La esperanza cristiana (Escatología)

Índice

1 Cuestiones introductorias

2 La esperanza cristiana y la escatología

2.1 La esperanza cristiana

2.2 Nuevas cuestiones y nuevas problemáticas

2.3 Cristo resucitado como fuente y destino de toda esperanza

3 Fundamentación bíblica

4 Reino de Dios

5 Resurrección

5.1 La resurrección de los muertos

5.2 La parusía

5.3 La justicia de Dios

6 Nuevo Cielo y Nueva Tierra

7 Referencias bibliográficas

1 Cuestiones introductorias

Por mucho tiempo, la escatología fue designada como la doctrina de las últimas cosas, como aquello que debería ser tratado al final, casi como un apéndice, destinado a lo nuevo que le iría a suceder al ser humano después de su muerte. Seguramente, la escatología no abandonó este discurso respecto al fin y sobre esto nuevo que le espera al ser humano y a toda creación en el futuro. Sin embargo, hoy hace su trabajo en otra perspectiva, marcada por la esperanza cristiana que vive de la experiencia de Cristo resucitado, en quien Dios realizó todas las cosas.

La experiencia del resucitado genera en quien cree, una esperanza que trasciende la propia existencia, se abre ahora a lo nuevo que vendrá e invade y modifica todo nuestro ser. Se vive una fe de adviento. Es un encuentro que nos hace nuevas criaturas y la esperanza posibilita vivir ya, en el presente, esta expectativa futura, aunque con cierta tensión, que aquello que fue prometido todavía no se manifestó en su plenitud (cf. 1Jo 3,2), lo que nos coloca en este tiempo y en esta historia, en el camino de la esperanza; en la esperanza por la cual fuimos salvados (cf. Rm 8,24). Se vive esto de forma activa. Ya no se trata de un discurso anticipador e informativo de lo que viene después del fin, sino un discurso performativo, que provoca una actitud, una performance correspondiente. Así, el discurso escatológico gana una nueva intención a partir de la esperanza cristiana.

2 La esperanza cristiana y escatológica

2.1 La esperanza cristiana

La fe es la esperanza (BENTO XVI, 2007, n.2), y la esperanza cristiana es la esperanza de la fe (MOLTMANN, 2005, p.34). Por un lado, podemos garantizar que la esperanza es una virtud, luego, ella no sucede apenas por el ímpetu humano, sino que es suscitada por el propio Dios. Por lo tanto, es un don. Por otro lado, esta esperanza que emana de Dios y toca el fuero más íntimo del ser humano se enfrenta con un mundo invertido en el cual aquel que espera y vive de esta esperanza se siente desafiado a dar sus razones. Se trata de tener esperanza contra toda esperanza (cf. Rm 4,18). Visto de esta forma, la esperanza cristiana provoca al ser humano a actuar, colocándolo en un movimiento, hacia adelante.

Esta es la mejor manera de entender hoy la esperanza cristiana, aproximándola al discurso escatológico, y haciendo esto de forma dialéctica, sin que la esperanza aparezca como una fuga del mundo rumbo a lo desconocido y sin que también se pierda la inmanencia de la historia. Teniendo como referencia a Cristo resucitado – que en su manifestación señala al crucificado y el camino que transitó – la esperanza cristiana nunca será una fuga de la historia y de las responsabilidades, aunque sí, una forma de fe encarnada, un auténtico compromiso con todo lo que circula en nuestra existencia (PIAZZA, 2004, p.68). Hace valer en el mundo la voluntad de Dios y percibe en este mundo, los momentos de manifestación de su presencia, tiempos y momentos favorables de la gracia de Dios (kairóskairói). La esperanza será siempre una virtud (cf. 1Cor 13,13), porque viene de Dios y emana de su voluntad, siendo perceptible para nosotros por medio de la fe (cf. Hb 11,1). O como dice  W. Pannenberg: “lo que vale para la esperanza cristiana es que su fundamento está fuera de nosotros mismos, es decir, en Jesús Cristo” (PANNENBERG, 2009, p.245). Sin embargo, esta esperanza será siempre fuerza, porque sucede en el grito del pueblo que sufre, que trabaja y que clama a Dios que se haga su justicia y espera ansiosamente su futura liberación. Esto se hace sentir desde la experiencia del Éxodo (cf. Êx 3,7-8) hasta los tiempos actuales. La relación dialéctica entre estas dos nociones de la misma esperanza es lo que garantizará que se llegue a la gran esperanza, la Esperanza final (LIBANIO; BINGEMER, 1985, p.35) que, como fue puesto de manifiesto en la Exhortación Verbum Domini, tiene rostro humano y nos amó hasta el fin (BENTO XVI, 2010, n.91b).

