Padres Apostólicos

Índici

1 Introducción

1.1 ¿Quiénes son los Padres Apostólicos?

1.2 Formación de la colección

1.3 Naturaleza de la colección

2 Características Generales

3 Breve presentación de cada obra en particular

4 Referencias bibliográficas

1 Introducción

1.1 ¿Quiénes son los Padres Apostólicos?

Con la expresión Padres Apostólicos se entiende hoy un corpus de escritos de los siglos I-II, de autores que habrían conocido directamente a los apóstoles o que habrían tenido contacto con testigos directos de su enseñanza. Por ese motivo, estas obras gozaron de grandísima autoridad en la época antigua, hasta el punto de que algunas se encontraban listadas en los elencos primitivos de Escritura canónica (como el Canon de Muratori o el Código sinaítico del siglo IV). Tal corpus, hoy, es variadamente considerado en las ediciones modernas. Se considera parte de ella la Carta a los Corintios, de Clemente de Roma, las siete cartas auténticas de Ignacio de Antioquía, la Carta a los Filipenses, de Policarpo de Esmirna, y el Martirio de Policarpo, los fragmentos de Papías de Hierápolis, la Carta del Pseudobarnabé, el Pastor de Hermas, la Didaché. Hoy se tiende a considerar parte de ese corpus el A Diogneto y la Homilía del Pseudoclemente. .

1.2 Formación de la colección

La particularidad de este corpus consiste en que no fue formado en la antigüedad, sino que surgió en el s. XVII. El término en sí, como sabemos, fue usado por primera vez por un autor del s. VII, Anastasio Sinaíta, abad del monasterio de Santa Catarina hacer Sinaí (cf. EHRMAN, 2003, p.1), para indicar el corpus de escritos que en  aquel tiempo se atribuyeron a Dionisio el Areopagita, una obra que es, sin duda, no es anterior a  finales del siglo V y que hoy se denomina con el término Pseudoareopagita. Pero sólo a partir de 1672, con la publicación realizada por J. Cotelier, de la obra SS. Patrum qui temporibus apostolicis floruerunt, etc., comienza a formarse ese grupo de escritos. Cotelier, que utiliza por primera vez, en su obra el término futuramente consagrado por el uso apostolicorum patrum collectio (“colección de los padres apostólicos”), incluye en esta colección cinco autores: Bernabé, Clemente de Roma, Hermas, Ignacio de Antioquía y Policarpo de Esmirna. El criterio utilizado por Cotelier para formar ese grupo era que los autores hubieran conocido a los apóstoles o Pablo, o que hubieran sido sus discípulos directos (cf. EHRMAN, 2003, p.8-9). En 1765, A. Galandi, Bibliotheca veterum patrum, le añade los fragmentos de Papias de Hierápolis y el A Diogneto. En 1883 se descubrió un manuscrito que hizo conocer el texto de la Didaché, que inmediatamente fue incorporado a esa colección.

1.3 Naturaleza de la colección

Una dificultad planteada por algunos autores contemporáneos es que tal corpus no sigue criterios unívocos. En efecto, se encuentran, de hecho, géneros literarios diversos (hay cartas, el Pastor es considerado por muchos autores como un ejemplo de apocalíptica, Pseudoclemente es una homilía, A Diogneto es una apología, etc.). Si el criterio es haber conocido a los apóstoles o Pablo, la dificultad consiste en que la Carta de Bernabé (que es antes un tratado), por ejemplo, es un caso de pseudepigrafía, es decir, no es escrita por el colaborador de Pablo, como no es, ciertamente, Clemente el autor de la homilía que forma parte del corpus.

