Epistemología teológica

Índice

1 Introducción

2 Teología, revelación y fe

3 El conocimiento teológico

3.1 Historicidad

3.2 Eclesialidad

3.3 Contextualidad

3.4 Interdisciplinariedad

3.5 Primado epistemológico de la praxis.

4 Balance

5 Referencias

1 Introducción

La indagación epistemológica sobre la teología, como cuestión teológica específica, es un asunto moderno. Ciertamente el tema había estado presente en épocas anteriores; baste recordar, por ejemplo, las clásicas posturas de Tomás de Aquino o Duns Scoto. Sin embargo, fue en la modernidad de Occidente, por causa de la configuración secular de la filosofía, la ciencia y la sociedad, cuando se legitimaron los cuestionamientos respecto de la solidez de los fundamentos, la rigurosidad de los procedimientos y la utilidad de los planteamientos de la disciplina teológica. En este panorama resultó imperioso para el teólogo ocuparse no solo de comprender los objetos de su disciplina, sino también de determinar la especificidad del conocimiento teológico en sí mismo. Este campo de reflexión, justamente, se conoce como epistemología teológica.

Así comprendida, desde el punto de vista de su efectuación, la epistemología teológica es una tarea de segundo orden, pues supone la realización concreta del teologizar, vivencia que procura comprender. Desde el punto de vista de su impacto, sin embargo, es una cuestión de primer nivel, por cuanto afecta la perspectiva y el modo en que han de ser abordados los asuntos propios de la disciplina. En este sentido, la consideración epistemológica es de gran importancia en teología, porque un verdadero avance en este campo del saber supone más una revisión de los fundamentos que una ampliación de los objetos.

Con este trasfondo, nos ocuparemos a continuación de la noción de teología desde la cual se perfila la consideración propiamente teológica del conocimiento (2) y de las características del conocimiento teológico, según se concretan y enriquecen en las teologías de América Latina (3).

2 Teología, revelación y fe

Concebimos la teología como la reflexión sistemática, crítica y propositiva de la vivencia de revelación y fe. Al ser esta vivencia el suelo nutricio del conocimiento teológico, su asunto y su perspectiva, corresponde al teólogo – sin importar el objeto inmediato de estudio (Biblia, doctrinas, acción) – desentrañar el acontecer de la autodonación amorosa y salvífica de Dios (revelación) y construir los senderos para configurar la vida desde seguimiento de Jesús (fe).

Las notas con que hemos calificado la reflexión indican, por su parte, la honestidad intelectual que se demanda a la teología como disciplina académica que, desde un horizonte creyente irreductible, pretende legitimidad y fecundidad en la diversidad de los saberes, en la facticidad de la existencia y en la concreción de las praxis. Así, es sistemática porque supera y cualifica el estadio de la opinión y del sentido común, gracias a la implementación de procedimientos y categorías académicas; es crítica porque examina constantemente la solidez de sus fundamentos, procedimientos y teorías, y porque interroga las prácticas eclesiales y sociales a la luz del carácter liberador del amor evangélico; y es propositiva porque, además de la recuperación lúcida del pasado, procura descubrirle a la situación presente una dirección por la que se pueda caminar responsablemente, viviendo de cara al futuro.

Según lo dicho, en teología no se procede desde una noción genérica de Dios sino desde la experiencia y el testimonio de los acontecimientos en que Dios se ha dado a conocer. Tampoco se exige la neutralidad del pensador, sino su compromiso por orientar la vida en los senderos abiertos por tales acontecimientos. Justamente por eso, para la epistemología teológica, es de suma importancia especificar la comprensión de la revelación (ver Revelación) y la fe que está en la base del conocimiento teológico.

