Libros proféticos

Índice

1 El profeta

1.1 Concepto de “profeta”

1.2 Verdadera y falsa profecía

2 La profecía escrita en la Biblia Hebrea

2.1 De la palabra oral a la palabra escrita

2.2 Los libros proféticos

2.2.1 Los profetas “mayores”

2.2.2 Los profetas “menores”

2.3 La doctrina dos libros proféticos

2.4 Significado de los libros proféticos

3 Libros asociados  a la profecía

3.1 Daniel

3.2 Lamentaciones

3.2 Baruc

4 Referencias bibliográficas

1 El profeta

1.1 Concepto de “profeta”

El término “profeta” proviene del griego (prophétes) y deriva del verbo phemí, que significa “decir, anunciar, proclamar”. Según el sentido del prefijo pró-, el término puede significar: aquel que transmite un mensaje a él confiado (pró– en sentido substitutivo: en lugar de, en nombre de); aquel que habla delante de alguien (pró– en sentido espacial); aquel que predice acontecimientos futuros (pró– en sentido temporal: antes de). La acepción más conveniente al “profeta” es la primera: él es, por encima de todo, mensajero, que transmite la palabra a él confiada por Dios o por los Dioses (en el caso de pueblos politeístas), una palabra que no tiene en él mismo su origen. El profeta puede también hablar del futuro, pero sus palabras se dirigen primeramente al presente e, incluso cuando se refieren a acontecimientos aún por venir, están destinadas a sus oyentes inmediatos.

Una persona es caracterizada como profeta, por tanto, cuando se presenta como portador de una palabra divina (“oráculo”), recibida por revelación. En esto, el profeta se distingue de otras formas de obtener respuestas divinas para cuestiones humanas (adivinación por la observación de astros, animales, por interpretación de objetos, la necromancia, éxtasis, entre otras), pues su mensaje no deriva de técnicas para obtener el conocimiento, sino únicamente de la comunicación de Dios.

La Biblia hebrea usó una nomenclatura variada para referirse a figuras proféticas, siendo más comunes términos vinculados a las raíces Hzh (tener visiones, recibir una revelación) y r’h (ver, tener visiones) así como la expresión ’îš [hä]’élöhîmi (“hombre de Dios”). La terminología más utilizada está vinculada a la raíz nB´, de la cual proviene el término näbî´, traducido en la versión de los Setenta preferencialmente por prophétes.

1.2 Verdadera y falsa profecía

Controlar si la palabra que el profeta transmite proviene realmente de Dios o es imaginación o invención suya, no es una cuestión de fácil solución. Como muchos personajes bíblicos que aparecen como “profetas” reivindican hablar en nombre del Señor, hubo la necesidad de establecer criterios para discernir las características de aquellos que realmente transmiten el mensaje divino:

  • Juzgan la realidad a partir de la voluntad divina (cf. Mq 2,11);
  • son obedientes a la palabra recibida (cf. Jr 23,28-29; 28,1-17);
  • no usan la profecía como medio de vida (cf. Mq 3,5; Am 7,12-14);
  • su vida está de acuerdo con lo que anuncian (cf. Jr 23,14; Os 3,1-4);
  • son enviados por Dios para esta misión, muchas veces contra su propia voluntad (cf. Jr 1,4-10; 20,7-18).

El profeta enviado por Dios, en el AT, es, así, su portavoz fiel. La palabra que Dios le comunica lo envuelve personalmente. No es solamente una información que recibe, sino que  toca su propia vida; él la asimila  y se identifica con ella antes de transmitirla. Esto aparece en diversas narrativas simbólicas que ocurren en los libros proféticos. Ezequiel come el rollo de la Palabra (Ez 3,1-4); Isaías tiene sus labios purificados para poder anunciar (Is 6,6-7); Jeremías recibe en su boca la palabra de Dios (Jr 1,9-10); Oseas pasa por una experiencia matrimonial para expresar el amor del Señor (Os 1,2; 3,1).

