Patrística – Patrología

Sumario

1 Nomenclatura

2 Clasificación y tendencias

3 Hermenéutica Patrística

4 Referencias

El interés por la ensenãnza de los Padres de la Iglesia marca el tiempo actual por medio del retorno a las fuentes originales del cristianismo. Como antecedente determinante junto al movimiento litúrgico, el movimiento patrístico fue fundamental para la convocación y celebración del Concilio Vaticano II, que no cesó de afirmar el valor incuestionable de los Padres de la Iglesia para la renovación de la fe en los días actuales. Al lado de la historia de los dogmas, la Iglesia cree en la contribución de los Padres de la Iglesia para “la interpretación y la transmisión fiel de cada una de las verdades de la Revelación” (cf. Optatam Totius n.16).

1 Nomenclatura

Con los avances de la investigación teológica, las terminologías elementales relacionadas a las Ciencias Patrísticas se multiplicaron y se diversificaron, de manera que la concepción de los conceptos terminó por ser redefinida, haciendo que el término “patrística” reuniera elementos conceptuales más abarcadores. Hasta entonces, era común decir que la patrística era el estudio que se ocupaba del pensamiento teológico de los padres de la Iglesia, mientras que la patrología se mantenía en la perspectiva de la investigación sobre la vida y los textos de los mismos autores (cf. Cong. Educação Católica, 1990, n.49). De esta forma, patrística se redefine como el término técnico utilizado para determinar la ciencia responsable por analizar e interpretar el conjunto de los documentos antiguos entre el siglo I A.D. y las primeras señales claras de la metodología medieval.

Paralela a las fuentes bíblicas que componen el material de una ciencia propia para el estudio de las Sagradas Escrituras, la documentación de esta fase patrística también puede ser clasificada como fuentes patrísticas, lo que será establecido por el material literario, iconográfico, topográfico, epigráfico o arqueológico cuando estas informaciones se relacionen y representen elementos que eluciden la realidad social o religiosa de aquel período.

Por definición, cabe a la arqueología cristiana identificar, decifrar y explicar las fuentes cristianas más antiguas encontradas, por ejemplo, en los sarcófagos, en las catacumbas, cuando ellas comienzan a identificar la presencia del fenómeno religioso cristiano en las estatuas, en los objetos comunes de la vida antigua en gran escala y en la función que las diferentes edificaciones poseían para el culto, domicilio, administración, caridad social, entre otros. La lápida fúnebre de Abércio se asocia a los más importantes descubrimientos arqueológicos de todos los tiempos y lidera la lista de los documentos más valiosos para el cristianismo (MORESCHINI, 1995, p.307). El Obispo de Hierápolis murió en 216 dC. Tres años antes de su muerte, mandó construir la propia inscripción mortuaria, enriqueciéndola de alusiones cristológicas y eclesiológicas, transmitiendo un sentimiento claro de devoción a las iglesias diseminadas por el mundo en relación a la iglesia romana, discursando sobre la eucaristía y sobre un posible grupo homogéneo de textos paulinos y, finalmente, fechándola y firmándola. Por eso, la lápida de Abércio también es llamada Regina Scriptarum, encontrándose en el acervo permanente del museo paleocristiano del Vaticano.

A su vez, el concepto “patrología” debe ser entendido como el producto dogmático y el contenido ortodoxo presente en las enseñanzas de los escritores antiguos, independiente de su función dentro o fuera del ámbito eclesiástico. Por otro lado, frente a los movimientos innovadores y heréticos que establecieron una relectura independiente, distorsionada y falsa de las enseñanzas que Jesús y sus Apósteles habían instituido, la comunidad de los fieles cristianos entendió que el criterio de autenticidad incontestable a seguir era el criterio “antigüedad cristiana”, cuya aplicación no se basaba tanto en aspectos temporales, sino en los elementos fundamentales de la verdad doctrinal establecida por las raíces judaicas y cristianas.

