Reformas y movimientos reformistas en la Iglesia en la Edad Media

Índice

1 Introducción

2 El Renacimiento Carolingio: antecedentes

2.1 Coronación de Carlomagno y la  Renovatio Imperii

2.2 La Reforma Carolingia

3 Antecedentes a la Reforma Gregoriana

3.1 La Reforma Gregoriana

4 Contestadores, herejes y ortodoxos en los siglos XI-XIII: Contexto

4.1 Ortodoxos

4.2 Herejes

4.2.1 Valdenses

4.2.2 Cátaros

5 Mendicantes

5.1 Franciscanos

5.2 Dominicanos

5.3 Originalidad de Francisco y Domingos

6 Referencias Bibliográficas

1 Introducción

Desde su origen, la Iglesia estuvo marcada por momentos de crisis que exigieron esfuerzos de reforma. El conocido epíteto Ecclesia semper est refomanda resume esta afirmación. En el siglo VIII, con la ascensión de los francos, y debido a la estrecha unión entre los poderes, el gobernante toma la iniciativa de reforma. Carlomagno es el protagonista de lo que se conoce como el renacimiento carolingio. La decadencia del imperio, desde mediados del siglo IX, también afecta a la Iglesia. Desde el siglo X, un anhelo de renovación, procedente de diversos sectores, especialmente de la vida monástica, culminará en lo que se conocerá como la reforma gregoriana. Entre los siglos XI y XIII, laicos, sacerdotes, ortodoxos y herejes, impulsados por complejas transformaciones que marcaron la sociedad medieval, harán resonar sus gritos en favor de la reforma en la Iglesia y en la sociedad. Los mendicantes serán una respuesta eficaz a este clamor.

2 El Renacimiento Carolingio: antecedentes

En las transformaciones causadas por las invasiones en Occidente desde el siglo VI, muchos obispos se convirtieron  en jefes polivalentes, que combinan las funciones políticas y sociales con la función religiosa, además de  hacer alianzas con los nuevos “dueños del poder”. Fueron los primeros ensayos de lo que sería el “cristianismo medieval” (LE GOFF, 1983, p.60). El bautismo de Clovis (496), marca el inicio de la subida de los francos en Occidente. La Iglesia vio en esta alianza, la posibilidad de la creación del Reino de Dios en la tierra, inspirado en la Civitas Dei de Agustín. La actuación de Carlomagno (747-814), rey de los francos desde el año 768, estuvo marcada por una serie de reformas políticas, culturales y religiosas, llamada Renacimiento Carolingio. Tales reformas han de entenderse a la luz de esta estrecha relación entre la Iglesia de Roma y los gobernantes francos que, bajo el cetro de Carlos, llega a su ápice.

El rey franco Carlomagno y el obispo Bonifacio, de acuerdo con el Obispo de Roma, Zacarías (741-752), habían llevado a cabo una reforma de la Iglesia en el reino, combatiendo abusos y garantizando la recta observancia de los preceptos cristianos. En una sociedad todavía muy ligada a ritos paganos, se esperaba del rey, como si fuese un sacerdote, que cuidase de la salvación del pueblo a él confiado. Desde Pipino el Breve, obispos y abades, con los nobles laicos, ocupaban un lugar prominente en la administración real. Un “Concilio Germánico” se llevó a cabo en el año 742 o 743, con “el objetivo de la salvación del pueblo de Dios.” La eficacia de esa salvación dependía de la sintonía de los gobernantes con la Sede de Pedro.

