Seguimiento de Cristo

Índice

1 Participación en Cristo

2 Imitación de Cristo

2.1 Advenimiento del Reino

2.2 Fraternidad universal

2.3 Crecimiento en humanidad

2.4 Abandono en la providencia

2.5 Luchas, conflictos, persecuciones y martirio

2.6 Necesidad de una decisión personal

3 Seguimiento de Cristo

3.1 Participación en el sacrificio de la cruz

3.2 Triunfo sobre el mal y éxito de la creación

3.3 Vida en la libertad de los hijos e hijas de Dios

4 Conclusión

5 Referencias bibliográficas

El “seguimiento de Cristo” es un modo de participar en Cristo, participación que es posible para todos los seres humanos y toda la creación. Dios quiere y obra la salvación de la humanidad por caminos que la Iglesia puede ignorar (GS 22). Los cristianos que siguen a Cristo, en particular, lo hacen de una manera semejante a otros seres humanos que sin saberlo también son llamados por el Hijo a compartir a su Padre y a vivir como hermanos. Los cristianos se realizan en Cristo en virtud de un llamado suyo a imitarlo y a seguirlo como una persona consagrada por completo al advenimiento del reino de Dios.

1 Participación en Cristo

“Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades: todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia” (Col 1,15-17).

La humanidad lleva la impronta del amor de Dios con que ha sido creada y redimida. El amor libre y creador de Dios exige de ella una respuesta en los mismos términos. La humanidad alcanza la plenitud a la cual Dios la llama en la medida que se ama gratuitamente a sí misma y a la entera creación.

Todos los seres humanos son llamados por Dios a amar con el amor con que Él los ama. El Concilio Vaticano II enseña que la caridad es el criterio decisivo de la salvación. Una persona que no sabe nada de Cristo o que no cree en él, si ama, se salva; por el contrario, de nada sirve haber sido bautizado si no se ama (LG 14). El Concilio asegura también que Dios quiere la salvación de toda la humanidad y la procura por medios que la Iglesia puede desconocer (GS 22). Quienes no son cristianos alcanzan el fin para el cual han sido creados en la medida que aman a sus prójimos y cuidan el mundo del que forman parte.

El modo como Dios llama al varón y a la mujer a sí mismo es trinitario: Dios Padre ha enviado a su Hijo al mundo para que la creación responda agradecida al Creador, reconociendo a la vez su finitud y su pecado. Por esta vía, la humanidad llega a la perfección del Hijo resucitado que Dios tuvo en mente al crear el mundo. La encarnación tiene por objeto que la creación llegue a su máxima expresión, lo cual demanda su liberación del mal. El discipulado del más humano de los hombres, Jesús, hace más humanos; no responder a su llamado, por el contrario, deshumaniza.

En el discipulado cristiano es posible distinguir una imitación y un seguimiento de Cristo. Jesús convocó discípulos para estar con él y enviarlos a predicar el reino. Ellos, a imitación suya, colaboraron con él. Jesús compartió con ellos a su Padre, constituyéndolos en hijos e hijas de Dios y hermanos entre sí. La imitación de Cristo hoy se nutre de las fuentes evangélicas que, gracias a la exégesis histórica crítica, pero nunca sin la compresión creyente de los evangelistas, nos transmiten una imagen verosímil del Jesús de la historia.

El seguimiento de Cristo propiamente tal, implica su imitación, pero es obra fundamental del Espíritu que guio a Jesús en su vida terrena y que en la actualidad perfecciona esta imitación en virtud del misterio pascual. Los discípulos acceden a Cristo en virtud de su Espíritu, y gracias a él disciernen su contribución creativa a la edificación del reino.

Imitación y seguimiento de Cristo se requieren y compenetran. Sin imitación de Cristo los cristianos podrían seguir a un Jesús que no es el de los evangelios. Sin seguimiento los discípulos podrían imitar a Cristo sin creatividad, de un modo fundamentalista y pelagiano.

