Índice
1 La ética teológica de la sexualidad y la existencia humana
2 El estatuto teológico de la ética de la sexualidad
3 La ética de la sexualidad y la Teología dogmática
4 La tarea ética de la Teología de la sexualidad
5 Ética y moral de la sexualidad
1 La ética teológica de la sexualidad y la existencia humana
Por mucho tiempo la Moral de la Persona se ocupó de cuestiones concernientes a la sexualidad y a la categoría del individuo, destacándose como un marco conceptual de la reflexión de la praxis cristiana. Sin embargo, con los grandes avances de las denominadas ciencias humanas y su impacto, sobre todo en las últimas décadas, sobre la teología moral, se volvió más común denominarla Ética Teológica de la sexualidad. Esto se debe al cuidado que se tuvo al colocar la atención sobre la persona, desde el sentido esencialista del individuo hacia el sentido dinámico de la existencia humana (SALZMAN, LAWLWER, 2012). Alrededor de la existencia humana se sincronizan el carácter subjetivo, intersubjetivo y social de la sexualidad auxiliado por los conocimientos venidos del psicoanálisis, de la sociología (FOUCAULT, 1977), de la antropología, de la filosofía política y de otros campos del saber que se vuelcan sobre el fenómeno del cuerpo y de la sexualidad humana (BORRILO, 2002).
En este sentido, la Ética teológica-cristiana de la sexualidad está anclada en la experiencia vivida por el hombre concreto o por el sujeto encarnado (HENRY, 2012) tanto en el saber que esta misma experiencia da y que se expresa a través del saber de las ciencia de la vida y del cuerpo. La centralidad de la existencia sexual hace que la ética de la sexualidad se oponga a la visión del sujeto abstracto y de su respectiva consideración respecto del cuerpo y del sexo. Por lo tanto, se presupone una antropología en la que el ser humano “es” cuerpo y no alguien que apenas “tiene” un cuerpo (HENRY, 2012).
En este camino, cuerpo y sexo no se contraponen, no están compitiendo y, por lo tanto, se rechaza cualquier dualismo entre cuerpo y alma. La consecuencia inmediata de este abordaje es que, la sexualidad no aparece como siendo del orden de la mera “contingencia” y de la esfera de la “necesidad” de la encarnación, en función de la individualización del yo como una subjetividad o conciencia pura o espíritu.
El ser humano se hace, se expresa y se dice en el cuerpo “como” sujeto sexual. Por ello, la visión del sexo subyacente a esa antropología no se restringe al cuerpo-objeto abordado por las ciencias empírico-formales, sino que se vincula al cuerpo-subjetivo y a la ontología del cuerpo vehiculada por la filosofía y la teología de la carnalidad humana. En esta perspectiva, la sexualidad no es un dato amorfo o algo pronto y finalizado, ya que siempre se hace referencia al acaecer de la vida en el hombre en sociedad con otras personas. Se trata entonces de un punto de vista fenomenológico, de un “evento” en el que la sexualidad ya es y está por edificarse en la medida en que la carnalidad sitúa al ser humano en el arco de la existencia, es decir, lo inserta en la naturaleza, en la historia, en la cultura, en fin, en el seno de las relaciones con y para los otros en el mundo, en la ciudad (Pólis). En este sentido, no hay cómo distanciarse del fenómeno de la sexualidad para tematizarla. Ella es del orden del aparecer y del manifestarse de modo que escapa del saber teorético que prescinde del co-involucramiento de aquello que aparece.
2 El estatuto teológico de la ética de la sexualidad
En función de una antropología que se pretende unitaria y de la condición humana en su unicidad en la diversidad (SALZMAN, LAWLER, 2012), la Ética teológica de la sexualidad toma en cuenta el hecho de la experiencia humano-cristiana como algo indisociable de la encarnación. Que el Hijo de Dios haya asumido la carne en la historia que relata su cuerpo hace que este evento crístico repercuta inmediatamente en la condición humana lanzada en la Existencia. Así, el “seguimiento” de Cristo como categoría ética incorpora en sí un diferencial o una novedad con relación a la vivencia de la sexualidad (FUCHS, 1995). A saber, se pone en evidencia el impacto de la revelación (cristiana) sobre la vida humana y en cómo se sigue a Cristo gracias a la corporalidad y a la sexualidad, ambas asumidas como un don de la creación y como la gracia de la salvación en Cristo.
