Ecumenismo

Índice

1 El significado del término “ecumenismo”

2 La historia del movimiento ecuménico

2.1 Asociaciones cristianas

2.2 La misión en la perspectiva ecuménica

2.3 Dos movimientos de la unidad cristiana

2.4 El Consejo Mundial de las Iglesias

2.5 Las asambleas del Consejo Mundial de las Iglesias 

3 Las Iglesias y el movimiento ecuménico

4 El ecumenismo en el Concilio del Vaticano II 

4.1 El Decreto Unitatis redintegratio

4.2 El Directorio ecuménico

4.3 Las estructuras ecuménicas

5 El ecumenismo en América Latina

6 Frutos del ecumenismo

7 Desafíos del  ecumenismo en la  actualidad

8 Referencias bibliográficas

1 El significado del término “ecumenismo”

El termino “ecumenismo”, traducción española del concepto griego oikoumene, se encuentra por primera vez en Heródoto (séc. V) y designa la “tierra habitada” en el sentido geográfico. De esta forma, se pasa a designar a los “habitantes de la tierra” en referencia a toda la humanidad. Para los griegos, el elemento que une el oikoumene es la cultura helénica. Los romanos traducen este término como ecumene, colocando como elemento de unión el orden jurídico y la organización política de la orbis romanus.

Es en este sentido profano que se encuentra en la Biblia el término “ecumenismo”. En la traducción del LXX, el término se encuentra, principalmente, en los salmos y en el libro de Isaías. En el segundo testamento,  oikoumene, aparece 15 veces con el sentido de “la tierra habitada” (Mt 24,14; Lc 4,5; 21,26; Rm 10,18; Hg 1,6), “los habitantes da tierra” (At 17,31; 19,27; Ap 12,9) y relacionado con la orbis romanus (Lc 2,1; At 24,5).

En la Biblia, “ecumenismo” también tiene un sentido religioso, indicando el mundo entero y que todo lo que él posee fue recibido del Dios creador y a Dios le pertenece: “ a mí pertenece el mundo y lo que él contiene” Sl 49,12; también Is 10,14). La oikoumene/mundo es donde se realiza la historia de la salvación, donde sucede el pecado, la acción de los profetas, la encarnación. Dios juzgará el mundo (Is 10, 14,23; Lc 21,6; Ap 3,10; At 17,31); enviará a los profetas y los apóstoles para mostrar el camino de la salvación (Sl 48,2; Mt 24,14);  el mundo será salvado, en fin, por Cristo quien lo glorificará (Hb 2,5).

En la patrística, el ecumenismo gana sentido eclesiástico, con frecuencia asociado a la Iglesia católica diseminada por toda la tierra. Los términos “católico” y “ecumene” se juxtaponen: la Iglesia es católica, es decir, diseminada por toda la tierra (oikoumene). Orígenes entiende que la doctrina y la piedad cristianas envolvieron la tierra (De principiis, L. IV, n. 5) y trata de los que “habitan la oikoumene de la Iglesia de Dios (Ps., XXXII, 8). Para Basílio, la Iglesia debe ser difundida por toda la tierra y debe llegar a todas las personas, agrupando en ella la diversidad de la condición humana (Homilia in Ps., 48).

A lo largo de la historia del cristianismo, el término ecumenismo fue considerado como expresión de la comunión en la Fe por la adhesión a las doctrinas definidas en los “concilios ecuménicos”. Con la división de los cristianos, sobretodo a partir del siglo XVI, el ecumenismo fue ganando el sentido de esfuerzo para reestablecer una unidad quebrada. Es en este sentido que, a partir del siglo XIX, surgen iniciativas de diálogo entre Iglesias separadas, dando origen al actual “movimiento ecuménico”.

2 La historia del movimiento ecuménico 

2.1 Asociaciones cristianas

Al final del siglo XVIII, surgieron en Europa fenómenos políticos, sociales y culturales como la Revolución Francesa, el racionalismo, la revolución industrial, el capitalismo, el socialismo y el liberalismo, que exigían una postura de las Iglesias. Este posicionamiento fue diferente para cada Iglesia, entre la segregación y la condenación de la realidad social por un lado, y la integración y el diálogo con esa realidad, por el otro lado.

En este contexto surgieron varias asociaciones cristianas que influenciaron decisivamente el futuro del movimiento ecuménico. Se destacan entre ellas: la Asociación Cristiana de Jóvenes (1844) y la Asociación Cristiana de Mujeres Jóvenes (1854), la Federación Mundial de Estudiantes Cristianos (1895). En realidad, la preocupación no era aproximar las Iglesias, sino evangelizar la sociedad y los medios universitarios buscando la “ampliación del Reino de Dios entre la juventud” (NEILL, 327-329).  Sin embargo, estas asociaciones favorecieron las relaciones e intercambios entre las Iglesias. Tres elementos contribuyeron para eso: 1) la internacionalización de las asociaciones que fundaron nuevas sedes, lo cual exigió un contacto estrecho con las Iglesias; 2) la competencia para organizar eventos internacionales que convirtieron a sus líderes en peritos de las futuras asambleas ecuménicas; 3) la preocupación misionera, con interés, sobretodo, en las “Iglesias Jóvenes” de Asia y de África, ayudando a las demás Iglesias a unirse en la misión (NAVARRO, 121).

