Carta a los Gálatas

Índice

Introducción

1 Formas literarias

2 Estructura

3 Aspectos teológicos destacados

4 Contenido

4.1 Encabezado: Ga 1,1-10

4.2 Cuerpo de la Carta

4.2.1 Parte I: Ga 1,11–2,21

4.2.2 Parte II: Ga 3,1–4,31

4.2.3 Parte III: Ga 5,1–6,10

4.3 Conclusión: Ga 6,11-18

Referencias

Introducción

La Carta a los Gálatas es considerada auténtica de Pablo, también llamada protopaulina. Su objetivo es superar la crisis provocada por los cristianos [1] provenientes del judaísmo, los llamados judaizantes (Ga 1,7,9; 4,17; 5,7,8-10,12; 6,12,13), al exigir que quienes se adhirieron a Jesucristo, sin pertenecer a la cultura y religión judía, se sometieran a la circuncisión y practicasen los mandamientos que determinan la identidad judía (Ga 3,2; 4,10,21; 5,3-4). Además, afirmaban que Pablo no anunció el verdadero Evangelio a los gentiles. Aunque no se identifican específicamente en la Carta a los Gálatas, los judaizantes probablemente eran cristianos procedentes de Jerusalén. La Carta a los Gálatas, por tanto, está fuertemente marcada por su carácter controvertido.

Hay dos propuestas para fechar esta carta, así como el lugar de su redacción. El primero sería entre los años 56-57 d.C., en Macedonia. La segunda hipótesis afirma que esta carta fue escrita en Éfeso, a mediados de los años 50 d.C. (entre 54-57). La segunda propuesta parece ser la más plausible, considerando los estudios actuales y la revisión de la datación de las otras cartas de Pablo.

Otro problema surge en cuanto a la identificación de los destinatarios de esta carta, dada la indicación genérica del encabezado (“Iglesias de Galacia”) y porque identificamos dos áreas geográficas con el mismo nombre: la Región de Galacia, denominada región Norte (Galacia Norte), y la provincia romana de Galacia, que abarcaba la región del sur de Asia Menor (Galacia Meridional). La opción por la Región, y no por la Provincia, es la más plausible, ya que se sabe que Pablo no suele mencionar los nombres oficiales de las provincias romanas en sus cartas, sino los de las regiones (Ga 1,17.21; 4.25; 1Ts 2,14; Rm 15,24).

Galacia estaba formada por una población de origen celta, que en el siglo III a.C. emigró al centro-norte de Asia Menor, y corresponde a la región central de la actual Turquía. Durante el período de dominación griega, no hubo resistencia de los gálatas mientras tenía lugar la helenización de la región. Más tarde, dadas las ventajas de los romanos, los gálatas los apoyaron, siendo recompensados ​​con la expansión de su territorio, por parte de Pompeyo y Augusto, y en el 25 a. C. se convirtió en una Provincia Romana (SCHNELLE, 2010, p. 331-335).

Pablo nos informa que su estadía en la región de Galacia se debió a una enfermedad (Ga 4, 13-14). Durante este período se fundó la comunidad, en su mayor parte formada por personas de origen pagano (Ga 4,8; 5,2s; 6,12s), de cultura greco-helenística.

Entrelazando datos autobiográficos y doctrinales, Pablo reafirma que los gentiles no necesitan ser circuncidados ni obedecer los mandamientos exigidos por los judaizantes, es decir, nadie necesita ser prosélito del judaísmo para luego convertirse en seguidor de Cristo con el bautismo, y prueba que la redención proviene de la fe en Cristo Jesús y no de la práctica de la ley. De este modo, defiende la vigencia de su Evangelio y aborda uno de los temas principales de su “teología”, la justificación por la fe en Cristo crucificado y resucitado, ya mencionado en la Carta a los Filipenses, pero no profundizado.

Al encontrarse en la fase final de la acción misionera de Pablo, Gálatas refleja toda la experiencia y madurez teológica de este incansable apóstol y misionero de Jesucristo, y nos ofrece mucha información sobre el cristianismo primitivo (Ga 2,1-14).

1 Formas literarias

Inicialmente, podemos decir que Gálatas pertenece al género epistolar, con una finalidad apostólica, es decir, hace llegar el discurso de Pablo dirigido a los Gálatas, en un determinado momento de crisis en la comunidad. Además de esta forma literaria general, algunos comentaristas, al resaltar sus aspectos retóricos, proponen otras clasificaciones, como: “reprensión-solicitud”, “retórica forense”, “retórica deliberativa” o la mezcla entre retórica “forense” (Ga 1,6– 4,11) y “deliberativa” (Ga 4,12–6,10).

