Índice
1 El apóstol Pablo
1.1 Pablo en los Hechos de los Apóstoles
1.2 Pablo en las cartas paulinas
2 El epistolario paulino
2.1 Las cartas auténticas
2.2 Las cartas discutidas
3 La teología paulina
3.1 El poder de Dios para la salvación
3.2 Seres humanos nuevos
3.3 El cuerpo de la Iglesia
4 Interpretación de las cartas paulinas en América Latina
Referencias
1 El apóstol Pablo
¿Cuándo y dónde nació Pablo? ¿En qué momento se hizo seguidor de Cristo? La cronología de la vida de Pablo tiene dos fuentes: los Hechos de los Apóstoles y sus propios escritos. Estas dos fuentes no coinciden siempre entre sí. La descripción de los Hechos se le atribuye a Lucas y corresponde a la perspectiva evangelizadora de toda su obra. Pablo, por su parte, no nos ofrece una autobiografía completa, sino eventos aislados a partir de los cuales se pueden reconstruir algunas partes de su vida. Hay dos tipos de cronología, las relativas y la absoluta. Las relativas se entienden como “relativa a Lucas” y “relativa a las cartas de Pablo”. Según esta aproximación cada obra literaria refleja una “historia” diferente del apóstol. La cronología absoluta busca hacer coincidir dentro de un solo cuadro histórico los datos de los Hechos, de las cartas y algunos acontecimientos extrabíblicos que podrían coincidir con los mencionados en el Nuevo Testamento.
1.1 Pablo en los Hechos de los Apóstoles
Pablo es el protagonista de la segunda parte de los Hechos de los Apóstoles; su caracterización corresponde al proyecto narrativo y misionero de la obra lucana: “para que ustedes sean mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría, hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8; cf. Is 41,9). Lucas narra tres viajes misioneros del apóstol y tres veces el encuentro del apóstol con Jesús resucitado en la vía hacia Damasco.
Los viajes de Pablo descritos en la segunda parte del libro describen un apóstol que se prodiga llevando el Evangelio de Jesucristo a las fronteras de la diáspora judía. El recorrido del primer viaje lleva a Pablo y a Bernabé, por encargo de la iglesia de Antioquia, hasta Licaonia, Listra y Derbe (14,1-6), centro sur de la Turquía actual. Su predicación tiene lugar inicialmente en la sinagoga judía (14,1) y tiene como consecuencia el rechazo e incluso la lapidación (14,19). Ante el rechazo de los judíos se dirigen a los gentiles (13,46). El recorrido del segundo viaje lleva a Pablo, a Silas y en parte a Timoteo, hasta la Galacia antigua, un poco más al norte del primer viaje. Las dificultades (16,6-10) los empujan a ir hacia Macedonia, pasando por Neapolis y Filipos, centros urbanos romanos. Esta transición señala un momento crucial en el proyecto misionero lucano: la evangelización de Europa. El recorrido del tercer viaje lleva a Pablo desde Antioquía hasta Corinto, pasando por la mayoría de las iglesias fundadas en el Asia Menor y costas de la Tesalia, y de regreso hacia Jerusalén. El anuncio evangélico a lo largo de estos viajes se realiza generalmente en la sinagoga judía; Lucas reitera, además, los obstáculos de la primera predicación, la guía del Espíritu Santo y el ejemplo de Pablo como primer testimonio personal de identificación con el destino de Jesús. Se discute mucho las fechas de estos viajes. Si se tiene en cuenta la mención de Galión (18,12-17) y su tiempo como procónsul en Acaya, se pueden conjeturar los siguientes plazos: primer viaje entre los años 47-48 d.C., segundo entre 49-52 d.C. y tercero entre 53-57 d.C. Se discute igualmente si el cuarto viaje o de la cautividad se puede considerar un viaje apostólico. Es muy posible que estos viajes correspondan más a un “esquema teológico” de difusión del testimonio sobre Jesús resucitado, partiendo desde Antioquía y Jerusalén, pasando por Roma y desde allí hasta los confines de la tierra.
