Conciencia

Índice

1 “Consciencia” y “conciencia”

1.1 Perspectiva psicológica

1.2 Perspectiva ética

1.3 Perspectiva teológica

2 Perspectiva bíblica

2.1 Antíguo Testamento

2.2 Nuevo Testamento

3 Perspectiva histórica

4 Desarrollo y madurez de la conciencia

5 La conciencia en clave personalista, comunitaria y profética

5.1 Conciencia moral autónoma y auto trascendente

5.2 Conciencia moral comunitaria y eclesial

5.3 Conciencia moral profética y liberadora

6 Encuentro de moralidad y espiritualidad en la conciencia

7 Referencias

En la experiencia de la conciencia la persona libre se percata de su capacidad de discernir bien y mal para decidir responsablemente. En la conciencia cristiana confluyen la experiencia moral humana de la responsabilidad y la experiencia espiritual cristiana de vivir la fe y caminar en el Espíritu.

1 “Consciencia” y “conciencia”

“Consciencia” (en inglés, consciousness; en alemán, Bewusstsein) y “conciencia” (i., conscience; al., Gewissen) remiten a la etimología latina de conscientia: cum scientia, simul scire, y a la griega de syn-eidesis: “conocer-con” o conocimiento reflejo de sí mismo, concomitante al conocimiento de algo o alguien. “Consciencia” se dice en sentido fisiológico y psicológico de estar en estado consciente, despierto y capaz de reconocerse en los propios actos y ante el entorno. “Conciencia” se dice, con sentido moral o religioso, de la aprehensión responsable del valor moral y espiritual. Desde antiguo, en culturas lejanas entre sí en espacio y tiempo, hay expresiones de vida cotidiana sobre la satisfacción por el bien y el remordimiento por el mal, como muestran, por ejemplo, estas inscripciones: “El corazón es testigo; no se debe actuar contra él” (cultura egipcia); “un dios invisible habita en nuestro interior” (cultura hindú); “lo mejor de cada humano, su corazón bueno y firme, tener a Dios en su corazón” (cultura náhuatl) .

1.1 Perspectiva psicológica

En la conciencia psicológica la persona, que no es una cosa más entre las cosas, se percata de sus propios estados anímicos y vuelve reflejamente sobre sí misma, reconociéndose conscientemente como sujeto de su vida psíquica en el mundo, en el tiempo y en relación con otras personas.

1.2 Perspectiva ética

La conciencia moral percibe la llamada a realizar los valores morales y cumplir las normas; juzga, ejercitando prudentemente la razón práctica, sobre lo que se debe hacer o no hacer para realizar esos valores y aplicar las normas en las circunstancias concretas de la vida cotidiana. Sócrates se refiere a la voz del daimonion que le aconseja. Séneca la llama “observador vigilante del bien y el mal en nuestro interior”. Confucio dijo que siempre había vivido “escuchando la voz del cielo”. Para Kant es el “tribunal de justicia en el interior del hombre”. Considerada desde el objeto del juicio, la conciencia es verdadera o errónea. Considerada desde el sujeto, es sincera o insincera. Estamos llamados a seguir el dictado de la conciencia y, al mismo tiempo, reconocer la posibilidad del error y la necesidad de formar o corregir la conciencia. La conciencia antecedente invita a hacer el bien y evitar el mal. La conciencia consecuente confirma la satisfacción por el bien hecho y reprocha el mal cometido.

1.3 Perspectiva teológica

La conciencia moral creyente se identifica con la fe que interioriza el llamamiento divino y expresa la respuesta responsable para vivir practicando el amor de caridad  (agape) con la ayuda de la gracia. La conciencia es voz, luz y fuerza para responder a la realidad desde la fe; capacita, guía y apoya el juicio prudente y la decisión responsable (CURRAN, 2004, 7). Es voz que llama a dejarse conducir por el Espíritu. Es luz que acompaña los procesos de discernimiento y deliberación sobre valores, normas y circunstancias. Es fuerza para decidir y para sanar o reconciliar después de reconocer los fallos en la decisión.

