Los Salmos

Índice

Introducción

1 El salmo

1.1 El término

1.2 La actitud

1.3 Los géneros literarios

1.3.1 La variedad de géneros.

1.3.2 La teología de los géneros.

1.4 Los salmos imprecatorios o “violentos”

1.5 La alabanza y sus implicaciones

2 El libro de los Salmos o salterio

2.1 El término

2.2 La formación del libro.

2.3 La estructura de la obra

2.4 Salterio: Profetismo y Torá de David

2.5 El salterio: expresión de diálogo

2.6 El salterio: continuación del templo

2.7 La figura de David en el salterio

2.8 Los pobres en el salterio

2.9 La numeración de los salmos y datación del salterio

3 Los salmos y el NT

3.1 Los salmos y Jesús

3.2 Los salmos y la iglesia en los textos del NT

Referencias

Introducción

 El libro de los Salmos es parte de los libros poéticos y sapienciales del Antiguo Testamento, formado por 150 poemas procedentes de varias personas, situaciones, épocas, lugares. Como oraciones, son palabras humanas dirigidas a Dios. A través de estos poemas, el ser humano expresa ante Dios su angustia, su súplica, su sed, su alabanza, su gratitud y alegría. Como texto bíblico, también es, al mismo tiempo, la palabra de Dios que acoge consuela y abraza, muestra su misericordia, pero también su intolerancia a la maldad y a la duplicidad de corazón (Sal 12,2). Es el libro que deja desbordar la relación de alianza entre dos amantes: Dios y su pueblo. Es un camino de felicidad (Sal 1) para aquellos que hacen de la alabanza divina, la práctica de la justicia y la convivencia entre hermanos (Sal 133,1; cf. 22,23) el fundamento de la vida. El salterio es la historia del pueblo y la Ley divina transformadas en oración. Ha servido, desde antaño, al culto y a la interiorización del proyecto divino.

1 El Salmo

1.1 El término

Los salmos son oraciones bíblicas en forma de poesía o poemas bíblicos para orar. En un lenguaje más académico:  teopoesía. El término salmo proviene del griego psalmos, que significa una recitación en forma de cantinela acompañada de instrumentos de cuerda. Con este término, la Biblia griega (LXX) traduce el hebreo mizmôr (frecuente en títulos de salmos) y con el plural (psalmoi = salmos) muchos de sus manuscritos designan el libro completo como es el caso del Código del Vaticano (B).

1.2 La actitud

La actitud detrás del término. El lenguaje poético, más allá de la mera racionalidad del discurso, señala la actitud humana fundamental detrás de cada uno o de la mayoría de los salmos: el desbordamiento del alma ante Dios. Al salmodiar, el ser humano vierte todo su ser ante el Señor, soberano del universo, a partir de las diversas circunstancias de la vida circundante, ante aquél que gobierna el mundo, que cambia o puede cambiar nuestra suerte. Es una relación de confianza y dependencia amorosa de la criatura ante su Creador. En las propias palabras del salmista: “Confía en él, oh pueblo, en cualquier momento, derramad vuestro corazón [shāpak] en su presencia, porque Dios es un refugio para nosotros” (Sal 62 [61], 9). Esto es lo que hace Ana en su aflicción (1Sm 1,15-16), es lo que hace Job en su dolor (Job 30,16), es lo que hace el autor de las Lamentaciones en la noche oscura dejada por los babilonios (Lam 2, 19a), es lo que hace el desafortunado perseguido en su desgracia (Sal 22,15; 102 [101], 1; 142 [141], 3). En principio, la expresión “derramar [shāpak] el alma o el corazón” aparece en situaciones de duelo, pero también es lo que hace que los israelitas tengan sed y nostalgia de Sion (Sal 42 [41], 5a). Sin embargo, por extensión, puede ser la actitud también aplicada al elogio o la acción de gracias. También son ocasiones en que: “Mi corazón se desborda [rāḥash] en un hermoso poema …” (Salmo 45 [44], 2a). Pero es la actitud lo que cambia la vida. Esto es lo que sucede con Ana: “Y la mujer siguió su camino, comió, y su apariencia ya no era la misma” (1Sm 1,18) o con Job (42,1-6). Este es el origen y el objetivo del salmo: nace de la realidad de la vida y busca cambiar o mejorar la propia vida al tiempo que reconoce y ensalza al Señor, creador y soberano del universo, que cambia nuestra suerte, fortalece y alimenta el camino. El salmo es, por lo tanto, ante todo una relación viva y dinámica del creyente con el Dios viviente y vivificante.

El salmo es una actitud humana libre, pero también es un regalo de Dios. Es él quien “abre nuestros labios” (51, 17a) y “pone alabanza en nuestra boca” (40,4). Y corresponde al sacrificio del templo, es la ofrenda de los labios: “En lugar de toros, queremos ofrecer nuestros labios” (Os 14, 3b; cf. Hab 13,15; Sal 69, 31-32; 119,108).

1.3 Los géneros literarios

Esta actitud básica interior se configura o expresa en formas o géneros literarios. Esconden una dinámica detrás de ellos, traducen las grandes manifestaciones humanas del creyente ante Dios. Y por eso, en lugar de detenerse en la abstracción de la forma o el género, lo crucial es darse cuenta de esta dinámica que da vida a la forma para comprender mejor (e incluso saborear) cada salmo. Veamos:

Dios
Yo

A) El proyecto de Dios. En las situaciones normales de la vida, el ser humano se siente creado y amado por Dios y se vuelve hacia él en una relación de respeto (temor), amor y amistad. Es el encuentro de dos seres o sujetos: yo y tú, el creyente y su Dios, la criatura y el creador. Y el yo puede ser la comunidad, Israel que reza. Es la relación ideal, el proyecto soñado por Dios. A nivel macro y paradigmático, es esa situación inicial de Gn 1-2. A nivel micro, es nuestra vida diaria vivida en armonía y paz, sin la perturbación de las contradicciones de la vida. En la vida, no todo es desierto, también hay oasis. Es el dia soleado.

Ahora bien, esta es la dinámica del himno de alabanza. Se enfoca en el ser y el obrar divino.

B) El anti-proyecto humano. Esta relación normal y positiva entre el yo y el tú es interrumpida. Se interpone un tercer sujeto, el impío. Se tiene, en este caso:

Dios
Impíos
Yo

B1) El problema. El impío oscurece la relación. No entra en la dinámica de la alabanza. No acepta la dependencia de Dios, quiere tomar su lugar y construir el proyecto opuesto. No se puede conocer o sentir el amor del creador. En el nivel macro, es la situación de Génesis 3-4, los ejemplos paradigmáticos son Adán ofendiendo a Dios y Caín matando a su hermano. A nivel micro, es la realidad del mundo que nos rodea, el contexto social de ayer y de hoy dominado por la violencia, la corrupción, la injusticia, la opresión, etc., el anti-proyecto del Reino. El Yo se convierte en una víctima de los impíos. Es el día nublado cuando no se puede ver el sol y es difícil percibir su calor. El impío puede ser una persona (enemiga) o una estructura de poder opresivo, algo externo. Pero también puede estar dentro de nosotros, como es el caso del pecado y la enfermedad.

