Cristianismo Antiguo

Índice

1 Primera comunidad cristiana

1.1 Lo que se entiende por cristianismo antiguo

1.2 La cuestión de la datación cristiana

1.3 ¿Primera comunidad cristiana o primeras comunidades cristianas?

1.4 Kerigma, conversión, fe y bautismo

2 Primera expansión cristiana

2.1 El contexto de la expansión cristiana

2.2 Un cristianismo plural en un mundo plural

2.3 Protagonistas de la misión cristiana

2.4 Ministerios

3 Pablo: viajes misioneros

3.1 Trazos biográficos del Apóstol Pablo

3.2 Los viajes misioneros

3.3 Las cartas paulinas

3.4 Pablo: ¿verdadero fundador del cristianismo?

4 Cristianismo en el mundo romano

4.1 Un mundo plural

4.2 Ciudadanos de otra ciudad

4.3 Las primeras luchas internas y herejías

4.4 Los concilios y el nacimiento de la teología cristiana

5 Las persecuciones en la Antigüedad

5.1 Causas de las persecuciones

5.2 Las diferentes fases de las persecuciones

5.3 La sangre de los mártires: semilla de nuevos cristianos

5.4 El fin de las persecuciones y el “giro constantiniano”

6 Referencias

1  Primera Comunidad Cristiana

1.1 Lo que se entiende por cristianismo antiguo

De manera general, se entiende por cristianismo antiguo el cristianismo de los cuatro primeros siglos de la Era Cristiana cuyo período va desde el nacimiento de la Iglesia en el evento de Pentecostés (cf. Hch 2), en el que los Discípulos de Jesús Cristo recibieron el Espíritu Santo para anunciar su Evangelio (c. 30 dC), hasta la caída del Imperio Romano de Occidente (476 dC). A su vez, este período de cuatro siglos y medio está dividido en dos grandes etapas: desde la predicación apostólica (c. 30 dC) hasta el “giro constantiniano” (313 dC) o hasta el Concilio de Nicea (325) y, desde allí, hasta la caída de Roma (476 dC). En esta sección vamos a considerar la primera etapa del cristianismo antiguo. Hay autores que prefieren denominar esta primera etapa “cristianismo primitivo” o “pre-niceno”, tal como R. Markus, J. Hill ou H. Drobner.

1.2 La cuestión de la datación cristiana    

Los cristianos insertos en el mundo greco-romano utilizaron en el inicio la datación común de las culturas en las que se insertaban. Había varios calendarios basados en el ciclo lunar y en el ciclo solar. Entre los más comunes estaban el calendario Juliano y el calendario que contaba las fechas a partir de la fundación de Roma (c. 753 aC). En el siglo VI, el monje Dionisio, el Pequeño, organizó los eventos de la historia conocida a partir del evento central del cristianismo, la Encarnación de Cristo. Es por eso que es común en Occidente usar la terminología “antes de Cristo” (aC), “después de Cristo” (dC), o también “Era Cristiana” o “Era Común” (EC). En sus cálculos, el monje cometió algunos errores que serían corregidos en el siglo XVII. En verdad, Jesús Cristo nació 5 o 6 años antes de la fecha propuesta por Dionisio.

1.3 ¿La primera comunidad cristiana o primeras comunidades cristianas?

Jesús predicó en Galilea, Judea, Samaria y en algunos territorios paganos y terminó su misión en Jerusalén. Presentada de forma idealizada en los Actos de los Apóstoles (cf. Hch 2,42-47 e 4,32-35), la primera comunidad cristiana refleja no solo la comunidad de Jerusalén, sino también las demás comunidades. El acontecimiento de Pentecostés (cf Hch 2,1-13), que dio nacimiento a la Iglesia con la llegada del Espíritu Santo, en la que se encontraban personas de todas partes, probablemente ilustra los lugares donde los cristianos ya habían formado comunidades. Así, podemos decir que en la primera década después del “evento pascal” (muerte y resurrección de Jesús), surgen las comunidades cristianas en los lugares de donde él proclama la Buena Nueva del Reino.