Algunos autores, como Drobner (1998, p.98-9), creen que la expresión corpus debería ser abandonada y las obras recolocadas en la historia de la literatura cristiana con criterios más homogéneos (cronológico o de género literario). No vemos dificultad alguna en continuar usando la expresión, ya consagrada en la tradición plurisecular, una vez que estamos conscientes de su naturaleza heterogénea y de la singularidad de cada obra. Los Padres Apostólicos, junto con otras fuentes pertinentes, son un testimonio indispensable para comprender la dinámica de los primeros momentos de la formación de la conciencia creyente y de la Iglesia: “son una fuente privilegiada para estudiar la cristología, la cuestión de la penitencia, que emerge en particular del Pastor de Hermas, el martirio, la opción preferencial por los pobres, la praxis sacramental, la vida y la organización de la Iglesia primitiva ” (DELL’OSSO, 2011, p.10).

2 Características Generales

Todos los autores que se ocuparon de los Padres Apostólicos, así como los simples lectores, sin interés directo por la Patrística o por la literatura cristiana antigua, concuerdan en que en las páginas de estos Padres se percibe una simplicidad que parece desaparecer en las obras de los Padres posteriores, sobre todo a partir del s. IV. Significativos son los juicios de autores clásicos y contemporáneos: “Todavía queda distante la preocupación que inspirará a los apologistas del s. II, de ofrecer una explicación científica del cristianismo o de los dogmas en particular “(ALTANER, 1968, §23). “Los escritos de los Padres Apostólicos tienen un carácter pastoral. Tanto su contenido como su estilo los acercan a los libros del Nuevo Testamento “(QUASTEN, 1980/2009, p.44). “Cada vez que se abre una de sus páginas, se descubren nuevos aspectos de humanidad, de sabiduría y de experiencias iluminadas. No envejecen nunca porque tienen una verdadera superabundancia de vida espiritual. (…) De toda la literatura cristiana antigua, la de los Padres Apostólicos es quizás la más espontánea que logra hacer converger hacia ella también el interés de los más críticos del cristianismo de hoy “(QUACQUARELLI, 1991, p.375-6). “Los autores de estas obras no eran escritores de profesión, sino que escribían a los cristianos, con el lenguaje comprensible y simple, con que se dirigían a sus hermanos en la fe” (DELL’OSSO, 2011, p.6).

Sin embargo, sería un error considerar estos escritos como “más puros” en relación a una supuesta decadencia de las obras posteriores que irían en una dirección más intelectual. En realidad, esos escritos no se ocupan de “teología” como la entendemos hoy y cómo la encontramos en los autores, principalmente a partir del s. IV, porque el cristianismo aún no había sido desafiado por cuestiones acerca de la verdad de sus afirmaciones. Esto ocurrirá, sobre todo, en la confrontación con el gnosticismo y el arrianismo, que provocará la necesidad de una respuesta de acuerdo con el depósito de la fe tal como fue recibido. Y los primeros textos realmente teológicos, como los entendemos, son los de Irineo de Lyon y, sobre todo, los de Orígenes, en reacción a los gnósticos; un paso posterior será dado por los Padres Capadocios (Basilio de Cesarea, Gregorio de Nazianzo, Gregorio de Nisa) en reacción al arrianismo y al apolinarismo. Los textos de los Padres Apostólicos permanecen en el estilo bíblico, tienen especialmente interés parenético, de exhortación moral, y abordan cuestiones que se refieren a la vida de la comunidad. Su lenguaje es concreto, ellos todavía usan las categorías del Antiguo Testamento en el intento de dar cuenta de la novedad experimentada con lo sucedido con Jesús. En sus páginas encontramos la expresión de la novedad cristiana mostrando que aún no tiene necesidad de categorías y lenguajes diferentes de las de la Sagrada Escritura, a diferencia de lo que ocurrirá cuando sea necesario responder a cuestiones diferentes acerca de la propia fe. La teología trinitaria de Orígenes y el desarrollo dogmático de Nicea (325) y Constantinopla I (381), así como los momentos finales de la reflexión teológica de Atanasio de Alejandría y de los Capadocios, son las respuestas adecuadas a las nuevas preguntas, respectivamente, por los gnósticos y por Ario. Los Padres Apostólicos no abordaron estos temas porque simplemente la conciencia teológica de su tiempo aún no había tenido necesidad de diferenciarse teóricamente. Esto no quita, al contrario, refuerza, su carácter extraordinario de fuente de altísimo valor para los inicios del cristianismo en todas sus dimensiones: “sus ricas y significativas diversidades y el desarrollo de la comprensión de la propia auto-identidad, distinción social, teología, normas éticas y prácticas litúrgicas “(EHRMAN, 2003, p.13-4).