Ahora bien, esta es la dinámica del lamento o la queja. Es más horizontal, ya que presenta el problema. La queja es típica del creyente, el impío no se queja. Los problemas comunes son: enfermedad (6.7; 38,1-8), hambruna, guerra (3,7; 27,3), epidemias, abandono (22,2), acusaciones (35,1.11), impiedades o maldad de quien persigue (7,2; 35,3-4), opresión (42,10; 44,8.11), pecado (41,5; 51) etc. En los salmos, aparecen más de 90 denominaciones para referirse al enemigo, tal es la importancia del tema para el orante. Sin embargo, puede expresarse a través de imágenes poéticas como: agua hasta el cuello, lodo profundo, corriente que me arrastra, barro, lo profundo de las aguas, pozo (69,2-3.15-16; 124,4-5), fieras (22,13-14.22; 57,5), huesos que tiemblan (6,3), se secan (22,15), se consumen (31,11b; 32,3) o se rompen (42,11), un corazón que se agita (38,11) o se derrite (22,15), aguas del abismo, lazos de muerte (18,5-6) o del abismo (116,3), el seol (6,6; 86,13; 88,4 ) etc.

Dios
Impíos
Yo

B2) El llamamiento a la solución. Esta situación no puede continuar así, tiene que terminar. El yo, víctima, clama a su divinidad, grita pidiendo socorro (Ex 2,23). Es el “¿hasta cuándo Señor?” (Sal 13, 2-3; 90, 13). Dios, intolerante a todas las formas de impiedad (5,5-7; 6,9; 145,20), escucha e interviene liberando a la víctima y restaurando la relación (Ex 2,24; 3,7-10; Sal 34,7.18).  Los impíos deben desaparecer, su proyecto no tiene consistencia (cf. Sal 1,4-6). Pero el yo también debe ser intolerante con la impiedad, incluso desde adentro. En un lenguaje moderno, los impíos desaparecen por conversión (cf. Ez 18,23; 33,11; 1 Pe 3, 9).

Ahora bien, esta es la dinámica de la súplica. Es más vertical ya que apela a Dios para la solución del problema. Lamento-súplica son, de hecho, dos caras de la misma moneda. La cara y la cruz son claramente distinguibles, pero forman una misma moneda. Son situaciones complementarias y no siempre tan puras. Porque no hay súplica si una situación de lamento no lo lleva a ella y uno no se lamenta por el simple placer de lamentarse. Al lamentarse, implícitamente uno busca una solución al problema, es decir, el lamento no deja de ser una súplica implícita. A veces el salmista carga las tintas en un aspecto, a veces en otro. Es por eso por lo que a menudo encontramos confusión en la clasificación de estos salmos. Depende muchas veces de cuales fueron los aspectos que más llamaron la atención del biblista.

L                              Dios
I
B
E
R
A                             Yo

 

 

C) Restauración del orden y el reconocimiento. Dios interviene y libera, restaurando el orden, su proyecto, y el ser humano, a su vez, lo reconoce. A nivel macro es paradigmático el evento de éxodo en el que se restaura la libertad de su pueblo. A nivel micro, son esas conquistas cotidianas en términos de derechos humanos y sociales, inclusiones y humanizaciones, etc., sin mencionar la superación personal, los cambios en la vida personal y comunitaria. Se vuelve a la relación yo-tú.

Esta es la dinámica de acción de gracias o agradecimiento. Centra el acto puntual de Dios en mi favor o en nuestro favor. Él interviene y libera, y la víctima agraciada irrumpe en acción de gracias. En estos salmos, por lo tanto, se reconoce el beneficio recibido.

D) Los salmos que abordan el camino del justo en su búsqueda de Dios, a menudo en un dilema que requiere su discernimiento y elección, una decisión en vista de una vida correcta y feliz, son los salmos de sabiduría. El ejemplo clásico es el Salmo 1. Una de las preguntas que preocupa a los sabios, como muestra el Sal 73 o 49, es la que le plantea Jeremías a Dios: “¿Por qué prospera el camino de los impíos?” (Jr 12, 1). Otra es: “¿Por qué sufre el justo?”

E) Algunos salmos retoman las hazañas de Dios en favor de su pueblo, relatan momentos relevantes de su historia. Rezan la historia, presentan la historia hecha oración. Sugieren que el Dios que actuó en el pasado también actúa en el presente. Son los salmos históricos. Este es el caso de Sal 78; 105; 106; 135; 136.

1.3.1 La variedad de géneros

Las actitudes o manifestaciones fundamentales del ser humano ante Dios y, en consecuencia, los géneros literarios que las transmiten se indicaron antes de manera más detallada:  el himno de alabanza, la súplica y la acción de gracias. Otras formas o géneros se consideran derivados o variantes. Por ejemplo, los cantos de Sion (Sal 46; 48; 76; 87) son himnos que exaltan, con cierto tono escatológico, la ciudad santa como la morada del Dios viviente. Desde allí gobierna a su pueblo. Se enaltece la gloria de Sion y su santuario, destino de los peregrinos (cf. Sal 84 y 122); los salmos del Reino de Dios (caracterizados por la fórmula ‘el Señor reina‘  Sal 96, 10; 97, 1, 99, 1; Is 24, 23; 52, 7) son himnos cuyo tema básico es la realeza divina (cf. Sal 47; 93; 95-99; 145); La confianza es un elemento característico de los salmos de súplicas o de lamento. Pero a veces el salmista enfatiza tanto su confianza en la intervención divina que este tema domina todo el salmo (cf. 4,11; 25); una variante de los salmos de lamento-súplica serían también los penitenciales y los imprecatorios, etc.

También debemos considerar las particularidades de los salmos. Hay salmos que han asimilado (o son) oráculos (Sal 2,50; 75; 81; 82; 85; 95; 110), otros han asimilado una acción litúrgica (Sal 15, 24), otros están formados por más de un género (Sal 89: v. 2-19 himno; v. 20-38 oráculo; v. 39-52 lamento). El Salmo 119 es un himno a la Ley, pero a veces presenta rasgos de lamento individual, a veces rasgos de sabiduría, etc. Estos elementos son comprensibles si consideramos que el hablante no sigue un protocolo en su oración, simplemente reza y la vida no está dividida en compartimentos, sino que está “mezclada”. A esto se agrega el fenómeno de relecturas, actualizaciones, colectivización, etc.

Detrás de la variedad de géneros, por lo tanto, se encuentra el aspecto dinámico de la oración de Israel. No se fosilizó ni cristalizó en el tiempo, sino que era algo vivo que evolucionaba a lo largo de la historia. La variedad también refleja la pluralidad de situaciones de la vida.

1.3.2 La teología de los géneros literarios

El himno de alabanza celebra la grandeza y majestad de Dios, manifestada en la creación, y su bondad expresada en su actuación en la historia. Él es rey y creador (desde Sion). La oración contempla el ser y el obrar divino y devuelve su alabanza. El tono del himno es de triunfo, gozo, alegría, solemnidad. Es el clima de la asamblea litúrgica en fiesta. Su base es el hallelû-yah, es decir, alabad al Señor. La alabanza presupone una apertura generosa y gratuita al gran Otro, desapego de nosotros mismos. No es utilitarista o interesado, sino centrado en el amor. En palabras del salmista: “Tu amor vale más que la vida, y por eso mis labios te alaban” (Sal 63,4). Sin embargo, el hombre egoísta tiene dificultades para alabar. Algunas religiones (si no todas) tienen la oración básica, la súplica, enfocada en las necesidades vitales del orante. La alabanza presupone una cierta grandeza del individuo o la comunidad: reconocer que Dios debe y merece ser alabado independientemente de mis intereses. Esta es una particularidad de la oración bíblica.

Esta actitud generalmente se expresa con verbos como: hālal = alabar; bārak = bendecir; yādâ = dar gracias; rānan = regocijarse, gritar de alegría; rûm = exaltar (aparece, por ejemplo, en Sal 145) y zāmar = cantar alabanzas, hacer música; shîr = cantar (aparece, por ejemplo, en Sal 33) etc., o sustantivos como: terû‘â = ovación (Sal 27,6; 33,3; 47,6); tehillâ = alabanza (Sal 33,1; 145,1, etc.).

