Misal de San Pío V

Índice

1 Terminología

2 Historia

3 Controversias en torno al Misal de San Pío V

4 De las controversias a la separación

5 En busca de la reconciliación y la paz litúrgica: Benedicto XVI y el Summorum Pontificum

6 Desafíos que permanecen

Referencias

1 Terminología

Los términos “Misal de San Pío V”, “Misal Tridentino”, “Misal tradicional”, “Misal de siempre”, “Misal gregoriano”, “Misal romano clásico” y también misal de la forma antiquior (de la forma más antigua), usus antiquior (uso antiguo) o vetus ordo (antiguo ordo) forman el campo léxico en torno a esa forma de celebración eucarística que Benedicto XVI designó como “Misa según la forma extraordinaria del rito romano”. Con esta clasificación, Benedicto XVI aclaró que el Misal Romano, promulgado por Pablo VI en 1969, es la expresión ordinaria de lex orandi de la Iglesia Católica de rito latino. Sin embargo, desde 2007 y debido al Motu Proprio Summorum Pontificum, se han abierto más posibilidades de celebración de acuerdo con el usus antiquior, consolidado en la edición típica del Misal Romano de 1962, bajo el pontificado de Juan XXIII. Estos no son dos ritos diferentes, sino dos formas diferentes del mismo rito. Debido a su uso generalizado y su importancia histórica, conservaremos en esta entrada la designación “Misal de San Pío V”. Esta designación también es utilizada por la Instrucción General del Misal Romano. (IGMR n.8).

2 Historia

Fue a partir del siglo X cuando el término “misal” y sus correlativos (liber missalis, missale plenum, missale plenarium) se hicieron frecuentes para indicar los libros litúrgicos con todos los textos eucológicos y bíblicos necesarios para la celebración de la misa. El término misal surgió por razones prácticas que produjeron la fusión de varios textos prescritos para las misas en un solo volumen portátil. Anteriormente, estos textos estaban separados, parte de ellos en los sacramentarios, que también incluían las oraciones eucarísticas y el rito de comunión, y las otras partes en los leccionarios, salterios y antifonarios.

El creciente desuso y olvido de la concelebración eucarística, el fenómeno de la multiplicación de “misas privadas” por razones devocionales, especialmente el sufragio de los difuntos causó la edición de fascículos con series de misas (libelli missarum) con numerosas misas cotidianas por los difuntos y otras misas votivas.  La practicidad de estos folletos, por dispensar del manejo de los voluminosos sacramentarios y los antiguos leccionarios, agradaron al clero religioso y secular. Así, en el siglo XIII, ya se había completado la transición que estableció la preferencia por el misal como libro litúrgico del altar.

Correspondió principalmente a los franciscanos, en sus actividades misioneras y en la expansión de las fundaciones conventuales, difundir en toda Europa lo que se ha convertido en el misal más extendido hasta ahora. Es el Missale secundum consuetudinem curiae, es decir, el misal de la Capilla Papal que, a su vez, reproducía fielmente el misal vigente en el pontificado de Inocencio III (1198-1216). Con el advenimiento de la imprenta, este misal recibió su primera edición impresa en 1474 y más tarde fue la referencia fundamental para la elaboración del Misal de San Pío V, en 1570.

El siglo XVI estuvo profundamente agitado por los acontecimientos derivados de la Reforma Protestante, iniciada por Lutero en 1517. La ola de desafíos teológicos también alcanzó la praxis litúrgica de la Iglesia romana. Por otro lado, ya había un movimiento constante de renovación teológica y pastoral en la propia esfera romana. Tal renovación requirió aclaraciones doctrinales, profundización espiritual y normas disciplinarias con respecto a los sacramentos, especialmente la Eucaristía. Es en este contexto donde se lleva a cabo el Concilio de Trento (1545-1563) y la consiguiente edición de libros litúrgicos revisados. Es de este ambiente de donde emerge el Misal Romano de San Pío V.

Con respecto a la Eucaristía, aunque con diversos matices, el protestantismo emergente cuestionó la comprensión tradicional de la presencia de Cristo en el sacramento eucarístico y rechazó la comprensión de la Misa como una actualización del sacrificio del Calvario, ofrecido de una manera mística y sin sangre en el altar. a través del ministerio de sacerdotes. El Concilio de Trento defendió y reafirmó la doctrina católica sobre la Misa, haciendo hincapié en la presencia real de Cristo bajo la especie eucarística y el carácter sacrificial de la Misa (DH 1738-1743, 1751-1754). También se catalogó una serie de abusos a evitar en la misa y se indicó la forma correcta de su celebración (BOROBIO, 1993, p.232-240).

Desde el período medieval, los numerosos abusos litúrgicos han sido una dolorosa herida abierta en la vida de la Iglesia. El Concilio Tridentino se esforzó por frenar la irreverencia y el descuido, así como por castigar el sacrilegio, la superstición y la codicia que frecuentemente distorsionaban los actos litúrgicos (JUNGMANN, 2010, p.145-149). Le correspondió al Papa Pío IV (1499-1565) recibir oficialmente la pesada tarea de una gran revisión de la praxis litúrgica, pero fue su sucesor inmediato, el Papa Pío V (1504-1572) quien realmente la llevó a cabo.