2 La profecía escrita en la Biblia hebrea

2.1 De la palabra oral a la palabra escrita

El profeta es sobre todo aquel que “habla”. Por eso, normalmente hay una diferencia temporal entre el profeta como personaje que anuncia la Palabra de Dios y el escrito que lleva su nombre. Aunque haya algunos testimonios de palabras escritas en la misma época del profeta (Jr 36; Is 8,16-17; 30,8), vía de regla el profeta no escribe su mensaje. El texto del libro profético permite percibir que la colocación por escrito fue hecha posteriormente, por aquellos que recibieron esta palabra como palabra de Dios y percibieron su valor. Estas palabras escritas son conservadas y transmitidas pelos cultores de las tradiciones religiosas israelitas. Al ser percibidas como permanentemente válidas, son reinterpretadas y aplicadas para otras épocas y situaciones, sufriendo transformaciones y añadidos. En este proceso de “relectura”, hecho a la luz de las tradiciones religiosas israelitas y guiado por Dios, no hay una desnaturalización de la palabra inicial, pero sí un desdoblamiento de sus posibilidades de significado.

De este modo, el libro profético es formado poco a poco, a partir de la selección y agrupamiento de textos que pasan por un proceso de reelaboración y reorganización, hasta llegar a una forma considerada concluida. Siendo así, los profetas, en cuanto personajes, están vinculados a un determinado período; el libro a ellos referido, sin embargo, no proviene necesariamente de su época, puede haber sido concluido en un tiempo muy posterior.

2.2 Los libros proféticos

En la Biblia Hebrea, los profetas son la segunda parte de la Escritura y comprenden:

  • Los profetas anteriores: Josué, Jueces, Samuel y Reyes;
  • Los profetas posteriores: Isaías, Jeremías, Ezequiel y los Doce Profetas (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías).

La Biblia Griega (Setenta) denomina libros proféticos solamente a los “profetas posteriores” de la Biblia Hebrea e incluye, también, otros textos: el libro de Baruc, el libro de las Lamentaciones, la Carta de Jeremías, Daniel, con los pasajes deuterocanónicos (Dn 13–14; 3,24-90). En el uso actual, en general por “libro profético” se entiende el conjunto que comprende Isaías, Jeremías, Ezequiel y los Doce profetas.

2.31 Los profetas “mayores”

Tres libros proféticos son conocidos como “mayores”, debido a su dimensión: Isaías, Jeremías e Ezequiel.

a. Isaías

El libro de Isaías se remonta al profeta que, en el siglo VIII aC, en Judá, ejerció su ministerio. Recoge oráculos y narraciones que provienen de esta época, además de otros que, bajo la influencia de su enseñanza, fueron redactados siglos después. Desde el final del siglo XIX dC es mayoritariamente aceptada la distinción del  libro en tres partes: el Primer (Proto) Isaías (que comprende los capítulos 1 a 39); el Segundo (Deutero) Isaías (c. 40 a 55); y el Tercer (Trito) Isaías (c. 56 a 66). La distinción es percibida por diferencias de época histórica y de cuño literario y teológico. Aunque existan muchos pasajes añadidos en las épocas posteriores, en el Primer Isaías buena parte de los textos proviene del siglo VIII aC. El Segundo Isaías es de la época del exilio babilónico adelantado (alrededor del 550 aC) y anuncia en un tiempo próximo el fin del cautiverio. El Tercer Isaías está, en conjunto, situado en el período post-exílico, aunque contenga textos que puedan provenir de épocas anteriores. El Tercer Isaías es responsable no sólo por la tercera parte del escrito sino también por la forma final del libro como un todo y, por ese trabajo, el libro, a pesar de las diferentes partes, presenta unidad.

b. Jeremías

El libro de Jeremías recoge oráculos y acciones del profeta homónimo, que ejerció su ministerio en las últimas décadas antes de la  caída de Jerusalén, hasta el inicio del exilio babilónico (Jr 1,1-3). Anunciando en una de las épocas más conturbadas de la historia de Israel, Jeremías entra en grave enfrentamiento con los reyes y regentes. Anuncia que los pecados de Judá llevarán inevitablemente  a la deportación y al exilio en Babilonia, la gran dominadora de entonces. Por este motivo, muchas veces es expuesto a graves sufrimientos. De su libro, puede inferir con nitidez lo que es el profeta según Dios y  como él experimenta en su vida el rechazo a la palabra del Señor.