2.1 Coronación de Carlomagno y la Renovatio Imperii

La llegada de Carlomagno consolidó el largo proceso de “sustitución” de la dinastía merovingia por la carolingia, pero su horizonte de acción fue la restauración del Imperio en Occidente. Para ello, era fundamental la alianza del trono con el altar. Su coronación en Roma como “rey de los romanos” por el Papa León III en el año 800 la noche de Navidad, simboliza el renacimiento del antiguo Imperio. La coronación tuvo la forma de una consagración episcopal. Ungido con el mismo “oleo sagrado”, que, según la tradición, había ungido a Clovis, Carlos se consideraba a sí mismo un nuevo Constantino y el suyo sería el nuevo Imperio Romano. Delante de las protestas de los orientales, cuyo trono en el año 800 fue ocupado por una mujer, los sucesores de Carlos reclamaron para el Imperio Carolingio “la plena legitimidad para proclamarse  Imperio Romano, basado en el concepto de translatio del poder imperial de los romanos a los francos “(GASPARRI, SALVO y SIMONI, 1992, p.378). En la concepción carolingia del poder, la iglesia y el estado no eran realidades separadas. Actuando como jefe del reino y de la Iglesia, Carlos se sentía, de hecho, rey y sacerdote, Vicario de Cristo como el Papa. En las asambleas del reino, las autoridades civiles y religiosas discutían asuntos políticos y eclesiásticos. Las resoluciones sobre la liturgia, la moral, la educación y la disciplina del clero, el nombramiento de obispos y abades se transformaron en leyes del imperio.

2.2 La Reforma Carolingia

Carlos continuó el proyecto de Pipino, pero fue más allá, al idear un plan que iría  a remodelar la cultura, la religión y el conocimiento. Por eso, tuvo los mayores exponentes de la cultura occidental. El palacio de Aquisgrán se convirtió en la sede del saber carolingio y de los “sabios palatinos”, poetas, escritores, científicos, historiadores, hombres célebres por su conocimiento e inteligencia en diversas áreas: Paulo Diácono, el laico Eginardo Teodolfo de Orleans, Pedro de Pisa, fueron algunos de estos hombres. El inglés Alcuino, monje de York, uno de los hombres más sabios de su tiempo, colocado al frente de la escuela palatina, se convirtió en el principal mentor de la reforma (GARCÍA-VILLOSLADA, 1986 p.262-8).

En el año 789, con la Admonitio Generalis, un conjunto de normas elaboradas por Alcuino en vista de la reforma, Carlos ordenó la apertura de escuelas en todo el reino, en los monasterios, obispados, y en las zonas rurales. El objetivo de las reformas fue, al principio, preparar pastores para que pudiesen instruir bien al pueblo, pero también para el beneficio de la nobleza carolingia, formada en estas escuelas. Los clérigos deberían aprender latín, para celebrar debidamente la liturgia; deberían conocer de memoria al menos el Credo y el Padre Nuestro, deberían entender las oraciones de la misa y los salmos, saber “leer” las homilías y algunas partes de la Escritura. Los que no se mostrasen lo suficientemente instruidos serían depuestos. El clero debería ser instruido, pero también virtuoso: que fuesen célibes, no participasen de caza o de la guerra ( GATTO, 1995 p.153-6). En una carta dirigida al abad de Fulda, Carlos afirmaba que recibía de los monjes cartas llenas de devoción pero en  “estilo grosero y lleno de errores, a causa de su negligencia para educarse”. También afirmaba que necesitaba hombres que tuviesen al mismo tiempo, “la voluntad y el poder para instruirse y disposición para enseñar a otros. Nosotros deseamos que sean como conviene a los soldados de la Iglesia,  primeros devotos y luego sabios “(PEDRERO-SÁNCHEZ, 1999 p.170-1).

Alcuino elaboró un plan de estudios para las escuelas de los monasterios y catedrales, proponiendo el estudio de las artes liberales como propedéutico al estudio de la Biblia. La ilegible escritura merovingia fue sustituida por la minúscula carolingia. Los monasterios se convirtieron en importantes centros de cultura. Además de la enseñanza, en los scriptoria se copiaron códices antiguos con miniaturas e iluminuras. Carlos también incentivó la aprobación de la Regla de San Benito para los monjes, y la vida canónica para los sacerdotes seculares. La liturgia romana se convirtió en referencia para las celebraciones en el reino. Carlos consiguió del Papa Adriano (772-795) un Sacramentario Gregoriano como modelo para la liturgia. Sus mejores cantores fueron enviados a la capilla papal en Roma para aprender canto gregoriano, y difundirlo en el reino.