El objetivo principal de la revisión litúrgica tridentina era salvaguardar la ortodoxia doctrinal y eliminar los abusos. La revisión y edición de los libros litúrgicos reformados fue el camino elegido. Al tratar de llevarlo a cabo, el objetivo era restaurar los ritos litúrgicos de acuerdo con la antigua norma de los Santos Padres. Los límites de la investigación, en esos tiempos verdaderamente difíciles, hicieron que San Pío V eligiera preservar esas formas históricas de la tradición litúrgica a las que tuvieron acceso los eruditos de la época. En vista de esta tradición litúrgica impugnada por los reformadores, también se optó por introducir las modificaciones mínimas en los ritos sagrados. Por esta razón, “el misal de 1570 difiere poco del primer misal impreso en 1474 que, a su vez, reproduce fielmente el del tiempo del Papa Inocencio III” (IGMR n. 7). La limitación impuesta a los liturgistas tridentinos también se refirió a las fuentes investigadas: “además, los manuscritos de la Biblioteca del Vaticano, aunque sugiriesen algunas correcciones, no permitían ir más allá de los comentarios litúrgicos medievales, en la investigación de los antiguos y probados autores” (IGMR n.7). La culminación de este proceso tuvo lugar en 1570 con la bula Quo primum tempore, en la que Pío V promulgó el misal revisado, más tarde asociado con su nombre.

La comprensión sobre la “norma de los Santos Padres”, es decir, la praxis litúrgica de los Padres de la Iglesia fue la guía inspiradora de la revisión que generó el Misal de San Pío V. La comprensión de la liturgia de la Iglesia antigua se amplió y enriqueció en gran medida con el avance de la investigación litúrgica. Las numerosas ediciones críticas de los venerados sacramentarios del período patrístico, así como el redescubrimiento de libros litúrgicos hispanos y galicanos, rescataron eucologías de gran valor espiritual hasta entonces olvidadas. Del mismo modo, las tradiciones de los primeros siglos, antes de la formación de los ritos de Oriente y Occidente, ahora son más conocidas, después del descubrimiento de numerosos documentos litúrgicos. Además, el progreso de los estudios patrísticos ha arrojado luz sobre la teología eucarística a la luz de la doctrina de los Padres más eminentes de la antigüedad cristiana. (IGMR n.8).

Por lo tanto, “la norma de los Santos Padres” no solo exige que se conserve lo que nuestros antepasados más recientes nos legaron. Estos “antepasados recientes”, según lo entendió Pablo VI, son los promotores de la gran revisión litúrgica tridentina. También es imperativo que “el pasado de la Iglesia y todas las manifestaciones de fe se asuman y juzguen como del más alto valor, en formas tan variadas de cultura humana y civil como la semítica, griega y latina” (IGMR n.9), lo que implica una comprensión integral de lo que realmente es la Tradición de la Iglesia y su relación con los procesos naturales de revisión y reforma de sus ritos litúrgicos: “esta visión más amplia nos permite percibir cómo el Espíritu Santo otorga al Pueblo de Dios una admirable fidelidad en preservar el depósito inmutable de la fe, a pesar de la enorme variedad de oraciones y ritos” (IGMR n.9).

3 Controversias en torno del Misal de San Pío V

La promulgación del Misal Romano de Pablo VI, en 1969, se convirtió en el punto de partida de una controversia que se extiende hasta nuestros días. Controversia que opone no solo el Misal de Pablo VI al Misal de Pío V, sino que se despliega en la afirmación inusual de un antagonismo entre el Concilio Vaticano II (1962-1965) y el resto de la Tradición de la Iglesia. El punto de partida de esta controversia fue el Breve examen crítico del Novus Ordo Missae, preparado por los cardenales Alfredo Ottaviani y Antonio Bacci en el mismo año de 1969. Las declaraciones contenidas en este examen crítico fueron de la mayor gravedad y proyectaron una tremenda sospecha de herejía en relación con el Misal. de Pablo VI. En él encontramos la acusación impactante de que el nuevo misal se aparta de una manera impresionante, en su conjunto y en particular, de la teología católica de la Santa Misa. Pesó aún más la condición del firmante principal del examen crítico: el cardenal Alfredo Ottaviani, pro-prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe hasta 1968. El controvertido examen crítico expresó la opinión de un grupo de teólogos vinculados al arzobispo francés Marcel Lefèbvre (1905 -1991), marcado por el rechazo radical tanto del Misal Romano de Pablo VI como del Concilio Vaticano II. Los cardenales Ottaviani y Bacci patrocinaron el texto, asumiéndolo como propio. La llamada “intervención de Ottaviani” es, incluso hoy, la fuente privilegiada de argumentos contra Novus Ordo Missae.

