Liturgia de las horas

Índice

Introducción

1 Desarrollo histórico

2.1 La oración de las horas en el Nuevo Testamento

2.1.1 Jesús oraba y recomendaba la oración incesante

2.1.2 Oración de las horas en la Iglesia Apostólica

2.2 La evolución del Oficio Divino del s. II al s. V

2.3 El Oficio Divino desde la Edad Media hasta el Vaticano II

3 Estructura y elementos del rito de la Liturgia de las Horas

4 Simbolismo y Teología de la Liturgia de las Horas

5 Pastoral

Consideraciones conclusivas

Referencias

Introducción

La Liturgia de las Horas es una de las muchas formas de oración de la Iglesia, que tiene como objetivo santificar todo el día a través de la oración ininterrumpida. Compuesto por himnos, salmos, cantos, antífonas, lecturas bíblicas y textos de grandes escritores eclesiásticos y documentos del Magisterio, se reza en momentos específicos. Horas Mayores: Laudes (al amanecer) y Vísperas (al atardecer); Horas Menores: Tercia (a media mañana), Sexta (mediodía), Nona (a media tarde) y Completas (antes del descanso nocturno). Por lo tanto, ya es posible percibir que su simbolismo es cósmico y que, debido a las diferentes zonas horarias de las diferentes regiones de nuestro planeta, la Tierra es bañada por una ola de oración cada hora. Estas horas tienen también un valor simbólico-sacramental, ya que remiten a determinados acontecimientos importantes de la vida de Jesús de Nazaret y de los Apóstoles, por tanto, tienen un carácter salvífico (cf. AUGÉ, 2005, p. 230).

La Liturgia de las Horas, como su nombre indica, es parte de la dinámica ritual y teológica del espacio y tiempo litúrgicos. Esta dinámica, a su vez, tiene sus raíces en la encarnación del Verbo eterno del Padre, Jesucristo. En efecto, con la Encarnación del Verbo, Dios irrumpe en la historia humana y, de manera indeleble, se une a la humanidad, asumiendo nuestra carne en la persona de Jesús de Nazaret. Lo Eterno entra en el espacio y el tiempo y, con este hecho, transforma el kronos en Kairós, es decir, en tiempo de salvación.

Sin embargo, esta dinámica de la encarnación del Verbo eterno recibe su luz del misterio pascual de Cristo. En efecto, en el centro de toda la vida de la Iglesia –estructura, culto, acción apostólica, espiritualidad, teología, ética, etc. – es la Pascua de Cristo. Se concluye que la Liturgia de las Horas es un tipo de oración esencialmente pascual, todas las horas se refieren al Misterio Pascual de Cristo. De hecho, es este último el que está en el centro, no sólo de la Liturgia de las Horas, sino de toda la vida litúrgica de la Iglesia.

1 Desarrollo histórico
2.1 La oración de las horas en el Nuevo Testamento

Ciertamente no es nuestra intención aquí encontrar la estructura de la Liturgia de las Horas, tal como la conocemos hoy o lo más aproximado de eso, sino simplemente encontrar las raíces bíblicas de la costumbre de la Iglesia de orar en momentos específicos, algo que siempre ha sido presente en su vida desde sus inicios. La Liturgia de las Horas, aunque tenga sus raíces en la oración de Jesús y de sus santos Apóstoles que, a su vez, seguían las costumbres de su religión, el judaísmo, conoció un largo y profundo desarrollo a lo largo de la historia de la iglesia, lo que veremos a continuación.

2.1.1 Jesús oraba y recomendaba la oración incesante

En los evangelios podemos encontrar información sobre la oración de Jesús. Él, siguiendo las costumbres de la religión de sus padres, el judaísmo, observaba sus prescripciones litúrgicas además de dirigirse a Dios en la intimidad con el Padre. Por eso Jesús, desde niño, en compañía de sus padres, asistía anualmente al templo en las grandes fiestas pascuales (cf. Lc 2,41), y también en la edad adulta (cf. Jn 2,13-14). Solía ​​ir a la sinagoga los sábados (cf. Mt 12,9; Mc 3,1; Lc 4,16). Se iba solo a orar en lugares desiertos (cf. Lc 5,16) y a veces de noche (Mc 1,35). La oración era un hábito en la vida de Jesús; el evangelista Lucas cita varias veces la oración de Jesús (cf. 5,16; 6,12; 9,18; 28-29 passim); y en esos momentos se dirigía a Dios en intimidad filial (cf. Lc 10, 21; 22, 42; 23, 43, 46; Jn 11, 41-42; 17, 1).

La práctica de la oración de Jesús no se restringió a él, ya que enseñó a orar a sus discípulos (cf. Mt 6, 5-13); y recomendaba vivamente a sus discípulos la oración incesante (Lc 18,1-7; 21,36)). Además de la oración personal, les enseñó la oración comunitaria (Mt 18,19-20).

Además, sabemos que los evangelios no son la biografía de Jesús, sino una cristología de las comunidades de sus redactores. Por tanto, es concebible que las oraciones que los evangelistas atribuyen a Jesús sean también las oraciones practicadas por las comunidades, dentro de las cuales surgieron estos tratados a partir de las experiencias que tuvieron del encuentro con Jesús de Nazaret.