Los relatos de conversión de Pablo constituyen un tríptico. Cada escena propone una imagen diferente del apóstol, con un objetivo específico. El primero se narra en tercera persona, el segundo como un testimonio personal y el tercero como una defensa ante el tribunal de Agripa. En Hch 9,1-19 Lucas describe un encuentro entre Pablo y Jesús resucitado. Este relato concluye con el bautismo de Pablo por manos de Ananías. En Hch 22,1-21 Pablo mismo describe lo sucedido en el camino hacia Damasco como un testimonio personal. En este caso el “Dios de nuestros Padres” lo constituye en testigo privilegiado de la resurrección del Señor. Este relato concluye con una visión en el templo de Jerusalén (vv. 17-21) en la cual se confirma su misión como testigo. En Hch 26,12-23 Pablo se defiende de las acusaciones de algunos judíos ante el tribunal de Agripa. Aunque esta defensa se realiza ante un tribunal romano, Pablo esgrime argumentos característicos de los profetas. Su defensa consiste en reafirmar su vocación profética. El objetivo de estas tres narraciones diferentes consiste en mostrar de forma gradual cómo Pablo fue tomando conciencia de su vocación a ser testigo de Jesús resucitado. Entre los capítulos 9,22 y 26 se describen sus actividades misioneras y, lo más importante, las persecuciones y los rechazos de los cuales fue objeto. La imagen de Pablo que nos da Lucas es la de un apóstol misionero, testigo personal de la persecución, muerte y resurrección del Señor, porque él mismo lo ha experimentado así durante su itinerario apostólico y espiritual.
1.2 Pablo en las cartas paulinas
¿Cómo se describe Pablo a sí mismo en sus cartas? ¿Cómo un siervo inútil semejante al descrito en el Evangelio (Lc 17,10)? ¿Cómo un apóstol y evangelizador? Pablo habla de sí mismo en los siguientes pasajes: Gal 1,15–2,14; Flp 3,5-6; 1Cor 7,7. Su testimonio escrito demuestra que fue un hombre de fe enraizado en dos culturas, la del judaísmo de la diáspora y la grecorromana del Mediterráneo.
En Flp 3,5-6 Pablo pareciera definirse a sí mismo como uno que subvierte el orden establecido. El “vivir en Cristo” determina un antes y un después; todo lo anterior se juzga una pérdida si se compara con el valor de conocerlo. Entre algunos judíos la fidelidad a la ley de Moisés tenía una importancia sin igual; un mérito que Pablo pone en tela de juicio después de su encuentro con el Señor. En el ámbito grecorromano el prestigio o el poder gloriarse eran imprescindibles. Los motivos más significativos eran el linaje, la educación, los éxitos alcanzados. Pablo relativiza su linaje, su formación farisea y su celo como perseguidor, mostrando con su ejemplo que la fe en Cristo constituye un motivo incomparable de orgullo e introduce así un nuevo modo de estar en el mundo. En Rm 1,1 Pablo se presenta a sí mismo como esclavo – de Cristo Jesús – y en 1Cor 9,19 como un hombre libre que se ha hecho esclavo. Él renuncia voluntariamente a sus derechos para dar ejemplo de cómo se debe instruir a una asamblea. Esta comprensión de su ministerio, como servidor humilde del mensaje de Cristo, y de su trabajo evangelizador, como servicio a una comunidad, modifica los parámetros del discipulado grecorromano, cuyo objetivo era superar al maestro. El hecho de ser “separado” para la difusión del evangelio (Rm 1,1) sigue, además, el modelo de consagración de Israel característico de la tradición profética en el AT (cfr. Ez 45,1.4; 48,9.20).
En Gal 1,15–2,14 Pablo describe su transformación de perseguidor de la Iglesia a evangelizador de los gentiles. Él justifica su ministerio y su ser apóstol por una llamada divina, sin intervención humana. Después de haber tenido esta experiencia del Señor, él menciona un intervalo de tres años (1,18), antes de una visita breve a Jerusalén y después otro intervalo de catorce años hasta una nueva visita a Jerusalén (2,1), identificada con el Concilio de Jerusalén. Estos diecisiete años no son fáciles de explicar, si se adjudica valor histórico a los itinerarios propuestos en los Hechos de los Apóstoles. Para compaginar estos años con los transcurridos antes del primer viaje misionero se tendría que forzar un poco el cómputo de los años. A pesar de las dificultades señaladas para establecer una cronología absoluta, las dos fuentes principales, la carta a los Gálatas (2,1-10) y los Hechos de los Apóstoles (15,2-29), coinciden en mencionar el encuentro de Pablo y Bernabé con los Apóstoles, pilares de Jerusalén, así como los acuerdos allí establecidos: no imponer la circuncisión a los cristianos de origen pagano – no judío – y cuidar especialmente de los pobres. Si se tienen en cuenta, además, algunas fuentes históricas extrabíblicas (Suetonio y Tácito) y el cálculo retroactivo de los años pasados por Pablo en Corinto según Hch 18,11-22, antes de comparecer ante el procónsul L. Junio Galión Eneo en Acaya (aprox. 52 d.C.), se podría datar su participación en el Concilio de Jerusalén alrededor de los años 49-50 d.C.
