Lucas y Hechos

Índice

Lucas, escritor de oficio

I. El evangelio

1 Un escritor de tradición: Documento Q, Marcos

2 División, unidad narrativa

3 Teología básica

3.1 Intención teológica

3.2 De la historia de Jesús a la historia de la Iglesia

II. El libro de los Hechos

1 División y elementos fundamentales.

2 Mensaje básico

Conclusión teológica

Referencias

Lucas, escritor de oficio

A finales del siglo I d.C., un cristiano culto, de origen quizá pagano, que había sido prosélito judío y conocía bien la Biblia Griega (los LXX), escribió la primera historia de Jesús y de su movimiento, siguiendo modelos cristianos y helenistas anteriores.

“Ya muchos han intentado componer una diéguesis (relato) de las cosas (pragmatôn) que han sucedido entre nosotros, siguiendo lo que nos han transmitido los primeros testigos oculares, conver­tidos en servidores de la Palabra. Según eso, también yo, después de investigar todo con diligencia, desde los orígenes, he decidido escribírtelo con orden, ilustre Teófilo, para que compruebes la solidez de las enseñanzas que has recibido” (Lc 1, 1-4).

Le llamamos Lucas porque así le ha llamado la tradición, pero ignoramos su nombre, y escribió una obra que constaba de dos partes (Evangelio y Hechos), que estaban en principio unidas, pero que la iglesia posterior ha separado, como si fueran dos libros.  Algunos dicen que escribió su obra en Roma, porque allí culmina Hechos, otros piensan en Éfeso. Sea como fuere, escribe en un lugar donde se reconocían y aceptaban dos escritos cristianos anteriores (Marcos y Q), porque los utiliza como base de su escrito, y lo compone, sin duda, al servicio de su Iglesia.

 Lucas conoce también relatos de las cosas (pragmatôn) que han sucedido “entre nosotros”, a partir de Jesús. No los rechaza, pero piensa que pueden completar­se y organizarse mejor, para destacar la coherencia (solidez) de la tradición cristian­a. No inventa lo que escribe, pero lo matiza; no crea de la nada, sino que organ­iza y elabora aquello que otros han transmitido, sea de viva voz, sea por escrito. Habían muerto los primeros testigos de la iglesia, estaban muriendo también otros cristianos posteriores. Por eso, situándose a caballo entre la segunda y la tercera generación cristiana, él ha sentido la necesidad de ofrecer una visión de conjunto de los hechos que han sucedido entre nosotros, en el tiempo de Jesús y después de su muerte (cf. introducción a los libros de Lucas y Hechos: Lc 1,1-2; Hch 1,1-3).

Era escritor, conocía la forma de escribir de algunos autores helenistas de su tiempo y sabía poner los discursos apropiados en la boca de las personas adecuadas, en el momento preciso, graduando e interpretando el desarrollo y sentido de los hechos. Pero era también un catequista cristiano. Ciertamente, él escribió para los fieles de su iglesia a quienes quiso ofrecer una visión fiable de la vida y mensaje de Jesús; pero escribió también para los de fuera; es quizá el único escrito del NT dirigido a un público abierto, como indica el hecho de que “edite” sus obras, dedicándolas a “Teófilo”, que puede ser un personaje real o simbólico, conforme al uso de su tiempo.

Cómo indica al comienzo de su segunda obra, Lucas escribió un logos (Hch 1, 1) o tratado en dos volúmenes o tomos. El primero sobre las cosas que Jesús “hizo y enseñó” (palabras-obras) hasta su ascensión (Evangelio, Lc). El segundo sobre las “obras y palabras” de sus seguidores, que van desde Jerusalén hasta los confines de la tierra (Roma), llevando el mensaje de Jesús (Hechos, Hch). No escribió un “evangelio” estrictamente dicho, como Marcos, ni tampoco un libro de genealogía de Jesús como Mateo, sino un “relato-tratado” de los acontecimientos y palabras de Jesús y de sus seguidores, en dos volúmenes, significativamente iguales en tamaño (Lc y Hch).

Como he dicho, la iglesia del siglo II separó las dos partes de la obra y así tomó la primera (Lc) como unidad en sí misma, poniéndola al lado de los otros evangelios (Mc, Mt, Jn), de manera que la segunda (Hch) vino a tomarse como un libro diferente. Esta decisión ha sido buena, aunque ha podido hacernos olvidar la profunda unidad y vinculación entre las dos obras. De todas formas, la separación de las dos partes (cada una con la amplitud normal de un “rollo”) tuvo una consecuencia positiva, pues nos ha permitido separar el tiempo del Jesús histórico (evan­gelio) del tiempo del Cristo de la fe, sentado a la derecha del Padre, dirigiendo por su Espíritu la vida de la Iglesia.

Desde criterios internos, su obra doble tiene tres momentos fuertes, que han influido poderosamente en la liturgia cristiana: (a) Apoyándonos básicamente en su “evangelio de la infancia” (Lc 1-2), la Iglesia sigue celebrando la fiesta de la Navidad; (b) De manera semejante, la Iglesia visibiliza y celebra la Pascua cristiana teniendo en cuenta los “cuarenta días” de apariciones de Jesús, que culminan con la Ascensión al cielo, que ningún otro autor del Nuevo Testamento ha presentado de esa forma (cf. Lc 24 y Hch 1); (c) Finalmente, sólo Lucas nos permite visibilizar y celebrar la fiesta cristiana de Pentecostés, es decir, la fiesta del Espíritu Santo, enviado por Jesús, para iniciar y promover la misión cristiana en el mundo entero, a lo largo de todos los tiempos (cf. Hch 2).

