Recepción judaica y cristiana de la Bíblia

Índice

1 El TANAJ desde el Exilio hasta nuestros días

2 Traducciones

2.1 La Biblia griega

2.2 Tárgum

3 El Talmud

4 La Biblia cristiana y su lectura no judía

4.1 Patrística

4.2 Edad Media

4.3 En la Modernidad

5 La reaproximación entre lectura judía y lectura cristiana

5.1 Vaticano II

5.2 El pueblo judío y sus Sagradas Escrituras en la Biblia Cristiana

5.3 Verbum domini

6 Referencias bibliográficas

El surgimiento de la Biblia se dio a lo largo de varios siglos en lugares, tiempos y padrones literarios diferentes (cf. Heb 1,1). Tampoco fue recibida inmediatamente, sino gradualmente. La composición de los textos bíblicos forma parte de un proceso que tiene como principal marco histórico, la dominación extranjera sobre “el pueblo de la Alianza”. Fue para afirmar la propia identidad y evitar la disolución cultural en medio de las naciones extranjeras, que los descendientes hebreos emplearon el recurso de escribir sus experiencias con el Dios de sus antepasados, como testimonio de su fe para las generaciones posteriores.

1 El TANAJ desde el exilio hasta nuestros días

El establecimiento de la monarquía en el antiguo Israel (alrededor del 1013 A.C.) suscitó la presencia de los escribas (cf. 1Re 4,3) en la corte real como redactores de los documentos y de las crónicas anuales sobre las acciones de los reyes. Muchas informaciones de estos anales sirvieron de base para varios textos bíblicos posteriores (cf. 1Re 14,19 et passim). Después del cisma político (alrededor del 931 A.C.), el Reino del Norte sufrió varios golpes de estado, hasta que, en 722 A.C., los sirios tomaron la capital Samaria y mezclaron la población con las otras regiones de su imperio (cf. 2Re17). En el sur, sin embargo, se perpetuó el linaje de David en el comando político, hasta que la capital Jerusalén cayó bajo el poder de los babilonios.  Las elites políticas, religiosas e intelectuales del Reino de Judea fueron exiliadas hacia Babilonia a partir del 586 A.C. cuando Ciro, el rey de Persia, permitió que los judíos volvieran a Jerusalén y reconstruyeran la religión (DONNER, 1997, p. 433-443).

Durante el exilio babilónico y después de él, los judíos, tanto los exiliados como los que se quedaron en Judea, colocaron en forma de libro sus experiencias con Dios. Las tradiciones orales y litúrgicas tomaron cuerpo y sufrieron diversas redacciones hasta que terminaron en un corpus escrito integrado. Ese corpus pasó a ser concebido como TANAJ, un anacronismo de sus tres partes: Torah (Ley), Neviim (Profetas) y Ketuvim (Escritos). Se acepta comúnmente que Melitón (fallecido en 180 D.C.), obispo de Sardes (en Asia Menor), haya inventado la terminología Antiguo Testamento para llamar a los libros que el judaísmo llama de TANAJ (SKARSAUNE, 1996, p. 411-416).

La Torah también es llamada de Ley, Ley de Moisés y Pentateuco. Designa los cinco primeros libros de la Biblia y es considerada como las escrituras fundamentales de la fe judía, porque tratan de la elección, de la promesa y de la alianza de Dios con los patriarcas. Los Neviim o los Profetas cuentan los hechos que van desde la muerte de Moisés hasta la destrucción del Primer Templo por parte del imperio Babilónico e incluyen relatos de acontecimientos, profecías, exhortaciones, consolaciones y esperanzas de un futuro prometedor para el pueblo de la Alianza. Los Ketuvim, también llamados de Escritos, son educativos, hay oraciones, filosofías, cuentos edificantes, textos apocalípticos, canciones y lamentos de varios tipos, etc.