La conferencia para la paz celebrada en Haya (1907) dio origen a la Alianza Mundial para la Amistad Internacional, congregando a las Iglesias -en la inminencia de la Guerra Mundial- para actuar promoviendo la paz. Una conferencia protestante realizada en Lausanne y otra católica en Lieja, ambas en agosto de 1914, redactaron resoluciones a favor de la paz. No consiguieron evitar la guerra, pero desarrollaron la cooperación ecuménica a favor de la paz y la atención a los que estuvieron involucrados en el conflicto.

2.2 La misión en la perspectiva ecuménica

Tales iniciativas prepararon el terreno para que las Iglesias realicen debates sobre la relación entre misión y unidad (Londres, 1888; New York, 1890). Se sentía la necesidad de cooperación, del testimonio común, de la interacción ecuménica en los proyectos misioneros confesionales. De esta forma, se llegó al gran evento que marca, de hecho, el origen del movimiento ecuménico moderno: la Conferencia Misionera Internacional realizada en Edimburgo en 1910. Participaron de esta Conferencia 1200 delegados de 159 sociedades misioneras. El tema de la Conferencia fue Problemas que surgieron en el enfrentamiento entre misiones cristianas y religiosas no cristianas. Es a partir de esta Conferencia que surge en 1921 el Consejo Misionario Internacional (Lake Mohonk, EUA), y que luego se integrará al Consejo Mundial de las Iglesias en la Asamblea General de Nueva Delhi (1961).

2.3 Dos movimientos de la unidad cristiana

Otros dos movimientos fueron creados para fortalecer la aspiración ecuménica manifestada en Edimburgo: 1) Vida y Acción, que buscaba unir las Iglesias en proyectos de acción social. La inspiración fue del arzobispo luterano de Suecia, Nathan Soderblom (1866-1931), con la intención de unir las jerarquías eclesiásticas de los países que estaban en guerra. En 1920, Soderblom convocó una conferencia mundial con el nombre de Vida y Acción, que se realizó en Estocolmo en 1925, incluyendo cuestiones sociales como la economía, la moral, las relaciones internacionales, la educación cristiana, los métodos de cooperación y federación. No se trató de cuestiones dogmáticas, por entender que la “doctrina divina, la acción une”. En 1937 fue realizada una segunda conferencia en Oxford, reflexionado sobre Iglesia, Nación, Estado, condenando el fascismo y el Estado transformado en ídolo.

2) El segundo movimiento es Fe y Constitución, que surgió por iniciativa del Obispo anglicano Charles H. Brent (1862-1929) en la conferencia realizada en Lausanne en 1927, en la que se debatieron cuestiones doctrinales como la unidad, la evangelización, la naturaleza de la Iglesia, la confesión de la fe, el  ministerio, los sacramentos. Una segunda conferencia fue realizada en Edimburgo en 1937, que reflexionó sobre la gracia de Jesús Cristo, la Iglesia de Cristo y la Palabra de Dios, la comunión de los santos, la Iglesia, el ministerio y los sacramentos, la unidad de la Iglesia en la vida y en el culto.

2.4 El Consejo Mundial de las Iglesias

Los dos movimientos vistos anteriormente intentaron formar un consejo Mundial de Iglesias en una reunión en Utrecht en 1938. Pero, efectivamente, esto  sucedió en 1948 en Amsterdam.

El Consejo Mundial de Iglesias es el fruto más maduro de la aspiración por la superación de la división de los cristianos. Hoy, él está compuesto por 349 Iglesias de todas las tradiciones eclesiásticas, excepto el catolicismo, y busca mantener entre las Iglesias miembros un diálogo estable y proyectos de cooperación que fortalezcan las relaciones fraternales. La idea de un consejo de Iglesias se manifestó con frecuencia desde la Conferencia de Edimburgo (1910). Fue propuesta por el patriarcado de Constantinopla en 1920 como una “liga de Iglesias” y por los obispos anglicanos en la Conferencia Lambeth (1920), además del intento de los movimientos Vida y Acción y Fe y Constitución en Utrecht (1937). De este último, surgió el “Comité de los Catorce” que en 1938 se reunió nuevamente en Utrech y creó un comité provisorio para pensar la creación de un Consejo de Iglesias. Después de dos reuniones de este comité (Clarens en Suiza en 1938 y Saint-Germain en Francia en 1939), los trabajos fueron dificultados por la Guerra hasta que en 1948 se realizó la asamblea de la fundación del Consejo Mundial de Iglesias en Amsterdam, con la presencia de 147 iglesias.

