Infalibilidad

Índice

Introducción

1 Del Vaticano I en adelante

2 Giro latinoamericano

3 Un renovado concepto de revelación

4 Un renovado concepto de magisterio

5 La infalibilidad como convicción fundamental

Conclusión

Referencias

Introducción

El dogma de la infalibilidad (i) de la Iglesia tiene una connotación teórica y una práctica. En la actualidad se hace difícil de aceptar que un Papa tenga autoridad para hacer pronunciamientos infalibles, aun cuando debe tenerse en cuenta que el obispo de Roma solo podría hacerlos respecto de materias religiosas. Tales pronunciamientos no debieran exigirse a quienes no son creyentes. Por otra parte, en virtud de su aspecto práctico, la infalibilidad constituye una convicción fundamental que, en perspectiva pastoral, invita a quienes no comparten la fe a converger en una praxis perfectamente inteligible.

1 Del Vaticano I en adelante

La infalibilidad (i) como asunto teológico es tan antigua como el Nuevo Testamento, si bien a lo largo de la historia de la Iglesia ha experimentado variaciones en cuanto a su objeto y a su sujeto. En el Nuevo Testamento la (i) tiene relación con la responsabilidad de la Iglesia de custodiar la revelación acontecida en Jesucristo. La misma Iglesia se considera columna y fundamento de la verdad (1Tim 3,15). Jesús dio a los discípulos y apóstoles autoridad para enseñar (Lc 10,16).

El término (i) se ha usado para referirse a un saber teórico sobre lo revelado; si bien, en última instancia, se trata de asuntos teóricos que demandan una praxis creyente en el Dios que exige fidelidad porque él mismo no falla a las/los cristianas/os. El Concilio Vaticano I (1870) ha tenido especial importancia en la delimitación del concepto (DH 3073-3074). El Concilio entiende la (i) como una doctrina acerca de la revelación preservada en las Sagradas Escrituras y la tradición apostólica, que debe propagarse a todos los pueblos de la tierra y que, por ende, debe ser precavida de toda suerte de errores (DH 3069). La constitución dogmática Pastor eternus atribuye la (i) al Romano Pontífice en goce de la suprema potestad del magisterio, las veces que este se pronuncia ex cathedra, ejercitando su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos en materias de fe y costumbres (DH 3074). Asimismo, exige a la Iglesia universal acatamiento del magisterio que cumpla estas características. Según el Vaticano I la (i) es un don de Cristo a su Iglesia, pero su ejercicio auténtico es potestad exclusiva del Romano Pontífice.

El Vaticano II ratificó la doctrina del primer concilio Vaticano. Confirmó “como verdad de fe la institución, perpetuidad, poder y razón de ser del sagrado primado del Romano Pontífice y de su magisterio infalible” (LG 18). Por su parte introdujo dos precisiones importantes. Trató de la (i) como un aspecto del magisterio del colegio episcopal al servicio de su misión de anunciar el Evangelio. El magisterio de los obispos puede considerarse infalible las veces que se ejerce en comunión con el sucesor de Pedro, aun cuando lo practiquen obispos dispersos por el mundo. Por otra parte, el Vaticano II sostiene con más claridad que el concilio anterior que la (i) corresponde fundamentalmente a la Iglesia: “La totalidad de los fieles que tienen la unción del Santo (1Jn 2,20. 27) no puede equivocarse en la fe” (LG 12).

Aun así, el Vaticano II mantiene la problemática afirmación acerca de la irreformabilidad de una doctrina declarada infalible por el Romano Pontífice (ex sese, et non ex consensu Ecclesiae) (LG 25). En esto cabe preguntarse por la validez de alguna enseñanza magisterial que no sea recibida por el Pueblo de Dios. Una tal situación exigiría algún tipo de cambio.

Aun antes del Concilio Vaticano I, Pío IX había declarado dogma de la Iglesia la Inmaculada concepción de María (1854). La definición cumple con las características que habría de tener un aserto dogmático según el próximo concilio que él mismo presidió (“declaramus, pronuntiamus e definimus”). Prácticamente un siglo después, Pío XII proclamó el dogma de la Asunción (1950), siendo esta la primera y última definición infalible formulada después del Vaticano I. Pues, a propósito de la misma Virgen, fracasó la solicitud de numerosos consiglia et vota previos al Vaticano II de declarar a María mediadora universal de la salvación. Lumen gentium aclara que Jesucristo es el único mediador entre Dios y los seres humanos (LG 60-62). Debe tenerse en cuenta en todo caso que, antes de la definición del dogma de la Inmaculada, Pío IX realizó una extensa consulta; Pío XII, por su parte, aseguró el dogma de la Asunción como respuesta a numerosas peticiones. Uno y otro quisieron auscultar la fe de las/los cristianas/os. En ambos casos, se debe insistir, la (i) recayó en asuntos atingentes a la fe de las bautizadas y bautizados.