2 Imitación de Cristo

2.1 Advenimiento del Reino

“Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: ‘El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva’” (Mc 1, 14-15).

Esta descripción de los comienzos del ministerio de Jesús del evangelista Marcos vale para los discípulos de todos los tiempos.

Jesús, a diferencia de Juan Bautista que anunciaba un castigo con la posibilidad de salvación (Mt 3, 7-12), proclama la salvación con la posibilidad de una condena (Mt 5, 1-12; Lc 6, 20-26). Para ambos hay un juicio final, pero el planteamiento es diametralmente opuesto. La relación con Dios y con el mundo de los discípulos de uno y de otro habría de tener una tonalidad contraria. Por una razón equivalente, los cristianos no debieran vivir en el miedo a equivocarse, sino en la confianza de la misericordia de Dios.

Si, por otra parte, en la predicación del Bautista la historia tiene un fin que él anuncia en términos negativos, para otros la historia puede simplemente no tener sentido alguno. En este caso, los seres humanos asignan valor a sus propias realizaciones o idolatran seres que ofrecen una salvación precaria o falsa. El mercado que tiende a colonizar todas las áreas de la vida con su lógica de intercambio y competencia, y que ofrece a las personas un reconocimiento social mediante el consumo es, como sucedáneo de la salvación, el ídolo de nuestra época como lo fue el dinero en tiempos de Jesús. El reconocimiento que Jesús ofreció en su época y ofrece en la nuestra a sus discípulos, es gratuito. El reino es un regalo que no tiene precio. La salvación, que consiste en un perdón incondicional y una aceptación radical de Dios, es la mejor de las noticias. Los discípulos saben que su vida y la historia tienen un fin trascendente: el eventual caos del mundo, la culpa, la pobreza y la muerte serán derrotados definitivamente.

Los discípulos han de experimentar el amor inaudito e incomparable de Dios para llegar a creer en él (cf.,1 Jn, 4, 16). Ellos han de saber que la fe en Dios puede lo imposible y, en consecuencia, han de convertirse a su amor. La conversión es un acto divino y humano a la vez, consistente en amar con la misma gratuidad con que Dios ama a los que creen en Él. Entrar en la lógica de la conversión al amor de Dios es por sí mismo causa de inmensa alegría (Lc, 15, 11-31). La alegría es una virtud típicamente cristiana. La alegría del reino debiera cualificar la misión cristiana. También otros pueden reconocer que Dios ya ahora vence el miedo y la tristeza, y sumarse a los discípulos.

Los cristianos disciernen los signos de los tiempos a efecto de descubrir dónde acontece el reino en el presente y, con su generosidad desinteresada por su prójimo, apuran su llegada. Lo hacen con urgencia apocalíptica, pues se saben protagonistas de una historia que tiene un sentido trascendente y feliz, pero que sin ellos, sin un esfuerzo personal y colectivo, puede terminar mal.

2.2 Fraternidad universal

“Todavía estaba hablando a la muchedumbre, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera y trataban de hablar con él. Alguien le dijo: ‘¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte’. Pero él respondió al que se lo decía: ‘¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: ‘Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre’” (Mt 12, 46-50).

Los vínculos familiares son normalmente los más fuertes. No obstante los enormes cambios de la vida en sociedad, las personas continúan valorizando extraordinariamente a su familia o la posibilidad de tenerla. Ella es la principal causa de felicidad o, al menos, un refugio en tiempos de individualismo y desamparo. Pero a los discípulos se les pide trascender sus vínculos de parentesco para vivir una familiaridad y hermandad universal. Jesús no despreció a su familia de origen. Al pie de la cruz pidió a San Juan que cuidara de su madre (Jn 19, 6). Pero a ella misma exigió trascender su vínculo sanguíneo con él.