El Consejo Mundial de Iglesias no es una “super Iglesia”, ni la Iglesia universal, ni la Una Sancta. No toma decisiones en nombre de las Iglesias y su teología no expresa una concepción particular de la Iglesia confesional, así como también las Iglesias no consideran relativas sus eclesiologías por su pertenencia al Consejo (Wisser´t Hooft, 278). Para ser miembro del Consejo es necesario aceptar la base doctrinal aprobada en la Asamblea en Nueva Delhi (1961):

El Consejo Mundial de las Iglesias es una asociación fraternal de las Iglesias que creen en Nuestro Señor Jesús Cristo como Dios y Salvador según las Escrituras y se esfuerzan por responder conjuntamente a su vocación común para la gloria del único Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo (Nouvelle-Delhi, 1961, Rapport de la Troisième Assemblée – Delaxaus et Niestlé, Neuchâtel, 1962, 147-148).  

2.5 – Las asambleas del Consejo Mundial de las Iglesias

El Consejo Mundial de las Iglesias realiza sus actividades de muchas formas y a través de diferentes medios, como el Instituto Ecuménico de Bossey, la oficina del Consejo de New York, el departamento de comunicaciones, con sus boletines, revistas, libros y grabaciones en diferentes lenguas, así como la biblioteca que posee en su sede en Ginebra. Sin embargo, el trabajo de mayor articulación entre las Iglesias sucede en las Asambleas Generales, 10 ya fueron realizadas a lo largo de su historia. Ellas son:

1) Amsterdam 1948 – Participan 147 Iglesias de 44 países, el tema general fue El desorden del hombre y el designio de Dios; 2) Evanston, 1954 – participaron 162 Iglesias, tuvieron como tema general Cristo, única esperanza del mundo; 3) New Delhi, 1961, con la presencia de 198 Iglesias cristianas y el tema general Cristo, luz del mundo; 4) Upsala, 1968, con el tema Yo convierto en nuevas todas las cosas; 5) Nairobi, 1975, que contó con 286 Iglesias miembros y reflexionó sobre el tema Jesús Cristo libera y une; 6) Vancouver, 1983, que tuvo como tema general Jesús Cristo, vida de los mundos; 7) Camberra, 1991 de la que participaron 317 Iglesias y tuvo como tema general Ven, Espíritu Santo, renueva toda la creación; 8) Harare (Zimbawe), 1998, con el tema Buscar a Dios con la alegría de la esperanza; 9) Porto Alegre, 2006, con el tema Dios, en tu gracia se transforma el mundo; 10) Busan (Corea del Sur), 2013, con el tema Señor de la vida, condúcenos a la justicia y a la paz. 

3 – Las Iglesias y el movimiento ecuménico

Las diferentes tradiciones cristianas fueron integradas en el movimiento ecuménico desde sus orígenes. En las Asociaciones y en el movimiento misionero había representantes de prácticamente todas las Iglesias del protestantismo, del anglicanismo y de las tradiciones ortodoxas. Los cristianos protestantes fueron pioneros de las iniciativas ecuménicas. Entre ellos se destacan el metodista John Mott (1865-1955),  el luterano Nathan Soderblon 1866-1931, el reformado holandés Willem Adolf Visser ‘t Hooft (1901-1985),  los metodistas Philip Potter (1921) y Emílio Castro (1927-2013). Éstos, entre tantos otros, contribuyeron significativamente para que las Iglesias Luteranas, Reformadas y Metodistas adhiriesen al movimiento ecuménico desde sus orígenes.

Los anglicanos fueron impulsados al diálogo ecuménico por el Movimiento de Oxford (1833-1845) que buscaba recuperar las tradiciones primitivas del cristianismo, lo que favoreció mucho el diálogo con la Iglesia católica, principalmente, por los esfuerzos realizados por Henry Newmann (1801-1890). Este diálogo fue fortalecido por las Conversaciones de Malinas (1921- 1926),  junto con el padre Portal y el cardenal Mercier. La conferencia de Lambeth en 1920 presentó cuatro elementos fundamentales para la reconstitución de la unidad de la Iglesia: las Escrituras, el Símbolo de Niceia y de los Apóstoles, los sacramentos y los misterios. Con relación a los ortodoxos, aun en 1902, el patriarca Joaquín III de Constantinopla publicó una encíclica que incentivó  mucho al ecumenismo. En 1920, los doce metropólitas del Sínodo de Constantinopla también publicaron una carta encíclica proponiendo la creación de una “liga de Iglesias” y presentando elementos pastorales para eso.

