Iniciación a la vida cristiana

Índice

Introducción

1 La renovación catequética en América Latina

2 El proceso de iniciación a la vida cristiana

2.1 El qué de la iniciación cristiana

2.2 ¿Para quién la iniciación cristiana?

2.3 El cómo de la iniciación cristiana

2.4 El dónde de la Iniciación Cristiana

3 La dimensión misionera de la iniciación a la vida cristiana

Referencias

Introducción

Desde el Concilio Vaticano II resurgió un verdadero proceso de educación en la fe, que implicó directamente una renovación de la comprensión de la catequesis. El Concilio pide a los obispos que restablezcan el catecumenado (CD n. 14) entendido como un tiempo de “instrucción conveniente” (SC n. 64), precedido por el anuncio de Cristo que suscita la continuación de la conversión (AG n. 13). ). En este sentido, se propone un itinerario catequético que no es “una mera exposición de dogmas y preceptos, sino una educación de toda la vida cristiana” (AG n. 14). Este camino presupone una mayor integración con la experiencia litúrgica de la comunidad cristiana y pretende “unir a los discípulos con Cristo su Maestro” (AG n. 14). El proceso propone un aprendizaje que lleva a la persona “a través del testimonio de vida y la profesión de fe a cooperar activamente en la evangelización y edificación de la Iglesia” (AG n. 14). Como resultado de la indicación de una nueva formación catequética, se publicó en 1972 el Ritual de Iniciación Cristiana para Adultos (Rica), que presenta un rescate de la iniciación cristiana inspirada en los orígenes del cristianismo, y se convierte en un referente para la pastoral catequética. Así, surgen indicios de abandonar la idea de una catequesis entendida meramente como instrucción en la fe, para abrazar la concepción original de la IVC.

La Iglesia en América Latina, desde la perspectiva de la eclesiología posconciliar, enfrentó el desafío de transmitir la fe a las nuevas generaciones y desarrolló un camino con propuestas concretas de renovación catequética. Especialmente con las últimas cuatro Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano y las Semanas de la Catequesis Latinoamericana, la catequesis ha sido rescatada como una IVC que no se puede concebir sin integrar la fe profesada con la fe celebrada y testificada.

1 La renovación catequética en América Latina

En 1968, la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Medellín – Colombia, destacó la necesidad de renovar la catequesis. Sugirió evangelizar y catequizar respondiendo a las necesidades de la gente sencilla y analfabeta, pero también de los intelectuales. Se propuso buscar nuevas formas de estar presente en las diferentes formas de expresión y comunicación de la sociedad. La conferencia pidió que la catequesis renovada manifestase la profunda unidad entre el plan salvífico del plan de Dios, realizado en Cristo, y las aspiraciones del ser humano. Insistió en que la catequesis tuviese un carácter dinámico y evolutivo y que profundizase la comprensión de la verdad revelada, sin desconocer los cambios económicos, sociales y culturales de ese continente.

El Documento de Medellín también destacó la importancia de una “evangelización de los bautizados”, para llevarlos al compromiso personal con Cristo y la obediencia de la fe. Sugirió que se revisasen la pastoral de la confirmación y las formas de catecumenado, con el fin de prepararlos mejor para los sacramentos. Destacó la urgencia de revisar lo que pueda ser un obstáculo para la re-evangelización de los adultos y pidió una catequesis capaz de extenderse a las comunidades de base, sin limitarse a la vida individual. La catequesis comunitaria, según Medellín, debe considerar a la familia como el entorno primario en el que se desarrolla todo cristiano. También insistió en la promoción de los catequistas laicos y en la formación de diáconos permanentes para el ministerio de la Palabra. Además, destacó la importancia de revisar el lenguaje, buscando anunciar el Evangelio considerando los diferentes entornos étnicos y culturales. Para ello, propuso multiplicar los institutos catequéticos, en los que pastores, catequistas, teólogos y especialistas en ciencias humanas pudieran dialogar y trabajar juntos para ofrecer nuevas formas de palabra y acción, preparar material pedagógico actualizado y evaluar trabajos realizados.