2.1.2 Oración de las horas en la Iglesia Apostólica

Sin embargo, los otros escritos del Nuevo Testamento, además de los cuatro evangelios, nos dan información sobre la oración de las primeras comunidades cristianas. Podemos ver a Pedro y Juan subiendo al Templo para la oración de las tres de la tarde (Hch 3,1), es decir, la hora nona. Pero parece que toda la comunidad de la Iglesia primitiva también tenía el hábito de la oración incesante. De hecho, “eran asiduos en la enseñanza de los apóstoles y en la comunión fraterna, en la fracción del pan y en la oración” (Hch 2, 42); también “iban todos los días al templo con asiduidad, partiendo el pan en casa, comiendo con alegría y sencillez de corazón” (Hch 2,46). El apóstol Santiago recomienda a su comunidad: “¿Alguno de vosotros está sufriendo? orad” – aquí se trata de oración personal, pero inmediatamente después se refiere a la oración de la Iglesia (TEB, nota de la versión): “¿Está alguno de vosotros enfermo? Mande llamar a los ancianos de la Iglesia y que estos oren” (St 5,14).

2.2 La evolución del Oficio Divino del s. II al s. V

Este hábito de oración personal y comunitaria incesante se transmitirá a las comunidades postapostólicas y acompañará a la Iglesia a lo largo de toda su historia, hasta nuestros días. Al final del siglo I o principios de siglo. II, en la Didachè, capítulo IX, se recomienda rezar el Padrenuestro tres veces al día. En el norte de África, donde se formaron desde muy tempranas comunidades cristianas fervorosas y bien estructuradas, tenemos el testimonio de Clemente Alexandrino (Stromata); también tenemos información del primer escritor eclesiástico de habla latina conocido, Tertuliano (De oratione; De ieiuno), pasando por Cipriano (De oratione dominica) hasta Agustín de Hipona (Sermones ad competeti).

Atribuida a Hipólito de Roma, también tenemos la Traditio Apostolica (principios del siglo III) que nos da información sobre las horas de oración: al amanecer antes de que comience cualquier actividad (esta hora en la Iglesia); a la hora tercia, a la hora sexta y a la hora nona, donde quiera que estuviere; antes del descanso nocturno; y finalmente a la medianoche. Al final del siglo IV, la peregrina Egeria, que estuvo tres años en Palestina, da información sobre la liturgia de Jerusalén, especialmente sobre las oraciones de las horas en la Iglesia de Anástasis: Vigilia (monjes, vírgenes y laicos) cantan himnos, salmos, a los que se responde con antífonas; después de que lleguen dos o tres presbíteros y diáconos, comienza la oración de la mañana. El obispo llega con sus sacerdotes y reza una oración y da la bendición a los que indican sus nombres, por detrás de los barrotes que cierran la gruta del sepulcro donde fue depositado el cuerpo de Cristo. Luego se vuelven a encontrar en el mismo lugar a la hora sexta y nona; en la hora décima se realiza el lucernario, las Vísperas (SCh, 2002, p. 239-241); no menciona una oración nocturna, pero en las páginas siguientes da cuenta de los oficios solemnes de la Epifanía, los cuarenta días que le siguen y los oficios de las fiestas pascuales: Cuaresma, Semana Santa, Pascua, Octava hasta Pentecostés (SCh, 2002, pág. 251-305).

A partir de ese momento, es decir, c. IV, comienzan los primeros intentos de organizar la oración de las horas. Los autores suelen distinguir dos caminos: el primero seguiría en una dirección que llamamos Oficio Catedral, y el segundo en otra dirección que llamamos Oficio Monástico. El Oficio Catedral –también el oficio parroquial– ya estaba compuesto por las Horas Mayores –Laudes y Vísperas– con Laudes precedidas de una vigilia los domingos y días festivos. El Oficio Monástico, además de estas dos Horas Mayores, constaba de tres horas diurnas, Tercia, Sexta y Nona, más la Primera y Completas. Además, los monjes institucionalizaron las vigilias de oración como una actividad diaria, ya que su ideal era recitar el Salterio en su totalidad (cf. LEIKAN, 2000, p. 48).

Cabe destacar la presencia del Salmo 62 en Laudes y del Salmo 140 en Vísperas en todas las Iglesias desde el siglo IV, según el testimonio de Eusebio de Cesarea (Comentario a los Salmos 140 y 142), Juan Crisóstomo (Catequesis bautismales) y las Constituciones Apostolorum. Este último documento (finales del siglo IV o principios del V) ya registra la presencia del Nunc dimittis (Lc 2,29-32) en el oficio vespertino.

2.3 El Oficio Divino desde la Edad Media hasta el Vaticano II

Sin embargo, el oficio monástico se desarrolló de tal manera que acabó influyendo en el oficio catedral. Además de la aparición de nuevos idiomas y el uso cada vez más restringido del latín, otras razones -que aquí no son el caso- hicieron que el pueblo ya no tuviera acceso a la liturgia en general, y el oficio pasase a ser de “mano de obra especializada”, o sea, de clérigos y monjes. Desde el siglo IX, en muchas Iglesias locales, el clero estaba obligado a recitar el oficio, entonces fuertemente influenciado por el Oficio monástico que, a su vez, preveía más horas y textos más extensos: en el transcurso de una semana recitaban todo el salterio y, en un año, se leía toda o casi toda la Biblia, más himnos, cánticos, antífonas, responsorios, etc.

Aquí no se puede dejar de mencionar la Regla de San Benito que, principalmente por obra de Carlomagno, se impuso en casi todos los monasterios de Occidente. La Regula Monasterum Sancti Benedicti Abbatis prescribe siete oraciones horarias cada día, citando el Salmo 118,164: “Te alabo siete veces cada día” (Capítulo XVI). Estos horarios son: Laudes, Prima, Tercia, Sexta, Nona, Vísperas y Completas.