Cuando los cristianos actuales celebramos Navidad o interpretamos la Ascen­sión de Jesús como culmen y clausura la Pascua estamos utilizando el esquema teológico, histórico y litúrgico de Lucas. Otros autores del Nuevo Testamento (como Pablo o Juan) han podido ofrecer una imagen más profunda del misterio pascual, en el comienzo de la Iglesia. Pero Lucas ha sido (con Mateo) el autor que más ha influido en el despliegue del cristianismo posterior.

I. El evangelio

1 Un escritor de tradición: Documento Q, Marcos

Lucas es un helenista, hombre de cultura griega, y era probablemente prosélito judío (no judío de nación) antes de hacerse cristiano. Conoce la Biblia del Antiguo Testamento (los LXX) y se ha informado, en lo posible, de los momentos principales de la vida de Jesús, estudiando escritos anteriores (un posible documento Q, con sentencias de Jesús, y el evangelio de Mc), consultando con testigos y portadores de la tradición cristiana:

a. El documento Q (del alemán Quelle, Fuente) es un texto o fuente oral de los evangelios de Mateo y Lucas, que contenía una colección de Dichos o Logia de Jesús. Puede haber surgido en Galilea o Judea, en los años 40/50 d.C., ofreciendo el testimonio más significativo de un grupo de cristianos que habrían recopilado en forma apocalíptico-sapiencial, algunos dichos de Jesús, para expresar y expandir por ellos su experiencia. Ese documento forma con Marcos el testimonio extenso más antiguo de la tradición de los evangelios. Pero, a diferencia de Marcos, que ha seguido empleándose en la iglesia después que gran parte de su material hubiera sido recogido por Mateo y Lucas, el Q se ha perdido, quizá porque ya no interesaba (sus materiales habían sido conservados en Mt y Lc), quizá porque su visión resultaba limitada: sólo recogía “palabras” de Jesús, dejaba a un lado el tema su muerte y resurrección.

b. Marcos. Pasados algunos años, hacia el 70 d. C., un autor llamado Marcos pensó que el documento Q, cerrado en sí mismo, resultaba deficiente (no recogía la trama de la vida de Jesús) y para subsanar sus deficiencias él mismo escribió un “evangelio”. El Q no había sido un “evangelio”, sino un sumario de dichos de Jesús, casi sin fondo narrativo (sin historia), de manera que podían independizarse de la vida‒muerte‒pascua de Jesús. Pues bien, en contra de eso, retomando igualmente tradiciones de Galilea y de Jerusalén, Marcos ha escrito un evangelio “narrativo”. Ha dejado a un lado casi todas las “palabras” de Jesús, para presentarle a él mismo como “Palabra”, portador personal de la salvación de Dios, en una línea cercana a la de Pablo, aunque destacando más la historia de Jesús (no sólo su muerte). Marcos escribió de esa manera la más poderosa de las “narraciones cristianas”, presentando a Jesús como evangelio: buena nueva “personal” de Dios (Jesús mismo como buena nueva).

c. La novedad de Lucas. Lo mismo que Mateo, Lucas pensó que el proyecto de los “dichos” (Q) resultaba insuficiente, y que era necesario aceptar el “correctivo” de Marcos, pues el mensaje de Jesús era inseparable del trayecto concreto de su vida y de su muerte y de la experiencia pascual de la iglesia. Y en esa línea, ambos, Mateo y Lucas, desde perspectivas y tradiciones distintas, han combinado los textos de Q y de Marcos, para ofrecer así un evangelio donde se vinculan, en la vida y persona de Jesús, los dichos y los hechos de su trayectoria mesiánica. (a) Mateo lo hace desde una tradición judeo-cristiana, más centrada en el cumplimiento mesiánico de la Ley judía. (b). Lucas lo hace desde el fondo de la tradición cristiano-helenista, para ofrecer un evangelio más apropiado a los gentiles.

Según eso, Lucas conoce y asume los textos de Q y de Marcos, pero los interpreta desde su perspectiva eclesial, añadiendo a las dos “fuentes” anteriores una fuente distinta (que algunos han llamado L, de Lucas), con un material muy significativo (evangelio de la infancia, parábolas de la misericordia, catequesis de la resurrección etc.). Sería bueno poder distinguir con precisión los tres estratos del evangelio de Lucas (narración de Marcos, dichos del Q, tradiciones propias de su Iglesia, quizá en Éfeso, con las de Jerusalén…), pero el tema es complejo, propio de especialistas (que no han llegado a ponerse de acuerdo en los detalles), de forma que aquí no será planteado. Baste con decir que Lucas sigue a Marcos (que forma su espina dorsal), introduciendo en su texto “algunos elementos” del Q, como en 6,12–7,35 y en 9,57–17,4, vinculándolo al fin todo con otras tradiciones eclesiales y con su propia teología, centrada en el “camino de Jesús a Jerusalén”. Algunos han insistido en la necesidad de un contacto personal de Lucas con la Virgen María, pero no parece necesario insistir en ello.

