La experiencia de Dios

Índice

1 Consideraciones sobre la experiencia

2 El sentido de la vida, experiencia humana fundamental

3 Fe y experiencia del Misterio

4 Experiencia de Dios

5 Experiencia cristiana de Deus

6 Referencias bibliográficas

 1 Consideraciones sobre la experiencia

La palabra remite a la acción de ir hacia el exterior (ex), hacia las cosas, para buscar probar (per). Experimentar tiene el sentido del contacto con lo real. Las experiencias se basan en las percepciones sensoriales. Percibimos lo real con los sentidos para asirlo por la razón en el ejercicio de su actividad reflexiva e interpretativa.

Generalmente, bajo la influencia de la moderna subjetivación y la metodología de la experiencia, consideramos la experiencia como una actividad, un hacer del sujeto que – siendo fundamentalmente razón (cogito)- se dirige a lo real que es, dentro de esta perspectiva, objeto para conocer y dominar. Esta esquematización epistemológica representa una reducción del sentido de la experiencia que pasa a depender del método científico para poder ser comprobada. El concepto de experiencia será parte de la práctica del conocimiento y reducido al dominio de la naturaleza en beneficio de la vida humana.

Experimentar será, por lo tanto, la actividad de proponer experimentos que pasan a ser repetidos con el objetivo de llevar al sujeto hacia el conocimiento del “funcionamiento” de las cosas.

Sin embargo, la experiencia no es solamente hacer. Existe una dimensión pasiva de la experiencia que debe ser considerada. La experiencia es también un “sufrir”, ser afectado por los acontecimientos que nos marcan en contacto con lo real. “Percibimos con nuestros sentidos las acontecimientos que nos tocan, ellos nos marcan el cuerpo, penetran en las camadas inconscientes de nuestra alma y, verdaderamente, solamente una pequeña parte de ellas se vuelve conciente y es ‘adquirida’ por la razón en el ejercicio de su actividad reflexiva e interpretativa ” (MOLTMANN, 1998, p.32). La experiencia, como podemos entender a partir de la afirmación de Moltmann, no tiene apenas un sentido activo de medio/método que lleva al conocimiento de lo que es útil, sino que tiene también el sentido pasivo de algo que nos ocurre en la medida en que nos posicionamos en el mundo como seres de relación. “No soy yo quien hace la experiencia, sino que es ella la que hace algo en mí. Yo percibo con mis sentidos el suceso externo y observo en mí las alteraciones que él realiza ” (MOLTMANN, 1998, p.34). En relación con el mundo, con el otro y con lo trascendente, somos afectados, pero también somos transformados en nuestra manera de pensar, de sentir y de actuar. La experiencia aquí tiene sentido existencial como fuente de transformación.

Teniendo como referencia a Jean Mouroux, el teólogo Mario de França Miranda distingue tres tipos de experiencias: la empírica que es la cotidiana y acrítica, que proviene de las realidades inevitables de la vida concreta; la experimental que tiene como referencia el método científico; y la existencial que es “la experiencia personal del ser humano en el horizonte total de la realidad, donde vive y se realiza como hombre o mujer”. (FRANÇA MIRANDA, 1998, p.90). En este contexto de la comprensión de la experiencia podemos situar la experiencia de Dios, pues Dios no es objeto de experimentación metódica. La experiencia de Dios se refiere al sentido último de la vida.

2 El sentido de la vida, experiencia humana fundamental

El humano es un ser de sentido. Se distingue en el mundo cuando, en el medio de las determinaciones de la vida, se cuestiona a sí mismo. No se adapta a las imposiciones biológicas o sociales que vienen del exterior, se cuestiona a sí mismo. A diferencia de otros seres, el humano es un ser que no se restringe a esa condición de ser determinado por la naturaleza o por la historia. Se percibe como “fruto de lo que le es extraño”, se mira a sí mismo y se pregunta: ¿cuál es el sentido de todo esto? Es en este momento, reflexiona Karl Rahner, que nace el humano, el ser de trascendencia con la vocación de realizarse en el ejercicio de la libertad y la responsabilidad.