1.4 Kerigma, conversión, fe y bautismo

El cristianismo primitivo se presenta desde el inicio con una gran vitalidad, al punto de recibir continuamente nuevos convertidos (cf. Hch 2,41.47; 6,7). El entusiasmo de la predicación sobre Jesús Resucitado y el testimonio de la vida fraterna de las primeras comunidades cristianas atrajeron no solo judíos, sino también paganos. El anuncio del kerigma, centrado en la vida, muerte y resurrección de Jesús (cf. Hch 2,24-36; 3,13-26; 4,10-12; 5,30-32; 10,36-43; 13,17-41) constituyó la predicación fundamental y  suscitaba la conversión de los oyentes. La fe en la persona y el mensaje de Jesús conducía a la entrada en la comunidad cristiana a través del bautismo. Alrededor de la catequesis bautismal se desarrollará una fórmula que condensa la doctrina de los Apóstoles: el credo o símbolo apostólico. Luego, la catequesis fundamental de preparación al bautismo será organizada en el catecumenato.

2  Primera Expansión Cristiana

2.1 El contexto de la expansión cristiana

La mayoría de los discípulos y discípulas de Jesús estaba constituida por judíos. La primera expansión del cristianismo se dio en ese ambiente. La lengua, costumbres, tradiciones, prácticas judías fueron reinterpretadas a la luz del mensaje de Jesús. Desde el siglo II aC, los judíos se encontraban diseminados por el mundo helenizado (diáspora). En Antioquia, capital de la provincia de Siria, los seguidores de Jesús fueron, por la primera vez, llamados “cristianos” (cf. Hch 11, 26). A partir de las sinagogas y comunidades judaicas helenizadas se expandió el cristianismo fuera del contexto judaico tradicional. Finalmente, el cristianismo se expandió hasta Roma, alcanzando las fronteras del Imperio Romano en el contexto del mundo gentil o pagano.

2.2  Un cristianismo plural en un mundo plural

El eficiente sistema vial del Imperio, la koiné (una especie de griego popular), el mundo urbano de la cuenca del Mediterráneo y la cultura helenizada, facilitaron el anuncio cristiano. El judaísmo en el cual se encontraban Jesús y sus primeros discípulos era diversificado. Después de la destrucción de Jerusalén (70 dC) y la revuelta de Bar Kochba (130 dC), el ramo farisaico representó al judaísmo tradicional. Mucho más diversificado era el mundo del Imperio Romano. El cristianismo de la primera expansión se presenta así también muy plural y diversificado. Los textos del Nuevo Testamento, la literatura de los Padres Apostólicos y Apologistas (I y II siglos), bien como la literatura cristiana heterodoxa de los siglos II y III despiertan un vivo interés para los estudiosos del cristianismo antiguo.

2.3 Los Protagonistas de la misión cristiana

Jesús vivía rodeado de seguidores: multitudes lo seguían en sus viajes, había discípulos temporales y discípulos permanentes (cf. Mt 8,18-21; Lc 6,12-13.20; 8, 2-3;10,1; Jn 11,1; 12,1-11). Estos discípulos y discípulas fueron los protagonistas iniciales de la misión cristiana. Entre todos éstos, él eligió Doce, para que sean los líderes del “nuevos Israel” (cf. Mt 10,1-4; 20,17; Mc 3,14; Mc 6,7; 10,32.35-40; 11,11; 14,17; Lc 8,1; 22,28-30; Jn 6,67-68). El mandato de Jesús de “hacer discípulas a todas las naciones” (cf. Mt 28, 19) expresa la convicción de que su mensaje no se circunscribía apenas a la casa de Israel. Pues el mensaje del Maestro de Galilea encontró eco en el contexto judaico, judaico helenizado y el gran mundo gentil. En cada uno de estos contextos surgieron nuevos discípulos. La tradición cristiana cuenta que, después del Pentecostés, los Doce, después de rezar juntos, se distribuyeron por varias regiones del mundo conocido para cumplir el mandato. En cada lugar, acompañados de discípulos, fundaban comunidades. En el final del siglo I e inicio del siglo II hay noticias de la presencia cristiana más allá de las fronteras del Imperio, como en Edesa, importante centro mercantil en el reino de Osroene. A partir de allí el cristianismo se extendió a Asia, alcanzando Persia y la India.