Lo que es específico en la esperanza cristiana y que da a ella todo este carácter escatológico no es apenas una espera de algo, sino la espera en Cristo, y en Cristo se realizan todas las cosas, en él todo se vuelve nuevo (cf. Ap 21,5).

2.2 Nuevas cuestiones y nuevas problemáticas

La esperanza cristiana es la clave de la lectura fundamental para entender hoy la escatología. Es lo que da sentido a su contenido. Es por donde se percibe la verdad que se instaló en nuestro medio y que se volvió vida –y vida plena –  en el Misterio Pascual. Vista anteriormente como un tratado que se dedicaba a discurrir sobre las cosas últimas (Eschata), la escatología, en la actualidad, es llamada a una nueva orientación y percepción de su contenido y pasa a ser concebida a partir de un horizonte último (o Éschaton), que es Cristo, y como resucitado, abre para nosotros y para toda la historia un nuevo futuro posible. Cristo resucitado abre para nosotros y para toda la creación un nuevo momento de encuentro con Dios, donde todo lo que es perenne se vuelve pleno y todo lo que es amoroso se vuelve eterno (KUZMA, 2014, p.59-60). En la esperanza cristiana todo se transforma: todo el dolor, el sufrimiento, el pecado y la muerte abren espacio para la vida, y esa vida – la vida plena – llena todos los espacios posibles y alcanzables valiéndose de lo que es imposible e inalcanzable (PIAZZA, 2004, p.57), esto quiere decir, incomprensible a la limitación humana, pero revelado plenamente por Cristo, que al resucitar impuso sentido a todo lo que existe.

El teólogo Jürgen Moltmann, uno de los grandes responsables por esta actualización de la escatología, que gana mayor vigor en la segunda mitad del siglo XX, nos ayuda a entender este contexto:

En realidad, la escatología es idéntica a la doctrina de la esperanza Cristiana, que abarca tanto lo que se espera como el acto de esperar, suscitado por este objeto. El cristianismo es total y visceralmente escatología, y no solo como apéndice; él es perspectiva y tendencia para adelante y, por eso mismo, renovación y transformación del presente. Lo escatológico no es algo que se suma al cristianismo, sino que es simplemente el medio en el que se mueve la fe cristiana, aquello que da el tono a todo lo que hay en él, los colores de la aurora de un nuevo día esperado que tiñe todo lo que existe (MOLTMANN, 2005, p.30).

Es abrir los ojos frente a un nuevo día, al que todos somos llamados a disfrutar y a trabajar, a vivir y a construir. Es una esperanza que pide una acción. En las palabras del Concilio Vaticano II, que también impulsa esta intención, se dice que el individuo debe ser salvado y la sociedad consolidada (GS n.3).

2.3 Cristo resucitado como fuente y destino de toda esperanza

La esperanza cristiana nos hace percibir este nuevo futuro al que somos llamados por Dios. Este futuro prometido nos es anticipado por la experiencia de la fe no resucitada, una experiencia fundadora que nutre toda la esperanza; es de donde hoy parte el discurso de la escatología. Cristo resucitado es, pues, la personificación de las cosas últimas y es él quien da sentido a la historia, él llena de contenido. Se ve a la historia, el antes y el después, a partir de él. De esta forma, aquello que es esperado en el futuro, aquello a lo que estamos destinados a vivir y a ser en el encuentro pleno con Dios, en lo eterno, ya nos es anticipado y se manifiesta en el presente de la historia (cf. 1Cor 15,17), en el tiempo, siendo algo sensible a la fe y vivido en la esperanza. La salvación ofrecida por Dios es garantizada por Cristo, gratuitamente a todos, es vivida en esperanza (cf. Rm 8,24).