La fraternidad a la que Jesús llama se constituye liberando y dignificando a su prójimo. Los discípulos de Jesús han de anunciar que Dios es Padre de todos, denunciando las formas de asociatividad marginadoras y realizando acciones integradoras de los excluidos y desechados. Asimismo, han de liberar a los oprimidos de toda suerte de injusticia y ayudarlos a constituirse en personas autónomas capaces de tomar sus propias decisiones y participar libremente en la vida en sociedad (Mc 1, 40-45).

La fraternidad del reino se juega en la relación con el prójimo a quien se considera hermano, hijo de un Padre que cuida maternalmente de todos los seres humanos. Él es también el Padre de nuestros enemigos. De aquí que sea necesario perdonarlos, rezar por ellos e incluso, amarlos (Lc 6, 27).

La fraternidad, sin embargo, también demanda a los discípulos de Cristo actitudes y decisiones colectivas. Ella debiera articularse a nivel social, económico, político, cultural y religioso. A todos estos niveles se instalan prácticas y se configuran privilegios o estructuras de exclusión e incluso fratricidas. Esto mismo exige de los cristianos cultivar el pluralismo: tolerar a los demás y, sobre todo, abrirse a quienes son diferentes. Los discípulos han de ser factores de justicia, de reconciliación y de paz (Mt 5, 9).

2.3 Crecimiento en humanidad

“Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, (María, José y Jesús) volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él” (Lc 2, 39-40). El reconocimiento de Jesús de Dios como su “Padre” le hizo crecer humanamente hasta convertirse en “el hombre” (Lc, 2, 49) que terminó dando la vida por sus amigos (Jn 15,13). La obediencia de Jesús a la voluntad de su Padre constituyó el principio integrador de su humanidad. Jesús fue auténticamente hombre y el hombre íntegro por excelencia. Dar la vida a los otros fue el secreto de su humanidad.

De un modo semejante, la plena unión de los discípulos con Cristo, su fe en él y su amor a los demás les hace más humanos. Contra lo que algunos pudieran pensar, la oración, la religiosidad y la entrega generosa a los demás no menoscaban la humanidad de las personas, sino que la realizan. Lo que por el contrario es inhumano y deshumaniza es el pecado: la independencia de Dios y el egoísmo con los demás.

La imitación de Cristo de los discípulos despierta en ellos la posibilidad de desplegar todas las potencialidades de su humanidad creada. La entrega al advenimiento del reino constituye el factor de la mejor integración intelectual y afectiva posible (Mt 19, 27-29). Así como el amor extremo hizo posible el celibato de Jesús, la concentración de los discípulos en la misión del reino hace de ellos personas integradas e íntegras. Así como la unión de Jesús con su Padre fue creciendo con el tiempo, lo cual no le ahorró los sufrimientos, la ignorancia y el tener que discernir su voluntad, también los discípulos deben crecer en su cristianismo. Esto implica a veces detenciones, pérdidas, retrocesos y nuevos comienzos.

Los discípulos de Cristo acometen eclesialmente la tarea de la evangelización de la cultura y la inculturación del Evangelio, convencidos de que el Creador conduce sigilosamente a su creación a la máxima plenitud posible. El anuncio del Evangelio a todas las culturas debiera tener lugar sin menoscabo de sus originalidades, sino en función de su desarrollo. La inculturación del Evangelio, por otra parte, requiere de los mismos discípulos un empeño por dejarse convertir a un Evangelio que no puede ser monopolizado por ninguna cultura en particular.

La misión de los discípulos exige una madurez psicológica, y una preparación intelectual, educacional y cultural tan amplia como podría llegar a serlo todo el saber humano alcanzable. Pero este solo sirve a la construcción del reino cuando los hombres comparten el mundo de acuerdo a la opción de Dios por los pobres y por todos.

2.4 Abandono en la providencia

“Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso” (Mt 6, 28-32).