2.4 Ministerios

El Nuevo Testamento presenta una variada gama de ministerios o servicios de coordinación y organización de las comunidades cristianas. En el siglo I, en cada contexto de la expansión cristiana vemos surgir formas de organización de estos servicios. Desde el inicio, el grupo de los Doce elegidos por Jesús gozaba de una especie de primacía de honra entre los discípulos. No deben ser confundidos con los apóstoles; la tradición posterior, en el final del siglo I, los identificó como los “doce apóstoles”. Después de la traición de Judas, fue necesario elegir otro para substituirlo y completar el número “doce” (cf. Mt, 28,16; Mc 16,14; Lc 24,9.33; Jn 20,19.24.26; 1 Cor 15,5; Hch 1,15-26). En el contexto judaico, cuyo modelo es la comunidad de Jerusalén, se adoptó el modelo del consejo de ancianos (presbíteros), presidido por un anciano (una especie de presbítero-obispo). Luego, en el contexto del judaísmo helenizado, se asocian los diáconos – especie de administradores de bienes (Hch 6, 1-6) – a los Doce y a los presbíteros. En las comunidades fundadas por Pablo, se destacan los Apóstoles (misioneros itinerantes, fundadores y responsables generales de las comunidades: cf. Hch 13,2; 14,27; 15,27; 18,22), Profetas (líderes locales y presidentes de las celebraciones: cf. 1 Cor 14,15-17.29-32) y Doctores (especie de catequistas: Hch 13,1; 18,4; 22,3). En el final del siglo I, cuando surgen las disensiones con los “falsos profetas” y otros predicadores (cf. Hch 20,29-31), se instituyen los vigilantes de la “tradición” y del “depósito de fe”, los epískopoi (obispos). Los ministerios pasan a ser llamados de evangelistas (Ef 4,11; 2 Tim 4,5). La evolución de los ministerios llegará, en el final del siglo II, a la estructura que en general será adoptada por todas las Iglesias: obispo-presbítero-diácono.

3 Pablo: viajes Misioneros

3.1 Trazos biográficos del Apóstol Pablo

Sin duda, el apóstol Pablo es la figura más significativa del primer siglo cristiano. Las dos principales fuentes sobre él, ni siempre fáciles de conciliar, son los Hechos de los Apóstoles y el grupo de textos denominados corpus paulinum. Pablo es natural de Tarso, ciudad próxima a Antioquia. Es de la misma época de Jesús, aunque no lo haya encontrado. Hábil fabricante de tiendas, es un típico judío de la diáspora, un auténtico fariseo, que frecuentó la escuela del fariseo Gamaliel en Jerusalén. Fue uno de los líderes que organizaron la persecución a los cristianos con la intención de eliminar la nueva religión, asistiendo al martirio de Esteban (cf. Hch 9). Sin embargo, en el camino a Damasco, tuvo la extraordinaria experiencia mística en la que encontró a Jesús. Al convertirse, cambió su nombre Saulo para Pablo. Luego después del bautismo comenzó a predicar a Cristo, primero en Arabia y después en Damasco. Después de la primera prisión, fue a Jerusalén para encontrarse con los Apóstoles y después se dirigió a Tarso, donde permaneció por varios años.

3.2 Los viajes misioneros

Alrededor de los 40 años, Pablo comenzó los famosos tres “viajes misioneros”. En verdad, constituyen idas y venidas por el Imperio Oriental, una verdadera jornada misionera, predicando el evangelio, fundando comunidades, formando líderes, escribiendo cartas, elaborando su teología. Una jornada que terminaría con su prisión definitiva y posterior muerte en Roma, alrededor del de 64-67 dC. En su primer viaje Pablo fue a Anatolia, después a Jerusalén y Antioquia. En los otros dos, viajó por la península griega. Las principales ciudades por dónde pasó: Atenas, Corinto, Éfeso, Tesalónica y Filipos. De vuelta a Jerusalén, Pablo, al ser atacado por una multitud, alegando sus derechos como ciudadano romano, quiso ser juzgado en Roma, para donde fue llevado preso. Esperaba ser suelto y continuar su misión. Tradiciones posteriores dijeron que él habría ido a Iberia y Galia. Sin embargo, lo más seguro es que haya sido ejecutado en Roma.

3.3 Las cartas paulinas

En sus viajes Pablo contó con varios compañeros, entre los que se encuentran Timoteo, Tito, Bernabé, Lucas. Trece cartas o epístolas del Nuevo Testamento citan el nombre de Pablo. Los modernos estudiosos consideran como de su autoría las siguientes: la carta a los Romanos, la 1ª y 2ª cartas a los Corintios, una a los Filipenses, una a los Gálatas, la 1ª a los Tesalonicenses y la más corta, una especie de nota a Filemón. Las cartas revelan sus experiencias usadas como respuestas a los problemas pastorales de sus comunidades. El papel de Cristo crucificado y resucitado en la historia de la salvación ocupa un lugar central en la teología paulina.

