Movimiento litúrgico

Índice

Introducción

1 Pasos históricos del movimiento litúrgico

1.1 Prehistoria del Movimiento Litúrgico

1.2 Comienzos y teología del Movimiento Litúrgico

1.3 Desarrollo del Movimiento Litúrgico

1.4 El Movimiento Litúrgico en Brasil

2 La impugnación del Movimiento Litúrgico

3 Nueva fase del Movimiento Litúrgico

Conclusión

Referencias

Introducción

Con un pequeño vistazo a la historia de la liturgia, nos damos cuenta de que siempre ha habido períodos históricos en los que la liturgia ha sido reconocida con particular atención, tanto que se ha caracterizado a lo largo de la vida de la Iglesia y en todos los tiempos como la fuente y cumbre de la vida cristiana.

A principios de siglo XX, un gran movimiento de renovación litúrgica cobra fuerza en la Iglesia de Occidente. Es el llamado Movimiento Litúrgico, que tuvo su prehistoria en el período de la Ilustración (siglo XVIII) y la Restauración Católica (siglo XIX). El Movimiento Litúrgico nació de la necesidad de la Iglesia de rescatar su identidad. Sufriendo la influencia del individualismo y del racionalismo modernos, el culto de la Iglesia, sus formas de celebración y su teología habían sido relegadas a un plano secundario.

Después de la tormenta de la Revolución Francesa y el fracaso de las ideas de la Ilustración, el período posterior, el Romanticismo, tuvo una influencia positiva en la liturgia. De hecho, este período despertó el sentido histórico y llevó a muchos clérigos y simples fieles a investigar el origen y significado de los gestos, vestiduras, ritos, objetos y fiestas en la liturgia.

El deseo de renovación pronto contagia a las iglesias europeas. En Alemania, los estudios de teología son promovidos por los profesores de la Universidad de Tubinga. La reflexión teológica de estos maestros, centrada en la Iglesia como cuerpo místico de Cristo, fue una preparación preciosa para el Movimiento Litúrgico. Aquí consideraremos esencialmente algunos personajes, eventos y problemas que caracterizaron el Movimiento Litúrgico y el advenimiento del Concilio Vaticano II. Nos detendremos en el pensamiento de algunas personas cuya reflexión teológica tuvo importantes implicaciones para la comprensión y concepción de la liturgia y sigue influyendo en la actualidad.

1 Pasos históricos del movimiento litúrgico
1.1 Prehistoria del Movimiento Litúrgico

En el siglo XVII se inaugura el movimiento filosófico-cultural denominado Ilustración, en clara oposición a la visión y afirmaciones del Barroco, opulento y teatral en sus formas. La Ilustración privilegia lo esencial y la sobriedad: “En la visión ilustrada del tiempo, los acontecimientos se examinan a la luz de la razón, sin exceder el sentimiento y luchando contra la ignorancia y la superstición” (CONTE, 1992, p. 61). La Ilustración estaba en contra de todas las formas de piedad popular, que consideraba llenas de superstición y fanatismo. También criticó severamente las celebraciones pomposas y pidió una liturgia más sobria y esencial, atenta a favorecer la participación de los fieles. Instancias no siempre bien acogidas por los eclesiásticos, que, en lugar de la renovación, preferían todo lo que no turbara la tranquilidad de su vida.

Durante este período nació también un gran interés por el estudio de las fuentes litúrgicas antiguas, negadas por los reformadores protestantes. Entre los grandes, merece especial atención el cardenal teatino Giuseppe Maria Tomasi (1649-1713), conocido como el “príncipe de la liturgia de Occidente”, que quiso devolver a la “forma original, los oficios y ritos en general de la Iglesia” (cf. DI PIETRO, 1986, p. 11).

La Ilustración también tuvo una gran influencia en la liturgia. Este movimiento desencadenó un proceso contra la centralidad tridentina y la exagerada exteriorización barroca. Los católicos exigían una liturgia más sencilla, que se adaptara a la realidad de la gente y fuera comprendida por ellos. El problema es que el clero vio la liturgia más como una función educativa para el pueblo que como una celebración del misterio de Cristo, lo que comprometió el trabajo de reforma. En cualquier caso, este movimiento puede verse como el comienzo del Movimiento Litúrgico, que culminará con la reforma litúrgica del Vaticano II. Y a partir de ahí comprenderemos que la liturgia es la fuente primordial de la vida cristiana.

Sin embargo, como tal, el Movimiento Litúrgico puede considerarse como un fenómeno muy reciente, ya sea por su nombre o por su contenido. La expresión “Movimiento Litúrgico” aparece por primera vez en Alemania, en el Vesperale de A. Schott, publicado en 1894, y fue aceptada para indicar un fenómeno histórico-cultural propio de nuestro tiempo, aunque, a lo largo de la historia, siempre ha habido movimientos que condujeron sucesivamente a una transformación de la liturgia. Es arduo, si no imposible, como con cualquier movimiento, darle una definición sintética y completa. Quizás lo mejor es lo que encontramos en las palabras de Neunheuser:

corriente que reúne vastos ambientes en la búsqueda de una renovación, en primer lugar, de la propia vida espiritual, dejándose afectar por la fuerza de la liturgia y, en segundo lugar, de la liturgia misma, a partir de una comprensión más profunda de su espíritu y leyes íntimas que la inspiran. (NEUNHEUSER, 1992, p. 787)

De esto podemos, para simplificar, señalar dos objetivos del Movimiento Litúrgico: hacer de la liturgia el alimento de la vida cristiana; responder a la pregunta: “¿Qué es la liturgia?”.

