandioso de Dios. Es la transformación máxima, la concretización de toda esperanza (BOFF, 2010, p.41). Ni la muerte puede más con su palabra y con su poder, pues la muerte fue vencida para siempre y ya no alcanza a la vida que se revistió de plenitud y de verdadero sentido en Cristo. Resurrección es el encuentro pleno y verdadero con Dios, es cuando lo veremos frente a frente y él revelará en la esencia aquello que somos y nosotros lo veremos en la esencia así como él es. Será el momento en el que el amor toma cuenta de nuestro ser y todo lo que era lejano se vuelve cercano, todo lo que estaba oculto será revelado y todo lo que nos envuelve estará lleno de presencia de Dios. Su justicia será realizada y serán realizadas también, nuevas, todas las cosas.

5.1 La resurrección de los muertos

La base de toda la fe cristiana, de toda esperanza, está en Cristo resucitado. La experiencia de este evento en los primeros discípulos constituyó el alimento de toda la esperanza, la única fuerza capaz de generar vida en medio de tanta muerte y de generar confianza en medio de las tribulaciones. Esto se vuelve verdadero, por ejemplo, en la frase del Evangelio de Juan, durante el relato de Lázaro que, asociado al contexto de la comunidad (perseguida) a quien se destinaba el Evangelio, se dice de forma intensa: “Yo soy la resurrección. Quien cree en mí, aunque muera, vivirá. Y quien vive y cree en mí, jamás morirá” (Jo 11,25-26). Lo mismo se reproduce en toda la comunidad primitiva, donde la experiencia del resucitado era la fuente de vida y de transformación ya en esta vida (cf. Rm 6,1-11; Cl 2,12-13; 3,1; entre otras); se vivía allí el gérmen de la resurrección, caminando de forma peregrina al encuentro del absoluto, sembrado y vivido en la esperanza.

La resurrección de los muertos, dentro de la comprensión cristiana, supera todo aquello que se entendía respecto de una vida futura y que era contemplado dentro de la tradición semítica (NOCKE, 2002, p.405). El evento Cristo marca el tiempo de una nueva forma y trasciende cualquier expectativa. Lo que se vive es la experiencia del momento, que hace surgir la fe y la esperanza frente al amor que vivifica. En la óptica cristiana, la resurrección no es la restitución de esta vida, como el retorno de un cadáver, o un retorno a este tiempo y espacio, o un reconducir de las almas (atento a una visión dualista y no cristiana del ser humano), sino la plenificación de todas las potencialidades humanas, siendo ahora elevadas al plano de Dios, al plano de lo eterno. Con la muerte se pone punto final en este tiempo a aquello que el propio ser humano y el mundo proyectaron sobre la vida, pero es en esta misma muerte que Dios revela al ser humano su verdadera identidad y su verdadero futuro en la fuente de la vida verdadera. Con la muerte se rompe el tiempo y se entra en lo eterno; se rompen los límites de la historia y se penetra en el vasto espacio de Dios.

La muerte y la resurrección no son momentos separados, sino que son momentos continuos en la existencia del humano. Vivir es caminar para la muerte a cada día. Morir es abandonarse en la esperanza de Dios y dejarse tocar por la resurrección que viene y que toca todo nuestro ser. Por la experiencia de los primeros cristianos, la resurrección es un disfrutar de la presencia de Dios desde el ahora, en este tiempo y espacio, hasta el último momento, donde estaremos con Dios, y él será pleno en nosotros y nosotros seremos plenos en él. Éste será el momento en el que el ser humano escondido será revelado, frente a frente, sin mentiras, sin máscaras, sin pudor, sin respeto, pero con amor. Es cuando él tendrá la seguridad de ser fruto de un amor más grande y, al mismo tiempo, misterioso, que lo envuelve y lo coloca frente al rostro de Dios. Será la transformación plena, la plenitud del encuentro con Dios, la realización del proyecto de Dios en nosotros y nuestra realización en Dios. Es la felicidad, es el amor.

5.2 La parusía

Por parusía se entiende la máxima manifestación, última y plena de Dios que ya actúa en el tiempo y se hace presente entre nosotros a través de su Espíritu, desde su llegada por medio de la encarnación hasta su consumación final (KUZMA, 2014, p.45). Es cuando todo lo que es esperado se vuelve pleno y lleno de vida y es donde Dios será todo en todos y en todas las cosas (cf. 1Cor 15,28), eso no es apenas para el ser humano que espera, sino para toda la creación que gime a la espera de este gran día (cf. Rm 8,22). Para nosotros que aquí estamos y vivimos la fe en clima de adviento, en la expectativa de Dios que viene y que hará nuevas todas las cosas.        

