La opción por los pobres

Índice

1 Introducción

2 Aclaración del término pobres como categoría básica

3 Inscripción del tema en esta época y en esta situación

4 Pertenece al núcleo del mensaje cristiano

4.1 Opción por los pobres del Dios de Jesús

4.2 Opción de Jesús por los pobres

4.3 Correlación entre los pobres y el Reino de Dios

4.4 Respuesta de muchos pobres: pobres con espíritu

4.5 El empeño por la salvación de los pobres trae la salvación al mundo

4.6 Iglesia de los pobres

5 Nudos problemáticos y opciones indispensables

5.1 Asumir que la opción por los pobres es también opción contra la pobreza

5.2 Repudiar el totalitarismo fetichista de mercado y luchar para que sea superado

5.3 Entablar una vida alternativa ya

5.4 Llegar a reconocer al pueblo la condición de sujetos humanos, superando la relación ilustrada y alianza con él en el seno del pueblo

5.5 La opción por los pobres debe ser propuesta ante todo a los mismos pobres

6 Referencias

1 Introducción

La Opción por los Pobres es una expresión básica del ser cristiano y por tanto un eje trasversal de la vida cristiana y de la reflexión sobre ella. En este sentido fue central en los fundadores de la Iglesia latinoamericana y fue retomada por Medellín y Puebla como recepción creativa del Vaticano II y, antes que eso, como expresión del cristianismo más genuino que se vivía por esos años en América Latina.

Trataremos de la opción cristiana por los pobres a través de cuatro pasos: explicitar las nociones con las que operamos, inscripción del tema en esta época y en esta situación, horizonte cristiano que fundamenta nuestra opción, tematización de esas opciones específicas que implica hoy y aquí la opción por los pobres.

2 Aclaración del término pobres como categoría básica

El que escucha la palabra pobres se siente tan concernido, que, para no verse obligado a implicarse en lo que se va a tratar, pregunta de qué pobres se trata, porque da por descontado que hay muchas clases de pobres y así los pobres pasan a ser sólo una clase de ellos, diluida entre los pobres hombres, los pobres enfermos, los pobres pecadores y hasta los pobres ricos. Por eso es indispensable aclararse.

Noción absoluta: el antónimo de pobre es rico y ambos pertenecen a la órbita económica, aunque tengan implicaciones sociales y antropológicas, políticas y religiosas. Pobre designa la carencia continuada y estable de elementos básicos o mínimos para vivir. Ésta última es la pobreza extrema: la miseria.

Noción dialéctica: se da cuando quienes controlan la propiedad y las relaciones de producción y sociales se apropian de la mayor parte del producto social y de los bienes de la tierra, destinados a todos, y niegan a la mayoría el derecho a capacitarse. En este sentido hay pobres porque hay ricos.

Si nos preguntamos el porqué de esa carencia estable, tendríamos que responder que pobre no es simplemente el que no tiene sino el que no tiene cómo tener. Puede suceder bien por falta de desarrollo humano, bien porque la estructura productiva y sociopolítica impide que los pobres como conjunto social salgan de la pobreza, a pesar de que trabajen mucho y bien. Hoy, con el grado de desarrollo de las fuerzas productivas, la existencia de un número apreciable de pobres siempre tiene un componente de privación injusta.

Autopercepción y heteropercepción: es conveniente precisar que no pocas veces la situación objetiva no coincide ni con la percepción que el pobre tiene de sí ni con la percepción que tienen otros de él. En unos países latinoamericanos mucha gente tiende a considerarse más pobre de lo que es y por esa razón tiene un bajo concepto de sí que llega a la autocomiseración y por eso está ante su sociedad en actitud implorante o de exigir. En otros, la mayoría de los pobres objetivos no se consideran pobres porque se sienten capaces de lidiar por sí mismos con su vida y de salir adelante.

También muchas veces la heteropercepción no acierta con la realidad objetiva. Mucha gente que vive en urbanizaciones de clase media media o media alta iguala a todos los del barrio considerándolos pobres, sin percatarse de las profundas diferencias que hay entre ellos. En determinadas culturas la pobreza es muy estridente y se evidencia hasta en el modo de caminar y vestir, de tal manera que muchos que los ven desde fuera piensan que son más pobres de lo que son. En otras, el problema es el contrario: la mayoría de la gente que camina por el centro de la ciudad son gente de barrio y, sin embargo, no es fácil distinguirlos de los populares o de clase media baja.

La pobreza de la que hemos hablado hasta ahora es pobreza en sentido propio. Hay también una noción metafórica y una noción analógica.

Noción metafórica: hablamos de pobres ricos por las preocupaciones que tienen para conservar e incrementar su riqueza y por la deshumanización que engendra poner el corazón en las riquezas. Por esta última razón, también hablamos de pobres pecadores porque el pecado quita vida a otros y deshumaniza a quien lo comete. Así decimos de alguien que es un pobre hombre para significar que le falta peso humano. También metafóricamente nos referimos a pobres enfermos, por lo disminuidos que están. Por esta misma causa, decimos pobre a alguien que sufrió una desgracia.

Noción analógica: incluimos a realidades que, aunque de suyo no expresan el concepto propio de pobreza, sin embargo, de hecho, en la realidad histórica concreta, participan de él.