2 Perspectiva bíblica

2.1 Antiguo Testamento

En la Biblia hebrea, “corazón y entrañas” son metáforas de la conciencia. En la hondura de la interioridad, la fe reconoce si “el corazón no le reprocha” (Job 27, 6). A David “le palpitó el corazón” con remordimiento por un comportamiento injusto (1Sam 24, 6; 2Sam 24, 10). El salmista arrepentido clama: “Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme… Un corazón quebrantado y humillado, no lo desprecias” (Ps 51, 12-18). Ahí promete Dios grabar su palabra: “Meteré mi ley en su pecho, la inscribiré en su corazón” (Jer 31, 33; cf. Dt 4, 39). Jeremías anuncia que “el pecado está grabado en la tabla del corazón” (Jer 17, 1). Job se defiende: “Mi corazón no me reprocha ni uno de mis días” (Job 27, 6). La promesa del Espíritu es: “Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo. Arrancaré el corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Ez 11, 19; 18, 31; 36, 26)). El Creador, que “ve el corazón” (1 Sam 16,7), es el “Dios justo que sondea corazón y entrañas” (Ps 7, 10; Ps 139, 1-7; cf Ps 26, 2; Jer 11, 20; 17, 10; 20, 12).

2.2 Nuevo Testamento

Jesús predica la disposición interior del buen corazón, en vez de la exterioridad de la conciencia moral farisaica (Mt 15, 7-20; Lc 11, 37-42). “Lo que sale de dentro del corazón humano es lo que mancha” (Mc 7, 21-23). “El que es bueno, de la bondad que almacena su corazón saca el bien” (Lc 6, 45). Llegó el tiempo de vivir con un corazón nuevo: Dios lo transformará, derramando sin limitaciones su Espíritu (Lc 4, 14-21; Jn 7, 39; cf. Joel, 3, 1-2). Pablo integró la tradición helénica sobre la conciencia (syneidesis) con la presencia interior y activa del Espíritu. “Los que se dejan conducir por la sabiduría del Espíritu tienden a lo propio del Espíritu” (Rom 8,5), que ilumina el discernimiento (cf. Rom 14, 16-23; 1Tim 1,5; 1 Co 2, 6-16).

La autonomía de la conciencia moral humana consiste en ser ley (nomos) para sí mismo (autos): una ley no escrita, grabada en los corazones (Rom 2, 14-15), que se explicita en la conciencia moral cristiana como autonomía teonómica que coincide con el sentido de vivir y caminar en el Espíritu. Pablo plantea las cuestiones morales para una fe y conciencia adultas, por contraste con el modo de actuar infantil por miedo a castigos o por esperanza de premios (Rom 14, 1-4) y destaca la coherencia de la acción con la propia convicción, acentuando el aspecto comunitario y la repercusión de nuestra manera de actuar en otros miembros de la comunidad (Rom 14, 12). En ese texto la palabra clave es “convicción interna de fe” (pistis).

Pablo integró la noción popular y filosófica de conciencia (syneidesis) en la época helénica con la de la fe cristiana, centrada en la actividad del Espíritu que ilumina el discernimiento y fortalece la decisión. Pero el derecho y deber de actuar en conciencia se conjugan con el respeto hacia la conciencia de los demás (1Co 8, 1-13  y 10, 23-33).

La conciencia es voz, guía y fuerza del Espíritu: voz que no viene de fuera, sino se escucha en la interioridad; guía para discernir prudentemente. “Dichoso el que examina las cosas y se forma un juicio… lo que no procede de convicción es pecado” (Rom 14, 23); fuerza para decidir responsablemente, denunciar proféticamente y testimoniar valientemente (Mt 10, 19-20).

3 Perspectiva histórica

La tradición patrística predicó la respuesta fiel a la llamada de una conciencia a la vez humana o natural y cristiana o espiritual; pero los latinos acentuaron más las imágenes de la conciencia como tribunal, juez o testigo interior, mientras que los griegos preferían la comparación con el pedagogo, guía y acompañante.

La tradición monástica y mística cultivó el discernimiento según la conciencia que se deja guiar por el Espíritu; pero, en las controversias medievales sobre fe y razón, discurren por cauces diferentes la moral vivida desde la fe por el camino ascético-místico y la moral pensada en las disputas escolásticas. Lo ejemplifica la controversia sobre los aspectos subjetivo y objetivo de la conciencia (Bernardo vs. Abelardo), que desembocan en la síntesis tomista de una conciencia iluminada por la ley nueva e interior del Espíritu, para vivir la primera virtud teologal de la caridad, mediante el discernimiento práctico según la primera virtud cardinal de la prudencia.

