Indice
1 Introducción
2 El aborto en una Iglesia Maestra y Madre
3 La Iglesia Maestra: defender la vida
4 La Iglesia Madre: crecer en la acogida
5 Consideraciones finales
6 Referencias bibliográficas
Introducción
El aborto, entendido cómo retirar el feto antes de que tenga condiciones de sobrevivir fuera del útero, es uno de los temas más debatidos en la historia de la Iglesia y sigue dividiendo opiniones en la actualidad. Es necesario aclarar que cuando se trata de aborto en el contexto de la reflexión moral y ética se refiere, por supuesto, al aborto provocado. El aborto involuntario que se produce por muchas razones, no implica cuestiones morales, por muy doloroso que pueda ser para las personas involucradas.
El abordaje del tema en el ámbito de la teología se hace necesario, para que podamos tener una visión más compleja de la problemática. Nos gustaría ir más allá de la pobre dicotomía que se asentó sobre este asunto: “estar a favor o en contra”. Ciertamente, la alerta de Bernard Häering, ya pronunciada hace cuatro décadas, es muy actual y propicia para la Iglesia Católica en nuestros días:
La condena de la Iglesia al aborto es totalmente aceptable sólo si al mismo tiempo se hacen todos los esfuerzos posibles para eliminar las principales causas de aborto. Estos esfuerzos deberían incluir una verdadera aplicación pastoral de la doctrina, así como todo tipo de acción social a favor de aquellos que están particularmente expuestos al peligro de “resolver” sus difíciles problemas por el aborto (1970, p.35).
Publicamos recientemente artículos que abordaron el tema del aborto en una perspectiva pastoral[1], donde señalamos que una visión más completa de la posición de la Iglesia sobre el aborto es posible si lo hacemos en una doble perspectiva: la posición de la Iglesia Maestra y la posición de la Iglesia Madre. La propuesta no sugiere un conflicto entre estas dos posiciones, pero muestra que siempre que se hace hincapié en una en detrimento de la otra, la enseñanza de la Iglesia sobre el tema se resiente gravemente. Entendemos que la falta de una visión conjunta de estas posiciones se debe a que el aborto no se ha pensado en una dimensión pastoral, es decir, refleja la dificultad de percibir que cuando discutimos del aborto estamos evaluando dos realidades: el acto en sí mismo y la persona que lo practicó. Estas realidades son diferentes: una cosa es evaluar la moralidad del acto del aborto, otra cosa es pensar cuál es la mejor actitud pastoral hacia la persona que cometió el acto y que está inserida en condiciones sociales, históricas y personales bien definidas. Precisamos tener en cuenta el hecho de que en la teología católica distinguimos el nivel de la teología moral y el nivel pastoral nivel (HÄERING, 1970, p. 139).
2 El aborto en una Iglesia Maestra y Madre
Abordar estas dos realidades es extremadamente importante para hacer justicia a la visión de la Iglesia Católica ante el aborto. Para ello, hacemos hincapié en que la Iglesia se presenta a menudo como Maestra y Madre[2]: como maestra ella enseña fielmente el mensaje recibido de su fundador y no puede ser condescendiente con verdades de ocasión; como madre ella es consciente de los conflictos y las limitaciones que rodean la vida de sus hijos e hijas y no asume una actitud de condena, consciente de que esta actitud no les ayudaría a crecer y a cumplir la alta misión a la que han sido llamados.
Por eso, nos damos cuenta de que es posible indicar – y lo haremos a continuación – que la Iglesia entiende que la cuestión del aborto, la mayoría de las veces, no es un acto de una sola persona, sino una red de relaciones, y que, por tanto, antes de culpar a la mujer, la Iglesia atribuye la responsabilidad del aborto al hombre y al entorno social, especialmente en una sociedad machista, hedonista y permisiva y agresiva contra las mujeres.
Proponemos, por lo tanto, que presentar una visión completa sobre el aborto en la iglesia sólo es posible a partir de este delicado equilibrio: rechazar con firmeza el acto en sí mismo y acoger con misericordia a la mujer que cometió el acto. Por un lado, la misericordia cristiana no puede ser confundida con la falsa piedad. Ella significa todo el empeño para buscar la “oveja perdida” y no construir mecanismos de justificación para dejarla en la exclusión. Significa rápida acogida de todos los que buscan el perdón y no negar la gravedad del conflicto. Por otro lado, la misericordia en la Iglesia no puede ser vista como algo que los fuertes dispensan a los débiles, asumiendo la postura de aquellos que, en la sociedad, tienen el poder de distribuir los privilegios. Llevar la buena noticia a los pobres (Lucas 7,22) es la esencia de la misión de la Iglesia y no puede suavizar la fuerza profética del Evangelio, porque si en verdad buscamos el Reino tenemos que ponernos al servicio de los excluidos, conscientes de que la salvación es siempre comunitaria, como afirma Benedicto XVI: “Nadie vive solo. Nadie peca solo. Nadie se salva solo “(Spe Salvi n.48).
