Revelación

Índice

1 El significado de la Revelación y la Revelación divina

1.1 A partir de la historia de las culturas, de las filosofías y de las religiones

1.2 El camino salvífico de la Revelación de Dios

2 La Teología y la Revelación

2.1 La interpretación teológica de la Revelación

2.2 La enseñanza de los Concilios Ecuménicos Vaticano I y II

3 La actualidad de la Revelación como núcleo de la existencia cristiana

3.1 La tradición cristiana hoy, desde la Revelación hasta el dogma

3.2 La misión comunicadora de la Iglesia

4 Referencias Bibliográficas

1 Significado de la Revelación y la Revelación divina

 “Revelación” es la denominación que se le da al acto de revelar, de volver claro y comprensible alguna cosa por medio de una comunicación. La palabra proviene del término latino revelatio que, etimológicamente, se refiere a la acción de “retirar el velo” a algo o a alguien y, así, revelar lo que anteriormente estaba escondido.

 La revelación de una persona a otra persona coincide con el acto de darse a conocer. De un modo general, la Revelación divina es la experiencia de la adquisición de un conocimiento transmitido por Dios al hombre. Esta transmisión al hombre se da en una comunicación en la que Dios no comunica cosas, sino que comunica a sí mismo, y de allí la Teología utiliza la bella expresión: “auto-comunicación” de Dios, con la que perseguimos el misterioso contenido de la Revelación, que es el propio Dios.

 En este sentido, el cristianismo entiende que Dios, revelándose a través de la Palabra y de los acontecimientos de la historia, se da a conocer, se manifiesta. Por otro lado, la cuestión filosófica del significado de la revelación pasa por la experiencia radical de cómo el hombre puede percibir el infinito en su finitud.

 Para comprender el misterio de la Revelación divina es preciso percibir que, además de ser históricamente humana, la auto-comunicación de Dios se transforma en intercomunicación entre los hombres, porque solamente en ella y a través de ella el hombre puede ejercer su libertad de acatar o no esa comunicación que es realizada bajo la forma de una oferta (RAHNER, 1989, p.233).

 Los siglos vividos por el cristianismo nos muestran que la experiencia de la fe no es solamente histórica, como exige del creyente la percepción de su condición de “criatura”, o que solamente tiene sentido si la consideramos en la relación originaria con Dios como Padre y, por lo tanto, Creador. Con esto, se hace la salvedad de que en la teología cristiana, entre los términos criatura y Creador, se coloca otro: el término “relación”, relación que se da en un encuentro entre personas, encuentro que llamamos espiritual (RAHNER, 1989, p.96).

El encuentro no es espiritual cuando se habla de Dios, sino cuando se intenta oír el Dios que habla en el relato, que cuenta la manera cómo elige o la manera cómo alguien actúa, en relación a Él. Dios no entra, pues, en la relación del encuentro espiritual objetivado como un tema sobre el cual dos personas hablan, intercambiando ideas. El encuentro es espiritual cuando Dios sucede, como aquel en el que dos personas se encuentran, se escuchan precisamente a través de las palabras que una le dice a la otra (MORO, 2006, p. 23-40).

 Si estamos afirmando que la Revelación cristiana se da en la historia y en un encuentro humano, los cristianos deben admitir que ese encuentro es permitido a todo y a cualquier hombre, sea cual fuera el caldo de cultura en el que él esté sumergido y, además de esto, sea cual fuera el fundamento de su propia fe.

 1.1  A partir de la historia de las culturas, de las filosofías y de las religiones

 La Ciencia de la Religión no comprueba la existencia de una revelación primitiva, lo que no permite encajar todas las nociones de revelación como mera filosofía. Inclusive, porque la fenomenología de las religiones confirma la revelación como parte de la auto-comprensión de todas las religiones que se toman como creaciones divinas, y no se aceptan como meras construcciones humanas. En este sentido, la Metafísica, que ya es una Filosofía de la Religión debe reconocer a Dios como aquel que es libre y desconocido y “debe comprender a la persona humana como el ser que vive en la historia y en ella oye una eventual revelación de este libre desconocido” (RAHNER, 1941, p.8).