2 División, unidad narrativa

Lucas bebe de tres “fuentes” básicas, pero su texto no es un simple mosaico, sino que forma una unidad literaria (narrativa) y teológica, de tal manera que cada uno de sus elementos ha de interpretarse desde el conjunto, como vienen destacando los investigadores. No escribe una narración a la que “luego” se le añaden algunas notas teológicas, sino que su misma estructura narrativa tiene ya un intenso sentido teológico. Teniendo eso en cuenta, en un sentido general, podemos dividir el evangelio en cuatro partes, con un prólogo y un epílogo:

Prólogo (Lc 1,1-4). Lucas dedica el libro, escrito con los métodos histórico-literarios de su tiempo, a todos los que “aman a Dios” (=Teófilo), como una contribución al conocimiento del cristianismo, entendido como un fenómeno religioso y cultural.

1. Introducción. Jesús, evangelio de Dios (Lc 1,5-4,13). (a) Anuncios del nacimiento de Juan y Jesús (Lc 1,5-56); (b) Los dos nacimientos (Lc 1,57-2,52); (c) Primera actividad de Juan y Jesús (Lc 3,1-4,13). A diferencia de Marcos y en paralelo con Mateo (aunque de un modo distinto), Lucas empieza con un “evangelio de la infancia” (apartados a y b), situando a Jesús en el trasfondo de la esperanza de Israel, en paralelo con Juan Bautista.

Lucas entronca el evangelio de Jesús en la esperanza y profecía de Israel, pero de manera que la desborda y ratifica. En el último apartado (c), sigue más de cerca a Marcos. El centro de esta sección lo forma la “proclamación del evangelio”: “Os anuncio una buena noticia (evangelio) que será de gran gozo para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lc 2,10-11). Este “evangelio” o buena noticia imite y sustituye a los “evangelios imperiales”, en los que se anunciaba el nacimiento del nuevo emperador, como en la Inscripción de Priene, del año 9. a. C., en la que se celebra el nacimiento de Augusto como comienzo de una nueva era de salvación.

2. Actividad en Galilea (Lc 4,14–9,50): (a) Manifestación y rechazo de Jesús (Lc 4,14-6,11); (b) Enseñanzas y milagros (Lc 6,12-8,56); (c) Revelación a los discípulos (Lc 9,1-50). En estos capítulos se condensa la acción y mensaje básico de Jesús en Galilea, en línea profética, abierta al mesianismo. En la primera y última parte (a y c) sigue más a Marcos. En la parte central (b) está más cerca del Q. En ambos casos, el evangelista recoge tradiciones de las iglesias y de la misión de Galilea. Todo el tema se presenta y centra en el “discurso de Nazaret” (Lc 4,16-30).

3. Subida a Jerusalén (Lc 9,51-19,27), con estos momentos: (a) Seguimiento y confianza en el Padre (Lc 9,51–13,21); (b) Comidas cristianas (Lc 13,22–17,10); (c) Llegada del Reino (Lc 17,11-19,28). Esta sección comienza con una introducción solemne, que enmarca y sitúa todo lo que sigue: “Cuando llegó el tiempo en que había de ser recibido (ascendido), afirmó su rostro y comenzó a subir hacia Jerusalén” (cf. 9,51).

Lucas introduce y reinterpreta aquí mucho material del “Q”, pero no en forma de sabiduría desvinculada de la vida de Jesús, sino como expresión de un camino que conduce a Jerusalén (nuevo Éxodo). Eso significa que el material Q (que podría convertirse en doctrina gnóstica), viene a situarse y se entiende en el contexto de un camino mesiánico de entrega de la vida. Éste es el centro del evangelio: la subida a Jerusalén, como cumplimiento de las promesas de Israel y como principio de un nuevo éxodo cristiano.

4. Actividad en Jerusalén: Pasión y resurrección (Lc 19,28-24,49): (a) Entrada en Jerusalén y controversias con los jefes de Israel (Lc 19,28-21,4); c) Discurso escatológico (Lc 21,5-38); (c) Juicio y muerte (Lc 22,1-23,56; (d) Resurrección y apariciones de Jesús (Lc 24,1-49). Lucas vuelve aquí al esquema y los temas de Marcos, con cambios menores. También esta sección comienza con la “decisión” de culminar la subida a Jerusalén (19,28, retomando el motivo anterior de 9,51), de manera que todo el mensaje y camino anterior de Jesús en Galilea ha de entenderse desde su “oferta de salvación” en Jerusalén, en disputa con las autoridades de la ciudad.

En ese contexto se sitúa el discurso escatológico de Lc 21, donde ya no es esencial la “prisa por la hora”. En lo referente a la pasión, Lucas intenta “disculpar” a Pilato, representante del gobierno romano, cargando la responsabilidad en los “jerarcas judíos” (nunca en el pueblo de Israel, en cuanto tal). Ofrece, finalmente, una verdadera catequesis de Pascua, con el relato de los discípulos de Emaús y la gran aparición/misión a todos los discípulos, en Jerusalén (no en Galilea, como en Marcos 16,1-8 y en Mt 28,16-20).