En cuanto a los fieles, se les exigía pagar diezmos, la asistencia a la misa dominical, el descanso dominical, la frecuencia de los sacramentos, especialmente la Eucaristía en ciertas épocas del año. Esto requería una mejor organización de las parroquias y diócesis. Peregrinaciones, culto de las reliquias y de los santos, poco a poco fueron incrementados. El espíritu de la reforma también influirá en la pintura, la arquitectura, las artes decorativas. La catedral de Aquisgrán es un testimonio del alto espíritu artístico que marcó este período.

El renacimiento carolingio marca la culminación en el acercamiento entre la Iglesia de Roma y los soberanos francos. Carlomagno sintetizará el modelo de sacerdote-rey. Las reformas serán continuadas por su sucesor, Luis el Piadoso, extendiendo a lo largo de occidente la renovación cultural basada en la mentalidad cristiana. El surgimiento de las universidades, la mejoría en el nivel intelectual y moral del clero y religiosos, la preservación de la rica herencia literaria del mundo grecorromano, son algunos de los frutos de este renacimiento. Desde el siglo XI una nueva conciencia acerca de la naturaleza y la identidad de la Iglesia, diferente de los poderes temporales, comienza a surgir y ganar terreno, especialmente en los monasterios, dando lugar a lo que se conoce como la reforma gregoriana.

3 Antecedentes de la Reforma Gregoriana

La expresión  “reforma gregoriana”, que debe su nombre al Papa Gregorio VII (1073-1085), se convirtió, desde mediados del siglo XX, en el objeto de una verdadera “revisión historiográfica”, tal es la riqueza de matices que este período histórico ofrece al estudioso (Rust, Silva & FRAZÃO, 2009, p.135-52; RUST, 2014). Turbulencias políticas, invasiones y las nuevas demandas sociales marcaron el Occidente desde mediados del siglo IX. En el 962, la coronación del emperador  Otón I  por el Papa trae un nuevo impulso a las instituciones políticas y eclesiásticas, a las actividades intelectuales y culturales, hasta el punto de llamar a este período  “nuevo renacimiento” (VERGER, 1997, p.13-26; LE GOFF, 1983, p.53).

Con la llegada de Otón, la alianza entre el poder político y el clero se fortalece. El soberano tenía el derecho a investir los clérigos y concederles beneficios. No era una ordenación sacerdotal, pero el emperador, a través de la “investidura”, daba al escogido el cargo civil y religioso, simbolizado por la entrega del anillo y el báculo. A finales del siglo X, los obispos-condes y abades disfrutaron de un poder inmenso, verdaderos señores feudales, cuyo cargo no era dado por las dotes morales, sino sólo por lealtad al soberano. Esto dio lugar a abusos. Los problemas más graves eran el nicolaísmo (clero casado o en concubinato, con hijos), y la simonía cuando se concedían obispados, monasterios y abadías (los beneficios eclesiásticos) mediante pago. En Roma, la situación no era muy diferente, con los nobles romanos disputando con violencia la Sede de Pedro.

En el siglo XI, muestras de la protesta a este modelo político eclesiástico comienzan a emerger. Los monasterios, por sufrir menos los ataques del poder temporal, son el medio privilegiado en el que reflexionar sobre la necesidad de una reforma. Cluny (910) Brogne (929) Gorze (933), son sólo algunos de estos monasterios, que se destacaron por una severa disciplina y seriedad siguiendo la Regla de San Benito y que con excelentes abades, tuvo efectos beneficiosos sobre toda la Iglesia. Gregorio VII (1073-1085), el nombre principal de la reforma gregoriana, era cercano a los cluniacenses. Urbano II (1088-1099), uno de los más grandes papas medievales, abandonó las filas de Cluny. Pedro el Venerable, y el monje y cardenal Humberto, asesores de papas, eran monjes de Cluny.