En el islamismo, el contenido de la Revelación es el inescrutable designio de Dios, que gobierna todas las realidades del mundo, y que se revela como mandamientos. Así, no existe la promesa de una participación en la vida divina, lo que da a los cristianos las bases de una historia de la salvación.

Si observamos el mundo Oriental asiático, representado por los adeptos de los sistemas filosóficos y religiosos de la India, veremos que el Todo no es otra cosa que el Yo plenamente realizado. Al hablar del Absoluto, que algunos llaman Dios, otros el Sí Mismo, o el Todo, o el Ser, Ramakrishna decía: “No hay ninguna diferencia si llamáis de Tú o si pensáis Yo o Él”. Ya en Occidente, representado por la Teología católica y protestante europea, concebimos a Dios como el Tú del hombre (ROUGEMONT, 1957, p.17).

Resulta curioso observar que en la religión africana el mundo visible y el invisible (de los antepasados muertos) se presentan en una unidad en la que el elemento central es la vida en toda su amplitud, a partir de allí y teniendo en cuenta que la ética valoriza lo que trae más vida, como la fertilidad, la solidaridad del clan, el respeto a la naturaleza, se destaca el papel desempeñado por los ritos, por medio de los cuales se da y se recibe la vida (MIRANDA, 1998, p.89).

En la medida en que el conocimiento racional predomina, la revelación está menos enfatizada en las demás religiones. No obstante, desde los más arcaicos estadios de conciencia religiosa, existe en el hombre un deseo de experimentar el fundamento primordial del mundo. Este deseo surge en olas que parten del primer principio y se presenta como algo comprensible, y más raramente como un ser personal. Este principio es también la meta de toda la inducción, de donde se extraen los hechos conocidos y es lo que da sentido a todo. De estas concepciones de Dios resultan opciones radicalmente diferentes, y aquí “entra en cuestión el juego del mito: nosotros y el otro” (LIBÂNIO, 2014, p.25). También aquí despunta la gran cuestión filosófica de nuestro tiempo, o sea, la crisis de identidad o del tiempo en que reina lo que Bruno Forte llama de “la provocación de la diferencia, la inquietud de la alteridad, donde lo que nos inquieta es el otro, que nos hace indagar dónde y cómo el otro se presenta”. Y en esta cuestión del otro está embutido el tema de la Revelación, como “el tema del otro y de la responsabilidad para con los otros, expresada en la conjugación suprema entre ‘resistencia y revelación’” (FORTE, 2010, p.11).

Es importante observar que muchas insatisfacciones y sufrimientos llevan al ser humano hacia las religiones. Aunque las experiencias salvíficas o significativas, experimentadas en las diversas religiones sean distintas, las religiones pueden ofrecer sentido a lo que muchas veces se presenta al hombre como ‘sin sentido’. Al relatar sus experiencias, “el hombre ‘siente’ esta sintonía con el otro, volviendo posible ‘ponerse de algún modo en el lugar del otro’” (MIRANDA, 1998, p.88-90).

1.2 El camino salvífico de la Revelación de Dios

Los cristianos siempre intentaron decir por medio de fórmulas breves, hasta en una única palabra, lo esencial de aquello que los anima. En este sentido encontramos las palabras camino, misterio, doctrina, tradición, siendo que el término Evangelio, palabra preferida de Jesús de Nazaret y de los primeros cristianos, es el más marcante, puesto que anuncia la buena nueva. Desde el siglo II, el término Evangelio designa los cuatro relatos canónicos que marcan el itinerario de aquel que anunció en primer lugar (THEOBALD, 2002, p.15).

Ya la idea de revelación es usada para explicar la relación entre Dios y el hombre, considerando que Dios no revela nada de lo que podemos o podremos un día saber por nosotros mismos: hay una única cosa para decirnos, un único misterio para revelarnos: es Él mismo y Él mismo como destino de la humanidad. En este sentido, el término revelación se transformó en una palabra clave para decir lo esencial de la tradición cristiana al vincular revelación y fe, algo que se da al oír a Dios.