En la tradición judeo-cristiana, la revelación es comprendida como la autodonación de Dios en la historia (DV, 2). Se destaca, así, que Dios no comunica nada distinto de sí mismo y que no lo hace de forma mítica, atemporal o intimista, sino en las coordenadas y limitaciones históricas en que acontece la vida y se marcan las posibilidades del ser humano. Contrario a lo que puede pensarse, esto no somete el carácter de absoluto del creador a la finitud de la creatura; sino que pone de manifiesto el modo de ser de Dios quien, como donación radical, atiende a las limitaciones de la condición humana y, asumiéndola, la abre a sus inusitadas posibilidades originarias. Afirmamos, entonces, que la revelación tiene lugar en la experiencia histórica, es decir, en los acontecimientos (hechos) interpretados a la luz de un proyecto de sentido (palabras). Sin la palabra, el hecho quedaría sumido en la oscuridad de sentido; sin el hecho, la palabra sucumbiría en la vacuidad de referente.

La fe, por su parte, no consiste solo ni principalmente en la aceptación y proclamación de verdades y mandatos, sino en un acto de confianza que configura la existencia y el compromiso histórico con el prójimo, el mundo y Dios. Tener fe, en este sentido, es apropiar una postura global ante la vida que brinda una orientación básica a la praxis y se concreta en ella (GUTIÉRREZ, 2006).

La revelación – como autodonación histórica de Dios – y la fe – como autodonación histórica del ser humano desde Dios – son dimensiones correlativas irreductibles del misterio de amor salvífico que tematiza la reflexión teológica. Dado que dicha correlación no puede reducirse a un esquema consecutivo en el que la fe sigue a la revelación, preferimos escribirla en una sola palabra: revelación-fe.

El relato fundante de la teología, según lo dicho, está en el misterio de revelación-fe que, más allá de la simple etimología, puede ser propuesto como su objeto y, en cuanto tal, señala el modo de proceder en este campo del saber.

3 El conocimiento teológico

Explicitaremos a continuación algunas características del conocimiento teológico que se deducen de la centralidad de la revelación-fe y que han sido especialmente enfatizadas en las teologías latinoamericanas.

3 .1 Historicidad

En primer lugar, si el asunto fontal de la teología acontece en la historia, es claro que el conocimiento teológico ha de ser fundamentalmente histórico. Con esto indicamos:

  • Que todos los enunciados teológicos están referidos no a principios metafísicos, inmutables y evidentes, sino a eventos de la historia de salvación que soportan su significado y señalan su sentido.
  • Que en teología los juicios contrafácticos sobre la praxis tienen también fuerza fáctica, es decir, que además de pronunciarse sobre hechos del pasado, procuran un impacto en los hechos presentes y futuros. Al lado del referente histórico, entonces, hay una responsabilidad histórica.
  • Que la teología tiene historia y que sus elaboraciones no pueden ser comprendidas al margen de las posibilidades y exigencias de cada época en que se ha intentado apropiar reflexivamente la experiencia creyente.
  • Que toda realización histórica – teórica o práctica, eclesial o secular – es provisional frente a la plenitud escatológica del Reino. De esta forma se evitan ideologizaciones, fetichismos e idolatrarías (GUTIÉRREZ, 2006).

Por otra parte, el carácter histórico implica que el conocimiento teológico es dinámico. En efecto, si la fe es realmente compromiso vital y, en cuanto tal, asume formas diferentes a lo largo de la historia, la inteligencia que lo acompaña ha de renovarse continuamente (GUTIÉRREZ, 2006), so pena de ocultar o desvirtuar aquello que pretende comprender.

Ahora bien, desde diversos campos de conocimiento se ha mostrado que el progreso epistemológico no se da bajo la dinámica verdadero-falso-verdadero; sino que el movimiento responde mejor al esquema suficiente-insuficiente-suficiente. En otras palabras, un modelo interpretativo que parece dar cuenta de una esfera de la realidad, se descubre insuficiente ante dimensiones inexploradas de los fenómenos o cuestionamientos no resueltos de modelos alternos. Dicha insuficiencia mueve, no sin resistencias, al surgimiento de nuevos modelos que terminan por imponerse al ir ganando en suficiencia explicativa. Los modelos se desplazan y critican unos a otros, pero difícilmente se cancelan entre sí. Por el contrario, regularmente conviven e incluso cooperan en la comprensión y afectación de la realidad. La historia de la teología es, por demás, testigo elocuente de esta dinámica.