Luego después del exilo babilónico, la Biblia fue leída y estudiada en las sinagogas judías, aunque todavía no era lo que actualmente es. De acuerdo con la mayoría de los investigadores, la actual configuración está fechada después del año 70 de nuestra era, al final del proceso de recepción de estos textos y la consecuente fijación del conjunto de esas obras que constituyen el TANAJ. La destrucción del segundo Templo, en 70 D.C. fue uno de los principales catalizadores para la definición de los libros aceptados como sagrados (leídos en la liturgia de la sinagoga) y de los libros reservados a la lectura personal y no pública, debido a haber sido discutido el carácter sagrado de los mismos, como el Eclesiastés o el Cantar de los Cantares, y Ester, los cuales, después de una larga discusión, fueron finalmente aceptados como sagrados. Además de ellos, fue prohibida la lectura de algunos escritos por haber sido considerados como obras de grupos sectarios de judíos helenistas y seguidores de Jesús de Nazaret (BARTON, 1996, p. 67-83).

Al final del proceso de aceptación del TANAJ se buscaba afirmar la identidad del judaísmo y que sirviera como una medida preventiva contra los desvíos en la interpretación de la Torah. La aceptación final de los libros convirtió el judaísmo definitivamente en una religión de libro, porque es en este conjunto de obras reconocidamente inspiradas que el judío de cada época interpreta su experiencia de fe y su identidad como pueblo. La aceptación del TANAJ se configura como un factor de unidad entre los judíos esparcidos entre las naciones en todas las épocas.

2 Traducciones

2.1 La Biblia griega

Cuando los judíos estuvieron bajo el dominio heleno de los Tolomeos, cuya sede política era Alejandría en Egipto, el TANAJ, escrito originalmente en hebreo, fue traducido por los judíos de la diáspora helénica para el griego koiné (entre el año III y el siglo I A.C.). Esa versión griega, llamada Septuaginta (LXX), tuvo varios cambios en los títulos originales de los libros hebreos y en la forma en que fueron agrupados, los mismos fueron organizados en nuevas secciones así distribuidas: Pentateuco, Históricos, Hagiógrafo (del griego: escritos sagrados) y Profetas. Debido a los cambios en la lengua semita hacia un idioma indo-europeo, los traductores tuvieron que lidiar con dificultades en traducir los conceptos de una cultura para la otra, por lo tanto, muchas modificaciones fueron insertas también en los textos.

Como la LXX llevó muchos siglos para ser terminada, en cuanto el trabajo de traducción avanzaba, la lista de libros se expandía. Por eso, más allá de la traducción de aquellos libros que pertenecían al dominio judío del TANAJ, la versión griega también sumó otras obras originalmente escritas en griego.

El judaísmo rabínico (posterior al año 70 D.C., cuyo marco es la destrucción del segundo Templo), no recibió la Septuaginta como un texto adecuado para la lectura pública en la liturgia de la sinagoga. Varias razones fueron dadas para esto. En primer lugar, algunos errores de traducción fueron denunciados. En segundo lugar, los textos hebreos, en algunos casos (especialmente el libro de Daniel), utilizados por la Septuaginta diferían del texto hebraico declarado como sagrado y fijo. En tercer lugar, los rabinos querían distinguir la tradición genuinamente judía de la emergente confesada por los seguidores de Jesús. De hecho, las comunidades cristianas de los inicios, aceptaron ampliamente la LXX e hicieron de ella la Escritura Sagrada para fundamentar su fe. Finalmente, los rabinos alegaron autoridad divina sobre el hebreo, diferente del arameo o del griego, aun cuando esas lenguas se transformaron en el idioma de los judíos de aquella época. Mientras tanto, en la obras judías helenistas como Filón de Alejandría y Flavio Josefo, la LXX es considerada con el mismo valor que el texto hebreo. También fueron encontradas copias de la Septuaginta entre los manuscritos de Qumran en el mar Muerto: un testimonio del valor que tenía para los judíos de aquella época (WEVERS, 1996, p.87-90).

Alrededor del siglo II D.C., varios factores llevaron a la mayoría de los judíos a abandonar el uso la LXX. El principal de ellos fue la asociación la LXX con el cristianismo, convirtiéndola en sospechosa ante los ojos de las nuevas generaciones de judíos. De hecho, la mayor parte de los cristianos desconocía el hebreo, ya sea porque habían venido del judaísmo helenista o porque formaban parte de los paganos. Como la LXX era la única versión griega de las Escrituras, llegó a ser la Biblia del cristianismo primitivo, que estaba en aumento. Los escritores del Nuevo Testamento, al citar las escrituras judías utilizaban libremente la LXX, dando a entender que Jesús y los apóstoles la consideraban confiable. Durante las polémicas judeo-cristianas de los primeros siglos de nuestra era, se llegó inclusive a pensar que los judíos habían alterado el texto hebreo para convertirlo en algo diferente de la traducción griega en varios pasajes que eran fundamentales para los cristianos (WEVERS, 1996, p. 91).