Este oír implica la postura cristiana del oyente de la Revelación y nos remite a las Escrituras, al Antiguo y al Nuevo Testamento, en la medida en que ellos nos señalan el Dios que revela su bondad y misericordia y, en este sentido, las Escrituras pueden ser vistas como Revelación divina. Es la Revelación de Dios, en auto-comunicación, a través de las palabras (Dei Verbum, n.2, 8, 9, 25).

El AT afirma que el hombre solamente puede conocer a Dios cuando Él se da a conocer, o cuando Él decide revelarse (Dt 4, 32-34). Se debe destacar que en el AT revelación no es un sustantivo sino un verbo, representado como “divulgar”, “anunciar” y “presentar”. No se restringe a la Revelación divina, sino que indica también la acción de divulgar y conocer en las relaciones humanas.

Así, en la tradición bíblica, el velo puesto sobre el rostro (Ex 34, 32-35) y sobre los pueblos (Is 25, 7) indica que la experiencia de revelación se sitúa primeramente en el interior de la relación humana y en la historia, de tal modo que la propia historia se vuelve el espacio de la decisión humana, en la que el hombre debe responder, aceptar la propuesta del camino ofrecido por Dios, agradecer la ayuda de Dios y servir, en la historia de la salvación, como fue afirmado anteriormente.

La historia humana solamente pasa a ser entendida como historia de la salvación cuando la experiencia de la palabra de Dios entra en escena como palabra en acción, como Palabra que da vida, en una historia que es interpretada de la parte de Dios por los profetas y por la ley (Gn 1; Salmos 147,15-18; Dt 8,3, Salmos 106, 9; 107, 20; Is 50, 2; Jr 18,18; Dt 1,1-18). De acuerdo con el AT, Dios se revela en la historia como una promesa para los hombres de todas las naciones, revelando la meta del hombre y la de su historia, al mostrarlo a sí mismo como pieza activa en la historia.

En NT, el concepto de revelación difiere en Pablo y en Juan. San Pablo describe “revelación” como los verbos “revelar” y “manifestar”, que también se usan en el AT. Además, él usa el sustantivo “misterio” que viene de la literatura sapiencial y apocalíptica del judaísmo. Ya la teología de San Juan, aunque permeada por la noción de revelación, no utiliza el sustantivo “revelación” y el verbo “revelar” apenas aparece una vez, cuando él cita el AT (Jo 12, 38), lo que sumado a la ausencia del término “misterio” y al uso de “manifestar”, indica una opción por el vocabulario helenista. El punto de partida es todavía judaico – la invisibilidad total de Dios -, pero el propósito es enfatizar que Dios es apenas visible y alcanzable en la encarnación, en las palabras y en la vida de Jesús, volviendo clara la distinción entre la revelación en el Nuevo y el Antiguo Testamento.

Se observa que el cumplimiento de todas las promesas de la Revelación en Cristo no hace de Jesús el medio de un ciclo de comprensión linear del tiempo en la historia de la Revelación, ni absorbe escatológicamente la historia de la humanidad en la historicidad de una decisión definitiva de fe. Tales nociones corresponden más a una pre-comprensión filosófica, no haciendo justicia a la comprensión bíblica de la historia de la Revelación.

La doctrina del NT es que Jesús, la Revelación de Dios a la luz de las promesas del AT, es la anticipación de todas las promesas en la historia de la salvación. En los eventos de esta historia, el acto salvífico definitivo de la resurrección de Jesús, en anticipación a la realización de la futura resurrección de los fieles, no disminuye el valor del tiempo presente. En verdad, propicia una apertura al futuro que brota a partir del cumplimiento de un pasado de promesas.