En 1979, la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de Puebla-México tuvo como telón de fondo la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi y, en su enfoque de la catequesis, siguió a Medellín. Reforzó la necesidad de integrar la vida con la fe, la historia humana con la historia de la salvación. Luego indicó una pedagogía catequética que partiese de la persona de Cristo para llegar a sus preceptos y consejos. Destacó el fundamento de la Sagrada Escritura como fuente principal de la catequesis. Promovió una educación sobre el sentido crítico y constructivo de la persona y la comunidad en una perspectiva cristiana. Destacó el redescubrimiento de la dimensión comunitaria de la catequesis, entendida como un proceso dinámico, gradual y permanente de educación en la fe.

En 1982 se realizó en Quito – Ecuador la “1ª Semana Latinoamericana de Catequesis”, con la intención de realizar una lectura catequética del “Documento de Puebla”. Se reflexionó sobre el valor fundamental de la comunidad para la catequesis, sobre la centralidad de la Palabra de Dios y sobre la opción por los pobres en toda actividad catequética. Se sugirió mejorar la formación de los catequistas, asumir la cultura popular y la religiosidad, celebrar la fe integrando la catequesis y la liturgia, y formar cristianos comprometidos con la liberación integral.

En 1983, el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) publicó el documento La Catequesis en América Latina: líneas comunes, que enfatizó la necesidad de una metodología propia en la catequesis inspirada en la pedagogía expresada en la relación de Dios con su pueblo. Destacó la necesidad de la participación activa de la comunidad en el proceso de evangelización y recomendó que la catequesis se organizase en el ámbito de la pastoral de conjunto, para enfrentar los desafíos en los contextos latinoamericanos y caribeños.

En 1992, la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de Santo Domingo – República Dominicana tuvo como idea central la Nueva Evangelización y, como meta, la inculturación del Evangelio. En su discurso inaugural, San Juan Pablo II recordó la importancia de la catequesis, a la que todos los evangelizadores deben prestar especial atención. La catequesis se menciona como el ministerio profético de la Iglesia que actualiza la revelación amorosa de Dios manifestada en Jesucristo. La conferencia consideró que la catequesis en América Latina no llega a todos o que muchas veces ocurre de manera superficial sin transformar la vida de las personas, las comunidades y la sociedad.

Santo Domingo propuso que la catequesis sea kerigmática y misionera, para que realmente haya una Nueva Evangelización. Insistió en que los catequistas sean dotados de sólidos conocimientos bíblicos desde la perspectiva de la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, para iluminar la realidad actual a través de la Palabra de Dios.

De esta manera, la catequesis será eficaz para inculturar el Evangelio, alcanzando a las personas desde la niñez hasta la edad adulta. Asimismo, afirmó el valor de producir diversos instrumentos catequéticos para la relación entre fe y vida. Para afrontar algunos retos pastorales, el “Documento de Santo Domingo” sugirió una acción catequética más intensa, con énfasis en la Pastoral Vocacional, apoyada en la catequesis de confirmación. Asimismo, enfatizó la participación de los laicos en el proceso de formación catequética. Y, ante el avance de las sectas fundamentalistas, entre inmigrantes, entre poblaciones sin atención de sacerdotes y con gran ignorancia religiosa, indicó una catequesis que instruyese al pueblo sobre el misterio de la Iglesia.

Santo Domingo ordenó que la catequesis se adapte a los desafíos pastorales de la migración, en los que aparecen el desarraigo cultural, la inseguridad, la discriminación y la degradación moral y religiosa. Y, para afrontar los retos de la familia actual, sugirió que la catequesis familiar debe valorar la oración en el hogar, la eucaristía, la participación en el sacramento de la reconciliación y el conocimiento de la Palabra de Dios.

En 1994 se realizó en Caracas – Venezuela la II Semana Latinoamericana de Catequesis, que reflexionó sobre los criterios de inculturación del mensaje evangélico en la catequesis según el Documento de Santo Domingo.

En 1997, la Congregación para el Clero publicó el Directorio General de Catequesis, resultado del proceso iniciado a finales del siglo XIX por el movimiento catequético. El documento considera la catequesis como un servicio a la Palabra de Dios y centro de transmisión de la fe, valorando la dimensión de la experiencia y de la vivencia comunitaria. El directorio propuso la recuperación del catecumenado como itinerario para llegar a la verdadera iniciación en la vida de fe. Así, se promovió la superación del modelo catequético centrado en la instrucción, que enfatizaba la dimensión meramente intelectual y doctrinal de la fe cristiana.