a. El carácter plenamente humano de la sexualidad
La ética de la sexualidad tiene como presupuesto el hecho de que el cuerpo y el sexo no son considerados meros “medios” o trampolín para otro fin (espíritu), sino como la manera a través de la cual se tiene concretamente acceso a la vida humanizada sexualmente, dicha y experimentada, en Cristo. De este modo, la reflexión (cristiana) de la sexualidad se establece en una interfaz entre Ética Teológico fundamental y una Ética Teológico-cristiana del cuerpo. Sin una antropología teológica del cuerpo, la ética de la sexualidad corre el riesgo de ser aséptica y sin incidencia en la existencia encarnada de las personas que tienen como horizonte la fe cristiana.
Por un lado, la Ética teológica Fundamental incluye un horizonte de reflexión, el carácter universal de la acción humana. Aquello que Cristo revela a y para la humanidad a través de su historia (SESBOÜE, 1982, p. 227-268), nos habla, en primer lugar, del sentido de la existencia humana en lo relativo a la “creación”. Así, esta categoría teológica puede ser traducida, en términos seculares, como “finitud” y ésta, a su vez, aparece indisociable de la creatividad de la condición existencial del ser humano. En este caso, el cristianismo no pretende un “régimen de excepción” en lo que toca a la vivencia de la sexualidad (AZPITARTE, 2001). En la óptica del cuerpo-propio, la teología preconiza la humanización del ser humano en consonancia con la carnalidad y la sexualidad plenamente realizadas y no al remolque de las mismas. Luego, la Ética teológico-cristiana de la sexualidad no se construye al margen de la condición eminente “relativa a la criaturalidad” de la existencia, compartida “por” y “con” el género humano.
b) El carácter crístico de la sexualidad
Por otro lado, la Ética teológica contempla en su trabajo la singularidad de la existencia cristiana según su diferencia específica. Ésta se refiere a la peculiaridad de la carnalidad que trae en sí el carácter crístico. Gracias a la encarnación, el Cristiano no se auto-comprende sino intrínsecamente asociado a Cristo, de forma tal de tejer y confrontar su vida en la carne en constante contacto y confronto con el Misterio Pascal.
De manera explícita, la vivencia del Bautismo, la celebración de la Eucaristía y la vida eclesial son maneras concretas por las cuales se gesta la identificación del cristiano con Cristo. Así, la configuración de la vida cristiana se teje en la interpelación o en el enfrentamiento del cuerpo con el cuerpo en varias alteridades. Es decir, al escuchar las Escrituras, en la complicidad de la vida en la comunidad a la que se pertenece, en la celebración, en la Liturgia y en el constante encuentro con el rostro/cuerpo del otro ser humano, es que se retroalimenta la vida cristiana y se descubre y se realiza el sentido de la sexualidad en Cristo.
Del punto de vista de la vida específicamente cristiana, estas alteridades instigan al cristiano a vivir la sexualidad como un “evento” humano asociado y al “hecho cristiano” que la inspira. Esta dinámica relacional se traduce y se cumple en la continua incorporación del cristiano al Cuerpo de Cristo. De este modo, el cuerpo y el sexo no se disocian de cierta metáfora esponsal que, a su vez, se traduce en la complicidad amorosa entre Cristo y la Iglesia (humanidad)
En función de esto, la sexualidad en la perspectiva cristiana también asume un carácter sacramental. Ella es vivida por los cristianos como testimonio y “señal” de la entrega amorosa de Cristo por su cuerpo (ANATRELLA, 2001). La sacramentalidad de la vida sexual también asume múltiples formas en la diversidad de la comunidad cristiana inserta en el mundo.
Existen aquellos que se sienten llamados a contraer un vínculo amoroso por medio del matrimonio cuya unión se expresa en la relación carnal movida por el deseo y por el amor gracias a la experiencia del cuerpo y del sexo que la sustenta, la mantiene y la impulsa. Existen otros que optaron para consagrarse a la vida religiosa como una forma de servicio al Reino de Dios. En ella, la sexualidad asume una modalidad de vida consagrada al celibato. Otros optan por la vida clerical en la que, específicamente el celibato presbiteral, asume un carácter disciplinario. Pero también existen aquellos que viven una unión estable cuya experiencia corpórea-sexual busca traducir la experiencia de la comunión con parejas homoafectivos cuya significación procede del deseo de testimoniar el seguimiento de Cristo expresado en algunos de los sacramentales cristianos (GALLAGHER, 1990, p. 31-38).