Para la Hora Nocturna, durante el invierno (principios de noviembre hasta Semana Santa), están previstos 6 salmos precedidos por el verso “Oh Señor, abre mis labios, y mi boca anunciará tu alabanza”, al que sigue el Salmo 3, el Gloria, el Salmo 94 con antífona, seis salmos con antífonas, tres lecturas bíblicas con responsorio, 6 salmos más con aleluya, lectura del Apóstol, y se  concluye con la súplica litánica, es decir Kyrie eleison (Cap. IX). La Hora Nocturna se reza en medio de la noche por el Salmo 118,62: “En medio de la noche me levanto y te doy gracias”. Durante el resto del año, por la brevedad de las noches, se hace una sola lectura del Antiguo Testamento, quedando todo el resto como en el período invernal (Capítulo X). Los domingos, sin embargo, se leen cuatro lecturas con responsorio después de los primeros seis salmos y cuatro más después de los otros seis salmos; tres cánticos del Antiguo Testamento con Aleluya; cuatro lecturas más con responsorio, Te Deum laudamus, Lectura del Evangelio, Te decet laus y bendición final (Capítulo XI).

Las Laudes, por su parte, estaban compuestas por el Salmo 66 con antífona, seguido del Salmo 50 con Aleluya, los Salmos 117 y 62, el Benedictus, “Laudes”, lectura del Apocalipsis, con un responsorio, un himno ambrosiano, un verso, un canto evangélico y finalizaba con la letanía (capítulo XII). Para las demás horas, las composiciones son las siguientes: Prima: tres salmos con un solo Gloria, himno, luego el versículo Deus, in adiuntorium meu…, tres salmos, una lectura, un versículo, Kyrie eleison y conclusión; la Tercia, la Sexta y la Nona, el Oficio sigue el mismo orden para las tres: verso, el himno propio de la hora, tres salmos, las lecturas, el Kyrie eleison y las oraciones finales (Capítulo XVII). Aquí se recomienda que, si la comunidad es numerosa, los salmos se reciten con antífona.

Las vísperas se componen de cuatro salmos con antífonas, la lectura, responsorio, himno, versículo, canto evangélico, oración litánica y concluyen con el Padre Nuestro. En Completas, los tres salmos se recitan en sucesión sin antífona, el himno, una sola lectura, el versículo, el Kyrie eleison y concluyen con la bendición (Capítulo XVII).

De la influencia de las reglas de los monasterios romanos sobre el Oficio Catedralicio, surgirá una especie de Oficio monástico-eclesiástico; una de estas nuevas reglas será adoptada por el Papa y sus curiales a partir de finales de siglo X o principios de siglo. XI, lo que se conoció como el Breviario de la Curia romana (cf. RAFFA, 2004, p. 655). En la primera mitad del siglo XIII, San Francisco de Asís adoptaría este Oficio para su orden, lo que, a su vez, contribuiría a su amplia difusión en casi todo Occidente, convirtiéndose en la forma predominante (cf. RAFFA, 2004).

En la reforma tridentina del Breviario Romano, Pío V, con la bula Quod a nobis (1568), redujo el número de salmos, pero introdujo el Oficio de Santa María el sábado; redujo aún más los textos hagiográficos. La bula no incluye a los laicos, cuando enumera los grupos de personas que están obligadas a rezar el oficio, y compromete el simbolismo de las horas al prever la recitación privada, incluso lo equipara con la comunitaria,  con la consiguiente recitación en la hora en que se pudiese. En adelante, el Breviario de Pío V será prácticamente la única regla en toda la Iglesia de Occidente. Una nueva reforma solo vendría ya en el siglo. XX, por obra de Pío X, con la bula Divino afflatu: redujo el número de salmos en todas las horas, pero mantuvo la recitación del salterio durante el transcurso de una semana, haciendo una nueva distribución de los salmos. Pío X hizo esta reforma en vista, sobre todo, de las exigencias de la labor pastoral del clero.

De la reforma impulsada por el Vaticano II surge la Liturgia de las Horas de Pablo VI, promulgada el 1 de noviembre de 1970, la que usamos hoy. Las grandes novedades aquí son: distribución de los salmos en cuatro semanas (cf. SC 91); la supresión de la Hora Prima (SC 89); la posibilidad de recitar la hora llamada Maitines en cualquier momento del día, aunque conserve en el coro la índole de alabanza nocturna, y se reduce el número de salmos, pero propone lecturas más largas; para las llamadas Horas Menores, a saber, Tercia, Sexta y Nona, se puede elegir una de ellas fuera del coro (SC 90) y, finalmente, el uso de la lengua vernácula (SC 101). También se recomienda devolver la fidelidad histórica a los martirios o vidas de los Santos (SC 92) y que “se eliminen o cambien aquellas cosas que saben a mitología o son menos acordes con la piedad cristiana” (SC 93).

3 Estructura y elementos del rito de la Liturgia de las Horas

La Instrucción General sobre la Liturgia de las Horas (IGLH), en el Capítulo II, muy acertadamente, presenta el rito con el título “La santificación del día o las diferentes Horas del Oficio Divino”. Hay siete momentos de oración (cf. Sal 118,164): Oficio de Lecturas, Laudes, tres Horas Medias, Vísperas y Completas. La Introducción del Oficio es, en la primera hora rezada (Laudes u Oficio de Lecturas), el Invitatorio “Abre mis labios, Señor. Y mi boca proclamará tu alabanza”, con la que “los fieles son invitados cada día a cantar las alabanzas de Dios y a escuchar su voz…” (ILGH 34); Sigue el Salmo 94(95), que puede ser sustituido por los Salmos 99(100), 66(67) o 23(24) con sus respectivas antífonas. El salmo de apertura se recita de forma responsorial, es decir, la antífona se comporta como un estribillo, pero si se recita individualmente, basta con decir la antífona al principio y al final.