En 1999, el CELAM publicó el documento Catequesis en América Latina: orientaciones comunes a la luz del Directorio general de catequesis, proponiendo la recepción del Directorio General de catequesis para el contexto latinoamericano. Entre 2000 y 2005 se realizaron varios encuentros con las comisiones episcopales de catequesis en varios países de América Latina, para abordar los temas del kerigma y de la iniciación cristiana a la luz del Rito de Iniciación Cristiana para Adultos.

En 2006, en preparación a la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida – Brasil, se realizó en Bogotá – Colombia la III Semana Latinoamericana de Catequesis, que reflexionó sobre la necesidad de un nuevo paradigma para la catequesis, especialmente para formar el catequista. como discípulo misionero. Las reflexiones de este encuentro influyeron en la Conferencia de Aparecida, especialmente en lo que respecta a la relación entre la iniciación cristiana y la comunidad eclesial y, sobre todo, destacó la necesidad de una catequesis catecumenal.

En 2007, se celebró en Aparecida la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, y se constató cómo la catequesis renovada había dado buenos resultados en todo el continente, debido a la animación bíblica de la pastoral. Esto proporcionó un mayor conocimiento de la Palabra de Dios y una mejor formación de los catequistas. Sin embargo, se constató que el lenguaje utilizado en la catequesis seguía siendo poco significativo para la cultura actual y, en particular, para los jóvenes.

El tema de la iniciación cristiana fue tratado en el capítulo VI del documento de Aparecida, y caracterizado como “el camino de formación de los discípulos misioneros” (DAp cap. VI). Y caracterizó el itinerario como un camino de crecimiento que comienza con el kerigma, guiado por la Palabra de Dios, conduce a un encuentro personal y progresivo con Jesucristo, lleva a la conversión y al seguimiento en una comunidad eclesial que madura en la práctica de los sacramentos, en el servicio y en la misión (DAp n. 289).

El Documento de Aparecida, si bien reconoce el progreso de la catequesis y la disponibilidad de tantos evangelizadores, llama la atención sobre la falta de formación de los catequistas y la falta de actualización de los materiales y métodos pedagógicos en la catequesis. Subrayó la importancia de que la catequesis no sea solo doctrinal, sino una propuesta para el cultivo de la amistad con Cristo a través de la oración, la valorización de la celebración litúrgica, la experiencia comunitaria y el servicio en el compromiso apostólico. Propuso la elaboración de materiales, basados en el Catecismo de la Iglesia Católica, la Doctrina Social de la Iglesia y el Directorio Ecuménico. Indicó que la catequesis necesita valorar la religiosidad popular y realizar visitas a las familias para comunicar los contenidos de la fe, fomentar la oración y la devoción mariana en los hogares. A través de la catequesis, Aparecida propone una renovación de la comunidad eclesial, formando y consolidando iglesias domésticas, ayudando a la unidad de las familias.

La V Conferencia entendió que la educación en la fe debe ser integral y transversal en las instituciones católicas y, por tanto, deben promover el servicio pastoral, en comunión con la comunidad cristiana, incluyendo la catequesis. También advirtió que los medios de comunicación no pueden olvidarse de la catequesis, para que la Buena Nueva llegue a millones de personas. También destacó la via pulchritudinis (camino de la belleza) como un medio privilegiado de evangelización y diálogo, ya que el uso del arte es importante en la catequesis de niños, adolescentes y adultos.

El Documento de Aparecida, por tanto, invierte en el modelo operativo de la iniciación cristiana como vía ordinaria e indispensable para llevar a cabo la evangelización. Los obispos latinoamericanos reconocieron la necesidad de fortalecer y profundizar la IVC: “Sentimos la urgencia de desarrollar, en nuestras comunidades, un proceso de Iniciación a la Vida Cristiana que comience con el kerigma y que, guiado por la Palabra de Dios, conduzca a un encuentro personal, cada vez más, con Jesucristo ” (DAp n. 289).

2 El proceso de iniciación a la vida cristiana

La IVC depende de un anuncio explícito de la persona de Jesucristo, ya que “conocer a Jesús es el mejor regalo que cualquiera puede recibir. Encontrarlo fue lo mejor que nos ha pasado en la vida. Darlo a conocer con nuestra palabra y nuestros hechos es nuestra alegría” (DAp n. 29). En este sentido, la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium afirma que “en la catequesis juega también un papel fundamental el primer anuncio o kerigma, que debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora y de todo intento de renovación eclesial” (EG n. 164).