La etnia es la realidad que más claramente expresa lo que queremos decir porque, aunque no haya etnias superiores ni inferiores, se constata que en nuestra región la mayoría de los pobres son de etnias no occidentales. La causa histórica de esta realidad es que la sociedad latinoamericana nace como sociedad señorial, subyugando a las personas de esas etnias. Para hacerlo con buena conciencia, sostuvieron que su estatuto subordinado provenía de su condición de bárbaros. La contraposición civilización-barbarie cobró nueva vigencia en los siglos XIX y XX y dista mucho de estar superada.

Otro caso, muy característico, es el de la mujer, considerada en la sociedad patriarcal como un ser débil, física y moralmente, y, por eso, dependiente del varón y confinada al hogar. Esta discriminación la impedía desarrollar sus capacidades y, cuando se manifestaban, impedía ejercerlas fuera de su ámbito privado. Aunque hoy el machismo actual deriva, más bien, del resentimiento de esos varones por no estar a la altura de las mujeres.

Un concepto analógico de pobreza, especialmente relevante para nosotros, es el de pobres con espíritu. Estos pobres carecen de bienes indispensables, pero tienen a Dios como el bien de los bienes. Por eso antropológicamente no pueden decir que no tienen valedor: el impulso del Espíritu hace posible que cuando no hay condiciones para vivir vivan con dignidad y den de su pobreza de manera que, si no logran salir de la pobreza, es únicamente por las reglas de juego.

Otro concepto analógico de pobreza es el de los pobres evangélicos, que son los que, teniendo cómo tener y no siendo por eso pobres, se hacen en alguna medida pobres como un componente de su opción por los pobres. Decimos en alguna medida porque, aunque ingresen a su mundo, lo hacen voluntariamente, que es una diferencia esencial con los que no pueden salir de ese mundo. Se insertan en su mundo por solidaridad: para ayudar a los empobrecidos a superar la pobreza.

Otro concepto analógico de pobreza es el de pobre de espíritu. El pobre, como no tiene cómo tener, y sabiéndose sin ningún derecho se dirige  con confianza, a quien puede darle; pues bien, el que se sabe sin ningún derecho ante Dios, pero que espera confiadamente en su misericordia, puede ser llamado analógicamente pobre porque su espíritu está ante Dios como un pobre ante quien puede darle cómo vivir. Si en lo más hondo de su ser una persona está ante Dios sabiéndose sin méritos, pero aceptada por su misericordia, no puede estar de otro modo ante sí misma ni ante los demás. Tender seriamente a serlo implica un grado muy notable de humanización.

3 Inscripción del tema en esta época y en esta situación (EG, 52-60; 67; 202-205)

La opción por los pobres está fuera del horizonte epocal. La dirección dominante de esta figura histórica es el totalitarismo de mercado, con marcados rasgos fetichistas, y en ella los pobres son las víctimas por excelencia, aunque no las únicas.

El mercado es presentado como absoluto al que hay que sacrificar lo que sea: el trabajo, la seguridad y los beneficios adquiridos de toda una colectividad. Si las ganancias de los grandes inversionistas son lo absoluto, la democracia, el Estado, la vida real de los ciudadanos y los derechos humanos valen tanto cuanto son buenos conductores de esas ganancias. Es obvio que, cuando reinan los grandes inversionistas, los que más pierden son los pobres.

El modo más ordinario de vivir esta figura histórica tan endurecida es resignarse a la situación, dándola por inevitable. Muchos de los inconformes con su resignación se dedican a algún tipo de voluntariado. Hay modos de ejercerlo que son alternativos por las capacidades que trasfieren al medio popular y el tipo de relación que se entabla: horizontal, mutua, gratuita y humanizadora para ambas partes. Pero la mayoría de los voluntariados son meramente compensatorios, ya que no rebasan el horizonte establecido y, al paliar los efectos más perversos, lo refuerzan. Este juicio no entraña desaprobación; muchos son positivos y, además, esa experiencia puede provocar un proceso que con el tiempo entrañe una verdadera exterioridad respecto del sistema.

Tampoco lo es la llamada solidaridad pasiva, que consiste en dar dinero a los pobres, sin implicarse personalmente en acciones solidarias que contengan algún tipo de protesta contra injusticias institucionales o estructurales o contacto directo sistemático con los pobres. No desdeñamos este tipo de solidaridad, que puede ser un signo de la apertura hacia ese mundo, que puede decantarse en una verdadera opción.

La opción por los pobres que propone el evangelio como participación de la de Dios y la de Jesús entraña un compromiso vital, un horizonte en el que caminar, una alianza que tiende a ser totalizadora. La opción por los pobres sólo puede concebirse y vivirse como alternativa de lo dado: como lo contradictorio, que incluye, en otro horizonte, sus potencialidades y a sus fautores, al menos en nuestra intención, pero que tiene a las mayorías populares, a los pobres, como núcleo alrededor del que se nuclean los demás sectores.

Así pues, para nosotros la opción por los pobres no puede ser una opción meramente ideológica o política. Tiene que implicar a la persona: no puede llevarse a cabo sino anclándose en lo más trascendente y profundizándolo; pero tampoco puede acontecer sin superar mucho de lo que se es y ciertamente lo que haya de pertenencia al establecimiento. Lo mismo podemos decir respecto de los bienes civilizatorios: se precisa poseerlos en una medida excelente, porque son una palanca poderosa, pero no se los puede vivir como los practica el establecimiento, pues están profundamente deformados.

En esta transformación radica en gran medida la dificultad de optar hoy por los pobres y, por otra parte, su sentido dinamizador y humanizador.