La hora denominada “Maitines” aparece en la Liturgia de las Horas de Pablo VI bajo el título de “Oficio de Lecturas” que, como prevé la Sacrosanctum Concilium –ya lo hemos mencionado más arriba– puede rezarse en cualquier momento del día, aunque conserva su carácter de oración nocturna (cf. SC 89; ILGH 57). Cuando se abre el Oficio, se dice al principio el Invitatorio, como se indica en el párrafo anterior. A diferencia de la salmodia del ordinario del rito el Salmo Invitatorio se recita de forma responsorial, es decir, la antífona se comporta como un estribillo, y lo mismo puede decirse de las demás opciones de salmo previstas para este tiempo. Cuando el Oficio de Lecturas no abre el oficio cotidiano, se abre como en las demás horas, es decir, el verso inicial y, poco después, el Himno. La salmodia, como en las demás horas, se compone de tres salmos con las antífonas correspondientes; a esto sigue el versículo, que hace la transición de la salmodia para escuchar la Palabra de Dios. De hecho, inmediatamente después se lee una lectura bíblica seguida de su responsorio. La segunda lectura se toma de las obras de los Santos Padres o de otros escritores eclesiásticos. Los domingos, días de solemnidad o celebración, se canta el Te Deum. El Oficio termina con la Oración final y el “Bendigamos al Señor. Gracias a Dios”.

Las Horas Mayores, es decir, Laudes y Vísperas, se abren con el verso introductorio “Dios mío, ven en mi auxilio.  Señor, date prisa en socorrerme” Las Laudes, en cambio, si son la primera oración del día, se abren con el Invitatorio, seguido del Gloria al Padre, el himno propio de la hora, la salmodia con las respectivas antífonas con Aleluya – excepto en el tiempo de Cuaresma – dicho al principio y al final, en este último caso, son precedidos por el Gloria al Padre… A esto le sigue la recitación del himno, los dos salmos, entre los cuales se recita uno del Antiguo Testamento, cada uno de estos tres elementos con sus respectivas antífonas, al principio y al final. A continuación, se lee la lectura breve con su responsorio; si es necesario, se puede dar una homilía o un breve período de silencio antes del responsorio; esta lectura puede ser reemplazada por una más larga elegida a voluntad. Luego se recita el Cántico evangélico Benedictus – El Mesías y su precursor (Lc 1,68-79) – con su antífona. Siguen las oraciones para consagrar el día y el trabajo a Dios; la oración del Padre Nuestro y, concluyendo el oficio, la oración final y la despedida.

Las vísperas tienen una estructura muy similar. Nunca se abren con el Invitatorio porque no es la primera oración del día. El Himno es propio de esa hora y otra diferencia está en la salmodia, es decir, en lugar de recitar un himno del Antiguo Testamento, como en las Laudes, se recita un himno del Nuevo Testamento. Otra diferencia está también en el Cántico del Evangelio: aquí se recita el Magníficat. Todo lo demás se hace como en Laudes, obviamente con los contenidos específicos de cada hora. Nótese aquí que no hay Vísperas los sábados porque en esta hora se dicen las primeras Vísperas del domingo, que es siempre una solemnidad; La excepción a lo que acabamos de decir es el Sábado Santo, porque no se dicen las primeras Vísperas del Domingo de Resurrección, ya que no puede haber otra oración antes de la gran Vigilia Pascual.

Las Horas Medias tienen una estructura mucho más simple: abren como las Horas Mayores –nunca el versículo “Abre mis labios, Señor…”–; el himno propio de cada hora; salmodia – cuando se rezan las tres horas, sólo una usa los salmos distribuidos en el Salterio con sus antífonas, pues las otras dos son tomadas de los Salmos Complementarios, los llamados “Salmos Graduales”; lectura breve con su responsorio, oración final y despedida: “Bendigamos al Señor. Gracias a Dios”. Nótese que en estas tres horas no se hace mención a la memoria de los Santos.

Antes del descanso nocturno, la Iglesia invita a sus fieles a elevar la mente a Dios, en ritmo de oración. Para ello se recita Completas que, como su nombre indica, concluye el oficio diario. De todas las horas, Completas es la más simple y breve en estructura. Esta hora antes del descanso nocturno comienza como las demás horas, -salvo la primera oración del día, es decir, Oficio de Lecturas o Laudes-, continúa con el Himno, la salmodia compuesta de un solo salmo, excepto cuando son rezadas después de las primeras vísperas de los domingos y solemnidades, cuando se rezan los salmos 4 y 133 (134). Después de la salmodia hay una Lectura Breve con el responsorio “Señor en tus manos encomiendo mi espíritu… Tú, el Dios leal, nos librarás. Gloria al Padre…”; seguidamente se canta el Nunc Dimittis, el Cántico de Simeón (Lc 2,29-32), con su antífona. Esta hora termina con la Oración final seguida de la bendición “Que el Señor Todopoderoso nos conceda una noche tranquila y, al final de la vida, una santa muerte”; y, finalmente, se recita una de las antífonas de Nuestra Señora propuestas en la Liturgia de las Horas.