3 La Iglesia Maestra: defender la vida
La posición de la Iglesia sobre el aborto – en esta perspectiva que llamamos Iglesia Maestra – ha sido bien definida en los recientes pronunciamientos del Magisterio. Pío XI en 1930 en la encíclica Casti Connubii, señala que algunas personas exigían el aborto como un derecho de las mujeres, mientras que otros lo consideraban aceptable para salvar la vida de la madre o como control de la población. El Pontífice dijo que la madre y la vida del niño son igualmente sagradas y nadie, ni siquiera la autoridad pública, pueden tener el derecho de destruirlas, rechazando, por tanto, los argumentos destinados a justificar el aborto en estas situaciones.
Grisez (1972) en su gran obra sobre el aborto, también hace hincapié en que Pío XII repite incansablemente la doctrina tradicional católica – a los médicos, biólogos, comadronas y políticos de su época – rechazando la muerte directa del feto, diciendo que nunca se puede suprimir la vida de un inocente y que la paz social depende de la inviolabilidad de la vida humana. Pío XII rechaza el “o la madre o el hijo” a favor de ambos “la madre y el hijo”. Llevar esto a cabo pertenece a la técnica médica; cuando ésta no lo consigue, se recurre a la providencia divina y no a la elección humana de una vida con preferencia a otra.
Cuando hay que elegir entre la vida de la madre o del niño, la teología moral tradicional distinguía claramente el aborto directo e indirecto, para condenar el primero y aceptar el segundo. Sin embargo, el aborto indirecto puede ser lícito solo cuando no es aborto en un sentido moral. Los casos aceptados sin cuestionamientos han sido el embarazo ectópico o tubárico – cuando el embarazo se encuentra fuera de la cavidad uterina, que es el lugar habitual de su implantación y desarrollo – y los casos donde el útero debe ser eliminado por una enfermedad, como el cáncer . En tales casos, el objetivo de la acción médica es la salud de la madre y el aborto se produce como un efecto secundario. Por otra parte, Noonan señala que el sacrificio de la propia vida será siempre un acto de generosidad, el fruto de la libertad y nunca una obligación moral (NOONAN JR, 1970, p. xi).
El Concilio Vaticano II aborda directamente el tema del aborto. La Constitución Pastoral Gaudium et Spes se refiere a ella en dos situaciones: en el número 27 el aborto aparece entre los crímenes contra la persona humana, al lado del homicidio y otros crímenes. En el número 51 la otra referencia al aborto está en el contexto del matrimonio e indica formalmente que el aborto es un crimen desde el momento de la concepción, en un diálogo claro con el conocimiento científico actual y el abandono de las distinciones entre embrión inanimado o animado – a menudo presente en debates sobre el aborto a lo largo de la historia (GS, n.51).
En 1968, Pablo VI repitió la tradicional condena del aborto en la Humanae Vitae y Juan Pablo II se convierte en el Papa que hará hincapié en la posición de la Iglesia sobre el tema, pronunciándose sobre ello en diversos momentos de su pontificado y más claramente en la Encíclica Evangelium Vitae (EV) donde el aborto está clasificado como crimen abominable (n.58), una clara referencia al mandamiento divino: no matarás (Dt 5,17). En este documento, Juan Pablo II ha expresado – con toda la conciencia y la responsabilidad del sucesor de Pedro: “Declaro que el aborto directo, es decir, querido como un fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, por tratarse de la muerte deliberada de un ser humano inocente “(EV n.62).
Uno de los aspectos de la visión de la Iglesia que la sociedad no siempre comprende es que, junto con el concepto de que la vida es un don, también la dignidad humana es gratuidad. La vida es un regalo y el reconocimiento de su valor se basa en el hecho de que es un don de Dios, aspecto muy destacado en el documento de Santo Domingo (SD n.215). El valor de cada persona se basa en el modo como Dios mismo la crea: a imagen y semejanza suya (Gn 1,27). Exactamente por eso la dignidad no es un logro humano, no es algo añadido que se pierde o se gana, sino que es gratuidad y se establece en el simple existir de cada ser humano, ya que cada uno existe por un gesto del Creador que lo llama a la existencia. El misterio de la persona de Jesucristo – humano y divino – pone un fundamento aún más palpable para la dignidad humana, porque cada ser humano es co-humano con todos los demás seres humanos y también co-humano con Cristo, destinado a participar en la vida divina .