4 Pertenece al núcleo del mensaje cristiano

No es uno de los temas de la ética social, una parte de la ética. Así se trataba en Europa cuando la teología latinoamericana la colocó en el centro del mensaje cristiano, y por eso los teólogos que no captaron esa ruptura epistemológica consideraron que los latinoamericanos extrapolaban una cuestión de ética social, colocándola en un lugar que no le correspondía. A ese nivel epistemológico el cambio consistió en pasar de una teología doctrinaria a una teología narrativa porque la revelación es histórica. Desde esta perspectiva, los pobres se sitúan en primera línea como los destinatarios privilegiados de la acción de Dios. Ese rango es el que ha sido reconocido, tanto por las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano (GUTIERREZ; 1979; TRIGO, 1979, 108-11), como por los Sumos Pontífices y la academia. La opción por los pobres es un eje trasversal de toda la teología porque pertenece al núcleo del mensaje evangélico.

4.1 Opción por los pobres del Dios de Jesús

Nos referimos al Dios judeocristiano revelado escatológicamente por su Hijo Jesús. Dios se revela por su nombre en el proceso de liberación de grupos oprimidos por el imperio egipcio, proceso que comprende la salida de su zona de influencia y la constitución de un pueblo liberado, es decir, creyente y fraterno, en el esfuerzo de crear vida y de crearse como pueblo en el desierto donde no había condiciones para vivir (TRIGO, 1978; ELLACURÍA, 2000b, 545-560; SIVATTE, 1999a, 31-57, 1999b, 151-172). En ese proceso de liberación Dios se revela a los oprimidos como el que va con ellos, dándoles consistencia cuando se derrumbaban, entereza y solidez cuando sentían que no podían más, fundamento cuando estaban desfondados, que eso significa el nombre de Yahveh.

Cuando el pueblo se sedentariza, Yahveh se revela como el Dios del extranjero, el huérfano y la viuda, que son los que no tienen piso para asentarse: Dios les da la consistencia que la sociedad les niega, rompiendo la fraternidad que debe caracterizar al pueblo de Dios. En ese trance Dios se revela, a través de la palabra de los profetas, como un Dios incompatible con la opresión, que exige que se haga justicia a los oprimidos y que no se explote a los débiles.

Al no cumplir los reyes este papel de campeones de los pobres respecto de los ricos y poderosos, Yahveh se manifestó en esa parte del pueblo pobre que no podía vivir de su justicia, pero que vivió de la fe en ese Dios que lo acompañaba como su roca firme. Ese pueblo pobre y esperanzado fue llamado por los profetas los pobres de Yahveh y por eso, paradójicamente, en él estribaba la esperanza de renovación, porque en él reinaba Yahveh, dándole vida y humanidad, dándole paz cuando todo parecía perdido.

Esta predilección de Dios por sus pobres llegó hasta el punto de confiar tanto en ellos que los eligió como hábitat de su Hijo: así aparecen caracterizados María y José, los pastores, Simeón y Ana, en el evangelio de la infancia de Lucas.

Esta revelación de Dios como el que llama a la existencia a lo que carece de vida y resucita a los muertos, que comienza al dar a Abraham y Sara la fuerza para engendrar, culmina en el crucificado Jesús, a quien resucitó de entre los muertos (Rom 4,17-25).

Así pues, el Dios judeocristiano no es el dios de los dioses y el señor de los señores, el que culmina y trasciende las jerarquías sociales, un dios que no existe sino que es proyección de la fuerza de los poderosos y de los anhelos de los débiles, sino el que está con los de abajo, dándoles consistencia, su misma consistencia, como se reveló en su Hijo Jesús, una consistencia que no pudieron quebrar los poderes de este mundo y de la que vivimos y viviremos siempre.

4.2 Opción de Jesús por los pobres (SOBRINO, 1991, 33-46; GUTIÉRREZ, 1992,203-220; FRANCISCO, 2014; TRIGO, 2008, 67-71)

El presupuesto de la opción de Jesús por los pobres es que “nació y vivió pobre en medio de su pueblo” (Puebla 190). Por eso sus padres, al rescatarlo, sólo pudieron pagar la ofrenda de los pobres. La opción de Jesús consistió en que no vivió como un pobre más, tratando de conservar su vida, ni se promovió dándoles la espalda, sino que asumió solidariamente su condición, y cuando Dios lo llamó a la misión, dejó su casa, su oficio y su familia y se hizo tan pobre que no tenía dónde reclinar la cabeza. Por eso, si se entregó completamente a los demás, también tuvo que pedir diariamente la comida y el techo. Pero además les dio a los pobres derecho sobre su persona, los respetó, se entregó a ellos. No fue un bienhechor que da desde arriba. Jesús, como no tuvo nada que dar, dio de sí hasta darse a sí mismo. Dio en relaciones horizontales y mutuas, porque dependía de otros para el alimento y el alojamiento. Como dice Pablo, “nos enriqueció con su pobreza” (2Cor 8,9).

Pero tan relevante o más que su condición de pobre y su misión entre los pobres y desde ellos, es que ha querido quedarse realmente en los pobres[1], independiente de que se sepa que el servicio a los pobres o su falta de servicio es servicio o no servicio al propio Jesús (Mt 25,31-46). El servicio al pobre es la puerta a los demás sacramentos, por eso Pablo dice a los corintios que no celebran la Cena del Señor porque los discriminan (1Cor 11,20).