La resurrección de Jesús es la autorrevelación del deseo de Dios vivo de que el hombre debe tener vida. Dios se revela en la historia que se desarrolla entre las palabras de la promesa y que une pasado y presente en la apertura al futuro definitivo, en una celebración de la participación del hombre en la vida de Dios. Es en este sentido que Lucas mapea el tiempo como una “historia de salvación” con:

1) el tiempo de la promesa (Antiguo Testamento);

2) el tempo del cumplimiento de la promesa (la actuación de Jesús); y

3) el tiempo de la vida de los cristianos en el mundo, reunidos en la Iglesia y animados por el Espíritu Santo.

2 La Teología y la Revelación

El tema de la Revelación es tratado en la Teología que llamamos “Fundamental”, vocablo en que la etimología habla del fundamento y, como sabemos, “la metáfora del fundamento indica precisamente la naturaleza estable, inmutable de la realidad. Fundamento que no cambia. Si eso sucede, el edificio caería” (LIBANIO, 2014, p.17).

  Por eso, la teología busca hablar de verdades reveladas por Dios y enseñadas por la Iglesia como eternas, definitivas, inalterables, a partir del desafío que nos viene del mundo en constante cambio, y donde se construirá la Teología que pueda dar respuestas al hombre, a partir de la propia Revelación.

  En la historia y en la tradición recientes, el concilio Ecuménico Vaticano II nos recuerda que la postura de la Iglesia y de los fieles es la de los oyentes de la Revelación y, por consiguiente, debemos actuar con la humildad de quien admite que su conocimiento es parcial, acatando la presencia de las nociones no cristianas de revelación donde quiera que ellas indiquen y promuevan la paz entre todos los hombres (Lumen Gentium, n.13-17; Nostra Aetate, passim).

2.1 La interpretación teológica de la Revelación

La teología debe ser pensada como reflexión sobre la fe, donde la Revelación de Dios tiene fuerza desmitificadora, o sea, presenta a Dios como fuente de verdad, de justicia, de solidaridad y de amor. Debemos estar alertas en cuanto a los contextos culturales de mitos y anti-mitos que esconden y camuflan las realidades básicas de la fe y, no raramente, mueven intereses opuestos al proyecto salvador de Dios, mientras que, al lado de los mitos surgen también los ídolos que se baten fuertemente contra la fe cristiana (LIBANIO, 2014, p.41).

La teología parte de la premisa de que la Palabra es insustituible a la revelación personal e histórica de Dios y que alcanza en primer lugar la singularidad espiritual del hombre. Esto significa que, por su trascendencia, Dios nos concede la posibilidad de oírlo y de acogerlo en la fe, esperanza y caridad. Y es por medio de este actuar que Dios no rebaja al hombre a la condición de mera criatura finita. Al contrario, nos está dirigiendo la Palabra que toca al hombre como manifestación de sí mismo, en una relación – entre el Dios que se acerca y el hombre que en él se resguarda – que se transforma en Revelación de Dios, en la medida en que es a sí mismo que Dios se manifiesta en la Revelación (se auto-comunica).

La proximidad y la constancia de esta manifestación divina llevan al hombre a admitir que Dios no se aleja de nosotros, ni cuando alcanzamos nuestro camino ni cuando lo erramos. Es esta proximidad absoluta de Dios lo que genera la indulgencia de un Dios que está siempre listo para perdonar. Por eso, podemos decir que Dios es quien, en su indulgente proximidad, se entrega al hombre como la plenitud de la absoluta ilimitación trascendental, como quien quiere mostrar la imagen de Dios invisible, que San Pablo nos enseñó (Col 1,15).

Ese Dios que quiere revelarse, y se revela a su criatura en palabras, permite decirse al hombre de manera absoluta. Absoluto, que “parece relativizarse a sí mismo, pues solo lo relativo se relaciona; parece salir de sí, despojarse, vaciarse de sí, desapropiarse y deformarse en esta relación en la que lo inmutable y eterno, el Logos, se hace carne”     (MORO, 2003, p.370).