El lamento-súplica es la oración que surge de la angustia, la aflicción, el sufrimiento, con la expectativa de encontrar ayuda, liberación, consuelo. Está marcado por la total dependencia y confianza en Dios, quien puede cambiar la suerte de los afligidos. Porque él es “un Dios que no aceptará la iniquidad” (Sal 5,5), es fiel a los pequeños y no ignora su clamor (18,7; 22,25). Mientras en el himno de alabanza el salmista glorifica a Dios, en la súplica de lamento se dirige a él presentando su dolor, su desgracia. La oración es más centrada en el yo, es más interesada y no gratuita.  El término técnico para el lamento es qînâ. Pero el término en sí mismo no es una condición para que el salmo sea de lamento. El sufrimiento tiende a rebelarse y alejar al creyente de Dios, y el lamento-súplica conserva la relación. En esta categoría de salmo entran los salmos penitenciales. Por un lado, en estos salmos se produce la revelación del pecado, Dios permite al creyente descubrir la miseria del pecado que deshumaniza. El orante se da cuenta de que la desgracia que lo hace sufrir está dentro de él (Sal 32,3-4) y pide a Dios que aniquile a este enemigo alojado en su ser (Sal 41,5; 51,3-4.9). Por otro lado, se abre para recibir el perdón divino tan pronto como se sienta recreado, rehecho por el perdón (Sal 32,1-2; 51,10.12.14). La súplica penitencial se basa en una profunda confianza en la infinita misericordia de Dios que todo lo renueva (Sal 103; 118; 136).

La acción de gracias es la actitud de reconocimiento de los beneficios que Dios otorga. El verbo yādâ (dar gracias, agradecer) significa en primer lugar reconocer. Es edificante saberse agraciado por el bien ajeno, comunicado como un don, como una gracia. Estos salmos son menos libres y más oportunos y directos que el himno de alabanza. Se aprecia una acción puntual de Dios. Estaba enfermo, supliqué, él me atendió y me curó y lo agradezco. El clima de estos salmos es alegría y el término técnico es yādâ. Dios libera al orante de su desgracia y lo hace pasar de la muerte a la vida, de la opresión a la libertad. La ingratitud es una de las miserias humanas, es algo reprobable en el ser humano. La gratitud, a su vez, es una actitud de generosidad y grandeza. Es noble ser grato, particularmente a Dios, a quien le debemos todo lo que tenemos y somos (1 Cor 4,7). El niño puede sonreír o llorar fácilmente, expresar alegría o dolor. Así, de modo espontaneo, puede ocurrir la alabanza o el lamento-súplica.  Si le damos chocolate a un niño, lo recibirá e incluso nos mirará con simpatía. Pero la madre tendrá que decirle: “Hijo mío, ¡dile gracias!” Por lo tanto, la acción de gracias requiere instrucción, formación, educación.

De hecho, estos géneros literarios están al servicio de una misma y única alabanza a Dios. La tradición judía nombra el libro de los salmos como sefer tehillim, es decir, el “Libro de las alabanzas”. Significa que todas las actitudes humanas hacia Dios se expresan en los salmos y que estas formas literarias que las revisten son alabanzas a Dios. El lamento-súplica e incluso los salmos imprecatorios pueden y deben verse como alabanza (VON RAD, 1973, p. 341-2).

1.4 Los salmos imprecatorios o “violentos”

La imprecación es una fórmula de juramento en la que se invocan maldiciones sobre alguien, sin que sea extraño expresar sentimientos violentos. Los salmos imprecatorios son aquellos en los que el orante le ruega a Dios que castigue al enemigo no solo con vergüenza, aflicción o desgracia (para él y su familia), sino incluso que lo maldiga, destruya, aniquile, extirpe. Estos son salmos que asustan por el tono violento en plena oración completa. Este elemento aparece en varios salmos, pero domina, hasta el punto de caracterizar, los siguientes salmos: 35; 58; 69; 83; 109; 137,8-9. Sin embargo, la imprecación no se limita a los salmos.

La imprecación no era la forma ordinaria. Fue el último recurso cuando la vía ordinaria, la institución competente, resultaba ineficaz para lograr la justicia. El infractor no podía quedar impune y la maldición era la protección de aquellos que no podían defenderse (Prov 11,26; 28,27; 30,10; Eclo 4,4-5). Era el arma de los oprimidos: llamar a Dios contra el opresor. Por lo tanto, la imprecación o maldición fue la afirmación de la impotencia humana. Se aconsejaba ayudar al enemigo (Prov 25,21-22; Ex 23,4-5). El objetivo no era la violencia en sí, sino la exigencia de justicia. Era el deseo de que la justicia divina se manifestase y restaurase el equilibrio, la igualdad en la vida social. Tanto es así que no es el orante quien realiza tal venganza o violencia, sino que se delega a Dios como juez para que retribuya al impío de acuerdo con sus obras (cf. Sal 94, 1-3). Para él es venganza (Dt 32,35).

Es Dios quien debe actuar de acuerdo con sus criterios y no según la furia del orante. El efecto de la imprecación, por lo tanto, depende de Dios. Vale la máxima que dice: “¿Cómo puedo maldecir cuando Dios no maldice?” (Nm 23, 8). Él puede convertir una maldición en una bendición (cf. Sal 109,28) y viceversa (cf. Mal 2,2). El efecto de la imprecación o maldición depende, por un lado, de la culpabilidad del acusado, es decir, debe ser legítima o justa, ya que “la maldición injusta no va a ninguna parte” (Prov 26,2b). Y, por otro lado, depende de la voluntad soberana del Dios justo y misericordioso.

Sin embargo, al expresar estos sentimientos violentos en oración, la oración se libera de ellos y se los confía a aquel que puede liberar. La maldición también es catártica. No tiene la intención de despertar sentimientos de odio y violencia.

En el NT, sin embargo, predomina el precepto de amar al enemigo (Mt 5,44; Lc 6,27-29; Rom 12,14.20). Pensamiento no ausente en el AT. Paradójicamente, Jesús “se convirtió en maldición por nosotros” (Gal 3,13), “el justo para los injustos” (1Pe 3,18). Esta fue la “venganza” de Dios para mostrar que el criterio final de la imprecación es el perdón y la misericordia.

1.5 La alabanza y sus implicaciones

El Sal 1 es la puerta de entrada al libro de los Salmos, es el prólogo. Ofrece la clave hermenéutica para leer el libro. Es un salmo sapiencial, es decir, un salmo de sabiduría que propone dos caminos para ser discernidos y elegidos: el camino de los impíos, y el camino de los justos. Esto significa que la alabanza implica una elección de vida y una vida feliz (v. 1a), ya que el impío no alaba a Dios ni reconoce su camino (v. 6). Es una opción que se va consumiendo a lo largo del camino, dentro del salterio y durante toda la vida. Esta opción se aplica tanto al individuo (Sal 1,1; 112,1; 119,1-2; 128,1) como al pueblo (144,15). Al mismo tiempo, la alabanza implica la adhesión a Dios y su proyecto de acuerdo con su Ley (v. 2) y la consiguiente salida radical de la rueda de los impíos, de los perversos (v. 1; cf. 146,8-9). Esto da como resultado una conducta ética fecunda atestiguada por los frutos (v. 3) y, finalmente, justa (v. 5b.6a). Por lo tanto, el creyente es quien hace de la justicia un criterio de vida. Confiere verdad y confianza en la piedad, se convierte en mediación para Dios. Ahora, esta adhesión a Dios implica una renuncia vehemente a la alabanza y a la adoración de ídolos y a negociaciones interesadas. El Salmo 15 también responde a lo que significa “habitar en la tienda divina”, es decir, lo que implica alabar. Lo mismo ocurre en Sal 24, 3-4. Por lo tanto, la alabanza, más allá del amén-aleluya, es conducta de vida imbuida del proyecto divino. El Midrash Tehilim parafrasea el Salmo 1,1 de la siguiente manera: “Las alabanzas (del) hombre (son) que él no siguió el consejo de los perversos, y no se colocó en el camino de los pecadores, ni se sentó en la reunión de los que se burlan”. La alabanza sálmica, por lo tanto, no es compatible con la injusticia o cualquier forma de impiedad e intolerancia.