3.2 Eclesialidad  

La segunda característica del conocimiento teológico, al que ya hemos descrito como histórico, es la eclesialidad. Con ello no proponemos la dependencia de la institución eclesial sino su carácter eminentemente comunitario. En efecto, dado que la teología está inevitablemente ligada a la revelación-fe y que esta tiene un carácter comunitario irreductible, resulta comprensible que el conocimiento teológico acuda a lugares constitutivos, enunciativos y regulativos (PARRA, 2003) que le permiten nutrirse de la experiencia comunitaria y estar a su servicio.

El lugar constitutivo es la Sagrada Escritura que, en tanto sedimentación escrita del acontecer histórico de la revelación, funge como testimonio primigenio de este acontecer, permite el acceso a la vivencia de las primeras comunidades y opera como esperanza normativa y criterio correctivo para todas las comunidades en su praxis de seguimiento.

El lugar enunciativo es la Tradición que, como dinámica vital de la comunidad eclesial que ha configurado su identidad – celebrativa, doctrinal, normativa, organizacional –, es reconocida por dicha comunidad como testimonio de la revelación en su proceso de comprensión histórica.

El lugar regulativo es el Magisterio, ministerio pastoral al servicio de la comunidad que, en medio de la irreductible pluralidad de vivencias e interpretaciones, ha de trabajar por la unidad de los creyentes, la fidelidad a las fuentes originarias y la relevancia en las situaciones históricas.

Dichos referentes epistémicos, tradicionalmente conocidos como lugares teológicos, han de ser comprendidos en constante interacción recíproca, en apertura dialogante con otros lugares fontales para el pensar humano y siempre en función de la vida de las comunidades reales que leen la Biblia, enriquecen la Tradición y soportan el Magisterio.

3.3 Contextualidad

La tercera nota del conocimiento teológico es la contextualidad. Que la teología sea contextual no es novedad radical en nuestro tiempo y en nuestro continente, sino una condición irreductible de las teologías de todos los tiempos y todos los lugares (BEVANS, 2005). También, por supuesto, de las teologías de la Biblia, la Tradición y el Magisterio.  Lo que sí es novedad, innegablemente aportada por la teología latinoamericana, es la aceptación cada vez más pacífica de esta contextualidad en la elaboración y la consideración de toda interpretación teológica. En efecto, ninguna construcción teológica está al margen del contexto desde el cual fue elaborada; aunque también es verdad que la mente del teólogo puede estar en un contexto diferente de aquel en el que transcurre su vida fáctica y la de sus contemporáneos.

Asumir la contextualidad como imperativo para la teología implica reconocer que su elaboración se encuentra determinada por factores externos e internos. Los primeros corresponden a la experiencia humana presente (BEVANS, 2005), es decir, un conjunto de realidades objetivas atravesadas, necesariamente, por la vivencia que hacen de ellos los sujetos. Tales factores son, en primer lugar, la situación sociocultural, esto es, tanto las estructuras organizativas de las sociedades como el conjunto de sentidos y valores que determinan su forma de vivir; y, en segundo lugar, los esquemas interpretativos de la realidad, el entramado de preguntas y respuestas que se consideran legítimos para acceder a la comprensión de la naturaleza, de las sociedades y las culturas.

Los factores internos, por su parte, corresponden a elementos fundamentales de la confesión de fe, cuya inteligibilidad es posible desde el interior de la comunidad creyente de la cual se reciben y a partir de la cual se enuncian. En este sentido, son más principios teologales que teorías teológicas. Entre ellos podemos destacar, por ejemplo, la naturaleza encarnada del cristianismo, el carácter sacramental de la creación y el acontecer histórico de la revelación (BEVANS, 2005).

Con base en estos principios, podemos sostener que el carácter contextual del saber teológico no es un esnobismo de los teólogos o una concesión ante presiones externas a la comunidad creyente o a la disciplina. Se trata, mejor, de un imperativo para todo pensamiento que se pretenda realmente fundado en la fe que proclama a Jesucristo como Dios encarnado, a la realidad como sacramento y a la historia como escenario de revelación-fe.