Antes de pasar al siguiente punto, es útil recordar que la Liturgia de las Horas sigue el Año Litúrgico y el Calendario Romano. Así, el contenido eucológico varía según el contenido teológico de cada tiempo (Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua y Tiempo Ordinario) – por eso no se dice el Aleluya al final de las antífonas en Cuaresma –; y del mismo modo se celebran las solemnidades, las fiestas y la memoria de los Santos.

4 Simbolismo y Teología de la Liturgia de las Horas

En las últimas décadas ha habido una fuerte tendencia a hacer teología de la liturgia en general y de sus celebraciones “desde la Lex Orandi” [1], es decir, comentar la teología de los sacramentos y otras celebraciones litúrgicas, principalmente desde el rito y sus contenidos No podía ser diferente para la Liturgia de las Horas, dada la riqueza simbólica y espiritual de sus diferentes horas.

Muy útil para su comprensión es comenzar con la nomenclatura. “Liturgia de las Horas” es un título que apareció en 1959 y es muy apropiado, porque expresa la finalidad de esta oración de la Iglesia, a saber, la santificación del transcurso del día, en el que los fieles se santifican – en el rito bizantino se le llama “reloj” por la misma razón. “Oficio Divino”, utilizado aún hoy junto a la Liturgia de las Horas, este término se utilizó antiguamente para designar todo acto de culto y, más tarde, para designar la celebración litúrgica de la Iglesia, pero parece que también pretende señalar el carácter obligatorio, canónico, (Officium, deber) de su recitación (cf. RAFFA, 2004, p. 652). “Breviario” nos parece un poco pobre para designar tan rica expresión litúrgica de la Iglesia, ya que se usaba para designar compilación, abreviatura, etc. de los diferentes libros litúrgicos utilizados para la oración de las horas en la Edad Media. A lo largo de la historia de la liturgia se han utilizado los siguientes nombres: cursus, preces horariae, opus Dei, horae canonicae (cf. RAFFA, 2004, p. 652).

Originalmente, el Oficio de Lecturas –en Sacrassanctum Concilium todavía se usa la expresión “Maitines”– tiene un carácter nocturno. Se rezaba en mitad de la noche, especialmente en los monasterios, una referencia al Salmo 118(119),62. El simbolismo de esta hora es el de las “tinieblas” de las que Cristo nos ha arrebatado. Podemos encontrar un ejemplo en el himno “Oculta la noche oscura”. Ya en la primera estrofa se dice: “La negra noche oculta los colores de todas las cosas de la tierra …” sugiriendo que las tinieblas nos impiden la visión física, metáfora de la visión beatífica. Y sigue “Juez de los corazones, para ti nuestra alabanza” sugiriendo que nuestra alabanza a Cristo es incesante.

Lo que acabamos de decir parece reforzarse con la parábola de las “diez vírgenes” (Mt 25,1-10), que se enmarca en un marco literario de marcado contenido escatológico: la venida del Hijo del Hombre (Mt 24,26-35); ignorancia del día del juicio (Mt 24,36-51); los talentos (Mt 25,14-30); el juicio final (Mt 25, 31-46). El simbolismo de lámparas, con suficiente aceite para estar encendidas cuando llegue el novio, sugier, no sólo una actitud de vigilancia (cf. Mt 24,42), sino sobre todo de estar preparados para la “hora”.

Las Laudes tienen un simbolismo natural, el sol, porque se rezan con las primeras luces del alba. El sol, “la estrella naciente”, en efecto, es una referencia bíblica al Mesías (para indicar el descendiente de David: Jer 23,5; Zac 3,8; 6,12; el verbo correspondiente para indicar el del astro mesiánico: Nm 24,17; cf Mal 3,20; Mt 2,2; Lc 1,78). El sol, por tanto, luz, es un simbolismo ya presente tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, aquí especialmente en la literatura juánica:

“En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz. La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn 1,4-9).

Juan vuelve a insistir en este simbolismo: “Otra vez Jesús les habló: ‘Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas; tendrá la luz que lleva a la vida’” (Jn 8,12); y más adelante escribe: “Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo” (Jn 9,5); y además:

Jesús les dijo: «Todavía, por un poco de tiempo, está la luz entre vosotros. Caminad mientras tenéis la luz, para que no os sorprendan las tinieblas; el que camina en tinieblas, no sabe a dónde va. 36.Mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz»” (Jn 12,35-36)

Y más: “Yo, la luz, he venido al mundo para que todo el que cree en mí no perezca en las tinieblas” (Jn 12,46). Nótese que, en todos estos versículos, Jesús se identifica con la luz, símbolo de salvación, mientras que las tinieblas se identifican con el pecado, el no estar y andar en la presencia de Dios.

Sin embargo, Juan no es el único en utilizar el simbolismo de la luz aplicado a Cristo y a la salvación que Él realizó para nosotros en su misterio pascual. También podemos encontrar este simbolismo en los escritos paulinos: “Dad gracias al Padre que os ha hecho partícipes de la herencia de los santos de la luz. Él nos arrebató de la potestad de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor» (Col 1, 12-13; cf. 1 Ts 5, 5; Hb 6, 4; 10, 32).

Robert Taft observa que el simbolismo de la luz, cuando se aplica a los que viven en Cristo (Ef 5 y 1 Jn 1,5-7; 2,8-11), tiene una dimensión moral y comunitaria, así como observa que el libro del Apocalipsis concluye con un hermoso himno que hace referencia a la luz del Cordero en la Ciudad Santa de la Jerusalén celestial (Ap 21,22-26) (TAFT, 2000, p. 157).