2 El libro de los Salmos o salterio

2.1 El término

El Libro de los Salmos es la designación con la cual la versión griega (LXX) traduce el libro de las alabanzas. La designación también es utilizada por Lucas (Lc 20,42; [24,44]; Hechos 1,20). Es un conjunto de 150 salmos (versión griega 151), también llamado salterio. El término salterio es una transliteración del griego Psalterión, que en realidad es el nombre del instrumento de cuerda que acompañaba los cantos (cf. Dn 3,5) y que la versión griega utiliza para traducir el término hebreo nēbel = arpa (p. ej.: Sal 32,2; 56,9). También es el término utilizado como título del libro en el Código Alejandrino (siglo V d. C.). Este dato señala la naturaleza y posterior uso litúrgico de estos poemas, es decir, generalmente iban acompañados de instrumentos de cuerda. Esto también explica las numerosas menciones de este tipo de instrumento en todo el libro, así como las numerosas instrucciones musicales en los títulos de los salmos (por ej. 4,1; 5,1; 6,1; 9,1; 22,1, etc.).

3.2 La formación del libro

El salterio no surgió en la forma en que lo conocemos hoy. Hubo un proceso. En este proceso, pocos fueron producidos por un escriba, lo que podríamos llamar salmos redaccionales. La mayoría de ellos surgió de las situaciones existenciales del individuo o incluso de la comunidad. Su fuente es lo ordinario de la vida, donde el creyente busca a Dios. Esa sería la primera fase, la fase oral. En un segundo momento, estos poemas fueron escritos y pasaron por relecturas o añadidos, es decir, fueron colectivizados (adaptados para uso comunitario) y actualizados (en el tiempo y el espacio) e incluso “reciclados” de otras culturas (p. ej.: Sal 19,1-7; 29; 104) etc. Entonces alguien (o algunos) agrupó los salmos en colecciones. Así tenemos, por ejemplo, las colecciones de salmos dedicados: a David (3-41; 51-72; 138-145) con evidente propósito (72,20). Todavía hay otros sueltos dedicados a David; a Asaf (50; 73-83); a los hijos de Coré (42-49; 84-85; 87-88); una colección de salmos de subida o graduales (Sal 120-134) usados para peregrinaciones; grupos aleluyáticos, es decir, aquellos que comienzan y / o terminan con aleluya (105-107; 111-118; 135-136; 146-150), etc. Finalmente, de manera análoga a una diócesis, parroquia o congregación, que reúne los cantos más comunes que ayudan a rezar, y forma un libro de canto, un redactor (o una escuela) dio forma final al trabajo y pasó a formar parte del canon, llegando hasta nosotros.

Algunos indicios, visibles a simple vista, muestran este proceso de formación. Por ejemplo: a) el nombre divino Yahweh (= Señor) aparece casi exclusivamente en los Sal 1-41; 84-150 mientras que el nombre Elohim (= Dios) predomina en los Sal 42-83 hasta el punto de ser llamado salterio eloista; b) los salmos atribuidos a las personas caracterizan decisivamente los Salmos 3-89, mientras que a partir de ahí dicha atribución se vuelve escasa. Desde el Sal 90, salmos con títulos temáticos como “aleluya” (Sal 106; 111-113; 135), o “dad gracias / celebrad” (Sal 105; [106]; 107; 118; 136), o “subidas” (Sal 120-134), o anónimos (114-117; 119; 137); c) Los salmos con títulos biográficos, es decir, con informaciones sobre la vida de David (cf. Sal 3, 7; 18; 34; 51; 52; 54; 56; 57; 59; 60; 63), son un fenómeno típico de los Sal 3-72. La única excepción fuera de este bloque es el Sal 142; d) la partícula hebrea selâ (probablemente información musical, quizás “pausa”) aparece 37 veces entre los Sal 3-89, mientras que en el resto del salterio lo encontramos solo 140,4.6 y 143,6; e) los duplicados de salmos en diferentes colecciones. Por ejemplo: Sal 14 y 53; 40,14-18 y 70; 57,8-12 + 60,7-14 y 108; 18 y 2 Sm 22 (y con variaciones en 144,1-10); el Sal 115,4-11 se reanuda con variaciones en Sal 135,15-20 etc. Estas indicaciones no son casuales, revelan un trabajo intencional de coleccionistas y / o redactores en la formación de la obra. Pero también sugieren el uso de salmos en diversos lugares y tiempos, como un proceso dinámico de la vida de oración de Israel. Es conveniente recordar que los salmos no se limitan al salterio, están dispersos por toda la Biblia. Por ejemplo: Ex 15,1-18; Dt 32; I Sm 2,1-11; Es 12,1-6; 38,10-20; Jn 2,3-10; Sir 51,1-12 o, más evidente, Sal 18 también se encuentra en 2 Sam 22 o, igualmente en 1 Cro 16, 8-36 está formado por tres salmos: v. 8-22 = Sal 105.1-15; v. 23-33 = Sal 96 y v. 34-36 = Sal 106,1.47-48, respectivamente principio y final de Sal 106.

2.3 La estructura de la obra

Estos 150 salmos no se yuxtaponen al azar. Se organizaron en una estructura, cuyos elementos configurantes son ofrecidos por la propia obra. Se trata de las doxologías (= glorificaciones) presentes en el Salmo 41,14; 72,18-19; 89,53; 106,48. Se componen de cuatro elementos básicos: a) alabanza: “bendito sea el Señor”; b) especificación: “Dios de Israel”; c) elemento temporal: “siempre y para siempre”; d) elemento conclusivo: “Amén, amén”. El Sal 145, el único con el título hebreo de alabanza, cuyo plural titula todo el salterio (libro de las alabanzas), realiza la función de la 5ª doxología (TORQUATO, 2009, p. 430-45). La doxología no solo tiene la función teológica de dar gloria o bendición a Dios, sino que también tiene la función literaria de la delimitación. Además de las doxologías, hay dos bloques de salmos llamados “huérfanos”, es decir, sin títulos (1-2; 146-150) que tienen la función de marco, respectivamente introducción y conclusión. Desde allí se puede ver la estructura del salterio de la siguiente manera:

 

1-2
prólogo
 
3-41
I
 
42-72
II
 
73-89
III
 
90-106
IV
 
107-145
V
 
146-150
epílogo
 salterio mesiánico     salterio teocrático                            |

Téngase en cuenta que el salterio se compone de 5 partes (o libros) a imitación del Pentateuco (ZENGER, 2003, p. 314) y por eso también es conocido como la Torá de David.