Al colocarse analíticamente en cuestión y abrirse para el horizonte ilimitado de semejante cuestionamiento, el hombre se trasciende a sí mismo, bien como a todas las dimensiones pensables de este análisis o de la auto-reconstrucción empírica de sí. Al hacerlo, se afirma como quien es más que la suma de estos componentes analizables de su realidad. Precisamente esa conciencia de sí, a través de ese enfrentamiento con la totalidad de todos sus condicionamientos y del hecho mismo de estar condicionado, evidencian que él es más de lo que la suma de sus factores . (RAHNER, 1989, p.43)

No obstante, como señala Rahner, esta consciencia de sí como totalidad abierta solamente se explica en la medida en que se considera que en su relación con el mundo, el humano se capta a sí mismo como parte de una realidad que lo trasciende, como un ser frente al Misterio. Esa realidad todo lo abarca, es infinito y densidad que se encuentra en lo más exterior y en lo más interno de todas las cosas, el Misterio “De donde” todo viene y “Para donde” todo va. El humano es, por lo tanto, sujeto y persona libre y responsable, en la medida de su apertura para ese Misterio Santo que confiere sentido a la vida.

Como ser abierto a la trascendencia, el humano consigue tener la experiencia de la libertad. La libertad no es un dato particular, sino el fruto de la experiencia transcendental de la subjetividad. “Mientras que el hombre por su trascendencia se encuentra en la apertura total, es también responsable de sí. Está entregado a sí no solamente cuando conoce, sino también cuando actúa. Y en esto de entregarse a sí mismo se percibe como responsable y libre. ” (RAHNER, 1989, p.50) La libertad transcendental es la responsabilidad última de la persona por sí misma y tiene los desafíos históricos como mediación. La responsabilidad y la libertad son experiencias del sujeto que se percibe como tal, como ente que -por su trascendencia- posee originaria e indisolublemente unidad y presencia de sí mismo frente al ser.

3 Fe y experiencia del Misterio

El humano, abierto al infinito actualiza la libertad en acción en la medida en que establece un compromiso vinculante con objetos, verdades y valores que derivan de esta experiencia de lo absoluto, que confiere sentido a la existencia en su nivel más fundamental. Asumidos, sin embargo, provisoriamente, en vista de las exigencias que la existencia humana tiene de objetos, de verdades y de valores absolutos, pero que no se encuentran disponibles en el nivel de la existencia histórica (cf. HAIGHT, 2004, p.36). La libertad presupone la fe.

La fe es central y nuclear, unifica, integra y articula los aspectos de la personalidad. No es adhesión ciega a un conjunto de fórmulas, sino “aquiescencia del intelecto y de la voluntad” del Absoluto que permite al humano ser sujeto y persona libre y responsable. Ella es una tendencia interna fundada en el surgir del absoluto pre-aprendido por nosotros en relación con la realidad. La fe orienta las decisiones fundamentales que implican el accionar. En el contexto de la conciencia histórica, la fe se funde con la esperanza. “(…) en la medida en que la fe también constituye la respuesta más íntima y más central de los seres humanos a la realidad, se debe percibir que, en un nivel más profundo, la fe y la esperanza son indistintamente la misma cosa.” (HAIGHT, 2004, p.40)

Por lo tanto, la fe es la libertad venida de la experiencia del Misterio Santo, de esa alteridad absoluta, del totalmente Otro que se nos revela, como señala Karl Rahner, al que llamamos Dios:

A este Misterio, que confiere un fundamento a cada realidad concreta y que abre un espacio y horizonte para cada conocimiento, yo lo llamo Dios. Él no precisa que estemos provocando su existencia sin cesar  (…). Cuando yo me sitúo en mi interior y callo, cuando permito que las muchas realidades concretas de mi vida se asienten en un Fundamento [Grund], cuando dejo que todas las preguntas se centralicen en la Pregunta, aquella que no puede ser respondida con las respuestas que son dadas a las preguntas concretas, sino que dejo que el Misterio infinito se exprese a sí mismo, entonces el Misterio está presente allí. (RAHNER apud: VORGRIMLER, 2006, p.12)

4 La Experiencia de Dios

Dios es el Misterio Santo que permite al humano conocerse como ser trascendente. Sin Dios, afirma Karl Rahner, no existiría para el humano la Totalidad y la realidad se reduciría a un conjunto de preocupaciones parciales. Sin Dios, el hombre quedaría inmerso en el mundo y en sí mismo y no se realizaría como ser de libertad y responsabilidad, sería apenas un animal ingenioso. (cf. RAHNER, 1989, p.65)