Pero veamos ahora cómo este tema de la luz, en su simbolismo natural, el sol, aparece en el rito de las Laudes, con una clara referencia a la resurrección de Jesús. De entrada, notamos que este tema es constante en esta época a causa del himno Benedictus, también conocido como “Cántico de Zacarías”. En el himno de Adviento, propuesto para esta hora, podemos leer: “Una clara voz resuena, que las tinieblas repudian, el sueño pesado ahuyentase, Cristo en el cielo fulgura. Despierte el alma adormida y sus torpezas sacuda, que, para borrar los males, un astro nuevo relumbra.”. En el himno propuesto para el tiempo de Navidad, el sol aparece como marcador de la duración de la alabanza, pero no se aplica a Cristo ni a su acción salvífica. Para la Cuaresma, curiosamente, el simbolismo luz/sol no aparece en el himno propuesto para el domingo, día del sol, sino en el himno propuesto para los días de la semana: “Oh Cristo, Sol de Justicia, resplandece en las tinieblas de la mente. Con fuerza y ​​luz, repara de nuevo la creación.” En el himno de Laudes de Semana Santa, el tema está más ligado a los misterios de la pasión de Cristo y no hace referencia al simbolismo luz/sol. Para los domingos de Pascua, en cambio, el simbolismo aparece bajo la imagen de la “aurora que resplandece” y, para los días de la semana, el simbolismo luz/sol aparece más explícito: “Jerusalén fiel canta un himno triunfante, celebrando con alegría a Jesucristo, la Luz Pascual”.

En las solemnidades que tienen lugar fuera del Tiempo Pascual, el tema aparecerá en el himno de Laudes de la Santísima Trinidad y se atribuye también a la Trinidad: “Oh Trinidad, en un supremo solio que resplandece, en un intenso esplendor”; y al Hijo: “Tú eres esplendor y espejo de luz, oh Hijo, qué hermanos nos llamas”; y el Espíritu Santo: “Piedad y amor, fuego ardiente, dulce luz, poderoso resplandor, renueva nuestras mentes, oh Espíritu, y calienta el corazón fiel”. En la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, este simbolismo aparece en la quinta estrofa del himno de Laudes: “Quédate con nosotros, Señor, nueva mañana que brilla y vence las tinieblas de la noche, trayendo dulzura al mundo”. Esta estrofa deja claro que las Laudes celebran la presencia de Cristo Luz entre los fieles y la victoria de Cristo sobre las tinieblas del pecado y la muerte.

Hay muchos ejemplos que podríamos citar aquí, pero estos son suficientes para que nos demos cuenta de que el tema luz/sol, en oposición a las tinieblas, es central en el oficio de Laudes. Esta centralidad del simbolismo del sol, además de referirnos a la resurrección de Jesús, nos recuerda una de las grandes maravillas de la creación, fuente de luz y calor, de vida y alimento, que nos lleva a la alabanza y al agradecimiento (cf. TAFT, 2000, p. 158) por tantos dones recibidos de la bondad del Señor.

Sin embargo, hay otros elementos en la estructura de Laudes, que nos proporcionan su contenido teológico. El primero de estos elementos es la santificación del período de la mañana, pero, antes de comenzar cualquier actividad del día, se invita al creyente a dirigir su mente al Señor (cf. IGLH 38). Así, el cristiano estará siguiendo el consejo de Pablo cuando dice: “Así que, ya sea que coman o beban, o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios” (1 Cor 10,31), es decir, a lo largo de toda vuestra jornada, así como todas vuestras actividades temporales sean hechas delante, y para la gloria, de Dios.

Vísperas y Laudes se llaman las Horas Mayores. Las vísperas, sin embargo, se celebran al despuntar el atardecer. Como en Laudes, el simbolismo central es el tema de la luz en oposición a la oscuridad. Al ponerse el sol, se encienden las lámparas; esto significa la luz de Cristo que ninguna oscuridad puede vencer. Además de evocar las tinieblas de la pasión de Cristo, las Vísperas nos hacen reflexionar sobre la fugacidad de nuestra vida y de toda la Creación. Lo que acabamos de decir nos abre a la dimensión escatológica de la oración vespertina, ya que esta fugacidad de la vida debe abrirnos a la esperanza de la vida eterna. Otros grandes temas que aparecen en este oficio son la acción de gracias por los beneficios recibidos, el trabajo realizado y el bien que pudimos hacer a lo largo del día. Sin embargo, el tema de las tinieblas nos recuerda nuestra condición pecaminosa y, por tanto, nos lleva al arrepentimiento y a pedir perdón por los pecados que hayamos podido cometer. También, el tema de la oscuridad nos invita a pedir la protección divina contra los peligros que ofrece.

Hemos visto que, en Laudes, el simbolismo sol/luz, en oposición a la oscuridad, nos recuerda la salvación en oposición al mal y al pecado en varios pasajes bíblicos. Algo similar sucede en las Vísperas, por ejemplo, en el himno propuesto para estas horas hasta el 16 de diciembre en el Tiempo de Adviento, aparece explícitamente la simbología luz (redención) versus tinieblas (pecado): “Eterna luz de los hombres, de las estrellas, Creador, escucha nuestras oraciones, de todos Redentor” (1ª estrofa); “Si la sombra del pecado lo oscurecía todo, Esposo, tú saliste del vientre de María” (3ª estrofa). Desde el día 16 hasta las vísperas de navidad, el himno propuesto vincula el tema de la luz, en su forma verbal “iluminar”, a la concepción virginal de María por obra del Espíritu Santo. Desde la Navidad hasta la Epifanía, Jesús es “Del Padre luz y esplendor” (2ª estrofa).