2.2 Tárgum

Las sospechas que fueron levantadas contra la LXX, a causa de la vinculación a una religión en conflicto con el judaísmo de la época, puede haber contribuido para la más amplia utilización de la traducción aramea autorizada del TANAJ, denominada Tárgum

El Tárgum no era de hecho una traducción, sino que fue constituida como una paráfrasis con explicaciones y ampliaciones de los textos del TANAJ, realizadas por un intérprete autorizado, en el lenguaje común de los oyentes con el objetivo de actualizar el texto antiguo para las nuevas generaciones y los nuevos contextos históricos. Las principales modificaciones realizadas por el Tárgum tenían como objetivo evitar el antropomorfismo y dar preferencia a la alegoría para cuidar la trascendencia de Dios (RIBERA, 1994, 218-225).

El TANAJ fue recibido por el Tárgum con mucha libertad. Varias modificaciones fueron incluidas en el texto, porque no existió la pretensión de substituir el texto hebreo por el arameo. El texto hebreo continuó siendo leído públicamente en la sinagoga y después el Tárgum auxilió la comprensión del los oyentes, viendo que pocos conocían el hebreo.

Algunas tradiciones judías a partir de Babilonia aceptaron el Tárgum como la escritura de autoridad, o sea, como el texto sagrado junto con el TANAJ. Posteriormente, esto se transformó en objeto de debate. Solamente en el Yemen aun se utiliza el Tárgum en la liturgia de la sinagoga.

A pesar de todas las controversias en la recepción del Tárgum para definir su importancia y su uso, hoy es ampliamente admitido que la paráfrasis aramea es esencial para el estudio del TANAJ, aun cuando las comunidades judías no hablen más el arameo. El hecho de que el Tárgum nunca ha dejado de ser una fuente importante para la exégesis judía muestra su amplia aceptación como fuente importante de comentario del TANAJ. Varios manuscritos bíblicos medievales contienen el texto hebreo y el arameo interpolados versículo a versículo. Este hecho tiene sus raíces en la exigencia de la utilización del Tárgum para el estudio privado del TANAJ que es leído públicamente durante los sábados (RIBERA, 1994, p. 218-225).

3 El Talmud

El Talmud, una compilación de las discusiones de los rabinos sobre los diversos aspectos de la praxis judía, también toma una posición sobre la recepción de las Escrituras. Los comentarios rabínicos del TANAJ que componen el Talmud son presentados como la Torah oral dada por Moisés y transmitida a las generaciones siguientes (Avot 1,1). Es por esto que, el Talmud, como resultado de las tradiciones orales de varias generaciones de rabinos, es tenida con igual autoridad que el texto bíblico de la Torah.

En el Talmud de Babilonia, en el tratado sobre el Sanedrín, Sanhedrin90a, los rabinos discuten sobre quién participará o no del mundo venidero, del mundo regenerado. En estas discusiones se afirma, entre otras cosas, que estará excluido de este nuevo mundo todo aquel que no considere la Torah como divinamente inspirada. El Rabi Akiva acrecentó que esto sucedería también a quien lea el libro no canónico, o sea, uno de los libros que no ensucian las manos, i.e., que no dejan las manos manchadas por la sacralidad. Dada la importancia de Akiva y la polémica entre judíos y cristianos en los primeros siglos de la era común, esta postura más severa también fue incluida en el Talmud de Jerusalén, tratado Sanhedrin 10a e 28a.

Entre los libros que no ensucian las manos, el Eclesiástico Libro del Sirácida, recibió el tratamiento más excluyente en el Talmud, pues fue colocado entre las obras pertenecientes los minim o herejes (Tosefta Yadaim II, 13). A pesar de haber sido excluido del canon y de las prohibiciones con el que fue cercado, el libro del Sirácida permaneció popular entre los judíos y es citado frecuentemente en el Talmud (TREBOLLE BARRERA, 1993, p. 48-49; 141-150; 159-213).