Jesús vive en la confianza de su Padre y anima a sus discípulos que hagan lo mismo. La creación transparenta la acción providencial de Dios. En la creación Jesús descubre que la acción humana ha de radicar en la responsabilidad que su Padre tiene sobre todas sus creaturas. Él hace la voluntad de su Padre de modo análogo a como las demás creaturas le obedecen por el mero hecho de ser bellas.

La situación de los discípulos de entonces no es la de los de hoy. Los cristianos nacen en un mundo contaminado y en deterioro ambiental progresivo. La humanidad y la naturaleza están en grave peligro. La modernidad capitalista ha explotado sin piedad a los pobres y a las demás creaturas.

Ya que la crisis es integral, los discípulos debieran convertirse para corregir el rumbo de los acontecimientos. No se puede volver atrás. No se trata renunciar del todo a la modernidad. La ciencia y la técnica son necesarias para hacer los cambios que se requieren. Tampoco lo será, por otra parte, volver a la sintonía animista o fatalista de algunas culturas originarias. Los discípulos han de reestablecer las relaciones entre Dios y el planeta, adoptando nuevos estilos de vida y generando una cultura de cuidado de los pobres y de la naturaleza. Ellos han de recomponer y crear modos de relación cuidadosos con un planeta Tierra cuya belleza espeja la armonía de las relaciones intratrinitarias.

Los discípulos encaran una situación apocalíptica. Si ellos y otros no interrumpen con acciones personales y políticas la tendencia de deterioro ecológico, la catástrofe es segura. Aun así, han de considerar que estas acciones serán eficaces si verifican que el Padre es el primer responsable de su creación. Jesús les recuerda: “Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura. Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal” (Mt 6, 31-34).

2.5 Luchas, conflictos, persecuciones y martirio

“Y sucedió que, cuando acabó Jesús todos estos discursos, dijo a sus discípulos: ‘Ya sabéis que dentro de dos días es la Pascua; y el Hijo del hombre va a ser entregado para ser crucificado’” (Mt 26, 1-2).

A Jesús lo matan exactamente por lo que trató de hacer. Sus asesinos han podido dar razones diferentes, pero una sola las resume a todas: lo mataron por anunciar el reino con palabras y acciones inquietantes para la paz inestable de la Palestina de la época. Su enfrentamiento con las autoridades judías con motivo de su modo de cumplir la Ley y su actitud ante el Templo, tuvieron consecuencias políticas. La crucifixión le fue impuesta por los romanos.

Los discípulos de Cristo desde entonces han debido entrar en conflictos de diverso tipo en la medida que han oído el llamado a compartir la misión de Jesús. Estos conflictos se replican al interior de la misma Iglesia. A siglos de distancia se repiten en cierto sentido las causas de lucha y enfrentamiento de Jesús con las autoridades religiosas en el modo que los cristianos tienen de entender el cristianismo. Ya que el reino no se identifica sin más con el cristianismo, los discípulos de Cristo suelen verse tensionados por su pertenencia eclesial y la libertad de los hijos de Dios que les ha sido concedida con el bautismo.

El conflicto fundamental tiene lugar en el plano que ellos comparten con los demás seres humanos. Los discípulos de Cristo pertenecen al mundo bajo un respecto y no pertenecen a él según otras consideraciones. De aquí que sea normal e incluso necesario que ellos se vean involucrados en enfrentamientos económicos, sociales, políticos y culturales. A todos estos niveles se dan injusticias e iniquidades. “No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada” (Mt 10, 34), les recuerda Jesús.

Si el mundo está mal pensado, mal estructurado y mal compartido, si estas deficiencias son además cohonestadas en la Iglesia, los discípulos debieran sentirse incómodos con ellas y procurar subsanarlas aunque ello les cueste malos ratos o persecuciones. Oír el llamado de Cristo a colaborar en su misión significará para los cristianos soportar desagrados e incomprensiones, romper directamente con lo establecido, tolerar situaciones indignas o sufrir el martirio.

