María en la Biblia

Índice

1 María en la Biblia

1.1 Antiguo Testamento

1.2 Nuevo testamento

1.2.1 Identidad de María de Nazaret

1.2.2 Carta de Pablo

1.2.3 Evangelio de Marcos

1.2.4 Evangelio de Mateo

1.2.5 Evangelio de Lucas

1.2.6 Evangelio de Juan

1.2.7 Apocalipsis

2 Referencia

1 María en la Biblia

Los datos bíblicos sobre María se insertan en la historia de la salvación, dentro del anuncio del misterio de Cristo y en la perspectiva de cada escrito. Si bien no existe una “biografía” sobre la vida de María, su presencia en las Escrituras tiene un significado teológico por el lugar que ocupa en el núcleo del acontecimiento de Cristo que la trasciende. La exégesis moderna destaca que el misterio de María significa la síntesis de toda la revelación precedente sobre el pueblo de Dios, de todo el pueblo de la alianza, que tiene su culminación en Cristo. “Ella es el ícono de todo el misterio cristiano” (FORTE, 1993, 112).

1.1 Antiguo Testamento

¿Qué nos dice el AT sobre la Virgen María? La exégesis y la teología, unida al Magisterio y a la Tradición de la Iglesia se refieren al papel de la Virgen María en la historia de salvación. La sitúan en su prefiguración veterotestametaria y luego en su misión de madre de la Iglesia y de Cristo. Hay diversas opiniones de exégetas sobre la presencia de María en el AT (POZO, 1974, 126). Algunos hablan de su ausencia o de apariciones muy fugaces bajo formas de revelaciones o profecías y otros afirman que está presente en toda la Biblia (CAROL, 1964, 55). Según San Agustín: “el NT está oculto en el Antiguo y el AT se pone de manifiesto en el Nuevo” (San Agustín: “In Vetere Testamento Novum Latet, et in Novo Vetus patet”. Quatest. In Hept, II 73: ML 34,623). La Constitución Lumen Gentium, nº55 del Concilio Vaticano II afirma:

“Los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento y la Tradición venerable manifiestan de un modo cada vez más claro la función de la Madre del Salvador en la economía de la salvación y vienen como a ponerla delante de los ojos. En efecto, los libros del Antiguo Testamento narran la historia de la salvación, en la que paso a paso se prepara la venida de Cristo al mundo […]. Bajo esta luz aparece ya proféticamente bosquejada en la promesa de victoria sobre la serpiente, hecha a los primeros padres caídos en pecado (Gen 3, 15). Asimismo, ella es la Virgen que concebirá y dará a luz un Hijo, que se llamará Emmanuel (Is 7,14; comp. Con Mi 5, 2-3; Mt 1, 22-23)”.

El teólogo C. Pozo, (POZO.C., 1974, 127) clasifica los escritos en tres tipos:

a) Textos con sentido mariológico cierto: Génesis, 3,15; Isaías 7,14 y Miqueas 5,2-3. Génesis 3,15: tiene un sentido mesiánico en el que triunfa el linaje de una Mujer que aplastará la cabeza de la serpiente que simboliza el mal. El verbo ‘ipsa’ que utiliza la Vulgata lo confirma: “Ella te aplastara la cabeza”. Los teólogos afirman que en los versículos Gn 3,15, se trata de Eva en sentido literal, pero es María en sentido literal profundo y pleno. El texto de Isaías 7,14 es mesiánico y mariológico “una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel”. Isaías utiliza la expresión ‘Almah‘ para referirse a la madre del Emmanuel; la traducción literal: doncella, joven adolescente, virgen. Mateo lo ratifica en Mt 1,22-23, indicando que esa profecía se cumple en la concepción virginal de Jesús. Lucas también cita a Is 7,14 y a Is 9,5 en la anunciación (Lc 1,31-32). El texto de Miqueas 5,1 ss está muy relacionado con Is 7,14; se nota un paralelismo entre la almah y el Emmanuel. Esta profecía completa el vaticinio de Isaías, afirmándose que la “almah” dará a luz al Emmanuel en Belén de Efratá.

b) Textos con sentido mariológico discutido: Jer 31,22; Sal 45, Cantar de los Cantares 5,2b. 6. Aunque los textos tienen una tradición mariológica, contienen infidelidades, y otras situaciones irregulares.

c) Textos marianos por acomodación: el texto de Judit 15,9 donde en la figura de Judit se ve un tipo de María en el sentido técnico de la palabra. En Prov 8 y Eclo 24,11 sugiere la presencia de María en el plan divino de salvación formado desde la eternidad.