Se puede hablar de dos instancias: la instancia histórico-hermenéutica y la instancia espiritual. En ellas están implícitas, y deben ser consideradas, la instancia teológica y la instancia pastoral.

La restauración litúrgica tridentina se tradujo en un apego tenaz a formas heredadas de una Edad Media, en la que la liturgia se había convertido en un hecho clerical y alejado del pueblo. La teología del culto cristiano, aquella de los Padres, había sido olvidada y el acontecimiento de la salvación, operativo en la acción litúrgica, estaba todavía totalmente ausente.

1.2 Comienzos y teología del Movimiento Litúrgico

No pretendemos entrar en la discusión de la periodización del Movimiento Litúrgico, para nuestro alcance, acogemos las fases indicadas por R. Guardini: “El Movimiento Litúrgico desarrolló primero una fase restauradora; luego otra académica; finalmente la realista” (cf. GRILLO, 2007, p. 31), pero opinamos que el Movimiento Litúrgico continúa.

El inicio del Movimiento Litúrgico del siglo XX -preparado en ambientes monásticos y, sobre todo, en Solesmes con el abad P. Guéranger- coincide generalmente con el llamado “acontecimiento de Malinas”, conferencia celebrada el 23 de septiembre de 1909, durante el Congrès National des Oeuvres Catholiques, de Lambert Beauduin (1873-1960), benedictino de la abadía de Monte Cesar, en Bélgica, sobre “La verdadera oración de la Iglesia” (cf. BEAUDUIN, 2010). En esta conferencia, L. Beauduin observó que en el culto divino reinaba el individualismo religioso, que las asambleas litúrgicas habían perdido su carácter comunitario, que los fieles buscaban a Dios sólo de manera devocional, por lo que la liturgia se empobrecía cada vez más. Refiriéndose a una declaración tomada del motu proprio Tra le sollecitudini, en el que el Papa Pío X describió la liturgia como la fuente más importante e indispensable de la Iglesia, L. Beauduin afirmó que era necesario hacer un camino de renovación litúrgica, a través del cual la celebración comunitaria de la liturgia recuperase su significado profundamente eclesial. La Iglesia como Corpus Christi mysticum, que L. Beauduin había vinculado a la renovación litúrgica, se convertirá en el tema dominante de la eclesiología en la primera mitad del siglo XX. (cf. GOPEGUI, 2008, p. 18-26).

El advenimiento del papado de Pío X (4 de agosto de 1903) señaló al ML el comienzo de una primera recepción oficial de las instancias de renovación. Con su primera encíclica, el Papa anunció el programa de su pontificado: Instaurare omnia in Christo, y mientras tanto, con diferentes intervenciones, inició una primera reforma de la liturgia.

En el motu proprio Tra le sollecitudini del 22 de noviembre de 1903, el Papa declaró:

Puesto que es nuestro más vivo deseo que el espíritu cristiano florezca en todo y se mantenga en todos los fieles, es necesario ante todo velar por la santidad y la dignidad del templo, donde los fieles se reúnen precisamente para atraer este espíritu de su primaria e indispensable fuente: la participación activa en los sagrados misterios y en la oración pública y solemne de la Iglesia. (PIO X, 1903, en la Introducción)

La acción de Pío X a favor de la liturgia fue considerada como una contribución muy importante al desafío asumido por el Movimiento Litúrgico. Las reiteradas intervenciones por la revisión de los cantorales litúrgicos, por la reforma del salterio, sobre la comunión frecuente, orientaron decisivamente a la Iglesia hacia una liturgia que comenzaba a recuperar el lugar que le correspondía. Esto también afirma Rousseau:

Reconstruir la comunidad de fieles en torno a la vida parroquial; despertar el fervor del pueblo a través de la participación activa en el santo sacrificio de la misa; apreciar la riqueza de las fiestas eclesiales, el valor de los sacramentos, de los sacramentales; dar a los cristianos el sabor de los santos misterios, devolverlos a la atmósfera de la edad de oro de la fe, beberlos en tragos abundantes de todos los canales de la gracia: éste era, por excelencia, su programa apostólico. A menudo se ha citado esta frase: No es necesario cantar ni rezar durante la misa, pero debemos cantar y rezar la misa, que ya contiene una actitud de piedad litúrgica, que sus actos posteriores no hacen más que amplificar. (ROUSSEAU, 1961, p. 236)

Pocos pudieron captar el contenido teológico de las palabras del Papa sobre la participación activa de los fieles en la oración pública y solemne de la Iglesia. Quizá, incluso para Pío X, la cuestión estaba mucho más en el plano externo que en el teológico. Con su discurso, el Papa buscó superar la participación pasiva del pueblo cristiano en las celebraciones litúrgicas. Queda el hecho de que sus declaraciones, gracias a algunos teólogos del Movimiento Litúrgico de la época, tuvieron una notable repercusión en la vida de la Iglesia.