2 El epistolario paulino
Las cartas paulinas se pueden agrupar de muchas maneras: protopaulinas, deuteropaulinas, tritopaulinas. Algunos distinguen, además, sus cartas de la cautividad y las pastorales, es decir, aquellas que mencionan sus cadenas (Filipenses, Filemón, Efesios y Colosenses) y aquellas que se dirigen a ministros de la Iglesia (Timoteo y Tito). Por razones de claridad y brevedad se expondrán en dos grandes grupos: aquellas cuya autenticidad es prácticamente unánime y aquellas discutidas o atribuidas a la escuela paulina.
2.1 Las cartas auténticas
2.1.1 Romanos
La carta a los Romanos fue escrita hacia finales del 57 d.C. o comienzos del 58 d.C., desde Acaya (Macedonia) o desde Corinto. Se considera la “suma teológica” del apóstol. En ella se explica el cómo y por qué Dios transforma a los seres humanos por medio de la fe en Cristo. De acuerdo con las promesas hechas a Israel, Dios capacita a los creyentes para obrar con justicia y rectitud. La justicia por la fe en Cristo está al alcance tanto de judíos como de no judíos.
2.1.2 Primera Corintios
La primera carta a los Corintios fue escrita entre los años 54-56 d.C., durante el “tercer viaje misionero” (cf. Hch 18,18-28) y posiblemente desde Éfeso. En esta carta Pablo cuestiona duramente la comunidad por las divisiones que la aquejan. Discordias por el tipo de bautismo recibido o por los carismas que abundaban en la comunidad indican que los destinatarios eran neófitos o todavía inmaduros en la fe. A todos ellos el Apóstol los instruye en la verdadera sabiduría del Evangelio de Cristo.
2.1.3 Segunda Corintios
La segunda carta a los Corintios fue escrita posiblemente hacia mediados del año 57 d.C. desde Macedonia, después del reencuentro entre Pablo y Tito (2Cor 7,6-7) y antes de viajar de nuevo hacia Jerusalén (cf. Hch 19,21-22). Los temas de la consolación y de la reconciliación aparecen como los hilos conductores de gran parte de la carta. En las secciones 8–9 Pablo promueve una colecta para la comunidad de Jerusalén y en 10–13 se defiende anunciando cuál es su único motivo de orgullo: predicar a Cristo.
2.1.4 Gálatas
La carta a los Gálatas fue escrita en algún momento entre los años 55-57 d.C., desde Corinto o desde Éfeso, después del “Concilio de Jerusalén”, pero antes de la carta a los Romanos. En esta carta Pablo reprocha la incoherencia e insensatez de los miembros de la comunidad que quieren ceder a las presiones de un grupo de agitadores judaizantes. El Apóstol les recuerda que en cuanto discípulos de Cristo han sido llamados a la libertad. La libertad verdadera se reconoce porque capacita para amar.
2.1.5 Filipenses
La carta a los Filipenses se atribuye a un Pablo “anciano” y prisionero. La mención de “mis cadenas” (1,7.14.17) indica que el Apóstol escribió esta carta desde Roma aproximadamente entre los años 60-62 d.C. En ella Pablo propone dos ejemplos a seguir, el de Cristo que se humilla y el de Pablo mismo que se despoja de sus antiguos privilegios. La invitación a la alegría completa este compendio de la vida cristiana que sintoniza al creyente con los mismos sentimientos de Cristo.
2.1.6 Primera Tesalonicenses
La primera carta a los Tesalonicenses se considera el escrito más antiguo del epistolario paulino y de todo el NT; pudo haber sido escrita alrededor de los años 50-51 d.C. En ella Pablo intenta dar respuesta al temor de quienes esperaban la venida del Señor como un suceso inminente: si aquellos que murieron antes de esta venida participarán del “día del Señor”. El Apóstol confirma a los creyentes recordándoles que no sabemos ni el día ni la hora y los exhorta a la sobriedad en el presente.