Analicemos brevemente algunas objeciones planteadas por quienes usan el Misal de San Pío V para rechazar el Misal de Pablo VI. El primero de ellos se refiere a la perpetuidad de la bula Quo primum tempore de San Pío V. En este documento, parece que dicho papa fija una forma inmutable para el Ordo Missae (la forma de celebración de la misa) y en esa inmutabilidad compromete toda su autoridad pontificia, prohibiendo cualquier modificación posterior a los ritos y ceremonias codificados por el misal de 1570. En la práctica, los tradicionalistas a menudo afirman una supuesta intangibilidad del Misal de Pío V, canonizado por la Quo primum tempore. Sin embargo, no se sustenta una interpretación estrecha de esta perpetuidad. En una respuesta oficial, fechada el 11 de junio de 1999, la Congregación para el Culto Divino aclaró que ningún papa puede fijar un rito perpetuamente. Además, el Concilio de Trento, al reflexionar sobre la administración de los sacramentos, declaró que la Iglesia puede mejorar las celebraciones litúrgicas modificando y estableciendo nuevos elementos, siempre que no se altere la identidad específica de los sacramentos. Puede hacerlo teniendo en cuenta la utilidad de quienes reciben los sacramentos según la variedad de cosas, tiempos y lugares (DH 1728). Desde un punto de vista canónico, cuando un papa escribe perpetuo concedimus, uno siempre debe entender “hasta que se ordene lo contrario”. Está en la autoridad soberana del Romano Pontífice no estar limitado por leyes meramente eclesiásticas, y mucho menos por las disposiciones de sus predecesores. Un papa está, por supuesto, limitado por la inmutabilidad de las leyes divinas y naturales, además de la propia constitución de la Iglesia. (cf. RIFAN, 2007, p.45-46).

Fue esta comprensión la que tuvieron los diversos sucesores del Papa Pío V cuando modificaron o introdujeron elementos en el misal que promulgó en 1570. Lo hicieron sin contradecir la bula Quo primum tempore. Así, a modo de ejemplo, en 1604, Clemente VIII abolió una oración prescrita por el sacerdote al ingresar a la iglesia, la palabra ómnibus en las dos oraciones después del Confiteor y la eventual mención del nombre de un emperador en el Canon romano. León XIII agregó, al final de la Misa, las oraciones leoninas, y Pío X, en 1904, y Pío XI, en 1929, hicieron otros añadidos. Sin embargo, fue Pío XII quien, en 1951 y 1955, realizó la mayor modificación litúrgica previa al Vaticano II con una notable reforma de las celebraciones de Semana Santa. Finalmente, Juan XXIII, ya en los albores del Concilio, insertó, en 1960, el nombre de San José en el Canon romano.

Otra objeción frecuente que opone indebidamente el Misal de Pío V al Misal de Pablo VI es la “cuestión del ofertorio”. En el Misal de Pío V, la preparación y presentación de las ofrendas van acompañadas de largas oraciones que resaltan claramente el carácter sacrificial de la Misa. El Misal de Pablo VI optó por oraciones más cortas en las que Dios es bendecido por los dones de pan y vino que se convertirán en el cuerpo y la sangre del Señor. La objeción tradicionalista establece que el cambio en el ofertorio destruyó el carácter sacrificial de la Misa, que, como resultado, dejó de ser católica y, por lo tanto, se volvió ilícita o incluso inválida. Tal objeción, plagada de prejuicios, se refuta con la observación de que la mención principal del sacrificio tiene su debido lugar, no en el ofertorio, sino en la anamnesis del propio Canon. El llamado “ofertorio” fue originalmente una simple preparación de ofrendas en el altar. Hasta el siglo X, predominaba el gesto realizado en silencio. En los siglos siguientes, las oraciones se elaboraron y luego se incluyeron en el Misal de Pío V (BOROBIO, 1996, p.335-338). Después del Concilio Vaticano II, varios liturgistas abogaron por la eliminación de las palabras de este rito, reanudando la simple elevación en silencio, pero Pablo VI insistió en la recuperación de fórmulas cortas enraizadas en las fuentes más antiguas de la liturgia cristiana y que revelen la verdadera naturaleza de ese momento: la presentación de las ofrendas en el altar (TABORDA, 2009, p.142-144).

La llamada “cuestión del misterio pascual” es probablemente la objeción tradicionalista más fuerte planteada contra el Misal de Pablo VI. Afirman que el nuevo misal es heterodoxo, ya que su teología enfatiza la celebración del misterio pascual de Cristo. A su vez, el Misal de Pío V es ortodoxo en el sentido de que conserva y expresa plenamente la teología del sacrificio expiatorio de Cristo, perpetrado de manera incruenta en los altares. El entonces cardenal Ratzinger clasificó como extraña e irrazonable la oposición lanzada entre las categorías “misterio pascual” y “sacrificio” (RIFAN, 2007, p.53-54). Esta anómala oposición es el argumento central, defendido por la Fraternidad de San Pío X, de que existe una ruptura dogmática real entre la liturgia renovada después del Concilio Vaticano II y la liturgia anterior (FSSPX a, p.55-68). En otras palabras, la acusación de heterodoxia lanzada en el Misal de Pablo VI se basa en el juicio de que ahora todo se interpreta a partir del misterio pascual, que usurpó el lugar del sacrificio expiatorio de Cristo. Tal acusación no puede sostenerse y el malentendido es evidente. La categoría del misterio pascual no reemplaza, elimina o relativiza la importancia y la realidad del sacrificio de Cristo. La Pascua de Cristo es el misterio salvador en toda su amplitud y donde realmente se sitúa su sacrificio.