La tradición escolástica distinguió la conciencia como capacidad de discernir bien y mal (synderesis) y como aplicación concreta (syneidesis, conscientia). Tomás de Aquino (In 2 Sent., disp. 24, q.2, a.4) lo expuso en forma silogística: La premisa mayor, fruto de la synderesis; la menor, de la ratio, que dictamina por qué tal acción es mala; la conclusión fruto del juicio de la conscientia.

En la época de los manuales de teología moral, a partir del s. XVII, se tendió a reducir el papel de la conciencia a aplicar principios deductivamente, con claridad y certeza para imponer normas y reprochar fallos.

En las controversias acerca de los sistemas morales laxistas, rigoristas o equilibrados (probabilismo, probabiliorismo, equiprobabilismo) para superar las dudas en el juicio y decisión morales, la conciencia parecía reducirse a un instrumento para captar la ley moral y aplicarla. Este enfoque ya se iniciaba en el siglo XIV (Ockham), por la mentalidad voluntarista, legalista y  extrinsecista, que veía la conciencia como simple árbitro del encuentro entre ley objetiva y decisión subjetiva.

Los debates del s. XX, sobre la ética de situación, provocaron la reacción autoritaria del magisterio eclesiástico, pero redescubrieron el discernimiento espiritual, olvidado tras el divorcio de teología moral y teología mística.

El Concilio Vaticano II reafirmó la tradición del discernimiento y asumió la autonomía de una conciencia madura, que no debe confundirse con un super-yo o un impulso inconsciente freudianos (Gaudium et spes 16-17, Dignitatis humanae, 3 y 14).

El desarrollo renovador de la moral teológica postconciliar avanzó paralelo a la crisis de conciencia suscitada por el rechazo de los métodos de regulación de natalidad considerados “no naturales” en la encíclica Humanae vitae. Se cuestionó por parte de muchos obispos y teólogos el énfasis excesivo en la relación entre el magisterio eclesiástico y la conciencia obediente (HÄRING, 1981; MCCORMICK, 1989, 38-41).  Pero esta crisis favoreció la reflexión sobre la función de la conciencia capaz de disentir responsablemente: no disentir “de” la iglesia, sino disentir “en” la iglesia, sintiéndose iglesia, para colaborar así a la evolución de la comprensión de la fe y de su práctica. Por otra parte, se desarrolló durante las décadas siguientes una reacción opuesta de tendencia restauracionista para volver a la manera de entender la conciencia en la teología postridentina, tal como la exponía el esquema De ordine morali, redactado por la comisión preparatoria, pero rechazado por el Concilio.

La encíclica de Juan Pablo II, Veritatis splendor (VS, 1993), estuvo preocupada por evitar la oposición creciente entre los enfoques renovadores, que intentaban recuperar la mejor tradición sobre la conciencia (cf. VS 38, 41, 42), y las tendencias antirrenovadoras, que enfatizaban el autoritarismo del magisterio eclesiástico (cf. VS, 53, 59, 82). Pero, afectada por el miedo al relativismo y subjetivismo de estas dos décadas, esta encíclica puso, de hecho, un freno a la renovación postconciliar, criticando a las corrientes teológicas de esa línea (VS 4, 5, 67, 90, 115). Las exhortaciones postsinodales del Papa Francisco (Evangelii gaudium EG y Amoris laetitia AL) han recuperado el cambio de paradigma postconciliar reafirmando una moral del discernimiento (AL 300-312), que hable más de gracia que de ley (EG 38), se centre en la caridad y la misericordia (EG 37), respete la gradualidad y las limitaciones en el crecimiento y maduración de la conciencia  (EG 44-45) y acompañe el discernimiento ayudando a formar las conciencias, pero sin pretender sustituirlas (AL 37) y prohibirles pensar, decidir y amar por y desde sí mismas.

4 Desarrollo y madurez de la conciencia

Psicología evolutiva y psicopedagogía (Piaget, Kohlberg) han explorado el desarrollo de la conciencia moral en el individuo. Antropología cultural, sociología y psicoanálisis (Durkheim, Freud) han estudiado la evolución del sentido moral en la diversidad de épocas y culturas. Estas indagaciones han sugerido etapas de crecimiento, tanto en la conciencia individual como en la historia de la especie: prenomía, tabúes, condicionamientos heteronómicos, subjetividad autonómica, reciprocidad y objetividad universalizadoras… Pero, tanto biográfica como históricamente, la complejidad de avances y retrocesos impide organizar esas etapas de crecimiento según una secuencia ideal homogénea. Más bien expresan la aspiración a la madurez de una conciencia moral vista desde la altura de reflexiones actuales. La psicoterapia aplicada a la espiritualidad ha presentado el desarrollo hacia la maduración en “cinco niveles de consciencia”; 1) sensorial (un yo indiferenciado y dependiente); 2) individual (un yo egocéntrico independiente); 3) personal (un sujeto interdependiente,  un “nosotros”);  4) cósmica (interdependiente con  solidaridad universal); y 5) eterna (en comunión con lo absoluto) (SÁNCHEZ-RIVERA, 1981).