Precisamente a partir de las declaraciones de Pío X, el Movimiento Litúrgico –que formaba parte de una visión renovada de la Iglesia llevada adelante por algunos teólogos, entre los cuales cabe citar sobre todo JA Möhler– se proponía esencialmente tres objetivos: 1) favorecer y aumentar la participación activa de los fieles en la liturgia; 2) revalorizar el arte sacro; 3) redescubrir la visión teológica de la liturgia y su dimensión pastoral.

La liturgia tuvo que liberarse de la imagen jurídica, superar la fase historicista para llegar a una base teológica sobre la que injertar reformas pastorales. Por tanto, una nueva visión de la Iglesia caracterizó los inicios del Movimiento Litúrgico. Todo el clima de transformación política, filosófica, teológica e histórico-cultural que se creó entre el Romanticismo y la Ilustración ayudó a los laicos católicos a adquirir una mayor conciencia de su pertenencia a la Iglesia.

Aquella situación histórica, cultural y religiosa que había creado y difundido la imagen de la Iglesia como sociedad jurídicamente perfecta ya había sido superada. Fue el Movimiento Litúrgico, junto con el florecimiento de los estudios sobre los Padres de la Iglesia, lo que contribuyó de manera decisiva y profunda a redescubrir imágenes, modelos e interpretaciones de la Iglesia, a las que hasta entonces no se había prestado atención. En la profunda convicción de que el divorcio entre el pueblo y la Iglesia provenía principalmente de la desafección a la liturgia, el P. Parsche y su colaborador J. Casper se comprometieron a promover la Volksliturgy en las parroquias frecuentadas por intelectuales y el pueblo en general. Su trabajo será continuado más tarde por los jesuitas H. Rahner y J. A. Jungmann, a través de la llamada teología kerigmática. En particular, Jungmann, con el redescubrimiento de la centralidad del misterio pascual, centrará su reflexión en el carácter kerigmático de la liturgia, combinado con una concepción de la Iglesia como plebs sancta, en la que la idea de la Iglesia como cuerpo místico es conducida hacia una eclesiología fuertemente comunitaria y eucarística (cf. PAIANO, 1993, p. 72).

El Movimiento Litúrgico presentaba a los hombres de su tiempo

No un rostro nuevo de la Iglesia, sino un rostro que había estado en la sombra durante mucho tiempo; de hecho, trató de acercarlos lo más posible a lo que la Iglesia era en su naturaleza más profunda, es decir, a su ser sacramental y a sus celebraciones litúrgicas, enseñándoles que la Iglesia es el “cuerpo místico” de Cristo, es decir, el misterio del Cristo que prolonga su existencia humana. Y de esta nueva comunidad eclesial redescubierta en los que nos rodean, que son precisamente los participantes en la celebración, el punto central es el altar. (NEUNHEUSER,1987, p. 22).

Romano Guardini entendió la relación entre el Movimiento Litúrgico y la Iglesia, describiendo al primero como una corriente muy pujante del movimiento eclesial, llegando incluso a afirmar que era “el movimiento eclesial en su vertiente contemplativa. Allí la Iglesia se inserta como realidad religiosa en la vida de oración. La vida personal pasará a formar parte de la vida eclesial” (GUARDINI, 1989, p. 39). La interpenetración vital entre Iglesia y liturgia se destaca, así, emblemáticamente: “la liturgia es la creación redentora y orante, porque es Iglesia orante” (GUARDINI, 1989, p. 39).

Este nuevo orden de ideas se afirmó cada vez más, especialmente en Bélgica, gracias a la obra de L. Beauduin quien, junto con los monjes del monasterio de Monte Cesar, promovió las famosas Semaines et conférences liturgiques, con la aparición de las grandes revistas litúrgicas. Entre otras muchas, recordamos especialmente la revista Les questions liturgiques, de la que Beauduin fue el fundador, y que muy pronto se convirtió en Les questions liturgiques et paroissiales.

El programa de restauración litúrgica del Papa Pío X se convierte un poco en el programa de Monseñor L. Beauduin. Entendió que para la santificación del pueblo de Dios era necesario comenzar por una adecuada formación del clero que luego trabajaría pastoralmente en las parroquias, donde se reúne y organiza el pueblo de Dios (cf. BEAUDUIN, 1914).

En la introducción a la colección de obras de L. Beauduin, publicada con motivo de su 80 cumpleaños, se mencionaban tres méritos fundamentales de la obra del monje benedictino belga: haber iniciado el Movimiento Litúrgico gracias a la riqueza de iniciativas promovidas; haber dotado al mismo movimiento de un programa y de una doctrina, que demostraban su compromiso para que las actividades realizadas pudieran incidir sobre el campo propiamente pastoral; el interés por la eclesiología junto con una gran sensibilidad y apertura ecuménica, fruto de una intensa reflexión teológica sobre la liturgia.

Para Beauduin, la liturgia es el culto de la Iglesia.