Es de conocimiento común en la teología que esta posición del Magisterio de la Iglesia en el siglo XX sobre el aborto es el resultado de una larga y bien definida tradición cristiana sobre el tema. Por último, esta posición de la Iglesia Maestra representa una fuerza profética en nuestro tiempo en el que el valor de la vida humana pasa por un proceso de relativización. La legalización del aborto es una causa y consecuencia de un cambio de paradigma en la sociedad actual, donde se logra el bienestar de algunos a costa de sacrificios de muchos. Vale la pena señalar que la posición de la Iglesia no está aislada, pues muchas otras iglesias cristianas y otras religiones asumen conjuntamente la posición de que el aborto es inaceptable y configura un serio problema moral.
4 La Iglesia Madre: defender la vida
El mismo estudio de los documentos de la Iglesia que revela una clara posición de condena del aborto también indica que la Iglesia expresa claramente su preocupación pastoral para explicar una posición de acogida a las personas que practicaron el aborto. Por mucho que esta posición de la Iglesia – que llamamos aquí de Iglesia Madre – sea expresada en numerosas declaraciones del Magisterio, nuestras sociedades no parece que reciban este mensaje con claridad, o tal vez no estemos insistiendo también en esta perspectiva.
Para desarrollar la posición que revela esta Iglesia Madre, podemos empezar por un reciente documento de la Iglesia en América Latina y el Caribe – Documento de Aparecida (DAp) – que en sintonía con el Sumo Pontífice, insta a todos a “acoger con misericordia a aquellas que abortaron para ayudarlas a sanar sus heridas e invitarlas a ser defensoras de la vida “(n.469). Esta exhortación a “acoger con misericordia a aquellas que abortaron” nace de la comprensión de que la mujer que practicó aborto, a menudo es una víctima – y como tal sufre con la situación, más que promoverla – o se convierte en una víctima de su acto al practicarlo. “El aborto hace dos víctimas: sin duda el niño, pero también la madre” (n.469). La Iglesia en América Latina es consciente de que ofrece un “servicio de caridad” (n.98) a los pueblos de este continente y en situaciones concretas precisa ser rápida para prestar servicio y lenta en el juicio, manifestando conciencia de que está inserida en un contexto dramático, pues se estima que en América Latina y el Caribe se producen anualmente 18 millones de embarazos, y, de éstos, el 23% terminan en aborto y en Brasil la tasa estimada es del 31% (BRASIL, 2005, p.7).
El Papa Juan Pablo II, en el mismo documento que confirma la posición de condena del aborto, la Evangelium Vitae, demuestra conocimiento del drama alrededor del mismo, asumiendo el rostro de la Iglesia Madre, y así se expresa:
Desearía reservar un pensamiento especial para vosotras, las mujeres que recurristeis al aborto. La Iglesia es consciente de los muchos factores que pueden haber influido en vuestra decisión, y no duda de que en muchos casos fue una decisión dolorosa e incluso dramática. Probablemente la herida en vuestro espíritu todavía no está curada (EV n.99).
Y hace esto in negar la crueldad del aborto, sino como un servicio de caridad que acoge y promueve a las personas, ofreciéndoles el bien más precioso de la Iglesia, el perdón, en un momento en que necesitan aliento y esperanza: “O Padre de toda misericordia os espera para ofreceros su perdón y su paz en el sacramento de la Reconciliación “(EV n.99). Esta posición del Magisterio de la Iglesia reafirma un punto central de la moral católica en su preocupación pastoral, que establece la distinción entre la moralidad del acto cometido y la persona que lo hizo, rechazando el error y acogiendo a las personas. La actitud de acogida a la mujer que practicó el aborto puede convertirse en una medida eficaz contra el aborto, ya que hay estudios que indican que entre las mujeres que practicaron aborto el 12% ya había hecho aborto antes (ASANDI; BRAZ, 2010, p.135).