Así como la muerte y la resurrección son percibidas y vividas en forma de experiencia durante el transcurso de una vida, lo mismo se puede decir de la parusía. No podemos proyectarla en un momento separado en el futuro, algo que nos va a suceder y también al mundo en un tiempo predeterminado, siempre más adelante. Tenemos como verdadero por la fe que el fin y la consumación de todas las cosas ya irrumpieron con Cristo y en él – en este evento único – Dios ya realizó su plano salvífico y dijo su última palabra, que es una  palabra de salvación. La percepción de este evento nos llega de forma escatológica, al sentir la esperanza, a partir de un Cristo que viene a nosotros y nos anticipa la gloria de su Reino, invitándonos a seguirlo, mediante su propuesta de Reino, asumiendo las esperanzas de este mundo y conduciéndolas a la gran esperanza que se realiza en él. La parusía es, pues, un evento continuo que se anticipa y se hace sentir, y en la esperanza tiende a su realización, donde todo será transformado y completado con la gloria de Dios. “La Parusía es la resurrección alcanzando la historia: la historia de todos los hombres y de todos los tiempos. Está siempre sucediendo” (LIBANIO; BINGEMER, 1985, p.215).

5.3 La justicia de Dios

Toda esta mirada de la escatología, alimentada por la esperanza cristiana y que surge de Cristo resucitado, conduce nuestra mirada también hacia el Cristo crucificado que trae las marcas de la Pasión y nos señala el camino recorrido hasta la cruz, el camino del Reino de Dios. Es el resucitado que fue crucificado (MOLTMANN, 2005, p.287-8), y que se traduce en promesa para el mundo, una promesa de justicia (KUZMA, 2014, p.118-24). La resurrección de Cristo dio a la cruz un nuevo significado. Ella abre a la historia una nueva posibilidad, donde todos son aceptados y transformados delante de un amor incondicional. Dios hace su justicia y recibe a todos. En la cruz él se vuelve solidario con todos aquellos que sufren y que tuvieron sus vidas destruídas, les extiende un nuevo aire de esperanza: donde hay muerte, él produce la vida; donde hay abandono, él produce un gesto concreto de libertad y de amor. Pero en la cruz, él también perdona a todos, también a los verdugos de la historia; la resurrección no anula el hecho, pero lo llena de contenido y de esperanza y ofrece a todos (víctimas y victimarios) una nueva posibilidad de vida en el amor y la justicia.

6 Nuevo Cielo y Nueva Tierra

Y todo se encamina hacia el fin bueno y eterno de Dios. La promesa de la creación llega a su fin último (cf. Gn 1,31). El fin del tiempo y el inicio de la eternidad con Dios. La humanidad y la creación se realizan y se vuelven plenas frente a la verdadera vida y frente al encuentro con el absoluto. Nada más puede alcanzar o destruir, la muerte fue vencida, el tiempo ya no existe. Esta es la casa de Dios con sus hijos (cf. Ap 21,3). Allí no habrá más luto ni lágrimas y el dolor ya no los alcanzará más

Allí Cristo será todo en todos y en todas las cosas (cf. 1Cor 15,28). El pasado y el futuro se encontrarán en un instante eterno, en un reino escatológico, presente y permanente, en donde el todavía no se convertirá en un ya y donde lo amoroso se convertirá en eterno, en un tiempo que ya no es más tiempo, sino que es gracia y plenitud, un kairós escatológico y triunfante (MOLTMANN, 2003, p.357-60), un Nuevo Cielo y una Nueva Tierra (cf. Ap 21,1).

Esta es la escatología comprendida con la esperanza cristiana. Esperar en Dios significa abandonarse en el amor de aquel que viene y transforma todo nuestro ser y todo lo que existe, lleva todo a un estado pleno, conduce todo y a todos al encuentro de la verdadera vida.

Cesar Kuzma, PUC-Rio, Brasil. Texto original en portugués.

 7 Referencias bibliográficas

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______. Verbum Domini. São Paulo: Paulinas, 2010.

BOFF, L. Vida para além da morte: o presente: seu futuro, sua festa, sua contestação. 25.ed. Petrópolis: Vozes, 2010.

KUZMA, C. O futuro de Deus na missão da esperança: uma aproximação escatológica. São Paulo: Paulinas, 2014.

LIBANIO, J. B.; BINGEMER, M. C. L. Escatologia cristã: o Novo Céu e a Nova Terra. Petrópolis: Vozes, 1985.

MOLTMANN, J. A vinda de Deus: escatologia cristã. São Leopoldo: UNISINOS, 2003.

______. Teologia da Esperança: estudos sobre os fundamentos e as consequências de uma escatologia cristã. São Paulo: Teológica; Loyola, 2005.

NOCKE, F-J. Escatologia. In: SCHNEIDER, T. (org.). Manual de dogmática. 2.ed. Petrópolis: 2002, p. 339-426, v.2.

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PIAZZA, O. F. A esperança: lógica do impossível. São Paulo: Paulinas, 2004.

SCHILLEBEECKX, E. História humana: revelação de Deus. São Paulo: Paulus, 1994.

VATICANO II. Mensagens, discursos e documentos. São Paulo: Paulinas, 1998.