4.3 Correlación entre los pobres y el Reino de Dios (SOBRINO, 1991b, 110-121; MUÑOZ, 1987, 198-209; PIERIS, 2006)

Eso que vivió Jesús, también fue el núcleo de su proclamación. El evangelio del Reino es para ellos (Lc 4,18, 7,22): Dios se les entrega incondicionalmente, reinando en sus corazones, y les otorga el Reino; por eso los pobres son dichosos ya (Lc 6,20) (CASTILLO, 1998a, 111-138; 1998b, 279-324; 1999, 35-53; 191-243). Siguen siendo pobres, pero ya no están desvalidos, porque Dios está con ellos. Esto lo formaliza Pieris con estas ecuaciones: “Allí donde se ama y sirve a Dios, son los pobres, y no la pobreza, quienes reinan. Allí donde se ama y sirve a los pobres, es Dios, y no Mammón, quien reina” (PIERIS, 2006,52).

Esto no es un hecho meramente objetivo sino una relación interpersonal que incluye la revelación de los misterios del Reino; una revelación negada a los sabios y entendidos (Lc 10,21) (TRIGO, 2011, 145-183). Es obvio que casi nadie cree esto. Y de esta incredulidad derivan muchos problemas en nuestra Iglesia.

Los pobres percibieron que era verdad lo que decía Jesús porque lo sacramentalizaba con su vida. Para los pobres Jesús no era un altruista, sino un hombre de Dios, y sabían que su obrar revelaba a Dios y a su designio.

4.4 Respuesta de muchos pobres: pobres con espíritu

La denominación es de Ellacuría que los caracteriza por la obediencia primordial al Espíritu, para lo que se ayudan de la fe en Dios y la religión popular (ELLACURÍA, 1984, 70-75). Sólo explicitaríamos que la obediencia primordial al Espíritu se realiza, ante todo, en la cotidianidad: para mantenerse en vida y para que esa vida sea cualitativamente humana; incluso en la lucha política, debe mantenerse la primacía de la cotidianidad, que incluye el vivir abiertos a Dios, a los demás y concretamente a los distintos, sobre la organización y la lucha (MESTERS, 1985, 199). Si los pobres con espíritu son los pobres de las bienaventuranzas, son pobres que aman la paz y la construyen.

4.5 El empeño por la salvación de los pobres trae la salvación al mundo (ELLACURÍA, 1993, 1051-1054)

La razón es que así lo ha dispuesto Dios. Porque los pobres son el único lugar de universalidad concreta. Sólo cuando les vaya bien a los pobres, nos irá bien a todos. La encarnación cristiana es encarnación kenótica: por abajo. Así fue la de Jesús y constituye el único camino que conduce a la vida. El único camino de humanización pasa por reconocer en los necesitados a hermanos y en responsabilizarse de ellos, percibiendo la interpelación del rostro del necesitado y saliendo de sí para atenderlo, o, desde la parábola del Buen Samaritano, aproximándonos  al que ha caído en manos de los ladrones para servirlo. La paradoja cristiana consiste en que el salvador es el salvado al contribuir a salvar.

4.6 Iglesia de los pobres (ELLACURÍA, 1984, 84-125; 170-174; 1990, 144-153; GUTIÉREZ, 1971, 125-175; 1980, 117-127; BOFF, 1986,19-184; CODINA, 2010, 19-115; MUÑOZ, 1974, 269-376; 1983, 147-245; ESTRADA, 2008, 71-102; RAMOS, 1984, 392-449; RICHARD, 1987,17-95; TRIGO, 2003, 115-175; AQUINO JUNIOR, 2012, 277-298).

No consiste en que esté dedicada a los pobres y ni siquiera en que sea pobre. Es aquella en la que los pobres, y más específicamente, los pobres con espíritu han llegado a ser su corazón, lo que la pone en  movimiento y es, por eso, su jerarquía espiritual, que no sustituye a la institucional. Los demás nos abrimos a la gracia que se concedió a los pobres y nos ponemos en el discipulado de los pobres con espíritu. Esto no se hace con proclamas sino con el trato habitual con ellos, no como bienhechores sino como hermanos en Cristo, que han dado fe a su palabra de que Dios les ha revelado a ellos los misterios del Reino. El modo más integral de encontrarse cristianamente con los pobres es a través de las CEBs.

El problema para nuestra Iglesia no es que no vayamos en esa dirección sino que no nos lo planteamos realmente. Sin embargo, siempre se da un pequeño núcleo que está empeñado en esa dirección y la vive alegre y agradecidamente. Hoy empieza a cambiar esta imagen de la Iglesia, gracias a los gestos, inconfundiblemente evangélicos, del papa Francisco, el primer papa latinoamericano, que ya en su primera declaración a la prensa expresó su ferviente deseo de que la Iglesia fuera pobre y para los pobres y que viene ratificando esta doble dimensión de un modo sistemático.

5 Nudos problemáticos y opciones indispensables

5.1 Asumir que la opción por los pobres es también opción contra la pobreza (KOLVENBACH, 2007, 545-555; GONZÁLEZ-CARVAJAL, 1987, 105-152)

Como punto previo hay que establecer que se puede combatir la pobreza sin tener opción por los pobres, mientras que no se puede optar congruentemente por los pobres sin combatir, de un modo u otro, la pobreza.

Lo primero es claro: se puede combatir la pobreza para tener más consumidores y aumentar la producción y las ganancias de los productores[2]; un gobierno populista puede combatirla para adquirir una clientela fiel y una base segura de sustentación; una persona religiosa la puede combatir por ser un precepto de Dios que él cumple para merecer ante él; una persona moral lo puede hacer por un imperativo categórico; y puede darse el caso de hacerlo porque ésa es su idiosincrasia.