Epílogo. Ascensión (Lc 24,50-53). Sirve para concluir el evangelio, cerrándolo en sí mismo (en el nacimiento, vida y pascua de Jesús). El Jesús de Mateo no se iba, sino que desde Galilea con los suyos, acompañándoles en la misión (“yo estoy con vosotros…”: Mt 28,16‒20). En contra de eso, el Jesús de Lucas “se va”, deja en un sentido a los suyos, subiendo al cielo desde Jerusalén (como había anunciado en 24,46-49). Esa “experiencia pascual y ascensión” de Jesús desde Jerusalén (en el Monte de los Olivos, conforme a la profecía de Zacarías 14) es el motivo con el que se retoma y reanuda la historia en Hch 1, donde comienza el libro de los hechos y misión de sus discípulos.

3 Teología básica

3.1 Intención teológica

Queda ya fijada desde el prólogo, donde Lucas decía: “He decidido escribir un relato de los acontecimientos que han venido a suceder entre nosotros…, a fin de que así reconozcas la fir­meza de las doctrinas que has recibido” cf. (Lc 1,1-4). ¿Qué acontecimientos? Las cosas que Jesús ha realizado y enseñado, hasta su ascensión al cielo (Hch 1,1-2). Las otras (los primeros pasos de la iglesia) quedan para Hechos. Los acontecimientos de Jesús se han realizado, según eso, a la luz de todo el mundo (Hch 26,26). No son objeto de un mensaje intimista, propio de un libro de meditaciones, sino el tema de una historia que merece ser contada.

Como he dicho, Lucas parece el único escritor del NT que escribe también para no creyentes, ofreciendo así su libro en el mercado abierto de su tiempo. Pero no lo hace de un modo arbitrario, no abandona la tradición, sino al contrario: se apoya en otros libros y testigos de la iglesia, especialmente en Mc y Q. Él selecciona sus fuentes, pero lo hace de un modo dialogante y así, a diferencia de Marcos y, quizá, en contra de Mateo, ha podido aceptar tradiciones de la Iglesia de Jerusalén, vinculadas a la figura de Santiago, “hermano” del Señor, al comienzo del evangelio y de Hechos (Lc 1-2; Hch 1-7).

Lucas ha podido escribir así porque ha visto a Jesús como punto de partida y centro de un profundo movimiento religioso que ya alcanza importancia en el mundo y que merece ser contado. Él puede escribir así porque es un buen narrador, porque tiene un buen argumento (Jesús) y sabe exponerlo no sólo en un plano kerigmático (Marcos) o catequético/eclesial (Mateo), sino en una línea histórico-literaria, transmitiendo, al mismo tiempo, la fe de su Iglesia (¿Roma, Éfeso…?), con un horizonte abierto a la misión cristiana, que empieza a extenderse por el mundo conocido. Con el paso de los años, la inquietud de aquellos cristianos que esperaban el fin del mundo y la venida inmediata de Jesús se había trasformado, había dejado de tener un sentido puramente cronológico. Ciertamente, Lucas sabe que “Jesús vendrá”, pero mientras tanto él abre un largo tiempo de vida creyente para los cristianos. De esa forma el interés del mensaje de Jesús (el pasado de su historia) se desplaza hacia la iglesia (Hechos), dejando atrás la historia de Jesús (evangelio).

3.2 De la historia de Jesús a la historia de la Iglesia

Marcos y Mateo no pudieron escribir una “historia de la Iglesia”, pues ella no formaba parte separada de la obra de Jesús. Esa historia de la Iglesia no era un evangelio nuevo (Marcos), no añadía algo distinto a lo revelado en Cristo (Mateo). Ciertamente, Jesús es también para Lucas el origen, punto de partida y centro de toda la salvación. Pero la historia de Jesús en cuanto tal ha terminado (se ha cerrado en la Ascensión), de manera que se abre un tiempo de vida y misión para sus discípulos, de forma que será necesario exponer también el surgimiento de la Iglesia.

En ese sentido (y en otros que se deberían precisar), Lucas se encuentra cerca del Jesús de Juan, cuando dice: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros. Y si yo voy, os lo enviaré…” (Jn 16,7). Conviene que Jesús se haya ido, porque sólo de esa forma ha podido “abrir” un tiempo de compromiso y trasformación misionera para sus discípulos. En ese sentido, Lucas podría seguir diciendo: “En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, él también hará las obras que yo hago. Y hará incluso mayores que las mías, porque yo voy al Padre” (Jn 14,12).

En esa línea, debemos añadir que su Evangelio (Lc), siendo en un sentido autónomo, puede interpretarse, en otro, como “prólogo” del libro de los Hechos. Así decimos que Jesús se ha ido (Ascensión: Lc 24,50-53; Hch 1,1-11) para seguir impulsando la historia de la salvación. Según eso, los cristianos no dejan a Jesús para ir a la Iglesia, sino que el mismo Jesús les lleva por su Espíritu a la vida y misión de la Iglesia. De esa manera, el pasado de la historia de Jesús, que termina en la Ascensión, se vuelve principio de salvación para la Iglesia, por medio del Espíritu Santo. Jesús ha sido recibido en la Gloria de Dios Padre y, desde allí, desde su altura divina, guía la historia a través del Espíritu Santo.