2.1.7 Filemón
Se discute si esta carta fue escrita en los años 56-57 d.C., desde Éfeso (cf. Aristarco en Flm 34 y Hch 19,29) o alrededor del año 60 desde Roma. El Apóstol solicita a Filemón que reciba al esclavo Onésimo como si se tratara del mismo Pablo. Se trata de una pequeña obra maestra de persuasión en la cual Pablo busca formar la conciencia del cristiano, para que se comporte de acuerdo con el amor y la fe en Jesús.
2.2 Las cartas discutidas
2.2.1 Efesios
La carta a los Efesios fue escrita entre los años 60-90 d.C., en algún lugar de Asia Menor, alrededor de una “escuela paulina” que preservó el pensamiento y el estilo del Apóstol. En ella se menciona la condición de Pablo “prisionero” (4,1), “embajador entre cadenas” (6,20). El corazón de la carta es el misterio de Cristo, el cual se define como la unidad indisoluble entre la cabeza, que es Cristo, y su cuerpo, que es la Iglesia. La carta promueve, además, la coherencia moral con el conocimiento de este misterio.
2.2.2 Colosenses
La carta a los Colosenses fue escrita entre los años 60-90 d.C., en algún lugar de Asia Menor, quizá un poco antes de la carta a los Efesios. Se atribuye a una “escuela paulina” que conservó el estilo y la enseñanza del Apóstol. Esta carta comparte muchas características con la carta a los Efesios, pero a diferencia de ésta no subraya tanto el papel de la Iglesia cuanto el de Cristo. Es posible que haya sido la respuesta a algunas ideas erróneas que proliferaron en las comunidades de Colosas y Laodicea.
2.2.3 Segunda Tesalonicenses
La segunda carta a los Tesalonicenses fue escrita entre los años 80-90 d.C., en algún lugar de Asia Menor en el seno de una “comunidad paulina”. Esta carta fue elaborada sobre el molde de la primera y trata aparentemente la misma cuestión: la venida del Señor y el final de los tiempos. Sin embargo, a diferencia de la primera, enfatiza la prevención de los engaños del maligno y de cualquier otra forma de maldad. Se discute mucho si su contenido apocalíptico es paulino.
2.2.4 Primera Timoteo
La primera carta a Timoteo fue escrita hacia finales del Siglo I d.C., en algún lugar de Asia Menor. Pablo asoció a Timoteo a su labor apostólica, según el testimonio de Hch 16,1-3; 18,5; 2Cor 1,19. La carta refleja una comunidad en transición de la misión a la institucionalización. En ella se caracteriza la conducta intachable de los ministros (obispos, diáconos, presbíteros) y del resto de la comunidad. La fe se entiende como un combate que involucra el amor, la paciencia y la bondad.
2.2.5 Segunda Timoteo
La segunda carta a Timoteo fue escrita hacia finales del Siglo I d.C., en algún lugar de Asia Menor. Esta carta se considera el testamento y la despedida del Apóstol al final de su vida: “he peleado una buena pelea, he terminado la carrera, he mantenido la fe” (4,7). En ella se exhorta a la fidelidad, firmeza y fortaleza ante las adversidades. También se prevé la persecución para todos aquellos que quieran llevar una vida auténtica en Cristo.
2.2.6 Tito
La carta a Tito fue escrita hacia finales del Siglo I d.C. Tito aparece como compañero apostólico de Pablo en algunas de sus cartas (2Cor 2,13; Gal 2,1-3), en el contexto de la misión a Macedonia (2Cor 7,6.13) y de la colecta para los pobres de Jerusalén (2Cor 8,6.16). Por esta razón la escritura de la carta se ubica entre las iglesias de Macedonia o Acaya. La carta ofrece un resumen de la redención y del bautismo cristianos; redención entendida como purificación y bautismo como renovación en el Espíritu Santo.
2.2.7 Hebreos
El autor de la Primera Epístola de Clemente (a finales del Siglo I o comienzos del siglo II d.C.) se refiere ya a esta carta como parte del NT; su fecha de composición, sin embargo, es incierta (entre el 65 y 90 d.C.). La autoría paulina de la carta se aceptó en las iglesias de Oriente, pero se puso en duda en las de Occidente; ella no se incluye, por ejemplo, en el Canon de Muratori (Siglo II d.C. aprox.). Su contenido se parece mucho al de una homilía antigua elaborada a partir de textos del AT con el fin de demostrar el primado del sacerdocio de Cristo.