Toda la fuerza innovadora de esta simple definición reside en la palabra “iglesia”, que especifica en un sentido formalmente cristiano el “culto”. Este, en efecto, recibe de la “iglesia” su carácter “público” y “comunitario”, pero no de tal manera que haga que el culto cristiano se asemeje a cualquier culto, procedente de alguna “sociedad” que lo instituya por ley, sino, más bien, en el sentido de que la “iglesia”, siendo la continuación de Cristo en el mundo, ejerce ese culto tan especial y perfecto que Cristo dio al Padre en su vida terrena. El culto de la iglesia es, por tanto, ante todo, culto cristiano en sentido eminente, porque en él se expresa la naturaleza propia de la iglesia, que es comunidad visiblemente reunida en torno a Cristo. (MARSILI, 1992, p. 640)

En la definición de liturgia de Beauduin, la eclesialidad se destaca como el aspecto dominante de la liturgia. Es liturgia, por tanto, todo, y sólo, lo que la Iglesia reconoce como propio en los actos de culto, porque la Iglesia es la continuación de Cristo. De hecho, el sujeto único y universal del culto de la Iglesia es Cristo resucitado y glorioso. Es él quien ejerce nuestro culto y cumple aquí en la tierra toda nuestra liturgia. Precisamente por esta presencia activa de Cristo en la historia, a través de su Iglesia, la liturgia puede definirse como el ejercicio del sacerdocio de Cristo, momento en que nos constituye en su comunidad y nos transforma en su cuerpo místico. Tal sacerdocio

a) es personal, es decir, es el sacerdocio personal de Cristo que actúa por medio de quienes son sus ministros en virtud de un sacramento; b) es colectivo (diremos “comunitario”) en cuanto Cristo, reuniendo en sí mismo a toda la humanidad redimida, ejerce “una acción sacerdotal colectiva y solidaria, en favor y en beneficio de toda su comunidad”; c) es jerárquico, es decir, aunque es “Cristo mismo quien ejerce su sacerdocio aquí en la tierra”, sin embargo, queriendo hacerlo visible, elige para sí “ministros, instrumentos que actúan en su nombre y con su poder, y este es el sacerdocio católico, transmisión sacramental del único sacerdocio de Cristo”. (MARSILI, 1987, p. 91)

Marsili observó que “hoy es fácil evaluar esta síntesis de la teología de la liturgia presentada en el lejano 1912-1920, (…), pero en ese momento fue un hecho verdaderamente extraordinario y no todos lo entendieron en su pleno valor” (MARSILI, 1987, pp. 91-92).

Sin embargo, a la luz de la reflexión litúrgica y eclesiológica actual, se puede criticar la explicación de la naturaleza sacerdotal de la liturgia que ofrece Beaudiun. Cuando él habla de la liturgia como ejercicio del sacerdocio de Cristo en la Iglesia, aquí la iglesia es sólo la jerarquía. Cristo sí ejerce una acción sacerdotal en favor y en beneficio de toda su comunidad, pero lo hace a través de sus ministros. De la premisa sobre la naturaleza colectiva del sacerdocio de Cristo, Beauduin no llega a la conclusión de que todos los fieles actúan en Cristo ejerciendo su sacerdocio común. Expresó claramente que, con mucha cautela, hay que decir que en Cristo todos tienen un verdadero sacerdocio – sacerdocio universal – y esto porque, debido al movimiento protestante, que negaba el sacerdocio ministerial, podía surgir la confusión en la mente.

Si bien Beauduin no llegó a profundizar la reflexión teológica sobre el sacerdocio común de los fieles, es necesario reconocer que su pensamiento fue el que caló más profundamente en el Movimiento Litúrgico y esto “quizás por su tradicionalismo y novedad conjuntamente , quizás por su apertura a lo eclesiológico, quizás por su capacidad de ‘unir’ el momento santificador y cultual de la liturgia, quizás por las evidentes ‘recaídas’ de una cierta visión en el plano de la espiritualidad y de las pastorales” ( CATELLA, 1998, p. 32). Fue precisamente la reflexión teológico-litúrgica de Beauduin la que favoreció el replanteamiento de la liturgia, dándole carácter teológico, y aumentando aún más su conexión con la cristología y la eclesiología.

Proporcionando – en consecuencia – la visión de la intrínseca relación entre Cristo-Iglesia-Liturgia y la idea de un redescubrimiento/revelación/reforma de la práctica y de la espiritualidad litúrgica, se habría producido una reforma/renacimiento de la misma iglesia. No sólo esto, sino que esta síntesis será acogida en la encíclica Mediator Dei (1947) del Papa Pío XII, que será sentida como la carta magna del movimiento litúrgico. (CATELLA, 1998, p. 32)

Otro punto relevante de la visión litúrgica de L. Beauduin es su pensamiento sobre la relación entre eclesiología y eucaristía. La eucaristía es la conjunción del cielo y la tierra, es símbolo de la Iglesia constantemente edificada. Cuando el cristiano vive auténticamente la liturgia y, en particular, la celebración de la misa, en ese momento desarrolla el espíritu de pertenencia a la Iglesia. El redescubrimiento de la teología litúrgica presupone e implica una nueva concepción de la Iglesia.

En Renania, el monasterio de Maria Laach trató de continuar el camino iniciado, dedicándose ante todo a la formación del ambiente universitario, de los profesores y del clero, con la esperanza de que estos últimos pudieran llevar adelante el ideal de una vida cristiana como vida litúrgica-, convirtiéndose en un centro de formación y de reforma litúrgica en Alemania. En 1913, antes de ser nombrado abad, el obispo Ildefonso Herwegen se reunió con un pequeño grupo de laicos (con H. Brüning y R. Schumann) que expresaron el deseo de una mayor participación en las celebraciones litúrgicas. Al año siguiente, el joven abad invitó a un grupo un poco más numeroso al monasterio para la Semana Santa de 1914, en la que, por primera vez, se celebró la misa dialogada. Bajo la dirección del Abad Herwegen, con otros dos monjes, Cunibert Mohlberg y Odo Casel, y en colaboración con Romano Guardini, F. R. Dolger y Anton Baumstark, abrieron el camino para el Movimiento Litúrgico alemán. En 1918, organizaron una triple serie de publicaciones: apareció el primer volumen de la colección Ecclesia orans, la serie Liturgie geschichtliche Quellen y Liturgie geschichtliche Forschungen (1919). Tres años más tarde, comenzaron la revista Jahrbuch fur Liturgiewissenschaft (NEUNHEUSER, 1987, p. 25).