La lucha contra la pobreza es un aspecto que se sigue de la opción por los pobres porque el amor busca el bien de la persona que ama y el que opta por el pobre, sea pobre o no pobre, no quiere que las personas que ha elegido como suyas vean drásticamente disminuida su existencia a causa de la pobreza. La pobreza, sobre todo la extrema, dificulta enormemente vivir humanamente porque la tensión constante para seguir viviendo tiende a romper el equilibro y es propicia a que la persona desista de su integridad y se deje dominar por sus pasiones más imperiosas. Como la pobreza no es buena ni querida por Dios, y, menos aún, hoy que hay posibilidad de recursos para todos, el amor a ellas es una palanca poderosísima para luchar para que para ellas vivir no sea una perpetua agonía[3]. Este poder del amor es muy claro de ver en las mamás pobres que luchan por sus hijos con unas energías y una creatividad que no tendrían, si lucharan sólo por ellas.

La opción es directamente por las personas; pero esa entrega a esas personas concretas impide resignarse a su pobreza y mueve a luchar porque mejoren sus condiciones de vida. Como tiene como fin la humanización de los pobres, la lucha no se hace de cualquier modo sino de modo que, aunque el proceso sea más largo, ellos sean sujetos de su superación, y así la lucha contribuya a su personalización.

Hay gran resistencia a unir la opción por los pobres con la lucha por superar la pobreza porque la pobreza no es una magnitud residual sino un efecto (indeseado, dicen sus fautores, aunque reconocen que necesario) de las políticas económicas y sociales. Por tanto, luchar contra la pobreza supone plantear una alternativa a la situación actual, y eso se ve tan por encima de las posibilidades y tan riesgoso para la seguridad vital, que llega a experimentarse como una amenaza ya que, aunque se haga del modo más inteligente, discreto y procesual, lleva a que uno se salga de su estatuto de ciudadano normal e incluso excelente, según la estimativa vigente, para convertirse en alguien controvertido, sospechoso y, a la larga, en una amenaza para el sistema. Por eso, la resistencia a unir opción por los pobres con lucha contra la pobreza.

Y, sin embargo, lo que ha cambiado es la figura histórica, no las exigencias de la opción por los pobres. Podríamos decir, por el contrario, que hoy es más necesario. Por tanto, quien opte por ellos no puede no esforzarse por luchar contra la pobreza, aunque resulte una dirección extra-sistémica. Porque hay que reconocer que la unión entre la opción por los pobres y la lucha por la eliminación de la pobreza o, por lo menos, por su progresiva disminución, ha sido una constante en el cristianismo.

Quienes optamos por los pobres, siguiendo a Jesús, tenemos la misión de rehacer las relaciones de producción, las relaciones sociales y políticas y, antes que eso, los corazones humanos, para que, con la participación de todos y el protagonismo de los pobres, luchemos decididamente por superar la pobreza, lo que no será posible universalizando el estado de bienestar, sino creando una alternativa en la que la mayor sobriedad de los acostumbrados al regalo sea compensada por la alegría de unas relaciones fraternas, cada vez más creativas y fecundas. Como se ve, es una tarea inacabable, pero irrenunciable, si queremos seguir a Jesús.

Ahora bien, luchar cristianamente contra la pobreza no equivale a luchar contra las personas ricas ya que distinguimos entre su papel social y su ser personal. Otra cosa es que ellos se hayan identificado con esos papeles y nos vean como enemigos suyos. Para un cristiano es indispensable no dar por perdido a nadie porque considera a cada uno como su hermano. Las direcciones históricas son irreconciliables; pero en la nuestra caben ellos como personas y como especialistas, aunque con relaciones de producción y sociales no opresoras ni excluyentes sino simbióticas y fraternas.

5.2 Repudiar el totalitarismo fetichista de mercado y luchar para que sea superado

Caminar en el reconocimiento de la opción de Dios por los pobres exige sembrar la opinión de que vivimos en una sociedad fetichista que exige víctimas (HINKELAMMERT, 1989; 1991; MO SUNG, 1994, 119-166; RICHARD, 1987, 124-133; SOBRINO, 2008, 61-75; TRIGO, 2006, 152-162; 2008, 55-58; 2010, 120-128 ): los pobres, que, además de explotados, son excluidos del poder de deliberación y decisión. La opción por los pobres exige hacerse cargo y repudiar y públicamente este totalitarismo y fetichismo[4], exige, más aún, liberarse de él, viviendo alternativamente, y luchar para que sea superado.

Hoy este aspecto tiende a ser dejado de lado, dictaminando que no tiene sentido denunciar ya que no va a tener ningún efecto; ni oponerse porque la oposición no pasa de ser retórica porque los opresores son inalcanzables. Además, las consecuencias son ser privado de recursos e influencia para poder ayudar a los pobres en lo que se pueda.

Hay dos tipos de incidencia en los centros de poder: uno es desde dentro y el otro desde la sociedad organizada (redes sociales) y desde la profundización de la democracia (política). Desde dentro es perteneciendo de algún modo a ellos. El precio a pagar es la pertenencia a ese orden de cosas. Si es cierto que estamos viviendo un totalitarismo de mercado ¿es lícito pagarlo? ¿El Dios de Jesús quiere que pertenezcamos a ese mundo?