Estas propuestas diversas sobre génesis y desarrollo de la conciencia convergen en una noción dinámica y holística de conciencia moral que plantea la tarea y el método de educarla. En vez de reducir la conciencia moral a reconocer mandatos o prohibiciones y recompensar el cumplimiento o reprobar la infracción, se la descubre como semilla de la capacidad para captar los valores morales personales y trascendentes. Si la voz de la conciencia dice: hazte lo que eres y estás llamado a ser, la educación moral tendrá que facilitar el dinamismo del crecimiento humano para captar y responder a los valores personales, espirituales y totales como, por ejemplo, amar y dejarse amar, perdonar y dejarse perdonar, agradecer y dejarse agradecer.

5 La conciencia en clave personalista, comunitaria y profética

La teología moral postridentina hasta mediados del siglo XX, además de proseguir distanciada de la teología espiritual, permaneció también aislada de las corrientes  filosóficas sobre la conciencia en la modernidad y postmodernidad; no dialogó con el pensamiento moderno sobre la autoconciencia (Descartes), ni con la autonomía, categoricidad y universalidad de la moral crítica (Kant); ni con las sospechas postmodernas contra la conciencia (Nietsche y Freud); ni con el enfoque sobre la voz de la conciencia en la fenomenología existencial y hermenéutica (Sartre, Heidegger). Estos olvidos y distanciamientos han sido recuperados en las reflexiones sobre la conciencia realizadas por quienes han releído la tradición bíblica, espiritual y lo mejor de Santo Tomás y Kant, articulándola con las aportaciones de la fenomenología existencial (Rahner, Fuchs, Lonergan), la antropología hermenéutica (Ricoeur) y las teorías críticas de la sociedad (Metz, Gutiérrez, Boff), dando lugar al enfoque personalista, comunitario y liberador hacia el que se encamina en la actualidad el modo de entender la conciencia. Esta concepción de la conciencia ha madurado a lo largo de las controversias postconciliares: sobre moral de fe vs. autonomía (GAZIAUX, 1995),  sobre magisterio eclesiástico vs. asentimiento y disenso individual (MIETH, 1994) y sobre las teologías de la liberación (VIDAL, 2000).

5.1 Conciencia moral autónoma y autotrascendente

La conciencia es expresión de lo mejor de uno mismo en el núcleo íntimo de la persona, clave de su dignidad. Para la teología, la conciencia somos nosotros mismos, últimamente vinculados a Dios por la fe en actitud de escucha. Para la antropología moral, la conciencia es la voz de la autenticidad que nos llama a ser nosotros mismos. La voz que escuchamos como llamada a la autenticidad desde nuestra autonomía es, en último término, voz de Dios (teonomía), pero de un Dios que por su Espíritu está en nuestra intimidad, no para imponérsenos heterónomamente, sino para hacer que nos hagamos autónomamente (autonomía teonómica) (CAFFARENA, 1983, 244). Si la conciencia moral capta lo bueno y lo malo en los actos de una libertad como imperativo de autorrealización, la cuestión radical de “quién quiero ser” será más importante que la pregunta “qué debo hacer”; al optar en conciencia por lo bueno, me elijo a mí mismo como proyecto de personalización y humanización (LÓPEZ AZPITARTE, 1994, 52-54).

La conciencia, a la escucha de la llamada del Espíritu que la capacita para responder, es la percepción personal de la respuesta apropiada. La profundidad en la respuesta sería la opción fundamental y el fallo en la respuesta sería el pecado. La conciencia es el centro de nuestra interioridad, telón de fondo de los juicios y decisiones que ejercitan la prudencia. Así se ha relacionado íntimamente el sentido de la conciencia con el percatarse explícitamente de las propias actitudes básicas y opciones fundamentales, clave de la coherencia y continuidad de la vida moral del sujeto. “El sujeto auténticamente personal, convertido intelectual, moral, afectiva y religiosamente, opera en el más alto nivel de conciencia existencial, moral y responsable” (LONERGAN, 1973, 5).