Aunque numerosos textos del libro pueden provenir de la época del profeta, el escrito fue reelaborado en épocas posteriores y tiene particular relación con la teología deuteronomista.

3. Ezequiel

El profeta Ezequiel ejerció su ministerio en Babilonia entre los años 593 y 571 aC (Ez 1.1-3; 29.17). Sacerdote,  fue llevado a Babilonia en la primera Deportación (598) y anunció el inminente final del reino de Judá. Después de la caída de Jerusalén en manos del ejército de Babilonia (587/6), el profeta procuró garantizar la vida religiosa del pueblo, para mantener la fidelidad al Señor. El origen sacerdotal del profeta se evidencia por su preocupación con el templo y el culto y su concepción de Dios sobre todo bajo la idea de “gloria” (Ezequiel 1).

Aunque hay adiciones a los textos del libro, actualmente se acepta que, en su núcleo, puede ser atribuido al Ezequiel de los siglos VII-VI sin tener que recurrir a una ficción.

2.3.2 Los profetas “menores”

Son llamados así por ser de menor extensión, en comparación con los otros tres libros proféticos. Actualmente, se discute si los profetas menores son independientes o están unidos en un solo libro, el “Libro de los Doce”. Si, por un lado hay elementos que unen a algunos de estos escritos, por otro hay características propias de cada uno. No está claro, por tanto, si ellos forman una unidad y, caso de que esto ocurra, en qué sentido y en qué medida estarían unidos.

a. Oseas

Oseas es el único profeta de los Doce procedente del Reino del Norte. Su ministerio se realiza desde mediados del siglo VIII hasta los últimos años antes de la caída de Samaria (alrededor de 722/721 aC). Con la imagen del matrimonio y los niños, Oseas señala la grave infidelidad de Israel a Dios. A través del castigo, Dios purifica su pueblo y luego le ofrece la salvación (Os 2,16-25; 3,1-5; 14,2-9).

b. Joel

El libro contiene muchas referencias a Jerusalén. Jerusalén tiene muros (Jl 2,7-9) y el culto parece estar organizado en el templo (Jl 2.12- 17). A partir de ahí, se supone que el libro fue compuesto después de Esdras y Nehemías (entre los siglos V y IV antes de Cristo). Pero existe una gran controversia en cuanto a su datación. Su temática se centra en la venida del Día del Señor que, al final del libro, se convertirá en juicio a los  paganos y  salvación para Judá (Jl 4,15-17.18-21).

c. Amós

Amos es el más antiguo profeta que tiene sus oráculos recogidos en un libro. Natural del Reino de Judá (Am 7,10-17), anunció la Palabra de Dios en el Reino de Israel en el siglo VIII aC, probablemente poco antes de 750 (Am 1,1). El punto central de su mensaje es la fuerte crítica al pueblo y a sus dirigentes, por su  desprecio de la ley y la justicia (Am 2,6; 6,1-7; 5,7-27; 8,4-8).

d. Abdías

El profeta es desconocido. El libro, de sólo un capítulo, proporciona pocos indicios para una datación exacta. Cómo trae el juicio contra Edom, parece que debe ser fechado después de la caída de Jerusalén (587/6 aC). Edom se aprovechó de la ruina de Judá para ocupar algunos territorios y saquear la región (Ab 10-14), lo que habría dado lugar al libro.

e. Jonás

El libro de Jonás no es un libro profético. Se añadió a los “pequeños profetas” probablemente para completar el número doce, considerado perfecto. Es una historia de ficción, de autor desconocido, entre los siglos IV y III antes de Cristo. Su tema central es la reflexión sobre el sentido del profetismo y el designio salvífico de Dios, que sobrepasa las fronteras de Israel. El profeta Jonás que se menciona en 2 Reyes 14, 25 no es el mismo Jonás del libro.