Todas las modalidades de la vida cristiana en la que la sexualidad asume una configuración muy propia, dependiendo del estilo de vida que comparten y que, sin embargo, surgen de la misma fecundidad del amor inspiradas en el amor de Cristo por la humanidad.
c) La sexualidad: entre lo sacramental y el sacramento
A su vez, el carácter sacramental de la vida cristiana abre una reflexión ético-teológica de la corporalidad hacia la dimensión pneumátológica de la sexualidad. Al humanizar la humanidad asumiéndola por dentro – desde el misterio de la encarnación y de su desdoblamiento en la creación, salvación y santificación -, el cristiano es santificado en y para la sexualidad gracias a la hermandad divina instaurada por Cristo. Siendo él el Hijo, la encarnación del Verbo inaugura para el género humano la posibilidad de vivir en profunda comunión con Dios y de incorporarse a la vida trinitaria (VIDAL, 2002).
Una vez que son habitados por el Espíritu de Cristo, es concedido al ser humano el don y la tarea de la santificación de su vida a partir del propio cuerpo y del sexo. Por lo tanto, la sexualidad leída a la luz de la Teología cristiana del cuerpo se manifiesta como el camino de una auténtica y fecunda vida espiritual. Se abandona de una vez el dualismo entre cuerpo y espíritu en voga en la tradición greco-romana que, en cierto sentido, influenció algunos abordajes despreciativos de la sexualidad por parte del cristianismo a lo largo de los siglos (BROWN, 1990). Con esto se evita caer en dos extremos, ya sea en el espiritualismo ingenuo e idealista de la sacralización de la sexualidad, ya sea en la visión despreciativa del cuerpo en detrimento de la supervalorización del espíritu para la cual la encarnación es del orden de la contingencia existencial.
La vida en Cristo, motivada por el Espíritu, asegura la desacralización de la sexualidad (ella es del orden de la creación y de la santidad y no de lo sagrado). Al mismo tiempo, eleva la sexualidad a la altura de un auténtico camino de la humanidad de los cuerpos existencialmente vividos en la relación afectiva sexual. Ésta es, a su vez, considerada como un lugar de experiencia de la ternura, del amor, del don y de la entrega mutua y, por ello, asociada a los frutos del Espíritu.
3 La ética de la sexualidad y la Teología dogmática
Gracias a los motivos antropoteológicos evocados, se debe tener presente que la Ética cristiana de la sexualidad no se la puede separar de la Teología Dogmática. Dependiendo de la forma en la cual los diferentes tratados de Teología (Teología Fundamental, Cristología, Trinidad, Pneumatología, Eclesiología, etc) abordan la corporalidad, se determina la visión ético-teológica de la sexualidad y viceversa.
De esta relación se desprende una ética cristiana estoica, una ética gnóstica de la sexualidad o, por el contrario, una ética cristiana del amor y del deseo calzada en la positividad de la carnalidad humana como un lugar de experiencia salvífica mediatizada por el cuerpo y por el sexo. Emergen, así, de esta constatación dos perspectivas que en cierto sentido parecen antagónicas: o se resalta el deseo, lo erótico, el placer como características inalienables de la condición humana y de la propia vida en Cristo o, por el contrario, se termina por subestimarlos al punto de comprometer inclusive la novedad de la visión cristiana del cuerpo y del sexo (SALZMAN, LAWLER, 2012).
Esto implica decir que el gran desafío de una Ética Teológica-cristiana de la sexualidad en la contemporaneidad pasa por la urgente necesidad de rearticular Amor, Gracia y Deseo a partir de la relación entre los seres humanos y de ellos con el Dios del cristianismo; y entre el Placer y el Don de la carne (Eros) que la humanidad recibió en la creación y la plenitud de la encarnación, en la revelación y la redención consumada en la santificación (AZPITARTE, 2001).