3.4 Pablo: ¿verdadero fundador del cristianismo?

Algunas veces se afirmó que Pablo fue “el verdadero fundador del cristianismo”, llegando a ofuscar el mensaje original de Jesús y el papel de los Apóstoles, como si hubiera fundado una “nueva religión”. Pablo ocupa, sin duda, un lugar excepcional en la difusión del cristianismo primitivo. Sin embargo, él mismo comenta que tuvo dificultades para ser aceptado como Apóstol (cf. Gal 1,15-24; 1 Cor 15,8; Ef 3,1-9). Una de las cuestiones fundamentales levantadas por Pablo es si, para ser un auténtico seguidor de Cristo, era necesario aceptar todas las prescripciones de la tradición judaica. El conflicto encontró una solución en la reunión con los Apóstoles en Jerusalén, en la que se llegó a un consenso sobre los puntos fundamentales de vida y doctrina cristianas (cf. Hch 15; Gal 2,1-10).  Este acuerdo reconoció la legitimidad de la misión entre los gentiles, garantizando la expansión del cristianismo y estableciendo criterios para la resolución de conflictos y la unidad entre las Iglesias.

4  Cristianismo en el Mundo Romano

4.1 Un mundo plural

A pesar de las señales de decadencia, el mundo en el que el cristianismo antiguo se expandió era un mundo vigoroso. En el siglo I de la era cristiana, la civilización romana, heredera de la civilización helenística, había alcanzado su expansión plena. Estamos bajo el imperio de Augusto (30 aC) y Tiberio (14-37dC). Roma extiende su dominio civilizador, con la pax augusta, una paz militarizada en los confines de Oriente. En el siglo II, con los emperadores Antoninos, aún tenemos el orden, el derecho y la administración eficaz dentro de un Estado relativamente liberal. Aún con la gran crisis del siglo III, bajo Diocleciano (284-305) su historia gana un nuevo impulso: en su gobierno se instaura una monarquía absoluta, apoyada en un poderoso aparato administrativo.

Muchas culturas, muchos pueblos, muchos dioses. El imperio romano tenía gran tolerancia para la religión de los pueblos dominados. Tenían hasta en Roma un “panteón”, un templo para todas las divinidades del Imperio. Los romanos exigían apenas que se observase el culto imperial, de carácter cívico, con sus ceremonias públicas, de las que todos los ciudadanos del Imperio deberían participar para ofrecer sacrificios y rezar por el Emperador: dominus ac divus (señor y dios). La religión oficial era la base de la unidad imperial. Atentar contra ella era crimen. Los cristianos, al afirmar que su único Señor era Cristo, eran considerados sospechosos, extraños y enemigos del Estado.

En un mundo marcado por muchas inseguridades, miseria, opresión y esclavitud, proliferaban muchas religiones procedentes de Oriente que se volvieron muy populares: los cultos de Horus, Isis y Osiris (Egipto); Mitra (Persia); Asclepio y Esculapio estaban entre los dioses “salvadores” más populares. Estas religiones tenían un carácter iniciático: exigían conversión o un pasaje, un nuevo nacimiento, un período de iniciación en los “misterios” y una ceremonia de iniciación. Los “iniciados” ingresaban a la “fraternidad”, se transformaban en hermanos, asociados a la divinidad, su vida ganaba un nuevo sentido, les era prometida la eternidad. El Imperio los trataba como superstitio, religio nova, y las consideraba ilícitas. El cristianismo fue clasificado como una de esas religiones.

Los filósofos consideraban el politeísmo una “alegoría” de las realidades superiores, que ellos habían superado a través del ejercicio de la ascesis y de la razón, en busca de la verdadera doctrina o filosofía. Muchos sistemas filosóficos buscaban responder a las grandes cuestiones de los orígenes y finalidades del universo, de todas las cosas, de los problemas vinculados al hombre y sus relaciones en la polis y con el mundo divino, del significado de la justicia, de la felicidad, de la inmortalidad. Normalmente postulaban la existencia de un Dios, principio o causa trascendente, con un mundo superior, inmaterial. No pocas personas procedentes de ese universo cultural buscaron la “verdadera filosofía” que encontraron en el cristianismo.