3 Breve presentación de cada obra en particular

Carta a los Corintios de Clemente Romano, indicada también como 1Clem. El texto en sí mismo es anónimo, pero ciertamente es una carta del ámbito romano y la atribución al obispo de Roma, Clemente, es constante en las fuentes antiguas y en el consenso general de los estudiosos modernos. Citada por fuentes antiguas escritas antes de 170 y haciendo referencia a la persecución de Nerón (64) y a un tiempo de persecución mientras el autor escribe, lleva a pensar en el período final del gobierno del Emperador Domiciano (81-96). El texto es una exhortación a la paz escrita por parte de la Iglesia de Roma y dirigida a la Iglesia de Corinto con motivo de graves tensiones internas en esa última. La popularidad de la carta fue enorme, hasta el punto de que en 170 era leída en las asambleas cristianas. Tradicionalmente se vio en esta carta una indicación de la posición preeminente de la Iglesia de Roma,  que puede intervenir en las dinámicas internas de otra Iglesia. Recientemente se propuso también ver en esta carta un caso “de correptio fraterna[corrección fraterna], que se entendía no como una simple exhortación, sino como un procedimiento jurídico preciso que podría conducir a la exclusión de la comunidad” (LARGOBARDO, 2007, p.141) [1]. Si no en el plano jurídico, sin embargo, la legitimidad de la intervención de la Iglesia de Roma ciertamente era reconocida al menos en el plano de la preocupación pastoral. La carta es interesante, también, por los temas filosóficos presentes en la trama de su texto, además del “sabor” bíblico que la impregna.

Homilía del Pseudoclemente. En la tradición manuscrita de 1Clem, exactamente en tres manuscritos, después de la Carta a los Corintios, de la cual hablamos arriba, se encuentra este texto, llamado en dos de los tres manuscritos “Segunda Carta de Clemente a los Corintios”. El texto parece en realidad una antigua homilía, probablemente bautismal, pero del ámbito oriental (Egipto, Siria), que se remonta a la mitad del s. II. “Es el más antiguo sermón cristiano que ha llegado hasta nosotros, dirigido a neófitos, cuyo tono simple y sobrio revela un escritor desprovisto de aspiraciones literarias” (DELL’OSSO, 2011, p.213).