4 La tarea ética de la Teología de la sexualidad
En la función de verdugo de la ética teológica se debe tener presente su labor en relación a la “promoción” y a la “protección” de la sexualidad humana en sus respectivas dimensiones. Esto se debe, por un lado, al hecho de que la sexualidad se refiere al ser humano ya sea como sujeto en relación (con otro), o como miembro de la comunidad humana en lo relativo a la sexualidad, lo que lo inserta en la vida pública o en la convivencia en sociedad (LACROIX, 2009).
a) El enigma de la sexualidad y la ética
Por otro lado, la ética de la sexualidad leída como el hecho originario de la sexualidad es del orden del “enigma” (RICOEUR, 1967) y, consecuentemente, del régimen de la ambivalencia en la medida en la que en ella se articula el deseo (de otro) y el placer. Mientras que el deseo suscita en el individuo una fuente insaciable del otro con el cual se experimenta el amor erótico, la dinámica interna del placer, por su lado, busca saciarse de fruición y de gozo de los cuerpos que se da en la relación sexual. En este caso, el “sentido” de la sexualidad oscila entre la trascendencia y la inmanencia, entre la proximidad y el alejamiento que el deseo y el placer suscitan en las parejas que se proponen, con consentimiento, contraer un vínculo amoroso de vidas y de cuerpos. Esto significa que la ética de la sexualidad se articula alrededor de estos presupuestos antropológicos, sin los cuales se correría el riesgo de juzgar la sexualidad y comprometer su carácter ético original.
Entonces, siguiendo esta dinámica del amor y del deseo le cabe a la ética promover los valores que la propia sexualidad da al ser un evento humano-cristiano. La ética de la sexualidad busca cultivar y asegurar el cuidado de sí, el cuidado del otro y el cuidado del tercero de la relación y de la relación con el tercero en el ámbito de la vida sexual.
b) La ley y los valores de la sexualidad
Alrededor del Deseo y del placer, la ética asume un carácter primeramente positivo en función de la bondad de la sexualidad, según su tenor eminentemente relacional, en el sentido de orientar a los individuos a encarnar en una vida sexual, de ternura, de don, promesa, oblación, fecundidad, entrega amorosa y fidelidad, etc., como una manera de cumplir con la humanización de la sexualidad vivida en Cristo. Esto se aplica a toda forma o estilo de vida sexual elegido y asumido libremente por los cristianos.
Mientras tanto, como la sexualidad también carga en sí misma la posibilidad de quedarse en el gozo y, en consecuencia, correr el riesgo de deshumanizarse – la categoría teológica del pecado tiene su correspondencia ética en la desfiguración de la sexualidad – por la posibilidad real de que el sujeto se involucre a sí mismo, en la objetivación del cuerpo de otro y/o de la privación de la relación, cerrándose a la vida social. Le cabe a la ética de la sexualidad formular restricciones en base al “sentido” original humano-cristiano de la sexualidad.
Por lo tanto, como la significación de la Ley que ordena la vida sexual asume un carácter positivo gracias a la propia interpelación que proviene de la palabra del otro, la ética de la sexualidad no se impone desde afuera como un código de normas jurídicas, éstas, a su vez, están vacías de un carácter ético fundado en la relación. Así, la Ley que rige la protección de la sexualidad es aquella que pertenece a la esfera, mientras que ella pretende prohibir solamente aquello que conduce a la negación del deseo y del amor que deriva del primero.
5 La ética y la moral de la sexualidad
El carácter “normativo” de la ética de la sexualidad buscar solamente proteger la sexualidad de las amenazas de la “tiranía del placer” (GUILLEBAUD, 1999). Ésta tiende a vaciar el significado original del cuerpo-sujeto y del sexo-sujeto. Se comprende, entonces, que las leyes y las restricciones en relación al auto-erotismo (Masturbación) (CAPPELI, 1986, p. 255-367), la prostitución, la pedofilia, la pornografía, etc. Pretenden proteger los individuos de aquello que compromete la significación genuina y originaria de la sexualidad. Por eso las exigencias de tener que asociarse al cuidado, las obligaciones de respetar el propio cuerpo/sexo, respetar el cuerpo del otro y respetar el cuerpo del tercero y de la relación. Gracias a esto, la ética se articula en función de dos dimensiones fundamentales, ellas son: la del “sentido” de la sexualidad (su fin) alrededor del cuidado y de la estima y la de las “obligaciones” del sexo, estructurados alrededor del respeto de los individuos y grupos humanos.