Todo esto muestra la actitud paradoxal, presente en la compilación del Talmud, en relación a la recepción de las Escrituras. Por un lado, ciertas obras son muy útiles para fundamentar la praxis del judaísmo de los primeros siglos de la era común. Por otro lado, esas mismas obras, como el libro del Sirácida son igualmente fundamentales para justificar el cristianismo. Por lo tanto, ellas son usadas con frecuencia como dicta probantia por los rabinos y son, igualmente, declaradas prohibidas como libros de los herejes.

La posición de los compiladores del Talmud también no difiere mucho acerca de la LXX. Ellos tienen que enfrentar el hecho de que la versión griega existe y es ampliamente usada por los judíos, viendo que pocos aun dominan la lengua mater de los ancestros. Sin embargo, el Talmud no puede oficializar la aprobación de la versión griega del TANAJ por motivos ideológicos y históricos comprensibles dentro del contexto en el cual las tradiciones de los rabinos fueron compiladas.

La leyenda sobre el surgimiento de la LXX cuenta que el rey Tolemeo reunió setenta y dos ancianos y los colocó en setenta y dos salas separadas, sin decirles porque los había reunido. Después el rey habría dicho a cada uno de ellos en particular que tradujera la Torah de Moisés. Entonces, Dios los inspiró de forma tal que todos concibiesen la misma idea (Talmud de Babilonia, tratado Megilla 9a).

La LXX es un hecho. La leyenda tal como está en el Talmud trae una ambigüedad, afirma que ellos concibieron la misma idea pero no dice que la traducción sea buena. Para los rabinos compiladores del Talmud, la Torah jamás será traducida de forma adecuada.

Algunos textos rabínicos ven a la traducción como un proceso esencialmente problemático y consideran las tentativas de realizarlo como algo escandaloso. Íntimamente vinculado a esto se encuentra la cuestión de la precisión del texto bíblico recibido y transmitido por los rabinos, en relación a las traducciones de las Escrituras, las cuales pueden, a veces, reflejar diferentes versiones de los textos en el idioma hebreo original. Esto levanta cuestiones urgentes para la teología rabínica, siendo que después de la destrucción del Templo los rabinos no apenas eligieron los libros sagrados, sino también el texto hebraico que mejor servía para comprobar la autenticidad a sus tradiciones en el momento de las polémicas que estaban viviendo (TOV, 1999, p. 1-20).

En cuento al Tárgum, el Talmud se preocupó antes que más nada en dejar bien en claro que el texto bíblico y su traducción eran cosas bien diferentes, siendo bien distinto el valor de cada uno. La legislación del Talmud al respecto del Tárgum va a mantener principalmente esta distinción: el lector y el traductor (meTárgumen, intérprete) no pueden ser el mismo (Talmud da Babilonia, tratado Sotah 39b) y el texto bíblico tiene que ser leído, mientras que la traducción debe ser realizada de memoria (Talmud de Jerusalén, tratado Megilla74d).

A pesar de esto, aunque la traducción (el Tárgum) esté claramente subordinada al texto bíblico, ella permite, al mismo tiempo, dar a conocer la correcta interpretación del mismo, actualizándolo y aun hasta cambiándole el significado. De esta forma, se mantiene intocable el texto hebreo considerado sagrado y, al mismo tiempo, lo actualiza para que responda a los nuevos desafíos sin la necesidad de modificar el texto.

Cuando el Tárgum fue escrito, junto con las funciones de la traducción y de la actualización, desempeñó también el papel de instrumento de estudio del texto bíblico dentro del sistema educativo rabínico, lo que se convirtió en su función primaria hasta los días de hoy. (PÉREZ, 1996, p. 533-562).

4 La Biblia cristiana y su lectura no judía

Durante los siglos I-VI, los judíos cristianos enfrentaron muchos problemas con la sinagoga y tuvieron que justificar su fe buscando en las Escrituras pasajes que los ayudasen a releer la vida de Jesús. Este tipo de lectura bíblica se configuró como:

– tipológica: los pasajes del Antiguo Testamento serían figuras y tipos de acciones mesiánicas de Cristo, por ejemplo, Mt 16,4; Lc 11,29.