En el tiempo de Cuaresma, el himno de las Vísperas tampoco trae el tema de la luz, pero entre semana sí: “Tú consagraste la abstinencia de Cuaresma, oh, Jesús, con el ayuno y la oración nos llevas de las tinieblas a la luz”. Aquí notamos, sin embargo, que el simbolismo tinieblas y luz se aplica al pecado (tinieblas) y a la salvación (luz), es decir, la luz es simbolismo de la acción salvadora de Cristo y las tinieblas de la acción pecadora de la humanidad. Para el Tiempo Ordinario, tomemos como ejemplo el himno de las primeras Vísperas del domingo de la primera semana: “Oh Dios, autor de todo, que guías la tierra y el cielo, que vistes de luz el día, das el sueño a la noche” (1ª estrofa); “Señor, te damos gracias al final de este día. Cae la noche, pero tu amor nos guía” (3ª estrofa); “Y así, cuando llega la noche, con grandes tinieblas, la fe, en medio de las tinieblas, esparce su luz” (5ª estrofa). Aquí también se aplica el simbolismo de la luz a Cristo, pero los términos luz, día, noche, ocaso, tinieblas, tinieblas y resplandor indican el origen de la luz en Dios y su difusión en medio de las tinieblas como obra de la fe. Además de indicar con gran precisión la hora del oficio de Vísperas, celebra la confianza de la fe en la luz divina para atravesar las tinieblas de la noche, metáfora del pecado y de la muerte.

En las Segundas Vísperas del primer domingo se celebra al Dios creador y autor de los tiempos: “Generoso creador de la luz, tú creaste la luz para el día, con los primeros rayos de luz, su origen el mundo inicia” (1ª estrofa); “Llamaste día al transcurso de la mañana luminosa hacia el poniente. He aquí, las tinieblas ya descienden sobre la tierra: escucha nuestra oración, misericordioso.” Luego vienen los temas del arrepentimiento y el perdón de los pecados cometidos a lo largo del día: “Para que bajo el peso de los crímenes no sea oprimida nuestra mente, y, olvidando las cosas eternas, no quede excluida del premio de la vida” (3ª estrofa); “Llamando siempre a la puerta celestial, obtengamos el premio de la vida, evitemos el contagio del mal y curemos la herida de la culpa” (4ª estrofa).

Las Horas Menores u Horas Medias, a saber, Tercia (a las nueve), Sexta (al mediodía) y Nona (a las quince horas), tienen un carácter simbólico-sacramental, pues se refieren a los momentos clave del misterio de Cristo y la acción apostólica de los Doce (cf. IGLH 75). Su propósito es que los cristianos detengan sus actividades y oren por la santificación del día y de sus propias actividades. Pero veamos cómo aparecen en el rito los temas ligados al misterio de la pasión de Cristo, concretamente en los himnos de estas tres horas.

En la Oración de las Nueve Horas, el himno propuesto para el Tiempo de Cuaresma es ejemplar, porque confirma lo que acabamos de decir en el párrafo anterior. La primera estrofa es una alabanza de las tres virtudes teologales, dones que nos ofrecen los méritos de la pasión de Cristo: “En la fe en Dios, por quien vivimos, en la esperanza de lo que creemos, en el don de la santa caridad, de la Cristo, cantemos las glorias”. La confirmación de lo que acabamos de hacer, así como la referencia a la pasión de Cristo, aparecen en la siguiente estrofa: “Al sacrificio de la Pasión en la hora tercia, Jesús llevando la cruz a cuestas, arranca a las tinieblas el perdido”. Esta referencia a la redención se destaca más claramente en la tercera estrofa: “Nos has librado del decreto de condenación total; del mundo malo libra a los pueblos, fruto de tu redención.”

En la Oración de las Doce Horas, la referencia a la pasión de Cristo ya aparece explícitamente en la primera estrofa: “En la misma hora en que Jesús, el Cristo, padeció sed, clavado en la cruz, concede la sed de justicia y de gracia a los que celebra tu santa alabanza.” La siguiente estrofa es importante porque vincula la Liturgia de las Horas con el sacramento de la Eucaristía: “A la vez, sea él nuestra hambre y el Pan divino que se da a sí mismo; sea ​​el pecado una molestia para nosotros, sólo en el bien puede estar nuestra alegría”. Aquí la Eucaristía se concibe como el sacramento del sacrificio de Jesús.

La Oración de las Quince Horas, por su parte, utiliza el simbolismo numérico para evocar el misterio de la muerte redentora de Cristo: “El número sagrado, el tres por tres de las horas, abriendo un nuevo espacio, nos llama a la oración, ahora. En el nombre de Jesús, tu pueblo perdón implora” (1ª estrofa). La tercera estrofa celebra la victoria de la cruz sobre la muerte y el retorno de la luz tras las densas tinieblas, clara referencia a la resurrección de Cristo: “Ahora la muerte muere vencida por la cruz; tras las densas tinieblas, serenas, vuelve la luz; el horror del mal se rompe, en las mentes Dios brilla”.

5 Pastoral de la Liturgia de las Horas

La liturgia en general, ya mucho antes de finalizar el primer milenio y por diversos factores, dejó de ser accesible al pueblo cristiano, como ya hemos dicho, convirtiéndose en un “oficio” de “mano de obra especializada”, es decir, monjes. y clero. A la Eucaristía asistía el pueblo, pero no participaba; iba a misa solo para ver el “milagro eucarístico”. El famoso Decreto de Graciano (1140-1150) deja muy clara la distinción entre los “espirituales” (monjes y clérigos), clase destinada al oficio divino, y los “carnales”, aquellos que se casan y pueden depositar sus ofrendas en el altar, pagar diezmos… (THION, 2005, p. 342). Situación que perduró en la Iglesia Católica hasta el Concilio Vaticano II. Esto ya apunta al desafío de un cambio de mentalidad, consolidada por siglos de historia. Para exacerbar esta desviación, la Iglesia tiene que lidiar con el tema del estilo de vida moderno, que deja a las personas cada vez más sin tiempo para ocuparse de su vida personal y, aquí, la dimensión espiritual es la más afectada.