El término misterio pascual conduce claramente a las realidades que tuvieron lugar entre el Jueves Santo y la mañana de Pascua: la cena como anticipación de la cruz, el drama del Gólgota y la resurrección del Señor. La categoría de misterio de Pascua entiende estos eventos como un evento unitario que manifiesta toda la obra de Cristo. Obra salvífica que tiene un lugar histórico eminente, pero que al mismo tiempo lo trasciende. Dado que este evento único y trascendente es el más perfecto culto a Dios, puede convertirse en culto divino y estar presente en todos los momentos de la historia porque fue asumido por Dios mismo en su misterio de salvación. La teología de la Pascua del Nuevo Testamento sugiere esto: el episodio aparentemente profano de la crucifixión de Cristo es un sacrificio de expiación, un acto de reconciliación realizado por Dios hecho hombre. La teología de Pascua es una teología de la redención, una liturgia del sacrificio expiatorio ubicado en el centro del misterio pascual (RIFAN, 2007, p.54). Se demuestra así que la oposición entre sacrificio y misterio pascual es artificial e inconsistente.

4 De las controversias a la separación

La polémica en torno al Misal de Pío V experimentó crecientes tensiones y rupturas, especialmente en torno a la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X (FSSPX), fundada por el arzobispo francés Marcel Lefèbvre. Esta fraternidad fue aprobada en 1970 por el obispo de Lausana (Suiza) y recibió una carta de recomendación de la Congregación para el Clero en 1971. La posición extremadamente crítica en relación con el Concilio Vaticano II y el rechazo del nuevo rito de la misa, llamado peyorativamente “misa nueva”, provocó un alejamiento progresivo de Lefèbvre y sus seguidores en relación con Roma.

Sus declaraciones programáticas son incisivas. La FSSPX se adhiere “de todo corazón, de toda el alma, a la Roma católica, guardiana de la fe católica y las tradiciones necesarias para el mantenimiento de esta fe, a la Roma eterna, maestra de la sabiduría y la verdad”. Pero se niega, “por el contrario, y siempre [se negará] a seguir a Roma de tendencia neo-modernista y neo-protestante que se manifestó claramente durante el Concilio Vaticano II y, después del Concilio, en todas las reformas que se originaron allí” (FSSPX a). Tal distanciamiento culminó con la suspensión a divinis de Dom Marcel Lefèbvre en 1976, por insistir en formar y ordenar sacerdotes dentro de esta perspectiva de rechazo del Vaticano II. Posteriormente, en 1988, la situación empeoró con su excomunión latae sententiae debido a la ordenación de cuatro obispos sin el mandato pontificio necesario, un evento que se conoció como el “cisma tradicionalista”.

La misa de San Pío V se ha convertido desde entonces en un verdadero estandarte de lucha. Su conservación, defensa y expansión se ha convertido no solo en la razón de la existencia de la FSSPX, sino en un verdadero principio operativo en relación con la Iglesia actual, que siempre ha sido evaluada negativamente y reconocida como propensa al modernismo apóstata. De esta manera, no se trata solo de preservar la Misa Tridentina, sino de participar en un programa de restauración de la Iglesia basado en el paradigma entendido por la FSSPX como la “Tradición auténtica de la Iglesia”.  El retorno a la tradición conforme al modelo tridentino es asumido como el único camino de superar la profunda crisis de la Iglesia. Las palabras del Padre Davide Pagliarini, Superior de la FSSPX, son significativas y reveladoras; “Debemos tener el coraje de reconocer que incluso una buena postura doctrinal no será suficiente, si no se acompaña de una vida pastoral, espiritual y litúrgica coherente con los principios que queremos defender” (FSSPX b). La misa tradicional pedirá una reconfiguración de la Iglesia basada en el modelo supuestamente tridentino e interpretado como la mejor expresión de la tradición. Pagliarini continúa: “concretamente, necesitamos pasar a la Misa Tridentina y todo lo que eso significa; necesitamos ir a la misa católica y sacar de ella todas las consecuencias” (FSSPX b). Estas consecuencias cubren la totalidad de la vida eclesial contemporánea y forman un verdadero programa de restauración: “no se trata de restaurar la Misa tridentina porque es la mejor opción teórica; se trata de restaurarlo, vivirlo y defenderlo hasta el martirio, porque solo la Cruz de Nuestro Señor puede sacar a la Iglesia de la catastrófica situación en la que se encuentra” (FSSPX b). Entendido de esta manera, el retorno previsto a la tradición implica una ruptura con numerosas realidades consideradas como los grandes logros del último Concilio. Tales logros se interpretan como grandes males que deben ser eliminados. Las consecuencias lógicas de esta restauración serían el rechazo total de la reforma litúrgica posconciliar, la suspensión del  camino  ecuménico, la reinterpretación de la libertad religiosa, el cuestionamiento de la colegialidad episcopal y de las conferencias episcopales, la sospecha generalizada en relación con el magisterio y  sínodos postconciliares, la recuperación de la teología escolástica y la “filosofía perenne”, la postura combativa y apologética ante el mundo contemporáneo y la secularización. En resumen: un cambio radical en la cosmovisión católica que ha existido desde el Concilio Vaticano II. El instaurare omnia in Christo, interpretado de acuerdo con esta lógica, tiene este alcance radical. El polo irradiador de esta restauración es la Misa de San Pío V con todas las consecuencias que se pueden extraer de ella en este horizonte de comprensión. Comienza con la liturgia tradicional y termina con el derribo del Vaticano II.

Sin embargo, no todos los partidarios de la liturgia tradicional se sentían identificados con el radicalismo de esta propuesta, especialmente el rechazo amplio y vehemente del Concilio Vaticano II. El riesgo que preveían no era solo de una mentalidad reaccionaria y cismática, sino también de las peores formas de sectarismo y aislamiento voluntario, promoviendo una equivocada defensa y la preservación de la fe católica. De ahí el surgimiento de varias iniciativas para el diálogo con Roma y para acoger e incluir a los fieles tradicionalistas en plena comunión eclesial.