Las últimas veces que se ha planteado el tema de la (i) ha sido a propósito de la encíclica Humanae vitae (1968). Hans Küng, contra quienes pudieron tenerla por doctrina infalible sobre el control de natalidad, la consideró equivocada tal cual una enorme cantidad de proposiciones doctrinales magisteriales anteriores en la historia de la Iglesia. En vez de infalibilidad, Küng ha propuesto hablar de “indefectibilidad” (inalterabilidad, estabilidad)  y de “perennidad” (indestructibilidad, perdurable). Karl Rahner reaccionó contra Küng, haciendo ver que son posibles afirmaciones magisteriales infalibles y verdaderas. Según Rahner, el teólogo suizo oponía verdad a error, siendo que la infalibilidad de una doctrina no excluiría la perfectibilidad de su formulación e incluso la crítica.

Otros asuntos que en los años sucesivos han levantado el tema de la infalibilidad han sido el de la contracepción técnica y el de la ordenación presbiteral de las mujeres (Juan Pablo II, Ordenatio Sacerdotalis, 1994).

2 Giro latinoamericano

La doctrina sobre la (i), discutida desde su proclamación, ha llegado a convertirse en impopular. Dice de ella Bernard Sesboüé: “El término (i) es hoy particularmente mal recibido en la cultura de nuestro mundo. Su pretensión se interpreta de manera negativa y se considera demasiado contradicha por la historia” (SESBOUÉ, 2014, p. 318). Bien parece que, en cambio, aun conservando la intención del dogma, esta puede verificarse en otro tipo de expresiones. El mismo Sesboüé recomienda usar alguna “expresión dotada de gran valor pastoral que exprese el carisma de la Iglesia guardada por don al servicio de la verdad salvífica hasta el fin de los tiempos” (SESBOUÉ, 2014, p. 319).

La Iglesia latinoamericana y caribeña, a este respecto, no ha usado la expresión de (i). Ni el magisterio ni los teólogos, salvo alguna excepción, la mencionan. La Iglesia del continente no se ha preocupado tanto en salvaguardar la doctrina como de impulsar la praxis cristiana. Si en el siglo XIX la Iglesia europea hubo de hacer una formulación expresa del dogma de la (i) ante el acoso de adversarios históricos como el racionalismo y los enemigos políticos, la Iglesia latinoamericana ha procurado discernir en la historia la acción del Espíritu. Su actitud ante la historia, tras el Vaticano II, ha sido positiva, aun cuando en esta historia haya descubierto, por ejemplo, enormes injusticias.

Este giro en la valoración de la historia ha sido apreciado e impulsado por la teología latinoamericana. Los teólogos han usado la expresión “lugar teológico” para asegurar que la historia actual es fuente de conocimiento de Dios (Carlos Mesters, Elsa Támez, Jon Sobrino, Jesús Aceves Herrera, Agenor Brighenti y otros). Ellos suelen decir que los pobres, las mujeres, los pueblos originarios y otros colectivos oprimidos constituyen un lugar teológico a través del cual Dios mismo se manifiesta.

En América Latina y el Caribe, puede decirse que la Iglesia es infalible cuando opta por los pobres, pues Dios opta por ellos (TRIGO, 2020, 187). También podrían llegar a serlo otras convicciones fundamentales que ella descubra en su experiencia histórica y espiritual. La Iglesia latinoamericana, al igual que la Iglesia en otros lugares del planeta, puede llegar a madurar otras convicciones infalibles a propósito, por ejemplo, de la crisis socioambiental en curso. Sería fundamental en todos los casos que cualquiera de estas convicciones encuentre asidero en las Sagradas Escrituras.