La IVC tiene la misión de introducir a la persona en la dinámica del encuentro con Jesucristo. Para ello, el Documento de Aparecida, atento a los desafíos de los contextos, advierte que “se impone la tarea irrenunciable de ofrecer una modalidad de iniciación cristiana, que, además de marcar el qué, también dé elementos para el quién, el cómo y el dónde se realiza” (DAp n. 287).

2.1 El qué de la iniciación cristiana

No es posible transmitir la fe a las nuevas generaciones enseñando solo costumbres, fórmulas o prácticas religiosas. En primer lugar, hay una relación de cercanía, encuentro y diálogo que suscita una postura, acoger la llamada de Jesús: “Ven y mira” (Jn 1,39). En este sentido, la IVC es un proceso prolongado en el tiempo por el que la persona recibe el anuncio de Jesucristo y se inserta paulatinamente en la comunidad cristiana para propiciar una experiencia que cambia la vida de la persona de acuerdo con el Evangelio.

La expresión iniciación cristiana se refiere al Ritual de Iniciación Cristiana para Adultos (Rica) que rescata la metodología de la Iglesia desde los primeros siglos para formar discípulos de Jesucristo e insertarlos en la comunidad de fe. Es un itinerario pedagógico marcado por el primer anuncio de Jesucristo (kerygma), seguido de una profundización en la fe de la Iglesia (catecumenado), que incita a la conversión para configurar gradualmente la vida de la persona al estilo del Evangelio (purificación e iluminación); luego ofrece la recepción de los sacramentos del bautismo, la confirmación y la eucaristía y se extiende con una educación al Misterio (mistagogía).

En la Iglesia antigua, la iniciación a la fe tenía lugar en comunidad a través de la integración entre catequesis y la liturgia. El proceso se desarrollaba de manera mistagógica, a través de oraciones, celebraciones y ritos que caracterizaban una espiritualidad que pretendía la configuración del candidato a Cristo, el “Nuevo Adán”.

El itinerario se centraba en el misterio de Cristo y su Iglesia. La persona era introducida paulatinamente en una nueva realidad, en el misterio de Jesucristo, en su pasión, muerte, resurrección, ascensión y parusía. Este misterio se actualiza por la misión del Espíritu que el Hijo y el Padre envían a la comunidad. Así, por el misterio de la Iglesia, como comunidad de fe, y por la acción del Espíritu, vive y se revela la presencia del Resucitado en el mundo.

A través de la IVC, la persona participa del diálogo de salvación ofrecido por Dios a la humanidad y revelado en Jesucristo. El ser humano está llamado a una relación filial con el Padre de Jesús a través de una propuesta divina que espera una respuesta humana. En la incorporación al Misterio Pascual de Cristo, la persona es guiada por un proceso que se revela en la dinámica entre tinieblas-luz, pecado-gracia, esclavitud-liberación, muerte-vida. Este discernimiento tiene lugar a través de varios momentos importantes del proceso catecumenal y se extiende a lo largo de toda la vida del cristiano.

2.2 ¿Para quién la iniciación cristiana?

Los destinatarios prioritarios de IVC son aquellos que no conocen a Cristo o que se han apartado de la fe, especialmente los adultos. Se constata que la ausencia de un primer y fundamental anuncio de Jesucristo ha generado, en América Latina, un vacío de graves consecuencias, ya que produjo una masa de bautizados alejados de la comunidad eclesial. También desafía al número de personas que no conocen a Jesucristo o que siempre lo han rechazado (EG n. 14). Esta realidad impulsa la misión y la pastoral de una Iglesia “en salida” que llega a las periferias geográficas y existenciales para acercar el kerigma a todos, sin presuponer ni dar por hecho nada en cuestión de fe.

La catequesis, especialmente en América Latina, también necesita tener una mirada diferente sobre los pobres, ya sea por su apertura a la fe o por la necesidad que sienten de Dios, porque “la opción preferencial por los pobres debe traducirse, sobre todo, en una atención religiosa privilegiada y prioritaria” (EG n. 200).