Ya la terminología “Padres de la Iglesia” fue cuñada por primera vez en el contexto protestante por el teólogo alemán Johann Gerhard, en el año 1637, con la finalidad de defender una presupuesta antigüedad de los conceptos teológicos de los Reformadores contra los dogmas católicos. Reevaluando este concepto a partir del criterio de antigüedad cristiana, la Iglesia Católica lo incorporó en su lenguaje teológico, para indicar la autenticidad de la fe cristiana verificada en el desarrollo de la doctrina católica. En Brasil, Padres de la Iglesia se transformó en la traducción utilizada con más frecuencia por las editoras y autores católicos, mientras que los libros y artículos protestantes tienden a traducir el mismo término por “Padres de la Iglesia”. Se comprende “Historia de la Iglesia” como la forma de reconstrucción aproximada de los eventos de la antigüedad cristiana cuyas menciones se fundamentan en datos literarios presentes en documentos antiguos. Aún, esta reconstrucción patrística exige cautela para que los conceptos antiguos no sean mal interpretados o sean aplicados a las situaciones actuales como reglas generales, ya que el acceso de los mismos eventos históricos a través de la literatura se limita a basarse en aproximadamente veinte por ciento de los documentos cuyos títulos fueron citados en los libros de los Padres de la Iglesia, lo que quiere decir que ochenta por ciento de los libros citados por los escritores antiguos no llegaron hasta nosotros (GRECH, 2005, p.37).  Algunos errores se volvieron comunes en la evaluaciones de las fuentes patrísticas, sea por el anacronismo, cuando el juicio es realizado fuera del contexto en el que el texto fue escrito, o sea cuando un dato del pasado es propuesto de manera arbitraria por el fundamentalismo histórico de aquellos que intentaron retomar situaciones pasadas ya obsoletas o estructuras caducas.

Se habla también de “Literatura patrística” para designar las formas literarias investigadas por aquellos que buscaban entender las reglas de la tipología, de las alegorías, de la retórica y de la pedagogía que amplían y posibilitan mayor entendimiento de aquello que los escritores antiguos querían decir al redactar sus textos. Obras originales y traducciones valiosísimas enriquecen el conjunto de la Literatura patrística en un escenario lingüístico tan vasto como los límites geográficos del cristianismo antiguo. Estas obras fueron producidas en las siguientes lenguas: griego, latín, siríaco, copto, armenio, etíope, georgiano, árabe y paleoslavo (GRECH, 2005, p.37).

2 Clasificación y tendencias

En general, los criterios para identificar un Padre de la Iglesia son la antigüedad, aprobación eclesiástica, santidad de vida y ortodoxia (SANTINELLO, 1973, p.6). Al principio, los límites del período patrístico eran establecidos hasta Isidoro de Sevilla (…636) para Occidente y hasta Juan Damasceno (…749) para Oriente. Sin embargo, al percibir la continuidad y la evidencia de la metodología patrística en períodos que alcanzan la producción literaria de la corte de Carlos Magno, estudios recientes revisan estos límites, proponiéndolos hasta el siglo IX (LUISELLI, 2003, p.9-17).

Los Padres Apostólicos son los primeros personajes de la patrística, así denominados porque eran discípulos de los Apóstoles de Cristo. Las principales y más antiguas obras son: “La Carta de Bernabé”, “El Pastor de Hermas”, las cartas de Clemente de Roma, las epístolas en siete obras de Ignacio de Antioquia, las cartas de Policarpo de Esmirna, “Papales” y la “Didaché”, también conocida como la “Doctrina de los Apóstoles”. Se desataca, así, el enfoque dado a las estructuras y a las reflexiones eclesiásticas de estos textos, de los que pueden ser extraídas informaciones importantes sobre los aspectos sociales que incluían las reuniones de los cristianos en sus celebraciones domiciliares y el vasto escenario de los ministerios ejercidos en estas celebraciones. El tema de la importancia irrefutable del episcopado aparece constantemente tratado en estas obras. Así, en los escritos de los Padres Apostólicos se nota que los estudiosos normalmente llaman de auto-conciencia cristiana, o sea, el modo por el cual los cristianos se alejaban de las prácticas religiosas del paganismo, del gnosticismo y del judaísmo, formando así una religión con elementos claramente distintos.

La generación sucesiva enfrentó las grandes persecuciones del Imperio Romano en el segundo siglo, mientras que los cristianos eran acusados de oposición al orden público (pax deorum), ya que los fieles de la Iglesia se oponían a ofrecer sacrificios a los dioses paganos, negándose a observar los principios gubernamentales por medio de los cuales se creía que fuese preservado el bienestar de los ciudadanos. La apologética cristiana nace de la necesidad de defender los acusados del cristianismo en los tribunales de la persecución. En cuanto a los autores apologetas o apologistas, son citados Justino, Taciano, Atenágoras, Melitón de sardes, Irineo de Lyon, Hipólito de Roma, Orígenes, Tertuliano, Cipriano, Lactancio, entre otros.