Autores como Laurentin y Bertetto hablan de un triple pre anuncio a María en la literatura veterotestamentaria y que se refleja en el NT. El triple anuncio equivale a una triple preparación: moral, tipológica y profética. (PONCE CUELLAR, 2001, 52).

1. 2 Nuevo Testamento

¿Cuándo aparece María dentro de los veintisiete escritos que forman el canon del NT? El primer texto que la menciona es el de san Pablo en la carta a los Gálatas en el año 53-57 DC, luego el evangelio de Marcos alrededor del año 64 DC, el de Mateo entre los años 70-80 DC, el de Lucas autor también de los Hechos de los Apóstoles, hacia el año 70 DC. El evangelio de Juan y el libro del Apocalipsis en el capítulo 12, entre el 90-100 DC.

1.2.1 Identidad de María de Nazaret

María, Miryam[1], es una mujer judía de un pueblo pobre llamado Nazaret al que pertenece y forma parte de su historia. Fue instruida por Dios en la “escuela de la vida,” donde aprendió la humildad, la sabiduría y el amor que a su vez le transmitió a Jesús. Ella fue su mejor maestra y a su vez su discípula. Su pobreza se puede describir como “confianza y abandono en el Dios de Jesús” en quien puso todo su amor, fe y le dio esperanza en su vida cotidiana tejida entre alegría y dolores (BOFF, 2009, 102). El primer escrito sobre la mujer que intervino en el misterio de la encarnación fue de Pablo en Gál 4,4. En los Evangelios de Mateo, Marcos Lucas y en el libro de los Hechos de los Apóstoles, María es llamada por su nombre. En el Evangelio según San Juan, se habla de la madre de Jesús, o su madre, sin decir su nombre. Los demás libros la mencionan indirectamente al señalar que Jesús es el Hijo de David, que somos Hijos de la Promesa, de la Jerusalén de arriba, que el Padre nos envió a su Hijo, nacido de mujer y se la reconoce en la Mujer coronada de estrellas del Apocalipsis (Ap 12). Los Evangelios sinópticos presentan la figura de María en referencia a Jesús en diferentes momentos. En la genealogía (Mt 1,16; Lc 3,23), en su concepción virginal (Lc 1,26-38); en la visita de María a Isabel y en el Magnificat (Lc 2, 39-56). En su nacimiento (Mt 1, 25; Lc 2,1-20), en la presentación en el templo (Lc 2,21-38); en la huída y regreso de Egipto (Mt 2,1-23). En la relación con los familiares y discípulos (Mc 3,3-35; 6,1-3; Mt 12,46-50; 13,53-58; Lc 8,19-21; 4,16. 22-30).

1.2.2 Carta de Pablo

La carta de Pablo a los Gálatas se ubica alrededor del año 49 o entre el 53-57 dC y es el primer testimonio mariano en el NT sobre la Virgen, la mujer mediadora de la encarnación (Gál 4, 4). Es el germen de la doctrina mariana. Destaca el don singular que Dios hizo a María como la Madre del Señor y en ella el respeto y la estima por la mujer al darle un lugar destacado en la historia de la humanidad. Confirma la manera que tiene Dios para ser parte de la historia, desde dentro, sumergiéndose en los hechos y acontecimientos de la vida. El mismo Dios que formó parte de un pueblo (Rom 1,3), que habló por medio de los profetas “muchas veces y de muchas formas,” (Heb 1,1) dentro del espacio tiempo. Cuando el Padre envía a su Hijo para ser parte de nuestra historia, los tiempos del designio divino alcanzan su plenitud. Cristo es el punto omega y en esta cima se encuentra una mujer, María, en ella y de ella se formó el cuerpo de su Hijo varón (Heb 2,14 Rom 9,5). A través de la maternidad que significa nacer como cualquier ser humano, el Hijo del Padre preexistente al mundo echa raíces en el tronco de la humanidad haciéndonos hijos en el Hijo.