2 Estructura

También hay varias propuestas de subdivisión del texto, pero asumiremos una, por privilegiar la estructura básica de una carta y el contenido (VANHOYE, 2000, p. 26-27; PITTA, 2019, p.162). En este caso, está el encabezado, que contiene el remitente, el destinatario, el saludo y la indicación del problema a tratar (Gal 1,1-10); el cuerpo de la carta (1,11–6,10), en el que se desarrolla el contenido, y el saludo final (6,11-18).

El cuerpo de la carta se divide en tres partes: a) datos autobiográficos y defensa de la justificación por la fe en Cristo, y no por la observancia de las obras de la ley (1,13-2,21); b) seis argumentos que prueban la justificación por la fe, extraídos de la experiencia de la comunidad y de las Escrituras, particularmente de Abraham (3,1–4,31); y c) la parte exhortativa, advirtiendo a los gálatas que mantengan su libertad en Cristo y que anden según el Espíritu (5,1–6,10). Concluye con algunos comentarios personales y una breve bendición (Ga 6,11-18), según el esquema que sigue:

Introducción

1,1-10

Encabezado y la indicación de la problemática

     Cuerpo

De la

Carta

1,11–2,21

I PARTE

Tesis principal de la carta (1,11-12)

Datos autobiográficos y defensa de la justificación por la fe (1,13–2,21)

3,1–4,31

II PARTE

Parte doctrinaria: seis argumentos que comprueban la justificación por la fe y no por la observancia de las obras de la ley

5,1– 6,10

III PARTE

Parte exhortativa: libertad y vida según el Espíritu

Conclusión

6,11-18

Firma, comentarios finales y bendición

 3 Aspectos teológicos destacados

Uno de los ejes teológicos centrales de Gálatas es la justificación por la fe y no por las obras de la ley. Para el apóstol, la ley se da para llevar al pueblo elegido a la plenitud de la revelación, lo que ocurre con la venida de Cristo. De esta manera, la promesa dada a Abraham (Gal 3,6-9), por haber creído, se cumple en Jesús (Ga 4,1-5), de manera particular, al conceder la redención a toda la humanidad (Ga 2, 16,17,21; 3,8,11,21,24; 5,4,5). Otro elemento importante es la fe como adhesión a la iniciativa salvífica del Padre, mediada por la obediencia del Hijo (Ga 2, 19-20) y la acción del Espíritu (Ga 4,6-7).

Pablo, para hablar del alegre anuncio salvífico centrado en el misterio de la vida de Cristo, especialmente el misterio pascual, utiliza el término Evangelio (Ga 1,11-12). El cristiano, acogiendo el Evangelio y adhiriéndose a él, participa gratuitamente, mediante el bautismo, en la filiación divina (Ga 3,26-4,7). Esta afiliación se expresa concretamente en la experiencia de la libertad en Cristo, que consiste en dejarse llevar por el Espíritu (Ga 5,1-26), es decir, tener una vida guiada por el amor, por el servicio (Ga 5,13; 6, 1-10), siendo una nueva criatura (Ga 6,15) (SILVANO, 2015, p.448-450).

4 Contenido

Presentaremos el contenido de la carta de acuerdo con la estructura antes mencionada: el encabezado; el cuerpo de la carta con sus tres partes y la conclusión.

4.1 Encabezado: Gal 1,1-10

El encabezado contiene el remitente (Ga 1, 1a-2b) y la referencia al destinatario (v. 3). Pablo enfatiza la procedencia divina de su vocación y misión, cuando se presenta como apóstol, enviado por Jesucristo Resucitado (Ga 1,1) y por Dios Padre; también destaca el plan salvífico del Padre, que se realiza a través de su Hijo Jesucristo. Este énfasis se da en vista de los problemas causados ​​en la comunidad por los supuestos oponentes, quienes, probablemente, afirmaban que Pablo no era un verdadero apóstol sino más bien el anunciador de un falso evangelio. Es importante resaltar que su preocupación no es la defensa de su identidad de apóstol, sino de la verdad y el origen divino del Evangelio.

La introducción de Gálatas se diferencia de otras cartas en que utiliza una expresión genérica al referirse a los colaboradores que están con Pablo y en que no contiene una acción de gracias específica dedicada a la comunidad.

En este encabezado, podemos observar que Pablo se ve a sí mismo como un instrumento de la acción escatológica de Dios en medio de los gentiles, y también del anuncio de la filiación divina abierta a toda la humanidad a través de la resurrección de Jesús. Encontramos, en Ga 1,4-5, una fórmula kerigmática, que expresa la acción soteriológica de Cristo (v.4), acompañada de una doxología (v.5) que cierra el saludo, enfatizando la acción redentora de Cristo, extendiéndose a todo el tiempo.

El término griego aivw,n (aiôn), en Ga 1,4, se puede traducir por siglo, eón o mundo. La expresión “tiempo presente perverso” proviene de la apocalíptica judía, que distinguía el tiempo dominado por el pecado, el tiempo de la esclavitud (tiempo perverso) y el tiempo por venir, del reino de Dios, que para Pablo comienza con Jesucristo.