3 Fundamentación bíblica

Los textos bíblicos están llenos de contenido escatológico. En AT tenemos a Dios que se revela, que crea, que se aproxima, que libera, que camina con su pueblo, y que en sus promesas hace surgir la esperanza (cf. Gn 12,1; 13,14-17; 15,-1-5; Êx 3,7-12). Tres promesas surgen en este primer momento: tierra, descendencia y alianza (NOCKE, 2002, p.342). Más tarde aparecerá una cuarta que nos habla del Reino en Israel, que se pierde y se divide en el actuar humano, dejando al pueblo sin rumbo, desesperanzado, lo cual alimenta y hace surgir a los profetas de Israel, cuando Isaías reclama “el Príncipe de la Paz” (cf. Is 9,1-6). También se ve esto en Ezequiel, cuando habla del Dios que da al pueblo un nuevo corazón (cf. Ez 36,26) y trae vida a los huesos secos (cf. Ez 37,1-14), entre otros. El AT es rico en expresiones escatológicas que suscitan la esperanza, sin embargo, nos gustaría destacar aquí el texto de Isaías 65 que habla de la nueva creación, donde no habrá llantos ni lamentaciones, donde el lobo y el cordero pastarán juntos y el león comerá heno como lo hace el buey (cf. Is 65,17-25).   Un bellísimo texto que se aproxima mucho al texto del Apocalipsis del NT, cuando se habla del nuevo cielo y de la nueva tierra, donde Dios estará con nosotros, quien secará todas las lágrimas y ya no habrá más muerte, pues él hará nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,1-7).

En NT tenemos en Cristo, el cumplimiento de todas las promesas y la apertura para lo Nuevo que señala hacia un futuro en Dios. Cristo hace suceder el Reino en su propia persona (cf. Mt 11,5-6). Él es “aquel que viene” (Mt 3,11), el que trae la vida a este mundo y hace justicia (cf. Lc 4,18-19). Él es el Emanuel (cf. Mt 1,23), la resurrección y la vida (cf. Jo 11,25). Todo aquello que ya se realizó en Cristo es para nosotros motivo de alegría (cf. Fl 4,4) y de esperanza (cf. Cl 1,27), pues somos llamados para el mismo futuro, la resurrección (cf. 1Cor 15,14). En Cristo, Dios creó todas las cosas, y en este mundo él descendió (cf. Fl 2,6-11) para conducir el tiempo a la plenitud (cf. Ef 1,3-14).

4 Reino de Dios

El Reino de Dios es el núcleo central de la escatología de hoy, pues remite al futuro anunciado y prometido por Jesús, y nos provoca también a esta misma práctica, al seguimiento. Reino de Dios es donde sucede y existe el amor, la justicia y la paz; es la presencia salvífica y activa de Dios en la historia, ofrecida por él gratuitamente y afirmada por nosotros libremente (SCHILLEBEECKX, 1994, p.150-1).

Es la presencia de Dios en el mundo, una presencia visible y concreta por la persona y la praxis de Jesús, cuando los ciegos ven, cuando los muertos despiertan, cuando los enfermos son curados y cuando el pan es distribuido. El Reino sucede en el vivir de Jesús de Nazaret y somos llamados a esto. Reino de Dios es un lenguaje humano, de tono político y religioso, por el cual entendemos la acción de Dios en nuestro medio. Será siempre una acción salvífica y liberadora, que vuelve pleno y llena de vida todo lo que existe. Es cuando Dios revela al ser humano y a toda la creación su intención última y definitiva y congrega a todos a seguirlo, en su búsqueda, a una vida de esperanza que se realizará en el futuro de Dios.

En Cristo se cumple el tiempo y el Reino de Dios se acerca (cf. Mc 1,15). Somos llamados a vivir su praxis ya a construir en el presente aquello que ya nos espera en el futuro.

5 Resurrección

Resurrección es lo que hay de más radical y absoluto, pues es cuando la vida vence al tiempo y al espacio e irrumpe hacia la eternidad de Dios. Es cuando todo lo que existe se abandona a la gracia de aquel que es autor de la vida y que llena todas las condiciones de nuestra existencia. Es cuando el límite humano se encuentra en lo grandioso de Dios. Es la transformación máxima, la concretización de toda esperanza (BOFF, 2010, p.41). Ni la muerte puede más con su palabra y con su poder, pues la muerte fue vencida para siempre y ya no alcanza a la vida que se revistió de plenitud y de verdadero sentido en Cristo. Resurrección es el encuentro pleno y verdadero con Dios, es cuando lo veremos frente a frente y él revelará en la esencia aquello que somos y nosotros lo veremos en la esencia así como él es. Será el momento en el que el amor toma cuenta de nuestro ser y todo lo que era lejano se vuelve cercano, todo lo que estaba oculto será revelado y todo lo que nos envuelve estará lleno de presencia de Dios. Su justicia será realizada y serán realizadas también, nuevas, todas las cosas.