1.2.3 Evangelio de Marcos

Este Evangelio presenta la imagen más antigua sobre María. Recoge las catequesis y predicaciones de San Pedro. Comienza hablando de Juan el Bautista y de Jesús adulto que es bautizado en el Jordán. Es la imagen de la tradición pre-evangélica que se remonta a Jesús mismo y está apenas esbozada, presentando con claridad sus rasgos esenciales. Es la madre ignorada, de un Mesías ignorado o un “judío marginal,” según Meier y una madre vituperada del que es vituperado (MEIER, 1993). Pero, para Jesús, el Hijo de Dios, es bienaventurada por haber creído en él y por eso es Madre por la fe más que por su sangre, de sus discípulos, es decir, de su Iglesia. Este evangelista presenta a Jesús el Hijo de Dios, que es la Buena Noticia y esta proclamación de fe provoca aceptación o rechazo. Con la pregunta: ¿quién es mi madre y mis hermanos? (Mc 4,33) anuncia la formación de una nueva familia, (GARCIA PAREDES, 2005, 16-27) ya no relacionada con lo sanguíneo sino con lo espiritual, “porque el que haga la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3,35).

1.2.4 Evangelio de Mateo

El profeta Miqueas, citado por el evangelista Mateo (Mt 2,6) anunciaba que de Belén, “saldrá un jefe, el pastor de mi pueblo, Israel” (Miq 5,1). Jesús será el “nuevo Moisés” que liberará de la esclavitud a través de un nuevo éxodo, asumiendo el exilio, la persecución para conducir al pueblo hacia una nueva y definitiva liberación (Mt 2,13 ss.; Ex 2,1-9; 4,19-23). Una Virgen que está encinta será la Madre del Salvador, del Mesías, (Hijo de Dios e hijo de David). María Virgen es la esposa de José, hijo de David. Ella forma parte de un pueblo que espera el Mesías y tendrá el apoyo de José, pues necesita de él para que su Hijo pueda tener un hogar. Este vive el conflicto de aceptarla como esposa o repudiarla en secreto y lo resuelve luego de escuchar en sueños al ángel. Es preciso que al fiat de Dios (Is 7,14), le corresponda el fiat del ser humano. Cuando José da su fiat, “despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado” (Mt 1,24), el cumplimiento de la Palabra llega a su plenitud, el conflicto se soluciona (GARCÍA PAREDES, 2005, 56). Y José asume legalmente y humanamente la condición paterna de Jesús al recibir a María como esposa, por lo cual Jesús es “hijo de David.” José acepta a María y al “hijo de María” engendrado por el Espíritu Santo, el Emmanuel (Mt 1,20). Testifica que Jesús es el Hijo de Dios y el sí de María se completa con su sí, constituyéndose la familia de Jesús, donde tendrá su primera experiencia de vida comunitaria, communio y aprenderá a relacionarse con ambos. La virginidad de María es un rasgo mariano que está en íntima conexión con la filiación y origen divino del Mesías. Este nace de María sin mediación del hombre y por obra del Espíritu Santo, según afirma Mateo.

1.2.5 Evangelio de Lucas

El evangelista Lucas narra el origen de Jesús y el origen de la Iglesia destacando la presencia de María en los misterios de la Encarnación y de Pentecostés. La concepción virginal de María se describe aquí mediante la Epifanía de Dios en el Arca de la Alianza (Éxodo 40,35). La Nube de Dios aparece sobre ambas y sus consecuencias son análogas. El Arca es colmada de la Gloria, María es colmada de la presencia de un ser que merece el nombre de Santo y de Hijo de Dios.