Pero, si queremos vivir en una macro-institución ¿es posible no participar de él? Sí se puede, los precios son altos. Por ejemplo, cuando al padre Arrupe impulsó en la Compañía de Jesús la opción fe-justicia, vaticinó que muchos bienhechores iban a convertirse en enemigos. Así pasó. ¿Fue un precio demasiado alto? ¿No había que pagarlo por fidelidad? ¿No fue cierto que recarismatizó a la orden y dotó de trascendencia a los que se dejaron moldear por ese horizonte y alegró a los pobres, que fueron evangelizados con esa cercanía?

Tenemos tanto derecho a participar cuanto más pública sea nuestra condena de la dirección dominante de esta figura histórica. Nuestra lucha es para otro mundo sea posible y para que, cuando se vean posibilidades ciertas de éxito, no sea mayor la hipoteca que el fruto. Si la condición para participar es el silencio, es preferible no conseguir esas pequeñas victorias a costa de la complicidad.

Así pues, la mayoría de los esfuerzos tendrían que ir en el sentido de la presión pública y de la lucha por la profundización de la democracia. Este segundo método de incidencia pide, más bien, poner en claro lo más concretamente posible el carácter fetichista del orden establecido.

Aceptar el horizonte establecido, aunque sea por resignación, es considerar la acción a favor de los pobres como un paliativo y así contribuir a la estabilidad del sistema. Además esa inhibición acaba implicando la pertenencia al sistema: habríamos perdido la sensibilidad para percibir la presencia del pecado-del-mundo porque nos habríamos convertido en mundo: partícipes biempensantes de esta situación de pecado.

Ahora bien, si no hacemos un deslinde entre los bienes civilizatorios de esta revolución tecnológica y los bienes culturales, que tenemos que adquirir, y la dirección dominante de esta figura histórica nuestra oposición será ineficaz y no lograremos una alternativa superadora.

Creemos que lo que el papa Francisco dice y hace constantemente pone en claro que sí es posible esta denuncia sistemática y, sobre todo, la alegría que ella trae a los tenidos como sobrantes y a todas las personas de buena voluntad.

5.3 Entablar una vida alternativa ya

Sólo desde una vida alternativa, cabe la opción por los pobres (ELLACURÍA, 1989, 165-181; SOBRINO, 2007, 17-38; MAIER, 2014, 41-52; TRIGO, 2012, 10-139). La razón más elemental tiene que ver con lo que Freud llamó la económica de las emociones: si no se vive alternativamente, ya están todas las energías ocupadas. La fascinación, la adquisición y el disfrute de lo publicitado y el trabajo para allegar los recursos para adquirirlo, se lo come todo. Los pobres serán algo residual: la obra buena que nos redime ante nuestra conciencia (no así ante Dios).

Sólo desde una vida que no necesita de muchas cosas consideradas como necesarias, será posible tener tiempo y energías para mirar más allá del horizonte del consumo y el empleo, y sólo desde ese modo liberado de vivir se puede dar lugar a un encuentro denso con el pobre, porque ya no se está dividido entre la adicción al bienestar y la entrega solidaria.

Ése es el costo de la opción por los pobres. Un costo que no se puede minimizar porque entraña sacrificios que tornan la vida más estrecha y menos segura y que sólo se puede llevar a cabo como un camino que contiene vida cualitativa y la va dando, en el que se aporta y ayuda a fondo; pero en el que también se es ayudado y resulta más enriquecido que lo que da.

Pero los bienes que reporta esta opción por una vida alternativa solidaria sólo pueden captarse desde dentro. Por eso es imprescindible un acto de fe en los hermanos pobres y en que la solidaridad con ellos nos traerá fecundidad. Fe en el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo que es capaz de colmar el corazón para que pueda prescindir de muchas cosas.

Al referirnos a la vida alternativa denotamos un modo integral de vivir y no meramente un sacrificio de tiempo y dinero, dentro de la vida propuesta por el sistema. La llamamos alternativa porque es una superación dialéctica de la establecida porque retiene sus elementos más potenciadores y niega lo que tiene de autocentramiento competitivo y consumista, con su corolario de injusticia y exclusión.

Retiene los bienes civilizatorios de la última revolución: quien opta realmente por los pobres se cualifica incesantemente, porque si no sirve para nada ¿de qué le valdrá su deseo de servir? También retiene los bienes culturales, que se afirman retóricamente, pero no se realizan: la cultura de los derechos humanos, la de la democracia y la de la vida. Sólo respetando los derechos de los pobres, se respeta, en verdad, los derechos humanos.

El sistema aprecia la democracia política formal, pero la división de poderes dista mucho de ser efectiva, como el gobierno bajo el imperio de la ley y la seguridad para todos, la veracidad de los medios o la igualdad de oportunidades o el control al gran capital y las grandes corporaciones. En todo eso hay gran campo para la vida alternativa.

Pero la democracia política nunca se llenará de contenido hasta que no florezca la cultura de la democracia, que se da fundamentalmente en la cotidianidad, pero que tiene que impregnar paulatinamente la vida de las instituciones e incluso de la política y la economía (TRIGO, 2012, 29-58). La cultura de la vida[5] es novedad respecto de la sociedad industrial. Se ha tomado conciencia, de los límites del crecimiento (MEADOWS, D.H.; MEADOWS, D.L.; RANDERS, J; BEHRENS, W., 1982), del respeto a la naturaleza y la aspiración positiva a habitar la tierra como casa compartida, incluso, como madre nutricia. Pero hasta hoy el sistema se ha mostrado incapaz de caminar en esa dirección porque las grandes corporaciones no quieren hacer los sacrificios indispensables. En este punto lo alternativo es cortar con la compulsión a comprar y consumir, que está a la base de todo el sistema.