En este universo plural, despertó en el siglo I un movimiento de carácter sincrético, que amalgamó elementos de muchas tradiciones culturales, religiosas y filosóficas. Era el gnosticismo: a través de la gnosis, un conocimiento superior, revelado a los capaces de este conocimiento, los gnósticos, el hombre podía conocer los misterios del mundo divino y salvarse. En el siglo II y III hubo una explosión de sectas y grupos gnósticos, existentes tanto entre los paganos como entre los judíos y cristianos.

4.2 Ciudadanos de otra ciudad

Las primeras generaciones cristianas, a pesar de oponerse radicalmente al “mundo”, a la civilización circundante, no eran insensibles a sus valores. Condenaban los límites y vicios de esta civilización pagana: las crueldades (combate de gladiadores, abandono de recién nacidos y ancianos); la inmoralidad de las costumbres (prostitución, lujuria, orgías: cf. Rom 1,2-32) y la idolatría y apego a este mundo pasajero.

La Iglesia acogió en el principio a los humildes, los pobres, las mujeres, los esclavos. Pero luego también a los comerciantes, a los soldados, funcionarios del Imperio y después a los miembros de la aristocracia y de la propia casa imperial que se convirtieron a la religión del Nazareno. Todos habitaban este mundo, pero se sentían ciudadanos de una ciudad imperecedera (cf. Carta a Diogneto).

4.3 Las primeras luchas internas y las herejías

Jesús anunció e inauguró la Buena Nueva del Reino en un contexto plural. Su mensaje se difundió en un mundo plural. Su mensaje, su persona y su vida fueron transmitidas, primero, en una mentalidad semítica, teniendo después que buscar un lenguaje helenizado para hacerse comprender y a partir de allí, sucesivamente, germánico, celta, etc. Es natural que hubiese diferentes interpretaciones de su persona y de su obra. Ya en el Nuevo Testamento encontramos varias “teologías” y advertencias contra los anticristos, falsos profetas. Entre las primeras “elecciones” parciales (“herejías”), que no comprendían correctamente a Jesús Cristo y su mensaje o que extrapolaban su contenido, encontramos los docetas (Jesús tenía “apariencia” de hombre, negaban por lo tanto su “humanidad”) y los ebionitas (era el mesías, un hombre venido de Dios, pero no el Hijo de Dios, negaban su “divinidad”). Alrededor de estas dos verdades proclamadas y de la manera de vivir y practicar el mensaje de Jesús, surgieron en los tres primeros siglos muchas herejías y luchas internas o cismas: gnosticismo (varios ramos), montanismo, milenarismo, subordinacionismo, adopcionismo, modalismo, maniqueísmo, entre tanto otros.

4.4 Los concilios y el nacimiento de la teología cristiana

Al final del siglo II y durante todo el siglo III, para enfrentar estos desafíos, las Iglesias realizaron reuniones con sus dirigentes para buscar resolver los problemas y encontrar la unidad en las cosas esenciales a través de los sínodos o concilios. En este sentido, el encuentro ocurrido en Jerusalén, alrededor del año 49 dC, es considerado simbólicamente el primer concilio del cristianismo. Estos concilios trataban de cuestiones doctrinales y cuestiones de la vida práctica. Al final, daban determinaciones sobre los aspectos tratados, a través de los cánones dogmáticos y disciplinarios, con una “carta sinodal” enviada a las Iglesias hermanas. Basada en esta feliz experiencia, el Emperador Constantino convoca en 325 el 1º Concilio Ecuménico para enfrentar el problema del Arianismo.

En la búsqueda por comprender a Cristo y su mensaje, la salvación, el significado de la Iglesia, dando respuestas a las herejías y conflictos internos, profundizando la fe cristiana, se desarrolla la teología cristiana. En este sentido, el proceso de elaboración de la doctrina cristiana usará los recursos culturales de la civilización greco-romana: la lengua griega y latina, la retórica, la filosofía, el derecho, las prácticas, costumbres, instituciones. Al apropiarse de la cultura, utilizando lo que es mejor en ella para expresar el mensaje de Cristo, desde adentro, lo que comúnmente se llama inculturación. Este fenómeno será una característica constante de la expansión cristiana. La próxima etapa se dará en el mundo germánico.