Cartas de Ignacio de Antioquía. La discusión en torno a esas cartas fue, ya en su tiempo, enorme. Ignacio fue obispo de Antioquía entre los siglos I y II (tradicionalmente su muerte se data en el año 107, bajo el Emperador Trajano). La antigüedad y, por lo tanto, la autoridad de esas cartas, es de enorme importancia, porque nos proporcionan indicaciones precisas sobre la estructura y la organización de la Iglesia en su tiempo. De manera particular impresiona el episcopado monárquico, donde el obispo es el garante de la unidad de la Iglesia; la estructura obispo-presbítero-diácono del orden ministerial; pero también la centralidad del misterio de Cristo, con insistencia en la realidad de la encarnación contra las evidentes posiciones adversas de tipo docetista; notable, además, la espiritualidad del martirio ligada a una famosa imagen eucarística. El hecho de que el corpus de sus cartas nos haya llegado de modo complejo favoreció las posiciones de quienes, contrariamente al reconocimiento de tal organización jerárquica eclesial ya en los siglos I-II, negaba la autenticidad de las cartas, considerándolas muy posteriores. “Hasta nuestros días el escepticismo fue alimentado por la complicada historia del texto, en la cual la crítica textual bien pronto se enlazó con cuestiones teológicas y fue influenciada, y a veces hasta guiada, por opciones confesionales y se volvió más el vehículo de una crítica literaria ni siempre libre de presupuestos en lo que se refiere al contenido “(PROSTMEIER, 2006, p.490). Hoy existe un consenso bastante generalizado en el reconocimiento de la autenticidad de las siete cartas que Ignacio escribió en su deportación a Roma, para ser juzgado y muerto, habiéndolas redactadas en forma de un “diario de viaje escrito por el mártir designatus, para usar una expresión de Tertuliano “(QUACQUARELLI, 1991, p.97). Estas cartas son a los Efesios, a los Magnesios (es decir, a la comunidad de Magnesia en el Meandro, hoy territorio de la Provincia de Aydin, en Turquía), a los Tralianos (es decir, a la comunidad de Tralia o Trales, hoy Aydin, en Turquía), A los romanos, a los Filadelfios (es decir, a la comunidad de Filadelfia, hoy Alaşehir, en Turquía), a los Esmirnios (de Esmirna, hoy Izmir, en Turquía), A Policarpo.

Carta a los Filipenses de Policarpo de Esmirna. Cuando la comunidad de Filipos solicitó a Policarpo copia de las cartas de Ignacio, que él poseía, el obispo de Esmirna las envió acompañadas de una carta suya, que hoy, contrariamente a hipótesis anteriores, se considera única y no la fusión de una carta con una nota (capítulo 13). La carta es importante porque habla justamente de las mencionadas cartas de Ignacio. Aprovechando la circunstancia, Policarpo exhorta a los cristianos de Filipos en materia de moral cotidiana y los alienta a resistir las tentaciones docetistas. Debe haber sido escrita no mucho tiempo después de la muerte de Ignacio.

Martirio de Policarpo. Policarpo, según Irineo, habría conocido al apóstol Juan. Parece, sin embargo, que el obispo de Lyon confunde al apóstol con un presbítero homónimo, contemporáneo de Policarpo, mencionado por Papías de Hierápolis (DELL’OSSO, 2011, p.131). Después de su muerte, muchas comunidades solicitaron noticia sobre el martirio del obispo anciano (murió a los 86 años), que gozaba de gran autoridad. El texto, que en sí sería una carta, inaugura (cf. LARGOBARDO, 2007, p.143), sin embargo, el género literario martirial, y usa por primera vez el término “mártir”, en el sentido en que será conocido sobre todo de las persecuciones de la mitad del s. III. En el Martirio de Policarpo encontramos casi todos los elementos que servir de base al culto y a la espiritualidad de los mártires.

Carta de Bernabé (o Pseudobarnabé). Encontramos este importante texto incluido a continuación del Apocalipsis, en el famoso  Codex Sinaiticus, un manuscrito del s. IV que contiene la copia más antigua del Nuevo Testamento completo, por lo tanto entre los libros tenidos como inspirados. Algunas evidencias internas nos llevan a datar el escrito en la primera mitad del s. II, tal vez en el ámbito alejandrino, pero sin excluir la posibilidad de Palestina o de Siria. Ciertamente no es de autoría del compañero y colaborador de Pablo, razón por la cual hoy se indica también como Pseudobarnabé. Aunque la forma es del género epistolar, el texto en realidad es un verdadero tratado, donde por primera vez -nos sabemos – se aborda la cuestión de la relación entre el cristianismo y el judaísmo. La primera parte es escrita en una perspectiva fuertemente crítica al judaísmo, del cual toma claramente distancia; en la segunda parte se encuentra una catequesis parenética, según la clásica imagen de las dos vías. Como en todas las obras de polémica con el judaísmo de este período, o en la literatura siríaca del s. IV, como en Afraates y Efrén de Nísibi, sería un grave error leer esos textos como “antisemitismo” ante litteram. Las disputas más furiosas se dan muchas veces entre hermanos. En estos textos tenemos el desarrollo de una nueva comprensión y el proceso de afirmación de una nueva identidad debida a la adhesión a la experiencia de lo ocurrido con Jesús, por la cual la diferenciación con respecto al origen judío comportó tensiones no irrelevantes de ambos lados. Concordamos plenamente con C. Dell’Osso cuando dice que el Pseudobarnabé es “el éxito de aquel esfuerzo de reflexión que el movimiento cristiano emergente estaba haciendo en busca de las razones de su diferencia con respecto al judaísmo, o en busca de la identidad cristiana en relación con la matriz judía ” (2011, p.178).