En 1984, Juan Pablo II concedió que, con indulto y bajo condiciones específicas, el Misal de San Pío V pudiese ser usado regularmente. A través de la Motu Proprio Ecclesia Dei afflicta (1988), el mismo Papa normatizó la recepción de los tradicionalistas que rompieron con el obispo Marcel Lefèbvre debido a la excomunión en la que este arzobispo y los obispos ordenados por él incurrieron. Este hecho hundió a la FSSPX en una complicada situación canónica que persiste hoy, a pesar de la retirada de la excomunión en 2009. En 1988, el surgimiento de la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro, fundada a partir de aquellos que salieron de la fraternidad lefebvriana, y vinculada directamente a la Santa Sede, dedicándose al apostolado con los fieles tradicionalistas que deseaban mantener la plena comunión con Roma. También en esta perspectiva, surgieron otras asociaciones centradas en el uso exclusivo de la liturgia tradicional: el Instituto Cristo Rey y Sumo Sacerdote (1990) y el Instituto Buen Pastor (2006). A medida que se acercaba el Gran Jubileo del año 2000, los diálogos y los tratos de varios grupos tradicionalistas con la Santa Sede se intensificaron. En Brasil, este movimiento para superar la ruptura resultó en la creación de una circunscripción eclesiástica que tiene su propio obispo en plena comunión con Roma y conserva la liturgia romana tradicional para su clero y fieles. Es la Administración Apostólica São João Maria Vianney, establecida en 2001 y con sede en Campos dos Goytacazes, RJ.

El “mundo tradicionalista” no es uniforme y monolítico, sino amplio y diverso. Alberga en sí desde las posiciones más radicales de oposición y rechazo del Concilio Vaticano II a posiciones más abiertas al diálogo y la interacción. Su punto de convergencia es el Misal de Pío V. Su eje de tensión, conflicto y dispersión atraviesa la hermenéutica del Vaticano II.

5 En busca de la reconciliación y la paz litúrgica: Benedicto XVI y el Summorum Pontificum

Dentro del proceso descrito anteriormente, ya en el pontificado de Benedicto XVI, la Carta Apostólica en forma de Motu Proprio Summorum Pontificum merece una mención especial, sobre el uso de la liturgia romana anterior a la reforma llevada a cabo en 1970. A partir de la declaración de que el Misal de Pablo VI es la expresión ordinaria de la lex orandi de la Iglesia Católica de rito latino, el Misal de San Pío V (en su edición de 1962) es admitido como la expresión extraordinaria de la misma lex orandi. En su venerable y antiguo uso debe disfrutar del debido honor, pero sin que tal disposición genere la división de la liturgia de la Iglesia, ya que son dos usos (ordinario y extraordinario) del único rito romano (SP n. 1). Así, Benedicto XVI estableció que “es lícito celebrar el Sacrificio de la Misa según la edición típica del Misal Romano promulgado por el Beato Juan XXIII, en 1962, y nunca abrogado como forma extraordinaria de la liturgia de la Iglesia” (SP n. 1 ) También establece que todo sacerdote católico, en misas celebradas sin el pueblo y con la excepción de los días de triduo pascual, puede celebrar de acuerdo con ese misal sin la necesidad de ningún permiso de la Sede Apostólica o su Ordinario (SP n. 2). Los religiosos, en sus comunidades individuales o como institutos o sociedades, pueden tener tales celebraciones con frecuencia, habitual o permanentemente, mediante la aprobación de los superiores mayores y siguiendo las normas del Derecho y las leyes y estatutos particulares (SP n.3). Los fieles pueden ser admitidos a las celebraciones siempre que lo soliciten espontáneamente y se observen las normas de derecho (SP n. 4). En las parroquias donde hay un grupo estable de fieles que prefieran la forma extraordinaria, que los párrocos o los rectores de la iglesia acojan tal solicitud, armonizando el bien de estos fieles con la atención ordinaria de la parroquia, bajo la dirección del obispo, pero “evitando la discordia y favoreciendo la unidad de toda la Iglesia”(SP n. 5 §1). Si tal grupo de fieles no obtiene lo que piden, infórmese al obispo diocesano sobre el hecho. “Se pide encarecidamente que el obispo satisfaga sus deseos. Si no puede proveer tal celebración, que el asunto se remita a la Pontificia Comisión Ecclesia Dei ”(SP n. 7). Del mismo modo, el párroco puede otorgar una licencia para el uso del ritual más antiguo en la administración de los sacramentos del bautismo, el matrimonio, la penitencia y la unción de los enfermos “si lo requiere el bien de las almas” (SP n.9 §1). “Los ordinarios tienen la opción de celebrar la Confirmación usando el antiguo Pontifical Romano” (SP n.9 §2) y los clérigos también pueden usar el Breviario Romano promulgado en 1962 (SP n.9 §3). El Ordinario local, si se considera oportuno, puede erigir una parroquia personal “para las celebraciones, de acuerdo con la forma más antigua del Rito Romano, o designar un capellán” (SP n.10).