5.2 Conciencia moral comunitaria y eclesial  

Otro significado del prefijo “con” de “con-ciencia” sugiere el aspecto social del discernimiento moral. Aunque el último paso de un proceso de discernimiento sea un juicio y decisión, cuya responsabilidad es personal e intransferible, la aportación comunitaria es ineludible a lo largo del camino hacia la toma de decisión, así como en la formación de la conciencia. Las caras del poliedro de la conciencia que discierne son: a) actitudes básicas, b) datos sobre circunstancias, c) interpretación-reflexión, d) contraste-consejo, y e) decisión personal, prudente y responsable (MASIÁ, 2015)

En los pasos previos a la decisión, juega un papel el punto de vista comunitario.

a) La comunidad eclesial ayuda a configurar actitudes básicas de fe, que influyen en el modo de percibir la realidad, engendra hábitos de pensar, valorar y actuar, influyendo así en los juicios morales y decisiones. La persona creyente se ha educado en una tradición en la que ha recibido unas orientaciones y criterios. Las normas transmitidas tradicionalmente son referencia importante; pero no excluyen la necesidad de pensar y decidir por uno mismo. La comunidad ayuda a formar la conciencia y la acompaña en el discernimiento, pero no la sustituye.

b) No funciona bien la conciencia sin buenos datos de experiencia de vida y de las ciencias. Manteniendo unos mismos valores y principios, pueden deducirse conclusiones diferentes, según el cambio en los datos. Con sólo datos no discierno, pero sin ellos no haré un buen discernimiento. La comunidad de información y comunicación, tanto dentro como fuera de la iglesia, contribuye a cerciorarnos de esos datos.

c) Desde las actitudes básicas ante valores y con suficientes datos hay que emitir un juicio en cada caso. Aquí entra en juego el papel de un pensar honesto que pregunta, analiza los datos, interpreta y no cesa de buscar creativa y críticamente las respuestas. Este pensar no lo ahorra ni sustituye la fe, ni la ciencia o la experiencia.

d) No estamos solos ante la urgencia de la decisión. Necesitamos la ayuda de otras personas para contrastar las interpretaciones. Diversas comunidades de personas pueden ayudar: por ejemplo, la comunidad de investigadores científicos; la comunidad del diálogo de pensamiento; la comunidad de relaciones humanas dentro de una sociedad plural; las comunidades que comparten unas convicciones religiosas, etc. En el marco de estas ayudas se encuadra el papel orientador de estas últimas – que nunca debería ser dominante, ni autoritario – desde las respectivas tradiciones comunitarias culturales o religiosas. Nos corrige el paso del tiempo y el paso a través de las otras personas.

Los debates de fin del siglo pasado sobre sentir y disentir en la iglesia han ayudado a madurar la conciencia eclesial, más allá de las antiguas oposiciones entre conciencia individual y magisterio eclesiástico, para entender el papel del acompañamiento pastoral como ayuda al discernimiento de la conciencia, pero sin sustituirla para decidir en su lugar. Es papel de la comunidad eclesial ayudar a educar el juicio moral y a la formación de la conciencia de los fieles. Como portadora de una tradición sobre temas morales, la Iglesia ha acumulado a lo largo de los siglos un acervo de sabiduría práctica, que proporciona importantes orientaciones a la hora de discernir. La conciencia las respetará críticamente, pero sin tomarlas como un almacén de respuestas prefabricadas. La comunidad creyente se convierte en el lugar en el que sus miembros pueden dialogar, estudiar y discernir en común los problemas morales. El papel de la iglesia, más que el de legislar, es el de iluminar desde una dimensión alta con propuestas de valores. En ocasiones tendrá que tomar postura oficialmente sobre problemas concretos, cumpliendo ante la sociedad una función que puede ser, según los casos, terapéutica o profética. Cuanto más concretos sean los problemas, menos tajantemente asertivas podrán ser las tomas de posición. Respetar estas tomas de posición oficiales de la iglesia no significará seguirlas a ciegas, como si ahorrasen pensar y decidir en conciencia.