5.1 La resurrección de los muertos

La base de toda la fe cristiana, de toda esperanza, está en Cristo resucitado. La experiencia de este evento en los primeros discípulos constituyó el alimento de toda la esperanza, la única fuerza capaz de generar vida en medio de tanta muerte y de generar confianza en medio de las tribulaciones. Esto se vuelve verdadero, por ejemplo, en la frase del Evangelio de Juan, durante el relato de Lázaro que, asociado al contexto de la comunidad (perseguida) a quien se destinaba el Evangelio, se dice de forma intensa: “Yo soy la resurrección. Quien cree en mí, aunque muera, vivirá. Y quien vive y cree en mí, jamás morirá” (Jo 11,25-26). Lo mismo se reproduce en toda la comunidad primitiva, donde la experiencia del resucitado era la fuente de vida y de transformación ya en esta vida (cf. Rm 6,1-11; Cl 2,12-13; 3,1; entre otras); se vivía allí el gérmen de la resurrección, caminando de forma peregrina al encuentro del absoluto, sembrado y vivido en la esperanza.

La resurrección de los muertos, dentro de la comprensión cristiana, supera todo aquello que se entendía respecto de una vida futura y que era contemplado dentro de la tradición semítica (NOCKE, 2002, p.405). El evento Cristo marca el tiempo de una nueva forma y trasciende cualquier expectativa. Lo que se vive es la experiencia del momento, que hace surgir la fe y la esperanza frente al amor que vivifica. En la óptica cristiana, la resurrección no es la restitución de esta vida, como el retorno de un cadáver, o un retorno a este tiempo y espacio, o un reconducir de las almas (atento a una visión dualista y no cristiana del ser humano), sino la plenificación de todas las potencialidades humanas, siendo ahora elevadas al plano de Dios, al plano de lo eterno. Con la muerte se pone punto final en este tiempo a aquello que el propio ser humano y el mundo proyectaron sobre la vida, pero es en esta misma muerte que Dios revela al ser humano su verdadera identidad y su verdadero futuro en la fuente de la vida verdadera. Con la muerte se rompe el tiempo y se entra en lo eterno; se rompen los límites de la historia y se penetra en el vasto espacio de Dios.

La muerte y la resurrección no son momentos separados, sino que son momentos continuos en la existencia del humano. Vivir es caminar para la muerte a cada día. Morir es abandonarse en la esperanza de Dios y dejarse tocar por la resurrección que viene y que toca todo nuestro ser. Por la experiencia de los primeros cristianos, la resurrección es un disfrutar de la presencia de Dios desde el ahora, en este tiempo y espacio, hasta el último momento, donde estaremos con Dios, y él será pleno en nosotros y nosotros seremos plenos en él. Éste será el momento en el que el ser humano escondido será revelado, frente a frente, sin mentiras, sin máscaras, sin pudor, sin respeto, pero con amor. Es cuando él tendrá la seguridad de ser fruto de un amor más grande y, al mismo tiempo, misterioso, que lo envuelve y lo coloca frente al rostro de Dios. Será la transformación plena, la plenitud del encuentro con Dios, la realización del proyecto de Dios en nosotros y nuestra realización en Dios. Es la felicidad, es el amor.

5.2 La parusía

Por parusía se entiende la máxima manifestación, última y plena de Dios que ya actúa en el tiempo y se hace presente entre nosotros a través de su Espíritu, desde su llegada por medio de la encarnación hasta su consumación final (KUZMA, 2014, p.45). Es cuando todo lo que es esperado se vuelve pleno y lleno de vida y es donde Dios será todo en todos y en todas las cosas (cf. 1Cor 15,28), eso no es apenas para el ser humano que espera, sino para toda la creación que gime a la espera de este gran día (cf. Rm 8,22). Para nosotros que aquí estamos y vivimos la fe en clima de adviento, en la expectativa de Dios que viene y que hará nuevas todas las cosas.        

Así como la muerte y la resurrección son percibidas y vividas en forma de experiencia durante el transcurso de una vida, lo mismo se puede decir de la parusía. No podemos proyectarla en un momento separado en el futuro, algo que nos va a suceder y también al mundo en un tiempo predeterminado, siempre más adelante. Tenemos como verdadero por la fe que el fin y la consumación de todas las cosas ya irrumpieron con Cristo y en él – en este evento único – Dios ya realizó su plano salvífico y dijo su última palabra, que es una  palabra de salvación. La percepción de este evento nos llega de forma escatológica, al sentir la esperanza, a partir de un Cristo que viene a nosotros y nos anticipa la gloria de su Reino, invitándonos a seguirlo, mediante su propuesta de Reino, asumiendo las esperanzas de este mundo y conduciéndolas a la gran esperanza que se realiza en él. La parusía es, pues, un evento continuo que se anticipa y se hace sentir, y en la esperanza tiende a su realización, donde todo será transformado y completado con la gloria de Dios. “La Parusía es la resurrección alcanzando la historia: la historia de todos los hombres y de todos los tiempos. Está siempre sucediendo” (LIBANIO; BINGEMER, 1985, p.215).