El Pastor de Hermas. Este texto, en comparación con los demás que pertenecen al corpus de los Padres Apostólicos, es ciertamente el más difícil de situar dentro del cuadro. El autor sería Hermas, hermano del Papa Pío (140-155), de acuerdo a la información del Canon de Muratori. Orígenes, por otro lado, levanta la hipótesis de que el autor del Pastor es el Hermas saludado por Pablo en Romanos 16,14. El texto también fue considerado como formado por un material variado, que pasó por varias redacciones y que habría recibido su forma actual alrededor de la mitad del s. II. El escrito está claramente dividido en tres partes que parecieron a algunos independientes, a tal punto de plantear la hipótesis de varios autores organizados por un redactor final. Otros, por el contrario, tienden a una unidad global, y esa es hoy la posición corriente entre los estudiosos. La obra está estructurada en 5 visiones, 12 mandamientos y 10 parábolas.  Los números, obviamente, no son casuales y hay evidencias de la voluntad positiva del autor de usar exactamente esas cifras fuertemente simbólicas. Para algunos, es un apocalipsis, para otros un libro de alegorías. Ciertamente, fue escrito en una época de crisis, y su llamamiento a la conversión está perfectamente en consonancia con lo que se espera en un momento como ese, con la esperanza de un futuro mejor. La comunidad donde surge el Pastor es la romana, y ese texto es muy interesante para la historia y la comprensión del desarrollo de la disciplina penitencial. Se deduce que se trata de una comunidad que perdió su fervor inicial y, por lo tanto, desde el punto de vista moral, el deterioro es evidente. Ante esto, surge una tentación rigorista, según la cual el bautismo era la última posibilidad de recibir el perdón de los pecados y no había posibilidad de perdonar a los cometidos después del baño de la regeneración; y una postura más abierta y comprensiva, que intentaba encontrar una oportunidad ulterior para aquellos que hubieran caído después del bautismo. Esta tensión era constante en la comunidad romana y norteafricana, como muestran los casos del Papa Calisto y su adversario rigorista, el autor de Elenchos (otrora se consideraba que era de Hipólito de Roma, pero siendo atribuido al mismo nombre obras de autores ciertamente diversos , se prefiere hoy indicarlos de ese modo), en la Roma entre los siglos I y II; o las controversias sobre los lapsi tras las persecuciones de Decio y Valeriano, en la segunda mitad del s.  III que verán a Cipriano de Cartago y el Papa Cornelio representar la línea de la misericordia, este último contra Novaciano, probablemente un exponente de la misma línea rigurosa, minoritaria pero potente, presente en Roma desde el tiempo de Hermas. El Pastor tiende a reconocer sólo una posibilidad de penitencia después del bautismo, exhortando al mismo tiempo a una conversión seria hacia el fin inminente. De todos los textos de los Padres Apostólicos, el Pastor es el que quizá esté más lejos de nosotros en el nivel del lenguaje, debido al bosque de imágenes y alegorías. No está desprovisto, sin embargo, de aspectos bastante interesantes, especialmente a la luz del reciente magisterio del Papa Francisco. A.  Quacquarelli escribía hace unos cuarenta años: “Es una enseñanza continua que se refiere a la simplicidad, la sinceridad, la castidad, la indisolubilidad del matrimonio, la caridad de perdonar al cónyuge culpable, pero no reincidente, a las segundas nupcias después de la viudez “(1991, p.240).