2.6 Necesidad de una decisión personal

“En esto se le acercó uno y le dijo: ‘Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?’. Él le dijo: ‘¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos’. ‘¿Cuáles?’, le dice él. Y Jesús dijo: ‘No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo’. Le dice el joven: ‘Todo eso lo he guardado; ¿qué más me falta?’. Jesús le dijo: ‘Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme’. Al oír estas palabras, el joven se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes” (Mt 19, 16-22).

El joven rico que sale al encuentro de Jesús no está a gusto con la religión que ha heredado de sus padres. Jesús lo insta a dar un paso estrictamente personal. Así el joven podrá acceder a una auténtica experiencia de Dios. Pero este paso es oneroso. Exige en cierto modo comenzar todo de nuevo.

El Occidente cristiano experimenta en su globalidad una situación análoga a la de este episodio. La Iglesia enfrenta una crisis en la transmisión de la fe. El cristianismo no pasa de una generación a otra por tradición. La situación religiosa en general es compleja. La configuran al menos cuatro factores: un desprestigio del cristianismo eclesiástico acusado de alienante o colonizador; enormes mutaciones de la religiosidad debidas a la confluencia de distintas creencias y a la mercantilización de espiritualidades y credos; y una secularización de la cultura a causa de la modernidad predominante. En estas circunstancias solo son esperables discípulos que tengan una experiencia personal honda de Cristo y que opten por el reino convencidos íntimamente de su valor trascendente.

Los discípulos han de contar con que es cristianismo ya no pasará fácilmente de una generación a otra. La fe en Cristo a futuro dependerá del testimonio de una experiencia de Dios que en su caso tendrá que ser radical. En la actual situación, ellos han de transmitir una fe onerosa: un seguimiento de Cristo que exige a las personas una entrega completa y gratuita de sí mismas.

3 Seguimiento de Cristo

Seguimiento de Cristo es “imitar” el ejemplo de Jesús y es, además, experiencia de Cristo; es una “imitación espiritual” de Cristo. El Espíritu de Cristo resucitado hace posible conocer interiormente al Jesús de la historia, experimentar la salvación y liberación del crucificado y resucitado, y reinar con él anticipadamente en la Iglesia. El seguimiento de Cristo es fundamentalmente experiencia del misterio pascual de Jesús de Nazaret muerto por predicar el reino de Dios y resucitado como Cristo, Señor de la Iglesia y del universo.

Esta participación en el misterio pascual tiene tres dimensiones soteriológicas: a) es expresión del sacrificio de Cristo concebido como amor hasta el extremo, b) es vida vivida como triunfo sobre el pecado y la muerte, y experiencia del éxito de la creación, y c) es anticipación del reino como libertad de los hijos e hijas de Dios.

3.1 Participación en el sacrificio de la cruz

“Yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios: con Cristo estoy crucificado; y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí. No anulo la gracia de Dios, pues si por la ley se obtuviera la justicia, habría muerto en vano Cristo” (Gál 2, 20-21).

El cristiano descubre en la cruz la máxima expresión del amor de Dios y participa de este amor amando a su prójimo como Cristo lo ha amado a él. En la muerte en cruz Dios asume al ser humano en su finitud y en su culpa. El Hijo encarnado padece ambas hasta la muerte, la consecuencia última de una y otra. Cristo Jesús en la cruz las hace suyas como condición de su superación.

El sacrificio de la cruz no es un acto de castigo de Dios por los pecados de la humanidad ejercido en su Hijo en virtud de una sustitución vicaria. Tampoco es un acto sádico de parte del Padre ni masoquista de parte del Hijo. Dios no necesita ni dolor ni sangre para salvar. La salvación es completamente gratuita (Rom 5, 1-21). Es Dios que se sacrifica por el hombre y en esta donación incondicional arraiga la posibilidad del sacrificio del hombre Jesús y el de sus seguidores como amor desinteresado. Los discípulos de Cristo se sacrifican a sí mismos por su prójimo con el mismo amor gratuito con que han sido amados. Lo que satisface al Padre es la vida entera de los cristianos en favor de los demás y la gratitud de ellos por su condición de creaturas y por la salvación.