La organización actual reproduce, en opinión de algunos investigadores, el viaje histórico de Israel desde la monarquía: a) El período de David correspondería a los dos primeros libros (Sal 2-72), como sugieren los títulos de los salmos, y el Sal 72,20, a la sucesión simbolizada en la figura de Salomón a quien se dedica el Sal 72,1 como  oración del padre al hijo. Este salmo presenta un verdadero programa de gobierno del rey; b) luego la crisis de la monarquía en el tercer libro, como muestra su conclusión (Sal 89). Estas tres primeras partes o libros (Sal 3-89) formarían el salterio mesiánico introducido por el Sal 2. La institución de la monarquía y su rey humano fracasaron; c) el cuarto libro correspondería al período del exilio en Babilonia, otro “Egipto”. Curiosamente, la apertura, el Sal 90, está dedicada a Moisés y el libro se caracteriza por referencias a Moisés (99,6; 103,7; 105,26; 106,16.23.32-33); d) el quinto libro correspondería al post-exilio, Dios que repatria y reúne a su pueblo (cf. Sal 107,3; 126,1-3) despertando esperanza nuevamente. En este libro está la colección de salmos de subida o peregrinación a Jerusalén (Sal 120-134). Sería la etapa del redactor. Estos dos libros formarían el salterio teocrático, es decir, cuando la institución falla, Dios mismo continúa gobernando a su pueblo. El rey humano es depuesto, pero el Señor continúa reinando. Este salterio prácticamente se abre (Sal 93-99) y concluye (Sal 145) con los salmos de la realeza divina: el Señor es rey. Finalmente, el salterio aparece como una historia rezada, la historia hecha oración. Expresa en alabanza las maravillas divinas hechas a su pueblo.

Estos dos salterios tenían diferentes historias redaccionales hasta su fusión en una obra única. Mientras que los salmos de lamento-súplica dominan el primer salterio, los salmos de alabanza y acción de gracias dominan el segundo. La dinámica de la obra (también presente en muchos salmos) revela un paso de la opresión y sus causas a la libertad y la alegría. “Por la tarde puede llegar el llanto, pero por la mañana la alegría” (30, 6b), porque él “transforma el luto en danza” (30,12). Significa que el salterio sigue una dinámica pascual. Además, hay temas que son transversales en todo el salterio, tales como: la sabiduría, la Torá (davídica), la alianza, la dimensión mesiánica, la teocracia, la realeza divina, la peregrinación a Sion, los pobres, el conflicto entre justo e impío, la creación, Dios como escudo, ayuda y misericordia, etc.

Cada salmo individual obviamente tiene su teología, su mensaje. Sin embargo, situado en su respectivo libro o parte del salterio, obtiene un mayor brillo. Por ese motivo la interpretación del salmo individual no debería ignorar el conjunto del salterio.

2.4 Salterio: Profetismo y Torá de David

En el libro de Jeremías, Dios habla de establecer un nuevo pacto (Jer 31,31) y luego especifica en qué consiste la novedad: “Pondré mi ley en su seno y la escribiré en su corazón” (v. 33). Ya no estará en piedra (exterior), sino en el corazón (interior). En esta línea, el movimiento profético camina en un intento de interiorizar la Ley y los valores de la fe. Superar la mera obligación y abrazar la ley como un valor que da sabor a la vida. Era necesario superar el formalismo. En el post-exilio, el salterio ya habría asumido esta tarea.

En Deuteronomio, Dios propone a los israelitas, a través de Moisés, dos caminos: la vida feliz y la muerte, bendición y maldición (Dt 30, 15-20). El primero se basa en la ley divina. Israel debe discernir y elegir, tendrá que decidir, tomar una decisión sabia. Entonces el libro presenta una bienaventuranza (Dt 33,29) y con ella prácticamente concluye el Pentateuco. El siguiente texto trata de la muerte de Moisés y se considera tardío. Por lo tanto, esta bienaventuranza transforma la Ley de Moisés, la Torá (expresada en el Pentateuco), en un ideal de vida y vida feliz. Este ideal se reafirma a la entrada de la tierra prometida como base para el comienzo de un nuevo proyecto de vida: actuar de acuerdo con la Ley (Torá) y tenerla en los labios, meditándola día y noche y así tener éxito (Jos 1,7- 8) Ahora bien, el Salmo 1, introducción del libro de los Salmos, se abre con una bienaventuranza (v. 1), retomando y volviendo a proponer los dos caminos: el camino del justo y el camino del impío. Pues bien, el camino del justo, del “feliz”, se basa en la Ley (Torá) (v. 1-2). Por lo tanto, la Torá de David (el salterio que se le atribuye) sería una continuación o una respuesta a la de Moisés, solamente que ahora abierta a todo ser humano: “feliz el hombre” (Sal 1,1). Esta relación entre las dos Torás no es nueva. La tradición judía lo ha visto durante siglos:

Moisés le ofreció a Israel cinco libros de la Torá, y David le ofreció a Israel cinco libros de los Salmos. Moisés concluyó la Torá con la bendición “¿Qué tan digno de alabanza eres, Israel, quien es comparable a ti?” David comenzó sus Salmos con la expresión final de Moisés, “Las alabanzas del hombre”.  (…) David enfatizó esta verdad, comenzando su fórmula de felicidad con la advertencia de evitar a los malvados y a los pecadores (primer versículo). (Midrash Tehilim, Sl 1,1)

 El salterio es, por lo tanto, la Torá rezada o cantada: “Tus decretos se han convertido en mis cánticos …” (Cf. Sal 119,54). Además, es la Torá interiorizada: “Dios mío, quiero tener tu Ley en mis entrañas” (Sal 40, 9), donde ella es fructífera. La Ley deja de ser aquella externa presentada por Moisés en piedra (Ex 24,12; 31,18), para ser la que el justo medita con placer día y noche, recitada en los salmos. Ley = Torá no significa nada negativo y legalista, ya que su primer significado es instrucción, enseñanza, orientación a la vida, expresión de voluntad divina, plena de sabiduría e inteligencia como los ríos (Sir 24, 23-28). Por lo tanto, ella y sus sinónimos aparecerán en los salmos como ḥāpēts = placer, deleite (cf. Sal 1,2; 112,1; 119,35), como sha’ăshu’îm = delicia, placer, deleite (cf. Sal 119,16.24.47.70.77.92.143.174), que reside en el corazón (Sal 37,31), que se ama (Sal 119,47b.48.97.113.119.127.159.163). Pertenece al Señor (78,1.5) y es perfecta (19,8-9) y debe ser observada (105,45) porque es un instrumento educativo (94,12). Aunque existe la posibilidad de rechazo (78,10; 89,31-32). Pero, de cualquier modo, la Ley se convierte en oración en una relación viva con el Dios viviente y en respuesta a su don.

Los salmos en sí mismos nacieron de circunstancias cotidianas sin un propósito necesariamente litúrgico. Sin embargo, la relación entre el salterio y el culto es innegable. Esta relación está en la base de la formación del propio salterio. Esto significa que ha habido una evolución en el uso de los salmos. Pasan a servir a la liturgia y, más precisamente, a la internalización y la vida de la Ley como una expresión de la voluntad de Dios, del proyecto de Dios.

2.5 El salterio: expresión de diálogo

La Sagrada Escritura es la palabra de Dios para el ser humano. A través de ella, Dios le propone algo al hombre para ayudarlo a caminar en su presencia y ser feliz. Los salmos, como oraciones, son palabras humanas a Dios. Por la salmodia, el ser humano responde a Dios.