El desarrollo propiamente humano tiene que ver con la capacidad de vivir en profundidad, de hacer silencio y de estar en paz con uno mismo, con los demás y con la naturaleza; de vivir con simpatía y compasión, con responsabilidad, cultivando la convivialidad, lo simbólico, lo festivo, lo lúdico y, para nosotros los cristianos, las dos relaciones de hijo de Dios y de hermano de todos.

Sólo desde esa perspectiva y sensibilidad tendrán cabida los pobres en la tierra. Y tendencialmente dejarán de ser pobres. Tenemos que dedicar grandes energías en imaginar otro estado de cosas que no produzca estructuralmente pobres y en el que los pobres sean capacitados, no sólo para integrarse en lo dado sino para ser sujetos de lo que se quiere construir.

5.4 Llegar a reconocer al pueblo la condición de sujetos humanos, superando la relación ilustrada y alianza con él en el seno del pueblo

La opción por los pobres parte del reconocimiento de la condición de sujetos humanos que tienen los pobres (TRIGO, 2008, 185-213; 2011). Esto entraña que no cabe opción evangélica por los pobres, si el concepto de pobre los totaliza. La opción es por esos seres humanos, que se encuentran injustamente privados, situación que no los determina.

Esta distinción no suele hacerse ni en el asistencialismo ni en la promoción ni en la concientización. Por eso la relación con ellos es unidireccional y vertical porque se estima que los pobres nada tienen que dar.

La dificultad de que un ilustrado supere su modo de relación con el pueblo proviene de que las carencias observadas copan la atención y sus haberes quedan en la penumbra. Y, sin embargo, ellos son decisivos. Sólo la experiencia de verse ayudado por los pobres puede llevar a hacerse cargo de la condición de sujetos que ellos tienen. Puede darse una apertura en principio, pero sólo mediante experiencias concretas puede llenarse de contenido, sean experiencias puntuales densas o procesos sostenidos. Un modo de llegar a esa apertura es la conciencia de que Dios ha revelado a los pobres los misterios del Reino, ya que eso implica que ellos son capaces de recibir esa revelación.

Esta conciencia es el presupuesto de la interlocución continua de Jesús con el pueblo. Que este supuesto fue certero se evidencia porque fue el éxito que tuvo con el pueblo el que fue percibido por las autoridades como una amenaza para la estabilidad del sistema y provocó su condena (Jn 11,47-53; 12-18-19).

Ahora bien, en este nuevo esquema de relación recíproca hay que integrar muchos de los contenidos de la relación ilustrada porque el pueblo necesita crecer en muchos aspectos, y para ello necesita ser ayudado.

La opción por los pobres se decanta como alianza entre gente popular y no popular en el seno del pueblo. En esta alianza todos salen ganando. El que más, el no popular, que recibe lo más cualitativo (la densidad de la realidad, el conato agónico por la vida, la fe y el dar de su pobreza), que nadie más que los pobres con espíritu pueden dar; pero también sale ganando el pueblo, que recibe, además de los bienes civilizatorios y culturales, el don de los que se entregan a él.

5.5 La opción por los pobres debe ser propuesta ante todo a los mismos pobres

Si los pobres son antes que pobres sujetos humanos, son los primeros a quienes hay que proponer esta opción. Creer que no tienen que hacerla porque bastante tienen con no sucumbir a la pobreza es negarles su condición de sujetos. Éste es el veneno oculto de los populismos y de muchos planes de asistencia y promoción.

Así pues, los pobres, aun con su pobreza a cuestas, son capaces de esta opción por ellos y sus vecinos y por los que son más pobres que ellos, como algo a lo que Dios los llama. La opción de los pobres por los pobres forma parte de su respuesta al evangelio de la opción de Dios por ellos. Y la opción por sus hermanos pobres se convierte en la palanca más poderosa para personalizarse. Además, los libra de la tentación de salir individualmente de su mundo, alineándose con el sistema que hace pobres. Además, es imprescindible proponérsela porque la acción de los pobres es indispensable. No se podrá avanzar en calidad humana, si los pobres no optan por ellos.

Como juicio de hecho habría que reconocer que los pobres son los que más hacen esta opción, a veces, de modo heroico, aunque, obviamente, son bastantes los que no la hacen.

Enumeremos algunas cuestiones que habría que tratar en más extensión: el destinatario concreto de la opción de pobres y no pobres por los pobres no son los individuos pobres ni los pobres como categoría sociológica o política, ni se puede restringir a los más pobres sino que es por el colectivo personalizado de los pobres, haciéndonos cargo de las relaciones que los constituyen como personas.

Hablando situadamente, la opción por los pobres tiende hoy en Nuestra América hacia el reconocimiento de su carácter multiétnico y pluricultural en un estado de justicia entre las culturas y etnias y de interacción simbiótica entre ellas.

Esta opción implica para la institución eclesiástica la inculturación del evangelio a cada cultura popular y, como coronación de ella, el que haya presbíteros y obispos de cada una de esas culturas.

Para los que somos cristianos, optar por los pobres implica ponerse en el discipulado de los pobres con espíritu[6], que son los pobres que se han abierto a la revelación de los misterios del Reino a los insignificantes y viven desde ella, lo que  entraña unas relaciones con ellos constantes, horizontales y mutuas, en la cotidianidad (DUSSEL, 1974, 181-197; GUTIERREZ, 1980, 156-181; CASTILLO, 1997; TRIGO, 2011, 145-183; FAUS, 1997, 223-242; LUCHETTI, 1992, 189199; GARCIA ROCA, 2008, 5-21; RAMOS, 1984, 144-149; RICHARD, 1987, 133-141; CODINA, 2010, 181-210).