Los cristianos participan en la pasión de Cristo consagrándose apasionadamente al advenimiento del reino y padeciendo las consecuencias. Cada uno puede decir que vive en y de Cristo crucificado, ya que Cristo vive en él. El dolor cumple una función expiatoria cuando es expresión de un amor que carga con el pecado del mundo. El dolor inexplicable o injusto de personas individuales y de pueblos crucificados por la miseria y la injusticia, tiene un valor salvífico simplemente por ser sacramento del inocente Jesús, el Siervo sufriente. La mera pregunta de los pobres por la bondad de Dios, de modo semejante al grito de Jesús abandonado en la cruz, tiene sentido y nadie puede acallarla (Mc 15, 33-34). Por otra parte, el dolor y la sangre de los mártires que como Jesús, el primer mártir, dan la vida por la fe y la justicia del reino, caracterizan el seguimiento radical de Cristo.

El seguidor de Jesús ha debido llegar a saber que Cristo murió “por él”. Delante de la cruz se revela al cristiano su pecado y, a la vez, el perdón de Dios. El beso del crucifijo en Semana Santa es expresión de reconocimiento de la misericordia de Cristo por una persona que se sabe amada y conocida de un modo exclusivo e insuperable. En la experiencia de este amor el cristiano concluye que quien justifica es Dios y no sus obras. La praxis mesiánica (constructiva) y profética (crítica) de los cristianos es purificada en la entrega sacrificada del Hijo encarnado.

3.2 Triunfo sobre el mal y éxito de la creación

 “Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos” (Col 1, 18-20).

En virtud de la resurrección de Cristo los cristianos son gratuitamente liberados del pecado y de la muerte. Los seguidores de Cristo, convertidos en nuevas criaturas, no debieran volver a pecar. En ellos se anticipa la victoria escatológica sobre el mal, además del triunfo de la vida eterna sobre la muerte. Ya ahora es posible para ellos vivir sub specie aeternitatis.

Los seguidores de Jesús han de optar por los pobres para que en ellos se anticipe de un modo preferencial el efecto liberador del juicio final y el banquete del reino (Mt 25, 31-46). Ellos, los privados de la vida y las víctimas del pecado, han de ser los primeros en experimentar a Cristo resucitado porque son los primeros en compartir su cruz. En virtud de la resurrección, ellos debieran ser rehabilitados en su inocencia y dignidad, y reconocérseles como protagonistas de la lucha cotidiana por la vida y la edificación de una sociedad más humana. Ellos, que muchas veces no son considerados personas, debieran tener un lugar activo en la articulación de nuevas relaciones sociales.

Los seguidores de Cristo viven de una fe en Dios que es posible comprobar en obras concretas. Entre ellos reina la caridad, la paz y comparten lo que tienen. Prosiguen la praxis de Jesús de Nazaret en favor del reino, luchan contra la injusticia y acuden misericordiosamente a la sanación de los enfermos del cuerpo y del alma (Hch 2, 42-47).

Cristo resucitado, además de triunfar él mismo sobre la muerte y el pecado, lleva la creación a la plenitud que Dios tuvo en mente al crear el mundo. Es esta una plenitud aun mayor que la que tuvo la creación antes del pecado.

De la resurrección de Cristo deriva la alegría con que los cristianos pueden vivir aun en las peores circunstancias, y la capacidad de reconocer la belleza y vivir de ella aun cuando la fealdad predomine por doquier. Los cristianos sintonizan y se saben parte y responsables de los demás seres de la creación. Y esperan su gloria para el día del retorno del Señor del universo (Jn 14, 3).