Después de esta breve introducción, Pablo reemplazó la habitual acción de gracias por una amonestación que expresa su indignación por la inconstancia de los gálatas, al dejarse llevar por los argumentos de estas personas a las que Pablo llama adversarios. Su propósito es presentar la gravedad del problema y convencer a los gálatas de que regresen al camino ya iniciado según sus enseñanzas. Por eso, el apóstol defiende el Evangelio que anunció y lleva a los gálatas a darse cuenta de que no pueden dejarse seducir por el Evangelio que él llama diferente. Este evangelio diferente, probablemente, predicado por judeocristianos (“judaizantes”), defendía la necesidad de exigir a los bautizados, de origen pagano, la circuncisión y la observancia de la ley, especialmente las prescripciones relacionadas con la identidad judía, como el descanso sabático, leyes dietéticas y las relativas a los festivales anuales.

La expresión “el que os llamó por la gracia”, en Ga 1,6, se refiere a Dios Padre, y aporta el contenido que recorrerá toda la carta: la fe es un don gratuito de Dios que se da a todos los que se adhieren a Jesucristo. Por tanto, no solo se da al pueblo judío, siendo entonces injustificable exigir que los gentiles se conviertan en prosélitos del judaísmo, como si ésta fuera la única puerta a la fe cristiana, porque como dice Pablo, ésta no es la voluntad de Dios. De hecho, el apóstol afirma que quienes siguen un evangelio diferente al que él predicó son anatema, porque no siguen los designios de Dios. (Ga 1,8-9).

La palabra “Evangelio”, desde la perspectiva paulina, designa la revelación del Hijo Jesucristo, resucitado de entre los muertos (Ga 1,1; 1Cor 15,1-5) después de la muerte de cruz (1Cor 2,2). Así, Jesús muere porque es fiel al plan del Padre, que fue rechazado; pero Dios no se venga, sino que continúa revelando su amor rescatando a la humanidad del pecado y liberándola de la esclavitud. Expresa la solidaridad del Hijo en favor de todos y establece la economía de la justicia (Rm 1,16) anunciada por los profetas (Rm 16,25-26).

En Gálatas, la palabra “Evangelio” expresa, al mismo tiempo, la actividad del apóstol y el mensaje que anuncia. De esta forma, Pablo mantiene la autenticidad del mensaje y reafirma que el Evangelio anunciado por él no es de origen humano y que la redención no está condicionada a las obras humanas (v. 10). El mensaje es divino y tiene su centro en Cristo. La llamada a la fe es un don gratuito de Dios Padre (Ga 1,15; 5,8), basado en la obediencia filial de Cristo Jesús y en su amor generoso, que le llevó a entregarse por cada uno de nosotros. (Ga 2,19-20).

4.2 Cuerpo de la carta

El contenido del cuerpo de la carta se desarrollará por partes: a) Ga 1,11–2,21; b) Ga 3,1–4,31 e c) Ga 5,1–6,10.

4.2.1 I Parte: Ga 1,11–2,21

Después del encabezado, Paulo desarrolla el argumento de la carta en tres partes. La primera se describe en Ga 1,11-2,21 que, a su vez, se divide en dos grandes bloques: a) la tesis general (vv. 11-12), y b) los argumentos basados ​​en datos autobiográficos y en la defensa de la justificación por la fe.

El apóstol reafirma la naturaleza (v. 11) y el origen (v. 12) de su Evangelio, recibido por revelación de Dios. Para confirmar esta tesis central, aporta varios argumentos, el primero de los cuales es personal, o autobiográfico, que va desde su origen judío y celo por las tradiciones del judaísmo hasta la experiencia de la revelación de Jesucristo en el camino a Damasco, su estancia en esa ciudad y su viaje a Arabia (región al sur de Damasco) después de la revelación (Ga 1,13-17).

El verbo “aniquilar”, o “destruir”, utilizado en la carta para describir el motivo del viaje a Damasco, expresa la aversión del apóstol a la Iglesia naciente (Ga 1,23 y Hch 9,21), no porque Pablo fuera malvado, sino por ser un fariseo celoso de las tradiciones judías. Para los fariseos, Jesús no era el Mesías, era un impostor, por haber muerto crucificado y por no establecer la justicia anunciada; era un blasfemo que decía ser el Hijo de Dios. De esta manera, engañaba a los judíos y los alejaba de las tradiciones judías.

Pablo, como un fariseo celoso de sus tradiciones, no podía dejar que la gente fuera engañada y por eso decidió perseguir a estos seguidores de Jesús. No podía arrestar ni aplicar sanción disciplinaria por estos casos, que eran 40 latigazos, menos uno, pero sí podía llevarlos a las legítimas autoridades judías que ejercerían tal juicio y castigo (PENNA, 2018, p. 29). En Ga 1, 13-14, describe su conducta en el judaísmo, para mostrar la gratuidad de la intervención de Dios en su historia personal, garantizando así el origen divino de su Evangelio.