Con base en la estructura de la ética de la sexualidad es que se puede llegar a formular el juicio ético sobre las diversas expresiones de la experiencia de la sexualidad. O sea, si la vida sexual es inseparable del carácter relacional de la existencia, no hay cómo pensar el significado de la sexualidad sin evocar la cuestión de la castidad (THEVENOT, 1982, p. 35-90). Esto habla de la condición sexual de todo ser humano en la medida que la experiencia remite a aquello que la propia palabra sugiere, es decir, el sexo se traduce del latín como castus que significa cortar, separar. Del punto de vista simbólico, significa que la sexualidad humana está íntimamente ligada a la castración.
Por eso, le cabe a la ética cuidar que la sexualidad se aleje de todo tipo de fusión entre los seres humanos para preservar y promover uno de los valores fundadores. En otras palabras, la castidad emerge como exigencia del propio mantenimiento del carácter humano de la sexualidad suscitado por la experiencia vivida y no ajena de ella. En estos términos, la castidad es un valor intrínseco de la sexualidad humana (GONZÁLEZ-FAUS, 1993).
Esto permite también distinguir castidad de celibato. Así la castidad funciona como una especie de “condición de posibilidad encarnada” hacia el celibato, aunque el segundo siempre suponga la adhesión libre de aquel que acoge como suspensión del ejercicio de las facultades sexuales. La ética de la sexualidad insiste en que la experiencia del celibato sea fruto de una elección realmente ética y que, por eso, sea nutrida del sentido de la castidad con el fin de que no sea vivido como una mera privación del sexo o motivado meramente por un sentido aséptico (VIDAL, 2002). Esto podría comprometer la fecundidad con la que el celibato deberá ser expresado desde el punto de vista de la vida sexual concreta de quien la asume.
Otra consideración del punto de vista del juicio moral parece significativa en función de la naturaleza del deseo. Como la sexualidad es del orden de la relación entre los humanos, y ésta solo se manifiesta en la búsqueda incesante del otro, es propio de la vivencia sexual sedimentarse alrededor de la temporalidad de la relación. La ética de la sexualidad insiste en el carácter estructurador del deseo, de forma tal que la responsabilidad implicada en la relación entre personas que desean pasa por el filtro del hábito y de la constancia. Una vez que ellas pretenden realizar los valores de la sexualidad en función de la encarnación de esa relación concreta, es necesario cuidar, asumir y respetar el ritmo de cada uno, la maduración de los que están involucrados en la relación y el empeño en la construcción paulatina de la entrega amorosa efectiva, implícita en el cumplimiento del deseo.
En esta perspectiva, las relaciones sexuales pre-conyugales reciben una atención ética diferente según el grado de compromiso que las personas involucradas mantengan entre sí. La moral de las relaciones sexuales entre los novios tendrá que ser discernida a la luz del “sentido” de la sexualidad (LACROIX, 2009), esto quiere decir, según el grado de humanización de los involucrados según la mayor o menor realización de los valores de la sexualidad conforme las dos dimensiones morales de la sexualidad: el cuidado y el respeto de sí mismo, del otro y del tercero.
En suma, el juicio moral de las plurivalentes experiencias de la sexualidad humana (relaciones pre-ceremoniales, relaciones fuera del casamiento, relaciones homoafectivas-diversidad afectivo-sexual: transexualidad, transgénero, bi-sexualidad) debe tener en cuenta dos aspectos fundamentales de la existencia humana sexual: la intriga interna entre lo individual y la socialización de la sexualidad, siendo que el entrelazamiento entre estos polos se da en función de las relaciones humanas y de los valores indisolubles del compromiso entre las parejas (CORAY, JUNG, 2005). La ética teológica de la sexualidad considera que la dimensión normativa de la sexualidad asume un carácter “ancilar” en relación a la primacía dada al sentido humano y crístico de la sexualidad.
La sexualidad humana es del orden del don, de la gracia y de la salvación. Aunque no se pueda negar la contingencia, la caída, el pecado y la muerte implícitos a la experiencia humana de la sexualidad, esto, sin embargo, no permite esconder el carácter vívido y liberador, estético y místico de la sexualidad humana resignificada cuando es referida al horizonte de la vida en Cristo.
Nilo Ribeiro Junior, SJ. Texto original en Portugués.
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