f. Miqueas

Miqueas ejerce su ministerio bajo los reyes Jotam (740-736 aC), Acaz (736-716 aC) y Ezequías (716-686 aC) (Mi 1,1). A pesar de que profetiza en Judá, también se refiere al Reino del Norte (Miqueas 1,5-6). Condena enérgicamente los abusos sociales y políticos de su tiempo (Miq 1,5-6). Los pecados del pueblo promoverán el juicio de Dios, concretado en la invasión y dominio asirio. Pero Dios prepara un futuro de salvación (Miq 4,1–5,8; 7,8-20).

g. Nahúm

El libro trata de la ruina de Nínive, capital de Asiria (Na 2,4–3,19). Dios es justo y castigará a los opresores (Na 1,11-13; 2,1). Con este tema, el libro se sitúa probablemente  entre la toma de Tebas por los asirios (entre 668 y 663 aC, la ciudad se menciona en Na 3.8) y la caída de Nínive (612).

h. Habacuc

Cómo Hab 1,5-11 habla de la  amenaza de los babilonios, la época de su anuncio es quizás antes de la deportación a Babilonia (598/7 y 587/6 aC). El problema central del libro es la cuestión del mal : ¿por qué Dios permite que un pueblo extranjero, pecador, avance y  amenace a Judá? La respuesta es que Dios gobierna la historia y, a través de lo que ocurre, prepara la Salvación final para pueblo elegido. Para ello se requiere la fidelidad a Dios (Hab 2,4).

i. Sofonías

De acuerdo con el título de Libro (Sf 1.1), el profeta ejerció su actividad en el Reino del Sur, los días de Josías (640-609 aC), en el tiempo de los asirios (Sf 2,13-15). Sofonías señaló las desviaciones del pueblo: la injusticia y la idolatría (Sf 1,4-6.8-13; 3,1-8). Pero hace hincapié en que, en medio de Jerusalén / Judá está la presencia de Dios (Sf 3,5), que, en última instancia, vencerá: Dios eliminará todo pecado (Sf 3,14-18). El profeta anuncia el Día del Señor, cuando tanto Jerusalén como los paganos serán castigados (Sf 1,14-18).

j. Ageo

Profetizó en el post-exilio inmediato, en la época de Darío I, alrededor del año 520 antes de Cristo (Ag 1,1; 2,1.10.20). Alienta al pueblo a reconstruir el templo. De esta empresa se derivará la prosperidad en el país (Ag 1,6-10) y la bendición (Ag 2,19). Ageo anuncia la esperanza, en la persona de Zorobabel, de la restauración de la dinastía de David (Ag 2,23).

k. Zacarías

El libro tiene dos partes bien diferenciadas. El proto-Zacarías (c. 1-8) contiene visiones y oráculos; el Deutero-Zacarías (c. 9-14), oráculos escatológicos ( escatología).

El proto-Zacarías se remonta a finales del siglo VI, a partir del 520 aC (Zac 1,7), aunque algunas partes pueden ser posteriores (Zc 3,1-10, entre otros). El profeta anuncia la proximidad de la era salvífica para  Jerusalén (Zc 1,14-17; 8,1-8).

Deutero-Zacarías anuncia la realización de la salvación, con la venida de un rey mesiánico (Zac 9.1 a 17), y los grandes acontecimientos que tendrán lugar  a continuación (Zac 12.1 a 14). El pueblo será purificado de la idolatría y de los falsos profetas que se anuncian falsamente (Zac 13.1 a 6). La datación de esta parte es muy discutida; puede ser de finales del siglo III antes de Cristo.

l. Malaquías

La época del anuncio es probablemente posterior a la dedicación del templo (515 aC), antes de la reforma de Esdras y Nehemías: mediados del  siglo V. Critica sobre todo el culto y los sacerdotes, llamando la atención para la alabanza que debe darse a Dios (Mal 1.6 a 14) y la fiel observancia de las normas rituales (Mal 2,6; 3,9). Los pecadores pueden progresar en la vida cotidiana, pero Dios va a hacer justicia al fiel (Mal 2,17; 3,14.18).Después de la purificación, el pueblo será reunido y participará de la Salvación (Mal 3,3-4.17.20). El profeta anuncia el Día del Señor, antes del cual  enviará a su mensajero (Mal 3,1).