A los niños, adolescentes y jóvenes bautizados se les ofrece una metodología de catequesis con inspiración catecumenal para completar su IVC con la confirmación y la eucaristía. Se trata de superar una perspectiva centrada en la instrucción a través del paradigma iniciático, que implica una mejor integración de la catequesis con la liturgia y el sentido de pertenencia comunitaria. Sin esta perspectiva, la catequesis ofrece los sacramentos sin iniciar en la fe y, no pocas veces, los niños y adolescentes desaparecen de la comunidad después de la confirmación o de la primera eucaristía. Es urgente, recuerdan los obispos, que exista un itinerario para formar discípulos de Jesucristo que, al recibir los sacramentos, se sientan fortalecidos para continuar en el camino iniciado.

2.3 El cómo de la iniciación cristiana

El proceso está marcado por tiempos y etapas. Un tiempo es como un período pastoral más o menos prolongado en el que los candidatos buscan los caminos de la fe y crecen, correspondiendo a algunas iniciativas propuestas. Se puede utilizar la analogía de los pasos, mediante los cuales el candidato asciende gradualmente a medida que se inicia en la fe. En el proceso de inspiración catecumenal, se proponen cuatro tiempos: a) el pre-catecumenado; b) el catecumenado; c) la purificación e iluminación; yd) la mistagogía.

Las etapas, a su vez, son pasos entre un momento y otro. Son como puertas por las que se pasa para subir los peldaños de una escalera por la que se sube. Se realizan con celebraciones especiales que les dan densidad y experiencia. Hay ciertos períodos de cambio más cualitativo, que requieren el apoyo de la Iglesia, para que el candidato se configure cada vez más con Cristo, el “Nuevo Adán”. Las etapas también se pueden llamar “pasos” marcados por celebraciones en la comunidad eclesial. Hay tres etapas: a) Celebración de la entrada en el catecumenado; b) Celebración de la elección;  y c) Celebración de los sacramentos del bautismo, la confirmación y la eucaristía. Todo el proceso necesita adaptarse a diferentes edades, entornos y realidades socioculturales para poder formar discípulos misioneros. Cada tiempo y cada etapa tiene unas características propias que definen el itinerario de iniciación.

Primer tiempo: kerigma o pre-catecumenado. Es la oportunidad de recibir la primera evangelización, durante la cual, de diferentes formas, se anuncia a Cristo. Este tiempo permitirá una apertura a la fe que conducirá a la conversión de vida. Este es el momento más difícil y también el más importante, ya que condiciona toda la iniciación. En ese momento, está el papel primordial de la comunidad cristiana, que debe evangelizar, acoger y apoyar a quienes acogen el kerigma. Si el oyente se convierte a Cristo y desea libremente conocer más a Jesucristo y entrar en su Iglesia, entonces pasara a la primera etapa.

Primera etapa: celebración de la entrada en el catecumenado. Marca el primer encuentro oficial entre la Iglesia y quien aceptó el kerygma. El oyente expresa su firme intención de seguir a Cristo y conformar su vida a la Iglesia. Éste, entonces, le acoge litúrgicamente. Solo los convertidos pueden ser admitidos por esta puerta. La liturgia para entrar en el catecumenado es la más elocuente de todas las etapas. Se trata de marcar los sentidos con la cruz. Sin embargo, solo será verdadera y fecunda si el candidato se convierte a Cristo, con la firme voluntad de seguirlo en su Iglesia.

Segundo tiempo: catecumenado. Solo cuando surge la fe se puede educar y nutrir. La actividad formativa se denomina catecumenado (RICA n. 19-20 y 98-105). Es un tiempo extenso de aprendizaje de la vida cristiana. Ocurre, entonces, la catequesis propiamente dicha, cuando se profundizan los enunciados de la fe y de la vida cristiana, especialmente de cada uno de los artículos del Credo (Símbolo Apostólico). Este tiempo va acompañado de ritos de distintos tipos. Los cuatro ritos principales son las celebraciones de la Palabra de Dios; los exorcismos menores; las bendiciones; y, eventualmente, algunos ritos de paso previstos en el Rica. Estas celebraciones, sin embargo, no constituyen etapas en el sentido estricto del término. La experiencia de la oración asume un lugar primordial en esta formación. Tiene lugar tanto en la oración personal por el reencuentro con Cristo y el Espíritu Santo, como en la oración comunitaria por la celebración del Misterio de la Salvación en la Iglesia.