En Ga 1, 15-16, el apóstol define su experiencia en Damasco como una revelación directa de Jesucristo, por iniciativa de Dios Padre. Esta experiencia se funde con una llamada, es una vocación similar a la dada a los profetas del Pueblo de Dios (v. 15; Is 49, 1; 50,4; Jr 1,5). Según su relato, la revelación que Dios le dio tenía el siguiente contenido: Jesús, el Crucificado-Resucitado, es el Hijo de Dios y es el Mesías esperado (Evangelio). Pablo también recibe una misión: anunciar esta Buena Nueva (Evangelio) entre las naciones. Por tanto, la redención se ofrece gratuitamente a toda la humanidad, mediante la fe en Cristo. La narración termina con alguna información posterior a la revelación, como la visita que hizo el apóstol a Jerusalén; su contacto con Santiago, líder de la comunidad de Jerusalén (Ga 1,18-23; Hch 12,17; 15,13; 21,18; 1Cor 15,7), la Iglesia Madre; y su viaje a las regiones de Siria y Cilicia, para cumplir la misión de evangelizar.

En Ga 2,1-10, Pablo narra cómo en compañía de Bernabé y Tito conoció a los “notables” de la Iglesia Madre  en la llamada Asamblea de Jerusalén. El tema central de la Asamblea fue la exigencia, por parte de algunos judeocristianos (llamados por Pablo falsos hermanos o intrusos), de la observancia de las leyes judías y la circuncisión para los gentilcristianos. La circuncisión en Israel fue uno de los requisitos de la Alianza de Dios con Abraham (Gn 17, 1-14, 23-27) y descuidarla significaba violar la Alianza. Por lo tanto, bautizar a los gentiles sin requerir la circuncisión y la observancia de la ley, en el pensamiento de los judeocristianos, contradiría la afirmación de que Cristo es la realización máxima de la Alianza y las promesas hechas a los patriarcas. Para reforzar sus argumentos, Pablo se lleva consigo a Tito, por ser seguidor de Jesús de cultura griega, incircunciso, es decir, fue la representación del problema y el resultado de la Asamblea, dado que los notables no exigieron su circuncisión por haberse adherido a Jesucristo.

El segundo problema fue el hecho de que los gentilcristianos no obedecían los rituales de purificación y a las leyes alimentarias, lo que dificultaba compartir la mesa fraternal con los judeocristianos. En el judaísmo de la época, la comunión de mesa con los gentiles no estaba prohibida siempre que observaran las leyes alimentarias. Estas leyes consistían en evitar alimentos impuros (Lv 15,10-14; Dt 14), sangre de animales (cf. Gn 9,4; Lv 17,10-14; Dt 12,16,23-24) y carne sacrificada a los ídolos (1Cor 8-10). La observancia de las leyes alimentarias y su imposición a los gentiles era una forma de garantizar la fidelidad étnica y religiosa de los judíos.

El resultado de la Asamblea de Jerusalén fue la confirmación de la autenticidad del Evangelio anunciado a los gentiles y el reconocimiento oficial de la misión de Pablo por estos notables.

Poco después, el apóstol describe en su carta su discusión con Kefas (Pedro), quien inicialmente comía con cristianos gentiles en Antioquía en Siria, es decir, no le preocupaban las leyes dietéticas, pero después de la llegada de personas de Jerusalén, Pedro se niega a comer en la misma mesa con los gentiles. Es posible justificar la acción de Pedro por razones prácticas, una de las cuales no es escandalizar a los cristianos venidos de la ciudad santa, ya que, en la Asamblea de Jerusalén, Pedro fue confirmado como evangelizador de personas de cultura judía. Sin embargo, a los ojos de Pablo, esta actitud del líder principal de la Iglesia sonaba como una confirmación de que el Evangelio que predicaba no era verdadero y que los judaizantes tenían razón al exigir la circuncisión y el cumplimiento de las leyes dietéticas y aquellas propias de los judíos , dado que Jesús es el Mesías esperado por el pueblo judío y, por tanto, se cumplieron las promesas dadas al pueblo elegido, al pueblo de la Alianza, al pueblo elegido por Dios, y no a todos los pueblos. Así, desde la perspectiva de Pablo, la actitud de Pedro perpetuaba la división entre las comunidades compuestas por judíos y aquellas compuestas por personas de religiones helenísticas. Ante este escenario, el apóstol introduce uno de los puntos fundamentales de su teología, la justificación por la fe en Cristo y no por las obras de la ley (2,15-21).