2.3.3 La doctrina de los libros proféticos

Los profetas juegan un papel muy importante en la fe del Antiguo Testamento. Son intérpretes de la Torá, que se enfrentan a las acciones de individuos y  comunidades, disipando falsas esperanzas, señalando las desviaciones, instando a la conducta apropiada a las exigencias divinas y anunciando el juicio debido a la cerrazón del pueblo ante  las interpelaciones divinas. Parte esencial de su mensaje, sin embargo, se refiere a la expectativa de una futura salvación, tematizada de diversas maneras de acuerdo a los tiempos y las perspectivas de cada escrito. En el centro del mensaje profético está siempre la persona de Dios. A partir de la imagen de Dios son tematizados otros puntos de su anuncio

a. Dios

Los libros proféticos presentan una imagen viva de Dios. Es el Dios santo (Is), que demuestra su gloria (Ez), el Dios de amor y misericordia (Os, Jr), dispuesto a perdonar (Am, J). Pero también es un Dios que exige fidelidad y no acepta los desmanes, sea del pueblo elegido o de otros pueblos (Na, Hab, los oráculos contra las naciones extranjeras en varios libros), desmanes que son tanto la infidelidad a Dios  (culto) como las transgresiones en la convivencia social.

Durante el exilio de Babilonia, se profundizó la concepción de Dios como creador de todas las cosas, de la que derivó el monoteísmo absoluto y la universalidad de Salvación: Si Dios creó todo, entonces sólo puede ser único y por lo tanto todos están llamados a participar su salvación (Segundo y Tercer Isaías).

b. El pecado

Delante de este Dios, que se mostró  como Santo que acompaña, lleno de amor, la vida de Israel, se destaca, por contraste el pecado del pueblo. El pecado es tematizado de diferentes maneras: es lo contrario de la santidad de Dios, es la desobediencia y la falta de fe (Is) traición del Amor (Os), oposición al Dios justo (Am); es abominación a los ojos de Dios (Ez) y mentira (Jr). Israel no sólo es pecado, sino cerrado a la conversión y es esta actitud la que lo deja expuesto al juicio de Dios. En la vida real, el pecado se manifiesta en tres áreas: política, social y de culto.

c. La política

Los profetas hablan contra la conducción de una política desvinculada de la voluntad de  Dios. Critican las clases dominantes, que conducen a la nación sin respetar las exigencias divinas o que, al procurar alianzas extranjeras, lo hacen en detrimento de la confianza en Dios. En el Reino del Norte, Oseas acusa a la sucesión monárquica realizada a través de la intriga y el asesinato. En Judá, la cuestión se refiere sobre todo a la confianza en los medios bélicos y en articulaciones políticas, sin fe en Dios, el único que realmente puede salvar (Is).

d. Justicia social

La justicia en las relaciones sociales ocupa una parte significativa del mensaje de  numerosos libros (Am, Is, Miq, Sof, entre otros).). A la honra de Dios deben corresponder las relaciones correctas en la comunidad. Se señala, sobre todo, la injusticia a los más vulnerables. Se recrimina la riqueza que coexiste con la penuria de los más pobres así como la corrupción de los magistrados y gobernantes, la falta de compasión de los acreedores, los fraudes en el comercio y falso testimonio en el tribunal, todo esto resultado de la violación de la Ley.

e. Crítica al culto

En el aspecto cultual, el mensaje profético sigue dos líneas principales: (a) la crítica a la idolatría o al sincretismo; (b) la crítica al culto israelita. En este último punto de vista, se recrimina el culto del Señor realizado para el beneficio de los mismos sacerdotes y las clases dominantes en general (Os) o como un medio para “apaciguar” a Dios en lugar de realizar una conversión real (Os; Am). También es criticada en particular la práctica cultual desvinculada de la observación de los mandamientos, especialmente en relación a la justicia (Is; Am; Miq). Malaquías se levanta contra la falta de respeto y la falta de temor de Dios, manifestada en la presentación de animales defectuosos y en ofrendas impuras (Mal 1).