Junto con el Summorum Pontificum, Benedicto XVI envió una “Carta a los Obispos”, también fechada el 7 de julio de 2007, detallando los motivos de su decisión, aclarando puntos controvertidos y alentando una generosa bienvenida a través de la caridad pastoral y la justa prudencia. En esta carta al episcopado, Benedicto XVI reconoció que en vista de su iniciativa “hay reacciones muy divergentes entre sí, que van desde la aceptación entusiasta hasta una fuerte oposición a un proyecto cuyo contenido no se conocía realmente”. Hizo hincapié en que el miedo a la negación de la autoridad del Concilio Vaticano II y una de sus decisiones esenciales, que es la reforma litúrgica, debe eliminarse, porque el Misal de Pablo VI sigue siendo la forma normal u ordinaria de la liturgia eucarística. Afirmó que el Misal de San Pío V nunca fue derogado y siempre fue legalmente permitido. También aludió a la división causada por el arzobispo Lefèbvre en la que “la fidelidad al antiguo misal apareció como un signo distintivo externo, pero las razones de la división, que entonces nacía, se encontraban a un nivel más profundo”. Por esta razón, había “muchas personas que claramente aceptaron el carácter vinculante del Concilio Vaticano II y fueron fieles al Papa y a los obispos, pero que deseaban recuperar la forma que les era querida de la Sagrada Liturgia”. Esto sucedió principalmente porque en muchos lugares ya no se celebraba con fidelidad a las normas del nuevo misal, lo que a menudo condujo a deformaciones de la liturgia en el límite de lo soportable. De manera autobiográfica, Benedicto XVI agrega: “Hablo por experiencia, porque yo también viví ese período con todas sus expectativas y confusiones. Y vi cómo fueron profundamente heridas, por las deformaciones arbitrarias de la liturgia, personas que estaban totalmente enraizadas en la fe de la Iglesia”.

 En esa misma Carta a los Obispos, después de una serie de consideraciones canónicas y pastorales, Benedicto XVI ve la posibilidad de una interacción fructífera entre las dos formas, a la que llamó enriquecimiento mutuo. “Las dos formas del Rito Romano pueden enriquecerse mutuamente. En el antiguo misal, se pueden y se deben insertar nuevos santos y algunos de los nuevos prefacios”. Por otro lado, “en la celebración de la misa de acuerdo con el Misal de Pablo VI, será posible manifestar, de una manera más intensa de lo que ha sucedido hasta ahora, esa santidad que atrae a muchos al uso antiguo “. La garantía más segura de que el Misal de Pablo VI una las comunidades parroquiales y sea amado por ellas es su celebración “con gran reverencia de acuerdo con las rúbricas; esto hace visible la riqueza espiritual y la profundidad teológica de este misal”. Por lo tanto, concluyó Benedicto XVI, no hay contradicción entre una edición y otra del Misal Romano, porque en la historia de la liturgia hay crecimiento y progreso, pero no ruptura.

6 Desafíos que permanecen

El camino propuesto por Benedicto XVI en el Summorum Pontificum corresponde perfectamente a uno de los ejes de su enseñanza, es decir, la “hermenéutica de la continuidad”. Sin embargo, los movimientos de ruptura en el campo litúrgico existieron y continúan existiendo. Por un lado, la postura negacionista del tradicionalismo lefebvriano que no otorga ningún valor a la reforma litúrgica posconciliar y aboga por la ruptura más drástica con su prohibición total de la vida de la Iglesia. Por otro lado, los defensores del legado litúrgico del Vaticano II, conscientes de sus logros y avances, pero firmemente decididos a no retroceder ni ceder ante nada (ISNARD, 2008, p.20). Posiciones extremas, a veces cargadas de pasión por las banderas respectivas, lo que resulta en un clima tenso que agrava las divisiones existentes.

El camino del crecimiento y el progreso en la liturgia sigue siendo desafiante y difícil, pero sin rupturas, como idealizó Benedicto XVI. Más que las formas litúrgicas y las peculiaridades de sus ritos, hay una realidad más profunda que precede a todas estas cuestiones. Se trata de la tensión conflictiva entre dos formas de entender a la Iglesia y su posición en el mundo contemporáneo. El debate y las controversias en torno al uso del Misal de San Pío V solo manifiestan un drama y una lucha mucho más profundas que aún están lejos de una resolución pacífica e integradora.

La década que ha pasado desde el Summorum Pontificum merece un análisis más detallado. Las actitudes y opiniones razonablemente tolerantes y dialogantes se han vuelto más frecuentes en ambos lados, pero los duros núcleos de crítica y rechazo tanto en relación con la Misa tradicional como en relación con la Misa de Pablo VI permanecen intactos tanto en los diversos grupos tradicionalistas como en los seguidores de la renovación litúrgica. postconciliar. Las entrevistas y escritos de sus exponentes o partidarios dan fe de este hecho en abundancia. (KWASNIEWSKI, 2018, p.133-144; GRILLO, 2007, p.103-120).