La expresión obras de la ley (Ga 2,16) puede entenderse como la observancia de los actos prescritos en la ley mosaica (Ga 3,2.5.10; Rm 2.15; 3.20.27-28), pero sobre todo las leyes relacionadas con la identidad judía, como se mencionó. Para algunos judíos del Segundo Templo, solo la observancia de la ley aseguraba la salvación, por lo que debería cumplirse para ser reconocidos como justos. Para Pablo, por el contrario, la ley no puede hacer justo al culpable, sino únicamente sentenciarlo, precisamente porque la ha violado. El único que puede hacer a una persona justa es Jesucristo, por la redención que viene de su muerte en la cruz. Por tanto, es necesaria la fe, que, para Pablo, supone la experiencia personal con Jesucristo y la adhesión a él.

La expresión “por la ley, para la ley morí” (Ga 2, 19) se basa en la suposición de que el cristiano, a través del bautismo, se une a la pasión, muerte y resurrección de Cristo, en vista de vivir para Dios (Rm 6, 10). En cuanto a la función de la ley ante la muerte de Jesús, puede entenderse en dos sentidos: como deslegitimada por condenar a un inocente; o como inválida, ya que no tiene poder sobre un muerto. Estos aspectos teológicos serán explorados en la segunda parte del desarrollo de la carta. En esta segunda sección, el autor ya no utiliza datos autobiográficos, sino textos del Antiguo Testamento, especialmente de la historia de Abraham y la experiencia de fe de los gálatas después del bautismo (3,1–4,31).

4.2.2 II Parte: Ga 3,1–4,31

Hasta entonces, en la primera parte, Pablo había hablado de sí mismo: su trayectoria, su vocación, su relación con los demás apóstoles. Ahora, en la segunda, a través de preguntas retóricas, se refiere a la experiencia bautismal de los gálatas, para que tomen conciencia de la crisis que están viviendo (Ga 3, 1-5) y del error que cometerán cuando se dejen llevar por los judaizantes. Es una sección marcada por argumentos basados ​​en la historia de Abraham, aquel que cree (3,6-14) y en la precedencia de la promesa hecha a los patriarcas antes de Moisés, por lo tanto, no mediante la ley (3,15-18).

El argumento sintetizado en Ga 3,6-7 de que todos los bautizados son también hijos de Abraham es fundamental y se desarrollará en esta sección (3,7-29). Pablo parte del presupuesto de que Abraham fue justificado, antes de la circuncisión y de la ley dada a Moisés, por confiar en las promesas de Dios, según Gn 15,6. El contenido central de estas promesas es que en Abraham todas las naciones serán bendecidas, y el cumplimiento de esa promesa tiene lugar en Cristo. Por lo tanto, todos los bautizados, y no solo los judíos, son hijos de Abraham y disfrutan de las promesas y la herencia abrahámica. De esta manera el apóstol establece una relación entre la fe en Cristo y la filiación abrahámica, demostrando que, en la fe en Cristo, los gálatas se convierten en hijos de Abraham y de Dios. Consecuentemente, esta promesa no está ligada a la circuncisión, ni a las leyes dadas a Moisés, por lo tanto, no deben exigirse a los gentiles.

Estratégicamente, el autor utiliza a Abraham, siendo uno de los protagonistas de esta sección, por ser el destinatario de las promesas, el padre del pueblo elegido, el paradigma de la fe monoteísta, ya que es el primer prosélito que pasa de adorar ídolos a la adoración de Dios UNO. De hecho, Abraham fue considerado justo porque confiaba en las promesas dadas por Dios. Por lo tanto, para Pablo, él es el padre de aquellos que tienen fe en Cristo y que son justificados por esa fe. De esta manera, puede concluir afirmando que los gálatas son justificados por la gracia   y no por la ley (Ga 3,7-14).

En Ga 3, 15-29, Pablo probará que la ley fue dada para hacer que el pueblo tomase conciencia de las transgresiones y del pecado. Así, la ley es espiritual, buena (Rm 7,14,16), divina, tiene una naturaleza diferente a las promesas dadas a Abraham, que alcanzan su cumplimiento con la venida de Cristo (Ga 5,14). Tiene la función específica de indicar lo que es contrario a la voluntad de Dios, pero no tiene el poder de hacer justos a los culpables. La ley fue necesaria, en un período determinado, para la maduración del pueblo de Israel, como un pedagogo que guía al pueblo de Dios, pero con la venida de Cristo, la ley alcanza su pleno cumplimiento. Sin embargo, según el pensamiento de Pablo, no se elimina.

Cristo, por tanto, será el principio normativo para quienes se adhieran a Él, para quienes, mediante el bautismo, se inserten en el misterio pascual, asumiendo una nueva identidad (v. 27). En Ga 3,26-29, Pablo recoge tanto la tesis presente en Ga 3,6-7 como las cuestiones de la filiación, promesa y herencia abrahámicas, temas que impregnaron este capítulo, afirmando que todos son hijos de Dios a través de la fe en el Hijo, que nos redime (Ga 3,10.13.22). Así, las distinciones de raza, clase, género, presentes en la sociedad, no pueden reproducirse en las comunidades, ya que es necesario mantener la unicidad del cuerpo de Cristo.