La Iglesia católica tuvo dos posturas frente al movimiento ecuménico:

a) resistencia al diálogo: reiteradas veces las autoridades católicas recusaron la invitación para participar de las iniciativas ecuménicas. Entre ellas, en 1910, durante la Conferencia de Edimburgo; en 1925, cuando se crea el Movimiento Vida y Acción; en 1927, al crearse el movimiento Fe y Constitución; en 1948, en la asamblea de la fundación del Consejo Mundial de Iglesias. La primera vez que la Iglesia romana envió delegados oficiales a un encuentro ecuménico fue en 1961, en la asamblea del Consejo Mundial de Iglesias en Nueva Delhi;

b) Integración de la caminata ecuménica: la apertura para el ecumenismo en la Iglesia católica surge solamente a mediados del siglo XX, con la instrucción de Santo Oficio Ecclesia Catholica (conocida como De motione oecumenica) de 20/12/1949, que reconoce la importancia del movimiento ecuménico y presenta los criterios para los católicos que en ellos participaron. Se trata del primer pronunciamiento oficial de la Iglesia Católica y Romana que valoriza el movimiento ecuménico, entendiéndolo como una “inspiración de la gracia del Espíritu Santo”.

El camino de la Iglesia católica para el ecumenismo fue abierto en cinco direcciones:

1) En la teología: las primeras instituciones ecuménicas en el medio católico son encontradas en teólogos del siglo XIX, sobretodo en Johann Adam Möhler (1796-1838) y John Henry Newmann (1801-1890), quienes proponían una concepción de la unidad eclesial que supera la perspectiva institucionalista, juridicista y visibilista, propia de la eclesiología de la “sociedad perfecta” de entonces. Pero los esfuerzos más consecuentes surgen en el siglo XX, teniendo como marco la obra de Y.M.J.  Congar, Chrétiens Désunis. Principes d´un “oecuménisme” catholique (1937). En esa misma dirección se encuentran K. Rahner, H. urs Von Balthasar e J. Daniélou, solamente para citar a los que más influencia tuvieron en el Concilio del Vaticano II.

2) En la espiritualidad: el Papa León XIII, en su breve Providae Matris (1865),   recomendó una Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos en la primera semana del Pentecostés. En 1867, escribe la Carta Encíclica Divinum illud múnus  sobre el valor de la oración en el que se pide que el bien de la unidad de los cristianos pueda madurar. La Semana de Oración gana fuerza originalmente en el medio protestante y anglicano a partir de 1908. Cuando la Society of the Atonement se transformó en miembro de la Iglesia católica, el Papa Pío X concede en 1909 la bendición oficial a la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos en el mes de Enero. Sin embargo, fue Benito XV quien la introdujo de manera definitiva en la Iglesia católica. En 1937, el padre Paul Couturier (1881-1953),  junto con Paul Wattson (1863-1940),  fortalecieron aun más la Semana de Oración por la Unidad, integrando decididamente las comunidades católicas. Es significativo el hecho de que el papa Juan XXIII haya anunciado la realización del Concilio del Vaticano II el día 25 de enero de 1959, finalizando la Semana de la Oración por la unidad de los cristianos.

3) En la creación de los organismos ecuménicos: el monje benedictino Lambert Beauduin (1873-1960), fundó en 1925 los “monjes de la unión” en Bélgica y en 1939 la revista  Irenikon, aun hoy una de las principales publicaciones en los medios ecuménicos. Una serie de otros organismos ecuménicos fueron surgiendo por iniciativa de los católicos romanos, como el Centro Istina (Paris), el movimiento Una Sancta (Alemania) y el Centro Pro Unione (Roma).

4) En la búsqueda del diálogo estable: entre los años 1921 y 1925, un grupo de teólogos anglicanos y católicos romanos desarrollaron conversaciones doctrinales (Malines) de fundamental importancia para la unidad de las dos Iglesias.

5) En la acción social: los cristianos de diferentes Iglesias se solidarizaron con los esfuerzos por la promoción humana, sobre todo durante los dos grandes conflictos mundiales.

4 El ecumenismo en el Concilio del Vaticano II

El Concilio del Vaticano II (1962-1965) tuvo como uno de sus principales objetivos promover la unidad de los cristianos (Unitatis redintegratio, n. 1).  En la intención del papa Juan XXIII, el ecumenismo no es un tema de segunda importancia, sino uno de los elementos que configuran la Iglesia a conciliar en su ser y en su accionar. Y para fortalecerse como un objetivo del Concilio Vaticano II, el ecumenismo se aproxima a la teología, a la espiritualidad, a la eclesiología, a la misiología del concilio. Esto se convirtió en una perspectiva de discusión de los padres conciliares en prácticamente todos los 16 documentos conclusivos del concilio, teniendo como pasajes más significativos: LG 8.13.15; CD 16; OT 16; DV 22; AA 27; GS 92; PO 9; AG 6.15.29.36.39.

El Vaticano II fue un hecho ecuménico. Así lo mostraron sus objetivos, la explicación de las dimensión ecuménica de las diferentes temáticas del concilio, la presencia de los observadores cristianos no católicos romanos en la Asamblea de los padres conciliares  [1]. La publicación del Decreto sobre el Ecumenismo, Unitatis Redintegratio, el 21 de noviembre de 1964, fue la mayor expresión de la convicción ecuménica de la Iglesia conciliar.