De la resurrección de Cristo, los cristianos extraen la energía espiritual y la creatividad para usar al máximo la razón de que los dotó el Creador, y generar las ciencias y las culturas necesarias para edificar una sociedad y un mundo compartido y fraterno. Así mismo, deben distinguirse como trabajadores de la reconciliación y constructores de la paz.

3.3 Vida en la libertad de los hijos e hijas de Dios

“La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios” (Gál 4, 6-7).

En la Iglesia los cristianos viven anticipadamente el reino escatológico. En ella, es posible reconocer relaciones humanas libres y personales, respetuosas de la igualdad dignidad de hijos e hijas de Dios y responsables con los pequeños o más débiles. Entre los cristianos las relaciones de predominio de unos sobre otros o las relaciones alienadas en virtud de los ídolos del mercado y el consumo, son superadas por el amor y la solidaridad. Esta misma experiencia de fraternidad les hace misioneros del Evangelio y del reino.

En la Iglesia y gracias a ella, los seguidores de Cristo hacen un camino histórico de seguimiento de Cristo. Deben escrutar en los signos de los tiempos la voz de Dios (Mt 16, 1-3), para lo cual cuentan con la Escritura, la Tradición y el Magisterio, además de otros lugares teológicos, como criterios de discernimiento. Dios habla en la historia actual de un modo semejante a como habló en el pasado. La Palabra de Dios cobra prioridad en sus vidas. De un modo análogo, los cristianos viven su vida en constante discernimiento espiritual, pues voces distintas de la del Espíritu los tientan por caminos que no son los suyos. Cada cual ha de descubrir su propia vocación y seguirla fielmente.

Los cristianos encuentran con certeza al Señor en los sacramentos de la Iglesia que hacen eficaz la gracia del amor de Dios por sus hijos. Las normas de la Iglesia orientan las vidas de los seguidores de Dios. Ellas son una guía, muchas veces pedagógica, que ha de llegar a ser interpretada por personas adultas en la fe. Ni las buenas obras ni el mero cumplimiento de las leyes de la Iglesia justifican ante Dios, sino la fe en la bondad y la acción de Dios (Rom 3, 27-28; St 2, 18). Es Dios que transforma a estas en acciones auténticamente libres, haciendo que los seguidores de Cristo amen a todos de un modo verdaderamente creativo y único.

4 Conclusión

Todo el cosmos y todos los seres humanos llevan la marca de Cristo. La creación entera está cristificada, lo cual hace posible que cualquier persona pueda participar en el modo ser de Cristo con Dios, con el mundo y con el próximo, aunque no tenga conciencia de ello. Toda la creación refleja el amor de Dios que se manifestó en Cristo y, en el caso del ser humano, este puede corresponder rectamente a este amor simplemente amando.

Los cristianos, a diferencia de los que no lo son, participan conscientemente de Cristo. Lo hacen a modo de seguimiento suyo, el cual es posible porque el Espíritu Santo dota a los cristianos del don de la fe con la cual la imitación de Jesús es transformada y mejorada radicalmente. La fe hace creer que Jesús es el Cristo. Quienes no son cristianos pueden hacerse una idea de Jesús, cuyo perfil humano pueden conocer a través de los evangelios y la enseñanza de la Iglesia, e incluso pueden admirar o imitar algunos de sus rasgos. Se puede imitar a Jesús sin creer que, tras su crucifixión, haya resucitado. Los cristianos, en cambio, no solo imitan a Jesús sino que viven de Cristo muerto  y resucitado. El seguimiento de Cristo comienza con una imitación de Jesús, pero es superior a ella. La imitación es insuficiente. Nadie conoce más a Cristo que el que sigue a Cristo.

Jorge Costadoat, SJ. Centro Teológico Manuel Larraín/Facultad de Teología, P. Universidad Católica de Chile. Texto original Español.

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