Los elementos citados se reafirman en Ga 4, 1-7. En esta perícopa, para reflexionar sobre la acción salvífica de Dios en la historia, el apóstol utiliza el ejemplo de un heredero que no puede disfrutar de la herencia por ser menor de edad, quedando bajo el cuidado de tutores hasta alcanzar la madurez establecida por el padre. De manera similar, también ocurre con la humanidad que vivió una época de inmadurez, el período anterior a la venida del Mesías, influenciada por los elementos del mundo que indican tanto las fuerzas naturales y cósmicas, que eran divinizadas por los gentiles (4,3), como los ángeles (Ga 3,19) y las señas de identidad del judaísmo. Pero, en el tiempo predeterminado por el Padre, desde la creación, en la plenitud de los tiempos (vv. 4-5), Dios envía a su Hijo, para inaugurar el tiempo mesiánico al asumir la condición humana mortal (nacido de mujer), en un determinado contexto histórico-social-religioso específico (sujeto a la ley). Por tanto, Jesús es inserido plenamente en la humanidad y, de esta manera, podrá liberarla de la maldición de la ley, la muerte y el pecado. Dios también envía el Espíritu para certificar la llegada de la Era Mesiánica. Viene a habitar en el corazón de los bautizados, y en él clama la oración del Hijo: ¡Abba, Padre! El bautizado es adoptado como hijo en el Hijo, reunido por el Espíritu e insertado en una comunidad de hermanos y hermanas, cuyo único Padre es Dios. (SILVANO, 2018, p. 463-467).

Al resumir este apartado, se puede decir que la justificación viene sólo por la fe en Cristo crucificado y resucitado (Ga 3,1) y se ofrece a todos los que creen (Ga 3,6–4,7). En efecto, Cristo, cumpliendo la promesa de bendición de Dios a Abraham (Ga 3,8.14.18), une a judíos y paganos (3,26-29), pone fin a la maldición de la ley (Ga 3,10.13.22; 4,5) y les da la filiación divina. La participación de la filiación en Cristo es posible para todos los destinatarios del Evangelio mediante el don del Espíritu.

Después de esta sección, cargada de elementos teológicos, cristológicos y pneumatológicos, Pablo recuerda la acogida que recibió de los gálatas cuando permaneció en la región de Galacia a causa de una grave enfermedad, tratando de convencerlos de que existe una profunda experiencia entre él y la comunidad.  Por tanto, no comprende cómo se dejaron influir por los supuestos adversarios que decían que Pablo era enemigo de los gálatas, ni cómo aceptaron una predicación que contrastaba con todo lo que no solo les había anunciado el apóstol, sino que también vivieron y experimentaron con el bautismo (Ga 4,10).

Después de este momento de indignación ante la realidad de las comunidades, Pablo pasa a probar la libertad que se deriva de la adhesión a Cristo Jesús, en un intento de mostrar que esta libertad no puede tener su origen en la ley. Para ello, el autor utiliza dos personajes bíblicos, las matriarcas Sara y Agar, y elementos del judaísmo apocalíptico, que oponían la Jerusalén actual a la futura (Sal 87,3-5; Is 54,1; 60-66; Ez 40-48; Tb 13; Za 12-14). Así, Agar, la esclava, representa la Jerusalén actual, el presente tiempo perverso (1,4) y los elementos del mundo (4,3.9), frágiles y miserables, que son tanto las prácticas de las religiones paganas como las señas de identidad. del judaísmo, es decir, la experiencia de gentiles y judíos antes de la venida de Cristo. Mientras tanto, Sara, la mujer libre, representa a Jerusalén celestial, el comienzo de la Era Mesiánica, inaugurada con la muerte y resurrección de Cristo. Agar e Ismael representan la ley, que no puede justificar, ya que ésta no es su función. Sara e Isaac representan a Cristo, el cumplimiento de la ley, el principio normativo del cristiano, a través del cual, podemos ser hijos y, por tanto, libres.

4.2.3 III Parte: Ga 5,1–6,10

El final de la segunda parte, con el tema de la libertad, introduce la última etapa del desarrollo de la carta, en la que Pablo insta a los gálatas a perseverar en la libertad, dada por la fe en Cristo, y a no someterse al yugo de la esclavitud. Tal yugo puede entenderse como la condición de aquellas personas antes de la redención traída por Cristo, por lo tanto, es una crítica a los argumentos de los adversarios (Ga 4,24).