5 Las persecuciones en la Antigüedad

5.1 Causas de las persecuciones

Durante los tres primeros siglos de la era cristiana, el cristianismo fue perseguido, primero por los judíos y después por los romanos. Hasta el incendio de Roma, bajo el gobierno de Nerón (c. 64), los cristianos prácticamente pasaron desapercibidos, confundidos con una secta del judaísmo, que tenía cierta libertad y algunos privilegios. Posiblemente habían sido los judíos los que denunciaron los cristianos a Nerón como los causantes del incendio.

A esto se sumaron prejuicios populares que veían a los cristianos como gente que odiaba el género humano, ateos, impíos sacrílegos y acusados de practicar abominaciones e infamias. En verdad, los cristianos no eran “separatistas”, aunque no seguían las costumbres idolátricas y paganas, tales como ciertas fiestas públicas, ir con frecuencia al teatro, no aprobaban la lucha de los gladiadores, la prostitución, adoración de estatuas o la divinización del emperador.

Corrían entre el pueblo rumores de que en sus reuniones secretas los cristianos adoraban la cabeza de un asno, hacían sacrificios de niños, también canibalismo, y uniones incestuosas y orgías (¡todos se llamaban “hermanos” y practicaban el “ósculos de la paz”!)

Los intelectuales y las autoridades clasificaban la religión de los cristianos como superstitio, siendo posteriormente condenada por el estado como         associatio illicita, religio nova y religió illicita, por atentar contra la unidad y la sacralidad del Imperio. En el primer siglo la legislación evolucionó desde una cierta tolerancia al hecho de ser cristiano hasta la condensación por el simple hecho de ser cristiano. Ser cristiano acababa siendo un crimen de lesa majestad.

5.2 Las diversas fases de las persecuciones

Las persecuciones de los dos primeros siglos fueron esporádicas, locales o regionales, intermitentes, motivadas por denuncias o acciones puntuales. Ya las persecuciones del tercer siglo e inicio del cuarto fueron desencadenadas por la autoridad imperial, a través de decretos de carácter general, con el objetivo de exterminar el cristianismo.

En la primera fase las persecuciones ocurrían por incitación popular, sometidas posteriormente a apreciación de los magistrados. Las autoridades buscaban controlar la furia popular y el desorden público. Sin embargo, el cristianismo ya era considerado ilegal, aunque solamente de carácter intermitente, seguido de largos períodos de tolerancia y de paz.

Con Séptimo Severo, en 202, se inicia una nueva práctica: en ciertas ocasiones la propia autoridad promueve las persecuciones. En este momento el blanco son los catecúmenos (los que se preparaban para el bautismo), los neófitos (los recién bautizados) y los catequistas (los que los preparaban). El objetivo era impedir que alguien se transformase en cristiano.

A mediados del siglo III se inician las persecuciones sistemáticas con el objetivo de exterminar efectivamente el cristianismo. Decio fue el primero en decretar una persecución general (250-251). A pesar de haber sido corta, alcanzó tal intensidad y extensión como nunca antes se había visto. El objetivo, más que de hacer mártires, era hacer apóstatas. De hecho, muchos sucumbieron y traicionaron su fe o comunidad (los lapsi), abriéndose un problema en el interior de la Iglesia. En 257, Valeriano desencadenó una nueva persecución: buscaba principalmente el clero y las propiedades de la Iglesia, pero también afectaba al pueblo, con una serie de prohibiciones que colocaban en riesgo su seguridad, confiscando bienes, con exilios y prisiones. La última persecución violenta fue la de Diocleciano (303-313).

Se calcula que el número de mártires varía entre cien y doscientos mil. De todas maneras, a lo largo de todo este período, los cristianos vivieron en permanente inseguridad y sufrieron hostilidades por parte del pueblo.

5.3 La sangre de los mártires: semilla de nuevos cristianos

Terturliano de Cartago (…220) observa que fue a la sombra del judaísmo que el cristianismo pudo dar sus primeros pasos sin confrontarse con el Imperio. Junto con Justino de Roma, Atenágoras de Atenas, Teófilo de Antioquia, Irineo de Lyon y Orígenes de Alejandría, él es uno de los pensadores, filósofo y teólogo, que realiza la apología del cristianismo: defensa contra los ataques que provienen del pueblo, de los judíos, de los filósofos y de las autoridades; contra-ataque de la inmoralidad de la religión pagana, de las incoherencias del pueblo de la antigua ley, absurdo de las teorías sobre Dios y decadencia del Imperio, para presentar la belleza, lo sublime y la honestidad de la religión de Cristo.