1 El libro de los Hechos

Como he repetido ya, en principio, evangelio y Hechos formaban un solo libro. pero los “editores” del canon lo dividieran, haciendo que Hechos fuera comienzo de la vida de la Iglesia, como una introducción a las cartas de Pablo y al resto de las cartas “católicas” o universales del NT.  Pues bien, Lucas ha podido escribir esta historia inicial de la Iglesia porque considera que ella es una “realidad autónoma”, al lado (y después) de los evangelios. No la escribió para contar simplemente lo que pasó (como cronista), sino para marcar el principio y dirección del camino cristiano, y lo hará trazando una línea que será “canónica” o normativa para la iglesia posterior. En ese sentido, él deja a un lado una serie de tendencias o trayectorias cristianas que conocemos de algún modo por otras fuentes (aportación de las mujeres, vida y misión de las comunidades galileas, judeo‒cristianismo de Santiago, los principios de la gnosis etc.). Sea como fuere, su visión del despliegue de la Iglesia ha sido esencial para la historia posterior del cristianismo. En sentido general, en su primera visión de la Iglesia se pueden precisar dos elementos:

‒ Polo judío, polo romano (Hch 1-15). El libro de los Hechos va trazando un camino que lleva desde Jerusalén (primer polo: Pedro y los Doce, con Santiago), por Antioquía (Helenistas), a través de Pablo hasta Roma (segundo polo), donde queda Pablo cautivo), abriendo desde allí la Palabra de Jesús al mundo entero: El polo judío forma la raíz, que se debe mantener: marca el origen y destino israelita de Jesús (todo Lc) y el principio de la iglesia (Hch 1-15); el polo helenista o romano ofrece el encuadre final y definitivo de la iglesia, que ha llegado a Roma, donde Pablo preso anuncia abiertamente el evangelio (Hch 16‒28).

‒ De Jerusalén a Roma (Hch 16-28). Conforme a esa visión de los dos polos, Lucas no ha escrito la historia de todas las iglesias (de Galilea, de Siria, de Egipto…), sino el camino que lleva de Jerusalén a Roma. Ésa ha sido una opción trascendental para la gran parte de la historia posterior del cristianismo, que se sigue vinculando al Judaísmo (Jerusalén), pero que se integra en el Imperio romano. La Iglesia tiene otros rasgos, pero a juicio de Lucas, en el fondo de ellos late y se expresa un único camino, una trayectoria que va de Jerusalén (judaísmo) a Roma (universalidad), por obra del Espíritu de Dios (de Cristo) que lo guía todo.

1 División y elementos fundamentales. 

El libro comienza con un prólogo (Hch 1,1-11), que empalma con el evangelio anterior de Lucas y traza el proyecto de conjunto, en el que pueden distinguirse ya tres partes, quizá mejor que las dos arriba señaladas:

1. Pedro. Iglesia de Jerusalén: Hch 1,12-5,42 (años 30/33 d.C.). A pesar de que al principio hubo varios movimientos vinculados a Jesús (Galileos, mujeres, quizá grupos helenistas ya latentes en la misma Jerusalén), Hechos supone que la iglesia nació unida en Jerusalén, en torno a Pedro y a los Doce. Éstos son los momentos que ha destacado el texto: 1. Primera comunidad (1,12-2,47); 2. Pedro y Juan (3,1-5,11); 3. Misión de los Doce (5,12-42).

Pedro es la figura histórica esencial en este comienzo de la iglesia, y él iniciará y confirmará también la apertura a los gentiles (Hch 10; 15), aunque luego, la misión universal la asume y realiza Pablo. Compartiendo una tendencia que aparece en Ap 21, 14 y quizá en Ef 2,20, Lucas identifica a los apóstoles con los Doce, tomándoles como principio de la misión de la Iglesia (aunque pronto hayan desaparecido como grupo).

2. Helenistas. De Jerusalén a Antioquía: Hch 6,1-14,28 (años 33-48 d.C.). Surge la primera disensión entre hebreos y helenistas de Jerusalén (unos de lengua semita, otros de lengua griega). Estos últimos abren la Iglesia a los gentiles conforme al siguiente movimiento: 1. Helenistas y Esteban (6,1‒8, 3); 2. Misión de Samaria (8,4-40); 3. Conversión de Pablo (9,1-31); 4. Misión de Pedro (9,32-11,18); 5. Antioquía: “independencia” de los cristianos (11,19‒12,25); 6. Primera misión de Pablo y Bernabé, por Chipre y Asia Menor (13,1-14,28; años 36-48 d.C.).

El despliegue de la Iglesia aparece, así, como una experiencia carismática, que había sido ya anunciaba en Hch 2 (Pentecostés), trazando una línea de apertura desde Jerusalén a todos los pueblos. Ese despliegue se concreta a través de los helenistas (Hch 6-8) y culmina en Pablo (a partir de Hch 9), desembocando en el llamado concilio de Jerusalén, donde se admite y ratifica la existencia de “dos iglesias” en comunión: los judeocristianos estrictos de Santiago en Jerusalén y los judeocristianos abiertos, de un modo o de otro, a los gentiles, a quienes aceptan en sus comunidades (Hch 15).