El apóstol reafirma que la libertad cristiana se basa en la entrega gratuita de Jesucristo, en su muerte y resurrección, por fidelidad al designio de amor del Padre. Este aspecto ya había sido abordado anteriormente, pero se utilizaron otras terminologías e imágenes soteriológicas, como rescatar, arrancar (1,4). En este apartado, la libertad adquiere un carácter soteriológico, cristológico (Ga 5,1) y pneumatológico.

El pasaje de Ga 5,2-12 se puede subdividir en dos partes. La primera (vv. 2-6), habla de la relación entre Pablo y los gálatas, y la segunda (vv. 7-12), describe la relación entre Pablo, los gálatas y los judaizantes. La primera es más lineal, la segunda está marcada por preguntas retóricas (vv.7.11), un proverbio (v.9), una amenaza (v.10b) y una invectiva irónica en el enfrentamiento con los agitadores (v. 12).

Con estas declaraciones, Pablo pretende defender el contenido de su anuncio universal, ya que anuncia el Evangelio de la libertad frente a la predicación de los judaizantes. Para Pablo, aceptar la circuncisión y la ley judía sería admitir que la obra de Cristo, el Hijo de Dios, no sería suficiente para obtener la redención (5,2-4; cf.2,21), y el plan salvífico del Padre se restringiría a los judíos.

En Ga 5,5-6, al unir la esperanza con la justicia, Pablo no sólo habla del don de la justicia, recibido al inicio de la vida cristiana (cf. Ga 2,16; 3,24; 1Cor 6,11), que se concreta en la experiencia de la fe y se expresa en el amor al prójimo y a Dios, sino que también afirma la esperanza de la justicia definitiva (1Cor 1,7; Flp 3,20), aquella futura que vendrá con la plenitud de la presencia, de la Parusía.  En estos versículos hay una armonía con Ga 3,28 y 6,15, y una interconexión entre fe, esperanza y caridad, la llamada tríada paulina. Es importante enfatizar que la acción cristiana (caridad) no es el resultado de un esfuerzo meramente humano, del voluntarismo, o de la fidelidad a la ley, sino que nace de una relación profunda con Jesús, de la experiencia de ser amado, redimido por Cristo, envuelto por su amor, siendo impulsado a amar también al prójimo.

Pablo nuevamente exhorta a los gálatas, expresando su indignación por su “adhesión” a los argumentos de los judaizantes (vv. 7-12). Para ello, utiliza una imagen deportiva, propia de las cartas paulinas (1Cor 9,24-26; Gal 2,2; Flp 2,16), que expresa el fervor inicial de los gálatas ahora desaparecido. Esta imagen, en el conjunto de la carta, nos remite a Gálatas 1,6-7, a la crisis que están viviendo los gálatas porque cedieron a la tentación de apartarse del verdadero Evangelio.

Tras esta exhortación, hay una reanudación de los argumentos, cuando Pablo afirma que vivir la libertad es una “llamada” que forma parte de la vocación cristiana, es decir, quien sigue a Cristo está llamado a la comunión con Dios y con los hermanos (1 Ts 2,12; 1Cor 1,9).

La verdadera libertad, según Pablo, es la liberación de la carne, es decir, de los deseos egoístas, del encerrarse en sí mismo, para dejarse guiar por Cristo, como principio normativo. Así, Pablo demuestra que la ley se cumplió plenamente por medio de Jesucristo, y que la norma que sintetiza toda acción ética cristiana está en Lv 19,18: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Esta síntesis, según Pablo, se basa en la participación en el misterio pascual de Cristo (Ga 5,14,24-25), que comenzó en el bautismo, pero que continúa a lo largo de la vida del bautizado. Este proceso de seguimiento y cristificación también es posible a través de la acción del Espíritu (Ga 5,16-18; 2Cor 3,17), que hace al bautizado hijo de Dios y lo guía a vivir el amor, en las diversas formas de relación. Así, el único fruto del Espíritu es el amor, que se expresa en sus manifestaciones (Ga 5, 22-23). La no adhesión a Cristo se expresa en las obras de la carne, que se dividen en tres grupos: la perversión de las relaciones humanas (sexuales y comunitarias), de la relación con Dios y consigo mismo. En esta lista de conductas inapropiadas, percibimos la perversión del amor humano (impureza), del amor a Dios (idolatría y magia), la ausencia de amor (divisiones) y la degradación total de la persona humana y su relación con el otro (excesos en la mesa). La obra del Espíritu, a su vez, da testimonio de los atributos de Dios: amor, paciencia, bondad, benevolencia, fidelidad, mansedumbre.

En Ga 6,1-10, hay una reflexión sobre las relaciones en la comunidad y la corrección fraterna. Esta corrección debe hacerse mediante los denominados espirituales, que pueden designar tanto a las personas que ya hicieron un proceso de madurez en la fe (1Cor 2,15; 3,1), como a todos los miembros de la comunidad, ya que, a través del bautismo , recibieron el Espíritu.