Al afirmarnos como sujetos y personas libres y responsables, fundados en este Absoluto que se ofrece y que nos abre a la trascendencia, afirmamos todo el tiempo, por analogía, al ser personal de Dios que es el fundamento de la persona que somos llamados a ser. El conocimiento de Dios como persona se da, sin embargo, cuando experimentamos en nuestra experiencia histórica a Dios que quiere encontrarse con nosotros y él se ha encontrado con nosotros en nuestras historias individuales, en lo profundo de nuestras conciencias, y en la totalidad de la historia humana (cf.  RAHNER, 1989, p.95). Cuando somos afectados por su presencia amorosa junto a nosotros, conocemos a Dios por su experiencia. Experiencia de Dios, como afirma Congar, es la percepción de la realidad de Dios que viene a nosotros y nos atrae a la comunión que tendrá como fruto del amor:

“Experiencia”: bajo este término entendemos la percepción de la realidad de Dios viniendo hasta nosotros, activo en nosotros y por nosotros, atrayéndonos en sí una comunión, una amistad, es decir, un ser uno para el otro. Está claro que todo esto va más allá de la visión, sin abolir la distancia en el orden del conocimiento del propio Dios, pero superándola en el plano de una presencia de Dios en nosotros como fin amado de nuestra vida: presencia que se vuelve sensible a través de las señales y en los efectos de paz, alegría, confianza, consolación, iluminación y todo aquello que acompaña al amor (…) En la oración, en la práctica de los sacramentos de fe, en la vida de la Iglesia, en el amor de Dios y del prójimo, recibimos la experiencia de una presencia y de una acción de Dios llamándonos, así como también en las señales que nos son mostradas (CONGAR, 2005, p.13-14).

La experiencia de la proximidad inmediata de Dios es, por lo tanto, siempre mediada por la relación con el mundo y con los otros, una vez que Dios está en todas partes, pues es quien todo lo fundamenta. Todo lo que en nuestra experiencia histórica nos abre al Misterio, que desde siempre se nos ofrece para que podamos realizarnos como seres de libertad y responsabilidad, es para nosotros la experiencia de Dios. E. Schillebeeckx (1994) considera que “Dios se sitúa más allá de todos los nombres e imágenes”, porque él es “de forma inminente y divina no descriptible para nosotros, todo lo que se puede encontrar de bien, de verdadero y de bello en el mundo de los hombres y de su historia” (p.107)

5 La Experiencia cristiana de Deus

Para la tradición cristiana, la experiencia de Dios se da plenamente al oir la Palabra de aquellos que testimoniaron el misterio de la presencia de Dios encarnado en Jesús de Nazareth. Quien ve a Jesús, ve al Padre, proclama la comunidad de los cristianos. Él es la luz del mundo porque revela el Misterio Santo frente al que estamos, es un Dios personal y amoroso que nos llama a ser hijos. Jesús es luz que con su vida revela el camino para el encuentro con el Padre.

La escena del bautismo de Jesús es un relato que dice mucho sobre la relación de Jesús con Dios. Los evangelios afirman que saliendo de las aguas del Jordán, Jesús vivirá una doble experiencia: descubrirse a sí mismo como Hijo muy querido y sentirse lleno de su Espíritu.

En las márgenes del Jordán, Dios no se mostrará frente a Jesús como un misterio insondable, un Dios todo poderoso, sino como el Padre de amor infinito y de inmensa misericordia:  “Tú eres mi hijo amado, en ti me complazco” (Mc 1,11). El texto habla del placer de Dios frente a Jesús que al responder dice “Abbá”. Este nombre expresa su confianza y disponibilidad total a Dios.

Jesús transpira esta confianza durante toda su vida, Jesús vive abandonándose en Dios, Todo lo hace motivado por esta gratitud genuina, pura, espontánea, de confianza en su Padre. Busca su voluntad sin recelos, ni cálculos, ni estrategias. No se apoya en la religión del tiempo ni en la doctrina de los escribas; su fuerza y su seguridad no provienen de las Escrituras y las tradiciones de Israel. Nacen del Padre. Su confianza hace de él un ser libre de costumbres, tradiciones o modelos rígidos; su fidelidad al Padre lo hace actuar de manera creativa, innovadora y audaz. Su fe es absoluta (PAGOLA, J.A., Jesus: aproximação histórica, 2010, p.372)

Al mismo tiempo en que se oye la voz que declara ser Él el Hijo Amado del Padre, el Espíritu desciende sobre él. En el relato de Mateo podemos leer: “y él vio al Espíritu de Dios descendiendo como una paloma y posando sobre él” (Mt 3, 16). Lleno del Espíritu de Dios, aquel que crea y sustenta, que cura, que vivifica y que santifica, Jesús se lanza a su misión.