No se puede hablar de una victoria tradicionalista después del Summorum Pontificum (KWASNIEWSKI, 2018, p.223-231). La liturgia de Pablo VI no ha sido abrogada como aún desean los más extremistas, y no hay posibilidad cercana o remota de que ocurra tal abrogación. Por su parte, el Papa Francisco no canceló el camino abierto por Benedicto XVI en relación con los seguidores de la liturgia tradicional ni se cerró al diálogo con la Fraternidad de San Pío X. Sin embargo, el punto muerto en relación con la valoración y la importancia del Concilio Vaticano II persiste. Un posible acuerdo teológico sobre este Consejo, simultáneamente aceptable para Roma y los lefebvrianos, es una condición indispensable para la regularización canónica de la fraternidad tradicionalista. Tal acuerdo aún no se ha alcanzado a pesar de todos los esfuerzos de Benedicto XVI y las demostraciones de bienvenida y benevolencia en el pontificado de Francisco, con la concesión de facultades canónicas en relación con los sacramentos del matrimonio y la penitencia administrados por el clero de la Fraternidad San Pío X. Se dio una reacción extrema ante este acercamiento inicial entre Roma y los tradicionalistas de la FSSPX con la clamorosa salida del obispo Richard Williamson, uno de los consagrados por Dom Marcel Lefèbvre en 1988. Williamson interpretó la incipiente aproximación a Roma como una traición a la causa de la Tradición. Cuando se trata del Concilio Vaticano II, solo se trabaja con la perspectiva de su rechazo. Por esta razón, rompió violentamente con la FSSPX en 2012, llevándose consigo a varios sacerdotes y laicos y fundando una nueva vertiente tradicionalista. Desde 2015, después de haber ordenado obispos sin un mandato pontificio, reincidió en la excomunión latae sententiae. Los partidarios de Williamson en Brasil se vinculan con el Monasterio de Santa Cruz en Nova Friburgo, RJ. La herida cismática de otro tradicionalismo fuera de la plena comunión eclesial fue así reabierta.

Lejos de cualquier conducta cismática, la situación del catolicismo tradicional en los Estados Unidos es reveladora, un país donde el Summorum Pontificum encontró grandes entusiastas. Se podría pensar en un notable avance tradicionalista en ese país, pero no es lo que se ve en términos de realidad. Las investigaciones muestran que el catolicismo tradicionalista ha avanzado en los Estados Unidos, no de manera generalizada, sino puntual y de manera restringida. De los más de 70 millones de católicos estadounidenses, solo alrededor del 0,3% participa de misa tradicional. La gran mayoría del clero de rito romano (95%) celebra exclusivamente según el Novus Ordo. En un artículo en que se analiza la mencionada investigación, encontramos el testimonio de Monseñor Charles Pope sobre este rotundo fracaso pastoral:

En mi propia Arquidiócesis, aunque ofrecemos misa tradicional en cinco lugares diferentes, nunca hemos podido atraer a más de mil personas. Esto es solo la mitad del 1% del número total de católicos que asisten a misa en esta diócesis cada domingo. Esto no convence a los obispos de que la nueva misa no es la liturgia del futuro y que el regreso a la misa tradicional es el mejor camino para seguir. Si los que amamos la Misa tradicional pensamos que la Misa haría sola su propia evangelización, estamos equivocados. Es hermosa y digna de Dios en muchos sentidos, pero en un mundo de placeres y diversiones instantáneos, debemos demostrar el valor perenne de una liturgia tan hermosa. La verdad del asunto es que una liturgia antigua, hablada en un idioma antiguo y, la mayoría de las veces, hablada en susurros, no es algo que la mayoría de la gente moderna apreciaría de inmediato. (BANKE, 2019)

Los ambientes constituidos alrededor de la misa tradicional también tienen sus grandes desafíos. Probablemente el más grande se refiere a la mentalidad de gueto, de grupo selecto, de constitución de los únicos lugares donde es posible que subsista el verdadero catolicismo. En la práctica, esta mentalidad se pervirtió aislándose de los otros miembros del cuerpo eclesial, casi siempre juzgados peyorativamente. Un aislamiento en el cual, debido a un cierto “espíritu de élite”, son muy frecuentes las críticas amargas y las posiciones ofensivas, cargadas de desprecio por todo lo relacionado con la Iglesia postconciliar. Tal perversión genera antipatías y resistencia y acentúa aún más el fracaso pastoral mencionado anteriormente.

A su vez, se estima que el Summorum Pontificum no logró llevar a cabo suficientemente la hermenéutica de la continuidad en el ámbito litúrgico. Por el contrario, dio lugar a un estado anómalo de contradicción en la praxis de celebración de la Iglesia con la coexistencia de dos formas del mismo rito cuyos adherentes no siempre sobresalen en armonía fraterna. En opinión del teólogo Andrea Grillo, hay un “efecto peligrosamente desorientador” de este documento que se cierne sobre todos. Según Grillo (2011), a través de una “ficción jurídica”, dos formas diferentes de celebración de la misa se vuelven artificialmente contemporáneas. Por ser objeto de elección, “se crea una situación híbrida y anómala, que pronto se revela como confusión, con la cual se introduce una seria discontinuidad en la tradición del rito romano”. Lo que es más paradójico y grave es la “libertad absoluta” otorgada al sacerdote u obispo, en la “celebración sin el pueblo”, que ahora puede elegir entre una forma ordinaria o extraordinaria, sin tener que rendir cuentas a nadie. El resultado es que “la reforma litúrgica se convierte así en algo ‘opcional’ de la propia identidad ministerial. Este es también un monstruum sin precedentes en relación con la tradición de la Iglesia”. Y concluye: “Es sorprendente que el Papa Benedicto XVI haya asumido una teoría que es tan inconsistente en el plano jurídico y con consecuencias tan incontrolables en el plano litúrgico, eclesial y espiritual”. En resumen: “una pretensión de paralelismo ritual que establece una coexistencia entre el rito ordinario y el rito extraordinario, lo que, a primera vista, demuestra ser incoherente, ineficaz y muy peligroso para la comunión eclesial” (GRILLO, 2011).