El apóstol también exhorta al amor recíproco, que debe ejercerse primero en la comunidad, luego con los demás hermanos y hermanas (1 Ts 5,15; Rm 12,18) y finalmente también con los enemigos (Rm 12,20).

En Ga 6.2, el autor sintetiza la solidaridad ya expresada en 6.1, al pedir a los cristianos que carguen el peso unos de otros. La palabra “peso” incluye todo el sufrimiento humano: desgracia, desventura, dolor físico, fracaso, debilidad moral, soledad, enfermedad, frustraciones, vejez (Rm 15,1; 2Cor 11,29). Ante la debilidad del otro, es necesario, antes de corregir al hermano, evaluar las motivaciones que llevan a la corrección fraterna (Ga 6, 3), teniendo en cuenta sus propias limitaciones, para que sea realmente por amor al hermano y no por vanagloria. La vanagloria, término típico en las cartas paulinas, es la actitud contraria a la fe, es el comportamiento de quien confía en las propias cualidades y no en la misericordia de Dios Padre y en la actitud del Hijo que se despojó de sí mismo (Flp 2,1- 11).

La carta termina instando a la comunidad a compartir los bienes materiales (Ga 6, 6) con quienes tienen la misión de instruir, de evangelizar. Sin embargo, Pablo nunca reclamó ese derecho para sí mismo. Estas actitudes dentro de la comunidad también reciben un carácter escatológico, dado que los bautizados serán juzgados por lo que hagan, pero ésta no debe ser la motivación para las acciones cristianas, sino el “hacer el bien a todos”.

 4.3 Conclusión: Ga  6,11-18

Pablo concluye resumiendo sus principales ideas y se despide. Escribe algunas cosas de su propia mano para autentificar la carta y retoma la polémica con los judaizantes, acusándolos de vanagloriarse de proselitismo, de no cumplir plenamente con la ley, en oposición al aspecto central del Evangelio, que es la cruz de Cristo. Pablo, a su vez, predica a Cristo crucificado y renuncia a toda gloria basada en motivos humanos. También afirma que la división entre circuncidados y no circuncidados no debe prevalecer, porque el bautizado ya vive en una nueva dimensión, en una nueva vida en Cristo. Lo que no quiere es sufrir más por la comunidad, pues ya lleva en su cuerpo los estigmas de Jesús. La palabra “estigma” probablemente se refiere a los sufrimientos resultantes de su apostolado, de su misión (2Cor 4, 10-12), que deben ser evaluados a la luz de su participación en la pasión y muerte de Cristo, su coparticipación en el misterio. pascual.

La carta termina con un saludo, en forma de bendición, pidiendo la gracia de la presencia de Jesucristo en la vida de la comunidad. Este aspecto cristológico recorre toda la carta como fundamento de la fe cristiana, dado que la preocupación del apóstol era proteger la fe de los gálatas del grave peligro de desviación que la amenazaba, que no era solo disciplinaria, o un detalle, sino que traía consigo serias implicaciones teológicas, ya que se trataba de decidir entre la fe en Cristo y la confianza en la ley, entre el don divino de la justificación por la fe y la pretensión humana de la autojustificación por las obras de la ley, entre permanecer sujeto a la ley o  someterse a la libertad derivada de la adhesión a Cristo.

En esta carta, Pablo revela el deseo de que los gálatas regresen a la experiencia del bautismo, comprendan la gran novedad del mesianismo de Jesús y que realmente puedan decir “(…) fui crucificado con Cristo. Por tanto, no soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí; y mientras vivo en la carne, vivo en la fidelidad del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí ” (Ga 2,19c-20).

Zuleica Aparecida Silvano, fsp. Facultad Jesuita de Filosofía y Teología, Belo Horizonte, Brasil. Texto original en portugués. Postado en diciembre del 2020.

 Referencias

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[1] É um anacronismo usar o termo “cristão” no contexto do I século, mas iremos utilizá-lo somente como uma comodidade linguística, para não repetir a expressão “seguidores de Jesus Cristo”. Assim, a expressão “judeo-cristão” deve ser interpretada como o seguidor de Jesus Cristo proveniente da tradição e da cultura judaica; e o “gentio-cristão”, aquele oriundo das várias religiões politeístas, henoteístas e monolátricas ou até mesmo monoteístas, mas entendida na concepção da cultura greco-romana. A inadequação do uso de “judeo-cristão” e “gentio-cristão”, no sentido historiográfico, no século I, foi aprofundada por PESCE, M. De Jesus ao cristianismo. São Paulo: Loyola, 2017. p. 207-216. (Bíblica Loyola, 71) e ALETTI, J.-N. Eclesiología de las cartas de san Pablo. Estella (Navarra): Verbo Divino, 2010. p. 28-29. (Estudios Bíblicos, 40).