Cuando la Iglesia ve a la mujer que practica el aborto como una víctima, ella manifiesta una clara percepción de la realidad social que promueve la cultura de la muerte (EV n.12) con situaciones viciadas por una cultura de “permisividad hedonista y de machismo agresivo”. En este contexto, Juan Pablo II se pronunció también en la Carta a las mujeres: “En estas condiciones, la elección del aborto, que sigue siendo siempre un pecado grave, antes de ser una responsabilidad atribuible a la mujer, es un crimen que debe ser atribuido al hombre y a la complicidad del entorno que lo rodea “(CM n.5). Esta declaración de Juan Pablo II demuestra que la Iglesia tiene una vista de la complejidad de los contextos sociales que conducen al aborto, e indica que atribuir la responsabilidad del aborto principalmente a la mujer que abortó sería injusto, y reflejaría una visión reduccionista que oculta – y ocultando disculpa – otros agentes morales involucrados en el tema del aborto. Aquí la Iglesia, y junto a ella muchos movimientos feministas, se preguntan: ¿Dónde está el hombre? ¿O la mujer se quedó embarazada sola? ¿Cuál es la actitud del hombre cuando supo que su pareja estaba embarazada? El aborto comienza a ocurrir cuando un hombre no asume la paternidad y le dice a su compañera que “éste es su problema.” Esta huida de la responsabilidad por parte del hombre ha sido denunciada por los estudiosos en América Latina (PESSINI y BARCHIFONTAINE 1997, p.266) y el propio Juan Pablo II deja claro que la responsabilidad de aborto – en una situación de este tipo – es atribuible principalmente antes a este el hombre que a la mujer.
Lo que más escandaliza a la sociedad brasileña actual en el contexto de la discusión sobre el aborto es el inaceptable número de casos de violencia sexual contra las mujeres – por desgracia, un dato también presente en otras sociedades. . Entre las causas del aborto está la violencia de género y en particular la violencia doméstica. Esta ha sido la razón que lleva a muchas mujeres a buscar aborto: cuando el resultado de la violación es un embarazo no deseado, que, como indican los estudios, es también una de las causas de mortalidad materna (MARSTON y CLELAND, 2004, p.15) .
Otros pasajes de los documentos de la Iglesia ya demostraron el reconocimiento de que las mujeres a menudo abortan bajo presión. “La mujer, frecuentemente, se somete a presiones tan fuertes que se siente psicológicamente obligada a ceder al aborto” (EV n.59). Este pasaje no se refiere exclusivamente a los casos de violación, pero sin duda la violencia sexual es un factor importante que limita las mujeres a “ceder al aborto”, recordando la reflexión de la teología moral que reconoce que hay situaciones en que la persona se vuelve incapaz de enfrentar ciertos imperativos morales. El pasaje de la Evangelium Vitae también concluye que, en tales casos, la responsabilidad moral del aborto “pesa sobre todo en aquellos que directa o indirectamente la obligaron a abortar” (n.59).
El Papa también habla de la responsabilidad del “ambiente circundante” – y por lo tanto lleva al contexto del debate sobre el aborto, el papel de la familia, la comunidad y el Estado[3]. La familia – en particular los padres de la mujer y del hombre que practica el aborto – puede tomar actitudes irresponsables ante la noticia de un embarazo: la indiferencia, el rechazo, y hasta la presión para abortar de modo que salve el honor de la familia.
La Iglesia – como comunidad – está reclamando para sí misma la responsabilidad, y quiere desarrollar en su interior una posición que permita de hecho “apoyar y acompañar pastoralmente con especial ternura y solidaridad a las mujeres que decidieron no abortar” (DAp, n.469), esperanzada con que el desarrollo de la acogida con ternura y solidaridad lleve a muchas mujeres a no “ceder al aborto.” La acogida con misericordia a aquellas que abortaron puede crear en ellas condiciones para que no aborten de nuevo. Por otra parte, la Iglesia cree ellas pueden convertirse en agentes de pastoral de nuestras comunidades, como auténticas “defensores de la vida” (DAp, n.469).
Esta misma perspectiva de la misericordia ha sido la principal orientación tomada por Francisco en su pontificado. Ya en la Evangelii Gaudium insiste en que “la Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre” (EG n.47), una posición también tomada pastoralmente en la Carta con motivo del Jubileo extraordinario de la misericordia, de 2015, donde la cuestión del aborto fue enfatizada y el papa concede a “todos los sacerdotes para el Año jubilar la facultad de absolver el pecado del aborto a cuantos lo cometieron y , arrepentidos de corazón, pidan que les sea perdonado.”