En consecuencia, la teología puede ocuparse de problemáticas asociadas a los factores externos desde la perspectiva de los internos, pues los criterios últimos de la lectura teológica vienen de los principios teologales y no del contexto mismo. También puede, por supuesto, profundizar en la comprensión de dichos principios y en su fecundidad desde las oportunidades y recursos que ofrecen los factores externos. Por demás, la correlación de ambos factores permite al teólogo hacer frente al falso dilema entre fidelidad al Evangelio y pertenencia en la situación.

3.4 Interdisciplinariedad

La cuarta nota del conocimiento teológico es la interdisciplinariedad, entendida como la apuesta epistemológica en favor de la interacción integradora de las disciplinas, que se impone cuando el conocimiento sobre un problema socialmente relevante es incierto, cuando se disputa la naturaleza concreta de los problemas, y cuando hay mucho en juego para aquellos afectados por los problemas y aquellos involucrados en enfrentarlos (TD-Net). Ante tal complejidad de los problemas, se evidencia el riesgo de las simplificaciones y la insuficiencia de una disciplina aislada para dar cuenta de la realidad en sus diferentes esferas.

Tal interacción implica preguntar por el valor real de la estructuración disciplinar del conocimiento y la enseñanza, tanto en el ámbito teórico o técnico como en el suelo común y previo a las disciplinas, allí donde se ponen en juego cotidianamente los intereses, los fines y las acciones de los sujetos que producen, enseñan, aprenden y aplican conocimientos. Dicha interacción supone, además, que procuremos un enfrentamiento complejo, no simplificado, de los problemas que son, de suyo, complejos en su génesis histórica, en su articulación estructural y en su impacto vital.

La mayor dificultad para la interdisciplinariedad en y desde la teología está en el cómo de su implementación, pues es preciso encontrar modalidades creativas que permitan al teólogo trabajar con las ciencias sin renunciar a lo propio de su saber. Desde el interior de nuestra tradición teológica podemos encontrar recursos para afrontar esta situación. Nos referimos a los principios teologales de la encarnación del Verbo y la entraña comunitaria de la divinidad. En efecto, tanto la teoría de las dos naturalezas como la perijóresis (compenetración intratrinitaria de las personas divinas) nos pueden ayudar para emprender la búsqueda de un “intercambio orgánico” como dinámica de interacción entre las disciplinas científicas y el saber teológico (PARRA, 2003).

Por intercambio orgánico entendemos una interacción que parte del presupuesto de la unidad y no de la separación originaria, tanto en la realidad como en el pensamiento. Esto tendría, en principio, dos implicaciones:

  • La primera, acoger las esferas de lo real como “totalidades concretas” que se nos dan de forma sintética y no analítica. Así, el pensamiento analítico no pierde de vista que el punto de partida es sintético y, por tanto, ha de serlo también el punto de llegada.
  • La segunda, que la teología no busca irrumpir como extraña en las ciencias, sus métodos y categorías, o viceversa; sino explicitar que los principios teologales están intrínsecamente presentes en la naturaleza, en la sociedad y en la cultura, y que la consistencia y la autonomía de las praxis seculares y de los saberes científicos no son obstáculo para la comprensión teologal de la realidad.

3.5 Primado epistemológico de la praxis.

Como quinta característica, encontramos la correlación intrínseca entre teoría y praxis. En la tradición teológica latinoamericana, se supera la relación extrínseca que propone dos realidades autosuficientes que se encuentran ocasionalmente cuando la teoría se ocupa de alguna praxis o la praxis busca iluminación en alguna teoría. Se afirma, mejor, una correlación intrínseca según la cual la teoría es una nota fundamental de la praxis y la praxis es un momento constitutivo de la teoría (DE AQUINO, 2010). En otras palabras, no hay praxis sin intelección y no hay intelección sin praxis.