Hay, pues, dos relaciones: la del hombre en su mundo y con sus pares y la del hombre con Dios, lo que puede ser dicho como una relación que consiste en la acogida de la auto-comunicación que Dios le da al hombre, y a la desafiante comunicación de esta relación a los hombres de todos los tiempos. La práctica cristiana de dos milenios, de llevar al cristianismo a los “confines del mundo”, implica comprender que solamente fue posible ejercer este ardor misionero “comunicador” porque hay un Dios personal que desde siempre se comunica y renueva su auto-comunicación, como dice San Ignacio, en una eterna relación con “todos y con cada uno de nosotros en particular”.

2.2 La enseñanza sobre la Revelación en los concilios Ecuménicos Vaticano I y II

La Iglesia, que pretende estar siempre activa en el mundo, solamente permanecerá si retoma su propio camino y percibe los puntos desde dónde deben partir las nuevas discusiones que buscan superar los antiguos desafíos. Veamos un ejemplo que pone en cuestión la auto-comunicación de Dios y admite la Revelación como punto de partida para el Ecumenismo, el diálogo inter-religioso y con la cultura.

En la teología escolástica surgió la cuestión de la doctrina del Concilio Vaticano I ((Dei Filius, Cap. II), según el cual se puede conocer a Dios por la llamada “luz natural de la razón humana”. La cuestión es si hay oposición entre el Dios de la razón y el Dios de la revelación, o sea: si este conocimiento también se refiere a Dios – no solo como fundamento original del mundo – como creador del mundo en un sentido estricto o de nuestra condición de criatura que también es parte de los datos que se pueden conocer a través de la luz de la razón natural.

Al acompañar la historia de la Iglesia, vemos que el concilio Vaticano I no responde a esta cuestión, en verdad enseña que Dios es el creador de todas las cosas, que él las creó y continúa creando desde la nada, pero nada se dice sobre si esta afirmación es meramente filosófica o si solamente puede ser realizada en el interior de la Revelación y, por lo tanto, de la auto-comunicación personal de Dios (RAHNER, 1989, p.97). Esta cuestión vino a ser superada en el concilio Vaticano II, con la Dei verbum, que así lo aclaró en su Cap. I,6: “Por la Revelación divina quiso Dios manifestar y comunicar a sí mismo y a los decretos eternos su voluntad sobre la salvación de los hombres, ‘para hacerlos participar de los bienes divinos, que superan enteramente la capacidad de la mente humana’”

Es importante reiterar que la cuestión se coloca dogmáticamente frente a lo que es fundamental para una teología abierta al diálogo ecuménico, a la unión entre los cristianos. Según testimonios, antes de la apertura del Concilio, la Revelación ya era considerada tema central, tanto en la doctrina católica como en el movimiento ecuménico, puesto que la relación entre Escritura y Tradición constituía el objeto principal del mal entendido (del conflicto) entre católicos y protestantes. El “esquema” preparado antes del Concilio dividió la asamblea y los relatos nos muestran que éste fue el momento de mayor crisis en el Concilio. “Una verdadera guerra donde comenzaron a circular contra-proyectos firmados por teólogos de proa, como K. Rahner y Y. Congar, hasta que en abril de 1964, el esquema ganó nueva redacción con una tonalidad más bíblicas” (SESBOÜE, 2002, p.419-22).

Obsérvese en el ejemplo dado que la solución traída por la Dei Verbum, en lo referente a la Revelación, aunque como un acto de comunicación de Dios por él mismo, mediante, sobre todo, Jesús Cristo, de que un conjunto de “verdades” transmitidas, cumple exactamente la previsión en la que Rahner dice que el Vaticano II tuvo este papel de “comienzo del comienzo”, en donde por primera vez la Iglesia católica se coloca como una iglesia para el mundo, asumiendo la multiplicidad de culturas y, consecuentemente de las teologías, de todas las teologías cristianas.