Dentro de este nuevo orden de ideas, fue muy importante la aportación de O. Casel, filólogo de las lenguas clásicas antiguas. Amante de las fuentes, construyó toda su doctrina teológica sobre la Sagrada Escritura y sobre los Padres de la Iglesia.

Para Casel, la Iglesia es el cuerpo místico de Cristo que se realiza en sí mismo en el culto que ofrece al Padre. El sujeto de toda acción litúrgica es, por tanto, el cuerpo de Cristo. Y esto es precisamente lo que le da a la liturgia superioridad sobre otras devociones o prácticas piadosas. En la liturgia tiene lugar la presencia activa y vivificante del Señor Resucitado. A través de la liturgia, en efecto, el misterio de Cristo se convierte en misterio de la Iglesia, y la Iglesia existe en el tiempo y en el espacio como misterio de Cristo. Así, en la liturgia la Iglesia no sólo anuncia la salvación, sino que la actualiza, haciéndola presente a los hombres hoy reunidos para la celebración de los divinos misterios. Esto sucede especialmente durante la celebración de la eucaristía. En il mistero della Chiesa, el autor expresa claramente esta línea de pensamiento:

este es el sacrificio de los cristianos: nosotros, los muchos, somos un solo cuerpo en Cristo. La ecclesia celebra este sacrificio en el misterio del altar bien conocido por los fieles; aquí se muestra cómo, en la cosa que sacrifica, ella misma es sacrificada. […] La cabeza, primero, se sacrificó a sí misma, para que el cuerpo pudiera unirse con ella. En virtud de su sacrificio, ahora también nosotros podemos sacrificarnos; en la eucaristía nos sacrificamos con Cristo, que presenta al Padre su naturaleza humana y a todos nosotros en ella. Este sacrificio de la ecclesia, la eucaristía, es la presentación cotidiana del misterio del sacrificio de Cristo, que incluye el sacrificio de todos sus miembros. La ecclesia se ofrece a sí misma por Cristo y en Cristo; sacrifica no por su propio poder, ni por un modo propio, sino por medio del Señor; más precisamente, así se ofrece en toda su esencia, porque está incluida en la realidad del Señor, es decir, en su cuerpo inmolado y glorificado. (CASEL, 1965, p. 408-409)

No nos parece arriesgado decir que fue precisamente a causa de esta visión de Iglesia, y en particular del misterio de la presencia activa de Cristo en la liturgia, como se convirtió en la idea central de la constitución litúrgica. Esto constituiría -tras un período de dura oposición también por parte del magisterio- un altísimo reconocimiento a la reflexión y obra del monje benedictino.

1.3 Desarrollo del Movimiento Litúrgico

La renovación litúrgica no fue una corriente de pensamiento limitada solo a Bélgica, Alemania y Francia, sino que se extendió a otras partes.

En 1911 tuvo lugar el congreso litúrgico en los Países Bajos, en Breda, que en 1912 y 1914 llevó a la fundación de la Sociedad Litúrgica respectivamente de las diócesis de Haarlem y Utrecht, y de la Federación Litúrgica Holandesa en 1915.

En Austria, el Movimiento Litúrgico se desarrolló bajo la dirección del agustino Pius Parsch de Klosterneuburg, quien publicó Das Jahr des Heils (1923), un comentario sobre el misal y el breviario para todo el año litúrgico, y la revista Bibelund Liturgie (1926).

El Movimiento Litúrgico también comenzó a tomar forma en otros países europeos con diferentes acentos según el clima cultural y eclesial de cada país. Hubo una evolución importante en España, dirigida principalmente por el monasterio de Montserrat, en Portugal, Suiza, Inglaterra, en la Checoslovaquia de entonces, Hungría y Polonia.

En Italia no faltaron personas y ambientes que por esos años vivieron y participaron del despertar litúrgico y eclesiológico en acción. Sin embargo, según el juicio de E. Cattaneo, el Movimiento Litúrgico en Italia no tuvo el mismo éxito que en otros países. Hay dos razones para esta circunstancia:

La primera estaba constituida por el tradicionalismo espiritual anclado en un catecismo antiguo y la piedad devocional […], la segunda era la ausencia, en el movimiento, de obispos italianos -salvo algunas excepciones […]- explicable en la costumbre de nuestra casa de aguardar la palabra de Roma por obediencia al Primado de Italia, el Sumo Pontífice, y por una fuerte dependencia de los órganos de la curia romana. (CATTANEO, 2003, p. 505-506)