Esta correlación, tan descuidada en la historia de la teología, parece clara en la cosmovisión bíblica. Es claro que en la Escritura no encontramos una teoría epistemológica; sin embargo, en los relatos sí se describe el modo como es posible conocer a Dios o saber que se le conoce. Los dos procesos tienen un marcado acento afectivo y práxico que se efectúa y dinamiza en la historia. A partir del componente afectivo, se comprende el conocimiento de Dios bajo la dinámica del “reconocimiento” de aquel con quien ya se tiene una relación en la propia historia (Lc 24,35; Jn 20,16). A partir de lo práxico, se sostiene que a Dios lo conocemos gracias a sus acciones: “En esto conocerás que yo soy el Señor” (Ex 6,7). La verificación del conocimiento que el hombre tiene de Dios, por su parte, no depende de la claridad y distinción de sus ideas sobre él, sino de la correspondencia entre su praxis vital y su confesión de fe: “El que no ama es que no ha conocido a Dios” (1Jn 4,8).

De acuerdo con esto, en teología afirmamos un primado epistemológico de la praxis (DE AQUINO, 2010). Con ello se acoge lo específico de la realidad a ser inteligida, la experiencia de revelación-fe, que no es de naturaleza teórica sino vital; se indica el modo según el cual se ha de inteligir dicha realidad, bajo la premisa de que el camino para comprender un asunto depende del modo en que este se manifieste; y se establece el principio de construcción y verificación de las teorías teológicas cuyo valor radica en la capacidad para dejarse interrogar por las prácticas y en la capacidad para orientarlas, pues son estas las que revelan las auténticas convicciones de los agentes. Este es el sentido profundo del primado de la praxis en la teología latinoamericana: no se desprecia el valor de los textos y las doctrinas, sino que se asume la vida concreta como suelo nutricio y destino de éstas y aquellos.

Es preciso aclarar, sin embargo, que con la categoría praxis hacemos referencia a toda actividad humana y no solo a aquella directamente encaminada a las transformaciones socioeconómicas. Esto no obsta para afirmar que la teología tiene siempre un propósito emancipador, un pretexto de liberación evangélica, eficaz e integral (GUTIÉRREZ, 2006). Y esto por cuenta no de sucumbir a las presiones externas de la sociología del conocimiento, sino de asumir con autenticidad las dinámicas constitutivas de nuestro relato fundante de revelación-fe. En efecto, en nuestra tradición, la revelación de Dios es movida por el deseo de salvación y no por la necesidad de adoración; y la fe se define más por lo que decimos con lo que hacemos que por lo que decimos sobre lo que creemos. En otras palabras, la certeza del carácter salvífico de la autodonación de Dios en la historia reclama un talante liberador de las comprensiones históricas de dicha autodonación. Por tanto, conocer en teología no es solo interpretar las experiencias de liberación que se narran en la Biblia y se sistematizan en las doctrinas, sino generar las condiciones para vivenciarlas, siempre de nuevo, en la cotidianidad de los creyentes.

5 Balance

Hemos procurado introducir en la epistemología teológica y su crítica a la solidez de los fundamentos, la rigurosidad de los procedimientos y la fecundidad de los hallazgos propios de la teología. Para ello, luego de proponer una noción heurística de dicha disciplina, hemos enunciado algunas características del conocimiento teológico que pretenda edificarse sobre el suelo nutricio de la revelación-fe. De acuerdo con lo dicho, corresponde al teólogo integrar creativamente los elementos constitutivos de su confesión creyente y los recursos proporcionados por la razón secular, en su inagotable tarea de reconstruir críticamente los significados del pasado y construir responsablemente los sentidos para el presente y el futuro de la comunidad humana y cristiana.

Olvani F. Sánchez Hernández. Pontificia Universidad Javeriana (Colombia). Texto original en español.

5 Referencias

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DE AQUINO, Francisco. “El carácter práxico de la teología: Un enfoque epistemológico.” En: Teología y vida Vol. 51, No. 4 (2010), 477-499.

BEVANS, Stephen. Modelos de teología contextual. Quito: Verbo Divino, 2005.

GUTIÉRREZ, Gustavo. Teología de la liberación. Salamanca: Sígueme, 2006.

PARRA, Alberto, Textos, contextos y pretextos. Teología fundamental. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, 2003.

RAHNER. K. “Teología.” En: Sacramentum mundi Vol. 6. Barcelona: Herder, 350-364.

SANCHEZ, Olvani. ¿Qué significa afirmar que Dios habla? Del acontecer de la revelación a la elaboración de la teología. Bogotá: Editorial Bonaventuriana, 2007.

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