Con la intención de permitir una doble validez en formas diferentes y no armónicas del mismo rito romano, se determina gradualmente un conflicto indomable entre tiempos, espacios, hábitos, ritos, calendarios, ministerios, códigos, competencias diversas. La extensión se refiere tanto a las habilitaciones subjetivas al rito, es decir, a los criterios con los que los sujetos pueden reclamar derechos a este respecto, como a las finalidades objetivas del rito, que, más explícitamente, se definen como “pastorales”. En realidad, este documento, a pesar de sus buenas intenciones, corre el riesgo de hacer imposible cualquier ministerio litúrgico, ya que tiene un efecto peligrosamente desorientador en todos: especialmente en los obispos, que pierden el control de las diócesis, luego en los sacerdotes y, finalmente, también sobre los laicos, por el hecho de substraer la necesidad de la reforma (GRILLO, 2011).

La relativización e incluso el desprecio de la reforma litúrgica del Vaticano II fue uno de los efectos no deseados de Benedicto XVI cuando publicó el Summorum Pontificum. Abusando de la hermenéutica de la continuidad, surgieron críticas tan radicales que incluso la reforma de la Semana Santa realizada por Pío XII, en la década de 1950, fue cuestionada. No solo se cuestionó, sino que en algunos lugares se reanudó la celebración de la Semana Mayor, como en la época de San Pío V. Tales hechos revelan cuán lejos puede llegar el grado de rigidez litúrgica, tomando paradójicamente el Summorum Pontificum como punto de partida.

Este marco preocupante muestra la necesidad de profundizar nuestra comprensión de la verdadera identidad de la tradición litúrgica. El Misal de Pablo VI, un fruto eminente de la reforma litúrgica, lejos de apartarse de la verdadera Tradición, acercó la celebración eucarística a sus orígenes que son eminentemente bíblicos y patrísticos. La reforma litúrgica postconciliar amplió notablemente el acceso a la Palabra de Dios, enfatizó el papel del Espíritu Santo en la acción eucarística y enfatizó la naturaleza ministerial y la participación activa de toda la Iglesia en la oración.

Al analizar las dos formas del rito romano más de cerca, los estudiosos encuentran que el Misal de Pablo VI es de hecho más tradicional que su predecesor tridentino. El misal actual muestra más claramente su vínculo con la “norma de los Santos Padres”, tan valorada por San Pío V y sus contemporáneos, pero no totalmente accesible para ellos en el siglo XVI. De ahí el sorprendente reconocimiento de que el rito tridentino es un rito moderno cuando se ubica en el contexto más amplio de la larga historia de la liturgia romana (CASSINGENA-TRÉVEDY, 2007, p.89-95).

La transición de esta primera forma moderna del rito romano a la segunda forma, postconciliar, comunitaria, relacional, simbólico-ritual, ocurrió a través de un Concilio y una larga fase de reforma, que fue causada por los límites, por las lagunas, por las unilateralidades del rito tridentino, de lo cual la Iglesia se había dado cuenta gradualmente, desde el siglo XIX. La transición que la reforma quiere promover se refiere al sujeto que celebra (del sacerdote individual a la relación asamblea / ministros), al rito (que ya no es solo para ser observado por un individuo, sino que debe ser celebrado por una comunidad), a relación con Dios (que, desde lo monológico, se vuelve dialógico), a la Palabra de Dios (que ahora tiene espacio, visibilidad sacramental y riqueza mucho más significativa), al papel de la comunión (que ahora es hecha por todos como una acción ritual de la Misa y ya no como devoción privada) (GRILLO, 2011).

La evolución histórica del rito romano se verifica a través del paso de sus diversas etapas. En este paso hay una evolución guiada por la fidelidad creativa, como explicó Pablo VI en la Constitución Apostólica Missale Romanum y en el proemio de la Instrucción General del Misal Romano. Las dos formas solo pueden entenderse correctamente en su continuidad si se ubican en una sucesión diacrónica (GRILLO, 2011). Sin embargo, cuando las diferentes formas se vuelven artificialmente contemporáneas y objeto de la libre elección, con el agravante de un contexto de viejos malentendidos y prejuicios no superados, lo que tenemos es el gran riesgo de discontinuidad y ruptura litúrgica y serias amenazas a la propia unidad eclesial.

De hecho, los mayores desafíos van más allá de los límites de la praxis litúrgica. Estos son desafíos de la vida eclesial en sí, marcados por tensiones y esperanzas, conflictos y posibilidades de crecimiento y regresión. La liturgia es “la cumbre hacia la cual tiende la acción de la Iglesia” y, al mismo tiempo, es “la fuente de la que emana toda su fuerza” (SC n.10). Al ocupar esta posición central y vital, es evidente que todo lo que experimenta la Iglesia también se manifiesta, en varias formas, en su liturgia. Incluyendo sus desacuerdos y situaciones de difícil resolución.

Luiz Antônio Reis Costa, Instituto de Teología São José, Mariana, MG. Texto original portugués. Postado en febrero del 2020.

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