Yahweh no eligió a un pueblo para ser el objeto pasivo de su voluntad histórica, sino que lo eligió para el diálogo. La respuesta de Israel, que sacaremos del salterio, ya es, en el plano teológico, una cuestión en sí misma. (VON RAD, 1973, p. 340-341)

Ahora bien, si los salmos son parte de la Sagrada Escritura, es porque también son la palabra de Dios. Por lo tanto, la palabra Dios no es solo la que él nos habla, sino también la que quiere escuchar de nosotros (BONHOEFFER, 1969, p. 66-68). Él no solo escucha nuestra oración, sino que hace de ella sus propias palabras y nos la devuelve como un regalo para que podamos alabarlo como debiera. Es él quien abre nuestros labios (Sal 51,17) y pone alabanza en nuestra boca (Sal 40, 4a), quien inspira alabanza [incluso] en la noche (Job 35,10b). Por lo tanto, se inicia un diálogo allí, provocado y deseado por Dios mismo. Aún según D. Bonhoeffer, es algo comparable al niño: “El niño aprende a hablar porque su padre le habla a él; De esta manera él aprende el idioma de su padre. De la misma manera, aprendemos a hablarle a Dios porque Dios nos ha hablado y continúa hablándonos” (1969, p. 65)

2.6 El salterio: continuación del templo

En la diáspora, sin templo ni aparato litúrgico, ¿a dónde peregrinar para contemplar el rostro del Señor? ¿Dónde presentar las ofrendas y sacrificios? El texto de Daniel, aunque tardío, expresa esta realidad: “No hay más jefe, ni profeta, ni príncipe, ni holocausto, ni sacrificio, ni oblación, ni incienso, ni lugar donde ofrezcamos las primicias …” (Dn 3.38). Es el vacío de las instituciones políticas y religiosas. ¿Cómo encontrar a Dios? Ezequiel ofrece una gran ayuda. Él ve la gloria del Señor apartarse del templo (Ez 10, 3-22; 11, 22-24) y regresar (43,1-9). Esto muestra que Dios no está atado a la institución, sino a su pueblo. Y Dios mismo es su santuario (Ez 11,16). El prólogo del salterio muestra que esa savia, el agua de la vida, que una vez vino del templo e hizo fructífero el árbol (cf. Ez 47,12; Sal 52,10; 92,13-16), ahora proviene de la placentera meditación de la Ley (Sal 1, 1-3). Dios mismo acude a quien lo invoca con la condición de que lo invoque sinceramente (Sal 145,18). Porque él es “el Santo que mora (yāshab) en las alabanzas de Israel” (Sal 22,4). Dios reina dondequiera que Israel salmodie.  La salmodia da continuidad al templo y al servicio de eso está el salterio. Es la oración como incienso, ofrenda (Sal 141,2). La alabanza es la adhesión al proyecto de este gran Rey, independientemente del lugar. Es la ofrenda de los labios.

Ya en el Salmo 1, 1-2, el individuo comienza solo, pero termina en el Consejo (‘ēdâ), es decir, en el colectivo, en la comunidad. La misma dinámica se encuentra en todo el salterio. El fiel que alaba converge en el qāhāl, la Asamblea (Sal 22,23,26; 26,12; 35,18; 40,10-11; 89,6; 107,32; 149,1). La verdadera alabanza no aísla, conduce a la comunidad. El templo es importante como lugar donde la Asamblea se realiza. Sin embargo, el templo por el templo puede enmascarar la relación con el Señor (cf. Jr 7,1-11) si falta la interiorización de los valores de la fe. De la Asamblea parte la alabanza.

2.7 La figura de David en el salterio

En la tradición bíblica, David no solo es el rey, sino también el animador de la liturgia: organiza a los levitas (1Cr 23,6) y a los cantores (1Cr 25,1; Esd 3,10-11; Neh 12,24), él mismo sabía tocar la lira (1Sm 16,16-18) y “cantaba de corazón, mostrando su amor por su Creador” (Eclo 47, 8) y por eso es el “cantor de los cánticos de Israel” (2Sm 23,1) . Ahora bien, él aparece en el salterio de tres maneras: a) en el título de los salmos que se le atribuyen, los salmos ledāvīd = salmos de David. Hay 61 salmos en hebreo y 14 más en la versión griega. Las diferencias revelan el trabajo redaccional. Qumrán y la tradición rabínica, sin embargo, atribuyen todos los salmos a David. La Iglesia no será diferente (cf. Mt 22, 43-45; Hch 2, 25-34; Rom 4,6-8). Es probable que esta atribución evoque la actuación litúrgica de David, el hombre de alabanza, el servidor (cf. 2Cr 29,30). Recuérdese que también Asaf, los hijos de Coré, Emman y Ethan, a quienes se les asignaron salmos, eran todos cantores del templo (Ez 2,41; 3,10-11; 1Cr 25). Sin embargo, algunos escritores bíblicos prefieren ver aquí la figura del israelita ejemplar y rey ideal, la figura del futuro mesías. Serían salmos, por lo tanto, para ser leídos en una clave mesiánica; b) en títulos biográficos. Estos son 13 títulos vinculados a eventos en la vida de David relatados en 1Sm 19; 21-24; 2Sm 8; 10-12; 15-16;  22 (// Sal 18), por lo tanto, provenientes de la Obra Histórica Deuteronomista (OHD). Sería una relectura del salmo desde la perspectiva de esta obra, dando una nueva luz al salmo. No es el David de la realeza (excepto 51,1), sino el hombre simple, elegido por Dios en favor de Israel, con virtudes y debilidades, emociones, miedo, coraje, amor, lamento, quien invita a la alabanza. Es el siervo del Señor, perseguido, sufriente ejemplar, pecador, cuyo motivo para su oración es ser salvado o liberado por Dios en sus dificultades. Es el David a la altura de cualquier israelita o de cualquier persona en la misma situación; c) en el interior de algunos salmos (18,51; 78,70; 89,4.21.36.50; 132,1.10-11.17; 144,10; cf. también 122,5). Para estos salmos, David es el rey del Señor, su siervo, el elegido, el ungido, con quien hizo un pacto con un juramento solemne de que su dinastía duraría para siempre (cf. 2Sm. 7). A la luz de estos textos, cuando en otros salmos se habla del ungido, rey, siervo del Señor, el lector u orante ve al Rey David y las promesas que se le hicieron. Así, el David que canta los salmos es un símbolo de esperanza del tiempo mesiánico. (LORENZIN, 2014, p. 551-552).

2.8 Los pobres en el salterio

A causa del espacio, la temática estará limitada a un ejemplo. En el primer libro del salterio (Sal 3-41), el orante aparece envuelto en varias situaciones de opresión que se presentan a Dios en la oración. Él es, por lo tanto, un oprimido, un pobre. El malvado, que se levanta contra él (3,2) y trata de evitar que se levante (41,9), forma el marco de este libro, caracterizado por el verbo qûm = levantar (-se). Una súplica ininterrumpida del orante para que el Señor se levante (qûm) (3,8; 7,7; 9,20; 10,12; 17,13; 35,2) y tenga compasión (ḥānan) (4,2; 6,3; 9,14; 25,16; 26,11; 27,7; 30,11; 31,10) culmina en 41,11, convergiendo ambas expresiones: “Ten piedad de mí, levántame”. Dios, a su vez, toma posición: “Para los pobres oprimidos y los necesitados que gimen, ahora me levanto (qûm)” (12,6). En la conclusión de este primer libro, el salmista hace de la defensa de los débiles un ideal de vida, una bienaventuranza: “feliz quien se preocupa (śākal) por los pobres (ptōchos) y los débiles (dāl), en el día de la infelicidad el Señor lo libera” (Sal 41,2). Y cuidar a ejemplo de Dios (41, 11-13). Aquí se hace explícito lo que es “buscar el refugio de Dios” presente en la bienaventuranza de la introducción (Sal 2,12b). La opción de Dios por el débil es una constante en el salterio (cf., por ej.: 107,41; 113,7; 138,6; 146,7-9; 147,6). Por lo tanto, la oración de los salmos no ignora el destino de los débiles, sino que lo tiene como un presupuesto elemental. De hecho, en la mayoría de los salmos son ellos quienes se dirigen a Dios contra los impíos, convencidos de que Dios no aprueba al perverso y al mentiroso.

