Historia del cristianismo

Índice

1 Temas, procesos y períodos

2 Un relativismo saludable

3 Referencias bibliográficas

La historia del cristianismo es diferente de la eclesiología, la cual se refiere a la reflexión teológica sobre la Iglesia. Curiosamente, esta historia es un campo del saber común entre los creyentes y los no creyentes. Los creyentes pueden producir historiografía del cristianismo, desde que tengan rigor en el método y no se dejen llevar por los impulsos apologéticos acríticos. Los no creyentes también pueden producirla, desde que tengan la cultura religiosa necesaria para entender esta creencia, afinidad con sus temas y el mismo rigor metodológico. Los creyentes pueden quedar perplejos frente a ciertas realidades del pasado cuando son conocidas con más profundidad. Pero si ellos acogen esta perplejidad, pueden superar ingenuidades y alcanzar una fe más madura. A su vez, los no creyentes pueden ir más allá del agnosticismo del sentido común, que no es raro que se base en simplificaciones sobre el pasado. Ambos pueden ampliar horizontes, creciendo en conocimiento y sabiduría.

Es en el transcurso de la historia que las personas y las colectividades, incluyendo a los cristianos y sus instituciones, se convierten en lo que son actualmente. Por eso, se puede aprender mucho con ella. Sin embargo, hoy no se considera rigorosamente a la historia como maestra, ya que ella no tiene un sentido unívoco como una profesora que enseña lecciones en el salón de clases. Hay muchas perspectivas posibles, que pueden ser igualmente válidas. Toda la historia siempre nace de las preguntas formuladas en el presente respecto del pasado. Sin interrogaciones no hay historia. Los diversos campos de la historia están íntimamente conectados. Por eso, la historia del cristianismo está ligada a la historia social, cultural y de las mentalidades.

1 Temas, procesos y períodos

A lo largo del siglo 20, la escritura de la historia experimentó cambios tanto en sus temas como en sus intereses. Fue orientándose a los grandes eventos, las biografías de las personalidades ilustres y crónicas políticas, con foco en los sujetos y los acontecimientos que más atraían la atención. Luego, le siguieron relatos sobre las estructuras de la vida cotidiana, como sociedades, personas comunes, economías, vida material y mentalidades. Temas como alimentación, vestuario, morada, transporte, vida privada, mujeres, infancia, miedo, seguridad y esperanza pasaron a ser interesantes para la historia. Este cambio de foco también afectó a la historia del cristianismo. Ésta última estuvo muy enfocada en la institución eclesiástica, los concilios ecuménicos, documentos papales, creación de obispados y hagiografías (vida de los santos).  Contribuyó para esto la auto-comprensión de la Iglesia como sociedad perfecta, una sociedad en la que no falta nada para ser completa. Prevaleció el componente institucional. Sin embargo, con el Concilio Vaticano II (1962-1965), que definió la Iglesia como pueblo de Dios, pasaron a tener más énfasis el laicado y el cristianismo vívido. Temas tales como religiosidad popular, asociaciones laicas y la recepción de los concilios en las iglesias locales ganaron destaque.

Los procesos de permanencias y cambios en las sociedades y civilizaciones ampliamente investigados por el historiador Fernand Braudel, también se aplican al cristianismo. Él desarrolló el concepto de “larga duración”. En el centro de la realidad social se encuentra una oposición viva, íntima, repetida incesantemente entre lo que cambia y lo que insiste en permanecer, una dialéctica de la duración (BRAUDEL, 1992a, p.41-78).  En los movimientos que afectan a la masa en la historia actual hay una fantástica herencia del pasado. Este movimiento no es una fuerza conciente, es de cierta forma inhumana, o una fuerza inconciente de la historia. El pasado, sobre todo, el pasado antiguo, invade el presente y de cierta manera toma cuenta de nuestras vidas. En gran parte, el presente es el objeto de un pasado que insiste en sobrevivir; el pasado, por sus reglas, diferencias y semejanzas, es la clave indispensable para cualquier comprensión seria del tiempo presente. En general, no hay cambios sociales rápidos, pues las propias revoluciones no son rupturas totales.