5 Consideraciones finales
Observamos que la posición de Iglesia Madre y Maestra llama a la acción. Esta constatación de que la Iglesia asume una posición de Maestra y Madre sobre el aborto nos desafía a pensar en forma propositiva el papel de cada uno en su familia y en su comunidad. Dado que estamos evitando reducir nuestras posibilidades a una posición dual – estar a favor o en contra – percibimos que el mayor desafío para la sociedad es el de superar la realidad del aborto, si no totalmente, al menos el de aquellos abortos que se producen por un embarazo indeseado inducido por factores socioeconómicos y culturales. Asumimos, por tanto, la conciencia de que, como Iglesia, somos también parte del “ambiente circundante”, también responsable, sobre todo porque las causas son susceptibles de ser trabajadas una evangelización integral.
Este es también un desafío para la teología. Por lo tanto, nos gustaría indicar algunas de las cuestiones relacionadas con la realidad del aborto que necesitan ser mejor comprendidas y pensadas a la luz de la reflexión teológica, en diálogo con otras ciencias, especialmente en el ámbito de la bioética: altas tasas de aborto en los países de América Latina ; la maternidad en el contexto de la salud de las mujeres y las altas tasas de morbilidad y mortalidad materna; la violencia institucionalizada contra las mujeres; el papel de la familia y la comunidad cristiana como el espacio de acogida; el tema de los derechos sexuales y reproductivos; la figura masculina en las relaciones familiares. Algunos de estos desafíos apuntan a áreas en las que la Iglesia tiene una actuación histórica, que la teología debe aprender a valorar más. Otros desafíos son nuevos, donde la presencia de la Iglesia aún es inusitada.
Podemos señalar, como conclusión, que el hecho de que la Iglesia se posicione claramente contra el aborto – y lo hará siempre, en aras de la coherencia – ha llevado a muchos cristianos a la conclusión de que la Iglesia condena, excluye y expulsa, a la mujer que abortó, de la comunión eclesial . Esta es una conclusión precipitada, simplista, reduccionista y no refleja las enseñanzas de la Iglesia se expresa en los documentos del Magisterio. En aras de la justicia, no podemos tirar piedras a las madres que juzgaron no tener condiciones de criar un hijo no deseado (PESSINI y BARCHIFONTAINE 1997, p.270). La Iglesia Maestra siempre rechaza el aborto y la Iglesia Madre quiere dar la bienvenida a la mujer que practicó el aborto, como un padre y una madre acogen a sus hijos siempre, y demuestran una mayor afecto, atención y amor en los momentos enque ellos enfrentan a dificultades.
Mário Antônio Sanches[4], PUC PR
5 Referencias bibliográficas
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GRISEZ, Germain G. El aborto: mitos, realidades e argumentos. Edciones Sígueme, 1972.
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PESSINI, Leo; BARCHIFONTAINE, Christian de Paul. Problemas atuais de Bioética. 4.ed. São Paulo: Loyola, 1997.
MARSTON, Cicely; CLELAND, John. The effects of contraception on obstetric outcomes. Department of Reproductive Health and Research, World Health Organization, Geneva, 2004.
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VATICANO II. Gaudium et Spes (1965). Disponible en: http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents. Acceso : 3 enero 2016.
[1] SANCHES, M. A. O Aborto numa Perspectiva Pastoral. REB – RevistaBrasileira, Fasc. 285, Janeiro, 2012, p.119 et seq.. SANCHES, M. A.; CASAGRANDE, C. H. V.; GOMES, E. M. D. Aborto numa Igreja mestra e mãe: na perspectiva de agentes de pastoral. Atualidade Teológica (PUC-Rio), v.48, 2014, p.359 et seq..
[2] Mater et Magistra de Juan XXIII, en 1961, donde se aborda el problema de exceso de población y se refiere a las leyes divinas inviolables e inmutables que gobiernan el matrimonio y la transmisión de la vida humana. La expresión en otros documentos de la Iglesia, como en Familiaris Consortium, de Juan Pablo II, está claramente relacionada con el contexto familiar: “También en el campo de la moral conyugal la Iglesia es y actúa como Maestra y madre.” (n.33)
[3]También en Evangelium Vitae n.59 Juan Pablo II extiende la responsabilidad del aborto a la familia, los legisladores, los promotores de una mentalidad hedonista, en resumen, el conjunto de la sociedad.
[4] Mário Antônio Sanches es Doctor en Teología por las EST / IEPG, RS, con post-doctorado en Bioética (2011) por la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid). Es profesor titular de la PUCPR donde trabaja en el Programa de Postgrado en Teología y coordina la Maestría de Bioética. E-mail: m.sanches@pucpr.br.