4.1 El Decreto Unitatis redintegratio

El Decreto sobre el De oecumenismo fue tratado en los tres períodos del concilio, lo cual sirvió como actualización ecuménica a los padres conciliares, posibilitando el documento final en tres capítulos: principios del ecumenismo (cap. I), la práctica del ecumenismo (cap. II) y la relación con las tradiciones eclesiales de Oriente y de Occidente considerando las especificidades de cada una (Cap. III)

El Decreto entiende que la división de los cristianos “contradice abiertamente la voluntad de Cristo”, es un “escándalo” y perjudica la prédica del Evangelio (UR 1). Para cambiar esta realidad surge el movimiento ecuménico, por moción del Espíritu Santo, como una “divina vocación” y “gracia” a todo los cristianos. Dentro de los principios que orientan la acción ecuménica, el concilio destaca: el entendimiento de que la Iglesia de Cristo es una y única, pues siendo Cristo uno solo, una sola también es la comunidad que Él quiere para todos sus discípulos (Jo 17,21); la unidad cristiana es significada y realizada en la Eucaristía. Tiene como principio el Espíritu Santo y como modelo a la Trinidad; es vivida en una sola fe, en un mismo culto y en la fraternal concordia; y se organiza en la historia de la fidelidad a los Doce, teniendo a Pedro al frente (UR 2).  Es reconocida la eclesialidad de las Iglesias oriundas en las reformas de los siglos XVI-XVIII, conferida por los elementos o bienes de la Iglesia de Cristo en ellas presente, como la Palabra de Dios, la vida de la gracia, la fe, la esperanza y la caridad (UR 3. LG 15). Por esos elementos, “El Espíritu de Cristo no niega servirse de ellas como medios de salvación” (UR 3).   

En las orientaciones prácticas para la acción ecuménica, el Decreto destaca: los esfuerzos para eliminar palabras, juicios y acciones que separan a los cristianos (UR 4). Y enfatiza que: el ecumenismo debe interesar a todos, fieles y pastores (UR 5); él posibilita la renovación de la Iglesia y la fidelidad a su propia vocación (UR 6); exige la conversión del corazón y de la mente, la humildad y la generosidad de los unos con los otros (UR 7);  se fortalece la oración común, “alma de todo el movimiento ecuménico” (UR 8); es fundamental el conocimiento mutuo, a través del estudio de las doctrinas, espiritualidades y costumbres de las tradiciones eclesiales (UR 9), bien como la formación ecuménica (UR 10); proponen un método de exposición de la doctrina que considere la jerarquía de las verdades (UR 11); incentiva la cooperación de las iglesias en la acción social (UR 12).

4.2 El Directorio ecuménico 

A partir de las orientaciones ecuménicas del Concilio del Vaticano II, el entonces Secretariado para la Unidad de los Cristianos creó normas y criterios para la actuación ecuménica de los cristianos católicos. El principal documento es el Directorio para la aplicación de los principios y normas sobre el ecumenismo, publicado en etapas en 1967, tratando de las comisiones ecuménicas diocesanas y nacionales, el mutuo reconocimiento del bautismo y de la comunión en las cosas espirituales; en 1970, presentando los principios y la práctica ecuménica en la formación de los colegios, universidades y seminarios; y en 1993, actualizando los cambios ocurridos en el Código del Derecho Canónico (1983).

El Directorio ecuménico tiende a “proveer normas generales universalmente aplicables para orientar la participación católica en la actividad ecuménica” (n. 7). Está compuesto por cinco capítulos: las razones de la búsqueda de la unidad de los cristianos; la organización del servicio de la unidad en el interior de la Iglesia romana; la formación para el ecumenismo; la comunión de la vida y de la actividad espiritual entre los bautizados; y de la cooperación ecuménica, el diálogo y el testimonio común. Estos temas son presentados a la luz del Concilio, buscando “reforzar las estructuras que fueron ya preparadas para mantener y orientar la actividad ecuménica a todos los niveles de la Iglesia” (n. 6).

4.3 Las estructuras ecuménicas

La realización del ideal de la unidad exige condiciones estructurales que posibiliten su concreción, destacándose:

a) El consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos

El día 5 de junio de 1960, el papa Juan XXIII instituyó el Secretariado para la Unidad de los Cristianos para ayudar a la Iglesia católica a mejorar la integración en el movimiento ecuménico, contribuyendo para que todos los cristianos encuentren “más fácilmente la ruta para alcanzar aquella unidad por la cual Cristo rezó”. La actuación del Secretariado fue fundamental para colocar al ecumenismo en el foco del Concilio. Él fue el responsable por las conversaciones con las Iglesias para que enviasen sus representantes al Concilio y para que también enviasen sus observaciones sobre los temas a ser estudiados. A él cupo la responsabilidad de los documentos promulgados por el Concilio sobre ecumenismo, libertad religiosa (Dignitatis Humanae), relaciones de la Iglesia con las religiones (Nostra Aetate) y divina revelación (Dei Verbum), éste último preparado conjuntamente con una comisión teológica. El Secretariado fue también responsable por las relaciones religiosas de la Santa Sé con los hebreos, creando el comité internacional de relaciones entre católicos y hebreos. Después del Concilio, el 3 de enero de 1966, el papa Pablo VI confirmó el Secretariado como institución permanente de la Curia Romana, especificando su estructura y competencias. Este organismo continúa como el responsable, en el ámbito universal, por la orientación ecuménica de los cristianos católicos y la articulación del diálogo de la Iglesia católica con las otras Iglesias y organizaciones ecuménicas. En 1989, el papa Juan Pablo II reestructuró la Secretaría dándole el nombre de Consejo Pontífice para la Promoción de la Unidad de los Cristianos.

b) las comisiones de diálogo bilateral y multilateral

A partir de las relaciones oficiales establecidas con las Iglesias se formaron comisiones (bilaterales y multilaterales) de diálogo con organismos representantes de las más diferentes tradiciones eclesiales. En nuestros días, se consolidó a nivel nacional e internacional, una vasta red de diálogos bilaterales y multilaterales involucrando a casi todas las Iglesias. Estos diálogos fueron oficiales, porque estaban autorizados por las respectivas autoridades eclesiásticas que nombraron delegados para tratar de cuestiones doctrinales, buscando superar las divergencias en la compresión y la vivencia de la Fe en el evangelio y en la iglesia. Actualmente, la Iglesia católica participa de 70 de los 120 Consejos de las Iglesias existentes en el mundo; en 14 Consejos Nacionales y en 3 de los 7 Consejos Regionales. Además de ello, compone 16 comisiones de diálogo bilateral tratando de las más variadas cuestiones, como autoridad en la Iglesia, Eucaristía, ministerios, eclesiología, etc[2].

c) Las comisiones nacionales y diocesanas para el ecumenismo

Para que las orientaciones ecuménicas del Vaticano II lleguen a las Iglesias diocesanas y a las comunidades parroquiales, el Concilio del Vaticano II confió el trabajo ecuménico especialmente “a los Obispos de todo el mundo, para que promuevan y orienten con discernimiento”. Esta directiva, muchas veces aplicada individualmente por los Obispos por Sínodos de las Iglesias Orientales Católicas o por Conferencias Episcopales, fue incluida en los Códigos de Derecho Canónico (can. 755). Sin embargo, se orienta para que en cada conferencia episcopal exista alguna organización, comisión o sector, que motive la recepción y vivencia de las orientaciones ecuménicas del Concilio. A ellos cabe incentivar para que también en las diócesis exista alguna estructura que motive la acción ecuménica de la Iglesia local, función desarrollada por el delegado, y una comisión diocesana para el ecumenismo  (Directorio, n. 44).

5 – El ecumenismo en América Latina

El punto de partida del movimiento ecuménico en América Latina puede ser encontrado en el descontento de los misioneros latinoamericanos con respecto a la forma como la Conferencia Misionaria realizada en Edimburgo (1910) desconsideró a América Latina dentro de sus preocupaciones. Ellos realizaron una reunión en New York (1913) donde fue creado un Comité de Cooperación para América Latina. El Comité realizó el Congreso de la Acción Cristiana en América Latina en Panamá (1916) – primer evento ecuménico latinoamericano – con el objetivo de comprender los desafíos para la misión en el continente de restablecer pistas de cooperación inter-eclesial. Otros congresos semejantes fueron realizados, como el de Montevideo (1925) y La Habana (1929), hasta llegar a la realización de varias Conferencias Evangélicas Latinoamericanas – CELA (Argentina, 1949; Perú, 1961, Buenos Aires, 1969, entre otras).

Esas Conferencias dejaron clara la necesidad de dar una expresión orgánica al anhelo de un mayor intercambio, cooperación y coordinación de las relaciones inter-eclesiales, lo que originó la Unidad Evangélica Latinoamericana – UNELAM (Campinas, 1969). Estas iniciativas posibilitaron el desarrollo de la conciencia ecuménica en una parte significativa del mundo evangélico latinoamericano, y luego se sintió la necesidad de que un nuevo organismo posibilitase la afirmación del proyecto ecuménico en la región, frente a los nuevos desafíos que emergían tanto en el interior de las iglesias como en la realidad social que se dio desde los años 70 del siglo XX. De esta forma, surgió el Consejo Latinoamericano de Iglesias – CLAI (Perú, 1982), principal organismo ecuménico en el ámbito evangélico del continente, en la actualidad constituido por aproximadamente 150 iglesias bautistas, congregacionales, episcopales, evangélicas unidas, luteranas, moravias, menonitas, metodistas, nazarenas, ortodoxas, pentecostales, presbiteranas, reformadas, valdenses, así como organismos cristianos especializados en áreas pastorales de la juventud, educación teológica, y educación cristiana, en 21 países de América Latina y el Caribe.