Una revolución tan profunda como la Francesa no cambió todo de un día para el otro. Los cambios siempre se articulan con realidades que permanecen. De la misma forma como las aguas de un río condenado a correr entre dos márgenes, pasando por islas, bancos de arena y obstáculos; el cambio es sorprendido por alguna trampa. Si ella consigue suprimir una parte considerable del pasado, es necesario que esta parte no tenga una resistencia demasiado fuerte, y que se desgaste a sí misma. El cambio adhiere al no cambio (a la persistencia), sigue sus debilidades y utiliza las líneas de menor resistencia. Al lado de las querellas y conflictos, hay compromisos, coexistencias y ajustes. En frecuentes divisiones entre lo que está a favor y en contra, existe, de un lado, lo que se mueve; y del otro, lo que insiste en quedarse en el mismo lugar (BRAUDEL, 1992b, p. 356-357).  En el cristianismo, las permanencia y los cambios están siempre presentes e interactuando mutuamente, ya sea oponiéndose o articulándose.

En la periodización de la historia del cristianismo, se puede adoptar la división en cuatro unidades de Hubert Jedin sobre la historia de la Iglesia:

1 – el cristianismo en la esfera cultural heleno-romana  (siglo I a VII);

2 – el cristianismo como fundamento de los pueblos cristianos occidentales (alrededor del 700 al 1300);

3 – la disolución del mundo cristiano occidental y el pasaje hacia la misión del mundo (1300 al 1750);

4 – el cristianismo en la era industrial (siglos 19 y 20).

Otra periodización semejante es la de Marcel Chappin:

1 – hasta el 400: un cristianismo alejado del mundo;

2 – Entre 400 y 1800: un cristianismo casi plenamente identificado con el mundo; que puede ser subdividido en:

a) 400-1000: dominan los imperadores y los reyes;

b) 1000-1500: domina el clero;

c) 1500-1800: domina el Estado absoluto;

3 – 1800-1960: cierto alejamiento frente al mundo que hostiliza la Iglesia, con el sueño del retorno a la situación anterior;

4 – Desde el Vaticano II en adelante: inserción en el mundo como una instancia crítica  (CHAPIN, 1999, p.127-128).

2 Un relativismo saludable

La mirada retrospectiva de la historia muestra las diferentes maneras de comprender un mismo concepto a lo largo del tiempo. La santidad, por ejemplo, es la fidelidad a Dios en el cumplimiento del Su Palabra. Fue entendida en el antiguo Israel como la estricta observación de la Ley de Moisés, incluyendo la abstención de la carne de los animales, reptiles y aves considerados impuros (Lev 20,25-26). En el Nuevo Testamento, la santidad es la vida en Cristo, accesible a todos los paganos convertidos, prescindiendo de aquella Ley. En la Edad Media, San Luis, rey de Francia, se lanzó en las cruzadas contra los moros en donde murió. San Ignacio de Loyola en el siglo 16 fue un feroz opositor de la Reforma Protestante, instando a los gobernantes a aplicar todas las leyes existentes contra las herejías, incluyendo la pena de muerte donde existiera esa posibilidad (Loyola, 1963, p. 877-884). El papa Juan XXIII, recientemente canonizado, afirmó la “altísima relevancia” de la Declaración Universal de los Derechos Humanos elaborada por las Naciones Unidas en 1948, conteniendo la libertad de Conciencia y la libertad religiosa (JOÃO XXIII,1963, nº141-144). Este Papa contrarió la enseñanza de mucho de sus predecesores. De todo esto queda claro que el espíritu genuino del Evangelio fue comprendido de forma diferente en cada una de las épocas.

La ciencia histórica permite superar el sentido común en lo que respecta a las cruzadas, la colonización, la inquisición y las guerras religiosas. El debido encuadramiento de las leyes, de las sociedades, de las mentalidades en sus respectivas épocas, evita un anacronismo perverso, un policiamiento ideológico del pasado y el linchamiento moral de los individuos. Para la teología, la historia es un “lugar teológico”, una fuente de conocimiento en este campo del saber. Según Yves Congar, la historia abre el camino hacia un “saludable relativismo”. Esto es algo bien diferente del escepticismo; es la debida percepción de la relatividad de lo que es efectivamente relativo, de modo de calificar como absoluto solamente aquello que verdaderamente lo es. Gracias a la historia se puede comprender la exacta proporción de las cosas, evitándose considerar como “la Tradición” aquello que pertenece al pasado, y que cambió más de una vez en el decorrer de los tiempos. Se puede enfrentar el drama de las muchas preocupaciones traídas por el surgimiento de las ideas y de las nuevas formas. Con la historia, es posible situarse mejor en el presente, con una consciencia más lúcida de lo que se desenlaza realmente, y del significado de las tensiones que se viven (CONGAR, 1970, p. 886-894).