Se han tomado algunas iniciativas: el reconocimiento oficial de la Iglesia de que la liturgia es un culto público, incluida la Liturgia de las Horas:

El ejemplo y el mandato de Cristo y de los Apóstoles de orar siempre e insistentemente, no han de tomarse como simple norma legal, ya que pertenecen a la esencia íntima de la Iglesia, la cual, al ser una comunidad, debe manifestar su propia naturaleza comunitaria incluso cuando ora. Si bien la oración comunitaria encierra una especial dignidad conforme a lo que el mismo Cristo manifestó: “Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18, 20). (IGLH 9)

Y más adelante se reconoce que “La Liturgia de las Horas, como las demás acciones litúrgicas, no es una acción particular, sino algo que pertenece a todo el Cuerpo de la Iglesia y lo manifiesta y alcanza” (IGLH 20), siguiendo un principio vital establecido por el Vaticano II (SC 26). Además, reconoce que la Liturgia de las Horas es la cumbre y la fuente de la actividad pastoral (IGLH 18), algo sobre lo que los laicos están asumiendo cada vez más su responsabilidad. Sin embargo, la participación de los laicos en la oración de las horas es todavía muy tímida.

En cuanto al lenguaje, en Brasil, hace tres décadas surgió el Oficio Divino de las Comunidades, pero la participación del pueblo sigue siendo tímida[2]. En toda América Latina se difundió también la práctica de la Lectura Orante, ligada no tanto a la Liturgia de las Horas, sino a la práctica, también monástica, de la Lectio Divina. Es urgente, sin embargo, que tales iniciativas sean profundizadas por expertos en liturgia y líderes comunitarios, sin los cuales se dificulta cualquier reflexión teológico-pastoral, y por pastores verdaderamente comprometidos con las comunidades cristianas.

Sin embargo, se advierte que sería totalmente ilusorio esperar de los cristianos contemporáneos un grado de compromiso similar al de los cristianos de los primeros siglos de vida de la Iglesia. Sin embargo, es en este mundo, a través de los gigantescos avances tecnológicos que ofrecen a las personas todo tipo de entretenimiento, a donde la Iglesia sigue siendo enviada a anunciar, testimoniar y celebrar el Evangelio de Cristo.[3]

Consideraciones conclusivas

A lo largo del texto, tratamos de conceptualizar, mostrar la evolución histórica, presentar la teología simbólica y los desafíos pastorales de la Liturgia de las Horas. Con ello esperamos haber podido mostrar el verdadero espíritu de esta forma de oración de la Iglesia, que le es esencial. Hemos llegado a la conclusión de que se trata de algo verdaderamente evangélico y vital para el camino de los cristianos, a pesar de todas sus vicisitudes. Dado que es el ejercicio sacerdotal de Cristo el que une a sí mismo a su amada Esposa, la Iglesia, bajo la acción del Espíritu Santo, la Liturgia de las Horas conserva su poder para santificar al ser humano y consagrar a Dios el tiempo y todas las actividades humanas. de vida, bañando el mundo, cada hora, con una ola de Oración.

Marco Antonio Morais Lima, SJ. Universidad Católica de Pernambuco. Texto original en portugués. Enviado: 15/11/2021. Aprobado: 15/12/2021. Publicado: 30/12/2021.

 Referencias

AUGÉ, M. Liturgia. História, celebração, teologia, espiritualidade. São Paulo: Paulinas, 2005.

CONCÍLIO VATICANO II. Sacrosanctum Concilium. Constituição sobre a sagrada liturgia. Petrópolis: Vozes, 1968.

CONGREGAÇÃO DO CULTO DIVINO E DISCIPLINA DOS SACRAMENTOS. Liturgia das Horas. Petrópolis: Vozes; São Paulo: Paulinas/Paulus, 1995.

LEIKAM, R. M. La Liturgia delle Ore nei primi quattro secoli. In: CHUPUNGCO, A. J. Scientia Liturgica. Manuale di liturgia V. Casale Monferrato: Piemme, 2000. p. 90-130.

RAFFA, V. Liturgia das Horas. In; SARTORE, D.; TRIACCA, A. M. Dicionário de Liturgia. São Paulo: Paulus, 2004. p. 651-670.

TAFT, R. F. Teologia della Liturgia delle Ore. In: CHUPUNGCO, A. J. Scientia Liturgica. Manuale di liturgia V. Casale Monferrato: Piemme, 2000. p. 150-165.

[1] Véase, al respecto, la breve pero profunda exposición de TABORDA,  F. O Memorial da Páscoa do Senhor. Ensaios litúrgico-teológicos sobre a eucaristia. São Paulo: Loyola, 2009, p. 21-37.

[2] Sobre el Oficio Divino de las Comunidades, véase la entrada en esta misma Enciclopedia.

[3] Mucho se ha invertido en los últimos años en la creación de aplicaciones, que ponen a disposición, en formato digital, el conjunto de la Liturgia de las Horas. Otros formatos, vinculados a la Lectura orante, también están disponibles, como Lecionaltas, Passo a Rezar, Prayer walking etc.