El CLAI tiene como objetivos principales: promover la unidad entre las Iglesias; apoyar la tarea evangelizadora de sus miembros; promover la reflexión y el diálogo sobre la misión y el testimonio cristiano en el continente. Así, el CLAI se propone como un espacio de encuentro, formación, diálogo, cooperación, incidencia pública y articulación, en relación a la sociedad civil y a los organismos multilaterales. Está estructurado en cinco Secretarías Regionales: México y Mesoamérica (Managua, Nicaragua), Caribe y Gran Colombia (Barranquilla, Colombia), Andina (Santiago, Chile); Río de la Plata (Buenos Aires, Argentina) y Brasil (Londrina).

Naturalmente, no son apenas las Iglesias evangélicas las que realizan el ecumenismo en América Latina. Las Iglesias anglicanas, ortodoxas y católica-romana también tienen sus organizaciones ecuménicas y también integran organismos ecuménicos con la presencia de Iglesias evangélicas en cada nación, siguiendo el ejemplo del Consejo Nacional de Iglesias Cristianas de Brasil – CONIC (1982). Se sitúan aquí, por ejemplo, el sector del ecumenismo en las conferencias episcopales de la Iglesia católica en cada país y el Departamento de Comunión Eclesial y el Diálogo del Consejo Episcopal Latinoamericano – CELAM (1955), que tiene la responsabilidad de promover el ecumenismo en los medios católicos en todo el continente.

6 – Frutos del ecumenismo

En sus 100 años de existencia, el movimiento ecuménico produjo significativos frutos en los esfuerzos de aproximación y unidad de las Iglesias, en los campos de la doctrina, de la pastoral, de la espiritualidad y de la cooperación en la acción social. Los cristianos separados ya no se consideran extraños, competidores o enemigos, sino “hermanos” y “hermanas”, un lenguaje desconocido hasta hace muy poco. En su encíclica sobre el ecumenismo, Ut Unum Sint (1995)  el papa Juan Pablo II afirma que es la “primera vez en la historia que la acción en prol de la unidad de los cristianos asume proporciones tan amplias y se extiende a un ámbito tan vasto” (UUS 41). El mismo papa reconoce como “frutos del diálogo”: la fraternidad reencontrada por el reconocimiento del único Bautismo y por la exigencia que Dios sea glorificado en su obra; la solidaridad en el servicio a la humanidad; convergencias en la palabra de Dios y en el culto divino; el aprecio mutuo de los bienes en las diferentes tradiciones eclesiales; el reconocimiento de que “aquello que une es más fuerte de lo que los divide” (UUS 20.41-49).

Estos frutos permiten estipular cinco aspectos de crecimiento en las relaciones ecuménicas: a) en las relaciones de los dirigentes de las iglesias, existe la localización de los puntos de encuentro y mutua búsqueda de acercamiento y diálogo; b) en el nivel teológico-doctrinal, se llegó a importantes convergencias y consensos sobre varios elementos de la fe cristiana y eclesial[3]; c) en las comunidades de los fieles, crece la convivencia entre cristianos de diferentes confesiones, venciendo prejuicios y hostilidades; d) en el campo pastoral, la cooperación ecuménica es una realidad en muchos ambientes; e) crece la sensibilidad ecuménica en la espiritualidad.

7 – Desafíos del  ecumenismo en la  actualidad

Aun permanecen serios desafíos que deben ser superados en el camino ecuménico. Se verifica en nuestros días poca disponibilidad al diálogo en muchas instancias de las Iglesias, mismo en las que proponen el ecumenismo dentro de sus documentos normativos. Existe una tendencia de recentramiento identitario de las iglesias provocado, por un lado, por el contexto plural que exige una redefinición de su ser y accionar; por el otro lado, por tensiones internas que tienden a fragilizar las convicciones ecuménicas. Aumenta la tensión entre el espíritu de apertura y diálogo y la necesidad de salvaguardar la propia identidad. En función de esto, en algunos ambientes los fieles se sienten obligados a caminar de una manera propia en el ecumenismo popular, a veces distanciándose de las orientaciones oficiales. Mientras que las estructuras eclesiales tienden a volverse en sí mismas, sintiéndose amenazadas por el dinamismo de las iniciativas ecuménicas populares. La consecuencia de esto es que las convicciones ecuménicas presentadas en los documentos y en los pronunciamientos oficiales de las Iglesias no se articulan con la vida concreta de las comunidades de los fieles.