Después del período más duro de las persecuciones alrededor del final de tercer siglo, la comunidad primitiva tuvo que preocuparse en salvaguardar la fe frente a la intensificación de las cuestiones teológicas y políticas. Así, Orígenes y Clemente de Alejandría promueven sus obras en Oriente, en cuanto en Occidente, ya latinizado, surgen importantes obras como las redactadas por Tertuliano. Muchas cuestiones permanecen abiertas dada la dificultad y la oscuridad para las que los textos bíblicos no ofrecían mayores explicaciones. De esta manera, la tipología, en cuanto anticipación de los eventos históricos, y la alegoría, en cuanto significado de los elementos de los textos (SIMONETTI, 1985, 14) muestran, por ejemplo, que Jesús muere con la corona de espinas, como fuera anticipado tipológicamente por el cordero que aparece preso en los arbustos en el sacrificio de Isaac, o que el cordón – manta o paño para Clemente de Roma y otros – de color rojo que Raab colgó sobre su ventana representaría la alegoría de la sangre de Cristo para la salvación de los pescadores. Todavía, no todos los términos bíblicos comprenden el vasto contenido del misterio revelado por Cristo a su Iglesia, como puede ser observado durante la polémica ariana, motivo por el cual el Concilio de Nicea fue proclamado por el Emperador Constantino, en 325. La cuestión que colocó Ário y los cristianos de doctrina ortodoxa unos contra los otros hablaba sobre la divinidad y sobre la procedencia de Jesús Cristo del Padre, en forma de terminología bíblica insuficiente que los opositores presentaban para defender su opinión. Para los padres conciliares de Nicea, la mejor forma de resolver aquel impasse fue la promulgación de un símbolo de fe, o sea, la producción de directrices que aclaren el modo ortodoxo de creer y de enseñar la fe de la Iglesia. Todos los esfuerzos de los padres conciliares trajeron a la luz el término “consustancial”, que no se encontraba en la biblia, pero que se utilizaba para ayudar en el discernimiento de la verdad que la Iglesia siempre había proclamado sobre la divinidad del Hijo de Dios. Entre los Padres más famosos de este período, se destacan Eusebio de Cesarea, Atanásio e Hilario de Poitiers.

También fueron notorios los Padres de Capadocia – Basilio Magno, Gregorio de Níssa, Gregorio Nazianzeno y Juan Crisóstomo – que ejercieron un papel fundamental para el entendimiento de la fe trinitaria en la segunda mitad del siglo IV. De hecho, en la obra “Contra Eunómio”, de san Basilio, aparece claramente la cuestión sobre la divinidad del Espíritu Santo, contra cuya visión los herejes establecían que, así como el Hijo, el Espíritu Santo también era una criatura da divinidad. Los capadocios respondieran a las amenazas contra el Espírito Santo y se tornaran referencias esenciales para el Concilio de Constantinopla, en 381, en el que fue proclamado el símbolo que hasta hoy es conocido como credo niceno-constantinopolitano.

Después de los concilios de Nicea y Constantinopla, se celebró, en Éfeso, el concilio que puso en discusión, entre otros temas, el dogma de theotókos, sobre María, Madre de Dios, en el año 431. Con esto, el cristianismo quedó dividido entre aquellos que aceptaban la interpretación ortodoxa de Cirilo de Alejandría, por la cual el concilio de Éfeso declaró que María es la madre de Dios, y la postura herética de Nestorio, que insistía en negar la maternidad de María en relación a la divinidad de Cristo, por eso, la Virgen solo debería ser conocida como “madre de Cristo” en la opinión de los herejes. Los problemas teológicos inherentes a esta cuestión eran típicamente cristológicos, mientras el entendimiento de los nestorianos promovía grandes obstáculos para la comprensión de la verdadera divinidad de Cristo, repitiendo así los errores del arianismo y del sabelianismo. Vencido por los argumentos de Cirilo, Nestorio fue depuesto de la sede de Constantinopla. Infelizmente, el nestorianismo recibió diversos adeptos por toda la antigüedad.

En el inicio del siglo quinto, la literatura latina de la Iglesia fue enriquecida por las obras de Ambrosio, Agustín y Jerónimo. Es la fase en la que las autoridades eclesiásticas, o sea, los obispos, se depararon con situaciones sociales importantes para la contextualización y el desarrollo de la vida de la Iglesia: a) el Imperio Romano organiza su administración gubernamental a partir de los principios cristianos establecidos por el edicto de Teodosio, en 380, que instituía definitivamente el cristianismo como religión oficial del Imperio. Además, en relación a la importancia dada al edicto de Milán, decretado por el Emperador Constantino, en 313, no se puede olvidar que ese edicto preveía apenas la legalidad del cristianismo hasta aquel momento. El edicto de Milán decía que era lícita la religión cristiana, mientras que el edicto de Teodosio la transformaba en oficial para el ciudadano romano. b) se refuerza la devoción a los mártires, con la regularización promovida por los obispos, cuando sus reliquias son transferidas de las catacumbas a los altares de las Iglesias, instituyendo así el culto de la devoción a los santos, a partir de la perspectiva de quien había vivido la integridad de la fe cristiana en todas sus exigencias. c) en 410, los bárbaros llegaron a Roma y determinaron así, con su desplazamiento, una nueva forma para las ciudades del Imperio Romano. Con esto, las necesidades pastorales y teológicas sufrieron consecuencias esenciales que determinaron el camino que la Iglesia luego eligió para su misión en el mundo.