La Didaché. Este texto, fundamental para la historia de la liturgia, de la disciplina eclesiástica, de la moral y de la doctrina cristiana, fue descubierto en 1863 en Constantinopla, dentro de un código de 1056. Los materiales que lo componen probablemente datan del mismo período en que se escribieron los escritos sinópticos, aunque el texto actual es ciertamente redaccional, pero no más allá del s. I, y el área de la composición habría sido Siria. ¿Qué es la Didaché? “La doctrina de los doce apóstoles” y “Doctrina del Señor a las naciones por medio de los doce apóstoles”. Es “una especie de regla para la comunidad cristiana” (LARGOBARDO, 2007, p.145). Es un género catequético influenciado por el estilo evangélico (…), un manual, tal vez uno de los muchos, que entonces circulaban por la comunidad (…), una antología de preceptos con reflexiones y exhortaciones que podrían dar la impresión de un conjunto de notas “(QUACQUARELLI, 1991, p.25). Debido a su antigüedad, es de extraordinario interés para la historia de la liturgia (especialmente para la celebración de la eucaristía) y para el estudio de la organización de la Iglesia en los primeros tiempos. En la parte de la instrucción moral, encontramos la doctrina de las dos vías, como vimos en el Pseusobarnabé. Algunos autores creen que, ya que la misma doctrina se encuentra en los escritos de Qumran, la matriz común de tal ética pueda ser encontrada en la literatura sapiencial judía; otros hacen notar que la imagen de los dos caminos es clásica en el mundo antiguo (cf. DELL’OSSO, 2011, p.16). En todo caso, el texto es preciosísimo, pues “echa raíces en las capas más profundas de los orígenes cristianos, allí donde sigue viva y fluida la tradición sobre Jesús, donde aún es vital la conexión con la espiritualidad, la ética y la liturgia judía y, donde resuena aún el eco directo de la eucaristía protocristiana y del anuncio de los profetas cristianos “(cf. DELL’OSSO, 2011, p.16).

Papias de Hierápolis. En las colecciones de los Padres Apostólicos, como dijimos, a partir de 1765, aparecen también algunos fragmentos de la Exposición de los dichos del Señor, obra de Papías, obispo de Hierápolis (hoy sus restos se sitúan en las proximidades de Pamukkale, Turquía). Según Irineo de Lyon, Papias habría sido discípulo del apóstol Juan y compañero de Policarpo. Eusebio de Cesárea, sin embargo, lo localiza como discípulo de otro Juan, un presbítero diferente del apóstol. Por lo tanto, Papías pertenecía a la generación que fue instruida por aquellos que conocieron a los apóstoles, pero no por los propios apóstoles. Se considera como fecha de composición de su obra la primera mitad del s. II, tal vez entre los años 125-130 (cf. DELL’OSSO, 2011, p.159). El testimonio de Papías es importante por sus referencias a los orígenes del evangelio de Mateo (que habría sido escrito en hebreo) y de Marcos (que se habría originado de la predicación de Pedro), pero también porque revela la importancia de la tradición oral de las enseñanzas de Jesús que eran transmitidos por medio de los “presbíteros”.