Finalmente insistimos en que hay que aspirar a que todos los pobres se capaciten y sean productivos; el Estado y el mercado deben complementarse como mecanismos de retribución. Para que esto acontezca el problema no son las fuerzas productivas sino las relaciones de producción y las relaciones sociales y políticas. Tenemos que resolver el doble problema de cómo encontrar vida para todos y cómo todos puedan participar dando su contribución a la sociedad de la que quieren formar parte productiva. El problema del trabajo para los pobres es la expresión más aguda de este problema generalizado.

Sólo si se acepta que otro mundo es posible y que es impostergable dirigirnos decididamente a caminar en esa dirección, transformando lo que haya que transformar de la dirección dominante de esta figura histórica, será posible la vida de las grandes mayorías en proceso de proletarización e, incluso, la de los pobres, y la condición de vida cualitativamente humana de los demás[7].

Pedro Trigo, SJ. Universidad Andres Bello/ITER. Caracas (Venezuela). Texto original en español.

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[1] El papa Francisco lo dice muy gráficamente: “No olvidéis la carne de Cristo que está en la carne de los refugiados: su carne es la carne de Cristo” (A los participantes de la plenaria del Consejo Pontificio de los Emigrantes e Itinerantes: 24/05/2013) O a las Superioras Generales: “La pobreza se aprende tocando la carne de Cristo pobre, en los humildes, en los pobres, en los enfermos, en los niños” (8/05/2013). “No se puede hablar de pobreza, de pobreza abstracta, ¡ésta no existe! La pobreza es la carne de Jesús pobre, en ese niño que tiene hambre, en quien está enfermo, en esas estructuras sociales que son injustas. Ir, mirar allí la carne de Jesús (Encuentro con estudiantes de escuelas de jesuitas de Italia y Albania: 7/6/2013). “En cada hermano y hermana en dificultad abrazamos la carne de Cristo que sufre. Hoy, en este lugar de lucha contra la dependencia química, quisiera abrazar a cada uno y cada una de ustedes que son la carne de Cristo” (Visita al hospital san Francisco de Asís. Río 24/7/2013). “Los conventos vacíos no son vuestros, son para la carne de Cristo que son los refugiados” (Al Centro Astalli de Roma para la asistencia a los refugiados.10/09/2013). “Cuánto sufrimiento, cuánta pobreza, cuánto dolor de Jesús que sufre, que es pobre, que es arrojado de su Patria. ¡Es Jesús! Esto es un misterio, pero es nuestro misterio cristiano. Veamos a Jesús que sufre en los habitantes de la querida Siria” (A los organismos de caridad católicos que trabajen en la crisis siria: 5/05/2013).

[2] Es la lógica del fordismo que, al segmentar el proceso de producción y hacerlo en cadena, logró elevar exponencialmente la productividad. Los salarios más altos a los trabajadores, y los precios más bajos, crearían consumidores en potencia, que expandirían el sistema.

[3] Así lo insiste el papa Francisco: “La caridad que deja a los pobres así como están, no es suficiente. La misericordia verdadera, aquella que Dios nos da y nos enseña, pide justicia, pide que el pobre encuentre su camino para dejar de serlo. Pide – y nos lo pide a nosotros como Iglesia, a nosotros ciudad de Roma, a las instituciones -, pide que ninguno tenga ya la necesidad de un comedor público, de un alojamiento temporal, de un servicio de asistencia legal para ver reconocido su propio derecho a vivir y a trabajar, a ser plenamente persona” (Discurso a los refugiados en Astalli: 10/9/2013).

[4] Así lo dice el papa Francisco que, después de pintar con rasgos muy dramáticos la situación mundial expresa: “Una de las causas de esta situación, en mi opinión, se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, aceptando su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. De manera que la crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica. ¡La negación de la primacía del hombre! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32, 15-34) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y un objetivo verdaderamente humano” (Discurso en la presentación de sus cartas credenciales de cuatro embajadores: 16/5/2013; y A los participantes en la plenaria del Consejo Pontificio de los Emigrantes e Itinerantes. 24/05/2013; y la Conversación con alumnos de escuelas jesuitas de Italia y Albania: 7/06/2013).

[5] El documento más autorizado y documentado y más integral, que une, como nosotros proponemos, la cultura de la vida y el cuidado de los pobres es la encíclica Laudato Si del papa Francisco (2015), verdadero paradigma de la toma de posición cristiana ante un problema crucial.

[6] Este tema es un tema recurrente en los discursos del papa Francisco. Por ejemplo “Los pobres son también maestros privilegiados de nuestro conocimiento de Dios; su fragilidad y sencillez ponen al descubierto nuestros egoísmos, nuestras falsas certezas, nuestras pretensiones de autosuficiencia y nos guían a la experiencia de la cercanía y de la ternura de Dios, para recibir en nuestra vida su amor, la misericordia del Padre que, con discreción y paciente confianza, cuida de nosotros, de todos nosotros” (10/9/2013).

[7] Esta es la tesis de Laudato Si, que, como ha aclarado el papa Francisco, no es una encíclica verde sino una encíclica social en la que la salvación es integral, pero en la que se muestra que la tierra no se salvará si no se está dispuesta a salvarse la humanidad en conjunto.