3 Un renovado concepto de revelación

Lo anterior permite comprender que la teología latinoamericana haya entendido que más importante que la ortodoxia es la ortopraxis. A saber, que la fidelidad de la Iglesia a la praxis de Jesús es superior a la tradición en cuanto criterio (fides quae creditur) para discernir en el presente qué puede significar esta praxis (fides qua creditur). Y, viceversa, ha visto que este mismo seguimiento (espiritual) de Cristo es fundamental para comprender en qué consiste la revelación y la tradición de la Iglesia. El Espíritu que guio a Jesús, que inspiró a los hagiógrafos y que ha capacitado a la Iglesia a lo largo de siglos para transmitir el Evangelio, es el mismo Espíritu que hace comprender la Palabra en los acontecimientos actuales.

Los episcopados y las/os teólogas/os de América Latina y el Caribe han recurrido al método (europeo) del ver-juzgar-actuar para hallar la voluntad de Dios en el presente y para ponerla en práctica. En esto han imitado el uso que Gaudium et spes hizo de este método.  La Iglesia latinoamericana y caribeña ha puesto atención a los signos de los tiempos. Desde su contexto ha querido comprender la Palabra de Dios.

4 Un renovado concepto de magisterio

Lumen gentium ha contribuido a concebir la Iglesia y el magisterio de un modo nuevo. La noción de la Iglesia como Pueblo de Dios ha permitido que la Iglesia latinoamericana radique más profundamente en su historia respetiva, profundizando en la dignidad de sujetos históricos socialmente desconsiderados y haciendo camino junto a otras tradiciones religiosas y filosóficas. El compromiso en favor de los pobres de los católicos y de otros que no lo son, facilita pensar que la Iglesia que enraíza en una misma historia configurada entre todos los seres humanos, constituye un locus theologicus a la vez alienus et proprius. Ella, en la época correspondiente, debe mediar fe y razón, a través de un diálogo entre fe y ciencias, fe y cultura, y fe y justicia.

Este modo de ser Iglesia se expresa en América Latina y el Caribe en un renovado modo de entender el magisterio. Hasta antes del Concilio el magisterio latinoamericano fue, en realidad, prácticamente europeo. Desde la conferencia de Medellín en adelante la Iglesia continental – de un modo semejante a como una persona alcanza la mayoría de edad – ha podido comprobar en la práctica que su acción evangelizadora corresponde a la atención que ella ha puesto en el discernimiento contextual de los signos de su tiempo. En esta II conferencia episcopal obispos y teólogos han llegado a semejantes resultados acerca de la necesidad de realizar cambios sociales mayores. La tercera conferencia realizada en Puebla (1979) subrayó la importancia de la evangelización que los mismos pobres hacen de la Iglesia. En esta Iglesia ha llegado a ser posible hablar de un magisterium pauperum.

La Iglesia de América Latina y el Caribe ha descubierto por experiencia propia que Dios opta por los pobres y que, para ser cristiana, ella debe hacer lo mismo. Las cuatro últimas conferencias episcopales han insistido en que esta opción radica en la revelación. También tres papas han compartido y ratificado el magisterio del episcopado del continente. Juan Pablo II confirmó a lo largo de todos sus años de pontificado la opción preferencial por los pobres; Benedicto XVI, en Aparecida, subrayó su índole cristológica; y Francisco, el primer papa latinoamericano, ha insistido en ella aún con más fuerza que los anteriores, sea con su magisterio sea con sus gestos. En América Latina y el Caribe se valora que el magisterio episcopal favorable a los pobres y a las víctimas haya sido refrendado por mártires como el santo Oscar Arnulfo Romero.

5 La infalibilidad como convicción fundamental

La (i) halla sustento en la Escritura. En esta se revela la (i) del Dios fiel con la humanidad y la creación a través de los seres humanos practican la fidelidad unos con otros. Esta es la verdad más profunda de la (i) de Dios. Pero, así como la verdad acerca de Dios excede las fórmulas dogmáticas y el mismo magisterio, su amor es mayor que la praxis de las cristianas y cristianos. Estos no pueden saber a ciencia cierta si su praxis, aun cuando quiera ser seguimiento de Cristo, es correcta. Siempre es posible una práctica cristiana ideológica. El juicio último sobre su calidad es escatológico. Entre tanto, el magisterio del obispo de Roma, en comunión con los demás obispos, cumple un servicio indispensable e insustituible en el discernimiento de la índole cristiana de la praxis de los católicos.

El carácter principalmente práctico de la (i) cristiana – esta misma como convicción básica de la misericordia y la justicia de Dios – facilita la convergencia entre quienes siguen a Jesús y los que no creen en él. Entre los discípulos de Cristo y los que no lo son hay una diferencia religiosa importante, pero no decisiva. Pues estos pueden no compartir un credo, pero en la medida que convergen en acciones favorables al mundo y la creación en general, no se equivocan.