Movido por la fuerza del Espíritu, Jesús se aproxima a los enfermos para curarlos, enfrenta los espíritus malignos sin miedo. Ungido por el Espíritu, va a “evangelizar a los pobres, proclama el perdón a los presos y a los ciegos la recuperación de la visión, restituye la libertad a los oprimidos y proclama el año de gracia del Señor” (cf. Lc 4, 18-19).

Jesús, lleno del Espíritu, se desvincula de la familia, deja su trabajo, y comienza a anunciar el “reino de Dios” que está llegando. Su mensaje es una invitación a la recepción del perdón salvador de Dios ofrecido a todos y no solamente a los bautizados en el Jordán. Para Jesús, el tiempo ya no es más el de la austeridad del desierto, sino que es el de la celebración festiva de la nueva vida querida por Dios para su pueblo. Proclama la misericordia de Dios de forma sensible y concreta, curando los enfermos, aliviando el dolor de las personas abandonas, bendiciendo y abrazando a los niños, haciendo sentir a todos la proximidad salvadora de Dios. Su lenguaje no será el lenguaje duro del desierto, sino la poesía que invita a mirar el mundo de una nueva manera (cf. PAGOLA, 2010, p.106).

La experiencia cristiana de Dios es el amor incondicional – Ágape o Caritas – que es ese vínculo de amor existente entre Dios-Padre y el Hijo, amor que trasborda en pasión por el mundo hasta llegar a la muerte en la Cruz. La cruz de Jesús revela que la transformación definitiva del mundo no se apoya en la venganza, sino en la confianza incondicional del proyecto de Dios todo Misericordioso que promueve el pasaje de la muerte para la resurrección. En Jesús, la cruz es un pasaje, pascua tiene sentido de salvación. Promueve la victoria definitiva contra el mal, que es fundamentalmente esconder la verdad con el objetivo de justificar la injusticia y la dominación. Aquel que pasó la vida haciendo el bien se entrega libremente a las fuerzas de la muerte, hace ver la culpa del mundo y nace un hombre nuevo totalmente liberado de una división humana. La venida del Hijo de Dios al infierno del sufrimiento promovido por la injusticia, revela el camino de la reconciliación que es el de la entrega de sí en pos del reinado del amor. Ágape es el amor de Dios transformando las posibilidades humanas de amar, dando condiciones para el establecimiento de un vínculo fundado en la gratitud, es amor oblativo, vivido en la seguridad de que la entrega de sí renueva la vida porque es a partir de esa entrega que brota la nueva vida, la resurrección.

Ceci M. C. Baptista Mariani, PUC Campinas, Brasil. Texto original portugués.

 6 Referencias bibliográficas

CONGAR, Yves. Revelação e experiência do Espírito. São Paulo: Paulinas, 2005. (Coleção Creio no Espírito Santo, n.1)

HAIGHT, Roger. Dinâmica da Teologia. São Paulo: Paulinas, 2004.

FRANÇA MIRANDA, Mário de. A experiência cristã e suas fontes históricas. In FABRI DOS ANJOS, Márcio (org.). Experiência religiosa: risco ou aventura? São Paulo: Paulinas, 1998.

MOLTMANN, Jürgen. O Espírito da vida: uma pneumatologia integral. Petrópolis: Vozes, 1998.

PAGOLA, José Antonio. Jesus: aproximação histórica. São Paulo: Ed.Loyola, 2010.

RAHNER, Karl. Curso Fundamental da Fé. São Paulo: Paulus, 1989.

SCHILLEBEECKX, Edward. História Humana: Revelação de Deus. São Paulo: Paulus, 1994.

VORGRIMLER, Herbert. Karl Rahner – experiência de Deus em sua vida e em seu pensamento. São Paulo: Paulinas, 2006.