A pesar de esta consideración, en nuestra opinión, la labor del Movimiento Litúrgico en Italia debe ser considerada importante, tanto a nivel teológico como pastoral. En el plano teológico, fue notable la labor desarrollada por M. Righetti, quien se dedicó, sobre todo, a incrementar la reflexión teológico-litúrgica, publicando estudios científicos de particular interés. Ocupa también un lugar destacado la Revista Litúrgica, fundada en 1914 junto al monasterio benedictino de Finalpia (Savona) y cuyo primer director fue monseñor E. Caronti. Un colaborador destacado de la revista fue el monje dom I. Schuster, que más tarde se convirtió en obispo de la archidiócesis de Milán, Schuster enriqueció la revista con la publicación de sus estudios que, recopilados y organizados, se convirtieron en parte fundamental de su obra Libersacramentorum. Desde el punto de vista pastoral, fueron relevantes las semanas litúrgicas organizadas, sobre todo, por iniciativa de G. Bevilacqua del Oratorio de Brescia. La primera semana tuvo lugar en Brescia en 1922.

En el mismo año de la fundación de Rivista Liturgica, el obispo de Ivrea, monseñor Matteo Filippello, publicó la carta pastoral sobre La liturgia parrocchiale, “uno de los testimonios más significativos del movimiento litúrgico italiano” (CATTANEO, 2003, p. 497). En esa carta, el obispo invitaba a los fieles de su diócesis a tomar conciencia de su pertenencia eclesial y a vivir la vida de la Iglesia que, siendo “una sociedad esencialmente religiosa”, se expresa de manera especial en la liturgia. Y el pueblo debe participar en la liturgia no sólo con su presencia física, “sino con su voz, con su mente, con su corazón, con toda su alma” (CATTANEO, 2003, p. 498).

Cristo – Iglesia – liturgia: este es el trinomio sobre el que se concentra la reflexión del también benedictino Salvador Marsili. La liturgia es el momento salvífico a través del cual continúa la acción de Cristo en el mundo y en cada persona, acción redentora para los hombres y glorificadora con relación a Dios. Así entendida, la liturgia adquiere una base esencialmente cristológica. Y, a esta luz, la Iglesia resulta directamente como efecto de la liturgia, incluso antes de ser la ejecutora:

De la liturgia nace y de la liturgia vive la Iglesia. […] Los sacramentos configuraron la iglesia. Saliendo del cuerpo atormentado y desmembrado de Cristo, formaron un cuerpo misterioso para Cristo, capaz de llevar toda su vida divina. […] De la liturgia la Iglesia, consecuencia lógica y ontológica, si es verdad que los sacramentos realizan y llaman a la Iglesia a la existencia práctica. Es la liturgia la que santifica la sociedad, que hace a la sociedad santa, es decir, la Iglesia. (MARSILI, 1938, p. 232)

De su visión teológica de la liturgia, Marsili saca una conclusión de notable consideración teológica: la liturgia no es una realidad accidental en relación con la Iglesia, es, a su vez,

el principio básico y constitutivo, de modo que sin liturgia no puede haber Iglesia […]. No en el sentido de que la existencia de la iglesia reivindique una liturgia para satisfacer su deber de culto hacia la divinidad, sino en el sentido muy diferente de que sin la liturgia la iglesia no puede, en la actual economía cristiana, existir. […] La liturgia no está al lado de la Encarnación. La liturgia es el “Misterio de Cristo” siempre vivo y activo. (MARSILI, 1939, p. 73-78)

En términos aún más explícitos, Marsili afirma que “comprender la liturgia es comprender la Iglesia, y la incomprensión de una conduce inevitablemente a una falsa apreciación de la otra” (MARSILI, 1939, p. 17).

El Movimiento Litúrgico también se difundió en las Américas: el monje Virgil Milchel fundó, en 1925, el Movimiento Litúrgico en los Estados Unidos, en el monasterio de Saint John, en Collegeville. También es el fundador de la revista Orate frates, que en 1951 cambió su nombre a Worship (cf. NEUNHEUSER, 1987, p. 30).

1.4 El Movimiento Litúrgico en Brasil

En Brasil, el Movimiento Litúrgico surgió en 1933, en Río de Janeiro, y su exponente fue el monje benedictino Martinho Micheler. Recién llegado de Alemania, recibió el encargo de impartir un curso de Liturgia en el Instituto Católico de Estudios Superiores, fundado bajo la inspiración y dirección de Alceu Amoroso Lima, con el objetivo de ofrecer cursos de teología a estudiantes universitarios católicos. Sus clases tuvieron gran repercusión en la universidad católica y en los círculos intelectuales. Descubren con admiración que la liturgia es mucho más que un conjunto de rúbricas, gestos o ritos: es la vida de Cristo en nosotros, la acción de la Trinidad, la vida de la Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo. Dentro de la Acción Universitaria Católica, se formó un centro de liturgia. Los trabajos de este centro comenzaron con un retiro para un grupo de seis muchachos, guiado por dom Martinho, en una hacienda en el interior del Estado de Río, con el nombre de “seis días de comunidad”. En el pequeño grupo tendremos la figura del futuro continuador del Movimiento Litúrgico, con la reforma litúrgica, D. Clemente Isnard. Allí celebró la primera misa versus populum. La misa fue dialogada y esto también fue una novedad. En aquellos días, aquellos muchachos también descubrieron las riquezas del Oficio Divino. Pero lo importante no fueron las innovaciones en cuanto a la práctica de la celebración, que hoy nos pueden parecer insignificantes, sino el espíritu que implicaron: el redescubrimiento de la espiritualidad centrada en la oración de la Iglesia. Fue este espíritu el que cultivó dom Martinho, en una misa semanal celebrada en el Monasterio de San Benito para un grupo de universitarios. En 1935 se fundó la Acción Católica, presidida por Alceu Amoroso Lima, que se convertiría en la gran protagonista y difusora del Movimiento Litúrgico en todo Brasil. Tanto en Brasil como en los estados Unidos, el movimiento tuvo una particular atención a la dimensión social de la celebración (DA SILVA, 1983, p. 40-74).