La figura de María se presenta como testigo privilegiado no solo de la vida de Jesús, sino también del significado teológico de esa vida. Es testigo de lo que sucede pues “guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón” (2,19); “su Madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón” (2,51). Una Madre que cuida con amor y está pendiente de su Hijo. Sale y visita a Isabel expresando con regocijo la acción de Dios en su vida en el Magnificat. En el momento del nacimiento, da a luz al Pastor, en un contexto pastoril y los primeros que lo reconocen son los pastores que van a ver al Niño y a su Madre. (2,6-20). Son ellos, junto a “una nube de testigos,” los que testifican la historicidad del acontecimiento. Y es el Espíritu Santo quien, a través de María (la Hija de Sión, el Arca de la Nueva Alianza), da testimonio de Jesús y realiza la tarea de enseñar a las personas creyentes en Jesucristo “todas las cosas.” María luego desaparecerá discretamente para cederle la palabra a su Hijo cuando éste – a los doce años en su Bar-Mitzvá, en el Templo de Jerusalén – se convierte en un adulto maestro de la sabiduría de su pueblo y se hace capaz de dar testimonio válido de sí mismo y del Padre. Lo mismo hará en los Hechos de los Apóstoles, cuando sus discípulos y discípulas, con la presencia del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, se conviertan en maestros de la Nueva Ley del Espíritu y servidores de la Palabra (TEPEDINO, 1994). Con la fuerza y el poder de lo alto darán testimonio de la Pasión y Resurrección es decir, de la identidad mesiánica y divina de Jesús.

1.2.6. Evangelio de Juan

Juan presenta a María como la “madre de Jesús” en el contexto de las bodas de Caná, (Jn 2,1-2) y al pie de la cruz (Jn 19,25-27). Su propio Hijo le llama “mujer,” gu/nai, revelándole su identidad más profunda, su ser “mujer,” antes que su maternidad[2]. Los estudiosos de la obra joánica han visto una continuidad entre el cuarto Evangelio y el Apocalipsis identificando con la misma función a la mujer, gunh/, en parto, de Apocalipsis 12 con María, la madre de Jesús, aunque no se la nombre como tal. La manera en la que es presentada revela esa continuidad, porque tanto en Juan 2,4; 19,26 y Apocalipsis 12, esta mujer, gu/nai gunh/ está en referencia a Cristo y a su maternidad biológica y espiritual, que es fecunda al abrazar a los “nuevos hijos” que le regala su Hijo. En este sentido es figura de la Iglesia y es presentada en Juan 2,4; 19,26 junto a los discípulos que representan la comunidad de los seguidores de Jesús. El hecho de que no aparece sola con Jesús significa que su misión es en referencia a Jesús y a la comunidad, allí se entenderá su maternidad por ser mujer. Entonces se puede decir que el cuarto Evangelio y el Apocalipsis tienen un profundo contenido eclesial y mariano, al presentar a María y a los personajes, hombres y mujeres, que representan la comunidad. Ambas interpretaciones, eclesiológica y mariana, han sido analizadas desde los grandes períodos de la tradición cristiana que son la época patrística y la tradición medieval.

María, en las bodas de Caná, se compadece de las necesidades de los novios, (Jn 2,3) e inicia el diálogo haciendo de mediadora entre Jesús y los sirvientes. Su función es la de facilitar el contacto de los hombres y mujeres con Cristo, colaborando en la toma de conciencia de su auténtica identidad. Sus palabras y gestos: “hagan todo lo que él les diga,” (Jn 2,5) ayudarán a revelar la divinidad de Jesús: su ser Hijo unigénito del Padre a través de un signo. La boda, evoca las imágenes de la era mesiánica (o sea la nueva creación) al igual que el vino y los alimentos exquisitos (cf. Os 2,19-20; Is 25,6-8; Jer 2,2; Cantar de los Cantares). Por su mediación cautelosa se realiza el signo, donde Jesús manifiesta su gloria (v. 11), destacándose la dimensión cristológica del relato.

Las últimas palabras de María en Caná (Jn 2,5) tienen continuidad en Jn 19,26-27, al escuchar que Jesús le dice: “Mujer, ahí tienes a tu hijo.” Luego dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre.” Y desde aquella hora, “el discípulo la recibió en su casa.” La expresión “mujer,” gu/nai y no “madre,” se la considera como evocación simbólica de Eva en Génesis 3, la mujer del protoevangelio, según los trabajos de Braum, y Feuillet.