La revelación bíblica en el nombre de Dios, Javé (Ex 3,14), significa “yo estaré allí con vosotros”. Dios es el Dios vivo, que se manifiesta en sus obras, en la historia que solo terminará cuando llegue el fin. Cristo no es solamente el Alfa, también es el Omega (Ap 1,8). Su verdad todavía está por realizarse. Hay algo de Su Palabra que no fue expresado, que no fue dicho. Para que sea dicho, se requiere la diversidad de la historia y de los pueblos, una diversidad que todavía no fue adquirida. La Palabra divina en gesto o expresiones, incluye una profundidad ilimitada. Es propuesta a los seres humanos en las diversas épocas y lugares, en las experiencias, en los problemas y en las culturas. La historia humana, con su novedad y su originalidad permanente, por un lado, reclama siempre una respuesta a las cuestiones todavía desconocidas y, del otro lado, contribuye con los medios de expresión que aun no existen (CONGAR, ibidem).  La plenitud de Cristo se manifiesta en el desarrollo de la historia y exige que la historia se revele. De allí surge la importancia de reconocer las “señales de los tiempos”, como enseña el Concilio Vaticano II (Gaudium et Spes, 1965, nº44).

En la experiencia de los siglos pasados, los progresos científicos y las riquezas culturales de los diversos pueblos, es que se manifiesta la condición humana y se abren nuevos caminos hacia la verdad que también benefician a la Iglesia. Desde el inicio de su historia, la Iglesia formula el mensaje de Cristo por medio de los conceptos y de las lenguas de los pueblos, recurriendo inclusive al saber filosófico, con la finalidad de adaptar el Evangelio a la capacidad de comprensión de las personas y las exigencias de los sabios. Para el Concilio, esta manera adaptada de propagar el mensaje cristiano debe ser la ley de toda evangelización. De esta forma, en cada nación surge la posibilidad de exprimir este mensaje de su propia manera, fomentando un intercambio intenso entre la Iglesia y las diversas culturas de los pueblos. Para este intercambio, que se hace a lo largo de la historia, la Iglesia necesita de personas insertas en el mundo que conozcan bien el espíritu y el contenido de varias instituciones y saberes, sean ellos creyentes o no (idem).

El pueblo cristiano, especialmente sus pastores y teólogos, fueron exhortados a oír, discernir e interpretar los diferentes lenguajes y expresiones de los tiempos actuales, para juzgarlos a la luz de la palabra de Dios, con la ayuda del espíritu Santo, con el fin de que la Revelación divina pueda ser cada vez más íntimamente percibida, mejor comprendida y presentada de una manera conveniente. Como la Iglesia tiene aun estructura social visible, también puede ser enriquecida con la evolución de la vida social en la historia. Todos los que promueven el bien de la comunidad humana en diversos ámbitos también ayudan a la comunidad eclesial, en la medida en la que ésta depende de las realidades exteriores. El Concilio reconoce que en esto la Iglesia recibe la ayuda de todo el mundo. Además, ella se benefició mucho y puede aun beneficiarse, con la oposición de sus adversarios y perseguidores (idem). Esta rica interacción entre la Iglesia y el mundo en el transcurso del tiempo es un campo vasto de investigación y estudio para el historiador.

El saludable relativismo de Congar también nos habla de la mutabilidad de las formulaciones doctrinarias. Para él, la única manera de decir la misma cosa en un contexto que cambió es decirla de una manera diferente (CONGAR, 1984, p. 6). Esta misma idea es expresada por el Papa Juan XXIII, quien abre el Concilio proponiendo que la enseñanza de la Iglesia sea profundizada y expuesta de forma tal de responder a las exigencias de los tiempos actuales. Una cosa son las verdades contenidas en la doctrina, y otra es la formulación con la que son enunciadas, conservando el mismo sentido y alcance. Se debería atribuir mucha importancia a esta forma e insistir con paciencia en su elaboración  (JOÃO XXIII, 1962). El dogma y la historia siempre están íntimamente ligados. La formulación del dogma, la preservación y la profundización de su sentido, y las nuevas formas de su enunciación dependen de la historia y sus contextos.