3 La teología paulina
3.1 El poder de Dios para la salvación
Pablo describe en sus cartas la acción de Dios a favor de los hombres por medio de ciertas nociones conocidas en el AT. Dios, por ejemplo, justifica, salva, perdona, expía los pecados de la humanidad. A estas nociones el Apóstol añade otras más propias del mundo grecorromano. Dios reconcilia, concede la paz, une los ánimos. La teología de Pablo, sin embargo, no se diferencia sustancialmente de su cristología, porque todas las acciones de Dios se realizan por medio de Jesucristo. Todos los seres humanos, además, independientemente de su raza y origen, ya sean judíos o no judíos, acceden a estos beneficios divinos por medio de la fe en Cristo.
En la carta a los Romanos y a los Gálatas Pablo realiza un esfuerzo enorme por demostrar con la ayuda de las mismas Escrituras del AT que las promesas de Dios a Israel preveían también la inclusión de los no-judíos. Para ello el Apóstol tiene que explicar su comprensión personal, o reinterpretación, de la alianza entre Dios e Israel y de la ley de Moisés. La alianza establecida entre Dios y Abraham incluía la tierra y la descendencia para todo Israel. El sello de tal alianza por parte de los israelitas consistía en la circuncisión de los varones. Pablo demuestra que antes de la alianza y de la prescripción de la circuncisión, Dios hizo una promesa incondicional a Abraham, en la cual Abraham creyó antes de hacerse israelita o judío. La precedencia de la promesa (para todos los creyentes) con relación a la alianza (circunscrita a los circuncisos) es así un punto de fuerza de la teología paulina. La consecuencia inmediata de esta comprensión del modo de actuar de Dios es la derogación de la validez de la ley de Moisés para quienes creen en Cristo. Si Cristo es el único intermediario entre Dios y los hombres, la ley no puede ocupar este lugar. Pablo aclara que la ley de Moisés es santa, justa y buena (Rm 7,12) y que fue la pedagoga de la humanidad para enseñarle el Cristo (Gal 3,24). Ahora, en Cristo, todos los preceptos de la ley se sintetizan en el mandamiento del amor.
El poder del Evangelio de Cristo tiene repercusiones cósmicas. Pablo describe la actividad de Dios a favor de la humanidad como capacitación para que ellos lleguen a ser hijos de Dios en plenitud. Para lograr este objetivo, Dios, por medio de Cristo, traslada a quienes están bajo el dominio del pecado y los reubica bajo el dominio de la gracia. Esto significa que, en Cristo, Dios derrota al poder del pecado, su antiguo adversario. En las cartas discutidas, especialmente en Efesios y Colosenses, la acción de Dios y la mediación de Cristo tienen también una dimensión cósmica. Esta dimensión ya se sugiere en Rm 8,38-39 cuando se afirma que nada, ni siquiera el poder del pecado, nos puede separar del amor de Dios. En Efesios y Colosenses la soberanía de Cristo, y con ella la del Dios bueno, alcanza a todas sus criaturas, tanto las que están sobre la tierra como en los cielos.
3.2 Seres humanos nuevos
Pablo explica la vida en Cristo mediante contrastes temporales, oposiciones lógicas y paradojas humanas. Antes de la venida de Cristo éramos esclavos del poder del pecado, ahora, en Cristo, somos “esclavos” de la justicia (Rm 6,18). Antes, bajo el régimen de la ley estábamos expuestos a los caprichos del egoísmo humano (la carne), ahora en Cristo, hemos muerto a tales caprichos y podemos vivir según el Espíritu. Pablo subraya el cambio entre el antes y el después de los creyentes con la ayuda de la imagen del bautismo (inmersión). ¿Qué sucede en los creyentes que pasan de estar bajo la ley, expuestos al pecado, a estar bajo la gracia? La respuesta del Apóstol es contundente: sucede una muerte. El creyente se sumerge en la muerte de Cristo, es con-sepultado, se hace uno con la sepultura de Cristo, y se une así a su muerte (Rm 6,3-5). A esta identificación con su muerte no corresponde una identificación igual con la resurrección del Señor: ésta se pospone para el futuro; seremos resucitados, así como seremos salvados. La reflexión del Apóstol se concentra, de hecho, en las consecuencias morales de esta inmersión en el presente: ahora caminamos en novedad de vida (Rm 6,4). La participación en esta muerte separa al creyente del poder del pecado, de manera que pueda poner sus cualidades al servicio de la justicia (Rm 6,12-14).