Cuanto más los cristianos era perseguidos y martirizados, más se multiplicaban. En este contexto, el propio hecho de entrar al grupo de catecúmenos o de pedir el bautismo ya se demostraba la seriedad de los candidatos. Solamente después de las persecuciones es que la institución del catecumenato vino a ser más rigurosa, ya en un contexto de libertad y mayor laxitud.

El primer modelo de santidad que encontramos en el cristianismo antiguo es el martirio. El mártir es el testimonio por excelencia que imita a Cristo hasta en el derramamiento de sangre. Mártires fueron varios de los discípulos que convivieron con Jesús, apóstoles, jefes de las Iglesias y gente desconocida, hombres, mujeres, niños, jóvenes, adultos, ancianos. Se desarrolla desde temprano la “espiritualidad del martirio”. La tumba de los mártires se transforma en lugar de peregrinaciones y culto.

Además de las diversas fuentes antiguas, las fuentes privilegiadas para conocer los mártires cristianos son las acta martyrum: documentos hechos por las propias autoridades en el juicio de los condenados y que después eran leídos en las comunidades; las gestas: relatos escritos en la época de las persecuciones y que mezclaban elementos históricos y novelados; y las leyendas, la mayor parte de una época posterior, con muchos motivos fantasiosos, constituyendo una literatura de edificación.

5.4 El fin de las persecuciones y la “giro constantiniano”

En 313, los emperadores Licinio y Constantino firmaron conjuntamente un documento, el Edicto de Milán, que concedió la libertad de culto a los cristianos y a otras religiones. Llegaba el fin de la era de la persecución de los cristianos. Se iniciaba una nueva etapa denominada por algunos historiadores como la guiñada o giro constantiniano (cf. F. Pierini, H. Matos e D. Mondoni). Constantino concedió a los cristianos, además de la libertad de culto, una serie de excepciones y privilegios, dando tierras, propiedades, prestigio y poder a la Iglesia católica. En 380, el emperador Teodosio transforma el cristianismo en religión oficial del Imperio Romano: es la fase de la “Iglesia Imperial” o “Era de Oro de la Patrística”

En esta nueva etapa, se reformula el catecumenato; se desarrolla la liturgia y la disciplina eclesiástica; la teología patrística llega a su ápice; es también el período de grandes cismas y herejías; los dogmas cristológicos y trinitarios alcanzan su formulación más plena; se perfecciona la organización de la iglesia en el territorio del Imperio, con las diócesis, parroquias y patriarcados; surge la vida religiosa con el monacato; hay un nuevo brote misionero en dirección a los pueblos “bárbaros”. Es la época de los concilios ecuménicos: Nicea (325), Constantinopla I (381); Éfeso (431) y Calcedonia (451)

           Luiz Antônio Pinheiro, OSA. Profesor en el Instituto Santo Tomás de Aquino y en la PUC Minas. Texto original portugués.

6 Referencias

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PIERINI, Franco. Curso de História da Igreja I. A idade antiga. São Paulo: Paulus, 1998.  p.5-129.

Para saber más:

COMBY, J.; LEMONON, J.-P. Vida e religiões no império romano no tempo das primeiras comunidades cristãs. Documentos do Mundo da Bíblia 5. São Paulo: Paulinas, 1988.

COTHENET, E. São Paulo e o seu tempo. Cadernos Bíblicos 26. 2.ed. São Paulo: Paulinas, 1985.

DANIÉLOU, J.; MARROU, H.  Dos primórdios a São Gregório Magno. Nova História da Igreja. Tomo I. 3.ed. Petrópolis: Vozes. p.23-250.

DROBNER, Hubertus R. Manual de patrologia. Petrópolis: Vozes, 2003.

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HAMMAN, A.-G. A vida cotidiana dos primeiros cristãos (95-197).Patrologia. São Paulo: Paulus, 1997.

HILL, Jonathan. História do cristianismo. São Paulo: Rosari, 2009. p.12-77.

HOORNAERT, Eduardo. A memória do povo cristão. Coleção Teologia e Libertação. Série I. Experiência de Deus e Justiça. Petrópolis: Vozes, 1986.

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PIERINI, Franco. Curso de história da Igreja I. A Idade Antiga.Paulus: São Paulo, 1998.

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