A Diogneto. Este texto se llama así por el nombre que se encontraba en el único manuscrito que lo contenía, descubierto en Constantinopla en 1436 y desgraciadamente destruido en Estrasburgo durante la Guerra Franco-Prusiana de 1870. Afortunadamente poco antes se habían hecho dos copias. El texto no es tanto una carta, como una obra del género apologético, que se ubica aproximadamente al final del siglo. II y principios del s. III. Es una presentación del cristianismo a un personaje, probablemente ficticio, llamado Diogneto.  El estilo es elevado y la lengua griega excelente, lo que hace pensar que el autor ha sido una persona culta y de un ambiente social elevado. En el texto, los cristianos son presentados como personas que viven la vida de todos los días, como el resto de los hombres y las mujeres de su tiempo, diferenciándose esencialmente por el hecho de ser perseguidos y despreciados, y por responder a eso con mansedumbre y testimonio de amor  con todos, indistintamente. Con una célebre imagen (capítulo 6), el autor establece un sugestivo paralelo: los cristianos son para el mundo lo que el alma es para el cuerpo. A continuación, pasa a describir algunos puntos de la visión teológica de los cristianos, terminando con una exhortación parenética a la conversión. Este texto fue a menudo utilizado para hablar del laicado cristiano y, sobre todo después del Vaticano II, indicado como un instrumento de inspiración para la formación de la madurez del laicado católico .

Massimo Pampaloni S.J. Pontificio Istituto bíblico (Roma). Original em italiano

4 Referencias bibliográficas

Para un trabajo científico:

Para hacer un trabajo científico sobre los Padres Apostólicos, la edición crítica más utilizada actualmente es la última edición de FUNK, F. X.; BIHLMEYER, K.; WHITTAKER, M. Die Apostolischen Väter. Tübingen, 1992.

Para las obras en particular (excepto para Papias y la Homilía del Pseudoclemente) existe una edición crítica en la colección Sources Chrétiennes, a la que se podrá recurrir útilmente. Para la Didaché, SC 248, Paris, 1978; para la Carta a los Corintios, de Clemente, SC 167, Paris, 1971; para las cartas de Ignacio de Antioquia, la Carta a los Filipenses de Policarpo y el Martirio de Policarpo, SC 10, Paris, 1958; para la Carta del Pseudobarnabé, SC 172, Paris, 1971; para el Pastor de Hermas, SC 53, Paris, 1958; para A Diogneto, SC 33, Paris, 1965.

Para una presentación general sobre cada obra en particular:

– Las Patrologías clásicas:

ALTANER, B.; STUIBER, A. Patrologia. Vida, obras e doutrina dos padres da Igreja. São Paulo: Paulinas, 2010.

DROBNER, H. Manual de Patrologia. Petrópolis: Vozes, 2008.

QUASTEN, J. Patrología I: hasta el Concilio de Nicea. v. I. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 1978.

– Um dicionário útil:

BERARDINO, A. DI (org.). Dicionário patrístico e de antiguidades cristãs. Petrópolis: Vozes, 2002.

Bibliografia citada en el texto:

ALTANER, B. Patrologia. Genova, 1968.

DELL’OSSO, C. (ed). I Padri Apostolici, Testi patristici 5. Roma: Città Nuova, 2011.

DROBNER, H. R. Patrologia. Casale Monferrato, 1998.

EHRMAN, B. D. (ed). The Apostolic Fathers. v I. Cambridge – London: Loeb Classical Library, 2003.

LONGOBARDO, L. Apostolica, letteratura – Padri Apostolici. In: BERARDINO, A. DI (ed). Letteratura patrística. Cinisello Balsamo, 2007. p.140-8.

PROSTMEIER, F. R. Ignazio di Antiochia. In: DOPP, S.; GEERLINGS, W. (eds). Dizionario di letteratura cristiana antica. Roma, 2006. p. 489-92.

QUACQUARELLI, A. (ed). I Padri Apostolici, Testi patristici 5. Roma, 1991.

QUASTEN, J. Patrologia I. Genova-Milano, 1980. Reimpressão: 2009.

VISOGNÀ, G. (ed). Didachè. Insegnamento degli Apostoli. Milano, 2000.

[1] El autor de la tesis sobre la carta como corrección fraterna es E. CATTANEO, La Prima Clementis come un caso de correptio fraterna. In P. LUISIER. Studi su Clemente Romano. 2003, OCA (268), 83-105.