Debe resaltarse también que el concepto de auto-comunicación de Dios no es apenas una de las cuestiones que el Concilio Ecuménico Vaticano II superó, sino que en él está la condición de posibilidad necesaria para que todas las iglesias cristianas puedan, con este fundamento teológico, partir para la gran aventura que nos aguarda en “Teología del Futuro”, que hoy se vislumbra en el diálogo creciente no apenas entre las iglesias cristianas, sino también entre las iglesias no cristianas, por entender una necesidad decurrente del estrechamiento de las relaciones humanas.

3 La actualidad de la Revelación como núcleo de la existencia cristiana

El deseo salvífico universal de Dios es la base del cristianismo que caracteriza a Dios como saliendo de sí mismo para entregarse a otro, con el fin de hacerlo participar de su felicidad. La expresión máxima de esta auto-comunicación divina se da en la encarnación del Hijo de Dios.

Naturalmente sabemos esto por la Revelación de Dios en Jesús Cristo, quien nos manifestó el Misterio como Padre y a la fuerza interior que actúa en nosotros como el Espíritu, pues la acción salvífica divina alcanza el núcleo de nuestra persona, donde las facultades están aún en una unidad. Inteligencia, libertad, afecto, fantasía, memoria, así integradas en lo más profundo de la persona, reciben el impacto de la acción salvífica (MIRANDA, 2006, p.268).

El impacto de la acción salvífica, con la que Dios deja transparentar algo de sí, es experimentada por el hombre que la exhibe como una marca en su vida. Por esto, Rahner no se cansó de afirmar que la existencia cristiana, marcada por el impacto de esta acción salvífica, abarca toda nuestra existencia construyendo, así, nuestra propia identidad (RAHNER, 1989, p.12).

Nuestra identidad es traducida actualmente a través del concepto de dignidad humana, que para los cristianos es inmanente al hombre, así universalizando la igualdad entre los hombres sobre la faz de la tierra, todos nosotros, los hijos de Dios. Debe resaltarse que este concepto nos fue ofrecido por Jesús de Nazaret, Palabra de Dios, aceptada y vivida en la comunidad que llamamos Iglesia, según el testimonio de fe que recibimos y trasmitimos desde los apóstoles de Cristo.

En este sentido, la Revelación es trabajada como “proyecto salvífico de Dios en el medio de los hombres, reafirmándoles la dignidad humana. En este contexto, ninguna realidad humana le suena ajena o extraña y los valores éticos y cristianos se relacionan mutuamente” (LIBANIO, 2014, p.51).

Inmersos en la cultura plural de nuestros días, sabemos que pertenece a la naturaleza humana inquirir y cuestionar las realidades fundamentales de la vida. Las ciencias surgen para responder a las angustiantes interrogaciones del corazón humano. Los filósofos resumen estas indagaciones en algunas formulaciones: ¿por qué existen cosas y no la nada? (Leibniz, Heidegger). En el AT, Moisés preguntó a Dios: “¿Cuál es su nombre? (Ex. 3,13). ¿En la Iglesia, la apologética tradicional preguntaba cómo hablar de Dios en un mundo racionalista? ¿Deísta? ¿Ateo? Esta forma de cuestionar continúa presente, por eso las tareas de la Teología que piensa la Revelación no cesaron. Cambiaron. Siguen reales y urgentes (LIBANIO, 2014, p.67).

 3.1 La tradición cristiana hoy, desde la Revelación hasta el dogma

 En este contexto cristiano, debemos observar la relación entre Revelación y la actuación efectiva del Espíritu Santo a lo largo de la historia de la Iglesia, o sea, entre la tradición de la “Verdad eterna” y la posibilidad de una mejor expresión de esta misma Verdad, lo que algunos autores llaman de “evolución del dogma”. Esta es una de las tareas más arduas a la que la Iglesia católica tuvo que enfrentarse en los últimos milenios, en la lucha por el uso de las palabras que siempre intentan expresar mejor el contenido del dogma, o sea, el contenido revelado, que es Dios.

 En este sentido, contamos con la acción del Espíritu Santo, acción que tiene como ámbito privilegiado la propia Iglesia, como afirma santo Irineo, alrededor del año 180 de nuestra era: “ Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda la gracia. Y el Espíritu es Verdad” (IRINEU, 1995, p.359).