Poco a poco fue cada vez mayor la percepción de que la simonía, nicolaísmo y las investiduras laicas eran cuestiones intrínsecamente relacionadas, afectando y limitando el papel de la Iglesia, desfigurando así su verdadero rostro. Antes de la irrupción de Gregorio VII, varios obispos y papas actuaron en la lucha contra estos males. Se rodeaban de colaboradores entusiastas, convocaban sínodos, visitaban las diócesis donde defendían la autonomía y la libertad de la Iglesia.

3.1 El Cisma de 1054

El período de la reforma gregoriana también está marcado por la división entre la Iglesia de Oriente y Occidente, conocido como el Cisma de 1054. Con la llegada de Miguel Celurario como Patriarca de Constantinopla (1043-1054), y las reformas en Occidente, especialmente en relación con el celibato, las diferencias entre latinos y  griegos, latentes  desde el siglo VIII, se hicieron más pronunciadas. Después de las medidas represivas contra los cristianos latinos por parte de Miguel, incluyendo el cierre de iglesias, el cardenal Humberto da Silva Cándida elaboró el opúsculo Adversus graecorum calumnias firmado por el Papa León IX (1049-1054). En tono polémico, el escrito defendía el Primado Papal, argumentando con la Donatio Constantini, desconocida para los griegos. A petición del emperador bizantino, una delegación romana fue a Constantinopla para establecer un diálogo. El cardenal Humberto, sin embargo, jefe de la delegación, actuó más como un juez que como un portador de paz. Su tono duro y amenazador hizo que Miguel Celurario se negase a participar en las discusiones. Al cabo de unos meses, Humberto y los demás, habiendo recibido la noticia de la muerte de León IX, antes de salir. El 16 de julio, 1054, depositaron en el altar de la iglesia de Santa Sofía, una bula de excomunión contra el patriarca y sus seguidores . Este, a su vez, convocó a un sínodo en la misma iglesia, y el 24 de julio, también excomulgó al cardenal Humberto y a los otros delegados, quemando la bula. A pesar de las serias diferencias dogmáticas y disciplinarias, el resultado trágico fue también el resultado de un largo proceso de distanciamiento cultural, más allá del espíritu intransigente de los dos protagonistas principales.

3.2 La Reforma Gregoriana

En 1049, un sínodo en la ciudad de Reims, promovido por el Papa León IX (1049-1054) condenó duramente la investidura laica. En 1059, Humberto da Silva Cándida en la obra Adversus Simoniacos, también negó los reyes el derecho de investidura. Poco a poco se impuso un nuevo concepto en la relación entre la Iglesia y el Imperio, lo que indicaba una nueva definición del concepto de Iglesia, de separación entre la santidad del clero y  la secularidad de los laicos. Estos últimos deberían ser excluidos de cualquier intervención directa en la esfera eclesiástica. De hecho, este concepto se basa en la idea de que el Papa debe estar en la parte superior de la sociedad, no el emperador.

Una vez que asumió el papado, Gregorio VII confirmó las medidas de reforma. Su Dictatus Papae, verdadero libelo reformador, dejó claro su punto de vista sobre la naturaleza de la Iglesia: el Papa como autoridad suprema, podría deponer al emperador con la excomunión. También podría desvincular sus súbditos de su juramento de fidelidad a un soberano injusto (PEDRERO-SÁNCHEZ, 1999 p.128-9).

En 1075, Enrique IV (1050-1106), antes de ser coronado emperador, nombró obispo para la sede de Milán, aunque ésta no estaba vacante. Bajo la amenaza de excomunión, Enrique reaccionó nombrando otros tres obispos, y declaró que Gregorio “falso monje”, estaba depuesto. Gregorio lo excomulgó. Se sucedieron duros libelos de ambas partes. Los vasallos de Enrique, aprovechándose de la situación, lo abandonaron. Aislado, el rey fue a Canossa, donde el Papa se encontraba, en viaje a Alemania. Allí, en 1077, después de hacer penitencia, pidió y recibió el perdón papal. De vuelta a Alemania, calmado los ánimos, Enrique convocó un concilio en el año 1080, donde se reafirmaron las prerrogativas imperiales en relación a las investiduras laicas, y nombró el Anti-Papa, Guilberto, arzobispo de Rávena (Clemente III – 1080-1100). Entonces invadió Roma. Gregorio VII se refugió en Salerno, donde murió en 1085.