Todo era muy nuevo: la liturgia se presentaba más allá de las rúbricas, mucho más que alegorismos. Se empezó a descubrir en Brasil una teología de la liturgia. Después de dom Martinho Michler, una serie de monjes como dom Beda Keckeisen, en Bahía, dom Polycarpo Amstalden, en São Paulo, dom Hidebrando Martins, en Río de Janeiro, la abadesa Luzia Ribeiro de Oliveira, en el monasterio femenino de Belo Horizonte, llevaron adelante las ideas de la participación activa de los fieles en la liturgia, conscientes, por supuesto, de que nada se puede anteponer a Cristo, el liturgista por excelencia. También tenemos al P. Gregory Lutz, quien puede ser considerado uno de los pioneros de la reforma litúrgica A pesar de haber estudiado y sido ordenado antes del Concilio Vaticano II, el descubrimiento de la liturgia durante la década de 1960 le abrió un nuevo mundo. Con dom José Clemente Isnard (1917—2011), pueden ser considerados los verdaderos promotores de la Reforma Litúrgica del Concilio Vaticano II en tierras brasileñas (Cf. GOPEGUI, pp. 21-22).

2 La impugnación del Movimiento Litúrgico

La refutación del Movimiento Litúrgico no se hizo esperar. La polémica giró en torno al tema liturgia-espiritualidad, por un lado, y liturgia-compromiso cristiano, por el otro. Reaparecerá una y otra vez, llegando hasta nuestros días.

En los años 1913-1914 se suscitó un vehemente debate entre el benedictino Festugière, defensor del Movimiento Litúrgico, y el jesuita Navatel, que impugnaba el Movimiento.

En Brasil, esta discusión se reflejó en la prolongada polémica entre la Acción Católica, apoyada por los benedictinos, y las Congregaciones Marianas, apoyadas por algunos jesuitas. En todo este asunto, el Seminario Corazón Eucarístico, de la Arquidiócesis de Belo Horizonte, jugó un papel destacado (DA SILVA, 1983, p. 163-199).

La discusión duró hasta la publicación de la encíclica Mediator Dei, en 1947, que asumió oficialmente las grandes ideas del Movimiento Litúrgico. Pero, como ocurre en algunos escritos del Magisterio, al mezclar elogios al Movimiento Litúrgico con advertencias sobre sus posibles exageraciones, no impidió la continuación de la polémica, alimentada por lecturas divergentes de la encíclica papal.

Lo que está en juego en la discusión es la concepción de la Liturgia. Para aquellos que refutan el Movimiento Litúrgico, la liturgia es solo el rostro ceremonial y decorativo de la misa, los sacramentos y los sacramentales, y esto todavía está presente en la mente de muchas personas. Para los defensores del Movimiento Litúrgico, la Liturgia es la presencia sacramental de la acción salvífica de Dios en la historia humana, es la oración de Cristo con su Iglesia. Así entendida, la liturgia no puede suponer ninguna amenaza para la piedad personal, que no puede concebirse sin ella.

El otro aspecto que llevó a cuestionar el Movimiento Litúrgico fue la relación entre celebración litúrgica y compromiso con la transformación de las realidades terrenas. Este enfrentamiento se produjo en el seno de la Acción Católica. En Brasil, esta oposición se dio de manera muy radical, al compás de la creciente conciencia de la urgencia de una acción capaz de transformar las situaciones de injusticia en que vivía la inmensa mayoría de la población. Si en algunos esta conciencia llevó a perder el entusiasmo por la vida litúrgica, en los más conscientes fue la causa de su profundización, impulsando al Movimiento Litúrgico a hacer que las situaciones concretas de la vida de hombres y mujeres configurasen la forma de la celebración. Así, el Movimiento Litúrgico pasó de una fase centrada principalmente en el pasado, a una fase en la que comenzaron a proponerse reformas más profundas, que harían de la celebración litúrgica una expresión de las angustias y esperanzas del ser humano de hoy.

3 Nueva fase del Movimiento Litúrgico

Si en los años 1903-1914 las reformas de Pío X habían precedido y dado origen al Movimiento Litúrgico, a partir de la Segunda Guerra Mundial, los desarrollos del movimiento pastoral litúrgico son los que el Papa Pío XII ratificó, al retomar el proyecto de Pío X y adaptarlo a las nuevas condiciones. Si antes de 1940 se trataba de poner al alcance del pueblo la liturgia existente y promover el canto gregoriano, entonces se verá más claramente la necesidad de una profunda reforma de los ritos y una introducción parcial de la lengua vernácula en las celebraciones. (BUGNINI, 2018, p. 40-44).