Las palabras: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (v. 26), recuerdan a las fórmulas de adopción, aunque Brown dice que es más apropiado hablar de una “fórmula de revelación” (cfr. Jn 1,21; 1,36; 1,47), es decir que revela el contenido que deberá tener la nueva relación, la nueva maternidad de María que recibe como el “testamento de su Hijo desde la cruz”

Según Brown, la expresión “Ahí tienes a tu madre,” (v. 27) muestra que, de ahora en adelante, la madre y el discípulo estarán en una nueva relación querida por Jesús en el contexto del acontecimiento mesiánico y eclesiológico de la cruz (BROWN, 2002). Ella representa de modo especial al resto de Israel que espera y recibe la salvación mesiánica, expresada en Jn 1,31.41.45.49. Está abierta a la salvación, al igual que el discípulo amado que confía y se abre a recibir en su “casa” a quienes buscan la salvación y a permanecer allí. También se la asocia con la imagen de Iglesia, “Hija de Sión,” la Virgen de Israel (Is 60,4-5; 31,3-14; Bar 4,36-37; 5,5) que llama a sus hijos/hijas desde el exilio para formar entorno a ella un nuevo pueblo. El evangelista lo aplica a María y al discípulo al pie de la cruz: “alza los ojos y mira, todos se reúnen y vienen a ti, llegan de lejos tus hijos y tus hijas…” (Is 60,4), maternidad mesiánica y escatológica. También se la asocia con Eva, al igual que en Caná, (Gén 2,20), madre por excelencia.

Su maternidad corporal se prolonga en la maternidad espiritual hacia los creyentes y hacia la Iglesia, de tal manera que “para venir a ser hijos de Dios, debemos hacernos hijos de María e hijos de la Iglesia. Su único Hijo es Jesús, pero, nos hacemos conformes a él si nos convertimos en hijos de Dios e hijos de María” (DE LA POTTERIE, 1993, 262ss).

Más allá de las interpretaciones de que el discípulo amado (Jn 13,23) sea el hijo de Zebedeo, o que sea un discípulo con una relación especial, de preferencia, con Jesús, su función es la de mediador del mensaje de salvación. Es el amigo (15,13-15) a quien Jesús confía y expresa su amor hasta el extremo (13,1) en su hora, regalando lo más grande que tiene en este mundo, la mujer que lo ha dado a luz. Es capaz de confiarle a su madre, porque es un hombre de fe, que no tiene necesidad de pruebas.

“Y desde aquella hora,” (v. 27), tiene dos significados, el de recibirla en ese momento, en la “hora” de Jesús, que ha llegado, su muerte en la cruz (Jn 12,23; 13,1; 17,1). El resultado del “levantamiento de Jesús en la Cruz,” es que la madre y el discípulo se hacen uno (Jn 12,32), se fundamentan unas relaciones sólidas de amor entre María, Jesús y el discípulo, que serán la base de la unidad de la Iglesia. En la hora de Jesús y de la mujer (Jn 16,21), su propio Hijo le anuncia una tarea mayor, como regalo por su gran amor: su vientre vacío se llenará de nuevos hijos, al aceptar ser “madre” del discípulo. Éste la recibe “en su propia casa,” (v. 27), es decir que acoge por la fe en su intimidad a la madre de Jesús, ahora su madre, y la hace suya en ese momento con total disponibilidad. La única misión que recibe el discípulo es tener a María como madre. Su primera tarea es ser hijo de María. Es más importante ser creyente que apóstol, ya que esa misión será encomendada más tarde, luego de la resurrección (Jn 20,21; 21,20-23). Al hacerse hijo de María, se hace hijo de la Iglesia, un verdadero creyente en la Iglesia.

Y María es madre en cuanto Jesús vive en el discípulo que ha creído y ha recibido la vida eterna. Según Brown, Jesús pone en relación de madre e hijo a María y al discípulo amado y constituye así una comunidad de discípulos que son madre y hermano para él, la comunidad que conserva el Evangelio. Por eso sus últimas palabras son: “todo está cumplido” (v. 30) para entregar su Espíritu a la comunidad de los creyentes que ha formado. “Una mujer y un hombre estaban al pie de la cruz, como modelos de la humanidad redimida, su verdadera familia de discípulos” (BROWN, 2002, 473).