La polémica ocupó a los canonistas que buscaban soluciones al estancamiento. Los sucesores de Gregorio continuaron en el camino de la reforma, pero fueron más realistas y abiertos al diálogo. El Papa Pascual II buscó un acuerdo con Enrique V, con motivo de su coronación en 1111, pero el futuro emperador encarceló al Papa y a algunos cardenales, y arrancó de ellos el derecho de investidura con  anillo y  báculo, además de la coronación. Enrique V fue excomulgado, pero el camino hacia la solución estaba abierta.

El Concordato de Worms (1122) va a proponer una solución a la controversia. Con la entrega del anillo y el báculo, la Iglesia investía al elegido en los cargos eclesiásticos. El nombramiento, no obstante, debería hacerse en presencia del emperador o de su representante. Éste, a su vez, atribuía al elegido el poder temporal, con la entrega del cetro (PEDRERO-SÁNCHEZ, 1999, p.132). En el 1er Concilio de Letrán en 1123, el Concordato de Worms fue reconfirmado. El Concordato no terminó el conflicto entre la Iglesia y el imperio, pero se colocaron las bases jurídicas para la delimitación de los poderes temporales y espirituales. Por otro lado, comenzó a identificarse cada vez más la Iglesia con el clero y el Papa, mientras que los poderes seculares asumieron, poco a poco la conciencia de su autonomía.

4 Contestadores, herejes y ortodoxos en los siglos XI-XIII: Contexto

A partir de finales del siglo XI hasta mediados del siglo XIII aparecieron en todo el Occidente, monjes, laicos, clérigos, que, con un celo y vigor renovado, propusieron la vuelta al Evangelio y la Iglesia primitiva. El esfuerzo de “seguir desnudos al Cristo desnudo” se expresaba a través de la vida comunitaria, la predicación y la pobreza voluntaria. “La renuncia al mundo, seguida por el aislamiento en una vida de oración, dejó de ser el único camino de salvación” (BOLTON, 1986, p.14). Algunos de estos grupos, en principio sospechosos de herejía, se las arreglaron para insertarse en la Iglesia, renovándola desde dentro. Otros, más radicales, ponían en tela de juicio la doctrina, y, finalmente, acabaron siendo perseguidos y eliminados. La predicación prohibida a los laicos, fue el principal punto de conflicto. Un tercer grupo defendía tesis inicialmente heréticas, y desde el principio fueron combatidos por la Iglesia. La bula Ad Abolendam,, 1184, prescribía la excomunión de “condes, barones, rectores y cónsules, de las  ciudades y otros lugares,” que no se empeñasen  en la represión de la herejía. Sus tierras se colocarían bajo interdicción (MERLO, 1989, p.86)

La aparición de estos movimientos se debe a una serie de factores, incluyendo el celo reformador de la reforma gregoriana, la urbanización incipiente, la aparición de la burguesía y el comercio, con una mayor circulación de la riqueza, y la acentuación de los problemas sociales, que colocaba en tela de juicio el antiguo sistema feudal. En el ámbito cultural también hay nuevo florecimiento, con el surgimiento de las universidades y la circulación de ideas nuevas, además de la ampliación de horizontes, con las peregrinaciones y cruzadas. Jacques Verger afirma que “no se puede negar que el siglo XII fue, con mayor o menor precocidad e intensidad (…), en casi todo el Occidente, un tiempo de mutación e impulso en el plano cultural” (VERGER, 2001, p. 17). Estos son sólo algunos elementos de contexto que formaban el terreno fértil para el surgimiento de estos grupos contestatarios. Sumado a esto el hecho de que, en contraposición a un grupo de personas que deseaban una vida evangélica y cristiana ejemplar, había una poderosa Iglesia, rica y mundana, incapaz de corresponder a los anhelos de estos sectores (FALBEL, 1976, p. 14-5).