– alegórica: prevaleció el símbolo más que la interpretación literal o histórica, por ejemplo, Gl 4,22-28.

– cristológica: el misterio de la salvación tiene su único eje en Cristo, por ejemplo, Lc 24,25-27 (GILBERT, 1995, 65-126).

4.1 Patrística

Los Padres Apostólicos buscaban fundamentar en la Biblia sus doctrinas, las cuales tenían un cuño pastoral. Los Apologetas estaban rodeados de polémicas provocadas por los paganos y por los judíos. Su acceso a la Biblia tenía como objetivo: rechazar calumnias contra los cristianos; luchar contra las costumbres y hábitos, mitos y ritos judíos y paganos; defender como verdaderas las doctrinas de los cristianos y rechazar las lecturas judías y paganas que podría contraponerse al cristianismo (SÁNCHEZ, 1996, 58-62).

Durante el período patrístico, la recepción de la Biblia se hizo efectiva a partir del sentido “histórico”, moral y alegórico. En esta perspectiva, “Histórico” significa que cada acontecimiento habla de Jesús, por lo tanto las Escrituras Hebreas hablaban específicamente de Cristo y de su Iglesia.

4.2 Edad Media

Además de los sentidos conocidos hasta ese momento (literal, histórico, alegórico, moral) en la Edad Media fue utilizado también el anagógico, sentido místico que elevaba al cristiano hasta las realidades celestiales. Como muchos eran iletrados y no podían tener acceso a la Biblia, fue incentivada la representación de escenas bíblicas a través de la pintura. A la predicación encajaría entonces la misión de dar la explicación de estas representaciones. Se fundó una catequesis a través de la imagen, ofreciendo una conciencia limitada de la Biblia representada sin las dificultades, contradicciones, diferencias, incoherencias del texto bíblico. A pesar de esto, la Biblia fue la fuente de todo conocimiento en la Edad Media, aun cuando el acceso a la misma estaba restricto a pocas personas (SÁNCHEZ, 1996, p. 62-63, GILBERT, 1995, p. 127-134).

4.3 En la Modernidad

Con la invención de la imprenta, la Biblia se transformó en un libro accesible para quien deseara y pudiera poseerlo. El texto que antes estaba oculto a los ojos de la mayoría, luego comenzó a revelar su dificultad, provocando dudas, críticas y las más diversas interpretaciones. Así, el sentido literal, anteriormente no muy importante, pasó a ocupar una primacía. Lutero proclama “solo la Escritura”, relativizando toda la interpretación realizada hasta entonces. Y, por último, los Reformadores piden la vuelta a la verdad hebraica. A partir de entonces comenzó un estudio crítico de las Escrituras, pero la verdad hebraica, tan proclamada, todavía no era una reaproximación a la lectura judía de las escrituras. La Biblia era todavía recibida sin tener en cuenta sus raíces más profundas.

5 La reaproximación entre lectura judía y lectura cristiana

La consideración de las raíces hebreas de las Escrituras y la reaproximación entre la lectura judía y la lectura cristiana tuvo su inicio entre los católicos cuando en 1943, el Papa Pío XII, escribió la encíclica Divino Afflante Spiritu sobre el modo más oportuno de promover los estudios de las Sagradas Escrituras. En ese documento, Pío XII pide que la Biblia ocupe un lugar central en la teología y en la vida de los fieles. Afirma la importancia del conocimiento sobre el hagiógrafo, el género literario, la historia, las antigüedades etc.

Un acontecimiento muy significativo para esta reaproximación entre judíos y católicos en la recepción de las Escrituras fue el descubrimiento de los manuscritos de Qumran en 1947, el cual provocó cierto frisson entre los investigadores. Como consecuencia de esto, se retomaron investigaciones relativas a los diversos aspectos de la vida judía alrededor del primer siglo de la era común. Hecho que hizo surgir un movimiento de retorno a las raíces judías de la fe cristiana.

5.1 Vaticano II

En 1962 comenzó el concilio del Vaticano II fruto de varios movimientos de renovación, modernización y reaproximación que se estuvieron desarrollando por varios años.