1.2.7 Apocalipsis

El correlativo de María-mujer-madre-iglesia también se observa en la imagen “mujer celeste” (Ap 12,1-6). La maternidad de María hace que sea mujer, gu/nai y que se identifique con la comunidad escatológica, fecunda. Entonces, la denominación de mujer, gu/nai y madre mh/thr aparece en toda su dimensión, en Apocalipsis 12. La Iglesia espejándose en María, descubrirá su identidad y su función portadora y generadora de Cristo en la historia, por eso la Iglesia se podrá denominar “mujer,” gu/nai. La mujer-pueblo de Dios, que se presenta, es revestida por Dios, con un cuidado amoroso, particular, con todo lo mejor que él tiene. Está revestida de sol, con la luna bajo sus pies, está puesta por encima de las vicisitudes del tiempo en las que se realiza la alianza, porque le compete esa realización que Dios llevará a cabo al final de la evolución del tiempo. A nivel escatológico, significa la Jerusalén celestial, donde la mujer-pueblo de Dios, Sión escatológica, es ubicada con una triple acentuación eficaz: tiene la corona, signo del premio escatológico; de estrellas, signo de trascendencia divina referida a la Iglesia; y son doce, indicando el nivel escatológico de la Jerusalén celestial. Brilla con una luz que le es dada, no es propia, sino gracias a la gloria de Dios que la reviste. Si bien el mal, (Diablo, Satanás – cfr. Jn 16,11; Ap 12) que ha sido vencido en la cruz, sigue acechando a los hombres y mujeres que forman el nuevo pueblo de Dios, la iglesia-mujer con “dolores mesiánicos,” de parto (Ap 12,1-6) va engendrando nuevos hijos e hijas en Cristo, que quieren ser devorados/devoradas por el “dragón.” Pero la Providencia Divina no abandona a la mujer-iglesia, en el desierto, (2Re 17,1-7; Os 2,16-18) lugar donde permanece fiel a la alianza, porque Dios la cuida y alimenta y protege a sus hijos e hijas en el camino hacia la tierra prometida. Podemos decir que a causa de la cruz y desde el momento de la cruz, ha sido creada una nueva familia de Jesús. Su madre, modelo de fe y el discípulo que Jesús amaba, se hacen uno, al aceptar su maternidad de manera incondicional. Ella será madre de la vida de su Hijo en cada miembro de la Iglesia. De ese modo es símbolo ideal en el cual se reconoce la maternidad de la Iglesia portadora y generadora de vida, en la historia, hasta su cumplimiento escatológico.

María del Pilar Silveira, Facultad de Teología de la Universidad Católica Andrés Bello, Caracas, Venezuela. Texto original Español.

2 Referencias

BOFF, C., O cotidiano de Maria de Nazaré 2da. Ed. Säo Paulo: editora salesiana, 2009.

BROWN, R. Introducción al Nuevo Testamento. Madrid: Trotta, 2002.

DE LA POTTERIE, I. María en el misterio de la alianza, Madrid: BAC, 1993.

FORTE B. María, la mujer icono del misterio. Ensayo de mariología simbólico-narrativa. Salamanca: Sígueme, 1993.

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POZO, C. María en la historia de la salvación. Madrid: BAC, 1974.

PONCE CUELLAR, M. Maria Madre del Redentor y Madre de la Iglesia. Barcelona: Herder, 2001.

Para saber más

BALZ, H. – SCHNEIDER, G. Diccionario exegético del Nuevo Testamento, Vol. I. Salamanca: Sígueme, 1996.

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JEREMIAS, J. Jérusalem au Temps de Jésus. Paris: Du Cerf, 1967.

FEUILLET, A. “L’Heure de Jésus et le Signe de Cana”, en: Ephemerides Theol. Lovanienses 36 (1960) 5-22.

MEIER, J. P. Um judeu marginal. Repensando o Jesús histórico. Rio de Janeiro: Imago, 1993.

SCHNACKENBURG, R. El Evangelio según San Juan IV exégesis y excursus. Herder: Barcelona, 1987.

SCHÖKEL, L. A. La Biblia de Nuestro Pueblo. Bilbao: Ed. Mensajero, 2006.

TEPEDINO, A.M. Las discípulas de Jesús. Madrid: Narcea S.A, 1994.

TROADEC, H. Comentario a los Evangelios Sinópticos. Madrid: Ed. Fax 1972.

[1] Es la forma hebraica, la de raíz egipcia era Mir-yam, “Amada de Yahweh” (Mri = amada + Yam= Yahweh). Mariam en el arameo corriente, significaba simplemente “Señora.”

[2] Cabe agregar que nunca aparece en este Evangelio el nombre propio de la madre de Jesús: María, María/m. Es una omisión que no se explica, ya que el autor nombra en 15 oportunidades a otras “Marías” como la hermana de Marta, la Magdalena, la esposa de Cleofás.