4.1 Ortodoxos

Entre los protagonistas de la reforma se encontraban varios miembros del clero. Vital de Savigny (1123), Bernard de Tiron (1046-1117), Esteban de Muret (1045 ± -1124), Roberto de Arbrissel (1047-1117), Norbert de Xanten (1080 ±1134), entre otros, tenían en común el hecho de que, renunciando a una vida cómoda y exitosa, dejaron todo y pasaron a vivir una vida austera de  pobreza, oración y  penitencia. Por otra parte, eran grandes predicadores, y atraían a seguidores. A pesar de los conflictos con las autoridades eclesiásticas, continuaron en la Iglesia y promovieron la reforma, fundando monasterios que se  convirtieron en importantes centros irradiadores de  espiritualidad.

Algunos movimientos de reforma de origen laical también consiguieron inserirse en la Iglesia. Entre ellos se destacaron los humillados de Lombardía, del norte de Italia, divididos en tres grupos: comunidad de hombres, otra de mujeres, y otras personas viviendo con sus familias. Vivían del trabajo de sus propias manos y se proponían observar estrictamente los preceptos evangélicos y la pobreza voluntaria. Los que viven en comunidad también debían observar la castidad. Cuidaban de los enfermos y los pobres, y también ejercían la predicación. Condenados en 1184, recurrieron a Inocencio III y, después de redactar una breve regla, éste los aprobó en 1201.

4.2 herejes

En la Edad Media, la línea que separaba la contestación dentro de los límites de la ortodoxia y la herejía es muy tenue. Algunos predicadores, en el anhelo de la reforma, avanzaban nuevas y radicales doctrinas, no necesariamente heréticas, pero que terminaban chocando con las autoridades. A principios del siglo XII, se destacó el ermitaño Enrique de Lousanne. Invitado a predicar por el obispo de Mans, en 1116, incitó de tal modo a esos oyentes que atacaron al clero. Expulsado por el obispo continuó la predicación itinerante. Detenido en 1135, enviado a Cluny, huyó, pero fue acabó preso y murió en prisión después de 1145.

Pedro de Bruys era otro predicador itinerante que, con radicalismo y  violencia, negaba toda la materialidad de la religión en favor de una iglesia espiritual. Instaba a sus oyentes a atacar a los sacerdotes, profanar iglesias, quitar crucifijos y quemarlos. En 1132, una reacción popular quemó en una hoguera que él mismo había encendido.  Otros clérigos que dirigían los movimientos de contestación podrían ser citados como Tanquelmo, muerto en 1115 por otro sacerdote, Eon de Stella, que murió en prisión en 1150; o el canónigo Arnaldo de Brescia, que predicaba una Iglesia pobre y peregrina, y acabó ahorcado y quemado en Roma en 1155.