Segunda etapa: celebración de la elección o inscripción del nombre. Esto expresa que Dios, a través de su Iglesia, elige a los catecúmenos que serán iniciados sacramentalmente durante las próximas fiestas de Pascua. Suele ocurrir al inicio de la Cuaresma. Para ello, es necesario que la conversión inicial del tiempo del kerigma haya alcanzado un mayor desarrollo y maduración. Esta celebración precede al comienzo del tercer tiempo.

Tercer tiempo: purificación / iluminación. Esto normalmente coincide con el tiempo litúrgico de Cuaresma y se llama “retiro bautismal” o “purificación e iluminación” (RICA n. 21, 25-26 y 152). Es el momento de la preparación inmediata para los sacramentos de iniciación. Se profundiza respectivamente en los evangelios previstos en la liturgia del tercer, cuarto y quinto domingo de Cuaresma del año A. Se trata esencialmente de una catequesis bautismal, porque refleja especialmente el Evangelio de la samaritana que busca el “Agua Viva” que apaga toda sed humana; el ciego de nacimiento que quiere ser iluminado con la verdadera Luz para ver; y la resurrección de Lázaro que revela quién es la Resurrección y la Vida. Con la comunidad de los fieles, los elegidos están dispuestos a vivir el Misterio Pascual. El Rica también prevé, en ese momento, o en el catecumenado, dos celebraciones de entrega: del Símbolo (Creo) y de la oración del Señor (Padre Nuestro). En el Símbolo se recuerdan las maravillas que el Señor realizó en la Historia de la Salvación. La oración del Señor educa para el sentido de la filiación divina y el encuentro fraterno de los cristianos (RICA n. 25). En estas entregas, la Iglesia transmite el tesoro de la fe (traditio) que, una vez recibido, vivido y crecido en el corazón del catecúmeno, enriquece a la Iglesia misma en la medida en que la persona acepta y vive lo que le ha sido transmitido, como una respuesta al que recibió (redditio).         

Tercera etapa: celebración de los sacramentos de iniciación. Normalmente ocurre durante la Vigilia Pascual. El bautismo es el primer acto de esta celebración, cuyo carácter trinitario-pascual se subraya. Es deseable que, según una costumbre muy antigua, la confirmación se produzca inmediatamente después del bautismo (RICA n. 34). La eucaristía completará la iniciación de la que es cumbre. Los tres sacramentos se confieren en una misma celebración.

Cuarta etapa: mistagogía. Este es el momento en que la comunidad debe ayudar al cristiano a profundizar la riqueza del acontecimiento sacramental de la iniciación y el significado de la celebración de la fe para la vida del discípulo de Jesucristo. Durante el tiempo de Pascua, se invita a los iniciados a participar en las celebraciones dominicales de la Quincuagésima Pascual. Las celebraciones eucarísticas posteriores a la Pascua se denominan “misas por los neófitos”, en las que los padrinos, catequistas y colaboradores del catecumenado están llamados a participar junto con los iniciados (RICA 40, 57). Se trata de una profundización espiritual a través de la vida litúrgica de la comunidad y también a través de la catequesis que orientan hacia el sentido de la vivencia litúrgica.

2.4 El dónde de la Iniciación Cristiana

El punto de partida de la IVC es el kerigma que tiene lugar, sobre todo, en los lugares donde se desarrolla la vida, en los lugares de ocio, trabajo, cultura, formación, también a través de los medios de comunicación, en momentos de dolor y angustia, en las situaciones en las que la gente busca un sentido para vivir. Asimismo, los espacios internos de la comunidad cristiana – las celebraciones de la comunidad, sus actividades pastorales, caritativas, formativas, culturales – están llamados a ser lugares de primer anuncio.

El encuentro personal con Jesús no puede separarse del encuentro comunitario con quienes recorren el mismo camino. La fe cristiana no solo propone una relación entre el  y el yo, también se relaciona con el nosotros. No hay fe que no se viva en la Iglesia, en comunidad. La IVC encuentra su propio ambiente en la comunidad eclesial: el lugar donde el discípulo misionero nace, se nutre, crece, se fortalece y vive como miembro de la familia de Dios. Asimismo, todo el objetivo de la IVC es la inserción del cristiano en la Iglesia, en la comunidad de seguidores de Cristo. Así, la Iglesia-comunidad es a la vez madre que siempre genera nuevos hijos para la fe y madre que sostiene y fortalece a sus hijos en el camino hacia el Reino de Dios.