3. Pablo. De Antioquía a Roma: Hch 15,1‒28,29. Esta parte comienza con la disputa entre los judeocristianos de Jerusalén y los pagano-cristianos de Antioquía, y para resolverla se celebra el “concilio”, en el que Santiago (Jerusalén) y Pedro (iglesia originaria) aceptan la misión de Pablo a los paganos, sin necesidad de que ellos “cumplan” la ley judía (Hch 15,1-15,35, año 48/49 d.C.). Desde ahora, el protagonista de la misión cristiana será Pablo, que llevará la Iglesia hasta Roma, haciéndola universal.

Lucas simplifica los datos, silencia comunidades alternativas y omite (incluso matiza) muchos elementos, pero su visión tiene un hondo sentido teológico, con estos momentos principales: 1. Dos misiones de Pablo por Asia Menor y Grecia, fundando las iglesias del Oriente del Imperio: (15,36-18,22 y 18, 23-21,14; años 49-57 d.C.); 2. Subida a Jerusalén, para entregar la colecta de los gentiles a la Iglesia madre y ratificar así su comunión mesiánica con ella (21,15‒23,30), con prendimiento y prisión posterior en Cesárea (23,31-26,32; años 58-60 d.C.); 3. Prisionero a Roma, para ser juzgado (27,1-28,28; año 60 d.C.); 4. Epílogo (28,30-31; años 60-62 d.C. ss.). Esperando el juicio, en prisión domiciliaria, Pablo anuncia abiertamente el Evangelio en Roma. La Iglesia de Jesús ha llegado al centro del Imperio.

Mc 16,1-8 y Mt 28,16-20 suponían que la misión universal cristiana comenzó en Galilea. Lucas suprime esa alusión y afirma que la iglesia comenzó y se confirmó en Jerusalén (cf. Hch 1-7; 15), desde donde se extendió al mundo entero. Allí había subido Jesús para culminar su obra, siendo crucificado (cf. Lc 9,51‒24,52) y allí surgió la iglesia como grupo mesiánico, en torno a los Doce, esperando la venida del Mesías crucificado (Hch 1‒2).

Marcos y Mateo pensaban que la Iglesia comenzaba desde Galilea (Mc16, 7-8; Mt 28,16-20). Hechos, en cambio, supone que el camino central de la Iglesia, iniciado y retomado en Jerusalén (concilio, cap. 15) se abre desde Jerusalén, por los helenistas y la Iglesia de Antioquia, pero de tal forma que el mismo Pablo vuelve a Jerusalén, para retomar desde allí (preso como Jesús, pero no ajusticiado) el camino final a Roma, donde desemboca el camino de la Iglesia, abierto desde Roma a todas las naciones (Hch 16-28).

2 Mensaje básico

Ninguno de los evangelistas había sentido la necesidad de “completar” el evangelio con una obra autónoma sobre el despliegue de la iglesia, pues en Jesús se hallaba contenido el camino y tarea de la Iglesia. Lucas, en cambio, lo ha hecho, y en esa línea algunos investiga­dores modernos le han tomado como primer representante del “catolicismo primitivo”, el primero que ha convertido el evangelio en religión organizada y el cristianismo en estructura eclesial. Pero eso no es del todo cierto. Lo que Lucas quiere describir en Hechos es la marcha y camino de la iglesia, como portadora de un evangelio universal, que llega a Roma y desde Roma debe abrirse, como religión unitaria al mundo entero.

En esa línea, en contra de una especie de astillamiento o división de las iglesias, cada una por su lado (judeo‒cristianos y helenistas, seguidores del discípulo amado, grupos gnósticos y misioneros ambulantes de diverso tipo), Lucas describe una historia unitaria, de tipo ideal en la que se engloban y unifican todos los movimientos cristianos, en una marcha que va del primer polo (en Jerusalén, en torno a Pedro y los Doce) al segundo polo (con Pablo en Roma). Ése es un camino histórico, pero es, al mismo tiempo, un camino “postulado”, es la expresión de un deseo de unidad de todas las iglesias, en torno a Pedro y Pablo.

Jerusalén y los Doce (Hch 1-5). La comunidad de Jerusalén aparece en Hechos como ideal escatológico. En ella se dan las señales del cambio de los tiempos, de la transformación de la humanidad (milagros). Los cristianos reparten y consumen los bienes (como si el mundo debiera terminar muy pronto), pero, al mismo tiempo, empiezan a acoger a personas de otras naciones y grupos (aunque de hecho luego se centren sólo en los judíos). Ciertamente, en esa iglesia aparecen ya creyentes que quieren “engañar” al Espíritu (como Ananías y Zafira, Hch 5,1‒11), pero ellos no aparecen por sí mismos, sino como aviso para los auténticos creyentes.

Helenistas y la misión a los paganos (Hch 6-12). A pesar de la tentación de encerrarse en sí misma, la primera comunidad se ve forzada a expandirse, a partir del testimonio de los llamados helenistas. Hay tensiones internas entre ellos y los hebreos, pero se superan, sobre todo a causa de la persecución que obliga a los helenistas a dejar Jerusalén. Y por encima de todo, está y actúa el Espíritu que se manifiesta fuera de la comunidad constituida: el episodio del centurión Cornelio es, en este momento, decisivo. En este momento surgen, sin duda, otros grupos (en torno a las mujeres, a los seguidores del Discípulo amado y a otros), pero Lucas los silencia, pues sólo querrá centrarse al fin en la vida y obra de Pablo, que se convierte a Cristo, y de Pedro tiene que dejar Jerusalén, para realizar su tarea en otros lugares, en gesto de apertura universal.