2.9 La numeración de los salmos y datación del salterio

La versión griega (LXX), seguida de la versión latina (Vulgate = Vg), une los Sal 9 y 10 y los Sal 114 y 115 y divide en dos los Sal 116 y 147. Por esta razón, las Biblias que siguen a la versión griega o latina, como Ave María, tienen una unidad numérica adicional después del Salmo 10. Es por eso que la mayoría de los salmos aparecen con dos números. Esto da como resultado el siguiente cuadro. (LORENZIN, 2014, p. 11):

Biblia Hebrea (TM)

 

Biblias Griega (LXX) y Latina (Vg)
Sal 1-8

Sal 9-10

Sal 11-113

Sal 114-115

Sal 116,1-9

Sal 116,10-19

Sal 117-146

Sal 147,1-11

Sal 147,12-20

Sal 148-150

Sal 1-8

Sal 9

Sal 10-112

Sal 113

Sal 114

Sal 115

Sal 116-145

Sal 146

Sal 147

Sal 148-150

 

La datación de la obra no es una tarea sencilla. Sin embargo, la afinidad del marco del salterio (1-2; 146-150) con el libro de Sirácida, compuesto alrededor del año 175 aC, la afinidad de los temas de la sabiduría de la ley, escatología y alabanza divina de este mismo marco con los textos esenios. encontrados en Qumrán, que data de 200 a 150 aC, y la proximidad del salterio teocrático (Sal 90-150) con la Sabiduría conducen a que la investigación actual conjeture la redacción del salterio entre 200 y 150 aC, es decir, en el siglo II aC (LORENZIN, 2014, p. 25).

3 Los Salmos y el NT

3.1 Los salmos y Jesús

Los libros de Isaías y de los Salmos son las obras más citadas en el NT. El salterio se cita expresamente alrededor de 78 veces y las alusiones superan otras 300. Obviamente, este uso conlleva una novedad, los salmos se leen en clave cristológica. El evangelista Lucas pone una frase en la boca de Jesús que ilustra esto: “Era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito sobre mí en la Ley de Moisés, los Profetas y los Salmos” (24,44). ¿Pero Jesús habría usado los salmos durante su vida? ¿Cuáles son los indicios?

a) Jesús participa en las fiestas judías (Lc 2,41; Jn 2,13; 5,1; 7,14.37; 10,22; 12,12-13). Ahora bien, el uso de los salmos formaba parte de la liturgia de las fiestas, como lo demuestran las referencias del Talmud. En Pascua, por ejemplo, se recitaba el hallel egipcio (Sal 113-118). En Lucas 22,7-20 Jesús celebra la Pascua con los discípulos. Mt 26,30 y Marcos 14,26 se referirían a la recitación del hallel.

b) las peregrinaciones a Jerusalén y a la Fiesta de las Tiendas fueron animadas con los cánticos de subida (Sal 120-134). Jesús con sus padres y luego con sus discípulos puede haber usado esta colección.

c) Jesús frecuentaba la sinagoga, y leía allí (cf. Lc 4,16) y enseñaba (Mc 1,21; 6,2). Después de leer la Torá y los Profetas, se cantaba un salmo. De esto, el Sal 92,1 es un indicio.

d) En los salmos, Jesús encuentra inspiración para su enseñanza. En Mt 13,35 cita el salmo para justificar su pedagogía: “Abriré mi boca en parábolas” (Sal 78,2).

Ahora bien, estos indicios aún no nos permiten afirmar, sino presuponer, que Jesús haya usado los salmos. Sin embargo, hay otros casos en los que los salmos aparecen en la boca de Jesús como:

e) En la enseñanza y las controversias con los adversarios: Mt 7,23 (Sal 6,9); 21,16 (Sal 8,3); 21,42 (Sal 118,22-23); 22,43-44 (Sal 110,1); 23,39 (Sal 118,26); Mc 12,10-11 (Sal 118,22-23); 12,36 (Sal 110,1); 14,18 (Sal 41,10); Lc 12,27 (Sal 6,9); 13,35 (Sal 118,26); 20,17 (Sal 118.22-23); 20.42-43; 22,69 (Sal 110,1); Jn 10,34 (Sal 82,6); 13,18 (Sal 41,10). Todavía hay un mayor número de alusiones a los salmos.

f) En la vida personal: “al entrar en el mundo”, el autor de Hb 10,5-7 coloca en boca de Jesús el Sal 40,7-9. Él anuncia el nombre divino a los hermanos en la Asamblea (Heb 2,12; cf. Sal 22,23). En la cruz, usa los salmos para decir “Tengo sed” (Jn 19,28; cf. Sal 22,16; 69,22), para lamentar el abandono de Dios (Mt 27,46; Mc 15,34; cf. 22,2) y entregarse al Padre y dejar este mundo (Lc 23,46; cf. Sal 31,6) (GOURGUES, 1984, p. 80).

Estos últimos elementos confirman la presuposición precedente ya que muestran que la iglesia primitiva vio en su maestro a un amante de los salmos. Hizo uso de los salmos en la misión y la relación con el Padre. Por lo tanto, el salterio debe significar algo para el creyente y la comunidad que rezan.

3.2 Los Salmos y la Iglesia em los textos del NT

La Iglesia hace, en varias ocasiones, citas directas del salterio para iluminar la vida o el ministerio de su Mesías y Señor. Además de los textos ya indicados, hay otra serie de textos como vemos en estos ejemplos:

a) en los Evangelios: Mt 4,6 (Sal 91,11-12); 21,9 (Sal 118, 25-26); 27,43 (Sal 22,9); Mc 15,24 (Sal 22,19). En Lucas, el Magnificat (Lc 1,46-55) está entretejido, entre otros textos, con Sal 89,11; 98,3; 103,17; 107,9; 111,9; Benedictus (Lc 1,67-79) usa las doxologías de Sal 41,14; 72,18; 106,48; 111,9 y hay salmos que hablan de misericordia y alianza con los antepasados: Sal 105,8-9; 106.45a. Además: Lc 3,22 (Sal 2,7); 4,10-11 (Sal 91,11-12); 19,38 (Sal 118,25-26); 23,34 (Sal 22,19); Jn 2,17 (Sal 69,10); 6,31 (Sal 78,24); 12,13 (Sal 118,25-26); 19,24 (Sal 22,19); 19,36 (Sal 34,21).

b) en Hechos: 1,20 (Sal 69,26; 109,8); 2,25-28 (Sal 16, 16-11); 2,34-35 (Sal 110,1); 4,11 (Sal 118,22); 4,25-26 (Sal 2,1-2); 13,33 (Sal 2,7); 13,35 (Sal 16,10).