5.3 La justicia de Dios

Toda esta mirada de la escatología, alimentada por la esperanza cristiana y que surge de Cristo resucitado, conduce nuestra mirada también hacia el Cristo crucificado que trae las marcas de la Pasión y nos señala el camino recorrido hasta la cruz, el camino del Reino de Dios. Es el resucitado que fue crucificado (MOLTMANN, 2005, p.287-8), y que se traduce en promesa para el mundo, una promesa de justicia (KUZMA, 2014, p.118-24). La resurrección de Cristo dio a la cruz un nuevo significado. Ella abre a la historia una nueva posibilidad, donde todos son aceptados y transformados delante de un amor incondicional. Dios hace su justicia y recibe a todos. En la cruz él se vuelve solidario con todos aquellos que sufren y que tuvieron sus vidas destruídas, les extiende un nuevo aire de esperanza: donde hay muerte, él produce la vida; donde hay abandono, él produce un gesto concreto de libertad y de amor. Pero en la cruz, él también perdona a todos, también a los verdugos de la historia; la resurrección no anula el hecho, pero lo llena de contenido y de esperanza y ofrece a todos (víctimas y victimarios) una nueva posibilidad de vida en el amor y la justicia.

6 Nuevo Cielo y Nueva Tierra

Y todo se encamina hacia el fin bueno y eterno de Dios. La promesa de la creación llega a su fin último (cf. Gn 1,31). El fin del tiempo y el inicio de la eternidad con Dios. La humanidad y la creación se realizan y se vuelven plenas frente a la verdadera vida y frente al encuentro con el absoluto. Nada más puede alcanzar o destruir, la muerte fue vencida, el tiempo ya no existe. Esta es la casa de Dios con sus hijos (cf. Ap 21,3). Allí no habrá más luto ni lágrimas y el dolor ya no los alcanzará más

Allí Cristo será todo en todos y en todas las cosas (cf. 1Cor 15,28). El pasado y el futuro se encontrarán en un instante eterno, en un reino escatológico, presente y permanente, en donde el todavía no se convertirá en un ya y donde lo amoroso se convertirá en eterno, en un tiempo que ya no es más tiempo, sino que es gracia y plenitud, un kairós escatológico y triunfante (MOLTMANN, 2003, p.357-60), un Nuevo Cielo y una Nueva Tierra (cf. Ap 21,1).

Esta es la escatología comprendida con la esperanza cristiana. Esperar en Dios significa abandonarse en el amor de aquel que viene y transforma todo nuestro ser y todo lo que existe, lleva todo a un estado pleno, conduce todo y a todos al encuentro de la verdadera vida.

Cesar Kuzma, PUC-Rio, Brasil. Texto original en portugués.

 7 Referencias bibliográficas

BENTO XVI. Spe salvi. 2.ed. São Paulo: Paulinas, 2007.

______. Verbum Domini. São Paulo: Paulinas, 2010.

BOFF, L. Vida para além da morte: o presente: seu futuro, sua festa, sua contestação. 25.ed. Petrópolis: Vozes, 2010.

KUZMA, C. O futuro de Deus na missão da esperança: uma aproximação escatológica. São Paulo: Paulinas, 2014.

LIBANIO, J. B.; BINGEMER, M. C. L. Escatologia cristã: o Novo Céu e a Nova Terra. Petrópolis: Vozes, 1985.

MOLTMANN, J. A vinda de Deus: escatologia cristã. São Leopoldo: UNISINOS, 2003.

______. Teologia da Esperança: estudos sobre os fundamentos e as consequências de uma escatologia cristã. São Paulo: Teológica; Loyola, 2005.

NOCKE, F-J. Escatologia. In: SCHNEIDER, T. (org.). Manual de dogmática. 2.ed. Petrópolis: 2002, p. 339-426, v.2.

PANNENBERG, W. Teologia Sistemática. Santo André: Academia cristã, 2009, v.3.

PIAZZA, O. F. A esperança: lógica do impossível. São Paulo: Paulinas, 2004.

SCHILLEBEECKX, E. História humana: revelação de Deus. São Paulo: Paulus, 1994.

VATICANO II. Mensagens, discursos e documentos. São Paulo: Paulinas, 1998.