Respecto a las personas involucradas en los dramas y los conflictos históricos les conviene mencionar la reflexión del cardenal Carlo M. Martini sobre el juicio divino. Él afirma que hay un “relativismo cristiano” que es entender todas las cosas en relación al  momento en que la historia será abiertamente juzgada. Entonces, las obras de los hombres aparecerán con su verdadero valor. El Señor será el juez de los corazones, y cada uno recibirá de él su debida alabanza. Ya no estará bajo los aplausos o abucheos, la aprobación o desaprobación de los otros. Será el Señor quien dará el último y definitivo criterio de realidad de este mundo. Se cumplirá el juzgamiento de la historia y se verá quién tenía razón. Muchas cosas se aclararán, se iluminarán y se pacificarán, para aquellos que todavía sufren en este mundo, que están dentro de la oscuridad, aun sin comprender el sentido de lo que les sucede. Es a partir de este momento culminante que la historia será juzgada por Dios, y que el ser humano será invitado a interpretar su pequeña historia de cada día. La historia no es un proceso infinito envuelto en sí mismo, sin sentido y desembocado en la nada. Es algo que Dios mismo reunirá, juzgará y pesará con la balanza de Su amor y de Su misericordia, pero también de Su justicia (MARTINI, 2005).

Estas consideraciones de Martini encuentran apoyo en la exhortación del apóstol Pablo: no juzgar antes de tiempo, esperar a que venga el Señor, pues él va aclarar todo lo que sucede en la oscuridad y va a manifestar las intenciones de los corazones. Entonces, cada uno habrá de recibir de Dios las alabanzas que les corresponda (1 Cor 4,5). Con este relativismo cristiano, se puede mirar con más serenidad los complejos acontecimientos del pasado y sus interrelaciones, sin el afán de apuntar quién tenía o no tenía razón.

De este modo, Martini llama con otro nombre el relativismo saludable, enfatizando la plena manifestación del absoluto en el fin de la historia. La debida percepción de lo que no es absoluto o intocable, es una tarea necesaria para los que desean mostrar la permanente actualidad del misterio cristiano, y transformarlo en algo creíble para la actual sociedad secularizada. El relativismo saludable es inevitable al admitir que la Iglesia se benefició mucho y, aun se puede beneficiar, con la oposición de sus adversarios.

Luis Correa Lima, SJ, PUC-Rio, Brasil. Texto original en portugués.

3 Referencias bibliográficas

BRAUDEL, Fernand. Escritos sobre a história. São Paulo: Perspectiva, 1992.

____. Reflexões sobre a história. São Paulo: Martins Fontes, 1992.

CONCÍLIO VATICANO II, Constituição Pastoral Gaudium et spes sobre a Igreja no mundo actual. Roma, 1965. Disponível em: <www.vatican.va>.

CONGAR, Yves-Marie. “A história da Igreja, ‘lugar teológico’”. Concilium: revista internacional de teologia, 1970, nº7, p. 886-894.

____. La tradition et la vie de l’Église. Paris: Cerf, 1984.

FRANZEN, August. Breve história da Igreja. Lisboa: Presença, 1996.

JOÃO XXIII, Papa. Discurso de sua santidade papa João XXIII na abertura solene do SS. Concílio. Roma, 1962. Disponível em: <www.vatican.va>.

____. Carta encíclica pacem in terris. Roma, 1963, nº141-144. Disponível em: <www.vatican.va>.

LIMA, Luís Corrêa. “The historian between faith and relativism”. In: Ignacio Silva. (Org.). Latin american perspectives on science and religion. Londres: Pickering & Chatto, 2014, p. 43-55.

LOYOLA, San Ignacio de. “Al P. Pedro Canisio” (Roma, 13 ago. 1554) in: Obras completas de San Ignacio de Loyola. Madri: Biblioteca de Autores Cristianos, 1963, p. 877-884.

ROGIER, L. J.; AUBERT, R.; KNOWLES, M. D. (org.). Nova história da Igreja, vol. 1 e 2. Petrópolis: Vozes, 1973-1976.

BELLITTO, Christopher M. História dos 21 Concílios da Igreja: de Nicéia ao Vaticano II. São Paulo: Loyola, 2010.

FRÖHLICH, Roland. Curso básico de história da Igreja. São Paulo: Paulinas, 1987.

LINDBERG, Carter. Uma breve história do cristianismo. São Paulo: Loyola, 2008.

MARTINI, Carlo Maria. Omelia del cardinale Carlo Maria Martini per il XXV anniversario di episcopato. Milão, 8 mai. 2005. Disponível em: <www.chiesadimilano.it>.

REMOND, René (org.). As grandes descobertas do cristianismo. São Paulo: Loyola, 2005.

Para saber más

COMBY, J. Para ler a história da Igreja. Vol I e II. São Paulo: Loyola, 1996 (excluído da resenha).

LENZENWEGER, J.; STOCKMEIER, P.; AMON, K.; ZINNHOBLER, R. História da Igreja Católica. São Paulo: Loyola, 2006.

POTESTÀ, G. L.; VIAN, G. História do cristianismo. São Paulo: Loyola, 2013.