c) en las epístolas de Pablo: para decir que el ser humano es pecador – en Rom 3, 10-18 – el apóstol hace uso de los Salmos 5,10; 14,1-3; 36,2; 107,7; 140,4. Pero Dios justifica: Rom 4,7-8 (Sal 32,1-2). Para otros ejemplos: 8,36 (Sal 44,23); 11,9-10 (Sal 69,23-24); 15,3 (Sal 69,10b); 15,9 (Sal 18,50); 15,11 (Sal 143,2); 1Cor 3,20 (Sal 94,11); 10,26 (Sal 24,1); 15.,5 (Sal 110,1); 2Cor 4,14 (Sal 116,10a); 9,9 (Sal 112,9); Gal 21,6 (Sal 143,2); Ef 1,22 (Sal 8,7); 4,8 (Sal 68,19); 4,26 (Sal 4,6 cf. LXX); 2Tim 4,14 (Sal 62,13).

d) en la epístola a los Hebreos: 1,5-13 para demostrar que Cristo es superior a los ángeles, el autor recurre a los Sal 2, 7; 45,7-8; 97,7; 102,26-28; 104,4; 110,1. El hombre un poco menor que los ángeles: 2, 6-8 (Sal 8,5-7); Jesús, el hermano: 2,12 (Sal 22,23); el tema del reposo se basa en Sal 95, 3,7-11 (Sal 95,7-11); 4,1.3.5 (Sal 95,11); 4,7 (95,7-8); el tema del sacerdocio de Cristo: 5, 5 (Sal 2, 7); 5,6.10; 6,20; 7,1.11.17.21 (Sal 110,4); el tema del sacrificio: 10, 5-7 (Sal 40, 7-9 cf. LXX); 10,9 (Sal 40,8); 10,12-13; 12,2 (Sal 110,1). En las recomendaciones finales (13,6), recurre al Sal 118,6.

e) en las epístolas católicas: Sant 5,11b (Sal 103, 8a); 1Pe 2,7 (Sal 118,22); 3,10-12 (Sal 14,13-17); 5,7 (Sal 55,23); 2Pe 3,8 (Sal 90,4).

f) en el Apocalipsis: 1.5 (Sal 89,28); 2,23 (Sal 62,13); 2,26-27 (Sal 2,8-9); 9,20 (Sal 115,4; 135,15); 11,18b; 19,5 (Sal 115,13); 15,3 (Sal 92,6). Parece obvia la relevancia de los salmos en los escritos del Nuevo Testamento y, por lo tanto, de uso en la Iglesia naciente en la proclamación y enseñanza de las Buenas Nuevas. Algunos elementos se destacan:

a) la preferencia de los autores del Nuevo Testamento por los Sal 2; 22; 110; 118, evocando el aspecto mesiánico;

b) el hecho de que los dos grandes apóstoles de la Iglesia primitiva usasen los salmos para anunciar la resurrección: Pedro recurre a los Sal 16, 1-11 y 110, 1 en Hechos 2, 25-28.34, y Pablo recurre a los Sal 2, 7 y 16,10 en Hch 13, 33-37. Hebreos usa el salmo para hablar también de la venida de Jesús al mundo (Heb 10, 7; 9; cf. Sal. 40, 8-9) y su sacerdocio (Heb 5, 6; 10, 6; 7, 11,17, 21; cf. 110,4).

c) La Iglesia se reúne para orar después de la liberación de Pedro en Hch 4, 23-30 y se basa en Sal 2, 1-2 (cf. Hch 4, 25b-26).

d) Pablo recomienda el uso de salmos en la vida cristiana: “… en acción de gracias a Dios, entonad en vuestros corazones salmos, himnos y cánticos espirituales” (Col 3,16) y “Hablaos los unos a los otros con salmos e himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestro corazón”(Ef 5,19).

De este marco se puede concluir que los salmos ocuparon un lugar importante en la expresión de la fe de la iglesia primitiva.

Referencias

BONHOEFFER, D. Pregare i salmi con Cristo. Brescia: Queriniana, 1969.

GOURGUES, M. Os Salmos e Jesus, Jesus e os Salmos (CB 25). São Paulo: Paulinas, 1984.

LORENZIN, T. I Salmi (PT 20). Milano: Paoline, 2014.

TEHILIM Ner Yossef. O Livro dos Salmos comentado. Trad. A. Wasserman e C. Szwertszarf. São Paulo: Maayanot, 2015.

TORQUATO, R. P. Malkut Adonai. Uma leitura do Sl 145 no horizonte da Torá davídica. Roma: Edizioni Carmelitane, 2009.

VAZ, A. Os Salmos: A vida feita oração. Para uma recitação vital cristã dos salmos. In: VV.AA. Oração, encontro de comunhão. I Semana de Espiritualidade. Oiras: Edições Carmelo, 1985. p.37-77.

VON RAD, G. Teologia do Antigo Testamento I. São Paulo: Aste, 1973.

ZENGER, E. O livro dos salmos. In: VV.AA. Introdução ao Antigo Testamento (BL 36). São Paulo: Loyola, 2003, 306-323.

Literatura recomendada

ALONSO SCHÖKEL, L.; CARNITI, C. Salmos I (Sl 1-72). São Paulo: Paulus, 1996.

______. Salmos II (Sl 72-150). São Paulo: Paulus, 1998.

ASENSIO, V. M. Livros sapienciais e outros escritos (IEB 5). São Paulo: Ave Maria, 1997. p.253-394.

BALLARINI, T.; REALI, V. A poética hebraica e os salmos. Petrópolis: Vozes, 1985.

BARROS SOUZA, M. de. Seu louvor em nossos lábios. São Paulo: Paulinas, 1986.

______. E a vida vira oração. São Paulo: Paulinas, 1983.

______. Amor que une vida e oração – Os salmos bíblicos e a liturgia. RIBLA n.45, p.155-169, 2003.

FERNANDES, L. A.; GRENZER, M. Dança, ó terra! Interpretando Salmos. São Paulo:

Paulinas, 2013.

GIRARD, M. Como ler o livro dos Salmos. São Paulo: Paulus, 2016.

GONZÁLEZ, A. El Libro de los Salmos. Introducción, versión y comentario. Barcelona:

Herder, 1984.

KRAUS, H.-J. Teologia de los Salmos. Salamanca: Sígueme, 1985.

MAILHIOT, G.-D. Os salmos. Rezar com as palavras de Deus. São Paulo: Loyola, 2008.

MESTERS, C. O Rio dos Salmos das Nascentes ao Mar. Belo Horizonte: CEBI, 1988.

______. Jesus e os Salmos – A oração dos Salmos na vida de Jesus. RIBLA n.45, p.142-154, 2003.

______; OROFINO, F.; WEILER, L. Rezar os salmos hoje: a lei orante do povo de Deus. São Paulo: Paulus, 2017.

MURPHY, R. E. Jó e Salmos. Encontro e confronto com Deus (PCB – AT). São Paulo: Paulinas, 1985. p.7-72.

ROSE, M. Salmos. In: RÖMER, T. et al. (orgs.) Antigo Testamento. História, escritura e teologia. São Paulo: Loyola, 2010. p.581-600.

SCHILLING, O. Os Salmos, Louvor de Israel a Deus. In: SCHREINER, J. (ed) Palavra e Mensagem. Introdução teológica e crítica aos problemas do AT (NCB 8). São Paulo: Paulinas, 1978. p.382-406.

SCHMIDT, W. H. Introdução ao Antigo Testamento. São Leopoldo: Sinodal, 1994. p.284-294.

SILVA, C. M. D.; LÓ, R. C. Caminho não muito suave. Cartilha de literatura sapiencial

bíblica. Campinas: Alínea, 2012. p.105-137.

STADELMANN, L. I. J. Os Salmos. Estrutura, conteúdo e mensagem. Petrópolis: Vozes,

1983.

______. Os Salmos. Comentário e oração. Petrópolis: Vozes, 2000.

VV.AA. Os Salmos e os outros escritos. São Paulo: Paulus, 1996.