f. Esperanza escatológica (ð escatología)

Relevante en el mensaje profético es también la esperanza de un futuro prometedor. Esto se basa en el hecho de que Dios domina la historia y quiere llevarla a su plena realización. Dios restaurará a su pueblo, hará que habite en paz en su propia tierra. Jerusalén será purificada (Is, Ez, Zc), de nuevo habitado por Dios y por lo tanto se convertirá en el centro del mundo (Is 2, Miq 4). Los que dominaban al pueblo elegido serán eliminados (Na, Hab, Ab, Jl) y con eso Israel vivirá para siempre con seguridad en completa felicidad (Sf, Miq).

g. El rey ungido (Mesías)

Sobre la promesa hecha a David de que su dinastía permanecería para siempre (2 Sam 7), se desarrolló en algunos libros proféticos, la expectativa de un rey justo y sabio, que inauguraría una época de completo bienestar para Israel (Is, Jr, Miq 5). Dirigida principalmente a un futuro inminente, esta expectativa siempre se moverá a un futuro más lejano (ð escatología), preparando así la venida definitiva de un rey Mesías de parte del Señor.

2.3. Significado de los libros proféticos

Los profetas gozaron de gran prestigio en las sociedades antiguas. Eran respetados y, cuando estaban vinculados al palacio, formaban parte de las clases dominantes, acompañando las decisiones de los gobernantes mediante la consulta a Dios. La Palabra de la cual el profeta es portador juzga al pueblo y a las clases dominantes. Esto le confiere una gran autoridad, es crítico de la sociedad y del individuo.

En Israel, el profetismo era particularmente importante. En el contexto del Antiguo Oriente Próximo, sólo en este pueblo se conservaron libros proféticos. Esto significa que la palabra profética, aunque proferida en un momento dado, a la vista de las circunstancias precisas, se consideró válida también para otras situaciones. El mensaje profético es perenne porque la palabra de Dios de Israel no tiene vuelta atrás; tiene valor permanente (Is 40,8; 55,10-11).

3 Libros asociados a la profecía

La Septuaginta y las Biblias cristianas asociaron a la profecía los libros de Daniel, Lamentaciones y Baruc.

a. Daniel

Colocado en los Setenta y en la Vulgata entre los libros proféticos, Daniel se encuentra en la Biblia hebrea, entre los “escritos”. Por su contenido, de hecho, el libro no se encuadra como profecía. En la primera parte (c. 1-6), se cuentan historias edificantes. La segunda parte (c. 7-12) está compuesta por visiones apocalípticas (ð apocalíptica). De los Setenta constan también dos capítulos que traen narraciones didácticas (c. 13-14).

Daniel aparece en el Libro como un tiempo personaje del tiempo del exilio de Babilonia (siglo VI  aC). El contenido del libro, sin embargo, indica que fue compuesto en el período helenístico. La alusión a la muerte de Antíoco IV (175-164 aC), en 11.45, nos lleva a situar la finalización del libro en torno al año 164 aC.

El libro se encuentra escrito en tres idiomas: el arameo (2,4–7,28),  hebreo (1,1-2,3; 8,1–12,13) y griego (2,36-45; 3,33; 4,31; 7,14).  Esta diversidad es de difícil explicación. Se supone que fue compuesto, en parte, con materiales venidos de la tradición.

El propósito del libro es sostener la fe y la esperanza en medio de la persecución y la adversidad (2.36 a 45; 3,33; 4,31; 7,14). Es posible para el judío vivir su fe con fidelidad. Dios interviene en favor de los justos e incluso los extranjeros reconocerán al Dios de Israel (c. 1-6). Dios es el Señor de la historia y conoce su significado (2,28). Toda la historia camina hacia su consumación en la cual los reinos de la tierra darán lugar al reino de Dios (2,18.19.37.44; 4,34; 5,23; 7,9-14). Los c. 7-12, siguiendo la mentalidad apocalíptica, enseñan que el enemigo será destruido al final de los tiempos (8,17-19; 11,36-45). En el reino de Dios, el poder será del “Hijo del Hombre” (7,13-14).