4.2.1 Valdenses

Alrededor de 1175, después de una crisis religiosa, el próspero comerciante de Lyon, Pedro Waldo (± 1140-1217), también conocido como Valdo de Lyon, obtuvo una traducción de los Evangelios y otros escritos del Nuevo Testamento, abandonó a la familia, donó los bienes a los pobres y se convirtió en un predicador itinerante. Sus seguidores, conocidos como los valdenses o los Pobres de Lyon, vivieron la pobreza, la vida en común y la castidad. Pedro predicó el retorno al Evangelio, pero también criticó a los clérigos indignos y algunas prácticas de la iglesia. También declaró que su vocación no venía de la Iglesia, sino de Dios mismo. Un contemporáneo los describe: “No tienen casa, caminando en parejas, descalzos, sin provisiones; Ellos tienen todo en común, como los apóstoles, y siguen desnudos al Cristo desnudo “(FALBEL 1977, p.106). Impedidos de predicar por el obispo de Lyon, recurrieron a Roma en 1179, donde se realizaba el 3er Concilio de Letrán. El movimiento fue aprobado con la condición de que pidiesen permiso a los obispos para predicar. Como los obispos se negaban, y sin embargo, continuaban predicando, acabaron excomulgados en 1184. Desde entonces, el movimiento tomó contornos cada vez más heterodoxos, con respecto a la doctrina, con los ataques más duros contra las autoridades religiosas, y la creación de una jerarquía propia, con obispos, sacerdotes y diáconos. Una escisión del movimiento se produjo en 1210, agravada después de la muerte de Pedro en 1217. Dos grupos se reconciliaron con la Iglesia: los Pobres Católicos, dirigidos por Durand de Huesca y el grupo dirigido por Bernardo Prim (BOLTON, 1986, p. 66-70). De los movimientos heréticos medievales, los valdenses eran el único que sobrevivió hasta los tiempos modernos, adhiriéndose después a la reforma protestante.

4.2.2 Cátaros

Los cátaros (del griego, katarói perfectos) fueron, desde su aparición en el siglo XI, identificados con la herejía (FALBEL, 1976, p. 36-7). También eran conocidos como albigenses, por su fuerte presencia en la ciudad de Albi en Francia y en el Languedoc (THOUZELLIER, 1969). Además de los elementos comunes a otros movimientos heréticos se distinguían por un marcado dualismo, que se oponía radicalmente a la doctrina católica: aceptaban sólo  el Nuevo Testamento,  negaban  la humanidad de Cristo, negaban la Eucaristía. Ellos mismos bendecían el pan en la cena. Rechazaban la evolución histórica de la Iglesia, considerando la Iglesia primitiva como la verdadera Iglesia. Los cátaros tenían partidarios entre las élites señoriales y poco a poco ocuparon un importante espacio en la sociedad. Fueron combatidos, en un primer momento, a través de debates públicos. San Bernardo y Santo Domingo fueron los principales nombres de la parte de la Iglesia, obteniendo poco éxito. Fueron condenados en 1184, por la bula Ad Abolendam, y en 1199, con la Vergentis in Senium. En 1209, una cruzada fue proclamada en su contra.

5 Los mendicantes

En el contexto de estos movimientos de reforma, había algunos grupos que, por vivir de limosnas, fueron llamados “mendicantes”. Dos de ellos se destacan como catalizadores para la renovación de todo el anhelo de renovación expresado hasta entonces, convirtiéndose en los más importantes aliados papales en la contención de la herejía y en la difusión de los ideales reformadores: “En aquel tiempo (…) en el mundo que ya envejecía, nacieron en la Iglesia cuya juventud se renueva como el águila, dos religiones (…) la de los Frailes Menores y la de los Predicadores “(TEIXEIRA, 2004, p. 1431).

5.1 Franciscanos

Hijo de un rico comerciante de Asís, Francisco (1181 / 2-1226) buscó el éxito en las armas, pero se convirtió, se fue a vivir la pobreza evangélica como predicador itinerante y penitente, y pronto consiguió seguidores. Francisco amaba, especialmente la pobreza evangélica, pero la fraternidad se convirtió también en un diferencial de su movimiento: “Y después que el Señor me dio hermanos, (…) el Altísimo mismo me reveló que debería vivir según la forma del santo Evangelio “(TEIXEIRA, 2004, p.189). Su modelo no era la Iglesia de los Apóstoles, sino el propio Cristo. Por otro lado, no atacaba al clero y mostraba un respeto reverencial por la Iglesia y la jerarquía (BARROS, 2012, p.177). La coherencia entre predicación y vida atrajo seguidores. A principios de 1209, Francisco presentó al Papa Inocencio III, un programa de vida, el cual fue aprobado oralmente, permitiéndoles ejercer la predicación exhortativa: estaba fundada la Orden de los Frailes Menores. En 1212, la joven Clara de Asís, fue admitida en el grupo. Las clarisas, viviendo en clausura, se convirtieron en la rama femenina de los franciscanos. Hombres y mujeres, célibes y casados ​​también se unieron a la “fraternidad”, siguiendo una regla propia. La regla definitiva de los franciscanos se aprobó en 1223. Francisco envió a sus discípulos en misión por todo el Occidente, y surgieron los inevitables problemas institucionales y disciplinarios. Cuando murió en 1226, la Orden estaba en franca expansión, pero los frailes se encontraban en una encrucijada entre permanecer fiel a los ideales del fundador y sus primeros compañeros, o llevar a cabo las misiones que la Iglesia gradualmente confiaba a ellos. Asumiendo los “menores” posiciones de poder y control, la “santa pobreza”, inevitablemente, sería puesta en cuestión. A lo largo de los siglos XIII y XIV, la orden pasará a través de una importante evolución, convirtiéndose en uno de los soportes principales misión de la Iglesia.