 La tarea de expresar la Verdad eterna implica la noción de “tradición” para todos los tiempos, considerando que el cristianismo es una religión de revelación, basada en un evento histórico salvífico: la vida, el actuar y la muerte de Jesús de Nazaret que afirmamos, en la fe, haber sido resucitado por Dios. El Concilio Ecuménico Vaticano II enseña que la Iglesia, en su doctrina, en su vida y en su culto, perpetúa y transmite a todas las generaciones todo lo que es y todo en lo que se cree, siendo en ella que se desarrolla la tradición de los apóstoles, gracias al Espíritu Santo (Dei Verbum, n.8).

 La pregunta que se hace es sobre el contenido de la tradición, porque la fe Cristiana debe ser capaz de expresar el evento histórico (y salvífico) Jesús Cristo de forma tal de hacer accesible la Revelación de Dios a todos los hombres, en todos los tiempos. El pasar de los siglos presentó nuevas dificultades frente a la experiencia cultural de cada tiempo. Por eso la historia en la que se revela la “evolución del dogma” es la historia de la progresiva manifestación del misterio que llega al hombre por el poder del Espíritu Santo.

En conocimiento de esta naturaleza, debemos seguir un principio, una vez que la Verdad revelada es siempre la misma y expresa algo que la Iglesia se apodera como parte de la Revelación a ella confiada, como objeto de su fe incondicional. Este principio limita el contenido del dogma porque excluye objetivaciones de sentimientos, actitudes y mentalidades mutables y que se prenden a una determinada época histórica y no a otra. El riesgo que existe en el hombre al adoptar estas proposiciones, que son frutos de su época, es el de incidir en un error que lo desvíe de la verdad.

Por otro lado, el hombre al hablar, jamás alcanza las consecuencias reales que se deducen de sus palabras, porque todo lo que decimos jamás corresponde a la expresión plena de lo que realmente queremos decir. Pero cuando Dios habla no sucede lo mismo. Por eso, Dios mismo dice lo que solo en la historia viva de lo que fue dicho se revela como dicho, o sea, no es lo que Dios pronunció en su sentido proposicional inmediato, sino lo que comunicó y, por eso, podemos creerlo como un saber suyo.

Allí está el núcleo central del cristianismo, cuando afirma la Revelación como evento salvífico, implica una “comunicación de Verdades” que, en la historia de la salvación, alcanzó en Cristo su punto máximo, incapaz de ser superado. Por eso, el cristianismo no es una fase de la historia sustituible por otra; el cristianismo es el evento que apunta hacia la eternidad auténtica, que pertenece a lo que está más allá de toda Revelación de Dios.

3.2 La misión comunicadora de la fe de la Iglesia

Después de la Segunda Guerra Mundial, surge en Francia la “Nueva Teología” propugnando la “vuelta a las fuentes”, la aplicación de los métodos históricos-críticos, colocando a la Teología más cerca de la vida de las personas, en una revolución de valores que defiende la evolución del dogma. La Nueva Teología busca contacto con la vida, intenta participar de ella y explicarla. Integra teología y espiritualidad (LIBANIO, 2014, p.74).

Este contexto refleja el nuevo clima de pensar la Revelación, ya no a partir del concepto abstracto de revelación ni del dios de la filosofía, sino de recurrir al hecho de la Revelación a lo largo de la historia, caracterizando la religión del AT por la afirmación de una intervención de Dios en la historia, debido únicamente a su libre decisión. Concebimos esta intervención divina como el encuentro de alguien con alguien: de alguien que habla con alguien que oye y responde. Dios se dirige al hombre como un señor a su siervo, lo interpela, y el hombre que oye a Dios responde por la fe y por la obediencia. El hecho y el contenido de esta comunicación nosotros lo llamamos de Revelación (LAUTOURRELLE, 1992, p.13).