En 1 Cor 11,23-26 Pablo relata uno de los testimonios más antiguos de la Última Cena del Señor y la explica como misterio de unidad y comunión con la misma entrega de Jesús en la cruz. Pablo también describe esta unidad íntima del creyente con Cristo por medio de las virtudes fe, esperanza y caridad. La fe en Cristo se traduce en la esperanza de la resurrección con él; estas virtudes se materializan, a su vez, en manifestaciones de amor para con los demás, sean miembros de la comunidad o no.
En las cartas discutidas la descripción de la identificación con el creyente cambia ligeramente. En ellas se conserva el esquema temporal para esclarecer los efectos de la muerte y resurrección. Sin embargo, a diferencia de las cartas auténticas en las cuales se acentúa el “ya pero todavía no” (ya fuimos justificados, pero todavía no salvados), en las cartas discutidas se insiste en la unión presente con Cristo: “por gracia ustedes ya han sido salvados” (Ef 2,5). No sólo salvados, sino glorificados con Cristo, sentados a la derecha de Dios Padre (Ef 2,6). ¿Quiere decir esto que no falta nada en el camino hacia la salvación? Para que el creyente llegue a ser perfecto, es decir, adulto o maduro en Cristo hace falta que conozca su misterio y crezca armónicamente hasta identificarse con él mismo (Ef 4,13-16).
3.3 El cuerpo de la Iglesia
Pablo define a la Iglesia como comunión en el Espíritu. Él subraya curiosamente la diferencia de sus miembros. Mediante la comparación con el cuerpo humano (1Cor 12,14-26) el Apóstol muestra que cada miembro es diferente por naturaleza y por función. Esta comparación le permite exhortar a sus oyentes a proteger con cuidado a los miembros más débiles (1 Cor 12,22-24). Durante su experiencia misionera y apostólica Pablo tuvo que enfrentar muchas divisiones comunitarias; algunas por motivos religiosos e incluso espirituales, como la proliferación de carismas; otras de tipo moral, como escándalos (1Cor 6,12-20; 7,1-2); otras de tipo étnico, como discriminaciones entre judeocristianos y cristianos de origen pagano, entre ricos y pobres. En todos estos casos el Apóstol busca ir a la raíz de la vida cristiana, evitando dar a menudo directrices particulares. El vínculo de la caridad está por encima de cualquier división. La presencia del Espíritu Santo en la comunidad garantiza, además, que su unidad sea corporativa y orgánica, más que mera uniformidad.
En las cartas discutidas la comprensión de la Iglesia gana en densidad. En ellas la Iglesia no se identifica en primer lugar con las comunidades locales sino con el cuerpo de Cristo, con su cuerpo místico. Si Cristo resucitado es la cabeza, la Iglesia es su cuerpo glorificado. La Iglesia es así el misterio de unidad entre esta cabeza y este cuerpo. Estas cartas ahondan en los múltiples ministerios que se insinúan ya en la segunda generación apostólica: apóstoles, profetas, evangelizadores, pastores, maestros (Ef 4,11). En las cartas pastorales (Primera y Segunda a Timoteo, Tito) se describe cierta organización institucional de las comunidades cristianas, como también la caracterización de ciertos ministerios instituidos: obispos (1Tim 3,1-7; Tit 1,7-9) diáconos (1Tim 3,8-13), presbíteros (1Tim 4,17-22; Tit 1,5-6). Al Apóstol se le atribuye, por ejemplo, el nombramiento de los responsables de la comunidad (2Tim 1,6-8). Se trata de una Iglesia que crece y se organiza para difundir el Evangelio y promover la caridad.
4 Interpretación de las cartas paulinas en América Latina
La interpretación de las cartas paulinas en América Latina (AL) se ha caracterizado por su tenor pastoral. La lectura popular de la Biblia ha descubierto tanto en las narraciones de los viajes misioneros de los Hechos como en la descripción de algunas cartas un modelo de construcción de pequeñas comunidades. Siguiendo este modelo se descubre la palabra de Dios que se abre camino en el continente americano (Mesters). La invitación paulina a vivir la libertad con la que Cristo nos hizo libres constituye un desafío para las iglesias de todos los tiempos. Un reto que incluye, además, la afirmación de la igualdad de la mujer en todos los niveles de la sociedad y de la Iglesia (Tamez). El contexto del libro del Éxodo y de Moisés como líder de Israel ha sido igualmente inspirador para leer los textos paulinos en AL (Inostroza). Las cartas paulinas han servido, en fin, como fuente de reflexión para los procesos de reconciliación que tienen lugar en AL (Granados).
Juan Manuel Granados Rojas SJ, Pontificio Instituto Bíblico – original castellano.
Referencias
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