3 La dimensión misionera de la iniciación a la vida cristiana  

A partir de la III Semana Latinoamericana de Catequesis, se impulsaron iniciativas con el objetivo de formar discípulos misioneros. Este camino catecumenal implica también educar a cristianos comprometidos con su realidad social, política y cultural, abiertos al diálogo con el mundo y a ser defensores de la vida, los derechos humanos y la naturaleza, de acuerdo con la Doctrina Social de la Iglesia (CELAM, 2008b, n. 136).

Relacionando fe y vida, el discípulo misionero “tiene la experiencia del encuentro con Jesucristo vivo, madura en su vocación cristiana, descubre la riqueza y la gracia de ser un misionero que anuncia la Palabra con alegría ” (CELAM, 2007, n. 167).

El anuncio de la fe y su dimensión misionera están relacionados con la convicción cristiana de que sólo en Jesús el ser humano puede alcanzar la salvación. Esta buena noticia debe llevarse a toda la humanidad. Por eso, el anuncio de Jesucristo siempre debe ser repensado, reformulado, anunciado y revivido dentro de cada cultura.

La IVC presupone una renovación de las comunidades eclesiales a través de la conversión que va más allá de una pastoral de mantenimiento a través de una pastoral esencialmente misionera, que promueve una cultura de encuentro, proximidad y diálogo. Sólo así la IVC será la promotora de una eclesiología con sentido de pertenencia y comunión entre los bautizados.

Se pretende una catequesis “en salida”, es decir, esencialmente misionera, capaz de romper las barreras que impiden la comunicación de la fe a las distintas periferias geográficas-existenciales y proponer una auténtica IVC que forme discípulos misioneros. Ir al encuentro del otro es la urgencia de la catequesis kerigmática y mistagógica en contexto latinoamericano.

Dom Leomar Antônio Brustolin. PUC RS y Arzobispo de Santa Maria, RS.. Enviado: 16/08/2021. Aprovado: 31/08/2021. Publicado: 24/12.2021.

 Referencias

CONCÍLIO ECUMÊNICO VATICANO II. CONSTITUIÇÃO DOGMÁTICA DEI VERBUM. In: KLOPPENBURG, Frei Boaventura (org.). Compêndio do Vaticano II: constituições, decretos, declarações. Petrópolis: Vozes, 1968.

CONGREGAÇÃO PARA O CLERO. Diretório Geral para a Catequese. São Paulo: Paulinas, 2002.

CONGREÇÃO PARA O CULTO DIVINO. Ritual da Iniciação Cristã de Adultos. Trad. portuguesa para o Brasil da edição típica. São Paulo: Paulinas, 2003.

CONSELHO EPISCOPAL LATINO-AMERICANO.  Documentos do CELAM: conclusões das Conferências do Rio de Janeiro, Medellín, Puebla e Santo Domingo. São Paulo: Paulus, 2004.

CONSELHO EPISCOPAL LATINO-AMERICANO. Documento de Aparecida: texto conclusivo da V Conferência Geral do Episcopado Latino-americano e do Caribe. São Paulo: Paulinas, 2007.

CONSELHO EPISCOPAL LATINO-AMERICANO. Manual de catequética. São Paulo: Paulus, 2008a.

CONSELHO EPISCOPAL LATINO-AMERICANO. A caminho de um novo paradigma para a catequese: III Semana Latino-americana de catequese. Brasília: Edições CNBB, 2008b.

CONSELHO EPISCOPAL LATINO-AMERICANO. A alegria de iniciar discípulos missionários na mudança de época. Brasília: Edições CNBB, 2017.

FRANCISCO. Exortação Apostólica Evangelii Gaudium. São Paulo: Paulinas, 2013.

JOÃO PAULO II. A catequese hoje: Exortação Apostólica Catechesi Tradendae. São Paulo: Paulinas, 1982.

JOÃO PAULO II.   Ecclesia in America: exortação apostólica pós-sinodal. São Paulo: Paulinas, 2002.

PAULO VI. Evangelii Nuntiandi: Exortação Apostólica do Sumo Pontífice sobre a Evangelização no mundo contemporâneo. São Paulo: Paulinas, 1976.

PONTIFÍCIO CONSELHO PARA PROMOÇÃO DA NOVA EVANGELIZAÇÃO.  Diretório Geral para a Catequese. São Paulo: Paulus, 2020.