En 1947, incluso antes de consagrar la Encíclica Mediator Dei a la liturgia, el Papa Pío XII instituyó, dentro de la Congregación de Ritos, una comisión encargada de preparar una reforma general de la liturgia. Además, ya había tomado medidas específicas para atenuar la ley del ayuno eucarístico, a fin de facilitar la celebración de la misa nocturna y la comunión en los países en guerra, medidas que generalizó en 1953, con la Constitución Apostólica Christus Dominus. A partir de entonces el agua natural no rompía en ningún caso el ayuno eucarístico, y éste, en relación con cualquier otro alimento, se fijaba en tres horas antes de la comunión (CATTANEO, 2003, p. 508-515).

El primer fruto de la reforma deseada por Pío XII fue la autorización para celebrar la Vigilia Pascual durante la Noche Santa (1951). Cuatro años después, llegó el momento de la reforma de Semana Santa (1955). Después de un tiempo, con el desarrollo del movimiento bíblico, se prestó más atención a la palabra de Dios y su uso litúrgico. Pero para que todos tuvieran acceso, durante la celebración, a la mesa de la Palabra, era necesario que ésta fuera proclamada en lengua vernácula. Pío XII no creyó que el asunto estuviera lo suficientemente maduro para tomar una iniciativa general, y se contentó con ofrecer autorizaciones parciales para leer la Epístola y el Evangelio durante la liturgia solemne (1953). Permitió, sin embargo, la publicación de rituales bilingües, especialmente en alemán y francés (1947). Como primer paso hacia la reforma del Breviario, simplificó las rúbricas (1955) e hizo preparar un Códice de las rúbricas, que Juan XXIII publicó en 1960. Fue también Juan XXIII quien publicó el rito simplificado de la Dedicación de las Iglesias y Altares (1961). Pero ya había decidido presentar, al Concilio en preparación, los principios de la reforma general de la liturgia (CATTANEO, 2003, p. 508-515).

Este período constituye un momento muy singular para la teología, caracterizado por un intenso fervor de investigación y estudios en diversas áreas. Este es el fenómeno, llamado así en su momento por Romano Guardini, el “despertar de la iglesia en las almas” (GUARDINI, 1989, p. 21). La Iglesia, en los múltiples aspectos de la vida, estaba vinculada al centro de los intereses religiosos y teológicos. Asistimos a “una especie de maduración colectiva de lo que no había ocurrido, en el siglo XIX, salvo en la intuición de alguno, sino en un nuevo contexto histórico que requerirá, poco a poco, una nueva reelaboración del rostro institucional de la Iglesia” (FRISQUE, 1972, p. 214). Y por eso mismo, el Movimiento Litúrgico debe ser pensado también junto a otros movimientos que al mismo tiempo buscaban repensar otros aspectos de la práctica eclesial: el movimiento teológico y cristológico con la búsqueda del Jesús histórico, el movimiento catequético y el movimiento bíblico son algunos de los muchos que intentaban cambios.

Conclusión

El camino del Movimiento Litúrgico no fue fácil. No faltaron los ataques y discusiones por parte de fieles y obispos que no estaban de acuerdo con algunas tendencias y opciones de quienes impulsaban el movimiento:

Pero la polémica más importante (con consecuencias muy positivas, sin embargo) fue la que se desarrolló tanto a nivel teológico como espiritual, en torno a la visión “mistérica” de la liturgia, tal como la propone y defiende el benedictino alemán O. Casel. (NEUNHEUSER, 1992, p. 797)

Los beneficios y las intuiciones proféticas son evidentes hoy a la luz de la reforma litúrgica desencadenada por el Concilio Vaticano II. En primer lugar, el redescubrimiento de la participación activa del pueblo en la celebración litúrgica, la centralidad del misterio pascual, corazón de toda la vida litúrgica y la necesidad de la formación litúrgica de los pastores y del pueblo, todo ello basado en una sólida eclesiología y en una investigación seria y profunda sobre la naturaleza teológica y pastoral de la liturgia. De ahí la necesidad de hacer comprensible a los fieles la celebración de la misa y de los sacramentos, simplificando los ritos y utilizando la lengua local. Con el Movimiento Litúrgico renace el deseo de devolver a los fieles el Oficio Divino para promover el conocimiento de la Palabra de Dios y la oración de la Iglesia, y aumentar la vida espiritual del clero con el compromiso diario del Oficio Divino. El Movimiento no descuidó el gran campo de las artes, perfilando el principio de la belleza, de la sobriedad y de la sencillez.

F. Brovelli escribió que el Movimiento Litúrgico, hoy, es para la Iglesia

un importante patrimonio: esto favorece la búsqueda del sentido de la liturgia en la vida de la Iglesia y la comprensión de sus funciones específicas en el conjunto del desarrollarse de la misión. A la luz de esto y desde esta perspectiva, creemos que se aclara definitivamente el enunciado que habla de un movimiento litúrgico como una realidad que no sólo se incorpora parcialmente a la reforma conciliar; de hecho, la atraviesa y la supera, ofreciendo las deliberaciones conciliares y futuras demandas de interés para todos los cristianos. (BROVELLI, 1987, p. 74).

Washington da Silva Paranhos. FAJE. Texto original portugués. Sometido: 10/10/2020. Aprobado: 30/11/2021. Publicado: 30/12/2021.

Siglas

TS = Tra le sollecitudini

ML = Movimiento Litúrgico

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