En síntesis, la teología necesita lidiar con la Revelación (auto-comunicación de Dios) de un modo reflexivo para ser entendida por la mente humana, lo que exige una comprensión del ser y del hombre, esto es filosofía. Por eso, la mediación teológica de la Revelación ocurre por medio de la filosofía, y la filosofía y la teología constituyen un todo en la apropiación receptiva-reflexiva de la palabra de la Revelación (METZ apud DONCEEL, 1969, p.6).

En este sentido, la Revelación marca el entrelazamiento de temas y la complejidad de la realidad del cristianismo, acompañando la trama que envuelve a Dios, al hombre y a la realidad creada. A pesar de las dificultades, es éste el camino que ilumina tanto nuestra experiencia de Dios como nuestra vivencia cristiana. Penetrar en esta trama de reflexiones significa entender nuestra relación con Dios, el significado que podemos atribuir al mundo, la historia y el tiempo.

Esto refuerza el entendimiento de que la auto-comunicación de Dios es un proceso que acompaña la historia humana, en lo que llamamos historia de la salvación; y Revelación es donde se da, histórica y progresivamente, la experiencia de esta auto-comunicación. La prioridad que debemos dar a la comunicación de los datos de la fe estará para siempre relacionada al hecho de que la “Buena Nueva” debe ser oída y entendida, de manera de propiciar que su oyente haga de las experiencias allí relatadas con el Señor una experiencia real de este mismo oyente, experiencia que lo transformará de mero oyente en alguien que se relacione con nuestro Señor Jesús Cristo de modo único, personal e irrepetible.

Si alejamos la comprensión de los Evangelios de este modo existencial de vida, ellos jamás propiciarán el evento que culmina en la apropiación de esta experiencia a la existencia del hombre como un todo. El cristianismo es dinámico y así se ha mantenido ya por casi dos milenios, acompañando la visión de mundo del hombre, que siempre surge con nuevas cuestiones particulares que la universalidad del cristianismo no puede ni quiere despreciar.

Sabemos que si la existencia cristiana no puede ser vivida en la interioridad de cada hombre, ella se da en la acogida amorosa de una invitación (auto-comunicación) de Dios, invitación que, cuando acogida, sobrepasa todas las instancias de nuestra realidad en una oblación que transforma la totalidad de la vida del hombre en lo que llamamos de existencia cristiana, y que ya no puede ser renegada por un acto de libertad plena del propio hombre. Aunque doloroso, es pertinente recordar que esa postura, en el extremo, es lo que llamamos de martirio, señalado por el papa Francisco como algo más frecuente hoy que en los inicios del Cristianismo.

Jussara Filgueiras Dias Santos Linhares. FAJE. Texto original portugués.

 4 Referencias bibliográficas

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KRAUSS, M. Karl Rahner: I Remember. New York: Crossroad, 1985.

LAUTURRELLE, R. Teologia da Revelação. São Paulo: Paulinas, 1992.

LIBANIO, J. B. Introdução à Teologia Fundamental. São Paulo: Paulus, 2014.

METZ, J. B. apud DONCEEL, J. Philosophy of Karl Rahner. Enumclaw: Magi Books, 1969.

MIRANDA, M. O cristianismo em face das religiões. São Paulo: Loyola, 1998.

––––––. A Igreja numa sociedade fragmentada. São Paulo: Loyola, 2006.

RAHNER, Karl. Curso Fundamental da Fé: introdução ao conceito de cristianismo. São Paulo: Paulinas, 1989.

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ROUGEMONT, D. de. L´aventure occidentale de l´homme. Paris: Albin Michel, 1957.

SESBOÜE, B. (dir.) O Deus da Salvação. São Paulo: Loyola, 2002.

THEOBALD, Christoph. A Revelação. São Paulo: Loyola, 2002.

Moro, Ulpiano Vázquez. A configuração do cristianismo numa cultura plural. Perspectiva Teológica, Belo Horizonte, n.70, set-dez. 2003.

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 Para saber más

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______ ; VORGRIMLER, Herbert. Theological Dictionary. New York: Crossroad, 1985.

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