El coronamiento de este movimiento de reaproximación en el Vaticano II fue la promulgación, en el día 18 de noviembre de 1965, por el papa Paulo VI, de la Dei Verbum, la Constitución dogmática sobre la revelación Divina. En esta constitución se afirma la misma postura de la apertura que también está presenta en la Nostra Aetate, cuando los padres conciliares escribieron que “Dios amantísimo, buscando y preparando solícitamente la salvación de todo el género humano, con singular favor eligió un pueblo, a quien confió sus promesas”. Por lo tanto, la revelación narrada y explicada en el Antiguo Testamento es palabra verdadera de Dios (Dei Verbum, 14), ya que manifiesta el conocimiento al respecto de Dios y del ser humano y el modo en cómo todos los seres humanos son tratados por Dios justo y misericordioso. “Estos libros, aunque contengan también algunas cosas imperfectas y adaptadas a sus tiempos, demuestran, sin embargo, la verdadera pedagogía divina” (Dei Verbum, 15).

5.2 El pueblo judío y sus Sagradas Escrituras en la Biblia Cristiana

El Nuevo Testamento no es una novedad absoluta: está enraizado en las Escrituras del pueblo judío y les reconoce la autoridad divina. Este reconocimiento es expresado de modo implícito usando terminologías, reminiscencias y citaciones implícitas y explícitas (n. 2-4). Se proclama que el Nuevo Testamento está de acuerdo con las Sagradas Escrituras del pueblo judío en la doble convicción: por la necesidad de que se cumplan las Escrituras y por la conformidad de los eventos del Nuevo Testamento con las Escrituras del pueblo judío (n. 6-8).

El tema de la recepción de las Escrituras judías en la fe de Cristo lleva a considerar principalmente la unidad del plan de Dios y la noción de su cumplimiento, pues el Antiguo Testamento se abre progresivamente a una perspectiva de cumplimiento último y definitivo que los cristianos ven como ya realizado sustancialmente en el misterio de Cristo. Siendo así, la contribución de la lectura judía de la Biblia es muy útil, análoga a la lectura cristiana que se desarrolló en paralelo durante algunos siglos. Pero, por razones de la hermenéutica, los cristianos no deben hacer la lectura judía de la Biblia de la misma manera que los judíos, pues esto significaría aceptar todos sus presupuestos, como la autoridad del Talmud, la primacía de la Torah sobre los demás libros, la creencia de que el mesías todavía no vino etc. Cada una de las lecturas, la judía y la cristiana, es coherente con la visión de la fe respectiva, de la cual es resultado y expresión y son mutuamente irreductibles. Los cristianos pueden aprender con la exégesis judía y viceversa.

5.3 Verbum domini

El 11 de noviembre de 2010, el Papa Benedicto XVI publicaba la exhortación apostólica post-sinodal Verbum Domini, que recoge las conclusiones de la asamblea del Sínodo de los Obispos celebrada en el Vaticano en octubre del 2008 con el objetivo de “revalorizar la Palabra divina en la vida de la Iglesia”.

El objetivo del documento, aclaraba el Papa en la introducción, era “indicar algunas líneas fundamentales para revalorizar la Palabra divina en la vida de la Iglesia, fuente de constante renovación”. Además, el Papa expresó el deseo y la esperanza de que la Palabra de Dios se convirtiese cada más en el “corazón de toda actividad eclesial”.

Admitir que existe un vínculo peculiar “no ignoran las rupturas que aparecen en el Nuevo Testamento respecto a las instituciones del Antiguo Testamento”. Estas rupturas existen, están a la orden del proceso histórico y de la hermenéutica constitutivas de la identidad de los judíos y los cristianos, aunque también haya que considerar fundamental “el cumplimiento de las Escrituras en el misterio de Jesucristo, reconocido como Mesías e Hijo de Dios, se cumplen las Escrituras” (n. 43).

En la Verbum Domini, esta posición de los padres sinodales en relación a las Escrituras hebreas se convierte en la coronación de la posición oficial de los católicos sobre la reaproximación entre la lectura judía y la lectura cristiana, casi cincuenta años después del Concilio del Vaticano II.

Aíla Pinheiro, FCF, Brasil. Texto original português.

 6 Referencias bibliográficas

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