La resurrección de los muertos es testimoniada en 12,1-3.13. Se trata de la  resurrección de justos y malvados, con suertes  diferentes.

En la parte final del escrito, la historia de Susana (c. 13) muestra que Dios juzga y hace justicia a los injusticiados; la narración de Bel y la Serpiente (c. 14) critica las imágenes idólatras y defiende el monoteísmo.

b. Lamentaciones

El título hebreo ( “¡Cómo …!”: 1.1) caracteriza un cántico fúnebre. El Talmud da al libro el título de “Lamentación”, así como la Septuaginta y la Vulgata. El “cómo” inicial resume el tono de todo el texto, el sentimiento que impregna toda la obra. El libro consta de cinco cánticos sobre la caída de Jerusalén, ocupando cada uno un capítulo: los cuatro primeros son acrósticos; el quinto tiene 22 versos (número de letras del alfabeto hebreo). Presentan la destruición de la ciudad, la situación de sus habitantes y muestran la infidelidad del pueblo, especialmente de los profetas y sacerdotes, como la causa de la catástrofe (1,8.14-15; 2,14; 3,42; 4,5.13; 5,7.16). El Señor es justo, pero la medida de los pecados se desbordó y puso en tela de juicio la protección divina (1,18; 4,12). Pero hay esperanza, por la misericordia de Dios. Importante es la fe y la conversión para que Dios intervenga y salve (3,24-26.31-33.40-42; 5,19-22).

El libro, obra compuesta, es de la época de exilio o poco después. Aunque atribuido a Jeremías, a partir de la noticia de 2Cr 35.25, no se remonta al profeta.

d. Baruc

Se compone de una colección de textos de naturaleza variada, siendo una parte en prosa (1,1-3.8) y otra en poesía (3.9 – 5.9). En la traducción de los Setenta está colocado entre Jeremías y Lamentaciones; en la Vulgata, después de Lamentaciones. Br 1,1-14 trae una introducción y sitúa el texto penitencial que sigue a continuación. En este texto (1.15 – 3.8), se explica el exilio como consecuencia del pecado del pueblo (1,21-22; 3,5). El texto siguiente (3.9 – 4.4) es un canto de alabanza a la sabiduría. Por último, hay una predicación profética (4,5- 5.9) que retoma temas del Segundo Isaías y de Jeremías.

El libro utiliza el seudónimo de Baruch, secretario de Jeremías (Jr 36,4). Es conocido sólo en griego, aunque el original puede haber sido hebreo. Los numerosos contactos de 1,15–3,8 con Dn 9,4-19 y de 4,5–5,9 con los Salmos de Salomón (apócrifo del siglo II aC) indican que la redacción final del libro fue el siglo II aC . La situación histórica presupuesta es la crisis helenística que tuvo lugar en este siglo.

El libro enseña que el camino para que el pueblo supere las dificultades es confesar la culpa (1,15-20) y suplicar el perdón de Dios (2,11-18; 3,1-8). Br 3.9 – 4.4 trata de la excelencia de la sabiduría que reside en  Israel (3.22 – 28) y se identifica con la Revelación divina (3.37 – 4.1; cf. Sir 24,23). La última parte del escrito (4,5 – 5.9) abre la perspectiva de la futura restauración (4,30 – 5,9). Dios es fiel, incluso ante la  infidelidad de Israel. Jerusalén tendrá de vuelta la alegría, la paz, la gloria (5,1 – 4).

La Vulgata añadió al libro un sexto capítulo, que contiene la denominada “Carta de Jeremías”, que en los Setenta figura como un libro aparte. Basa su seudónimo probablemente en Jr 29. Es un tratado que condena la idolatría (6,3 – 5) e ironiza los ídolos (6,7-14.15-72). Su datación debe ser del período helenístico (final del siglo IV o siglo III aC).

Maria de Lourdes Corrêa Lima, PUC Rio. Texto original: Português.

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