Pablo y Bernabé (Hch 13‒15). Lucas se ha centrado sólo en la misión de Bernabé y de Pablo, como expansión de la Iglesia en el mundo pagano (impulso del Espíritu, cf. Hch 13‒14), obligando a plantear el tema de la división y unidad de la iglesia. En Jerusalén hay cristianos que siguen exigiendo la circuncisión a todos los creyentes (han de hacerse judíos antes de convertirse a Cristo). Pero los representantes de las diversas iglesias (Pedro, Santiago, Pablo…) se reúnen en el llamado Concilio de Jerusalén (Hch 15, año 49), asumiendo la diversidad de iglesias, ratifica la libertad de los cristianos que vienen de la gentilidad. Éste es el concilio constituyente del cristianismo, entendido como “comunión de iglesias”, en torno a la fe y testimonio de Cristo. En ese “concilio” deberían incluirse, al menos implícitamente, otras iglesias (de tipo más gnóstico, como la del Discípulo amado), pero Lucas no las citas. Sólo se ocupa de las líneas de Pedro‒Pablo‒Santiago.

Misiones de Pablo (Hch 16-20). Lucas abandona a su suerte (o deja al margen la historia) de otras iglesias (como las de Pedro y Bernabé, compañero anterior de Pablo), para centrarse sólo en la de Pablo, que se expande, como nueva comunidad mesiánica, liberada de la ley, en los diversos países del entorno oriental: desde Éfeso hasta Macedonia y Acaya (Atenas y Corinto). El mundo, preparado ya por el Espíritu de Dios, parece dispuesto a escuchar la voz de Pablo, la misión cristiana. Desde este fondo, este segundo libro de Lucas podría titularse Evangelio de Hechos del Espíritu, centrado en el gran diálogo de Pablo con el helenismo en el Areópago de Atenas (Hch 17,16‒34), donde se ratifica la vinculación (y diferencia) entre el cristianismo y el pensamiento griego, entendido como signo de sabiduría universal.

   ‒ De Jerusalén a Roma (Hch 21-28). El final del libro de los Hechos cuenta el camino que lleva a Pablo a Roma, pasando por Jerusalén, donde le toman prisionero, después que ha querido entregar a Santiago y a la iglesia judeo‒cristiana de Jerusalén la colecta de las comunidades gentiles, en signo de unidad de las iglesias. De esa forma, la vida de las iglesias gentiles (de la comunidad universal de Roma) queda pendiente de precisar su relación (vinculación) con la Iglesia judeo‒cristiana de Jerusalén, sin que Lucas diga cómo han terminado esas relaciones. Sea como fuere, Pablo es llevado a Roma para ser juzgado, porque, como ciudadano romano, ha podido apelar y ha apelado al Tribunal del Cesar, para exponer allí, en el centro del mundo entonces conocido el mensaje de Jesús. Pablo ha llegado a Roma, de forma que puede anunciar allí la Palabra, aunque lo haga desde su situación de prisionero (en detención domiciliaria) esperando el juicio. En este momento, Lucas puede detener su relato. Sabe, sin duda, que la historia sigue, y podría contar muchas más cosas. Pero lo que ha contado es suficiente. Él ha trazado una parábola elocuente del camino universal de la iglesia de Jesús, que se abre en Roma al ancho mundo de los gentiles que confluyen y están simbolizados en Roma (cf. Hch 28,25-31).

Este es el mensaje de la doble obra de Lucas, que se abre desde las promesas de Israel, a través de Jesús, por medio de Roma, a todas las naciones. Hay otros caminos, otras formas de entender y de contar el despliegue de la iglesia, centrada en Galilea (cf. Mc 16,8) o abierta hacia Oriente (Mt 2,1-11). Pero este camino de Luchas ha sido, y sigue siendo, el más significativo, en la línea del evangelio paulino.

Conclusión teológica

Como he dicho, algunos historiadores modernos, sobre todo protestantes, han tomado a Lucas como el primer defensor del “proto-catolicismo”, es decir, de primera interpretación del cristianismo como religión organizada. La novedad escatoló­gica de Jesús (su compromiso radical de fe liberadora) se habría perdido y, en el hueco habría surgido una visión dogmática de la historia que tiene su principio en Israel, se centra en Cristo y avanza por la iglesia hasta el cumplimiento de las promesas de Jesús, es decir, hasta la plenitud del tiempo. En esa línea se podría decir (con A. Loisy): Jesús anunció el Reino de Dios, pero llegó la iglesia.