En esta óptica se plantea también el diálogo ecuménico e interreligioso. La apertura a la universalidad del amor de Dios obliga a considerar secundarias las diferencias religiosas. Pues la praxis que cumple los requerimientos de este amor, subvierte los ordenamientos sociales, políticos, culturales y religiosos que dividen y excluyen a los seres humanos. Tanto o más inquietantes han de ser para la Iglesia Católica los males que aquejan a la humanidad como los cismas y herejías que atentan contra su unidad.

El Pueblo de Dios es infalible cuando cree (LG 12), en la comprensión de que este pueblo enseña (docens) porque aprende (dicens) de su propia experiencia espiritual colectiva e histórica de Dios trino. Pero no cualquier fórmula que declare la (i) de algún asunto debiera tener la misma autoridad. Solo el Romano pontífice, en beneficio de la unidad de la Iglesia, expresa auténticamente la (i) (DV 10b), moviéndola a avanzar por un mismo camino tras la consecución escatológica del Reino. Este camino propuesto por el papa puede ser recorrido con otros seres humanos y pueblos. Pues también estos, aun en el caso que no lo sepan, pueden llegar a tener parte en el Reino en la medida que se dejen inspirar por el Espíritu que en Pentecostés fue derramado para proseguir la obra de amor universal de Cristo muerto y resucitado (LG 17a).

El desempeño del magisterio del Papa y de los obispos es obligante para el Pueblo de Dios. Lo es, formalmente, por la investidura que les otorga la sucesión apostólica y, materialmente, por la autoridad que les confiere la práctica milenaria del amor misericordioso de Dios. A su efecto, este Pueblo debe adentrarse en el conocimiento de las fuentes de la revelación (loci proprii) y considerar el aporte de la razón, de la filosofía, de las ciencias, de las lenguas, de la cultura y de las religiones (los loci alieni). La fuente primera de esta articulación la constituye la Iglesia en acto, a saber, la Iglesia enraizada en la historia y el mundo, y no aparte de él. Esta es, la Iglesia que vive del amor fidedigno de Dios.

Conclusión

El dogma de la (i) ha sido discutido en la Iglesia desde su formulación. En la actualidad se hace difícil reconocer en el Sumo Pontífice y el episcopado en comunión con él el poder de decidir lo que han de creer las/los cristianas/os. Se trata de una doctrina impopular. Sin embargo, debe reconocerse en las autoridades de la Iglesia la potestad de guiar al Pueblo de Dios con convicción en materias que pastoralmente tengan gran importancia. Ellas han de auscultar la fe de la Iglesia que radica en los y las bautizadas. Estos, a su vez, tienen la obligación y el derecho de acoger de sus pastores indicaciones seguras de cómo vivir su cristianismo. En todo caso, el ejercicio de la (i) debiera cumplir con la exigencia que el mismo Concilio Vaticano I impuso (contra el fideísmo y el racionalismo) de articular fe y razón. De este modo, lo que los fieles han de asumir como una enseñanza revelada de parte del obispo de Roma y los demás obispos tendría que ser, de algún modo, inteligible y practicable por quienes no comparten el credo de la Iglesia. La opción preferencial por los pobres formulada por la Iglesia de América Latina y el Caribe constituye un ejemplo de una convicción evangélica fundamental que puede ser practicada por cualquier ser humano.

Jorge Costadoat SJ. Centro Teológico Manuel Larraín. Pontificia Universidad Católica de Chile. Universidad Alberto Hurtado. Texto original español. Enviado: 30/09/2022; Aprobado: 30/10/2022; Publicado: 30/12/2022.

Referencias

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BRIGHENTI, Agenor. Magistério. In PASSOS, João Décio Passos; SANCHEZ, Wagner Lopes (Coord.). Dicionário do Concílio Vaticano II, Paulus, São Paulo, 2015, p. 574-578.

HÜNERMANN, Peter. Fe, tradición y teología como acontecer de habla y verdad, Herder, Barcelona, 2006.

KÜNG, Hans. ¿Infalible? Una pregunta. Barcelona, 1971.

RAHNER, Karl. La infalibilidad de la Iglesia. Madrid: BAC, 1978.

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THILS, Gustave. L’infaillibilité  pontificiale. Source-Conditions-Limite. Gembloux: Duculot, 1969.

TRIGO, Pedro. Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo en el cristianismo latinoamericano. Maliaño: Sal Terrae, 2020.