5.2 Dominicanos

Domingo de Guzmán (1175-1221), noble clérigo español, después de un viaje a Alemania con su obispo, Diego Azebès, quedó impresionado con el avance de la herejía. A su regreso a España en 1206, admirados con la ostentación y el lujo exagerado de los legados papales, en contraste con la pobreza y la frugalidad de la vida de los herejes que trataron en vano de convertir, comentaron con el legado: “No es esto, hermanos, en mi opinión, no es este el camino … con un espectáculo contrario edificareis poco, destruiréis mucho y no obtendréis nada”(GELABERT y MILAGRO 1947 p.172-3). Los dos decidieron predicar en pobreza e itinerancia en la región el Languedoc, sur de Francia, famoso por ser un bastión de los herejes. En 1207, un grupo se convirtió en Montreal. En el mismo año fundaron una comunidad en Prouille para dar la bienvenida a las mujeres cátaras convertidas. Diego, a su vez, conseguía una importante victoria en Palmiers, con la conversión de los Pobres Católicos valdenses guiados por Durand de Huesca. Después de la muerte de Diego, Domingo creó una pequeña comunidad de predicadores que fue aprobada en el IV Concilio de Letrán con el nombre de Orden de Predicadores, siguiendo la Regla de San Agustín. Domingo concluyó las Constituciones en 1221, haciendo hincapié en la pobreza individual y común. Los Predicadores se dedicaron al estudio en los grandes centros universitarios, en vista de la predicación. La austeridad de vida y celo apostólico atrajo a nuevos miembros. Algunas comunidades femeninas se unieron a la Orden. Cuando Domingo murió en 1221, la Orden estaba en proceso de franca expansión.

5.3 Originalidad de Francisco y Domingo

Domingo y Francisco fueron capaces de dar una respuesta “católica” a los deseos de  reformar que en todas partes surgieron. A diferencia de las órdenes religiosas tradicionales, ambos mostraron una apertura al mundo que querían evangelizar (LAWERENCE 1998, p.9; Little, 1978, 168-9). La movilidad fue una de sus principales características. Aunque Francisco elaboró una regla original y Domingo fue obligado a asumir la regla agustiniana, ambas fundaciones tienen como base el deseo de dedicarse en cuerpo y alma a la salvación de los cristianos, a través de la predicación apostólica, pobre, itinerante. Así, aunque viven en comunidades, “el mundo era su claustro.” A diferencia de Francisco, que demuestra reserva en cuanto a los estudios académicos, Domingos exige de sus frailes una formación académica ideal en vista de la predicación. Sin embargo, estando aún vivo Francisco, sus frailes van a comenzar a inserirse en el mundo académico y, poco a poco, los miembros de las dos órdenes estarán juntos en las universidades, ya sea defendiendo los mismos ideales, ya sea  en campos opuestos, pero siempre buscando satisfacer las necesidades urgentes de la Iglesia.

Frei Sandro Roberto da Costa, OFM. Instituto Teológico de Petrópolis, RJ. Texto original Português

6 Referencias Bibliográficas

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