Pues bien, Lucas admitiría ese eslogan, pero cambiado su sentido y diciendo: Jesús anunció el reino de Dios y, gracias a Dios, surgió la iglesia, como portadora de ese anuncio, como garantía de continuidad del proyecto de Jesús, como anuncio y principio del Reino en este mismo mundo, por la resurrección de Jesús, por obra del Espíritu Santo, en línea de Historia Sagrada. En ese contexto se pueden distinguir y vincular tres “tiempos”:

 ‒ Tiempo del Padre, Antiguo Testamento. En el comienzo de la historia se halla Dios (Dios de todos los pueblos: cf. Hch 17), como fuente de vida y creador. Desde ese principio se entiende el camino de Israel. Lucas, el primer autor de origen pagano (no judío) del Nuevo Testamento, es paradójicamente el que más defiende el judaísmo, pues ya no lo ve desde dentro (como Pablo o Mateo, que tienen que luchar contra un “mal judaísmo”, para destacar por Jesús lo que ellos piensan que es el buen judaísmo), sino desde fuera, como expresión ya pasado y muy hermoso. En este sentido resultan ejemplares los textos Lc 1-2 y Hch 1-5 que destacan la raíz veterotestamentaria de la vida y realidad cristiana. Por eso, frente a Mc 16 y Mt 28 que centran el mensaje de Jesús en Galilea, Lucas funda la venida de Jesús (cf. Lc 1) y el origen de la iglesia (cf. Hch 1-5) en el entorno del templo de Jerusalén. El evangelio se integra, por tanto, en la historia de la profecía y esperanza israelita, como un desarrollo de la promesa israelita.

‒ Tiempo del Hijo, evangelio. En el centro del tiempo está Jesús, tal como viene a mostrarlo en su conjunto todo el evangelio (Lc). Ciertamente, el tiempo de Jesús está delimitado entre nacimiento y ascensión, de tal forma que tiene unos contornos fijos, bien precisos, dentro de la historia. Lucas aparece en esa línea como el creador de una visión del cristianismo como “historia salutis”, historia de la salvación, en contra de un tipo de teología posterior de la Iglesia que habría interpretado el evangelio como verdad intemporal de tipo griego (en la línea de una ontología filosófica). En esa línea, como O. Cullmann ha mostrado, el verdadero intérprete y primer testigo de la teología específicamente cristiana ha sido Lucas, al entender la salvación como historia, centrada en Jesús.

‒ Tiempo del Espíritu Santo, Iglesia (Libro de los Hechos de los Apóstoles). A partir de la Pascua de Jesús, como expresión de la venida del Espíritu Santo (Pentecostés) ha surgido la etapa final de la historia, que es el tiempo del Espíritu Santo, que se mantiene y avanza hasta la Parusía o revelación final de Jesús, cuando realice la obra de la salvación y entregue el reino al Padre, de manera que Dios sea todo en todos (1 Cor 15,28). El protagonista de ese tiempo (y del libro de los Hechos) es el Espíritu Santo, que aparece, así, como don y presencia de Jesús resucitado, de manera que su evangelio (Lc) quedaría inconcluso si no estuviera completado por el evangelio del Espíritu Santo (Hch). Como he dicho ya, la ausencia de Jesús es principio de salvación: él tiene que haber superado su antigua forma de existencia humana, para enviar su Espíritu (cf. Lc 24,49; Hch 2,33), iniciando el tiempo y camino de la iglesia en Pentecostés (Hch 2)

Lucas ha escrito de esa forma una cristología histórica (una teología de la historia de la salvación), de fuerte impostación litúrgica, definiendo los momentos centrales de la nueva celebración cristiana (Navidad, Pascua, Pentecostés). Su visión de Jesús se vincula a la misión eclesial (por medio del Espíritu) y a la esperanza escatológica (a la culminación futura de la historia). En ese contexto podemos hablar de una cristología pneumatológica (impulsada y abierta por Espíritu Santo).

‒ Jesús, “función” del Espíritu Santo, Nacimiento. Jesús, Hijo de Dios, no ha podido nacer solamente por obra de otros seres humanos, dentro de una historia general de providencia divina, sino que ha debido surgir y ha surgido por influjo particular de Dios, por medio del Espíritu. El nacimiento humano de Jesús por medio del Espíritu que actúa en María (cf. Lc 1,35) aparece así como principio de la revelación de Dios.

‒ Jesús, portador del Espíritu. Así formula Lucas la experiencia del bautismo: “El Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como paloma” (Lc 3,22). Jesús aparece, así, como Espíritu Santo “corporalizado”, encarnado, en forma humana. En esa línea, algunos teólogos suelen hablar de la “Spirit Christology”, es decir, de una Cristología del Espíritu encarnado en Jesús. En esa línea, debemos añadir que el Espíritu no es sólo principio de nacimiento (como en Lc 1,26-38) y renacimiento de Jesús (Bautismo), sino fuente de salvación mesiánica, en línea liberadora (cf. Lc 4,18; Hch 10,38).

‒ El Espíritu del Resucitado. Pascua y Pentecostés. La novedad más significativa de la experiencia pascual según Lucas es el hecho de que Jesús resucitado “ha recibido el Espíritu” de tal forma que puede presentarse como Emisor del mismo Espíritu de Dios. De esa forma, él mismo dice: “he aquí que mismo os enviaré la promesa del Padre, es decir, el Espíritu Santo” (cf. Lc 24,49). Eso mismo es lo que dice, de forma aún más precisa, el mismo Lucas, por boca de Pedro, en el primer sermón cristiano: “Elevado a la derecha de Dios, habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, lo ha derramado ahora…” (Hch 2,33).

Xabier Pikaza, Salamanca – texto original castellano.

 Referencias

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