Fue de suma importancia el Concilio de Calcedonia, en 451, que defendió contra los monofisitas la fe en Jesús Cristo por medio de la que se definía la unión de las dos naturalezas (humana y divina) en una sola persona, aclarando así lo que la Iglesia enseña sobre la unión hipostática. Siglos más adelante, en 681, el Concilio de Constantinopla III, puso fin a las dificultades del monotelismo y del monoenergismo. Finalmente, se multiplicaron las grandes homilías y tratados teológicos producidos por los santos padres a la luz de la gracia, de la vida moral y sacramental. En este sentido, Pascasio Radberto se incluye entre los autores del cierre del período patrístico con su grandiosa e importante obra sobre la eucaristía titulada De Corpore et Sanguine Domini, en 831.

3 Hermenéutica Patrística

Los Padres de la Iglesia reconocían de forma unánime las dificultades que surgieron de la lectura de las Sagradas Escrituras y que acabaron trazando sendas por las cuales creían que estas dificultades pudiesen ser superadas. Para ellos era fundamental respetar las leyes básicas de composición para entender el verdadero sentido que el autor bíblico habría dado a su texto. Por eso, en muchas ocasiones la solución para las dificultades bíblicas se apoyaba en el entendimiento básico que la gramática y la retórica daban a los mismos textos. Aunque las interpretaciones bíblicas fueran diversas, en relación a la exégesis contemporánea, desde los tiempos remotos del cristianismo los lectores de las Sagradas Escrituras eran instruidos a preguntarse sobre el género literario de los textos y la intención de los autores al escribirlos. La base para la investigación bíblica de los primeros siglos – como demuestra Irineo de Lyon – estaba en la evaluación de la veracidad del texto que los cristianos deberían usar, ya que se multiplicaban la pseudo literatura cristiana y los textos apócrifos. Entre otras determinaciones, la interpretación bíblica en este momento no podía prescindir de la regla de fe de la Iglesia. Ninguna propuesta de interpretación podría ser considerada válida si contradijese las enseñanzas de la fe cristiana, trasmitida por Cristo a sus Apóstoles y por los Apóstoles a las generaciones futuras.

En el tercer siglo, el lector de las Sagradas Escrituras es invitado a leer una misma perícope progresivamente según el sentido literario, que lo alerta sobre las circunstancias materiales allí descriptas; según el sentido ético, que lo coloca delante de los valores morales no necesariamente mencionados en el texto; en fin, según el sentido espiritual, valor verdadero para donde el texto inspirado quiere orientar cada hombre. La escuela de Alejandría – con Clemente y con Orígenes – fue la gran promotora de este método hermenéutico.

Entre las propuestas hermenéuticas patrísticas, se destacan las reglas de Ticonio, corregidas y explicadas por Agustín en el tercer libro de De Doctrina Christiana, donde el santo hiponense admite ser necesario partir de los textos claros – cuyo entendimiento no deja duda – para entender los textos oscuros. Según Agustín, no hay contradicción de ningún género entre los textos de las Sagradas Escrituras. Las dificultades nacen de la limitación del lenguaje humano, por el cual Dios quiso transmitir sus verdades. Según Agustín, el lector atento considera, por ejemplo, que todos los textos bíblicos traten de la unidad inseparable entre Cristo y la Iglesia, encontrando en esta unidad la respuesta a las dificultades y las aparentes contradicciones bíblicas.

En el proceso de la instrucción de la fe, el mistagogo desempeña la función de revelar al catecúmeno los misterios que éste debe abrazar en el momento del bautismo. Dadas las dificultades mencionadas anteriormente, el contenido de la fe cristiana es considerado arcano, o sea, que su transmisión prevé el acceso a las informaciones secretas (misterios), que apenas los iniciados, es decir, catecúmenos, podrían recibir. Veinticuatro catequesis mistagógicas de Cirilo de Jerusalén (…387) llegaron a los tiempos de hoy en grupos de textos que describían un período pre-catequético en el que los aspirantes eran llamados de “iluminados” y se les ofrecía una introducción al bautismo transmitida en una catequesis. El mayor grupo de textos, con 18 catequesis, era referencia para los encuentros que ocurrían durante la cuaresma. Finalmente, luego después del bautismo que era celebrado en la noche de Pascua, 5 catequesis eran destinadas a los neófitos en el intento de exponerles lo que hasta entonces eran capaces de entender.

André Luiz Rodrigues da Silva. PUC Rio. Texto original portugués.

4 Referencias

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