e) Una decisión responsable (que no es lo mismo que acertada o con un cien por cien de certeza) sería la que ha tenido en cuenta debidamente los cuatro pasos anteriores. Puede que, al cabo del tiempo, revisemos la decisión y descubramos que fue equivocada; pero eso no quiere decir que fuera irresponsable. En ese sentido era una decisión éticamente correcta. La conciencia antecedente tendrá que presuponer actitudes básicas de respuesta a los valores, antes del citado proceso de informarse, pensar y debatir. Durante el proceso, la conciencia deberá ser también una conciencia acompañada comunitaria y eclesialmente. Después de pasar por el proceso, se requiere responsabilidad para adoptar en conciencia resoluciones prudentes, que no tienen que depender de un cien por cien de certidumbres, ni pueden imponerse a otras personas. Cuando queremos conjugar el respeto a las personas con la fidelidad a las normas, son inevitables los conflictos. En esas ocasiones ha de intervenir la sabiduría práctica como mediadora. “La sabiduría práctica, dice Ricoeur, consiste en inventar las conductas que satisfarán mejor las excepciones exigidas por nuestra solicitud para con las personas, traicionando lo menos posible las normas” (RICOEUR, 1990, 312).

5.3 Conciencia moral profética y liberadora

La teología de la liberación ha revalorizado el papel profético y liberador de la conciencia, a la vez que la llamada a convertir la comunidad creyente en voz de los sin voz y conciencia social que denuncie la necesidad de una concienciación o concientización para hacer frente a la manipulación ideológica de las conciencias y a la opresión y exclusión de las personas. El clamor del pueblo víctima de la injusticia (Ex 3, 7), las denuncias de la injusticia por los profetas (Amos 5, 18-24) y el mensaje evangélico de projimidad y misericordia (Lc 10 y Mt 25) se actualizan en el contexto de las teologías liberadoras como responsabilidad de la conciencia profética para reconocer las injusticias sistémicas y males estructurales que exigen ser denunciados por la comunidad solidaria con las víctimas. Esta conciencia profética llama, no solo a aliviar dolores y pobrezas, sino a deshacer sus causas sociales, estructurales, políticas y económicas. Esta conciencia actualiza desde la fe el amor al prójimo en la lucha contra toda violencia, racismo, exclusión, discriminación, etc. No lo hace pidiendo paternalmente que se incluya al pobre en el sistema, sino exigiendo el cambio del sistema que excluye al pobre. Esta conciencia escucha a Dios escuchando el clamor del pobre, que orientará su discernimiento y motivará sus decisiones.

6 Encuentro de moralidad y espiritualidad en la conciencia

La teología mística de Buenaventura vio en la conciencia, capaz de captar el bien, un movimiento amoroso de la voluntad, más que un juicio cognitivo. Pero la conjugación de deliberación ética y el discernimiento espiritual se debilitó a medida que se acentuaba la desconexión de moralidad y espiritualidad. Del s. XVII al XIX crece la distancia entre moral de preceptos y espiritualidad de consejos evangélicos. A mediados del siglo XX llegan con retraso los intentos de recuperar el diálogo de la moral teológica con la espiritualidad. La recuperación de la tradición bíblica del discernimiento y de la tradición filosófica reflexiva, ayudan a relacionar, a la vez que las diferencian, las funciones respectivas de la experiencia moral y la experiencia religiosa.

La voz de la conciencia, que dicta lo que se ha de hacer o no hacer “sale del fondo de mí mismo… es el clamor de la realidad camino de lo absoluto (ZUBIRI, 2007, 101-104). La experiencia metafísico-religiosa de la religación y la experiencia moral de la obligación son diversas, pero relacionadas. “Estamos obligados a algo porque previamente estamos religados al poder que nos hace ser”. (ZUBIRI, 2007, 93). La vivencia de la religación es el fundamento de la conciencia moral de la obligación. El fenómeno de la conciencia no se reduce a una obligación moral. La conciencia no se reduce a un fenómeno moral; en ella se relacionan íntimamente dos experiencias diferentes, la moral y la religiosa. La experiencia filosófico-religiosa de la “religación” fundamenta la experiencia moral de la obligación. “La voz de la conciencia es… la palpitación y el latido de la divinidad en el seno del espíritu humano” (ZUBIRI, 1997, 66-67). La experiencia filosófico-religiosa de la “religación” fundamenta la experiencia moral de la obligación. “Dios está manifiesto en el fondo de todo hombre… en la voz absoluta de la conciencia (ZUBIRI, 1997, 72-73). La dimensión religiosa de la realidad personal se desvela así en la conciencia, lugar de encuentro de moralidad y espiritualidad.

Juan Masiá, SJ. Universidad Católica Santo Tomás, Osaka (Japón). Texto original en español

7 Referencias

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