De esta forma, hay un desencuentro entre el ecumenismo y la Iglesia, como si fueran realidades separadas o como si se tocaran apenas superficialmente. Esto se manifiesta en una sectorización del compromiso ecuménico, casi exclusivo a los ambientes oficialmente vinculados a las relaciones inter-eclesiales y no en la comunidad eclesial como un todo; en la carencia de estructuras, de personas y de recursos destinados al trabajo ecuménico; en la poca formación teológica y pastoral que priorice el diálogo de una manera de ser y de actuar de la Iglesia. Se suman a estos desafíos de la realidad social de división y de pluralidad del campo religioso; la intensa práctica del proselitismo, el fundamentalismo y el conservadorismo; la pérdida del sentido de pertenencia eclesial; la privatización de la práctica de la fe de los cristianos; el tránsito de los cristianos de una confesión para otra en la búsqueda de una experiencia religiosa satisfactoria; el hibridismo de los símbolos religiosos.

En suma, el status quaestionis de la división de los cristianos se configura actualmente en 6 principales horizontes:

1) Teología: las iglesias están divididas en la interpretación de los elementos que constituyen la naturaleza y el contenido de la fe cristiana como la doctrina de la gracia de los sacramentos, la naturaleza de la Iglesia y los ministerios, entre otros;

2) Estructuras eclesiales: las iglesias divergen tanto sobre los elementos estructurales de la Iglesia, así como también sobre la comprensión teológica que se tiene de ellos;

3) Espiritualidad: la comprensión de la fe y la vida eclesial son alimentadas por espiritualidades diferentes en el interior de cada tradición eclesial. Este hecho – que podría ser apenas una manifestación de la diversidad de actuación del Espíritu – en un contexto de división manifiesta tensiones y el alejamiento de una tradición eclesial en relación a las otras;

4) Pastoral: las divergencias en los tópicos anteriores lleva a las iglesias a que se dividan en lo relativo al contenido y al método de evangelización;

5) Ética: existen también divisiones en el horizonte de la ética y de las costumbres, en su origen, expresión y fundamentación teológica;

6) Cuestiones socio-políticas: no hay consenso entre las iglesias en la comprensión de la sociedad y el modo de situarse en los conflictos que en ella ocurren.

Elias Wolff, PUC PR, Brasil. Texto original en portugués.

8 Referencias bibliográficas 

Conselho Pontifício para a Promoção da Unidade dos Cristãos, Diretório para a Aplicação dos Princípios e Normas sobre o Ecumenismo, Vozes, 1994.

Conselho Mundial de Igreja, Declaração de Toronto (1950).

_______ Nouvelle-Delhi, 1961, Rapport de la Troisième Assemblée – Delaxaus et Niestlé, Neuchâtel, 1962.

Gratieux, A., L´Amitié au servisse de l´union, Lord Halifax et l´abbé Portal. Bonne Presse, Paris, 1950.

João Paulo II, Ut Unum Sint, Paulinas, 1995.

Navarro, J.B., Para Compreender o Ecumenismo, Loyola, 1995, 121.

Rouse, R., Voluntary Movements in the Second Half-Century, in R. Rouse, St. Neill (eds.,) A History of the Ecumenical Movement (1517-1948), SPCK, Londres, 1967.

Thils, G., Historia Doctrinal del Movimiento Ecumenico, Ediciones Rialp, S.A., 1965.

  1. A. Wisser´t Hooft, Qu´est-ce que le Conseil Oecuménique des Église?, in: L´Église Universelle dans le dessein de Dieu. Delachaux et Niestlé, Neuchâtle, 1949.

________, The Genesis and Formation of the World Council of Churches, WCC, Genebra, 1982.

  Wolff, Elias, Caminhos do Ecumenismo no Brasil, Paulus, 2002.

________, A Unidade da Igreja, Paulus, 2007.

[1] Delegados de las Iglesias que participaron del Concilio: 1ª sesión: 49 delegados de 17 Iglesias; 2ª sesión: 66 delegados de 22 Iglesias; 3ª sesión: 76 delegados de 23 Iglesias; 4ª sesión: 103 delegados de 29 Iglesias. Cf., Pe. Ernesto Bravo, SJ, “Aspectos históricos do ecumenismo na América Latina”, in: Congreso Ibero Americano sobre la Nueva Evangelización y Ecumenismo. Varios, Gráficas Lormo, Madrid 1992, 99-110.

[2] Los resultados de los trabajos de las comisiones a nivel internacional, se encuentran en Enchiridion Oecumenicum, Bologna, EDB, vol. I, 1988; vol. III, 1995; vol. VII, 2006.

[3] Ejemplos: con los ortodoxos fue alcanzado un amplio consenso en la doctrina trinitaria (cristológica y pneumatológica); con la Comunión Anglicana avanza el diálogo sobre la autoridad en la Iglesia; con los metodistas, fue alcanzado un acuerdo sobre la tradición apostólica; con la Federación Luterana Mundial, fue alcanzado un “consenso diferenciado” sobre la doctrina de la justificación. En todas las Iglesias, se alcanzó un amplio consenso sobre la relación entre ecumenismo y misión.